viernes, 10 de octubre de 2025

PAOLO Y PETRO

 

En cualquier momento de nuestro recorrido por la vida, el valor de AMISTAD es inexcusablemente admirable y necesario. Cuando vamos avanzando en nuestra cronología, esa necesidad se hace más acuciante. Sobre todo, cuando la carencia de obligaciones laborales y la pérdida de familiares afectos, incide con más intensidad en esa lacerante “pandemia” de la SOLEDAD. Buscamos, necesitamos, agradecemos, a esa persona con la que compartir los paseos, los ratos de charla, el aromático café o la cerveza espumosa, a fin de compensar esa enfermedad cruel, silenciosa y maligna, que denominamos soledad. Buscamos amigos, pero sobre todo ese “mi mejor amigo”, con el que tenemos la confianza de la sinceridad y el sosiego de la lealtad. No resulta fácil encontrarlo y tampoco. mantenerlo. Pero una vez hallado, supone un verdadero tesoro para esas largas horas de asueto, mañanas o tardes, que se nos hacen exageradamente largas si carecemos del calor afectivo de no tener con quien hablar. En este contexto se inserta nuestra semanal historia.

Se conocieron en una tarde de Parque, en plena estaciona primaveral, entre el trasiego de la gente y la fresca proximidad del mar. El destino, siempre juguetón, quiso ser generoso en esta ocasión, ya que a todos nos gratificar hacer el bien y ese misterioso personaje del azar, aquel día se encontraba predispuesto para atender la patente o urgente necesidad. La tarde estaba algo nublada, con la brisa fresca del mar. En realidad, era un día agradable, que no se podía desaprovechar. Los dos personajes de nuestra historia sumaban muchas décadas, en la aritmética de la edad. Podrían ser incluso coetáneos, pero eso ¿qué más da?

En un banco madero del Parque malacitano, PAOLO ocupaba un lateral del asiento, por la comodidad del reposabrazos. Malagueño de nacimiento, aunque había un abuelo italiano en la familia, por los que sus padres quisieron repetir el nombre de aquel antepasado quien, como el progenitor y más tarde su hijo, se dedicarían a trabajar la madera para la artesana creatividad. La carpintería, actividad habilidosa y artística, que además elabora objetos útiles para las casas, como mesas, sillas, aparadores, armarios, alacenas, cabeceros de cama, muebles de cocina, puertas y ventanas… todo ello para el hogar. Su vocacional habilidad también lo motivaba para la elaboración de juguetes, destacando esas patinetas, movidas con la fuerza motriz del pie infantil, para gozar de la velocidad. Y no olvidaba a las muñecas, que además de los vestidos llevaban el cuerpo de madera, para mejor conservar. Nunca le gustó el plástico para el uso, por su origen petrolero y la falta de tersura y de aroma que la madera siempre nos regala, desde la inmensa riqueza vegetal. 

Tenía instalado su taller en la Carrera de Capuchinos, a medio camino entre la Plaza de la Divina Pastora y Fuente Olletas, en donde trabajaba por encargo echándole muchas horas a la vocación maderera, para agradar. Había días que cerca de la diez tenía que parar, para no molestar a la vecina del primero, doña Alfonsa, que justificaba con energía su necesidad de descansar. 

Su gran amor y compañera era ARACELI, con la que estuvo unido casi tres décadas de buena compañía y felicidad. Pero un mal día, ese viento traicionero que no sabemos quién lo envía a nuestra tranquilidad, se la arrebató con malas artes, para llevarla a ese raro lugar que nadie sabe con certeza dónde está. Esta desgracia ocurrió hacía ya cinco años, cuando con muchos años a su espalda decidió dar el paso jubilar.  Desde entonces, paseos, algún que otro cine y esa paga pensionista, con la que tiene más que suficiente para su modesta necesidad. No tuvieron hijos y todos esos parientes construyen sus vidas, a los que no quiere molestar. Sólo en Navidad, aparecen esos educados contactos, pero son palabras y gestos y nada más. Él se hace la comida, arregla la cama al despertar, compra lo necesario y no deja un sólo día de caminar. 

Sentado en otro banco frontal al de Paolo, otro hombre mayor observaba con tranquilidad la frondosidad vegetal, en tan magnífico lugar. Parterres circulares repletos de flores, pues la primavera hace florecer cualquier lugar, con altos árboles de palmeras, ficus y almensinos para sombrear. Y también los pájaros, destacando las cotorras, no dejaban de alegran el ambiente con sus cantos a modo de orquesta de lo natural. Pero también “acompañaban” las brisas agradables que llegaban del cercano puerto de mar. 

Este jardinero jubilado, con muchas décadas vividas en su historial, tenía por nombre PETRO, que en Ucrania le pusieron al bautizar. Allí desarrolló su infancia y adolescencia y ya en la juventud, el amor de una turista llamada ESTRELLA, española y malagueña, le motivó sin dudarlo la aventura de emigrar. Era técnico electricista, pero además un gran amante de las flores y los jardines, que engrandecen y santifican el reino de lo vegetal. Por este motivo, bien informado, optó a una plaza de cuidador de jardines, pertenecientes a la comunidad municipal. Estrella, estudiante de biología, aplaudía la decisión tomada por la persona a quien quería amar. Así que ella trabajaba en la enseñanza de adolescentes, motivándoles a estudiar el entorno natural. Mientras el apuesto y bien parecido Petro se encargaba de organizar el cuidado del tesoro jardinero en la capital. 

Vivieron felices muchos años, con dos hijos, niño y niña, a los que supieron bien educar. Ella cada día con la pizarra y la tiza, Petro echando una mano con la azada y la manguera, aplicando con mimo su vocación jardinera para las flores cuidar. Y cada fin de semana, cuando el viernes tenía que llegar, aparecía en casa para el almuerzo, con un gran ramo de flores, que tanto él como sus compañeros se habían encargado de bien “alimentar”. Problemas administrativos y solicitantes pretensiosos hicieron que su contrato llegara a un injusto final. Y desde entonces desarrolla un perfecto trabajo en uno y otro jardín particular, en las viviendas de familias acomodadas para el bien pagar.  Se estableció como autónomo, a fin de tener un buen retiro el día que tendría que llegar.  Y así pasaron los años, con esa fascinante labor creativa, para potenciar el ornamento floreal, con el contento de ancianos, niños y familias cuidadosas, de lo mejor que la naturaleza nos da. 

El matrimonio de Petro y Estrella tuvo un buen comienzo, pero el letargo de una larga convivencia fue desvitalizando las necesidades de uno y otro, para mantener la llama de la felicidad, Y un día lleno de nubarrones, Estrella buscó un nuevo destino donde “mejor yantar”. Ahora Petro desarrolla una vida plácida, en donde lo pequeño se hace grande y los colores iluminan la creativa imaginación para el cada día más difícil caminar. En ese dilema de hacer cada día diferente, algo siempre se le ocurre para el buen objetivo alcanzar.

Y en esta mañana dulce de primavera afortunada, la mirada de uno y otro veterano de la vida se identificaron para compartir un poco de amistad. 

“¡Amigo, aquí hay un asiento muy grande que yo, mi nombre es Paolo, apenas lo puedo llenar! ¿Qué te parece si compartimos este este banco de recia madera, ahora casi vacío, y te vienes a mi lugar? Gracias por decirme tu nombre, Petro, es un nombre muy bonito para la aventura de conocer y disfrutar cerca del mar”. Así el carpintero y el antiguo jardinero iniciaron una sencilla pero reconfortante amistad. Quedaron, después de mucho hablar, para mañana en LA SACRISTÍA, por la zona del Soho, una cafetería muy cómoda, para tomar café y algo pastelero. Petro quería invitar. 

Y así, un día tras otro, fuera mañana o tarde, daba igual, los dos amigos “combatían contra una situación tan desagradable, como es la acre soledad. 

Pero una tarde, Paolo no acudió al lugar de encuentro habitual, los jardincillos iniciales del Parque Sur junto al puerto, menos mal que el teléfono sonó para la tranquilidad. Todo era una cuestión de un fuerte resfriado, de esos que hacen muy difícil el respirar. Eran cosas propias de la edad. A la casa de Paolo Petro se prestó ir a visitar. Apareció con unos dulces de APARICIO, para tener con bien merendar. Otro día fueron a ver una película de vaqueros, de la América del mar allá. Salieron contentos y felices, como dos niños pequeños, del tanto disfrutar. Así es la vida de muchos jubilados. todos con avanzada edad. Que los días se hacen bien largos, tiempo que no es fácil de llenar. 


Y un día los dos amigos se dijeron en la Sacristía ¿por qué no juntar nuestras vidas, pues ya casi en los ochenta es un buen paso para dar. Ahorramos en gastos y problemas de papeleos, multiplicando la necesaria y saludable felicidad. Y así se fueron a vivir juntos, formando un grato hogar dual, en el que todo lo compartían y se ayudaban en lo demás. Organizaban paseos y salidas, ordenaban y limpiaban cada cosa en su lugar. Juntos iban a la compra y se intercambiaban los días para cocinar. 

Como no podía ser de otra forma, el tiempo que avanzaba afectó a sus vetustos cuerpos, en achaques, desmemoria y en la forma de caminar. De esta forma los Servicios Sociales del Ayuntamiento les buscaron acomodo en una residencia para mayores, en donde bien atendidos pudieran descansar hasta el final. 

Esta es una preciosa historia, en la que dos almas solitarias, encontraron la ayuda necesaria, para compartir el tesoro de la amistad. Paolo y Petro asociaron sus voluntades, para sentirse mejor en su respetiva situación particular. El sol los iluminó con ternura en ese cada día más lento caminar. Los dos buenos hombres aprovecharon los últimos años que el destino nos permite recorrer, para poder decir ese adiós agradecido a la Tierra, buscando la inmensa y desconocida eternidad. –

 

 

PAOLO Y PETRO

 

 

                                     José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTAD

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 octubre 2025

                                                                                                                                                                                                                  

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