viernes, 11 de abril de 2025

UNIDOS EN EL ULTIMO VIAJE

En el ámbito de las comunicaciones suelen generarse errores por diversos motivos y equívocos, que generan situaciones muy diversas, tanto para el emisor como para el receptor. Estas situaciones pueden resultar incómodas, divertidas, insólitas, cómicas, enojosas, sorprendentes, inquietantes, etc. con la diversidad de adjetivos que la gramática nos permite utilizar. Nadie duda que gran número de estos errores son naturalmente fortuitos, no provocados intencionalmente. En otras ocasiones son consecuencia del azar o de lo que denominamos “cruce de líneas”. 

¿En qué ámbitos se producen estos errores? Son frecuentes en las llamadas telefónicas, a causa de un número equivocado o mal marcado, también en los correos electrónicos, pues ya sabemos que, en el mundo de la informática, un punto, un guion alto o bajo, o un espacio de más, puede alterar el destino del mensaje. También sucede con el correo ordinario o de paquetería, con respecto al número de una vivienda o por una abreviatura mal interpretada. No olvidemos las veces que nos equivocamos al dirigirnos a una persona, resultando ser otra: ¡Perdón, me he confundido, porque es Vd. muy parecido a mi tío Cosme, tal vez con algunos kilos de más! En ocasiones escuchamos esa cómica frase de “¿no será Vd. Feliciano? ¿Tú eres Casimiro ¿verdad? Recuerda, del tiempo de los Escolapios” frase que provoca esa cara de extrañeza o sorpresa en nuestro interlocutor, quien nos responde “Lo lamento, pero mi nombre es Jerónimo y precisamente estudié con los jesuitas”. En este contexto se inserta nuestra historia, relato derivado de un e-mail equivocado en su destino.

Normalmente, cuando recibimos una llamada equivocada, aplicando esa básica cortesía, respondemos “Perdón, se ha equivocado de número”. En otras ocasiones no actuamos de manera tan complaciente, a causa del cansancio, por esos problemas cotidianos que nos afectan o por la repetición de la misma llamada que ya conocemos. En estos casos, solemos cortar la llamada o incluso se nos puede escapar algún que otro comentario “soez” reflejo de nuestro enojo. 

EMILIANO Fortea Albarilla, era un veterano profesor, ya jubilado, que había impartido la materia de creatividad literaria, durante más de cuatro décadas, en la facultad granadina de Filosofía y Letras, ubicada en el polígono universitario de Cartuja. Su compañera familiar durante cuarenta y tres años se llamaba CLEMENTINA Soler, en un matrimonio sin hijos. Una noche estrellada, de sinceridad y luna llena, Clementina habló con su esposo, explicándole que, tras mucho pensarlo, deseaba dedicar los años que le quedasen de vida para conocer y experimentar nuevas vivencias, pero sin su compañía. Añadió, con cierta dureza, que sólo con mirarlo, le parecía ver a un hueso añejo, difícil de roer, de esos que se añaden al cocido para que den “gusto”. Ella era profesora de la misma facultad universitaria y estaba especializada en la antigua Grecia. “Quiero dejar de vivir mi soledad compartida, a fin de poder decir, como Neruda, “Confieso que te aguantado”. Emiliano, siempre tan atento, respondió cortésmente a tan cariñosos afectos escuchados: “Clemen, el sentimiento es recíproco. Hace tiempo que lo dijimos todo. Ya no queda argumentario entre nosotros”. Así que Clementina marchó a la aventura helénica, mientras Emiliano se dispuso a disfrutar del sosiego. Los dos, a su manera, se sentían felices de aquel trascendente cambio en sus vidas. 

Una noche de primavera Emiliano estaba sentado ante su portátil, visitando algunas páginas de interés sobre la generación o irrupción de nuevos y prometedores escritores en el ambiente literario nacional. Antes de cerrar la sesión, por un instinto repetitivo y siempre esperanzador, buscando ese sosiego que temía haber dilapidado por un matrimonio bastante aparencial, abrió su yahoo e-mail, encontrándose una densa “parafernalia” de anuncios, entre los que incluso se encontraban algunas páginas de seguros de decesos. Dedicó algo de su tiempo diario, haciendo honor a la paciencia, para echar toda aquella “viruta”, como solía llamarla, al cesto informático de los papeles. Se decía “para sus adentros” “lo que yo daría, por recibir alguna carta romántica, que me motivara el alma con palabras amables, sinceras, deliciosas, para el buen sentir y el soñar”.

En esta ocasión el destino quiso mostrar su generosidad no habitual. Entre el batiburrillo de mensajes publicitarios, observó, con insólita sorpresa, que tenía un correo personal de alguien llamado EPIFANIO Serrezuela Tampón, con un título de Comunicación. El profesor de creatividad literaria se preguntaba, una y otra vez, quién sería esa persona, de quien no tenía la menor idea. Por más que rebuscaba en su memoria no encontraba, entre sus largas listas de alumnos, alguien que se llamara de esa forma. Razonaba que podía ser consecuencia de un error. Tal vez el emisario habría utilizado un listado de esos que las empresas publicitarias se venden o prestan unas a otras, a fin de atender los requerimientos de los clientes. Tuvo una primera intención de también desplazar la misiva a la papelera. 

Sin embargo, el veterano profesor se sentía, después de su ruptura conyugal, bastante solo. Sopesó la posibilidad de entretenerse leyendo aquello que el comunicante deseara transmitir. A tal fin, con un gesto de justificación investigativa, abrió el correo. Resultó que el remitente, de forma agradable y correcta, se excusaba por las molestias que “su atrevimiento” pudiese provocar. Su amplio y básico texto (posiblemente repetidamente enviado) era titulado “Al mundo, para hacer amistades. Explicaba que su situación actual de viudez la sobrellevaba con dureza y sacrificio. Durante toda su vida había ejercido de tapicero y reconocía que era una persona sin gran cultura, pero que valoraba y ejercía la buena voluntad entre sus semejantes. Poseía una antigua habilidad artesanal: hacer figuras de madera, habilidad que aprendió de su abuelo, que era un gran tallista de ese material. Sus figuras tenían las más variadas formas y desde joven le gustaba cantar la copla popular española de las grandes cantaoras, como Juanita Reina, Marifé de Triana, Lola flores, Rocío Jurado, etc. El antiguo tapicero se ofrecía para mantener amistosa correspondencia electrónica desde Ciudad Real, su lugar de residencia.

A Emiliano le resultó simpático el insólito gesto, no totalmente involuntario del remitente. Epifanio, como más tarde reconoció, había utilizado algunas de esas plataformas en las que aparecen serie de direcciones electrónicas. En realidad, sólo demandaba, con la mayor educación y cordialidad unos “ratitos” de amistad. No percibía intencionalidad malsana en el noble y comprensible deseo de un jubilado solitario, diestro en el manejo informático, que necesitaba eso tan vital como es la comunicación con sus semejantes. A tal fin respondió a ese inesperado correo. Pensaba, con acierto, que la soledad compartida es menos soledad. En su respuesta, también le ofreció algunos trazos básicos de lo que había sido su vida, en justa correspondencia a la información que su “misterioso” comunicador le había ofrecido. Un tanto somnoliento, pero ilusionado, se fue a la cama, pensando en cómo sería el remitente castellano Epifanio. 

Lo sorprendente del caso es que, a las dos de la mañana, sonó el “tlon” indicando la entrada en el portátil de un nuevo correo. No lo había apagado y lo tenía encima de la colcha que cubría su lecho. Se había quedado dormido con el ordenador encima de sus piernas. Comprobó que Epifanio le había contestado. Este su segundo correo, contenía una larga carta en la que narraba, con sencillez y humildad, la realidad de su vida. Reconocía que de los diez correos que había enviado, sólo había tenido respuesta del que había viajado a la capital nazarí.

De esta forma tan simple y generosa, se había fraguado una hermosa amistad entre un profesor universitario y un esforzado tapicero, entre un creador de narrativas y un sorprendente tallista de figuras de madera. Y esa amistad prosiguió, utilizando ambos el correo digital de Internet. Epifanio, en una de sus comunicaciones, invitaba a su nuevo amigo de Granada para que se animara a visitar la Mancha castellana, ofreciéndole con generosidad su propia casa “que estaba muy vacía, pues su mujer se había ido al paraíso celestial y las dos hijas que habían tenido formaban familia en Extremadura y en la Rioja. Efectivamente, la semana que pasó Emiliano en la histórica ciudad castellana resultó muy grata para ambos. Posteriormente fue Epifanio quien viajó a la magia nazarí de la romántica Granada. Uno y otro se encargaron, en esas estancias viajeras, de enseñar como guías turísticos la riqueza monumental y natural que ambas bellas ciudades atesoraban, para propios y visitantes. 

Los dos primeros regalos que se intercambiaron Emiliano y Epifanio fueron respectivamente dos creatividades personales. El veterano profesor llevó a su amigo un pequeño libro de relatos, historias que había escrito poco antes de alcanzar la jubilación. Esas 25 narraciones, de distintas personas en situaciones muy contrastadas, entretenidas e interesantes, iban ilustradas con fotos tomadas de los lugares elegidos por el propio autor de la publicación. Por su parte, el paciente tapicero y tallista artesanal le llevo una preciosa figura en cuerpo entero de don Quijote, Alonso Quijano, de unos cuarenta cm. de altura, una obra muy apreciada en su colección y que había trabajado aplicando la gubia con infinita paciencia a un buen trozo de madera de pino. 

El correo electrónico, los whatsapps, los mensajes de voz y esas visitas de uno y otro a sus respectivos domicilios fue manteniendo y cimentando una amistad que ambos vitalmente necesitaban. Así pasaron los meses, así fueron pasando los muchos años, con primaveras y otoños en los rígidos calendarios de la vida. Ambos eran ya muy mayores, por lo que tomaron la sabia decisión de solicitar el ingreso en una residencia para personas mayores. Les concedieron un establecimiento en la capital malagueña, ya que a Epifanio siempre le había gustado y fascinado la dulzura del mar. 

Eran octogenarios avanzados, con las estructuras orgánicas ya muy gastadas y deterioradas. Tenían que utilizar carritos andadores para hacer esos cortos desplazamientos, por la mañana y muchas de las tardes, que siempre finalizaban en la gran terraza de la residencia, desde donde se divisaba la placidez y cromatismo de las aguas tranquilas que mecen la bahía malacitana. Una de esas tardes, estando ambos sentados escuchando el oleaje que se rompía en la orilla de la playa se miraron durante unos minutos a los ojos. Sólo con la vista, asumiendo la decrepitud de sus cuerpos, tomaron la decisión de “viajar hacia el infinito”. 

Cierta mañana de abril, los cuidadores comprobaron que ambos internos faltaban de la habitación que compartían. No habían bajado a desayunar. Tras una intensa búsqueda por los alrededores, al fin encontraron una nota manuscrita de Emiliano, debajo de la almohada de su cama. En esa “carta testamentaria”, ambos se despedían de la vida. Un par de días después, los propietarios de un yate con bandera británica que navegaba hacia el puerto malacitano divisaron, a unas siete millas mar adentro de la costa, dos cuerpos enlazados con unas cuerdas. Ese su último viaje, habían querido hacerlo juntos, para sellar una amistad que habían mantenido durante casi doce años de su prolongado recorrido existencial.

Esta sencilla y entrañable historia, llena de verdades y necesidades, en un ilustrativo ejemplo de la crudeza que provoca en el mundo actual el cúmulo de tantas soledades, a modo de “pandemia” que enturbian, para los más veteranos en la existencia, ese postrer viaje hacia lo desconocido. Precisamente ocurre cuando más se necesita del calor afectivo de los demás. En esta admirable fidelidad para la amistad, ejerció influencia decisiva uno de los diez correos electrónicos, que una tarde envió un tapicero, aficionado a la talla de la madera, a un también veterano profesor universitario, que escribía relatos narrando historias desarrolladas en el gran escenario de nuestras vidas. -

 

 

UNIDOS EN 

EL ÚLTIMO VIAJE

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 11ABRIL 2025

                                                                                                                                                                                                                                

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viernes, 4 de abril de 2025

SECRETOS DE UNA VIDA


En ocasiones pensamos (incluso nos ufanamos) que sabemos mucho o “casi todo” acerca de esos vecinos, que nos van acompañando en el discurrir del calendario. Pero no caemos en la cuenta o certeza que la privacidad o intimidad personal es todo un infinito, muy difícil o casi imposible de abarcar y obviamente conocer. Y no sólo con respecto a los demás, sino también con respecto a nuestra propia singularidad. 

Cuando un personaje “relevante” en cualquier género de la actividad (especialmente en el ámbito de la cultura) fallece, sus herederos y las asociaciones culturales, a quienes ha podido ceder su patrimonio intelectual, van descubriendo con asombro, al “vaciar su casa” materiales inéditos, sobresalientes y curiosos en su creatividad, que esas mismas asociaciones se disponen a sacarlos a la luz, con especiales ediciones en homenaje a tan preclaro e ilustre escritor o artista. En vida, el finado no había querido hacerlo por las razones que fuesen. Esos escritos o creatividades permanecían en estado de letargo, dentro de cualquier carpeta, caja o estantería. Podían ser sus secretos, textos que sólo él conocía en su justo valor. En la posteridad será el público lector quien los valore y disfrute, con su conocimiento y equilibrada reflexión. Pero además de los escritores, cualquier persona atesora o “esconde” muchas páginas de su vida que permanecen inéditas. Vayamos, pues, a la historia o relato de esta semana.  

BRAULIA Almansa era una de esas vecinas que siempre se identificaban por asumir y vivir su entrañable soledad. Residía en un bloque vecinal de tres plantas más bajo, ocupando un piso pequeño o apartamento de sólo un dormitorio, con salón estar, cocina y baño con ducha. Ese ya muy veterano inmueble estaba ubicado en un barrio humilde, por su sociología, en el centro antiguo de la capital malacitana. Celosa en comunicar los años de su DNI, era de esas personas que siempre se las había visto “de mayor”, aunque a la buena señora se le escapaban, en sus diálogos ocasionales retazos de su infancia y juventud. A veces se le había escuchado hacer alusión a unos “parientes lejanos” pero era obvio, por sus propias manifestaciones, que nunca había llegado al matrimonio. Carecía de descendencia, en su asumida soledad. Ya en su ancianidad se mantenía con el recibo de una paga asistencial, por su trabajo durante muchos años en un taller de costura. Completaba sus escasos recursos o ingresos trabajando a diario ese crochet que con habilidad y maestría trenzaba. Sus preciosas creatividades artesanas, pañitos, manteles, cubre sillones, colchas, guantes, fundas de almohadas, etc. solía dejarlos en depósito en diversas mercerías malagueñas, para ganarse unas pesetas con las ventas o compras que, especialmente el mercado turístico, demandaba. Con estas labores subsistía y se entretenía. Era conocida por su frugalidad y modestia, tanto en el comer como en el vestir. 

La señora Braulia era esa vecina, como abuela o madre, que sus convecinos apreciaban y necesitaban, en los quehaceres diarios. Nunca negaba ayuda a quien se lo pedía, dentro de sus muy limitadas posibilidades. En solidaria correspondencia, los vecinos del 3ºA o los del 1ºC, por ejemplo, cuando guisaban el puchero del día, esos garbanzos con chorizo y morcilla o esa olla con potaje de lentejas que tan buen aroma emanaba, llenaban un casillo o tazón de cerámica, para llevar a “la braulia, un plato bien caliente que ella agradecía en los fríos invernales, con esa sonrisa “un tanto pillina” que le caracterizaba. Y en los veranos también compartían el gazpacho o la “porra” que bien refrescaba y alimentaba. Era una muestra real de la fraternidad vecinal que tan bien lucía o florecía en los “corralones”, en las plazas populares o en los bloques modestos, en donde todos formaban una familia, aunque faltase el parentesco. Y era admirable el proceder de esa vecina quien, con la delicadeza necesaria, observando la somera vestimenta que usaba la señora del 2ºB, le ofrecía ese abrigo que siempre dormita y casi nunca se pone, temporada tras temporada. “Braulia ¿le vendría bien este abrigo o rebeca, que está de muy buen poner? A mí se me ha quedado pequeño, por esa tentación que tengo hacia los pasteles”.

Y así marchaba la vida, en el barrio malagueño de Las Lagunillas, antes que llegaran esos momentos de intensa degradación y las nuevas generaciones buscaran acomodo en otras zonas o localidades en donde residir y trabajar. El barrio, otros años floreciente, comenzó su paulatina decadencia y abandono. 

Una mañana de invierno, cercana ya a la estación primaveral, los vecinos del inmueble LAS DELICIAS no vieron a la Sra. Braulia bajar con su carrito de la compra, para dejar la bolsa de los residuos en el contenedor y después llegarse al mercado de la Merced, en donde encontraba productos más baratos para su modesta necesidad. En el mercado los productos sólo podían ser “manoseados” por los propietarios de los puestos, a cambio de que los precios eran algo más económicos. Como doña Braulia era de hábitos fijos y repetitivos, a muchos extrañó no verla aquella mañana. Fermín, el barrendero, Celeste, la vendedora de chuches en el puesto de la plaza, Herminia, la abuela que cada día tomaba la placidez solar sentada en su silla de asiento de anea, etc. No le dieron mayor importancia “Habrá ido temprano a la parroquia o a otros menesteres. Pero esa ausencia de una convecina tan conocida se repitió al día siguiente y ello despertó cierta inquietud entre la vecindad, siempre aburrida e intensamente observadora, de cualquier detalle o anécdota para la distracción. La gente se preguntaba si la habían visto o si había comentado algún desplazamiento a realizar. 

D. Gregorio, policía local jubilado, que residía a pocos metros del bloque de Braulia, llamó a un compañero suyo en el cuerpo, quien de inmediato se puso en contacto con la Policía Nacional y los servicios de protección civil. Comprobando que la puerta del piso estaba cerrada por dentro, dos miembros del Real Cuerpo de bomberos forzaron una ventana cuya persiana estaba a medio bajar y con el consentimiento judicial, entraron en la vivienda, evitando provocar los menores daños posibles. Una vez en el interior, abrieron la puerta (las llaves estaban puestas en la cerradura por dentro, y al llegar al dormitorio se encontraron a doña Braulia, sentada en su mecedora. Su cuerpo estaba ya sin vida. Un médico del Cuerpo de bomberos certificó el fallecimiento de la señora. La realidad de un fallo cardiaco era más que evidente. En una mesita baja, junto a la mecedora reposaba una taza de café negro a medio beber.

De inmediato, la maquinaria para el sepelio del cuerpo se puso en marcha. Una llamada al Ocaso fue suficiente, pues doña Braulia estaba al día del pago mensual al seguro de decesos. La policía, cumpliendo con su misión, procedió a interrogar a muchos vecinos, pero todos coincidían en que no conocían a familiar alguno de la finada, aunque ella había comentado en alguna ocasión acerca de unos sobrinos lejanos, pero sin concretar datos o en donde pudieran residir. Era un caso más del drama de las personas que viven solas. 

Ese pequeño apartamento pagaba por el alquiler una renta “muy antigua”. El casero del bloque, residente en Córdoba y negociante de un almacén de despiece de matadero, tampoco poseía datos de familiar alguno de su inquilina. No aparecían datos vinculados en el Registro Civil (lógicamente los padres de Braulia ya habían fallecido). Aparecía como soltera. A su sepelio acudió mucha gente de todo el barrio, ya que Braulia era persona querida y muy apreciada. La vivienda que ocupaba quedó precintada por la policía. 

Entonces don MODESTO, el venerable cura párroco de la parroquia de Santiago, recordó que hacía unos tres años, Braulia le había entregado un sobre cerrado en el que, según la finada, estaban sus últimas voluntades. El veterano sacerdote, algo desmemoriado lo había guardado en una carpeta y nunca más había reparado en dicho sobre. Ofició una emocionante ceremonia de defunción, por el alma de la parroquiana. Desde ese momento se puso a buscar, con la ayuda del sacristán TOBÍAS ese sobre que no sabía exactamente dónde lo había guardado. Después de muchas horas de búsqueda, encontraron una carpeta “traspapelada”, que había caído al fondo trasero de un viejo armario, empotrado en un hueco de la sacristía. Sobre amarillento, por el paso del tiempo, en cuyo anverso se leía BRAULIA ALMASA CARRASQUILLA. En presencia del juez, el sacerdote lo abrió y extrajo una hoja de libreta manuscrita. El sucinto texto explicaba que la firmante legaba cualquiera de sus pertenencias a la acción parroquial de D. Modesto, a fin de que lo aplicara a obras sociales para los necesitados. De inmediato, una empresa especializada, contratada por la parroquia, y bajo supervisión judicial, se dispuso a VACIAR LA CASA. El propietario del inmueble lógicamente necesitaba disponer del piso vacío para su posterior alquiler u otra negociación. 

El mobiliario, muy envejecido (sillas, mesas, mesilla de noche, cama, armario, etc.) fueron llevados a un centro de acogida para indigentes. También la ropa, muy modesta y demás enseres fueron repartidos por otros centros de caridad. Una importante y hermosa colección de paños de crochet se llevaron en depósito a la mercería EL DEDAL, para ponerlos en venta, cuyo importe pasaría al fondo parroquial para necesitados. 

En todas las operaciones de “vaciado” suelen aparecer cajas, sobres, paquetes, en los sitios más insospechados: altillos, debajo de las camas, detrás del aparador, etc. conteniendo materiales insospechados y dignos para el asombro. En el domicilio de Braulia apareció, en una caja de zapatos, un gran bloque de cartas, recibidas por la finada, en un plazo temporal de año y medio. Todas esas cartas estaban firmadas por un tal EUGENIO, único dato que aparecía en el remite. Eran “misivas” de amor y acumulaban una antigüedad de unos 45 años. Don Modesto se prestó a leer algunas de estas comunicaciones escritas de naturaleza amorosa, objetivo sentimental que no llegó a consumarse. Por el contexto y datos de las cartas, Eugenio era un marino de barco mercante, que recaló varias veces en el puerto malagueño. Por alguna coincidencia, conoció a Braulia, joven y mocita, surgiendo entre ellos ese amor “imposible”, entre un marino y una costurera habilidosa, también en el crochet. Eugenio le proponía que se fuera con él y que se unieran en matrimonio, pero la joven malagueña aducía que la distancia entre Málaga y Orense era muy grande. Además, el marino sestaba de continuo en la mar. En una de esas cartas finales, por cronología, Eugenio se despedía con dolor y sentimiento de culpa, pues en una noche de taberna y lujuria, había dejado embarazada a una muchacha a la que no podía abandonar, La chica se llamaba MINERVA. Y de ellos nunca más se supo. Aurelia conservaba esa correspondencia testimonial, de un amor que no pudo ser. Ahí posiblemente, entre sollozos y lamentos heridos, comenzó una soltería que quiso mantener hasta el final de su vida. 

Pero lo más importante, desde el punto de vista material, estaba por llegar. Lo descubrió un albañil, que envió el propietario del inmueble, don LAUTARO, para que le desmontara el mueble de la cocina y los armarios encastrados en las dos partes de la pequeña casa. Una loseta del suelo del armario se veía deficientemente “recolocada”, con el yeso de las junteras. Sin mayor dificultad la extrajo y bajo el suelo térreo reposaba 

una caja de latón que, en su momento, había servido para guardar galletas. En su interior había una importante cantidad de dinero, papel moneda en su inmensa mayoría. Suponían, era evidente, los ahorros de toda una vida, tanto con el arte de la costura como con la habilidad del crochet.  El Padre Modesto y el sacristán Tobías fueron contando esos ahorros de la finada quien, por alguna razón, tal vez por la mentalidad “antigua” de Braulia, no los había querido guardar en una entidad bancaria. La suma alcanzaba la cantidad de unas 25.000 pesetas (todavía no había llegado el euro a nuestras transacciones monetarias). Era el ahorro forzado de muchos días y horas, pensando en la seguridad e incertidumbre de los últimos años. 

Unos y otros comentaban la mentalidad singular de esta buena mujer, quien viviendo muy modesta y pobremente, en su sencilla existencia, alberga esos dos curiosos secretos vivenciales: el marino gallego y el esfuerzo sacrificado de los ahorros para la vejez. La prevención para ese incierto mañana que a todos nos alcanza. 

Y esta es, a grandes rasgos, la vida o sucinta historia de Braulia. De aquí puede deducirse ese dicho popular de que cuando se vacía tu casa, aparecen secretos y prebendas por todos los rincones. Al final del recorrido, muchas privacidades quedan descubiertas, pues no somos totalmente dueños de nuestros secretos e intimidades. – 

 

 

SECRETOS DE

UNA VIDA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 04 ABRIL 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 21 de marzo de 2025

UN DESCUBRIMIENTO DE CINE

La Historia de la Humanidad podría resumirse con una fácil y densa definición: el proceso de un continuo descubrimiento. Efectivamente, lo que caracteriza a la evolución de la vida en nuestro planeta es ese maravilloso afán por descubrir nuevos avances, objetivo que carece de límites. Es infinito. Sin descubrimientos no habría avances, difícilmente existiría vida. 

A poco que reflexionemos, llegan a nuestra mente descubrimientos continuos en el desarrollo de la Historia, avances derivados del estudio investigativo y la suerte del azar. Todos los esfuerzos son útiles para este noble fin. Ya sean pequeños o de gran espectacularidad, todos los avances son aprovechables, mejorando y cambiando casi todos los órdenes y materias de la existencia terrenal. Desde el modelado y tallado de la piedra, el aprovechamiento del fuego, el trabajo con el metal, hasta la asombrosa realidad de la I.A. Inteligencia artificial, la humanidad ha ido transformado su forma de vida. Para beneficio de los niños, los adultos y los muy mayores. El asombro, el ímprobo esfuerzo y el placer fascinante por descubrir, es algo consubstancial a la propia existencia humana. Procedamos ya al núcleo narrativo de nuestro relato.  

Comienzos de la década de los sesenta, en la pasada centuria. Un niño de diez años, JAVI, es el único hijo del matrimonio formado por MARIO y JULIA, en una localidad de la costa oriental malagueña, en la zona de la Axarquía. El padre del niño hace unos años que decidió abandonar las redes y las artes de la pesca, cambiándolas por el horno y el obrador del pan y los pasteles, una actividad más estable y menos sacrificada que la aventura del mar. Julia se encarga de las tareas de la casa, hogar de una sola planta sobre el suelo, adosada a otras viviendas similares, de familias que viven de la pesca, en una calle de nombre emblemático: calle del Mar, próxima a la playa llena de turistas en verano y de jábegas y traíñas en cualquier época del año. El mar y la agricultura da de comer a una población humilde en su sociología económica. Es un microcosmos tranquilo, laborioso, de aceptación profunda y continua de la realidad vital. Aún no ha llegado la televisión o la maquinaría informática y la sofisticación electrodoméstica va entrando poco a poco (neveras, lavadoras eléctricas, etc.)  En este pueblo, como en otros de la misma zona, la radio, los tebeos, el baile del domingo y el cine, son las realidades lúdicas más comunes, junto a los juegos reunidos, el balón, las muñecas, los recortables, para los niños y el dominó, los naipes, el parchís y las horas de bar y el café, para los mayores.  

Dada la bonanza del tiempo en esta Andalucía mediterránea, funcionaba un cine de veranoEL UNIVERSAL, cuyas proyecciones se desarrollaban desde finales de mayo hasta comienzos de octubre. Durante los meses de julio y agosto había cine a diario, mientras que en el resto de los meses el cine sólo funcionaba los sábados y los domingos. Javi, desde pequeño, ha sido un gran aficionado a las películas, disfrutando con los grandes héroes de la gran pantalla. La magia del cine siempre ha sido su gran ilusión y mayor preferencia. Su esfuerzo durante toda la semana era conseguir esas 4 pesetas para adquirir una entrada que le permitiera asistir a la sesión de las 9 los sábados. Era la alegría y el regalo más grande que se le podía ofrecer. Con esa localidad, podía entrar todo contento en la gran terraza veraniega, y sentarse en la 5ª o 6ª fila, para estar bien cerca del gran murallón blanco que hacía las veces de pantalla. Por supuesto, también solía ir provisto de esa bolsa de palomitas de maíz o rosetas, que tanto entretenían y “alimentaban” durante la proyección. 

Nunca le habían explicado cómo funcionaba el mecanismo del cine. Sólo sabía que, desde una pequeña ventana, inserta en una caseta elevada situada enfrente de la pantalla, al apagarse las luces de la terraza, salían un foco luminoso, de color blanquecino, que al “chocar con la gran pantalla blanca se convertía en vaqueros a caballo, en indios con plumas rojas, en policías y en ladrones, con sus pistolas y en esos coches que mucho corrían, o en hombres, mujeres y niños que hacían reír, llorar, asustar. Además, podías volar como los pájaros, mientras por los grandes altavoces se escuchaban las palabras, sus voces y sus gritos y también las canciones que entonaban, mezclados con los sonidos de las trompetas, los tambores de los soldados y ese ruido mecánico cuya acústica indicaba que ya comenzaba la película y que dejaba de oírse cuando la proyección finalizaba. Entonces ese foco luminoso se apagaba. ¿Cuál sería el misterio que habría dentro de la casetilla, en cuyo frontal se leía CABINA DE PROYECCIÓN? PROHIBIDO EL PASO. ¿Por qué saldrían de allí tantas historias para la distracción?

Una tarde/noche de cine, Javi fue uno de los primeros espectadores que entraron en la gran terraza de verano. Vio a LUCIO, el electricista del pueblo, que se dirigía a la caseta “mágica” (como el niño solía llamarla) llevando en su mano derecha un gran saco de estopa, con el que subía la escalera que accedía a la cabina de donde salía después el foco de luces de las películas que se convertían en cine. El pequeño dedujo que el electricista era el encargado de “echar el cine” ¡Cuánto le agradaría, todo lo que daría, si un día pudiera entrar en la caseta mágica!

La suerte viene sola, pero también hay que buscarla. El gran objetivo de Javi era poder entrar en esa pequeña habitación, situada enfrente de la gran pantalla, a fin de descubrir cómo se “cocían” los mecanismos mágicos de lo que todos veían en pantalla. Una tarde, cuando este niño cinéfilo estaba con su padre en el obrador de la confitería, mientras que el confitero preparaba una gran tarta de boda, se produjo un cortocircuito y la máquina amasadora dejó de funcionar.  Rápidamente Mario envió a su hijo para que avisara a Lucio el electricista, cuyo taller estaba a sólo dos calles de la confitería panadería. El objetivo era que el técnico electricista se desplazara a la confitería EL ROSCÓN, para que intentara arreglar la avería.  Lucio, siempre muy servicial, se presentó en el obrador, portando un gran maletín con herramientas, tardado en hacerlo no más de 15 minutos. 

Mientras estaba arreglando el cuadro eléctrico, Javi, con una admirable valentía, se acercó al Técnico y sonriente le dijo “Sr. Lucio, Vd. es el que echa cine en el Imperial. Nunca he estado en la cabina donde se “hacen las pelis … Me haría mucha ilusión saber cómo se hacen” “Bueno chaval, ve que te gusta el cine. Pues el sábado, que, se proyecta una peli de soldados e indios, titulada TAMBORES LEJANOS (la rodaron en 1951) y el protagonista más importante es Gary Cooper, vestido de azul, con el uniforme del séptimo de caballería. Vas a disfrutarla y me vas a acompañar en la cabina de proyección, para que me ayudes y veas cómo funciona todo aquello.  Se trata de un capitán que lucha contra los indios seminolas, que llevan en su uniforma muchas plumas de colores. Así que te recojo a las 8 y te vienes conmigo al cine. Ese día no vas a pagar entrada. Te enseñaré todo lo que hay dentro de la “misteriosa” cabina de proyección, como tú la llamas”

Javi apenas pudo dormir aquella noche, pues la emoción lo embargaba. Al fin iba a descubrir el misterio de la magia del cine. Era jueves y faltaban dos días para conseguir el disfrute de aquella tan grata y misteriosa experiencia. Ese mes de agosto de había presentado bastante caluroso. Así que a la llegada del sábado, Julia su madre le preparó una cantimplora con agua fresquita, introduciendo en la misma trocitos de hielo. Además, le preparó un “súper bocata” de pan con mortadela MINA. De postre iba una pastilla de chocolate DOLCA con leche y almendras. Cuando Lucio pasó a recoger al “chiquitín” como cariñosamente llamaba al hijo de Mario, éste les tenía preparado un “papelito con hojaldres, rellenos con cabello de ángel, marca de la casa “¡Pórtate bien con Lucio! Que te va a enseñar la magia del cine. Igual, algún día, te conviertes en maquinista o proyeccionista de películas.”

La primera impresión que el chico, pleno de ilusión, experimentó, aquella tarde de sábado fue la de entrar en el cine sin pasar por la taquilla, que a esa hora de las 7 de la tarde aún se encontraba cerrada. Le impresionó observar la gran terraza con las hileras de sillas vacías, aún no había público en el interior. De la mano de su amigo Lucio, subió por la escalera, que sólo el proyeccionista podía recorrer, y que daba acceso a la caseta a la “misteriosa” cabina, en donde se preparaban las películas que después tomaban vida en la pantalla. ¿Qué misterio encerraba aquella pequeña habitación, como para poner en la gran pantalla una película diferente cada día? Las explicaciones de Lucio no tardaron en llegar. 

“En estos grandes rollos de una tira “infinita” de plástico transparente, llamado “celuloide” está la película dividida en miles de cuadraditos. Tambores lejanos, la que hoy vamos a proyectar viene repartida en cuatro grandes rollos”. Le enseñó, al trasluz” algunos de esos cuadraditos o fotogramas y Javi vio unos soldados a caballo.  Estos fotogramas, al pasar a gran velocidad por la luz que tiene delante una gran lente (como la de las gafas, pero de mayor grosor) dan la sensación de movimiento, cuando llegan a la pantalla. Pasan 24 fotogramas diferentes por segundo por delante del objetivo, Tu mente te hace creer que esas imágenes están en movimiento, como en la vida real. 

Primero montamos el 1º rollo en la máquina proyectora A. Cuando este rollo este terminando de pasar, hay que poner en marcha la máquina B, en donde ya estará montado el rollo 2ª. No nos podemos equivocar de rollo, porque entonces la película no se entendería. A mí me ocurrió una vez y te puedes imaginar la que montó el público que estaba en la terraza. Después haremos lo mismo con el rollo tres y el cuatro. Otro de los secretos del cine es que la luz que se concentra en la pantalla, a través del objetivo, no procede de una bombilla cualquiera, sino de estos dos grandes lápices de “grafito” (carbón) que están conectados a la electricidad dentro de la cámara. Cuando se acercan (hay un mecanismo que los va aproximando poco a poco, cuando las puntas incandescentes se van quemando) dan como una llamarada de luz muy fuerte, se llama arco voltaico, que pasa por los fotogramas y por la lente del objetivo, que agranda la imagen que vemos en la gran pantalla. Esa lente es muy importante pues, aparte de agrandar la imagen, impide que se vea borrosa cuando se proyecta. 

Y ahora te preguntarás dónde está “encerrado” el sonido que escuchamos a través de los altavoces de la sala, pues las imágenes “hablan”. Fíjate en cada fotograma de celuloide, en esta parte izquierda observarás un dibujo negro vertical, que no es siempre el mismo. Es lo que se llama banda sonora, como las que tienen los discos en las decenas de surcos. En los tocadiscos, la aguja pasa por esos surcos produciendo el sonido. En las películas no hay agujas, sino un rodillo especial que “lee” las palabras y la música de cada fotograma. Después ese sonido se agranda o amplifica a través de los altavoces, para que incluso las personas duras de oído puedan escuchar las músicas y las voces grabadas”. 

“Lucio, ¿que son los “cortes” que interrumpen la película y enfadan a los espectadores, que silban, tocan palmas y patean en el suelo?” “Pues muy fácil. A veces la película, el rollo continuo de celuloide, se rompe o se parte. Entonces el rollo sigue girando, pero ya no pasa por delante de la luz ni del objetivo.  Hay que parar de inmediato la máquina de proyección y unir los dos trozos de cinta que se han partido con un pegamento especial que se seca muy pronto, poniendo de nuevo la cinta de celuloide en los rodillos correspondientes para que se pueda ver de nuevo la película. Pegar las dos partes del celuloide se hace en apenas uno o dos minutos, hay que tener mucha destreza y no perder los nervios, a pesar de las chirigotas que se escuchan en la terraza”.

Javi estaba entusiasmado con todo lo que estaba aprendiendo. Ya era casi las ocho de la tarde, estaba oscureciendo y comenzaba a entrar personas en el cine. “Te voy a dar una bolsa llena de recortes de fotogramas, para que te distraigas en casa. Los pones delante de una bombilla y reconocerás a muchos actores y actrices que habrás visto en las películas. Javi ya pensaba en intercambiar algunos de los fotogramas con sus amiguitos del cole por canicas u otros tesoros para jugar. 

El tiempo pasaba y Javi permanecía bien atento a todo lo que hacía su gran amigo Lucio. Hicieron una prueba para pegar fotogramas y como pasar de un rollo a otro, parando y encendiendo una y otra cámara de proyección. Prepararon los trailers de las películas que se iban a proyectar en días sucesivos, también probaron los carbones “voltaicos”. Lucio le puso a Javi unas gafas de sol cuando abría la ventana de los carbones, para que la luz no hiciera daño en los ojos del pequeño. Javi nunca iba a olvidar el sonido de los rodillos girando, cuando se ponía en marcha una de las máquinas y el celuloide corría bien ensartado en los agujeros de cada fotograma. 

Se iba acercando la hora de comenzar la proyección. Faltaban muy escasos minutos para las nueve de la noche. Javi había ya dado buena cuenta del bocadillo que le había preparado su madre. También Lucio tomó el que llevaba preparado desde casa. Y juntos compartieron los dulces que Mario había preparado en la confitería para el postre de la cena. Javi prefirió quedarse en cabina para ver la película, para lo que Lucio le preparó un taburete desde el cual podía mirar cómodamente por otra de las ventanillas de la cabina. La terraza estaba repleta de público, que hablaban, bebían sus refrescos y consumían grandes bolsas de palomitas o rosetas de maíz. El sol ya se había despedido y el celeste del cielo se había tornado en azul, cada vez más oscuro, lo que iba a permitir comenzar la proyección. Fue el propio Javi quien dio tres toques de timbre, avisando a los espectadores que la película iba a comenzar. Previamente dedicaron unos minutos a proyectar los cristales de la publicidad (los cines también ganan, amigo Javi, además de con la venta de entradas, con las consumiciones del bar (chocolatinas, almendras, bocadillos, refrescos, caramelos, pipas de girasol, etc) y con la publicidad que se proyecta antes de comenzar la película). Desde la propia cabina se apagaron las luces de la terraza, dejando sólo aquellas bombillas de seguridad para evitar que los espectadores tropezaran y pudieran caerse al suelo. 

¡Comenzamos! El mágico rrrrrrrrrr de los rodillos sonaba y el celuloide corría como un bólido, a 24 fotogramas por segundo. El gran objetivo modulaba la imagen y filtraba la llama incandescente del arco voltaico que, como un volcán deslumbraba y emocionaba para dar forma a las imágenes grabadas en loe metros “infinitos” del celuloide. “¡Javi, ponte las gafas y vigila que los carbones no se separen demasiado con el desgaste, pues entonces se nos quedaría “sin luz suficiente” la pantalla”. 

Esa noche de sábado se había iniciado la primera y gran lección de un futuro maquinista o proyeccionista de cine. Fueron muchas las noches en que la terraza del Cine UNIVERSAL contó con dos proyeccionistas en cabina. Uno veterano y el otro un adolescente al que le gustaba mucho la magia del cine. Al paso de los años, Javier comenzó a trabajar durante los veranos en la cabina del Universal, ayudando a Lucio quien lo consideraba como a ese hijo que el destino no le quiso conceder. 

Hoy JAVIER CRUZ es jefe de cabina de los multicines El Ingenio, en el centro comercial del mismo nombre, entre Torre del Mar y Vélez Málaga. Controla 12 salas. Visita con periodicidad a su amigo y maestro Lucio, ya jubilado, al que siempre lleva unos dulces de hojaldre con cabello de ángel, de la confitería El Roscón.

 

 

UN DESCUBRIMIENTO 

DE CINE

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 21 MARZO 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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viernes, 14 de marzo de 2025

LA LEYENDA DE LA CASA ENCANTADA

Cuando tomamos la lúcida decisión de salir al entorno natural, realizando una siempre grata jornada senderista, también cuando conducimos por alguna carretera boscosa, suele impresionarnos la presencia de esas pequeñas o más grandes casas rurales, que están diseminadas por laderas montañosas y valles más o menos agrestes, solitarias y aisladas de los entornos urbanos.

Al margen del estado de conservación de estas viviendas (en apariencia, un tanto “abandonadas” en su cuidado) nos fascina e impresiona la realidad de poder vivir en medio de la naturaleza, frecuentemente en el bosque, alejados de los incentivos culturales, comerciales, lúdicos, sanitarios, con una difícil comunicación respecto a los núcleos densificados de las ciudades.

Parece obvio que la impresión de estas casas “perdidas” y aisladas en el seno de la naturaleza no es la misma cuando las vemos en horas diurnas, en esas mañanas o tardes soleadas, con una cálida y agradable temperatura, que en los días nublados, lluviosos o tormentosos y sobre todo en las horas nocturnas. Pensamos en las dificultades sobrevenidas, cuando sus residentes tengan alguna dificultad o urgencia médica o de otra naturaleza. En este caso, la admiración por esos aislados lugares de residencia “campestre” cambia por completo. En ese contexto de la vida “aislada y natural” se inserta nuestro relato de esta semana.

La historia, objeto de esta narrativa, se genera en una muy “usada” y escasamente reparada casita de campo, ubicada en el entorno vegetativo de la SIERRA DE LAS NIEVES malagueña. Era una vivienda unifamiliar, de planta baja y un piso, cubierta con un gran tejado a dos aguas, protegido con tejas de cerámica andaluza y también con grandes lañas de oscura pizarra. La recia construcción había utilizado y mezclado el ladrillo, la piedra y la madera, con no muchos ventanales para la protección térmica en las estaciones invernales, dada su significativa altura sobre el nivel del mar. Tenía una amplia zona trasera dedicada para establo, en el que había un par de vacas, un caballo, un rebaño de cabras y esas gallinas, tan necesarias para la carne y los huevos.

Allí vivía una familia de cuatro miembros. Los padres, llamados ALONSO, 42, e ISABELA, 38, junto a dos hijos pequeños, VALENTÍN, 8, y LOURDES, 6 (como el abuelo paterno y la abuela materna). El padre, durante un tiempo, había trabajado en la albañilería, yendo cada día a poblaciones no demasiado alejadas, como Casarabonela, Carratraca e incluso a la localidad de Ardales. Para desplazarse cada día al “tajo” de trabajo utilizaba una furgoneta de “muchas manos) de poca potencia y poco gasto en combustible. Le servía de gran utilidad para salir de casa no más tarde de las 7 horas y estar puntual en su labor a las 8, con un horario continuo hasta las 16 horas, cuando emprendía el viaje de vuelta al hogar (con 45 m de descanso para atender al almuerzo que llevaba preparado desde casa. Al paso del tiempo, Alonso fue reduciendo, cada vez más, su trabajo en la construcción, por el sacrificio y dureza de esta labor. Fue dedicando cada vez más tiempo al cultivo, en pequeñas parcelas que iba preparando con ímprobo esfuerzo. Esa dedicación agraria la combinaba cuidando el no abundante ganado que poseía, pero que le proporcionaba beneficio alimenticio para su familia y para poder vender a comerciantes conocidos: carne, huevos, leche, piel, abono para la tierra, etc.

Isabela, mujer de fuerte tenacidad para el trabajo, cuidaba el crecimiento de los niños y aseaba la casa, la ropa, la plancha (de carbón, pues los cortes eléctricos eran más que frecuentes) recogía los huevos, cuidaba las plantas y las verduras. Esta polivalente mujer también preparaba las comidas, siempre atenta para que nada faltase. Alonso llevaba en su furgoneta a los niños para que asistiesen a la escuela de Casarabonela, unidad escolar en donde también almorzaban, volviendo con su padre a casa, a partir de las cinco de la tarde. Había tramos en las pequeñas y estrechas carreteras para los que había que aplicar una gran destreza, pero la experiencia para conducir de Alonso con su furgoneta Citröen era manifiesta, ya que había tramos en los que no había asfalto, sino caminos de tierra. En épocas de lluvias y tormentas, el barro que se formaba era abundante y peligroso, mientras que en las épocas estivales o de sequía, la lucha contra el polvo y la sequedad ambiental era continua, en una zona alejada de los aportes hídricos que humedecieran el ambiente y avenaran los cultivos

Sin embargo, la suerte de la “hidratación agraria” estaba en parte resuelta desde hacía largo tiempo. El abuelo Valentín había construido, además de la casa, un par de pozos que fueron mejorados por su hijo Alonso. Además, el destino les había sido generoso, pues no lejos del hogar había un nacimiento o fuente natural, de la que manaba agua en épocas del año como el otoño o la primavera. La llamaban la FUENTE DE LA FUENSANTA. como la patrona de Coín.

Cuando la electricidad no se “cortaba”, disfrutaban de una vetusta y “grandota” radio (de grandes lámparas) aunque en unos Reyes, alonso compró un transistor a pilas y un aparato de televisión, cuya imagen era harto deficiente, porque la proximidad de peñascos y montañas dificultaba la llegada de una buena señal. El sábado era el día en que toda la familia bajaba al pueblo en la furgoneta, para comprar determinados alimentos o ropa y vender a comerciantes conocidos el queso que elaboraban y también cestillos con huevos, pesetas ganadas que les venían muy bien para el sustento del hogar. También Alonso adquiría semillas e instrumental de trabajo para los cultivos que con mimo cuidaba. Isabela, que era muy devota, aprovechaba para asistir a la misa de doce, en la parroquia de SANTIAGO APÓSTOL de Casarabonela (antigua mezquita y posteriormente Colegiata).

Ahora, tras haber conocido el modo de vida de esta sencilla familia, cuyo hogar estaba encastrado en un entorno natural montañoso, vayamos a conocer el por qué su vivienda era llamada LA CASA ENCANTADA.

Este intrigante y curioso nombre derivaba de una tradición popular, que estaba convencida de que en ella habían tenido, en el decir de la gente, diversos episodios extraños o sobrenaturales. Estos hechos ocurrieron en tiempos del abuelo VALENTÍN, el padre de Alonso, antes de que emprendiera el postrer “viaje” al reino del infinito, tras una muy larga longevidad, por su buena naturaleza y su residencia en un entorno maravilloso de naturaleza, como era la sin par Sierra de las Nieves.

La casa fue construida por el abuelo Valentín, con todo el esfuerzo de sus manos y una rígida e impresionante voluntad. Fue una obra de “autoconstrucción”, posteriormente legalizada, en una zona relativamente aplanada o con pendiente de pocos grados, para ir colocando la cimentación, los pilares, los muros, las ventanas y el tejado protector. Dicen que un cabrero de la zona le ayudó, a cambio de alimento y cobijo, pues éste tenía problemas con la ley. Semana tras semana y año tras año, la casa se fue conformando, habitándola este hombre del bosque, que vivía con su mujer ENGRACIA, alejado de la vorágine urbana. Solo tuvieron un hijo en su no largo matrimonio. El transporte para las necesidades materiales y físicas lo hacían con un carro tirado de una mula.  Vivían, y gozaban a su modo, la felicidad que proporciona el entorno “salvaje” y natural. Pero un mal día, era otoño, como el de las vidas, Engracia se fue a la eternidad. Su propio marido la enterró, en un lugar secreto que sólo él conocía. El pequeño Alonso, con nueve años, vivía muy unido a su padre, ayudándole en todo y aprendiendo de la naturaleza y el cuidado de los animales. Precisamente fue Valentín quien enseñó a su retoño las artes de la albañilería, “para que fuera un hombre de buen provecho”.

Pero Valentín nunca podía olvidar a su mujer. Llevaba mal su viudez. Alonso, en su adolescencia, se despertaba por las noches, cuando desde la cama veía las luces del fuego de la hoguera en la chimenea y escuchaba a su padre hablando con alguien. No comprendía con quien estaba comunicando a esas horas tan avanzadas de la madrugada. Lo más extraño era que, junto a la voz de Valentín, que lógicamente bien conocía, hablaba otra voz, más ronca, apenas perceptible, que parecía proceder desde la ultratumba. Una noche, el joven Alonso se despertó, una vez más, al escuchar palabras, a modo de conversación, desde el salón hogar de la chimenea. El reloj marcaba las tres. Con gran sigilo, se levantó del lecho y caminó de puntillas y descalzo desde la alcoba, asomándose, sin hacer ruido alguno, a los maderos de la escalera, desde donde divisaba gran parte del salón estar. Los leños de la hoguera ardían con una tonalidad anaranjada rojiza, a fin de compensar la frialdad exterior. Su padre estaba sentando en su sillón de culo de anea, mirando el chisporroteo que generaba la resina de la madera quemada en el ardiente hogar.  Como otras noches, Valentín estaba hablando, muy pausadamente. Cuando se callaba, sonaba en la habitación una voz diferente, ronca pero melodiosa, que l respondía a los comentarios que el leñador y pastor le planteaban. Pudo escuchar con nitidez una frase que decía “Gracias, mi amor, por acordarte todas las noches de mi” frase que generó en el joven un miedo terrorífico. ¿Estaba su padre hablando con su madre muerta (hacía más de cuatro años) y ésta le respondía? ¿De dónde procedía esa voz algo dulce y ronca, si Valentín permanecía solo frente al fuego del hogar?

Cuando Valentín bajaba al pueblo y entraba en alguna taberna para tomar su vaso de vino, comentaba (a medida que el alcohol iba haciéndole sus efectos o delirios) que él había hablado recientemente con su difunta Engracia. Por ahí fue también fue comenzando la leyenda de la Casa encantada.

Alonso era consciente de los numerosos ruidos y “misterios” que se escuchaban en la estructura de la vivienda: crujidos de las vigas de madera, grietas en el suelo, sonidos hídricos “impetuosos” que se escuchan en el subsuelo, ventanas cerradas que, de manera insólita, se abrían, cacerolas que se caían al suelo desde el platero, sin que nadie las hubiese impulsado, fuegos en los leños que permanecían ardientes durante toda la noche y que a la mañana siguiente no se habían consumido … Cierto día, cuando Alonso llegaba con su furgoneta a la casa, observó que salía un poco de humo blanco por la chimenea exterior. Cuando aparcó y entró en la vivienda, observó con preocupación que el fuego del hogar estaba apagado, aunque el olor a leño quemado estaba presente en el ambiente.

En otra ocasión, Alonso tomaba un ardiente café en un bar de Casarabonela, acompañado de POLICARPO, amigo escolar desde la infancia, quien trabajaba como panadero en el obrador de una confitería. Había bajado al pueblo y mientras esperaba para recoger a los niños de la escuela, comentaba con su amigo aspectos de “la casa encantada”. Poli, una persona ruda, pero bastante sensata, le decía: “estas cosas suelen ocurrir cuando las personas viven aisladas en medio de la Naturaleza. La falta de proximidad con otras viviendas y familias hace que “veamos y escuchemos” lo qye parecen fenómenos ocultos. La mayoría de esos ruidos o hechos inexplicables están sólo en nuestra imaginación. Esos ruidos o sonidos misteriosos derivan de razones físicas: las diferencias de temperaturas, la acomodación de los cimientos, los mantos de agua subterráneos (que llaman “freáticos) o también, por qué no decirlo, de consecuencias sonámbulas, que hace que encendamos o apaguemos el fuego por alguna ensoñación.

Como ocurre en muchas localidades rurales, apartadas de la densa urbanización o de la vorágine turística, los vecinos disponen de mucho tiempo libre para inventar y exagerar, acerca de los hechos cotidianos de la existencia. De esta manera nació y se difundió, de boca en boca, esos comentarios, chascarrillos o leyendas, acerca de esa casa “perdida entre los escarpes boscosos de la naturaleza. El propio Valentín, con la mayor naturalidad del mundo, le decía a su hijo “anoche hablé con tu madre. Me dijo que te aconsejara que cuidaras mejor a las gallinas, pues sus huevos son un buen alimento y que además se pueden vender muy bien en los colmados de los pueblos próximos. Ella era muy sabia, y me recordó que las rozaduras de los brazos y piernas se curan rápidamente untándote boñiga de caballo o de mula, que cicatrizan muy bien las heridas”.

Poco antes de fallecer, cuándo Valentín deliraba febrilmente en el lecho, su hijo Alonso entró en su habitación porque había escuchado voces desde afuera. Obviamente en la habitación solo se encontraba su padre, que hablaba o deliraba. Lo más importante del hecho es por momentos Valentín modificaba su voz, escuchándose esa pronunciación ronca y melodiosa que su hijo escuchaba cuando escondido entre los maderos de la escalera oía voces en la madrugada y su padre dormitaba junto al fuego. Hablaba y se respondía cambiando la voz. Los “misterios” de la casa encantada se iban desbrozando.

En las noches de intensa tormenta, con aparato eléctrico de gran luminosidad y acústica estruendosa, era muy frecuente que el fluido eléctrico se “cortara” y entonces Alonso, bien resguardado en su pelliza, tenía que salir para poner en marcha el generador de gasolina, a fin de mantener la luz y el calor.

Pero no todo iban a ser misterios y soledades. Cuando llegaba la primavera y el sol radiante se iba introduciendo entre el ramaje vegetal del arbolado, la vivencia en ese entorno natural suponía una delicia emocionante. La generosidad del paisaje, la intensa oxigenación, el dulce aroma de las plantas y las flores, la compañía de esos animales que daban alimento, fuerza y compañía, los florecientes cultivos para la subsistencia, todo ello (y no era poco) gratificaba un ambiente henchido de naturaleza.

Sin embargo, aún hoy, cuando algunos senderistas preguntan en el pueblo, cuál era el mejor camino para tomar, con el objetivo de llegar a un determinado lugar, siempre hay algún lugareño que, con la naturalidad de la tradición y la leyenda, aconseja “sigue por ese sendero y al llegar a la zona más boscosa te encontrarás con la Casa Encantada, en donde Alonso e Isabela te atenderán con amistad y generosidad. -

 

 

LA LEYENDA DE

LA CASA ENCANTADA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 14 MARZO 2025

                                                                                                                                                                                                                               

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