Hay momentos en los que infortunadamente las personas “perdemos los nervios” o el control de nuestra racionalidad. Los motivos de esta penosa actitud están, lógicamente, cercanos a las circunstancias de nuestras vidas. Estrés laboral, fracasos afectivos o familiares, tensiones por dificultades económicas, el tener un carácter desequilibrado, tratos injustos o desconsideramos que nos afectan en el ánimo, etc. Mientras sufrimos esta incómoda realidad, otras personas mantienen con admirable madurez su equilibrio temperamental, ante cualquier dificultad que les sobrevienen en su diario caminar. En este contexto se inserta nuestra historia que compartimos esta semana.
Las circunstancias que rodeaban la vida de PRUDEN (Prudencio) Bilardo, 28, no eran las más favorecedoras para su tranquilidad anímica. Es un perito industrial que no ha conseguido plaza, en unas recientes oposiciones a las que, con gran esfuerzo en el estudio, se ha presentado. Optaba a un puesto administrativo en la delegación provincial de Industria en Málaga. Las relaciones con su novia IRINA, 24, graduada en Ciencias de la educación y con plaza de maestra interina en un centro escolar ubicado en la barriada universitaria de Teatinos, no pasaban por los mejores momentos.
Los nervios de Pruden estaban a “flor de piel” con más frecuencia de lo soportable. Por el más nimio motivo, su temperamento juvenil “saltaba” como un gato felino contra quien consideraba autor de sus “ofensas”, poniendo a prueba su temple perdido en esta fase vital de incómoda desventura.
Una mañana, el joven Bilardo, que deseaba con ansiedad conseguir una vivienda de protección oficial, en régimen de alquiler, para ofrecerle a Irina el anhelo de irse a vivir juntos, se trasladó a un organismo municipal dedicado a la promoción de alquileres para las jóvenes parejas. Llevaba consigo una densa carpeta de documentos y fotocopias, con el fin de entregarlos en la “ventanilla” correspondiente del organismo municipal. Su legítima ilusión era poder ser uno de los agraciados con la concesión de un piso en alquiler a coste reducido. En esta convocatoria se indicaba que los afortunados para tal objetivo, podrían con el paso del tiempo acceder a la propiedad del inmueble de construcción municipal, a un precio bastante subvencionado en función de determinadas circunstancias familiares de los solicitantes.
Se encontraba en un estado de comprensible tensión emocional, ante la posibilidad de conseguir esa pequeña vivienda en donde él pensaba viviría feliz con Irina, formando una familia junto a esos hijos que alegran la existencia. Sus fracasos en la búsqueda de un puesto de trabajo estable no disminuían su fe en esta difícil pero no imposible oportunidad de ser uno de los afortunados en la concesión de un piso subvencionado por el ente municipal. Cuando llegó al organismo administrativo, contempló con resignación que tenía una larga fila de solicitantes por delante. Esperó con paciencia que la “cola” se fuera moviendo, pero el funcionario que recogía la documentación de solicitud actuaba con lentitud y exasperante parsimonia. Se veía que era una persona muy meticulosa, ya que en muchos de los casos ponía objeciones a la documentación que lentamente revisaba. Cuando se fue acercado a la ventanilla había pasado casi una hora de espera. Pudo ver que el administrativo llevaba puesta en su chaqueta una pequeña placa con su nombre: EUSTAQUIO Canales. Se trataba de una persona no lejana a la jubilación, que podría ser sexagenario y que tenía mal carácter. El típico “viejo cascarrabias” que se excede en su función “regañando” y poniendo pegas a todo joven o con más edad que se le pusiera por delante.
Cuando al fin Pruden alcanzó la ventanilla, el funcionario comenzó a revisar la densa documentación que había recibido. No pasaron muchos segundos cuando fue poniendo “peros y pegas” a determinados documentos, que se los devolvía al solicitante. La tensión nerviosa acumulada inestabilizaba cada vez más la paciencia del joven, cuyos nervios iban “in crescendo”. El clímax se produjo cuando el veterano administrativo trató con evidente desconsideración (comentario hiriente y burlón) al ya muy tensionado Pruden, que respondió con la fuerza de su juventud y el sentimiento de sentirse no bien tratado, por la kafkiana escenografía que soportaba. Se cruzaron palabras fuertes, advertencias y amenazas de llamar al vigilante de guardia para que interviniera. Se llegó a los gritos y a gestos acusadores por un Pruden que cada vez hacía menos honor a su nombre. Al fin apareció el guarda de los servicios de seguridad que trataba de mediar en aquella desagradable situación.
Pero en ese crítico instante, intervino una señora que en la fila acompañaba a una joven, amiga o tal vez familia. Se llamaba ALBA Fonseca Quesada y su imagen evidenciaba que superaba los sesenta. Vestía con elegancia: camisa de franela cubierta por una rebeca de color crema. Falda plisada de color también beige y unos zapatos negros con medio tacón, también bien cepillados y lucidos con crema. Su cabello color castaño había pasado recientemente por la peluquería. Ojos azulados y una piel bien cuidaba en la que no sobresalían en demasía las arrugas. Sus movimientos y forma de expresarse reflejaban que se trataba de una persona tranquila, sosegada e intensamente racional. Su largo recorrido vital parecía que le había enseñado a relativizar lo desagradable y a potenciar ese don innato de la alegría, tesoro temperamental que algunos anhelan gozar.
Se acercó con una amable sonrisa al “foco del conflicto” rogando a joven Pruden que guardara silencio. Con educada firmeza indicó al funcionario que este joven, como tantos otros estaba pasando una “mala racha”. Usando de la invención, añadió “Yo lo conozco y respondo por él. Indíqueme los errores de la documentación que real realmente importantes. También le ruego que se sosiegue”. Como por arte de magia, la actitud del funcionario Eustaquio cambió de inmediato. A partir de la afortunada intervención de la señora Alba, el administrativo estuvo más comprensivo, ya que entendería que esta mujer que con educada firmeza le hablaba sería un familiar o persona muy allegada al solicitante de una vivienda protegida. Éste contemplaba la situación con indisimulado asombro. La situación administrativa se normalizó y se agilizó.
Cuando Alba junto su joven amiga terminaron también de realizar su gestión, en el Instituto Municipal de la Vivienda, observó a la salida que la estaba esperando Pruden. La reacción de éste fue muy afectiva. Le dio un cariñoso abrazo, mientras repetía emocionado la palabra gracias. “Gracias señora, por la ayuda tan generosa que me ha prestado ¿Aceptaría que la invitara a un café? Me haría ilusión y creo que bastante bien poder explicarle algunos motivos de mi comportamiento, muy nervioso y a ratos incluso violento de palabra.” En unos minutos estaban ambos sentados en una cafetería cercana (la chica que acompañaba a Alba se había despedido amablemente). Dos generaciones separadas por muchas hojas del calendario compartían sendas tazas de café. Parecía como si una abuela estuviera hablando con su nieto. La estampa era entrañablemente familiar.
Pruden explicó someramente a la buena señora los ingratos momentos que estaba atravesando que condicionaban sus actos ante los hechos de la vida cotidiana. Esa situación le impedía mantener el necesario autocontrol de cordura, provocándole el estallido de respuestas radicalizabas. Reconocía también que su carácter se había “degradado” en los últimos tiempos. “Le confieso, doña Alba, que choco con mis padres, con mi novia Irina, con mis amigos e incluso me enfado conmigo mismo”. Entienden que estoy pasando por un mal momento y me soportan y ayudan”. La señora lo escuchaba con maternal paciencia.
Alba le explicó que ella había sido profesora de música y que había actuado durante largo tiempo como miembro de la Orquesta Filarmónica. Con una traviesa sonrisa le comentó que era una virtuosa del violín, instrumento que seguía tocando, aunque ya se había jubilado de sus obligaciones docentes y de actividad musical en la orquesta. Ahora su vida se caracterizaba por la tranquilad, disfrutando del importante valor del sosiego. Y que además gozaba mucho ayudando a los demás, cuando observaba necesidades a su alrededor, como había pasado esa mañana, ante la ventanilla del negociado de la vivienda. Hacía años que había enviudado. Ahora, con 68 años, vivía sola en una casa que había compartido con su difunto esposo, situada cerca de la playa, alejada del bullicio del centro de la ciudad. Cada día disfrutaba viendo el amanecer, en al alba como mi nombre y esos bellos atardeceres también cromáticos, anaranjados y románticos, cuando el día se va despidiendo, camino del anochecer.
Su larga experiencia en la vida le había enseñado a relativizar (sin quitarles importancia) los problemas de cada día. Pensaba que salvo la salud, cuando el deterioro es grave, todo lo demás se puede ir afrontando con paciencia, voluntad e imaginación. Por supuesto que contando con el calor humano de esas personas que saben aportar también su cariño y sosiego. Me refiero a esas personas que sabes están siempre cerca, aunque esa cercanía no sea sólo física.
Alba y Pruden, esa nueva e inesperada amistad, compartieron sus números de teléfono y también las direcciones electrónicas de sus ordenadores. La buena señora le ofreció el entorno natural playero en donde residía, para que la visitase, acompañado “sería una alegría conocerla” de su novia Irina. Se despidieron con afecto, en lo que había sido un día alegre y esperanzado para el inexcusable valor de la amistad.
HAN PASADO MESES Y DÍAS. La situación de Pruden ha mejorado, pues ahora afronta las dificultades con una mejor disposición y estrategia. Alba le sugirió que, dado el estado anímico en que se encontraba, lo más sensato sería ponerse en manos de un especialista en psicología, consejo que su joven amigo aceptó, buscando un mejor equilibrio en sus comportamientos y decisiones. Acude a consulta semanal, con esperanzadores resultados. Es una profesional de la psicología, Marian Laval, especializada en respuestas ante las dificultades cotidianas. La comunicación telefónica y mediante el correo electrónico también es frecuente con Alba, quien le ha animado la redacción de un pequeño diario, en el que refleje sus reflexiones con respecto a los aciertos y errores que sea consciente haber sido protagonista en la sucesión de los días. También acude a un gimnasio, afin de encauzar con acierto el potencial energético que generan sus ya 29 años.
Con frecuencia quincenal y acompañado de la maestra Irina, visita el domicilio de su gran “madrina”, como simpáticamente él la denomina. Fijan estas visitas los sábados por la tarde, compartiendo los tres una estupenda merienda (Alba es también una excelente repostera) y, lo que es más importante, densos y gratos minutos de conversación sobre las últimas vivencias de los contertulios. Pruden queda maravillado acerca de esa “angelical” amiga que ya se acerca a la barrera de las siete décadas y la serenidad de sus respuestas, narrando las adversidades y mejores logros en su culta existencia, con la música y los libros. Sobre todo destaca en su persona ese envidiable sosiego espiritual que transmite a su alrededor. Para poner un digno colofón a esos encuentros quincenales, el atardecer se ve enriquecido con una admirable sesión de violín, tocado por las manos expertas de Alba, quien sabe “arrancar” de esas cuerdas sonidos celestiales.
Una mañana Pruden, que ya formaba familia con Irina y ejerciendo de técnico de mantenimiento en una prestigiosa cadena hotelera, recibió una terrible noticia. Alba se había “marchado” al reino celestial donde lucen las estrellas. Una ayudante de servicio la encontró, sumida en ese sueño infinito, sentada en su butaca preferida del salón de su hogar, con vistas al mar. Sobre su regazo reposaba el violín que con tanta perfección sabía tocar.
Alba no tenía hijos. En su voluntad testamentaria legaba sus bienes materiales en tres partes: un tercio del valor lo recibía su hermana, del segundo matrimonio de su padre, que residía en el Pirineo catalán. Otra parte iba dirigida a una fundación asistencial para personas mayores, que sufrían abandono afectivo y económico. Y la última parte la recibiría su “ahijado” y querido Prudencio Bilardo, al que tanto dio y del que recibió el cariño, el respeto y la admiración, en la fase terminal de su vida.
Así finaliza esta bella historia acerca de personas inestables y sumidas en el descontrol, que una vez tuvieron la inmensa suerte de conocer y aprender multitud de valores, procedentes de su verdadero ángel guardián.
UN GENEROSO
ÁNGEL GUARDIÁN
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 02 mayo 2025
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



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