Confieso que me impresionó ver hoy su imagen, descuidada hasta el desequilibrio. Estaba habituado a reconocerle bajando del coche oficial, llevando su elegante maletín, en piel negra de alto ejecutivo, además de una amplia carpeta con dosieres a resolver. Irradiaba, en esos sus buenos momentos, seguridad y eficacia para la gestión. Solía vestir (las más de las veces) ese traje de alpaca bien planchada, de atractivo color azul celeste, camisa de marca italiana, coloreada de un crema rosáceo apagado, que jugaba muy bien con el resto del vestuario. Nunca le sobraba una elegante corbata azul, con pequeños retazos en rojo que alegraban su fresca y ágil tonalidad. Los zapatos solían ser de piel negra, con puntera a la inglesa, permitiéndole, sus generosas suelas y tacones, elevar algún centímetro la reducida esbeltez de su oronda figura (pantalones para una cintura del cincuenta y tantos, en la talla). Admiraba su habilidoso peinado, toda una artesanía para la labor, en orden a disimular una, cada vez más, tonsurada cabeza, por el insolidario y cruel abandono de esos cabellos que pueblan la epidermis superior. Es decir, una calvicie bien llevada, para una alopecia prematura. En cuanto a su edad, la situaría muy próxima de la cuarta, seguro que ya inaugurada, década existencial.
Decía Persona que está sufriendo una profunda depresión en el ánimo, por esa oleada imprevisible de la cresta y valle en el protagonismo político. De haber sido alto cargo local, perteneciente a una de las Consejerías del Gobierno regional, ha pasado a ser simple militante de base, por las alternancias y caprichos del voto en las urnas. Unos saben sobrellevar mejor su nuevos roles en la ubicación social. Otros, por el contrario, se hunden en el marasmo de la inutilidad. Degradan su imagen hasta la enfermedad, incidiendo su declive no sólo en ellos, sino también afectando a la estabilidad de sus familias. Y es que ese cambio regresivo no resulta fácil de sobrellevar. La interpretación que se realiza desde la cima del poder, aunque sea provincial o local, contrasta la figura postergada, y derribada, por esos crudos momentos en los que se desaparece del protagonismo político y social. Entras a formar parte, sin el mayor remedio, en ese populoso club del anonimato angustiado para el olvido.
Recién terminada su diplomatura en Empresariales, había tentado por diversos caladeros laborales sin especial suerte en la respuesta. Pero, de la noche a la mañana, se le abrió el halo “mágico” de la oportunidad. Se afilia al grupo correspondiente de la progresía, inducido por dos amigos compañeros de facultad. Y allí comenzó su medro para la escalada. Por de pronto, el milagro laboral llega en las listas para la docencia. El maná providencial de profesor contratado, para una larga sustitución por el Valle del Guadalhorce, de cómodo acceso para la capital, donde aún vivía en un viejo, pero confortable, piso junto a sus padres. Recorrió otros Institutos, en las comarcas malagueñas, al tiempo que iba avanzando en la consideración que le deparaba la actual dirección provincial de su partido. Próximo ya a la treintena, abandonó no sólo las tizas y las verdes pizarras, en esas aulas para la esperanza formativa, sino también su soltería, casándose por la Iglesia con Esther, a la que había conocido en las aburridas sesiones de los comités asamblearios para la militancia. Los compañeros le fueron colocando, como cargo de confianza, en organizaciones públicas de cualificada rentabilidad para quien las ejerce. Bien retribuidas y muy flexibles en la disponibilidad temporal. Sus padres se fueron a vivir a un pequeño apartamento en la costa, mirando y disfrutando de ese mar que refleja el sol en sus aguas. Mientras, Gonzalo, va acomodando su vetusto piso de toda la vida, en el corazón antiguo de la ciudad, para esos hijos que cíclicamente llegan, alegrando la muy ocupada actividad de sus padres. Él, en esa Delegación Provincial de Agricultura y Pesca, que le posibilita tener la tarde libre para su “ingenierías” en la militancia, a partir de las 14,30. Ella, profesora contratada de Educación Infantil, en la zona oeste universitaria, sabe también organizar su tiempo libre a fin de colaborar, a pesar de sus dos hijos pequeños, en las estructuras organizativas de su vínculo partidario.
Hasta llegar a la gloriosamente feliz designación administrativa, como delegado provincial, tuvo que recorrer un largo camino, con estaciones bien programadas en sus objetivos de protagonismo. Parcelas, en esa sinuosa y hábil trayectoria para el poder, teñidas de un heterogéneo colorido, en los pinceles simbólicos y materiales de la acuarela. Aplicó todo tipo de sacrificios, a fin de cuidar y potenciar su imagen ante los poderes del partido y la consideración de la calle. Horas frustradas de gimnasio, ante un “michelín” incompatible con el buen yantar para su boca. Alegres clases de sevillanas, en esa academia perchelera dirigida por Rosario, a fin de modelar el palmeo y el movimiento de brazos y demás articulaciones. Toda una visión esperpéntica, para una figura abandonada para la gracia y el salero fino en el arte. Hubo ortodoncia, de alto calibre en lo económico, buscando cautivar con esas sonrisas que se siembran y labran en el agro social de los votos. También participó en el entorno, atrayente y popular, de las peñas. Había que hacer amigos, darse a conocer, participar en todo evento que ayudara a difundir su foto y las letras difusoras para su nombre. Aunque bautizado y casado por la vicaría, era de esos agnósticos prácticos en las ceremonias y otras exigencias místicas, trabajadas puntualmente por la clerecía. Sin embargo, el poder cofrade tiene mucha mano, en importancia, para el protagonismo social. Total, que fue uno de esos conversos para el lirismo de la saeta, quinarios y la túnica aterciopelada del capirote, con olor a romero, redobles de tambor y cera en el pavimento. Incluso, sin ser un fanático de las paellas y el folklórico jolgorio de barriada, tuvo su foto castiza, trabajando (camisa blanca arremangada) la paleta en esa gran paellera popular para el guinness de la imagen.
Sí, fue un camino esforzado y premeditado que tuvo su fruto. Premio para su designación, en una remodelación gubernamental de las delegaciones provinciales, hace ya cuatro años. Llegó su momento cumbre en la política, desde esa jefatura técnica que decide y manda en toda una provincia. Despacho, en todo lo alto del edificio, desde el que se contempla esa paz azul y blanco de nuestra bahía. Coche oficial en la puerta, aderezado con todos los mecanismos de vanguardia para la telecomunicación. Sueldo de alto ejecutivo, por su directiva dedicación. Minutos en las televisiones y radios locales, alternados con páginas preferentes en los media diarios de la ciudad. Buen y estratégico lugar, reservado en las conmemoraciones oficiales, bajo el ondular de la bandera y los himnos emocionales al uso. Fueron tres años y pico, en los que gozó el éxtasis del poder, sin considerar la pequeña, banal y engañosa gloria que conlleva, tras el deslumbrón cromado de las bambalinas de la irrealidad.
Hoy, los votos le han sido adversos. Me refiero a su organización partidaria y, como correlación, a todos aquellos que tan bien han vivido la etapa cíclica de su poder. Ese castillo de naipes, esa montaña con pilares de arcilla y cumbres metálicas, se ha derrumbado. Lo suyo era un puesto de confianza. Designado, bajo el dedo fraternal de la jefatura. Y ahora ya no tienen de quien recibirla, pues son otras siglas, otras personas, otros poderes, los que acomodan a sus adláteres en la ideología, en el oportunismo y en el medro de la ambición. Y esa caída no ha sabido preverla, programarla, asimilarla. Del ilustrísimo, ha pasado a ser sólo Gonzalo. Y es que al perderse casi todo el organigrama jerarquizado del poder, no hay nada para ofrecerle. No quedan piezas atrayentes para los demás. Lógicamente, tampoco para él. El vaivén de la política ha sembrado de indigencia, los apetecibles acomodos y las suculentas prebendas para casi todos los de su color y anagrama. La fría crudeza de la realidad. “Tú puedes volver al Instituto. Aunque no tienes oposiciones, vas a tener acomodo en las listas para una buena sustitución. Te van a valorar los servicios prestados a la Administración”. Pero eso de volver a la tiza y a las visitas de padres, a los rígidos horarios y programaciones del papeleo, a las reuniones y memorias obligatorias, a la vitalidad desbordante e inacabable de los centros escolares, para sus acomodados hábitos laborales del cuatrienio, le resulta muy difícil de sobrellevar. ¡Todo un Ilmo. Sr. Delegado, explicando organización económica, en bachillerato, o llevando la tutoría para un segundo de la ESO! Lo que sería un honor para muchos, Gonzalo lo soporta y sufre como un drástico retroceso en su protagonismo vital. Incluso aquella nueva compañera, para sus momentos de euforia, le ha dejado por otros objetivos más interesantes en su necesidad. Y su ex no quiere volver a abrirle las puertas, en estos tiempos para la humildad. Camina desorientado y desgarbado por calles y plazuelas, con la mirada imprecisa y somnolienta, bajo los efectos de la medicación. Hoy me lo he cruzado por el puente legionario. Observé su demacrado rostro y sus andares perdidos. Reflexioné sobre cumbres y valles, sobre cielos y campiñas. Tierra, agua, fuego y aire. Aún queda la vida. Permanece, en flor, la esperanza.-
José L. Casado Toro (viernes 9 diciembre 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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