Es aconsejable repetir el visionado de las grandes películas. EL ÁRBOL DE LA VIDA es uno de esos materiales fílmicos que hay que volverlos a disfrutar, a fin de avanzar en su mejor comprensión. Este gran trabajo, que hoy disfrutamos en nuestra cartelera, se halla ya inscrito, con legítimo derecho, entre las páginas selectas del Gran Cine. Sin embargo, su contenido argumental, junto a su estructura formal, no resultan fáciles de asimilar para aquel espectador que, normalmente, acude a una sala de proyección con el único afán de distraer su mente, durante un rato en la tarde. Estamos ante una cinta muy complicada, ya que toda ella es un sugerente ensayo abierto de filosofía. Pero ¿por qué el amante del buen cine debe ver, más de una vez, este primoroso ejercicio de dirección? La respuesta es bien fácil: para gozar de su estética y mensajes, implícitos o manifiestos. También, para intentar descubrirla y entenderla mejor.
Llega a nuestras pantallas con excelentes referencias. Le han concedido, un premio de gran prestigio: la Palma de Oro, en el último Festival de Cannes. Su director, el tejano Terrence MALIK (1943) en casi cuarenta años sólo ha elaborado cinco películas. Y en éste, su último film, ha volcado y demostrado la maestría inequívoca que atesora para el arte. Para modelar ese arte que luce a través de la gran pantalla. Cierto es, también, que hemos leído críticas revestidas de una notable dureza. Comentarios que nos hacen dudar a la hora de pasar por taquilla, pues nos avisan y aconsejan evitar la tentación de sentarnos en una butaca a contemplarla y a “sufrirla”. Desde aquéllos que te dicen “no he entendido nada” “menudo tostón o tomadura de pelo” “es indigerible” hasta esas informaciones que nos comentan el gesto de algunas salas para colocar un cartel, junto a la taquilla, explicando que no es una película usual para los hábitos de los espectadores. Incluso algunos cines han permitido que aquéllos, tras un rato en la sala, puedan cambiarse a otra (más llevadera para sus gustos) si no resisten el metraje conceptual y visual expuesto por Malik. Hasta ahí se ha llegado, a fin de disuadirnos o prepararnos en dar ese paso voluntario para su visionado. Pero es que hay que estar predispuesto, muy motivado e interesado, para asistir a un espectáculo como el que posibilita este gran trabajo de autor. En definitiva, que te guste mucho el cine. Que seas un cinéfilo de carácter, como afición prioritaria.
¿Cómo podemos sintetizar los 141 minutos de este drama (entrenado en USA hace ahora unos cuatro meses)? Se trata de la continua reflexión íntima, plástica y conceptual, que hace el director sobre el origen del mundo, sobre el sentido de la existencia terrenal, los por qués acerca del dolor y la muerte, el preciado valor de la familia, el apoyo vivencial y esperanzado que encontramos en la naturaleza y, por supuesto, en lo trascendental, el sentido de lo divino. La influencia de Dios en nuestras vidas. Esas preguntas al cielo, esas dudas tan difíciles de resolver que, ante las desgracias cotidianas, van a quedar sin respuesta y que cimbrean, sin misericordia, los sólidos fundamentos de nuestra fe.
Veamos. Malik centra estas inquietudes y realidades, en el seno de una familia de tipo medio, católica practicante, residente en el centro oeste americano. Los miembros que integran la misma viven en un pueblecito de Texas. El padre, Sr. O´Brien (Brad Pitt) concibe la educación y el trabajo con los instrumentos y criterios de la severidad y la rigidez. Asume el papel del “dios” justiciero. La madre, Sra. O´Brien, de carácter cariñoso y afectivo, sirve de contrapunto temperamental a su esposo, en la educación aplicada para sus tres hijos varones. Éstos encuentran en ella comprensión, cariño, flexibilidad, paciencia y alegría, para sus jóvenes corazones. Representaría, en el hogar familiar, la imagen del “dios” amor. En un día aciago, todos ellos sufren el desesperante amargor de la tragedia, al perder para la vida a uno de los hermanos.
Gran parte de la narración (hay casi una permanente voz en off del hijo mayor, Jack) se ve influenciada por el prisma subjetivo de la cada vez más acerada mirada que este niño realiza. Necesita, pero odia a su vez, a un padre que no admite que sus hijos le llamen papá. Les exige la expresión de “padre” o “Sr”. Un progenitor que concibe la dureza y la severidad como los instrumentos adecuados para que sus hijos puedan enfrentarse, con alguna posibilidad de éxito, a un mundo cruelmente competitivo, en el que la bondad y el carácter atemperado supone una muestra, errónea e ineficaz, de debilidad.
Aparecen en la trama preguntas, decisivas preguntas, que el ser humano se hace, en la orfandad de los días, mirando al dios de los cielos. ¿Cómo es posible que cumpliendo rectamente sus preceptos y obligaciones, la divinidad no nos proteja del mal y el dolor? ¿Cómo permite esa terrible desesperación en unos padres que pierden a su hijo, de tan sólo diecinueve años? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el dolor? ¿Por qué la muerte? Ya es significativo que la película comience con un versículo del Libro de Job: Dios manda moscas a heridas que debería curar. Jack ve a su padre como ese dios injusto, al que le gustaría y necesitaria ver morir (analicen una silenciosa, pero ilustrativa, escena que resalta la actitud y fría mirada del crío, cuando su padre está tendido en el suelo bajo su automóvil, al que repara. Si ese gato elevador fallara, el peso del vehículo aplastaría, de una vez, al motivo de su desazón) ¿Por qué hemos de ser buenos, si él no lo es con nosotros? Preguntas que se quedan en el aire de la conciencia, sin respuesta, ante una bella naturaleza que ejerce de referente y fundamento nivelador a la inseguridad de lo humano.
De forma intermitente, se nos aparece la figura de Jack ya en edad adulta (Sean Penn), siempre perdido y desorientado en medio de un caos o “mar” urbano, donde no se ha dejado entrar a la naturaleza. Esos brillantes rascacielos, llenos de metal y cristal, son la pobre respuesta humana que ha perdido el auxilio próximo que la podría salvar en su desconsuelo: el sustento acogedor de lo natural. La naturaleza, como ente liberador y purificador para la Humanidad.
Las interpretaciones de Brad Pitt y Jessica Chastain, prototipos de la firme disciplina y la dulzura en el amor, respectivamente, son muy convincentes. A pesar de que Pitt no tiene un rostro que muestre el estereotipo de dureza y rigidez que desea asumir ante sus hijos. Ante su propia esposa. Y ante sí mismo. El papel de Penn está desvitalizado por su escasa presencia en escena. ¿A cuántos minutos habría llegado el tiempo narrativo, si se le hubiera dado más participación en el montaje de la obra? El propio Sean ha confesado en alguna entrevista que aún no tiene realmente claro su papel en la película. Ni el propio director llegó a aclarárselo. Personalmente me impresiona, por encima de todos los intérpretes, el Jack niño. Su comportamiento escénico, la mímica subliminal con que nos habla, esa mirada triste en unos ojos temerosos y rencorosos, ante un padre del que necesita amor y sólo encuentra en él disciplina y autoridad….. Sin embargo, este padre entiende y asume el amor a sus hijos con esa peculiar y fría dureza de carácter.
La fotografía, acompañada de unas sensibles, y a la vez crudas, partituras musicales (Alexandre Desplat. París, 1961) que cautivan y motivan nuestra atención, es ciertamente espectacular. La visión cósmica de la creación del mundo y la generación de la vida te dejan boquiabierto. Por su belleza, por su colorido y por la tensión y vibración que transmiten. Los mágicos parajes naturales, sobre los que sobrevolamos, nos permiten apreciar esa solución, terapéutica y milagrosa, que posee el ser humano para sus carencias e incertidumbres. En la naturaleza pueden encontrarse fundamentos reales para la felicidad. Y ese amor, que subyace y hallamos en la pureza de lo natural, nos puede mostrar el camino para comprender los designios de un dios, sustentado en el mudo racionalismo de la fe. Dios, padre y justiciero a la vez. En la escena final, la naturaleza vuelve a protagonizar el tránsito hacia el cielo. En este caso, se trata de una playa de amplia plataforma continental, por donde deambulan cientos de personas anónimas, a modo de preámbulo para la búsqueda ansiada del sosiego divino, en el entorno próximo de lo humano.
Es una película bella y difícil. Dura y sensible. Triste y alegre, al tiempo. Proyectada en un formato digital sin un solo fallo, este ensayo sobre lo humano y lo divino, sobre el dolor y la felicidad, sobre la familia y la naturaleza…. es una cuidada lección de filosofía que se presta a múltiples interpretaciones subjetivas. Cada espectador va a encontrar en ella elementos y matices contrastados, para su lectura visual y conceptual. Toda ella se presta, con generosidad, a un enriquecedor ejercicio reflexivo sobre la vida, la muerte, el dolor y el amor. Y allá, en el universo cósmico, el significado individual y colectivo de la divinidad. Es una película para trabajarla intelectiva, sensorial y sentimentalmente. Un canto a la realidad, pleno de lirismo, en la búsqueda ansiada de los porqués que nublan y enturbian nuestra existencia. Sólo el amor, sólo la naturaleza, puede dar sentido, auxilio y esperanza, a tanta sinrazón.-
José L. Casado Toro (viernes 14 octubre 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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