viernes, 23 de mayo de 2025

LA PROVIDENCIA DE LA RAZÓN

 



Durante la temporada baja en las zonas turísticas, un porcentaje elevado de establecimientos hoteleros subsisten o permanecen abiertos gracias a los viajeros del Programa Imserso para el turismo social. Estas personas, ya jubiladas, pueden acceder a una semana (o más días) de estancia en hoteles de la costa o el interior, peninsular e insular, en régimen de pensión completa (muchos destinos tienen el transporte incluido) con un coste muy reducido si consideramos al precio usual de estos servicios turísticos. Y ello es posible, gracias a la subvención que el gobierno de la nación deriva para estas vacaciones de personas mayores, que pueden viajar acompañadas de algún familiar o persona de su confianza. También si el hotel dispone de plazas, pueden ocupar una habitación individual. 

Durante los días de estancia, se les ofrecen distintas excursiones que pueden contratar y, diariamente, el hotel desarrolla un programa de animación muy variado (juegos divertidos, bailes con actuaciones de cantantes en directo, ejercicios de gimnasia, concursos, etc). Todo ello en un ambiente de franca camaradería y buen talante relacional. Por supuesto, diariamente disponen de un seguro médico para atender los problemas que los viajeros puedan presentar con su salud. 

Este programa de turismo para mayores funciona desde el mes de octubre hasta mayo, favoreciendo paralelamente a los establecimientos hoteleros para que no echen el cierre en los meses no “vacacionales”. Así pueden seguir dando trabajo a un amplio staff de recepcionistas, camareros, cocineros, limpiadoras, camareras de habitaciones, personal técnico de mantenimiento. Indirectamente también se ven beneficiadas las agencias de viajes que ayudan a gestionar las estancias y los servicios de transporte. 

Si se preguntara, a modo de encuesta, cual es el aspecto que más valoran los usuarios de este programa social, muchos destacarían la posibilidad de viajar a bajo precio, el conocer lugares en los que no se ha estado y disfrutar de sus incentivos. También se valoraría las actividades de animación y distracción. Pero hay un aspecto en el que la mayoría estaría de acuerdo: la suculenta y variada oferta restauradora, para los desayunos, almuerzos y cenas. En casi todos los hoteles funciona el sistema de buffet, para escoger lo que se desea tomar, sin límites para la cantidad. Y si hay huéspedes con problemas de movilidad, los camareros y personal de servicio acuden presto para hacer más feliz la estancia de estos veteranos viajeros. En este contexto vacacional se inserta nuestra interesante historia de esta semana. 

 

El hotel ESTRELLA DEL MAR estaba ubicado en la zona playera de Guardamar del Segura, localidad de la provincia de Alicante. Se trataba de un gran establecimiento hotelero, con nueve plantas, que sumaban 504 habitaciones. Más de mil personas alojadas, en el tope de su capacidad. Diversos grupos viajeros, procedentes de diversas provincias españolas, acudían a estas instalaciones. Un viajero, que viajaba en autobús desde Málaga, para pasar al igual que su grupo 10 días/9 noches de estancia, tenía por nombre GEMINIANO Cebrero, 72 años. Durante su vida laboral (35) había trabajado como persianista, vinculado a una empresa de toldos, persianas, cancelas y otros elementos de protección. Había enviudado al cumplir los 70 y aunque tenía un hijo casado y con familia, sus ocupaciones y la “fría” relación que mantenían padre e hijo, le animó a viajar solo, haciendo toda la gestión a través de una agencia de viajes. El hotel tenía disponibilidad de unas habitaciones más pequeñas para los usuarios que viajaran sin acompañante, o en todo caso cobraba una pequeña tasa para que dispusieran de una habitación doble de uso individual. 

Geminiano, persona “campechana” se adaptaba muy bien a este tipo de estancia, sintiéndose bien arropado por el resto de los compañeros de viaje. A partir del segundo día, el antiguo persianista bajaba a desayunar, almorzar y cenar acompañado siempre de una recia mochila de piel de camello. Tomaba asiento en una de las mesas esquineras del gran salón restaurante, levantándose como los demás comensales para coger los alimentos que iba a consumir. En el hotel funcionaba el sistema buffet, por lo que el usuario podía tomar lo que quisiera y las veces que deseara. 

Cuando Geminiano finalizaba sus comidas, gustaba dejar ordenada la mesa que había utilizado y se marchaba portando su sempiterna mochila, que parecía más llena que cuando entró en el salón restaurante. Como el proceso se repetía en las tres comidas del día, el encargado de visar las tarjetas a la entrada del comedor captó ese detalle, de una mochila que en apariencia salía más llena que cuando entró

El personal del staff (camareros y encargado del restaurante) estaban habituados y eran conscientes de esa realidad que resultaba a todas luces comprensible. Hay residentes a quienes gusta e incluso necesitan tomar alguna fruta, yogurt, galletas o similar antes de irse a la cama, o consumir algo entre el almuerzo y la cena. Incluso hay personas que después de tomar la medicina diaria, les agrada o necesitan acompañar a esos medicamentos con algún zumo o alimento que les alivie la estancia del medicamente en el tracto digestivo. A pesar de que en muchos hoteles hay carteles indicadores de la prohibición, algunos comensales suelen llevarse a su habitación   algún alimento del buffet. En realidad, ese yogurt, plátano o panecillo con una lasca de jamón cocido se podía haber tomado dentro del restaurante todas las veces que se desease. Por esto los camareros suelen ser comprensivos con este gesto que obviamente carece de maldad. 

Pero el caso de Geminiano era diferente. Este hombre daba una apariencia de buena y amable persona, pero alentrar con su mochila aparentemente vacía y salir con la bolsa de piel mostrando la evidencia que llevaba muchos alimentos en su interior, ya no pasaba inadvertida. La información llegó al director del hotel SANTIAGO, Calvente. A fin de evitar situaciones incómodas o desagradables y tratándose de un jubilado de grupo Imserso, septuagenario, uno de los recepcionistas, con especial delicadeza, indicó a Geminiano que el director deseaba hablar con él durante unos minutos. De inmediato fue recibido con toda cordialidad en el despacho del profesional, quien tras los saludos y con todo tacto y amabilidad le expuso la evidencia contrastada por los camareros de que en cada comida se llevaba fuera del restaurante alimentos en su mochila. 

El ex persianista atendió con toda atención y tranquilidad las educadas observaciones de su interlocutor. En modo alguno nervioso sino con todo sosiego respondió explicativamente las causas de su forma de proceder.

 

“Tiene Vd. toda la razón, D. Santiago. Permítame explicarme una historia que me conmovió. En la mañana siguiente a mi incorporación, sabiendo lo que me gusta pasear, fui caminando hacia el pueblo, que está a unos tres y pico km. del hotel. Hay un sendero o pequeña carretera que como Vd. bien sabe está paralelo a la autovía general. En el camino pasé por una pequeña casa semiderruida, en cuya puerta y alrededores juraban cuatro críos, tres varones y una niña. Había una mujer, de unos treinta años, que estaba tendiendo ropa lavada. Dada mi edad, con los achaques propios de la tensión y el azúcar, me sentí algo mareado. Entonces la buena mujer, llamada ELVIRA, me ofreció un vaso de agua, que me ayudo a recuperarme. Hablamos un ratito. Esa familia, de raza gitana, iban de un lugar para otro y desde hacía meses ocupaban esa casa en ruinas, para protegerse. El marido, sin trabajo, hurtaba lo que podía por las huertas cercanas, a fin de poder dar de comer a su prole, 4 niños pequeños. Un día lo cogieron el juez le puso un año de prisión. La pobre mujer hace lo que puede para alimentar a sus hijos. A veces limpia en algunas casas del pueblo, dejando a los pequeños con una señora que los atiende cobrando una módica cantidad o se los lleva consigo mientras hace su limpieza. Me habló que había días que pasaban hambre.

Mientras volvía caminando al hotel, recordé como muchos comensales dejaban en sus platos abundante comida que, por glotonería, había cogido del buffet, alimentos que una vez recogidos los platos iban a los contenedores de residuos. Era comida desperdiciada. Sentí una gran pena y angustia, recordando a esos cuatro niños hambrientos que sufrían la necesidad de alimento. Entonces pensé recoger algunos alimentos de más, cuando iba al restaurante y los guardaba, con la adecuada discreción, en mi bien usada mochila. Por las tardes se los llevaba, con el agradecimiento infinito de esa buena mujer. 

Soy consciente de que los camareros se daban cuenta de mi acción, pero con su bondad me hacían “la vista gorda”, para no llamarme la atención. Se portaban muy bien conmigo. Me miraban, pero hacían como si no me hubieran visto. ¿Y qué les llevaba? Un poco de pan, queso, jamón cocido, pescado frito, yogures, galletas, manzanas etc. Esos alimentos que los comensales solemos dejar s medio consumir. 

Reconozco mi falta, pero le confieso que no podía dormir tranquilo pensando en aquello que la mayoría desperdician y va a los cubos de basura, mientras hay familias que podrían recibir esos pequeños sobrantes con mucha alegría y necesidad”. 

Santiago Calvente quedó internamente emocionado de la humanidad que atesoraba el huésped que tenía ante él. Pensó, mientras Geminiano le explicaba su comportamiento, que lo mejor era adoptar una postura intermedia, repitiéndole al generoso viajero las normas de uso del hotel, para no sacar alimentos del comedor. 

“Entre Vd. y yo vamos a buscar una solución “imaginativa” que contente a todas las partes implicadas. Después del almuerzo, va a pasar por la cocina. Pida hablar con el jefe de cocineros, BASILIO, con el que voy a hablar, a fin de que le entregue una bolsa de alimentos que no van a ir al cubo de la basura y que están en buen estado. Una vez con la bolsa, se la lleva y hace con ella la obra de caridad que estime más oportuna. De esta forma, cumplimos con la norma y don Geminiano también cumple con su hermosa conciencia”. 

Entonces director y huésped se abrazaron con fraternal amistad. Los siete días en que aún duró la estancia de Geminiano en el hotel Estrella del Mar, esa pobre familia, tan necesitada, tuvo la providencia de recibir una serie de alimentos básicos que los comensales habían dejado en sus platos. Elvira, la agradecida madre necesitada y los cuatro pequeños, veían llegar cada tarde a don Gemi (como lo llamaban) como un ángel que el cielo les había concedido. La alegría de esa pobre familia era manifiesta. 

Durante la tarde del último día de estancia del grupo de Málaga, en el hotel de Guardamar, el ex persianista Gemi recorrió los 1200 metros que separaba el establecimiento hotelero de la casita ocupada por esa muy modesta familia desafortunada de la vida. Les entregó una nueva bolsa con bollitos de pan, yogures, queso, tuppers de lentejas, manzanas y galletas. Elvira abrazó al veterano ángel que tanto los había ayudado, con sollozos de agradecimiento. Como era el último día, Gemi tuvo el gesto de dejarle un sobre con alguna cantidad que a él le podía sobrar, pero que esta familia iba a necesitar. 

Antes de tomar el autocar para la vuelta a Málaga, Geminiano pidió permiso para saludar a Santiago Calvente, el director del hotel. Con especial afecto, ambos se abrazaron y el profesional hotelero hizo prometer a su bondadoso huésped que el año próximo quería verlo de nuevo en una estancia Imserso, para que disfrutara en su establecimiento.

“Viajeros como Vd. don Geminiano, son los que engrandecen la imagen de este establecimiento. Me siento orgulloso de haberlo, haberte conocido. Personas con su calidad humana son los que nos hacen mejor y más felices”. 

Cada lunes y jueves, cuando Elvira abre la puerta de su humilde vivienda, se encuentra colgados en el pomo de su puerta dos grandes bolsas, con alimentos en buen estado. No hay señal identificativa acerca de quién los ha dejado en ese lugar. Esa buena mujer entiende que esos regalos son obra del cielo. Piensa, qué duda cabe, en el veterano Geminiano, una buena persona que tanto los ayudó. Unos meses más tarde, cuando la temporada veraniega densificaba los establecimientos costeros para las vacaciones, el encargado de personal del Hotel Estrella del Mar contrató a Elvira para que atendiera labores de limpieza y de camarera de habitaciones. Santiago Calvente, además de ejercer con proverbial eficacia su función profesional, es una de esas buenas personas que, como Geminiano Cebrero cubren de color y esperanza esta convulsa sociedad en la que nos ha correspondido vivir. – 

 

 

 

 

LA PROVIDENCIA 

DE LA RAZÓN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 23 mayo 2025

                                                                                                                                                                            Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es       

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/






No hay comentarios:

Publicar un comentario