La fuerza económica del mercado inmobiliario se encuentra en un “exagerado” auge. Es un hecho que se intensifica en determinadas épocas, aunque en los últimos años parece que este boom se percibe de manera continua. Especialmente, el fenómeno “ladrillo” destaca en algunas ciudades, favorecidas por su crecimiento demográfico, sus atractivos turísticos, el buen tiempo climático, el haberse puesto de moda para visitarla, más los incentivos monumentales. Destacando sobre todo ese gran factor que supone el “regalo” costero de la naturaleza.
El precio de los alquileres en los estudios, apartamentos y pisos no cesa de subir y cuando hablamos de comprar inmuebles antiguos o de nueva construcción, el coste de las viviendas y locales alcanza cotas inasumibles para las rentas o sueldos medios de la ciudadanía. Obviamente, en el negocio inmobiliario tienen un competitivo y lucrativo protagonismo las numerosas agencias que se ocupan del trasiego de ventas y alquileres. En este contexto se inserta nuestra historia o relato semanal.
HIPÓLITO Lasierra, (42) después de trabajar durante años en el negocio inmobiliario, ejerciendo diversas funciones, una vez que conocía bien el negocio, decidió fundar su propia empresa, con algunos ahorros de herencia y la unión con un copropietario también del sector. La sede de las oficinas la instalaron en un vetusto pero muy bien situado local de la Alameda Principal malacitana, espacio que vegetaba con la venta de Kebabs y comida “rápida”. Hipotecaron el local reformado y así surgió la desde el principio dinámica INMOBILIARIA EL LLAVERO. Al paso de los meses, rompió con su copropietario Eugenio, comprándole la parte que tenía en el negocio, convirtiéndose, desde entonces, en el único propietario de esta empresa.
El carácter de Hipólito destacaba por ser hábil y astuto. De fluida palabra, en otra época incluso había probado suerte con la venta ambulante, ejerciendo de “charlatán” callejero, con unos exprimidores manuales que obtenían mucho jugo de las apetecibles frutas de época. Popularmente se le podría considerar como un “trilero de la palabra”. De elevada estatura, bien parecido de rostro, con don de gentes, peluquería semanal, y vistiendo esa chaqueta y corbata, que potenciaba su figura.
El muy gentil profesional se rodeó de una servicial y trabajadora, auxiliar administrativa, llamada ADELA, (39) que se había quedado sola con un hijo adolescente, mientras su marido bebía la dulce sensualidad que le proporcionaba una pareja mucho más joven con la que convivía. Adela era la “chica multiservicios”, haciendo de todo y bien. Entregaba propaganda por los bloques de viviendas, se encargaba de la correspondencia y la contabilidad, atendía a los clientes y no le importaba traer el café caliente para el jefe, quien agradecía su amable y sonriente disponibilidad. Cuando el volumen de gestión fue incrementándose, fue contratado otro auxiliar de oficina llamado REMIGIO (36), que a pesar de tener un carácter más serio y privativo, desarrollaba una capacidad de trabajo verdaderamente encomiable. Su iniciativa era más bien escasa, pero hacía bien todo lo que le mandaban.
Uno de los principales objetivos que cada mañana emprendían era ir averiguando aquellos pisos del casco viejo de la ciudad, habitados por personas mayores, a fin de “presionarles” para que aceptaran vender su propiedad, ofreciéndoles el interesante señuelo de las buenas palabras y el atractivo capital económico con el que atender las necesidades en la etapa postrera de sus vidas. ¿Y cómo hacían estas averiguaciones?
Recorrían las manzanas de los barrios antiguos. Elegían un bloque de pisos. Hablaban amigablemente con los porteros, siempre que lo hubiera. E iban preguntando por los diferentes pisos, inquiriendo información acerca de si había algún vecino que necesitara o no le importase vender a buen precio su vivienda. Con esa habilidad que aplicaban, en un mercado “salvajemente” competitivo, en donde los “escrúpulos” brillaban por su ausencia, iban obteniendo y procesando datos para conocer aquellas viviendas habitadas por personas mayores, solitarias y de economía modesta. Estos inquilinos o propietarios eran objetivos interesantes y preferentes para ofrecerles una “negociación” acerca de los inmuebles que habitaban. Llamaban al timbre. Tras un saludo muy cordial, le entregaban información de la inmobiliaria. “¿A Vd. le interesaría vender su piso, a cambio de una poderosa oferta (la mejor del mercado) que podemos ofrecerle para la compra? En todo caso ¿sabría si en este bloque o en otro del barrio, algún propietario de avanzada edad le pudiera interesar escuchar nuestras “irresistibles” ofertas por el piso que habita?”
En este proceder conocieron, a partir de una hábil estratagema, la existencia de doña CÁNDIDA Felices. El propio Hipólito, que había obtenido el “preciado” contacto, fue quien se acercó al pequeño bloque en la Plaza de Montaño. Era un edificio de estructura y construcción bien antiguo, en el que según los buzones y los balcones (muy repletos de macetas) residían 8 familias: bajos habitados, y tres plantas. El inmueble carecía de ascensor. El hábil inmobiliario se hizo pasar por un miembro de la asistencia sanitaria. “¿Sabe si en este bloque hay vecinos mayores, es decir, aquéllos que hayan superado los 75 años? Es que me gustaría ofrecerles la oportunidad y utilidad de una ayuda sanitaria inmediata, mediante la utilización del “botón rojo”
Don Fermín, vecino del 2ºC, que estaba saliendo de su casa, quiso ser amable con el comercial que le había preguntado. “Mire, joven, aquí casi todos somos personas mayores, pero tal vez Vd. se refiera a doña Cándida, la vecina del 1º A. Ya suma muchos años y además es viuda. Como vive sola, tal vez le podría interesar esa prestación” A los pocos minutos, Hipólito estaba llamando a la puerta de esa señora.
Ya ante doña Cándida, se presentó como agente inmobiliario. La planteó su interés en adquirir el piso donde ella residía, pagándole “la mejor cantidad del mercado”, con lo que podría habitar un piso más pequeño y cómodo para la limpieza o incluso en alguna residencia para la tercera edad, en donde estaría mejor atendida. El sagaz comercial había comprado previamente unos bombones en una confitería cercana, regalo que ofreció a la desconcertada Sra. un tanto abrumada de recibir tantas muestras de amabilidad. La señora fue tomando confianza con el apuesto señor de los pisos, contándole que tenía problemas de fontanería, pero que con la pensión que cobraba no se atrevía a arreglarlos: grifos que goteaban de continuo, cisternas que no funcionaban, teniendo que evacuar las “necesidades” trayendo pesados cubos de agua. También el sistema eléctrico era muy antiguo, por lo que muchas veces los “plomillos” saltaban, yéndose la luz durante horas, Mientras comentaba sus desventuras, iba comiendo un bombón tras otro, hasta dejar la caja medio vacía.
“Le cuento don “Hipóloto” que yo he vivido feliz con mi difunto esposo, don ZOIDO Cabrillana, que trabajó toda su vida como funcionario de penales. Dios no quiso darnos hijos, pero aquí hemos vivido los mejores momentos de nuestra modesta vida. Mi ilusión sería acabar aquí mis pasos por la existencia. Pienso que echaría mucho de menos estas cuatro paredes. ¿Quiere Vd. que le prepare un poquito de café, don Hipóloto?”
Ante la situación, el gestor inmobiliario aconsejó a la señora que lo pensase más despacio. “El piso es grande y está muy bien situado, pero los años han pasado por él y un arreglo integral nos costaría un pastón. Mi última propuesta es que nos lo venda y se lo adecentamos con esas carencias de las que me habla. Vd. doña Cándida seguiría viviendo aquí, abonando una mínima cantidad hasta los años que Dios quiera concederle. Piénselo bien, mi querida Sra. Sabe Vd. preparar el café mejor que nadie. Nunca he probado una infusión con este mágico aroma”. Se despidió de la propietaria del piso, “soltándo” a la sorprendida anciana (87 años) un par de besos que la hicieron sentirse halagada y feliz.
Tras abandonar el vetusto inmueble, reflexionó acerca de su optima situación. Muy próximo al IES Vicente Espinel, a la Iglesia de san Felipe Neri, a dos pasos la romántica Plaza de la Merced, la tradicional calle Carretería también muy cercana. Toda una ganga, para poder adaptar viviendas en apartamentos turísticos.
A partir de este momento, Hipólito tenía previsto iniciar la segunda fase de su acción: las antiguas y malas artes del “ASUSTA-VIEJAS”. Adela y Remigio elaboraron unas hojas de pegatinas en las que, con letras mayúsculas se podía leer:
“SE VENDE PISO, MUY BIEN SITUADO,
PLAZA DE MONTAÑO 25. 1º A.
PRECIO 100.000 €. TELÉFONO ----.
La publicidad de esta verdadera ganga fue colocada por “toda Málaga”, ya fuesen los muros callejeros, las paredes, los árboles, las farolas, las fuentes, zonas para la cartelería etc. Y comenzaron a hacer su efecto de inmediato. El teléfono de la anciana propietaria no cesaba de sonar o timbrar. Muchas personas interesadas se acercaron al viejo inmueble para comprobar el efecto de la publicidad. El señuelo del bajo precio y la atractiva ubicación en el plano urbano hicieron todo lo demás. Incluso llegó a formarse una cola de interesados, pidiendo nerviosamente “la vez”.
D. Marcel, hombre mayor y vecino del 3 B, cuando salió a la calle y vio tanta gente en la puerta de su casa sufrió como un “soponcio”, teniendo que dirigirse a una botica cercana, pidiendo le vendieran un tranquilizante. La mayor implicada, doña Cándida, estaba como “enloquecida y sumida profundamente en el agobio, por las repetidas llamadas telefónicas y el timbre en su puerta. Repetía, una y otra vez, que su piso no lo vendía. Optó por no abrir la puerta, ni coger el aparato de teléfono, que no cesaba de sonar. Estaba profundamente asustada.
La buena y “desbordada” señora tuvo la lucidez de contactar con su sobrino nieto EMETERIO, que ejercía de policía local en el pueblo cordobés de Rute, explicándole por lo que estaba pasando en esos muy amargos días. Incluso para dormir tenía que prepararse una infusión de hierbas de la Santa Tasiana, que le habían recomendado y vendido en la herboristería. Su sobrino le recomendó que no abriera la puerta ni respondiera al teléfono con números desconocidos o no habituales. Y además que si la continuaban molestando, él llamaría a la jefatura de la policía local de Málaga para que intervinieran en el desagradable asunto.
En un momento de desconsuelo, doña Cándida llamó a “ese buen hombre”, que ella denominaba don “Hipóloto” y que tan amablemente la había visitado. Cada vez se sentía más confusa acerca de lo que debía hacer. Por supuesto que el propietario de la Inmobiliaria el Llavero se prestó a visitarla de inmediato, llevando como presente unos bollos de leche y hojaldre, adquiridos en la prestigiosa confitería APARICIO, “el sabor antiguo de Málaga”. Compartieron un sabroso café que Cándida había preparado, explicándole a su buen amigo los detalles de su cruel desventura. Su interlocutor la escuchaba con suma atención.
“Querida doña Cándida, alguien le ha gastado una mala pasada o tal vez todo es producto de una confusión. Desde luego que mi oferta sigue en pie. Aunque he pensado que 100.000 euros no era una oferta justa. Mi inmobiliaria podría llegar hasta los 120.000 €. Por ser Vd. yo me encargaría también de buscarle un apartamento más pequeño y acogedor, con ascensor y en una zona donde pudiera ver los árboles de la naturaleza y a ser posible con vistas al mar. Pagaría un alquiler muy adecuado a la pensión que recibe mensualmente. Me ha comentado que cobra una pensión de 1.100 euros por la viudedad de don Zoido, que en la mejor gloria esté. Incluso de regalo, nosotros nos encargaríamos de hacerle el traslado de aquellos muebles que le gustaría conservar. Necesita descansar y sentirse bien a su edad, muy bien llevada, por supuesto. Mi buena amiga dejaría de sufrir estos acosos de algún error en el mercado inmobiliario, que tanto la están haciendo sufrir. Le voy a dejar mi teléfono particular. Vd. lo piensa tranquilamente y me llama a la hora que lo dese. Siempre atenderé la llamada de una buena amiga”.
El teléfono seguía sonando. La anciana miraba a su buen amigo y repetía con afecto: “Es Vd. un santo del Cielo, don Hipóloto”.
De vuelta a la oficina, su propietario dio orden a Remigio y Adela de que quitaran o recogieran esas pegatinas que formaban parte de su “diabólico” plan. Antes de colocarlas, les había advertido que anotaran el lugar en donde habían sido pegadas.
El sagaz y poco escrupuloso Hipólito Lasierra reconvirtió ese antiguo piso (tenía 140 metros cuadrados) en tres funcionales apartamentos turísticos que rentan a la inmobiliaria, cada uno de ellos, 2.200 euros al mes.
Y esta es la historia de un comportamiento delictivo que sustentó la Inmobiliaria el Llavero, en la persona de su propietario don Hipólito Lasierra. Estas muy dudosas formas de proceder, llevadas a cabo con más o menos discreción y consideración, pueden ser habituales, en un mercado del alquiler y de la compraventa, que genera mucho dinero y no menos ambición. El auge del “ladrillo” parece que nos enloquece, degradando penosamente nuestros valores humanitarios y la necesaria sensatez de la racionalidad. -
INMOBILIARIA
EL LLAVERO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 16 agosto 2024
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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