La acción se desarrollaba a finales de los años sesenta, correspondiente al siglo precedente. El transporte suburbano se veía condicionado, en aquella época y en numerosas zonas de España, por una infraestructura viaria con importantes carencias y deficiencias. Viajar por carretera, por ejemplo, entre las capitales de Málaga y Granada (línea cubierta por la empresa Alsina Graells) en ambos sentidos, suponía una duración no menor de cuatro horas en un trayecto en gran parte montañoso, hasta que no fue construida la carretera (posteriormente reformada en autovía) de las Pedrizas, que uniría las dos ciudades en una arteria de unos 132 km. En esos ya lejanos años, finales de los sesenta e inicios de los setenta, había que “subir”, con muy trabajosas e incómodas curvas, desde Málaga por la Cuesta de la Reina, inmersa en los montes de Málaga, estribaciones de la Penibético, pasar por el municipio del Colmenar, hasta llegar a la localidad de Loja, que se atravesaba por su interior, a fin de hacer una necesaria y breve parada, para el descanso de unos 15 minutos. Finalmente se llegaba a la bella ciudad nazarí de Granada, tras haber invertido en el desplazamiento casi cuatro largas horas de viaje. Actualmente, este trayecto viario por la carretera de las Pedrizas y viajando en autobús, se realiza en unas dos horas, sumando los minutos de parada en el área de servicio de los Abades, en el exterior montañoso del municipio Lojeño. Valga esta amplia explicación para entender cómo los viajeros disponían de una amplia posibilidad temporal, a fin de intercambiar diversos comentarios de aburridos o interesantes contenidos para la socialización.
MARIO Calabria Albea, 21, estudiante de 3º de Derecho en la Universidad de Granada, viajaba con destino a Málaga, su ciudad natal, con la ilusión de disfrutar las siempre “cortas” vacaciones de la Semana Santa. El autobús perteneciente a la empresa Alsina Graells tenía fijada la hora de salida, de la histórica y romántica capital nazarí, a las 16 h. Como siempre le ocurría, cuando compraba el billete para realizar este habitual viaje, en la espaciosa estación del Camino de Ronda, se preguntaba, con juvenil interés y picardía ¡a ver quién me toca hoy de compañero de asiento!
En sus periódicos viajes entre las dos ciudades hermanas, Mario había tenido numerosas experiencias con los compañeros que le habían tocado en suerte. La naturaleza y carácter de las personas es obviamente variada, por lo que recordaba haber tenidos compañeros dormilones, parlanchines, obsesivos de la lectura, juguetones con alguna “maquinita lúdica”, golosos, preguntones, dibujantes, fanáticos de la música con los walkie talkies permanentemente conectados a los oídos, niños especialmente traviesos, incluso “cantores” que entonaban sus canciones de cualquier música o género.
En estas vacaciones cuaresmales, el autobús de color blanco y rojo (como todos los Alsina) estaba ya a punto de salir de la populosa estación granadina y el asiento pareado al de Mario, el nº 17, permanecía aún vacío. Esta circunstancia le hizo concebir esperanzas, al estudiante de “leyes” de poder vivir la grata experiencia de disponer de dos asientos, durante las cuatro horas de trayecto, para su mayor comodidad. Para su “desconsuelo” y con los motores del bus “rugiendo”, vio subirse, tras acelerados pasos, a una persona de mediana edad, con el cabello totalmente encanecido, que vestía un elegante traje negro, camisa gris y “tirilla” blanca alrededor del cuello. No cabía duda, era un sacerdote que vestía el clergyman o cleriman, en lugar de la tradicional sotana. Con paso diligente por el pasillo se dirigía al único asiento vacío que quedaba en el interior del autobús: el nº 17. Tenía apariencia de persona culta, muy seria, con los carrillos ya algo caídos, producto del mucho más de medio siglo de vida que se le podría suponer, hecho cronológico que también sustentaba la gran “papada” que soportaba en el cuello, producto de la edad.
Mario ocupaba el asiento de pasillo, por lo que franqueó al sacerdote su paso hacia el lugar de la ventanilla. A Mario le resultó curioso que este miembro eclesiástico, en lugar de dar las buenas tardes, pronunciara la habitual jaculatoria, tantas veces pronunciada en el confesionario o en el torno clausurar del AVE MARIA PURÍSIMA. Como el estudiante eludió responder “el sin pecado concebida” el clérigo le echó una primera mirada, severa y con rictus de reproche, sentándose de inmediato, con una gran cartera de piel negra que puso a sus pies. El académico equipaje parecía bien aprovechado pues, al sacar de la misma un dossier, el interior de la cartera se veía muy “poblado” de folios y carpetas, además de un voluminoso breviario o libros de oraciones, con las pastas negras y el borde de las hojas con “baño” de color oro.
De inmediato, el veterano sacerdote mostró su deseo indisimulable de entablar conversación. Lo primero que hizo fue “escudriñar de arriba abajo al expectante estudiante, que hacía memoria, asegurándose que nunca había viajado con un cura a su lado. Iba a vivir toda una experiencia, por lo que se mostraba entre divertido y “en guardia”.
Se presentó como el Padre CARMELO del ESPÍRITU SANTO. Tras unos comentarios insustanciales, el viajero del asiento 17 adoptó el rol investigativo a modo de un bombardero de preguntas encadenadas y con un fondo “impertinente” hacia lo personal en su joven compañero de asiento. Más que un diálogo, aquello fue tomando el cariz de un “interrogatorio”. Entre pregunta y pregunta, sabía mezclar pequeñas muecas de lo que podrían interpretarse como sonrisas que, el asombrado Mario, interpretaba como tensionadas por lo diabólico.
“¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Cuándo viniste al mundo? ¿Qué haces o estudias en Granada? ¿Tienes hermanos? ¿Cuál es la profesión de tu padre? ¿Tu madre se encarga sólo del hogar? ¿Eres buen estudiante? ¿Por dónde resides en Málaga? ¿Eres alumno de algún Colegio Mayor? ¿Cuál fue el motivo que tuviste para elegir la carrera de leyes? ¿Tienes novia? ¿Cuáles son tus cualidades? ¿Te avergüenzan tus defectos? ¿Hasta dónde quieres llegar en la abogacía? ¿Cómo te llevas con tus padres?” etc.
Hasta aquí ese intenso “interrogatorio” podría entenderse como el de un sacerdote mayor, habituado a ejercer su magisterio y labor pastoral con muchas horas de confesionario. Pero Mario “iba cargando sus pilas” esperando el momento oportuno para desarrollar un buen contraataque, pues era un muchacho inteligente, sarcástico, bromista, desenfadado y luchador, que sabía medir bien los tiempos y hallar las circunstancias propicias para su dinámico protagonismo,
Y llegaron, como era previsible, las preguntas espirituales. ¿Vas a misa todos los domingos? ¿Confiesas tus pecados? ¿Tomas la sagrada comunión? ¿Cómo llevas el sexto mandamiento de la ley de Dios?
Mario, un joven “moderno “, nacido en el 48, iba respondiendo con parsimonia y cautela, sopesando hasta donde se atrevería a llegar este cura “preguntón”, que desde el primer momento lo encuadró en el grupo de los ultramontanos o ultraconservadores, reaccionarios, carcas, anticuados, obsesivos con los tradicionales mandamientos religiosos.
“Señor “pater” Mis padres me bautizaron, hice la comunión, fui a colegios de curas … pero a medida que crecía me convertí en un cristiano no practicante. Le aseguro de que no tengo que acercarme a las iglesias, para estar cerca de lo que considero como divinidad. Puedo estar cerca de ese buen dios que percibo a través de los amaneceres, de las flores, del mar, de la buena amistad, de la generosidad y bondad hacia los demás, especialmente ayudando los que menos tienen. ¿Qué banal sentido tiene el encender velas o darme golpes en el pecho? Considero una nadería todo el montaje que Vds. Construyen para transmitir el mensaje de la divinidad”
El rostro enojado del P. Carmelo se iba enrojeciendo de manera paulatina, pero con una tonalidad cada vez más intensa.
“¿Y no piensas que tu vida puede cesar en cualquier momento por voluntad del Santísimo? ¡Puedes condenarte para toda la eternidad!”
“Sí, claro, entre las llamas de un infierno, permitido por un dios todo bondadoso” (sonó una sonora carcajada, emitida por un joven de 21 años, en la flor de la vida). “¿Y qué me dice Vd. de los inocentes, mujeres y niños, que mueren cruelmente en las guerras? ¿O de aquellos que sufren horribles enfermedades, hasta llegar al fin de sus días? Ahora hábleme de Lucifer y el tridente …” (nueva carcajada)
Esas inesperadas respuestas del joven Mario dejaron medio confundido al austero sacerdote que seguía sudando no solo por la tirilla blanca de su alzacuello. Disimulando la ira que le embargaba, profundamente enfadado, por el “inconsciente” (palabra que masculló) individuo que estaba sentado a su lado, extrajo de su carterón el breviario, comenzando a rezar su devota lectura, mientras le temblaban compulsivamente sus manos. Por ahora no intercambiaron más palabras.
Cuando el autobús llegó al paradero de Loja, en el centro antiguo de la localidad, Mario bajó el vehículo (al igual que otros pasajeros) y teniendo un rasgo de bondad compró un par de magdalenas (producto típico de Loja, junto a los famosos roscos blancos) y de vuelta al bus observó que sólo el cura había permanecido en el interior sentado en su asiento 17. Ofreció a su compañero de viaje una de las magdalenas “para merendar, Padre”. Con gran seriedad, el sacerdote declinó el ofrecimiento. Mientras que degustaba una de las magdalenas, Mario quiso llegar a más.
Mientras que degustaba una de las magdalenas, Mario quiso llegar a más. Cuando el bus arrancó desde Loja, reiteró a su compañero la aberración tener que decirle a gente como Vd. lo que han establecido como pecados ¿Qué les importa a los que visten sotanas lo que yo haga, piense o desee?
“Gracias, por la magdalena, pero sólo nos salvará le pureza de nuestro espíritu. Lo material envilece. El espíritu, del alma, la fe enaltece nuestra muy modesta humildad y realidad” “Pero Pater ¿Vd. no pasa hambre? El cuerpo pide alimento…” “El cuerpo es el templo del pecado, joven irrespetuoso” (Nueva carcajada de Mario, que generó un inmediato enrojecimiento facial en el cura Carmelo.
Mario degustaba su merienda y quiso llegar a más. Cuando el bus partió desde Loja camino de Málaga, el arrojo regularmente medido del estudiante en las leyes del Derecho, llegó a ese clímax, que andaba buscando desde hacía un buen rato.
“Padre, Vd. me ha escudriñado bastante bien, con su amplia batería de preguntas. He tratado de dar respuesta a la mayoría de sus interrogantes, algunos rayando la impertinencia. Pero ahora, si me permite, quiero ser yo, con su benevolencia y comprensión, hacerle alguna pregunta. ¿Vds. Los curas, ¿cómo llegan a soportar lo del celibato?, ¿cómo pueden aguantar la tentación y la necesidad corporal del sexo? ¿No comprenden que esa limitación orgánica va contra natura e incluso puede ser lesiva para la salud?”
Al cura Carmelo estaba a punto de darle un “soponcio”. Los colores de su rostro parecían los de un arco iris revolucionado, sudaba a destajo y los ojos, que por cierto eran algo saltones, difícilmente podían disimular la ira que encerraba detrás de sus dilatadas pupilas. El clérigo se sentía profundamente ofendido.
“¡Joven Mario, eres un desgraciado “hereje” y vas camino de la condenación eterna, junto a Lucifer entre las llamas del infierno! ¡Si por mi fuera, mandaría enclaustrarte en un monasterio en donde te metieran en cintura! ¡Tu insolente irrespetuosidad te lleva a ser un alma en poder del diablo!”
“Padre, yo he conocido curas jóvenes de mentalidad mucho más abierta que la suya. Para todos los aspectos de la vida. Me temo que Vd. por su edad, pertenece al clero más rancio y trasnochado, intolerante y obsesivo de la curia. Todo lo reducen al recurso “teatral” del “demonio” y al “fuego eterno” Su añejo mensaje ya no sirve para esta época que nos ha correspondido vivir, con modernos cambios sociales y de mentalidad, que la mayoría apetecemos y por los que luchamos”.
Entonces, ante el asombro de muchos viajeros, que seguían el peculiar dialogo de los viajeros 16 y 17, e incluso del propio conductor que no hacía más que mirar por el espejo retrovisor interior la escena entre el cura y el muchacho, el Padre Carmelo se puso de pie y elevando los brazos hacia el cielo comenzó a entonar una oración o jaculatoria en canto gregoriano, en la que repetía, en castellano, una estrofa, ¡Padre salvador, perdona en tu misericordia a este inconsciente pecador, alma perdida en las garras del demonio! El choteo de Mario y otros estudiantes que viajaban en el vehículo fue in crescendo, entre risas, comentarios e incluso fotos al cura de pie, al que se le había soltado la tirilla blanca del alzacuello, cantando las santas pláticas de S. Gregorio.
El conductor de la Alsina, Celestino, miembro de la todavía ilegal CC. OO, contemplando la situación, dio un vozarrón que se escuchó hasta por los ventanales exteriores del vehículo.
“Páter, siéntese en su puesto y cállese con sus cantos, que como lo vea la Guardia Civil no van a poner una buena multa. Deje sus plegarias para el púlpito. Dentro del autobús la autoridad me pertenece. Así que ¡silencio!”. Así lo hizo el P. Carmelo, poniendo su cabeza entre sus manos, tapándose la cara del sofoco. Todo ello entre el silencio y murmullo general de los viajeros. No articuló palabra alguna en todo el resto del viaje.
Entrando ya en la estación malagueña de calle Cuarteles, Mario se puso de pie y como despedida le dijo al abrumado clérigo:
“DIOS LE GUARDE, P. CARMELO. PODRÍA HABER SIDO UN PLACER”.
“Y A TI, EL BUEN DIOS TE SALVE DE TU ERRÓNEO CAMINO, DESORDENADO Y PECAMINOSO HACIA EL INFIERNO”.
Entonces Mario le ofreció su mano, sonriente, pero el cura le hizo una señal para que se quitara de delante
Ya en Málaga y en su casa, Mario pensaba que la experiencia vivida durante esa tarde la recordaría durante mucho tiempo en su vida. Cenando con sus padres, hizo algunos comentarios acerca del compañero sacerdote, carca, carroza, ultra y fanático, que le había tocado en suerte, durante este viaje para la Semana Santa.
SEMANAS DESPUÉS y ya en Granada, para afrontar el tercer y último trimestre del curso, Mario paseaba una tarde, a fin de aligerar su mente tras varias horas seguidas de estudio ante los apuntes. Desde su residencia, en el Colegio Mayor Santiago, fue paseando hasta la Plaza de la Trinidad, enfiló la comercial y casi siempre poblada calle Mesones, desembocando en Puerta Real. Desde allí su propósito era avanzar hacia la Acera del Darro, hasta llegar hasta los jardines del Paseo del Salón y desde allí acompañar la trayectoria del Genil, a su paso por la ciudad, ahora con abundante caudal tras el comienzo del deshielo, desde Sierra Nevada. Antes de continuar, se detuvo unos minutos en el TEATRO ISABEL LA CATÓLICA, para echar una ojeada a la programación de las próximas semanas, por si había algo interesante a cuya representación o proyección poder asistir.
Observó en la atrayente cartelera, una obra que iba a ser representada en un par de semanas. Se titulaba DIÁLOGOS DE SACRISTÍA. Repasó los intérpretes de esta obra teatral y entre sus principales protagonistas aparecía un nombre que no le “sonaba” en el mundillo escénico: EZEQUIEL PEÑALVA. En el cartelón anunciador, aparecían seis fotografías de los intérpretes principales. Al detener su mirada en el primero de ellos, casi se le corta la respiración. El impacto fue tremendo. No cabía duda alguna. El actor Ezequiel Peñalva era …. ¡el P. Carmelo del Espíritu Santo! Precisamente aparecía en la foto con el mismo cleriman que llevaba en el viaje de la Alsina Graells y cuya aventura como compañero de asiento en modo alguno había olvidado. Permaneció largos minutos delante del expositor teatral. Se prometió volver al día siguiente con su cámara fotográfica para obtener una buena toma del “farsante” que se había hecho pasar por sacerdote, en ese viaje cuaresmal entre la ciudad de los Cármenes y la Málaga marinera. Se prometió asistir a una de las representaciones, a cuya finalización esperaría en la puerta de la salida de actores, al viajero del asiento 17. –
EL VIAJERO
DEL ASIENTO 17
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 09 agosto 2024
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
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