A media mañana de un día que recuerdo en la distancia. Me correspondía, en esa quinta hora del horario lectivo, trabajar con un grupo numeroso de alumnos del C.O.U. Este Curso de Orientación Universitaria correspondía al último nivel de la Secundaria, hoy denominado 2º de Bachillerato. Hago esta aclaración para facilitar la comprensión de aquellos que se hallen alejados del mundo docente y de la estructura educativa. Apenas había dejado mi maletín encima de la mesa, observo en la primera fila a un alumno algo nervioso de carácter, pero sin la mayor complicación para el trato de aula. Había cambiado su ubicación habitual en la ordenación de la clase, ocupando en ese día la posición de centro delantero, en el argot deportivo del balón. Obviamente pretendía que yo me fijara en él. Hacía manifiesta ostentación en su brazo derecho de una amplia cinta con la cruz gamada del nazismo alemán. Creo hacer memoria en el sentido que también en su cabeza había algún aditamento hitleriano. Miraba, con una sonrisa retadora, a su Profesor de Historia del Mundo Contemporáneo, preparado para responder con alguna ocurrencia el comentario o reacción disciplinaria que a buen seguro esperaba de mí. Me di cuenta que el resto de sus compañeros me estaban centrado en la retina de sus ojos, con la expectación propia de conocer acciones y reacciones que presumían interesantes y, por supuesto, divertidas. Estamos hablando de un colectivo con una edad media entre los 17-18 años. Podía haber adoptado diversas respuestas ante ese hecho claramente provocador. Miré fijamente al adolescente, sonreí, con una teatralidad sosegada, abrí mi carpeta con el guión y los apuntes correspondientes al día, y comencé la explicación sin hacer la menor alusión al determinante simbólico que se me estaba ofreciendo. Si creí oportuno manifestar la siguiente frase: “pronto nos tocará estudiar el tema de los fascismos, en la Europa de entreguerras. En ese contexto, profundizaremos en la barbarie nazi, precursora de la 2ª Guerra Mundial. He dicho 2ª Guerra Mundial: 50 millones de muertos”. El jovencito no abrió la boca en toda la exposición (sobre la Revolución soviética) y sus compañeros tomaron los apuntes que estimaron de interés. Durante los meses que restaron hasta la finalización del Curso, no apareció más un símbolo de esta naturaleza en el vestuario de mis alumnos. El alumno en cuestión se abstuvo de traer al aula más cruces gamadas nazis. Viendo el escaso éxito deparado en su momento, las dejaría en el estante o cajonera de su dormitorio. El enfrentamiento “espectacular” que todos esperaban, lo desarbolé ignorando, en la medida de lo posible, el anzuelo que me había preparado un mal pescador.
Desde afuera se me puede argumentar que he traído a colación un episodio disciplinario con alumnos adolescentes o mayores. Pero en los Cursos de la E.S.O también he vivido situaciones difíciles. Creo que ahora son llamados alumnos disruptos, aquellos que un servidor denominaba opositores activos y rebeldes profundos al aprendizaje. Mi “bautizo” en la Secundaria Obligatoria LOGSE fue con tres grupos de tercero. Trece-quince años. En estos colectivos me encontraba con un numeroso colectivo de escolares que se negaban, de manera sistemática y visceral a realizar colaboración alguna en el aprendizaje ofertado. Tuve la suerte de no ser el foco central de sus frustraciones vivenciales. Tenían que permanecer, durante seis horas diarias, en una microsociedad escolar que detestaban y rechazaban con el mayor y manifiesto desprecio. Pero a mi me preocupaba la búsqueda de espacios a fin de salvar el interés de otro grupo que respondía con la normalidad de la edad y los valores exigibles. ¿Qué hacer, en consecuencia? Conociendo la escasa virtualidad de los partes disciplinarios y el enfrentamiento directo, busqué otras alternativas. Pueden ser tachadas de heterodoxas, atípicas o fuera del espíritu reglamentario. Me daba igual. Yo las tildaba de arbitristas, posibilistas e imaginativas, a fin de salvar los legítimos intereses de esos otros alumnos para la normalidad. Localizaba, de inmediato, a los líderes de la guerrilla opositora. Se dan pronto a conocer. Utilizando la serenidad de la sonrisa, y sobreactuando más con la mirada que con la acústica de las cuerdas vocales, les daba a entender que establecía un acuerdo tácito de no agresión. Ellos me permitían dar mi clase a sus compañeros responsables y yo les permitía ubicarse en zonas estratégicas donde molestasen lo menos posible. Cuando, en momentos concretos, rompían el acuerdo, nada de partes disciplinarios. He puesto poquísimos, durante mi vida académica. Incluso nunca llegué a tener claro lo del color verde o rosa , cromatismos para la gravedad de la falta. Unas palabras que a veces contenían una cierta dureza, templada de inmediato con una sonrisa de templanza. Procuraba dedicarles, también, unos minutos en los tiempos intermedios o de recreo a fin de avanzar en una cierta familiaridad con los temas que más les interesaban: deportes o el banal protagonismo de sus personas. Algunos incluso hicieron pinitos por integrase en la “normalidad”. Eran conscientes de que su Profesor mantenía las puertas abiertas a su incorporación al estudio, y nunca protestaron de la calificación negativa que tenía que ubicar en sus expedientes. Más de uno me preguntaba esa frase de ¿yo podría aprobar esta asignatura todavía? Por supuesto. ¿Y qué tendría que hacer? Comenzar por aprobar el próximo examen que haremos sobre la materia explicada. Repito que tuve suerte, más que abundante de no recibir ataques verbales (como “vete a la….) o de violencia física (lanzamiento de “proyectiles” u otros objetos hacia mi corporeidad). En su carácter, especialmente primario, trataban que nunca se sintieran agredidos o desprestigiados ante su público. Que los seguía en estado catártico. Pero el riesgo estaba ahí. Subyacía en la atmósfera familiar, social y administrativa, que los sustentaba. Familias rotas, donde la autoridad y valores permanecían ausentes. Sociedad que prima lo fácil, lo superfluo y el mito aparencial. Y una Administración que genera leyes absurdas y que pierde lastimosamente el tiempo con la obsesión de los “papeles” y el soslayo de los contenidos. Y unas directivas con la misión imposible de satisfacer, a la vez, a los del despacho normativo y a los del tajo fraternal.
Sí, ya sé que muchos predican la pócima de la unión cooperativa ante el desastre. De natura es obvia la estrategia solidaria. ¡Quién la ha de negar! Pero tampoco se olvide que cuando te hayas sólo ante el riesgo de un aula repleta, donde puede escaparse una violencia, psíquica o física, contra tu persona, donde quieres enseñar, motivar, ilusionar, pero no te dejan, donde sabes que esa solidaridad de clase es una dulce teoría para la irrealidad, allí precisamente es donde en la soledad de tus valores, preparación constancia y habilidad, habrás de posibilitar estrategias y habilidades sociales para la supervivencia profesional. Tendrás tú “solito” que resolver el problema. Sobre todo porque conoces que el siguiente nivel, en la jerarquía disciplinaria, está más que desbordado y superado por la acumulación de conflictos.
Son éstos tiempos para la dificultad, no sólo en lo escolar Pero, precisamente en estas diatribas sin solución, has de generar imaginativamente tu propia salida al conflicto. Y aunque se repita la tozudez del fracaso, irás encontrado con esfuerzo, equilibrio y voluntad, esas pequeñas cotas de éxito que se irán haciendo grandes con la experiencia y práctica del sacrificio diario. No hay que engañarse. Es la compleja profesión que hemos elegido. Es la bella y trascendente profesión a la que te has entregado.-
José L. Casado Toro. (Lunes 6 diciembre 2010)
Profesor.
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