No hace muchos días, tuve oportunidad de dialogar durante unos minutos con dos profesionales del sector bancario. Ante mí, tras sus respectivas mesas de trabajo, la interventora de una importante Caja de Ahorros y la subdirectora de un banco, entidad que, al igual que la primera, se halla en un dulce momento para su expansión y estabilidad. La posición de ambas empresas se ve consolidada por recientes, y exitosos, procesos de fusiones en el críptico mundo de las finanzas. Escuchaba con atención a mis dos jóvenes interlocutoras y, en un momento de ese breve diálogo, en el que ambas aludían a los momentos difíciles por los que atraviesa éste y otros muchos países, no pude por menos que decirles esa frase que viaja por la senda de nuestro raciocinio ¿Qué culpa tenemos los ciudadanos de todas las sociedades que se ven amenazadas por la quiebra o el bloqueo económico? La persona corriente trabaja, siempre que puede. Paga normalmente sus impuestos, cada día más gravosos para sus bolsillos. Y a cambio sólo recibe preocupantes noticias y decisiones imperativas de las autoridades que rigen sus países. En ocasiones, esas “malas” noticias van revestidas de nuevas amenazas, materializadas en nuevas carencias que repercuten, de manera inevitable, en las prestaciones del “Estado del bienestar”. Recortes por aquí y por allá, que van llegando, y perjudicando con su pérdida, a todas las plataformas sociales. Pero, muy especialmente, a los grupos más desfavorecidos y deprimidos en la escala social. Restricción profunda en las inversiones, congelación o disminución en los sueldos, supresión en las pagas extraordinarias, retroceso en la prestación de los servicios públicos…. y así un largo etc escasamente alentador para el ánimo del contribuyente.
Algo que es evidente. El ciudadano de “a pie” no tiene por qué ser un experto en economía. La persona corriente no tiene por qué adoptar decisiones políticas. Todo lo más, emite su voto en las urnas, cuando se lo solicitan. Son otros, los políticos y los técnicos económicos los que tienen que buscar y dar soluciones a esta situación de letargo y bloqueo a que se ven sometidas la mayor parte de las regiones que pueblan nuestro Planeta. Cuando estas trabajadoras en el ámbito financiero me hablaban del Ibex, de la “prima de riesgo”, del pasivo y del activo, del Euribor, del crédito y del descubierto, del TAE y del nominal, del déficit del PIB, de las calificaciones del mercado financiero internacional, de los índices y sub índices ……. paralelamente pensaba yo en algo muy simple: la entidades bancarias te pueden ofrecer hasta un 3% por tus ahorros a un año de préstamo y siempre que sean capitales de procedencia externa. Si quieres, y consigues, que te concedan un préstamo, te van a exigir, como mínimo, más de un 10% de interés anual. Y han sido los grandes corporaciones y consorcios financieros mundiales, con la pasividad o connivencia implícita de los gobiernos (de todos los colores políticos) los que han generado esta nueva y gravísima fase de recesión, de bloqueo en la articulación de la riqueza mundial. Crisis profunda, como no se había conocido desde aquel “Jueves Negro” del 24 octubre 1929, cuando se hunde la Bolsa de Nueva York, arrastrando en su declive a la mayor parte de la economía mundial. De alguna forma, aquel “crack” posibilitó la subida al poder del nazismo en Alemania, con la derivación conocida del holocausto mundial de cincuenta millones de muertos tras seis años en guerra, a partir de septiembre de 1939.
Hoy, esos mismos consorcios financieros, aquellos que te cobran por todo, incluso por dejarles tus ahorros en sus cajas fuertes, son los que han generado esta letal debilidad en la articulación de la riqueza que provoca inacción, desinversión y falta de actividad. La consecuencia más dramática es la endemia social del paro laboral, para muchas personas y las familias que de ellos dependen. Y esos grupos económicos se sienten impunes al daño terrible que han producido. Incluso los gobiernos, acomodaticios y serviles, no dudan en arbitrar fórmulas para “sanear” y ayudar a esas corporaciones autoras, directa o de manera colateral, del cataclismo económico a que se ve sumido hoy el mundo. Son intocables en su poderío e influencia. A todos los sectores sociales se le reclaman y demandan sacrificios para reflotar un buque sin norte, a la deriva. ¿Qué sacrificio hace o se le ha reclamado a esa banca culpable y autora de un desaguisado global de tal magnitud? Ninguno. Siguen conservando sus ingresos. Incluso los aumentan, con sus poderosas fórmulas de gestión. Coloquialmente hablando: ningún gobierno se atreve a “meterles mano”. A exigirles responsabilidades por su insolidaria y abusiva actitud ante la sociedad de la que se sirven. Día tras día. Hora tras hora. ¿Nacionalización, parcial o total, del sector financiero? Ni se inmutan. Se sienten y son intocables. Sagrados y endiosados, en su voracidad. Los gobiernos son para ellos apéndices autómatas y serviles de sus egoístas intereses.
Resulta lacerante, indignante y profundamente injusto, que los grandes popes en la dirección política mundial, hablen y decidan acerca de la conveniencia de “rescatar” a la banca. En otras palabras, insuflarles, darles, regalarles, de los impuestos que pagan los ciudadanos, millones y millones de dólares, o euros, para que saneen, aún más, sus egoístas y mal llevadas cuentas. Con todo lo que han organizado, para lágrimas y angustias en millones de personas, ahora también hay que ayudarles a que recompongan el “michelín” de su glotonería insaciable e insolidaria. Ya repugna lo injusto en la sola intencionalidad de esta medida.
En realidad, la “soberanía real” gubernamental es cada día más limitada. Las decisiones autónomas que se atreven a adoptar son aquellas calificadas de políticas “menores”, en el género del “andar por casa”. Las grandes e importantes respuestas en lo económico, en lo militar e, incluso, en la aculturación ideológica, vienen dictadas desde una geografía foránea: los macrogrupos financieros, los organismos supranacionales, esos gestores de la política mundial que, en la sombra, tras las bambalinas escénicas, adoptan y ejecutan sus mandatos, formalmente llevados a la práctica por los gobiernos “explícitos” después del paso por las urnas de la ciudadanía. Son esas sombras decisorias, las que marcan los tiempos para espectáculos como el de Irak, Libia, o tantos otros, en el historial mediático del cada día.
Lo que sí resulta penosamente lamentable es la utilización interesada e innoble de la recesión económica, por parte de aquellos grupos que se afanan por conquistar ese poder político explícito. Del “implícito” ya hemos hablado. Atacando, insolidaria y cruelmente, al gobernante de turno, exigiéndole medidas que muy probablemente ellos mismo no se atreverían a adoptar. Sin reparar en la demagogia o en la manipulación más obscena. Por utilizar su protagonismo interesado, no reparan en medios. Incluso sus ineludibles responsabilidades estadistas, ante la amenaza del terrorismo, han quedado en entredicho. Todo lo que dé votos es rentabilizado en su degradante innobleza. Y si enfrente tienen un gobierno débil en su apoyos, arrogante en sus gestos, desorientado en sus objetivos y profundamente degradado en su identidad, mejor que mejor. Cuando las urnas les concedan la gestión del mando político, reclamarán solidaridades, acuerdos de Estado, consensos, negociación y diálogo. Precisamente todo aquello que ellos no han ofrecido, en sus años de oposición, por sus egoístas e inconfesables intereses de partido.
Claro, que el ciudadano está dolorosamente harto. De unos y de otros. Pero, de manera muy especial por parte de aquellos que han provocado, con su desmedida ambición, la crisis que hoy padecemos y continúan inmunes ante la irresponsabilidad perpetrada. Siguen incrementando sus capitales, continúan engordando sus intereses, ante la mirada desalentada del entorno social. Ese ciudadano que ve recortados sus logros laborales, que pierde su trabajo, que se ve empobrecido por la exigencia tributarias e impositivas y que sin ser culpable de nada ha de responder con sacrificios, renuncias y dramas personales y familiares. ¿Qué responsabilidad tiene él en la irresponsabilidad, avaricia, descontrol e impudicia de esos trust financieros, que sólo piensan en ellos aprovechándose del sacrificio en los demás?
Y así vamos. Las prestaciones sanitarias y educativas, la creación de infraestructuras para la movilidad y el desarrollo, la propia cultura, como formativa e irrenunciable utilidad pública, etc, son servicios que van reduciendo su prestación y desarrollo a causa de la escasez dineraria que sufren las arcas del Estado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos y las Diputaciones. Mientras, los resultados de las entidades financieras siguen su cómodo y placentero caminar en ese erial social del que, precisamente, ellos se nutren para sus jugosas cuentas. Y en caso de agobios coyunturales, ahí está el “papá Estado” que gubernamentalmente les ayuda o reflota. Ese ciudadano anónimo continúa su ansiado deambular ante el marasmo de noticias y normativas que tanto le perjudican. Se pregunta, una vez más, por qué tiene él que sufrir esas duras consecuencias, por unos hechos en los que no ha intervenido. En absoluto él es culpable de toda esta indignidad que profundamente le afecta y desalienta.-
José L. Casado Toro (viernes 21 octubre 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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