Hay imágenes, circulando a través de la retina de nuestras vidas, que casi siempre resultan agradables para visionar. En medio de esas oleadas de pereza en el ánimo, contrastan con su generoso manifiesto en despertarnos una sonrisa, un hálito de esperanza, ese sosiego terapéutico para alguna indignidad que, inevitablemente, anida en tantos comportamientos de los que somos protagonistas. De manera afortunada, los ejemplos abundan. Y, a modo de energías o sinergias renovables, pueblan de virado optimismo la destemplanza rutinaria que acecha, agazapada, en las respuestas normalizadas de lo cotidiano. Veamos algún caso que, a modo de ejemplo, sustente este buen panorama que, ansiosamente, necesitamos.
Nos damos un paseo por la terminal de llegada de una zona aeroportuaria. O, mejor aún (lo digo, pensando en la proximidad urbana) por una estación ferroviaria. Ese rítmico espacio, para el abandono de un lugar o para la vuelta o llegada al mismo, sirve de núcleo aglutinador tanto para el viajero como para el familiar o amigo al que se vincula. Obviamente, nos gustan menos las despedidas. El adiós supone, por mucho que se le endulce, el sentimiento lesivo de una ruptura. Por el contrario, la llegada abre las puertas a la unión, a la recuperación, a la aventura oxigenada para lo nuevo. Puede haber lágrimas para las despedidas. También, cómo no, cuando se recibe al viajero. Pero en este último caso esas perlas, que deja fluir el alma, no se hallan teñidas de tristeza, sino de una alegría más o menos controlable. Los minutos previos, a la entrada del tren en los andenes, son tensos y nerviosos. Se consulta, una y otra vez, el reloj. Se observa , una y otra vez, los paneles luminosos que ofrecen información de un horario que se percibe, traviesamente, lento en el segundero. Al fin, el potente foco emitido por la máquina que ejerce la fuerza sobre todos los vagones, hermanados en eslabón, nos confirma la proximidad real e inmediata de esa persona a la que, nerviosamente, esperamos. Y con la que deseamos compartir el abrazo, el saludo, o el efecto físico de un cariño con muestras, usualmente, desbordadas por la tensión de la espera. ¿Te has fijado, has analizado, rostros, sentimientos y gestos de aquéllos que se han bajado del vagón viajero, pero también de los que están allí para recibirle? Las imágenes son espectacularmente vibrantes, en la mayoría de los casos. El viajero acelera su paso, cosa que igual hace el familiar, amigo o conocido. Alegría expresa en los semblantes, besos, abrazos (a veces, admirablemente “eternos”, inacabables), saludos estrechándose las manos…. y esas palabras nerviosas que se esfuerzan en contener mucho más de lo que la acústica de las letras significan o soportan. Normalmente se le “arrebata” al viajero parte o todo su equipaje, con el noble afán de ayudarle a que se sienta relajado o ayudado en esos sus primeros pasos por el nuevo destino que, a partir de ahora, le acogerá. Por más o menos tiempo. Las sonrisas permanecen. Los nervios o presión acumulada, se sosiegan. También suelo fijarme en aquél o aquélla a quien nadie le espera. Resulta curiosa y significativa la velocidad que imprime a su desplazamiento, hacia la puerta principal de salida en la estación. Vitalidad y dinamismo, en este rítmico espacio para el trasiego humano que, en las siguientes líneas, se convertirá en una bella historia para la reflexión.
Alex es una persona que mantiene, con admirable vigor, su juventud, a pesar de acercarse a esa media centuria que contempla su trayectoria existencial. Hace ya casi tres años en que tuvo que decir un adiós permanente a una fiel compañera. Celia, era el fundamento de tantos amaneceres que daban sentido a su vida. Doce años de feliz matrimonio truncados, en un organismo agredido, sin solución, por la enfermedad. Sin embargo, además de mucho cariño, supo dejarle, antes de emprender ese viaje con destino inexplicable, una hija, Cristina, ahora a punto de cumplir los nueve años de alegría para cada uno de los días. Alex es un eficiente y responsable mecánico, que siempre ha prestado sus servicios en la misma concesionaria de automóviles. Una prestigiosa marca, de las que lideran el mercado en el sector de la automoción. Además de esa muy dolorosa soledad, que la marcha de Celia le ha dejado, tener que afrontar, prácticamente solo, la formación del tesoro humano que supone su hija ha sido muy complicado. Y no es que Cris sea una chica problemática. Es una niña, en plena etapa escolar de Primaria, que necesita añadir al cariño y autoridad que le proporciona su padre, la dulzura insustituible de una madre. No, no le han resultado fáciles estos últimos años de vida familiar, a pesar de su esfuerzo responsable y generosidad, que han sido verdaderamente encomiables.
Compañeros de trabajo, familiares y amigos le han sugerido, en diversas oportunidades, la necesidad de rehacer su vida. Consejos presididos, sin ninguna duda, por la buena voluntad de quien los emiten. Sobre todo por esa hija, aún en plena edad de la infancia, cuya formación se ve lastrada por una dolorosa ruptura: la pérdida de la que ha sido su madre. Una abuela de la cría y la propia hermana de Alex le han ayudado, en distintas oportunidades. Pero las circunstancias de estas dos personas no les permiten una plena dedicación a las necesidades de una niña de tan corta edad. Sin embargo, con esfuerzo e imaginación, ha ido manteniendo una sana atmósfera familiar. Para ello, también ha contado con la generosa y humana comprensión del encargado de talleres en su empresa, conocedor de los especiales detalles personales que afectan a este buen profesional de la mecánica.
Alex nunca se sintió confiado ante la posibilidad de las redes sociales, en Internet. Pero, en algún fin de semana para la distracción ante el ordenador, echó una ojeada por esas vías de los contactos a través de la red. Llamó su atención alguna que otra historia que conoció en páginas organizadas al efecto relacional. Incluso se animó a escribir algunas líneas a determinadas personas que sintonizaban, relativamente bien, con las complicadas circunstancias que estaba atravesando en su vida. Por supuesto tuvo respuestas a sus correos. Sin embargo, sus dudas acerca de lo que podía haber tras esas líneas, más o menos convincentes, que presidían los e-mails no le facilitaron avanzar por esta vía de la comunicación. En general, los consideró como una simple distracción, sin mayores expectativas para sus deseos. En realidad, tampoco fueron abundantes las respuestas que recibía. No era ajeno de que su sincera manifestación acerca de la existencia de una hija, relativamente pequeña todavía, disuadía a muchas de las destinatarias que habían leído sus correos.
Y así fueron pasando amaneceres y atardeceres, en la hermosa rutina de los días. Y fue un sábado de abril, ya en la madrugada, cuando este buen padre reparó en un correo. Su título ¿Y POR QUÉ, NO? despertó su atención, un tanto adormilada para esas horas en la noche. Leyó, más de una vez, ese texto. Muy bien escrito, parecía sincero y muy humano, en el sentimiento de la remitente.
“Estimado Alex. He leído tus dos correos que, con un intervalo de días, has colgado en la red. Aunque entiendo su escasa concreción, veo, a través de los mismos, el problema de soledad que te afecta. Haces alusión a tu hija. A su corta edad. Y la falta de una madre. Percibo que eres honesto y sincero. Mi situación también es paralela o similar a la que tu sufres. Hace ya seis años, perdí a mi marido en un absurdo accidente. Y sí, tengo una hija de once años. Posiblemente, algo mayor que la tuya. Se llama Carmen ¿Cuál es el nombre de esa hija, que debe ser tu mayor tesoro? No indicas el lugar donde resides… sólo que te sientes muy solo. Yo también sufro ese cruel sentimiento, por la añoranza o la ausencia. Pero hay que superarlo y vivir. Vivir. Te escribo desde una ciudad castellana. Burgos. Me gustaría que, al sentirte animado o con la necesidad de compartir, me escribieras. Marta.”
Estas breves líneas fueron atendidas con una pronta respuesta. Durante las siguientes semanas, la comunicación electrónica entre Marta y Alex continuó. Generalmente lo hacían durante la noche, tras sus respectivas jornadas de trabajo. La curiosidad inicial se fue transformando, por ambas partes, en conocimiento respectivo, serena amistad y en un grato diálogo para necesidades recíprocas. Confidencias, fotos, análisis y comentarios sobre experiencias en la educación de sus hijas, sugerencias y apoyos para esos tiempos de duda que a todos nos acechan…. Entre Málaga y Burgos se había establecido una doble línea de ilusiones, a fin de renovar dos familias lastradas por la soledad. El correo electrónico actuaba como mágico transmisor de un enriquecedor diálogo. Dos buenas personas se necesitaban. ¿El destino las uniría?
En este caso fue la mujer, Marta, la que, afortunadamente, tomó la iniciativa. Disponía de veinte días de vacaciones en agosto (trabajaba como cajera para una gran superficie comercial en la histórica ciudad castellana) y decidió reservar una semana de estancia hotelera en unos apartamentos de la costa fuengiroleña. La ilusión en Alex era manifiesta. Parecía todo un buen cuento de hadas, de esos que siempre acaban bien o abiertos a la sonrisa. Y un anhelado sábado, ferial y con un recio viento de terral en la hoya malagueña, padre e hija observaban con atención los minutos que aún restaban para la llegada del AVE. Procedía de Atocha, con destino a la estación Málaga, María Zambrano, atestada en su cosmopolitismo del alegre trasiego de turistas y equipajes. Siete minutos para las 8, en una tarde aún radiante de cromática luminosidad.
“Papá, la mujer que estamos esperando, me dijiste que se llama Marta y que viene con su hija Carmen ¿va a ser mi nueva mamá?” “Mira, Cristina. Tu mami es la que está allá arriba, tras las estrellas, donde debe haber un cielo para personas tan buenas como ella fue con nosotros. Seguro que desea que tu y yo seamos felices. El tren está a punto de llegar. En él viene una muy buena amiga, acompañada de su hija. Me tienes que ayudar a que Marta y Carmen pasen una semana muy bonita de vacaciones entre nosotros. Después de este encuentro, no sé lo que ocurrirá. Sería estupendo, claro que sí, que pudiéramos, que formáramos una familia. Pero eso solo ocurrirá si, los cuatro, queremos que ello así suceda”.
El panel informativo comenzó a indicar la llegada, vía o andén 2, de un tren repleto, sin duda, de latidos vibrantes para el alma. El sonido de los altavoces confirmaba que “El tren AVE, procedente de Madrid-Atocha, va a realizar su entrada ……” Sería una inteligente, y oportuna, decisión volver a releer, en este preciso y precioso momento, los dos primeros párrafos de este relato. –
José L. Casado Toro (viernes 9 de Marzo, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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