Cuando éramos pequeños escuchábamos una frase, puesta en boca de los mayores, que nos hacía pensar acerca de su significado. Con el paso de los años ya la entendíamos como balsámica o “justiciera”, ante los infames errores que las personas en ocasiones llegan a cometer. Esa frase, pronunciada en momentos de elevada tensión, ante una injusticia manifiesta, tiene diversas modalidades expresivas. Una de las más comunes es aquella que dice “A cada cerdo le llega su San Martín” (vinculada a la matanza del bien aprovechado animal). Otra expresión, también parecida en su contenido, dice “Algún día lo tiene que pagar”. Incluso para aquellos que rezan el “Padre Nuestro”, en sus católicas creencias, a veces en momentos desafortunados pronuncian aquello de “Dios le hará justicia en su maldad”. En el desarrollo de esta premonitoria frase, llegaríamos al punto o radicalidad más extrema, de la también histórica “Ley del Talión” (ojo por ojo, diente por diente).
Al margen de religiones, ciertamente la venganza nunca es buena consejera o compañera. Producir un daño, carece de sentido y de toda justificación. Además, el que lo ejecuta en modo alguno se sentirá satisfecho o feliz, aunque tenga importantes motivos de sufrimiento padecidos, como para devolver el daño o el mal que haya recibido. Sobre todo, porque es ponerse en el mismo nivel de pobreza ética y moral con la persona que tanto le haya dañado.
Sin duda, lo más aconsejable y saludable, en la mayoría de las circunstancias, es tratar de “olvidar” esa acre o injusta experiencia a la que ha sido sometido, tratando de compensar ese daño con otros incentivos que la vida pueda depararle. Así se sentirá feliz y satisfecho, de su fuerza moral y de la opción racional que ha sabido elegir. En este contexto se desarrolla nuestra interesante historia de esta semana.
MARCELA Lapiedra, 37, era la hija única de Celestino y Bernarda. Su padre ejercía como auxiliar ordenanza de ambulatorio en la Seguridad Social, aunque ya se encontraba muy próximo a la jubilación por edad. Su mujer trabajaba sólo en las labores propias del hogar. Con mucho esfuerzo, constancia y sacrificio de sus responsables padres, Marcela pudo graduarse como psicóloga, especializada en el ámbito laboral. Su buen expediente académico le permitió ser contratada en una acreditada empresa de selección laboral, con la que trabajan importantes firmas del mercado (comercio, transporte, construcción, salud, administración, finanzas etc.) El sector servicios, en general, solía acudir a esta destacada empresa de selección, denominada ACCIÓN LABORAL.
Prácticamente desde su infancia, Marcela ha tenido una tendencia, tal vez de origen endocrino, al problema del sobre peso. De rostro agraciado, estatura más bien alta y de carácter apacible, era una persona en nada conflictiva. Como tantos alumnos, en los años de primaria y especialmente en secundaria, ella también sufrió el infame maltrato del BULLYING, epidemia larvada en muchos ámbitos de la vida, pero de manera especial y muy dañina en el terreno escolar. Compañeros desconsiderados y en parte frustrados por vivir en un ambiente familiar desestructurado, focalizaban su desafortunado desahogo sobre esta “apocada” compañera, mediante desagradables bromas, burlas, “motes o apodos infamantes”, bloqueos relacionales, notas o cartitas infamantes, toma de fotos con comentarios obscenos. Marcela soportaba con admirable “estoicismo” esos ataques infantiles, pues como ya se ha insinuado su carácter no era especialmente fuerte, como para poder enfrentarse a esas insidias que tanto daño y sufrimiento le provocaban.
En alguna ocasión, don Celestino tuvo que acudir al colegio y también al instituto, para plantear este desagradable tema a los tutores de su hija. Éstos “prometían” abordar el asunto, pero trataban de quitarle fuerza aludiendo que todo se reducía a bromas de niños a las que no había que darle una exagerada importancia. En realidad, Marcela no tuvo suerte con los tutores que le correspondieron en suerte. La vida tiene estas servidumbres y desde la dirección del IES no se actuó con diligencia para frenar unas acciones cobardes que tanto hacían sufrir a tímida alumna Lapiedra Almansa. Hubo momentos en los que incluso Marcela tuvo que acudir al ambulatorio de su barrio, para ser derivada y tratada en los servicios de salud mental, vinculados al centro asistencial.
En estas acciones de maltrato, siempre hay protagonistas activos y agresores, junto a otros colaboradores, pasivos o “sufridores”. En ese liderazgo tóxico destacaba una muy desleal compañera, llamada FERNANDA Rubiales, que planificaba y controlaba los ataques y el bullying ejercido contra su compañera de clase y edad Marcela. El “viciado” contexto familiar de esta adolescente sin duda estaba en el origen de estas sus maliciosas actitudes, pues la envidia que turbaba su persona, viendo los resultados brillantes académicos de Marcela la desestabilizaban y la dinamizaban hacia el daño injustificable contra ella. En la situación de maltrato, los agresivos protagonistas nunca llegan a borrarse de la memoria de aquellos que han tenido la desgracia de sufrirlos. Por más esfuerzo y terapia que los tratamientos idóneos de los especialistas ejerzan sobre la mente y los sentimientos vapuleados de las personas atacadas, en esas edades críticas de la adolescencia.
Por fortuna, la entrada en la universidad, cursando precisamente el grado de psicología, fue un paso liberador y oxigenante en la mente y cuerpo atacado con insolencia y maldad para la hija de Celestino y Bernarda. También fue brillante la carrera de esta joven universitaria, viviendo con más sosiego ese camino hacia la graduación, en comparación con aquellos procelosos años de humillación que había tenido que soportar en esa adolescencia sufrida que no vivida. Con su título bajo el brazo, para también satisfacción y gozo de sus padres, comenzó esa otra etapa o “carrera, a fin de encontrar acomodo laboral en lo que le gustaba y para lo que sería, tras su entrega en la etapa formativa. Colaboró en algunos centros asistenciales y en un grupo de ayuda a personas con adicciones. Pero cierta mañana recibió una llamada de una empresa de asistencia y selección laboral, de naturaleza privada. Parece ser que su nombre se mencionó en un congreso de psicólogos, en donde ella presentó una ponencia sobre técnicas para la entrevista personal en la búsqueda de trabajo. Gustó mucho lo que escribió y expuso ante un interesado auditorio que veía en esta chica, alta, algo desgarbada y con sobrepeso, unos valores y un dominio de la técnica de análisis laboral desde la psicología, que pronto tendría su justo reconocimiento en un puesto de trabajo, estable y bien retribuido. Esta vez fue ella la entrevistada y en cuarenta y ocho horas, había quedado vinculada la empresa para la que actualmente presta sus servicios: ACCION LABORAL.
Algunos dicen que el mundo “es un pañuelo” o que también el destino, con sus caprichos inescrutables, ejerce acciones “justicieras” o tal vez derivadas de la propia casualidad. Pero lo más importante e interesante es cómo nos enfrentamos a ese pasado que nos pertenece, pero que, al tiempo, queremos, deseamos, con todas nuestras fuerzas, superar y olvidar.
El departamento que dirige Marcela Lapiedra está dedicado a efectuar las entrevistas de candidatos, previamente seleccionados, para desempeñar determinados puestos de trabajo, con destacada responsabilidad profesional. En esta ocasión, había que elegir al optante para el importante puesto de jefe de personal de una muy destacada cadena de hipermercados, con capital francés y extendida por muchos países europeos. Entre el elevado número de currículos presentados, habían quedado seleccionados previamente tres personas cualificadas: dos hombres y una mujer. Al tratarse de desempeñar la jefatura de personal de las tres unidades de Hipermercados en la provincia de Málaga, con más de 300 trabajadores a su cargo, era muy decisiva la valoración y opción última del departamento de psicología. Éste tomaría su decisión a través de las tres bien estudiadas y programadas entrevistas, de carácter personal. Ante Marcela se presentarían los solicitantes para el codiciado puesto. Ella y su departamento decidirían al candidato más idóneo.
En la sala de espera aguardaban, unos más nerviosos que otros, los tres aspirantes al cargo. RAMOS VILLALVA, 42, que había regido una cadena de charcuterías que finalmente entraron en números rojos en su contabilidad y tuvieron que cerrar, vendiendo los locales y almacenes para afrontar las deudas a las que tenían que hacer frente. EUGENIO ALBELA, que había ejercido de jefe de personal en un establecimiento de Mercadona. Por un enfrentamiento personal con el jefe de zona, se vio obligado a dejar su puesto de trabajo, recibiendo la indemnización correspondiente. Y ¿quién era la tercera candidata? Precisamente FERNANDA RUBIALES, aquella “terrible y malvada” compañera que había liderado el bullying contra la persona con ahora se iba a entrevistar. Su titulación la de licenciada en CC EE por la Universidad de Málaga. Había trabajado como dependienta en una importante cadena de productos de perfumería y estética entendida por toda Málaga y otras provincias españolas, cadena líder en el sector del cuidado y la belleza personal.
Esa misma mañana, Marcela había dedicado unas horas al repaso de los tres expedientes. Cuando tomó en sus manos el tercero y vio el nombre de Fernanda Rubiales, sintió un desagradable escalofrío por el cuerpo. A estas alturas de su vida, pensaba que ya había superado los traumas del maltrato escolar sufridos en la infancia, Comprobaba, para su pesar, la obligación que tenía que afrontar: un indeseado reencuentro con ese pasado que aún le condicionaba. No cabía duda. Había reconocido el nombre de su compañera de clase, grabado con “sangre y fuego” en su memoria. Un muy amargo recuerdo. Sentía como se le crispaban los nervios, pero después de tomar una taza de descafeinado caliente, recuperó la calma y el autocontrol. Sentada en un coqueto y cómodo sofá, que tenía en su despacho, reaccionó con sensatez y calma.
Tenía que enfrentarse con ese nombre y persona que había “masacrado” su infancia y adolescencia. Al tiempo, tenía que mantener la necesaria y responsable fuerza profesional y honestidad, para decidir la persona más idónea para el puesto de trabajo que demandaba el gran “coloso” de los hipermercados. Esas horas previas para las entrevistas, fijadas a partir de las 16 horas en ese lunes de octubre, las entretuvo repasando una y otra vez los expedientes con los currículos. En un momento concreto, creyó necesario dar un largo paseo por el mar cercano del puerto y la playa de la Malagueta. Habló con su jefe, quien autorizó ese descanso reflexivo, tras comentarle que entre los tres candidatos estaba una persona de ingrato recuerdo. “Seguro que actuarás con el necesario equilibrio y sensata profesionalidad”.
Fernanda fue la tercera y última candidata que entró en el despacho de la psicóloga Marcela. Serían como las 18:30 de la tarde. Se quedó como “petrificada” cuando vio a la persona con la que se tenía que entrevistar. Dos mujeres, prácticamente coetáneas, se entrecruzaron las miradas y el saludo educado. En muy escasos segundos, viajaron los recuerdos, las añoranzas, los sentimientos, las culpas y ese dolor que tomaba vida, por las heridas reabiertas. También los porqués y los silencios demandaban respuestas, un par de décadas después de sus respectivas adolescencias. Frente a frente, una cruel maltratadora y su “castigada” víctima.
Fue Marcela quien en su obligación profesional tomó la iniciativa: “Srta. Rubiales Alcázar, vamos a completar un largo cuestionario de manera oral. Si Vd. no se opone, preguntas y respuestas quedarán grabadas con la garantía de la absoluta privacidad”. La psicóloga obviaba todo su doloroso pasado y procedía a ejercer su obligación con los interrogantes que básicamente había realizado a los dos encuestados precedentes. Fue una entrevista fría, profesional, educada, en la que Fernanda, superando el sofoco inicial, fue respondiendo con frases cortas, monosílabos e incluso con algunos movimientos de cabeza. En algún momento, la candidata que se estaba “examinando sopesó la posibilidad de abandonar, dado el gélido ambiente o atmósfera comunicativa que encontraba en su antigua compañera de clase, vilmente maltratada por sus malas artes y rencores enquistados sin causa.
Cuando Marcela finalizó el cuestionario, guardó las notas que había tomado en el tercer expediente que tenía ante sí. Fernanda había manifestado su preferencia a que sus palabras no fuesen grabadas, opción que la psicóloga aceptó sin objeción alguna. “Srta. Rubiales, por mi parte la entrevista ha finalizado. En su momento, intentaré que sea a la mayor premura, recibirá la información que el equipo seleccionador haya adoptado”. A continuación, se levantó de su asiento y extendió su mano como saludo educado, gesto que fue correspondido por Fernanda. De nuevo se habían cruzado sus miradas, que quedaron fijas en su reciprocidad reiniciando el gélido lenguaje de esas palabras que nunca se pronuncian. Al abandonar la sala, Fernanda, algo más ruborizada, sólo pronunció dos palabras: “gracias, perdón”. Cuando la última entrevistada había abandonado el despacho, Marcela comprobó que por sus mejillas avanzaban unas lágrimas, caudal de amargos sentimientos y recuerdos que, a pesar de su forzado autocontrol, no pudo contener.
El equipo de selección, en el que estaba lógicamente Marcela, optó por entregar el ansiado puesto directivo en la cadena de hipermercados, a Eniano Ramos Villalba, que gozaba de una acrisolada experiencia en la logística de personal de los supermercados Mercadona. Los otros dos candidatos, Eugenio Albela y Fernanda Rubiales, recibieron sendas comunicaciones de la decisión del comité de expertos. Se les agradecía su esfuerzo, añadiendo esa educada “coletilla” de que sus datos quedarán a la espera de futuras necesidades en el mercado del sector.
El bullying escolar es una peligrosa “droga” que anida en muchos centros educativos y que distorsiona el desarrollo armónico, corporal y mental, de muchos alumnos, que no saben enfrentarse a su patética y maliciosa acción. Tanto el que lo ejerce, normalmente por fracasos personales y familiares, como el que lo padece, que puede conservar sus heridas anímicas sin cicatrizar al paso de los años. No todos los equipos directivos, tutores, profesores y orientadores están debidamente preparados o tienen la urgente voluntad, para frenar de raíz este endémico mal que lastra la convivencia y la evolución psicofísica de aquellas débiles voluntades que tienen la desgracia de padecerlo. Y, por supuesto, no sólo hay bullying en los centros educativos, sino en otros muchos ámbitos de nuestra sociedad. Pero esto sería tema para desarrollarlo en un nuevo relato. –
REENCUENTRO
CON EL OLVIDO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 29 noviembre 2024
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
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