viernes, 2 de marzo de 2012

ACTITUDES Y RESPUESTAS, EN LA PROFUNDIDAD DE LA TARDE.

Diez minutos, para las siete. Es una tarde, algo húmeda, en Primavera. Incluso ha caído alguna llovizna que, con el viento racheado, hace incómoda la estancia en las calles. Julio, auxiliar de clínica en un centro sanitario de la capital y próximo a cumplir con su cuarta década en la vida, entra en una conocida cafetería, ubicada en la renovada zona portuaria malagueña. En una mesa interior divisa, rápidamente, a Gonzalo, funcionario docente, un año más joven que él, con quien ha compartido, desde hace mucho tiempo, una profunda amistad, generada desde las vivencias escolares en la infancia. Se acomoda, un tanto dubitativo, enfrente de su silla. Su interlocutor no levanta la mirada de la taza de café, con una profunda seriedad y tristeza marcada en su rostro. Entre ellos hay unos tensos minutos, en los que no se cruzan palabras para el saludo. El incómodo clima, que ambos generan, es aliviado por la anotación de un camarero que, solícito, atiende al nuevo cliente recién llegado.

“Como ves, he atendido, con prontitud, tu mensaje de esta mañana. Tampoco para mí es fácil estar aquí sentado, delante tuya. Y sé que cualquier palabra que pronuncie, te puede herir aún más en lo que sé estás atravesando”.

De nuevo surge, entre ellos, un largo tiempo sin palabras. La crispación, invisible pero real, se palpa entre la ocre atmósfera que los separa. Al fin, Gonzalo levanta su mirada de la taza, a medio consumir, fijando sus ojos en los de julio. Es una mirada marcada por la tristeza, patética en su semblante. Acumula en sus alforjas cientos de preguntas para las que, difícilmente, habrá respuestas que sosieguen a un ser profundamente atormentado, roto en su físico, pero más aún en lo an ella estuvo en mi vida. . Nunca has sabido que antes de thistoria, para tas. Mi explicacia sus ojos ímico.

“Julio, nos conocemos desde la Primaria. Siempre nos hemos llevado bien. Te consideré ese amigo que se posee, como un tesoro, para toda mi vida. Creo que, aún con errores, fui noble y fiel con tu persona. Eras mi amigo….. mi gran amigo. Y me has destruido, con todo el dolor que no resulta fácil explicar. Te abrí mi hogar, la hospitalidad de mi alma era tuya, y has profanado lo más precioso que una persona puede tener, que puede poseer, en su patrimonio. Mi familia. Mi mujer. La primera y gran razón por la que nos levantamos cada mañana. Aquélla que da sentido a nuestra existencia. Y aquí me tienes…… ¡qué palabra puedo ya utilizar! ……. ¿por qué?..... ¿por qué?”.

Se le queda mirando, con irrefrenable desprecio. Después, baja de nuevo sus ojos y continúa jugando con la cucharilla de un café, ya frío, contagiado de la frialdad afectiva de dos personas que sufren una dolorosa ruptura.

“Vuelvo a decirte lo de antes. Estoy ante ti porque tú me lo has pedido. Pero sé que toda palabra que pronuncie, probablemente, va a ahondar en tus heridas. Mi explicación no te va a convencer. Pero pienso que, ya aquí, debo hablar. Esta historia, para ti dolorosísima, es más larga de lo que piensas. Nunca has sabido que antes de ti, ella estuvo en mi vida. Sé que nunca te lo ha confiado. Porque…. fue una relación, digamos poco edificante para tus esquemas de comportamiento. Alguna vez me has preguntado la causa de mi soltería. Y yo me he ido por las ramas. Mi concepción de la sexualidad es…. digamos un tanto atípica. Hubo una vida, una relación, intermitente, desde hace años, entre ella y yo, muy “desordenada” por utilizar una palabra de color o tono moderado. Y no quiero profundizar más en ese concepto. Ya has pasado bastante. Cuando se hizo “formal” vuestra relación, me pidió que tu nunca llegaras a conocer esa página, escasamente elogiable, en su juventud y más allá de sus años escolares. Yo le prometí mi silencio y, hasta este preciso momento, lo he cumplido”.

“¡Vaya pareja ejemplar que formabais! ¡Lo que os habréis reído a mis espaldas! ¿No os da vergüenza? ¿No sientes nada? Me dais……”. Son palabras, pronunciadas en una tonalidad descendente, pero que incrementan la acústica ética del desprecio. Continúa Julio con su difícil explicación, tras tomar un breve sorbo de su infusión.

“Hace ya meses, más o menos medio año, volvimos a las andadas. Su paro laboral en el hospital, incrementó el tiempo disponible. Mucho tiempo libre. Sin hijos y aburrida de otros quehaceres u objetivos. Lo nuestro pues…. renació. Lo tomamos como un juego y ya ves. Ni el uno, ni el otro. Los dos. Ambos quisimos y sentimos esa pasión, que nos hacía, pensábamos, más jóvenes. La tempestad volvió a nuestras vidas y pasiones. Todo muy complicado, porque tu no te podías enterar. Hasta que, hace unas semanas, Almu me confesó que había perdido, totalmente, su afecto o cariño hacia ti. Es muy duro escuchar esto, Gonzalo. Pero….. es así. Sé que es una cruel puñalada la que te dado. He traicionado tu fe y tu amistad. Pero yo la necesito cada día más. Y es que estamos en la misma sintonía de “valores”, gustos y comportamientos. Al menos, me tranquiliza que no hayáis tenido descendencia. Esta realidad, no incrementa, no degrada la herida en esa tu familia que he roto. Que se ha roto”.

Julio, con esa mezcla de preocupación y desahogo, por todo lo que acaba de confesar, no ha vuelto a llevar la taza de café a su boca. Se deja reposar en el asiento que le cobija y, también, baja sus ojos, sin saber qué más añadir. Y, en ese instante, sucede lo dramáticamente previsible, producto de todo un climax de presión acumulada. En los ojos de Gonzalo brotan las primeras lágrimas. A pocos segundos, el llanto de una persona que ve fracturarse tantos cimientos es manifiesto. Los segundos transcurren con una exasperante lentitud, en ácrata desarmonía con el tiempo. Por fin, unas palabras inesperadas se atreven a romper el silencio.

“Cuídala. A pesar de la horrenda situación en que ha dejado mi vida, te confieso que yo he querido, he amado mucho a esta mujer. Y tanto daño no puede borrar la verdad del que ha sido mi sentimiento hacia ella. Aunque te extrañe, por más que dudes en creerme, no le deseo mal. Y sí, es paradójico, le estoy pidiendo al causante básico de mi desconsuelo que reconduzca lo bueno que aún debe haber, en ese frío coraz﷽﷽﷽﷽﷽..infusicorazón, hacia lo mejor que toda persona merece. Yo no sé si voy a poder. Pero tengo que levantarme, en medio de tanta indignidad, si pretendo vivir, si tengo que alcanzar y relanzar el orden y la paz en mi existencia. Entre tú y yo, eso es lo que te quería decir esta tarde, ya no queda nada. Absolutamente, nada. Pero no me debes negar, esto que te estoy rogando. Cambiad. Cambiad, los dos. Dejad de hacer tanto mal. La responsabilidad y el amor…. existen. Hacedles un hueco en vuestra vida. Nunca más quiero estar cerca de ella. Nuestros abogados lo tendrán fácil. Al menos, por mi parte. Y tú, no le hagas daño. Ayúdala a mejorar. A ser mejor persona. Así, también te ayudarás a ti. Y ahora, es mejor que nos vayamos, cada uno por lados diferentes, en estas calles adormecidas. Al fin, tu yo nos hemos conocido…. de verdad”.

Julio no pudo articular palabra alguna. Se había quedado inmovilizado, mudo en sus reacciones. Se sentía íntimamente avergonzado, por la lección que una buena persona le había dado en aquella tarde para olvidar. Vio como Gonzalo resolvía con el camarero las consumiciones y abandonaba, sin mirarle, el local. Ese café que había servido de escuela adulta para impartir algo de racionalidad y un mucho de amor y responsabilidad.

Deambuló por muchos de los itinerarios que conforman el laberinto urbano de la ciudad. Necesitaba recuperar algo de oxígeno ético que su comportamiento, ante el fiel amigo de la infancia, le había hecho perder, de manera irreversible, para el devenir del calendario. Traicionar, engañar y romper la confianza de Gonzalo no podía por menos que avergonzarle, a pesar de su renovada atracción por una mujer que compartía la sintonía de esa vinculación afectiva. Se repetía, una y otra vez “las cosas son así”. Pasan y nunca sabemos por qué o cómo. Pero, hacerle esta faena a un amigo de siempre, degrada la más potente o ficticia autoestima. El amor, el sexo o lo que fuera, por esa mujer, había sido más fuerte que la aconsejable honestidad moral ante un amigo de toda la vida. Llegó a casa, pasadas las once. Allí le esperaba Almu, bastante inquieta por la tardanza. Pero su móvil se había quedado sin la carga necesaria para atender las repetidas llamadas que ella le había enviado.

No sabes la tardecita que acabo de tener. He pasado, ante Gonzalo, por momentos de pena, vergüenza, cobardía, humillación e incluso angustia, por ver a un amigo destruido y hundido por nuestro comportamiento. Por mi egoísmo. Me he quedado sin argumentos, para responderle o consolarle. Al final, no me salían las palabras. No sabía ya qué decirle. Menudo trance. Y, con su admirable respuesta final, especialmente contigo, hacia ti, me ha hecho sentirme el hombre más miserable del mundo. ¡Vaya trago, Almudena! Verle llorar, como un niño desvalido, ha sido terrible…..”

“Mira, Julio, lo nuestro tiene que estar por encima de esa posturita que te habrá escenificado. Yo sé, realmente, como es. Un hombre débil, especialmente cuando tiene que afrontar las realidades que nos trae la vida. Después de siete años de matrimonio, lo nuestro había dejado de funcionar. Siempre con su tabarra por los hijos…. Pero yo no me sentía con ganas, o si quieres madura, para ejercer como madre, a pesar que no soy una chiquilla. Cada día me decía menos, o sentía menos, el estar a su lado. No es que fuera aburrimiento, exactamente. Era vacío. Como sentirme unida a una persona, cada vez más extraña. Y para colmo, tú allí tan cerca, en esas noches de guardia en el hospital. Empezó como un juego y ni tu ni yo pudimos dominar o controlar lo evidente. Nuestra atracción era, y es, recíproca. Que este personaje no nos amargue la noche. Ha hecho su papelito y ha querido quedar como un gran señor. ¡Que le vayan dando! Tú eres mi única ilusión. Este individuo, para mí, ya es historia. Por cierto ¿qué quieres que te haga de cenar? Tengo en el frigorífico unos boquerones, que estaban muy frescos esta mañana en el Mercadona. Y mañana tenemos que madrugar. Cariño, nos iremos pronto ¿verdad? a la cama”.

José L. Casado Toro (viernes 2 de Marzo, 2012)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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