Raúl e Inma son compañeros de trabajo en el mismo negociado de la Tesorería General de la Seguridad Social, ubicado en una delegación provincial del Sur andaluz. Ambos forman parte de la misma generación sociológica, aunque ella supera en cuatro anualidades los treinta y tres años de aquél. En la vorágine administrativa de cada día, apenas les queda tiempo para intercambiar los educados saludos de convivencia y algunos comentarios sobre las noticias de mayor impacto, aparecidas en los media de toda naturaleza. Ciertamente, el conocimiento recíproco, entre los cuatro miembros de ese departamento, es más bien de tipo superficial. Sólo el apetecible tiempo del desayuno hace posible el intercambio de mayores intimidades pero, desde hace un par de meses, las exigencias de la atención a un público, cada vez más numeroso, ha generado la norma de salir a las cafeterías de la zona sólo de uno en uno. Así que, entre las nueve y las once, nuestros dos personajes han de repartirse esos minutos, reparadores para el descanso, con Lucía y Fati, sus compañeras de negociado, en la planta baja del edificio administrativo que les acoge.
Raúl, hijo único de padres labradores, hizo un ciclo formativo en el Instituto de su bella localidad, por la comarca rondeña. Ganó unas competidas oposiciones, en tiempos para la bonanza. Ello le permitió trasladarse a la capital para desempeñar su funcionariado en estas oficinas, donde permanece en la actualidad desde hace un par de lustros. Aún sigue con sus pagos de la hipoteca, para un piso de nueva construcción en la zona occidental del nuevo paseo frente al mar. Su físico es muy normalizado, sin detalles destacables para la diferencia, mientras refleja un carácter algo reservado para la sociabilidad y el protagonismo laboral o vecinal. Cinéfilo, lector y coleccionista de objetos y piezas curiosas, mientras su amplio tiempo libre lo completa con la práctica de la natación y los paseos por los senderos que ordenan la naturaleza. Ha superado ya su tercera década, careciendo de suerte u oportunidad para consolidar una relación estable en lo afectivo. Hace unos años salió con una chica, residente en un bloque cercano a su domicilio, pero ambos decidieron dejarlo, tras un par de meses, por falta de sintonía recíproca para mayores objetivos. Hoy le vemos como un solitario viajero en lo urbano, que asume su individualidad sin pareja, para el discurrir de los días. A medida que acumula números en el calendario de su almanaque, le resulta cada vez más incómoda e insustancial esta vida en la que no existe una proyección para el hoy o el mañana. Cada vez visita menos a sus padres en el pueblo, refugiándose en sus obligaciones laborales y en los lúcidos hábitos para el ocio. Por su situación, en realidad es la de muchos, se siente un fracasado en esto de la normalidad familiar. Al igual que esos otros, no encuentra fórmula adecuada que le posibilite una estabilidad o equilibrio en esa carencia afectiva que le limita y, no pocas veces, le entristece.
Inma vive junto a su madre, viuda desde hace ya doce años. Cariñosa y entregada a sus dos pequeños sobrinos, los hijos de su hermana Yoli, felizmente casada con un técnico electrónico agradable y muy trabajador. Su físico no le ayudó, en esos años de juventud, para el establecimiento de pareja, aunque su carácter siempre ha destacado por el afecto y la bondad hacia los demás. Le duele, aunque acepta, su soltería. Está ya cerca de su cuarta década para la vida y sufre la carencia de lo maternal. Sentimiento que trata de compensar con el apoyo que presta a su hermana, en el cuidado de sus dos niños pequeños, simpáticos y dinámicos hasta el agotamiento. Mantiene una aceptable relación con varias amigas del colegio, aunque sólo en algunas ocasiones, cada vez más distanciadas, logran reunirse, pues todas ellas tienen sus familias, con las obligaciones y necesidades propias de sus trabajos y la educación de los hijos. Choca, en numerosas discrepancias, con su madre, persona que con los años ha potenciado sus egoísmos y exigencias para el trato cotidiano. En alguna ocasión ha pensado en romper con lo que sufre como atadura personal, comprando o alquilando una vivienda que le permita vivir sola, abandonando esa dependencia maternal. Pero la conciencia de sus deberes hacia quien le ha dado la vida, y la indecisión de su propio carácter, no le han favorecido en ese paso decisivo hacia su autonomía e individualidad cotidiana. No se siente feliz con esta ubicación en la existencia, que el destino le está deparando.
“Raúl, mi madre se ha ido con su grupo parroquial a Tierra Santa. Esta Nochebuena yo tendría que ir a casa de mi hermana, como cada uno de los años para la costumbre. ¿Te haría ilusión que cenáramos juntos esa noche en mi casa? Te escuché comentar que no pensabas irte al pueblo en estas vacaciones”. A Inma le ha subido la sangre a su rostro, palpitándole el ritmo cardiaco al pronunciar todas estas palabras. Su amistad con el compañero de trabajo es cordial, pero algo superficial para la intimidad. Ha sido uno de esos prontos que surgen en nuestras decisiones, de manera espontánea e imprevisible, lo que le ha movido a dar ese gran paso para lo diferente. Se ha sentido valiente, pero temerosa al tiempo. ¿Qué pensará, cómo responderá, este compañero, que me mira entre asombrado y dubitativo? ¿Cómo he tenido el valor de dar este paso, casi sin pensarlo? El reloj marca las dos y treinta y cinco. La tarde ofrece una faz luminosa, cromada para lo inusual, en diciembre. Ambos caminan despacio por la acera que rodea al edificio administrativo, tras cumplir fielmente su horario de trabajo.
La hermana de Inma mostró extrañeza y enfado, cuando le confió su decisión. Su madre, rodeada de devotas viajeras en el camino sacral de los espacios bíblicos, al enterarse de la opción adoptada por su hija para la Noche del veinticuatro, hizo ese comentario que navega entre los calificativos críticos y la despreocupación. Afortunadamente, Raúl no quiso desaprovechar esa simpática y bondadosa oportunidad, ofertada por una mujer a la que siempre había percibido en la distancia de la proximidad. Tan cerca, junto a su mesa de trabajo, pero tan lejos en la sutil confianza para la verdadera amistad.
Y fue una Noche ilusionada, en que la sencillez y el calor del afecto hizo justicia a ese apelativo bondadoso, como desde lo inmemorial se la viene denominando. Llegó puntual, a ese vetusto edificio del centro histórico, por un camino sembrado de luces de bajo consumo, con esas lámparas LED que asimilan su cromatismo plástico al frío de la madrugada. Los puestecillos del Parque aún resisten el horario de su apertura, ya que aspiran a vender esos regalos de última hora, camino de la Navidad. Las pantallas de los cines se han quedado con una blanca mudez, para que sus “mágicos” hacedores puedan reunirse en la intimidad con sus familias. Policías, bomberos y sanidad, han establecido los turnos correspondientes a fin de atender, con responsabilidad, la demanda de esa inoportuna necesidad. No cae nieve desde el cielo, como en los cuentos e historias tradicionales…. esas narraciones que alegran todas las infancias en esos niños pequeños o niños mayores, almas sedientas en el sentimiento para cualquier edad. Y en las mesas, bien iluminadas para la Noche, florecen golosos alimentos, frágiles sonrisas y alegres villancicos, con algún suspiro en el recuerdo, para ése que viajó hace mucho o escaso tiempo a un lugar donde brillan las estrellas, reina el verdor de los bosques o susurra con ritmo acompasado el oleaje del mar. En el recuerdo, lo tenemos presente, también invitado a nuestra mesa, allá desde la distancia en la inmensidad.
Fue una Noche ilusionada en la que Inma y Raúl compartieron sus soledades, sus anhelos y sonrisas, las palabras y la necesidad. Al principio, un tanto torpes en los nervios para la travesura pero, al rato, con la confianza como arma vinculante para dos seres que ansían el calor, el afecto y el sosiego, que el brillo de sus ojos vibrantes difícilmente puede disimular. Él, llevó unas flores de esas rojas para la temporada, unos dulces de Mira y una botella de tinto Rioja, para el detalle que siempre agrada aportar. Ella, se sintió halagada y acompañada, en esas noches de luces y villancicos, donde la unión de las personas pone candor a las horas que marcan con exactitud nuestro caminar. Hablaron y hablaron, rieron e intimaron en la Noche, esa que una vez al Año, y durante todos los calendarios, precede al mágico Día de la Navidad. “Qué casita más acogedora tienes, Inma. Todo tan ordenado y con tan buen gusto. Y, desde este balcón, incluso puedes ver esa torre bien iluminada de nuestra Catedral. ¿Siempre habéis vivido aquí? Tengo que enseñarte mi piso. No está tan bien arreglado como el tuyo. Pero te mostraré mis colecciones, mis aficiones, mis “juguetes” como yo les llamo. Ah, una linda visión. Esa que te regala el azul del agua desde el horizonte. La playa y el mar”.
Amaneció muy tarde ¿o pronto? para ellos. ¡Qué más da el tiempo y las horas, cuando te tranquiliza y alimenta el candor de la serenidad! Entendieron, en esa buena Noche entre todas las madrugadas, que el destino había llamado a sus almas, a sus cuerpos y al oasis de los sentimientos. El arbolito navideño aún hacía crispar sus colores iluminados. Ese radiador de aceite templaba el despertar de una húmeda mañana. Aún adormilados, Raúl observaba el frágil, en la ternura, cuerpo de Inma. Ella, con los ojos entornados pero vibrantes los latidos, gozaba del afecto que irradiaba y percibía en la ilusión de su proximidad. Unos jóvenes en la calle cerraban la Noche. Trataban de cantar un villancico, modulado con esa entonación etílica que ofrecen las fiestas inacabadas. Comenzaba el amanecer, tras un cielo medio nublado. También el alba sonreía en Inma y Raúl, dos seres que un veinticuatro en diciembre iniciaron ese camino que conduce a la esperanza de su Navidad -
José L. Casado Toro (viernes 23 diciembre 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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