Una mañana de tibio sol y profunda humedad, en un día cualquiera de tiempos difíciles para la economía. Había recibido la llamada telefónica de una empleada que trabaja como interventora en una conocida entidad financiera. Concretamente, la Caja de Ahorros a la que he estado vinculado desde que comencé el ejercicio de mi profesión, hace ya más de tres décadas y media. Conozco desde hace muchos años a esta agradable trabajadora, que ejerce su actividad en una de las mesas abiertas para la atención al cliente. El paso de los años ha generado una relación muy cordial entre ambos, lo que ha facilitado que, al aparecer en el mercado algún productos financiero de especial interés, suela llamarme para informarme detalladamente acerca del mismo, con el amable ofrecimiento subsiguiente. La verdad es que no había mucho público durante esa hora tempranera en la sede, donde tengo domiciliados los ingresos y pagos más importantes. Antes de que pudiera ser atendido, Cristi (vamos a utilizar este bonito nombre) dialogaba con otro cliente que me antecedía en la gestión. No es sucursal bancaria de grandes espacios por lo que (aún estando separado unos metros de la mesa ante la que ambos se acomodaban) no pude evitar oír y observar la temática básica de su conversación, contenido que despertó de manera palmaria la atención de mi interés.
El cliente al que me refiero era un hombre que se acercaba, si no los superaba ya, las seis decenas en su calendario. Cabello abundante y entrecano, rostro curtido por una vida de trabajo a la intemperie, peso que superaba la media de obesidad y vistiendo con la digna sencillez de una ropa numerosísimas veces pasada por la lavadora hogareña. En momento alguno dejó descansar su algo encorvada espalda en el respaldo del sillón, demasiado bajo para la altura de la mesa. Aún a riesgo de exagerar la descripción, la focalización visual de interventora y cliente era una línea adyacente de picado y contrapicado, en el argot fotográfico, a pesar de ocupar ambos un misma plano focal en el espacio. Este Sr. insistía, una y otra vez, ante la rigidez impasible de su interlocutora, que movía pendularmente su cabeza, con peinado en melena bien cuidado de peluquería semanal. Parece ser que era ya la tercera vez que venía a preguntar por el préstamo que había solicitado semanas atrás. Imperturbable, y añadiría con una actitud de impasible rigidez, era la imagen de la empleada a la que sólo llegué a entenderle la frase de “no puede ser”. Aunque carezco dc certeza acerca de la cantidad que este ciudadano había solicitado, a tenor de alguna cifra que se mencionó en el silencio de la oficina prácticamente vacía, el préstamo no llegaba a los dos mil euros. Cuando me correspondió mi turno de atención, tras la marcha del frustrado y desilusionado solicitante, cambió completamente la cara y la actitud por parte de la interventora. Ahora en Cristi todo eran sonrisas, amabilidad, detallismo en la información, algún que otro comentario simpático y la sugerencia de que “el préstamo” se lo hiciera yo a ellos, con un depósito que no superaba el 2,25 de interés anual. Si hubiera sido un capital proveniente de otra entidad bancaria, podría llegar al 3,5 o al 4%. Suscribiendo planes de pensiones u otras domiciliaciones ¡Muy generoso!
Pero lo que me interesa contrastar es la diferencia de trato que recibimos los dos clientes en un corto espacio de tiempo. Y no estoy manifestando una crítica por la falta de respeto a mi antecesor en la “ventanilla” bancaria. La atención fue correcta a su persona. Pero la rigidez, el no imperturbable e inmisericorde por parte de la misma persona que me deparaba tal cúmulo de afabilidad, incluso en momentos algo exagerada, sobreactuada y de difícil credibilidad, confirmó lo que desde siempre ha sido más que evidente. La avidez patológica de las entidades financieras por captar desde un céntimo de euro para adelante. Su ambición por ganar millones y millones de euros, un año tras otro, en época de bonaza y en tiempos nublados para la crisis del mercado, carece de límites. No importa que haya nublado en el cielo o sequía en la tierra. Ellos siempre ganan, para el autismo egoísta de sus carteras.
Sí, es cierto que esta historia posee de algún que otro trasfondo. Carece de toda novedad, pero he de narrarla a fin de completar la estructura del artículo. Resulta que hace pocos días recibo de esa misma entidad financiera una oferta de préstamo con interés preferente. Ellos la titulan “Crédito Confianza” concesión muy fraterna y ventajosa, por tener mi nómina allí domiciliada. No espere al año que viene para realizarlos (ha de entenderse, “sus deseos”). El crédito preconcedido no es de 2000 €, como demandaba aquel modesto y buen trabajador. Sino de 18.000 €, que para eso estamos en tiempos de vacas flacas. ¿El interés preferente? El 8,58 % TAE y hasta 7 años para su devolución. 280,55 € sería la, preferencial y módica, cuota mensual de amortización. Me dan de plazo, para contratar tan suculenta oferta, que no he solicitado, hasta poco antes de que suenen las gozosas campanadas para la salida y entrada de una nueva anualidad. La comunicación, en soporte papel, venía encabezada, sobre mis datos personales, con el agresivo y motivador texto de Si sus proyectos le están esperando….. (de ahí lo de “no espere al año que viene….”) Todo ello para la antología del marketing más clarificador. Sigo acordándome de aquella persona que “suplicaba” poder afrontar su proyecto vital o empresarial con una cantidad más reducida. Exactamente, el 11,11 % de lo que ahora me ofrecían con tan “preclara generosidad”.
El gran negocio de este mercado para los capitales. Por tu cartilla de los ahorros (a la vista) ya no te compensan con interés alguno. Por el contrario, sí te detraen una cuota trimestral o anual por los “sacrificados” gastos de mantenimiento que han de disponer. Los ahorros a plazo fijo, difícilmente superan el 2 o 2,5 %. Si ese dinero procede de otra entidad financiera, ese interés puede llegar al 4 %, siendo más frecuente el 3 o 3,5 %. Si te facilitan una transferencia bancaria a otra cuenta, te suelen cobrar el 1 o el 2% de la cantidad enviada, y siempre con una cuota fija, al margen del efectivo transferido. Para el tema de préstamos, ya hemos hablado. Si se te concede, su interés no baja del 8 y pico por ciento. Debo añadir el papeleo de nóminas y avalistas que has de presentar al efecto. Y el suculento plato de las hipotecas para que, al margen oscilante del Ivex tienen siempre asegurado la garantía de tu propia vivienda. Sus sabrosas inversiones en bolsa o en sectores diversos de la producción y los negocios (con ese tu dinero por el que no recibes interés o un porcentaje mísero) les reportan opíparos beneficios, por los que pueden “sacar pecho” al final de cada temporalidad, ostentando con altanería, incluso en época de crisis económica (fase B del egoísta sistema capitalista) la obtención de beneficios de 30.000, 40.000 o más millones. Ellos nunca, nunca pierden. Están lo suficientemente blindados para asegurarse el maná ajeno de tantos millones de capital. Y si hay bancos que han realizado mal los ejercicios, ahí está la solidaridad interbancaria o el propio gobierno postrado ante sus pies. ¿Cómo pueden soportar sus elásticos estómagos la ingesta neta de tantos millones de capital en ganancia? ¿Cómo pueden soportar esa indigestión material, conviviendo con tantas necesidades en su entorno, más o menos próximo o alejado?
Mal que nos desagrade, puede entenderse en la maquinaria empresarial bancaria. Sociedades anónimas, con sus miles de accionistas que persiguen un único objetivo: ganar, ganar, ganar, todo lo más que se pueda. Pero resulta más que discutible en las Cajas de Ahorros. Son entidades que tienen un importante control público y su gran objetivo no es enriquecer las cuentas de los accionistas. En teoría, no han de tenerlos. Por el contrario, deben esforzarse en dedicar sus muy amplios beneficios para obras sociales de toda índole o naturaleza. Culturales, sanitarias, educativas, tercera edad, investigación, etc. No hay que dudar que así lo hagan. Para eso está el control de sus juntas de gobierno. Sin embargo resulta poco edificante que muchas de estas Cajas mantengan inversiones de centenares de millones para sostener equipos profesionales deportivos, con el gran objetivo de realzar sus propias siglas para la publicidad nacional o internacional. Y lo hacen con el dinero de esos modestos impositores que a lo mejor, y no siempre, pueden conseguir un simple calendario o almanaque de pared, como gran dádiva en el mes de villancicos y turrones. ¿Recuerdan aquella noticia que se conoció, publicada en la prensa local, acerca de los regalos que una conocida Caja de Ahorros entregaba, precisamente por Navidad, a personalidades varias de la sociedad malagueña? El contenido de esas “cestas” provocaba tan pudor ajeno que algún dirigente político se apresuró a manifestar que había devuelto el regalo o lo había entregado a una asociación benéfica. Y para que no quepa duda al respecto, el autor de estas líneas envió una dura carta sobre el tema a “su Caja de Ahorros” que, por supuesto y era de prever, no recibió respuesta, probablemente porque el sonrojo subsiguiente les había dejado sin argumentos.
Entidades financieras. Ese opíparo negocio para su autoseguridad, con un emblemático e insolidario objetivo. Ganar, ganar y ganar más, para la ambición material de sus bolsillos. Y es tal su desaforada voracidad que periódicamente generan y posibilitan crisis como las que en estos momentos aún padecemos. Dicen los entendidos en economía que el origen de este bloqueo mundial de la producción, el consumo y el empleo, se halla en un descontrol crediticio, made in USA, en la época del ladrillo milagrero, que se extendió con ondas de realismo por toda la geografía mundial. Tal vez, la empleada de mi entidad financiera aplicaba esa dura medicina de la seguridad crediticia, al sufrido solicitante de esos dos mil euros, siguiendo órdenes estrictas de la superioridad. Pero a mi no me cabe la menor duda que este modesto ciudadano habría presentado garantías razonables para devolver, con intereses superiores al 8%, su puntual y no exagerada petición.
En el momento de finalizar estas líneas para la reflexión, me viene al alma la necesidad de un poco de aire fresco y limpio. Ante una atmósfera viciada por la enfermedad del materialismo, existe otro paisaje con olor a naturaleza y valores transparentes de solidaridad.-
José L. Casado Toro (viernes 17 diciembre 2010)
Profesor
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