viernes, 30 de agosto de 2024

¿DÓNDE ESTÁS? QUERIDA LIDIA

Eran las 21:45 de una noche bastante calurosa de julio, en una Málaga “tomada” por el incentivo turístico, nacional e internacional. En el transformado (bares, restaurantes y pisos o apartamentos turísticos) centro antiguo de la ciudad, era verdaderamente “imposible” encontrar una mesa libre, en donde pedir algo que calmara la ansiedad de la cena, en ese sábado noche de tiempo favorable para salir a tomar algo, siempre con la esperanza de que el fresco y marítimo viento de levante pudiera frenar y “vencer” una vez más, a la muy cálida aridez del temible viento de “terral”.  

BRUNO Villalta, operario auxiliar del TEATRO CERVANTES, dado su muy preocupado, incluso angustiado, estado anímico, había pedido permiso a Don LEANDRO, jefe de personal del “coliseo” cultural, para ausentarse esa tarde de su trabajo, labor que tenía que iniciar a las 19:00, una hora antes del inicio de la representación escénica. ¿Cuál era su grave problema?

Este joven de 32 años, unido en pareja con LIDIA Arana desde hacía unos 20 meses, después de muchos esfuerzos, al fin había encontrado un trabajo “estable”, gracias a un amigo de su padre don Mariano. El directivo de una entidad bancaria tenía una buena relación con el gerente del teatro municipal, por lo que tuvo a mano conseguir un cómodo puesto de trabajo de trabajo para el hijo de su amigo Mariano, objetivo por el que el joven venía luchando para estabilizar un tanto su vida, ya que deseaba desarrollar una convivencia familiar con su pareja.

Lidia era monitora de pilates y yoga en un polideportivo municipal. Había mantenido unas relaciones de noviazgo durante un par de años, con el bien parecido Bruno. Decidieron unir sus vidas, cuando éste tuvo certeza de poder conseguir ese ansiado puesto de acomodador y auxiliar en el teatro municipal, que abría luces esperanzadoras para el futuro de la pareja. Ambos estaban de acuerdo en esperar un tiempo prudencial, en cuanto a la descendencia genética, ya que su juventud así se lo permitía. Ella tenía tres años menos que Bruno.

Pero ¿qué había ocurrido ese sábado de julio, en plena canícula estival?

Bruno, como solía hacer durante los fines de semana, dedicaba las mañanas al saludable deporte de montar en bicicleta durante unas horas. Se preparaba el desayuno mientras Lidia permanecía en la cama, ya que gustaba aprovechar bien el descanso, tras una intensa semana de trabajo en el polideportivo. Su compañero comprendía que era mejor no despertarla de su somnoliento letargo, pues Lidia tenía unos amaneceres bastante incómodos por su especial carácter, según había tenido oportunidad de “sufrir” tras los meses en que compartían la convivencia. Cuando sobre las 12 y pico Bruno volvió a su domicilio, tras la sesión ciclista por el paseo marítimo de poniente (el matrimonio carecía de coche, sólo disponían de la bicicleta de Bruno que se había regalado para Reyes tras una visita a Carrefour Rosaleda) esperaba encontrar a su amada preparando el almuerzo u organizando la plancha o la colada. Durante la semana, Lidia tenía el tiempo muy ajustado, por sus cursos y grupo en el polideportivo JÁBEGA, volviendo a casa bastante cansada.

Al entrar en la vivienda de alquiler que ocupaban, un 6º piso o apartamento de reducidas dimensiones, ubicado en la zona del Altozano, El Ejido, por el que pagaban 700 euros mensuales, se encontró con la sorpresa inesperada de que su mujer no estaba en casa. Pasó por la cocina, comprobando que no había preparado plato o comida alguna, lo que era inusual en ella. Tampoco la lavadora estaba puesta en marcha, al igual que la secadora.

Como primera reacción, eran las 12:45, marcó el número del móvil de su mujer, pero éste no estaba disponible. Le escribió un mensaje de whatsapp, pero tampoco le entró, pues el teléfono se encontraba apagado. Entonces, aplicando la lógica, pensó en otras posibilidades. Que hubiera salido a realizar algunas compras o para atender algún imprevisto en el polideportivo. Aunque no le gustaba hacerlo, marcó el número de doña AMBROSIA, su suegra, pero la señora, que estaba mal del oído, al fin le explicó que no había tenido contacto con su hija desde hacía un par de días. El oído de la buena mujer no daba para más. Entonces se dispuso a esperar. Tomó una cerveza del frigo y se sentó delante del aparato de televisión, sintonizando el Canal Gol.

Como pasaban los minutos y Lidia no aparecía, cada vez más inquieto, se preparó un sándwich y una nueva cerveza 00. Repitió las llamadas a su mujer, pero el otro terminal continuaba apagado. Como era un comportamiento anómalo en Lidia, empezó a hacer cábalas, sopesando diversas posibilidades. Pero sobre las 17 h, tenía ya los nervios a flor de piel. Se preguntaba, mentalmente, “pero ¿dónde se habrá metido esta mujer? Lo raro es que no me ha dejado nota alguna …” Pensó en llamar a los principales o conocidos hospitales. Se sentía condicionado por los nervios y la angustia, a pesar de que trataba de no perder el autocontrol.

Ya a las 18 horas, entendió que debía llamar a don LEANDRO, su jefe en el teatro, en donde debía estar una hora más tarde, ya que ese sábado la función escénica comenzaba a las 20 h. Para su tranquilidad, su compañero jefe de personal escuchó con paciencia y comprensión las explicaciones de su subordinado. Se esforzó en tranquilizar al cada vez más nervioso Bruno.

“Si no tienes forma de contactar con tu pareja y entiendes que no es una situación habitual o racional en su comportamiento, debes acudir a una comisaría de policía y presentar la correspondiente denuncia por desaparición. Te aclaro que las fuerzas de seguridad, salvo datos fehacientes o pruebas al respecto, suelen dejar pasar unas 24 h, tras la presentación de la denuncia. Pero es importante que presentes la denuncia, ya que te pueden asesorar y aconsejar con lo más procedente”.

Hecho un manojo de nervios, Bruno se desplazó a la comisaria que tenía más cercana, en la parte trasera del antiguo Mercado de la Merced. Evitó desplazarse a la comisaría central, de la Plaza de Manuel Azaña, pues temía las horas de espera para las gestiones, ya que una gran mayoría de ciudadanos acuden a este centro policial central para presentar sus denuncias.

Explicó al policía de la puerta el motivo de su visita. El funcionario policial le indicó, de una forma algo seca o mecánica: “pasillo izquierdo, despacho 4. DESAPARECIDOS. No llame a la puerta. Espere a que le llamen”.

Aguardó unos 30 m. con la lógica zozobra anímica que le embargaba, al término de los cuales al fin se abrió la puerta y apareció un funcionario policial, de avanzada calvicie y algo de sobrepeso. Vestía chaleco azul y camisa de manga cota blanca. Observó que en la plaquita que tenía ensartada en su chaleco se leía: Suboficial Jacobo CINTERÍA, Le hizo una señal para que pasara al interior del despacho y tomara asiento en una mesa un tanto desordenada de carpetas, dosieres, folios y fotocopias. En medio de los papeles había dos tazas vacías de los correspondientes cafés (por el olor que emanaban).

Bruno le transmitió brevemente la complicada situación que estaba soportando. Tras escucharlo con “paternal “atención, trató de calmarlo:

“Sr. Bruno Villalta. Hay que tranquilizarse. No queda otra. La gravedad del caso se genera cuando el desaparecido lleva unas 48 horas sin comunicar con familiares o amigos. Respóndame con sinceridad: ¿Han tenido discusiones frecuentes y recientes, su mujer y Vd.? En todo caso tomaremos los datos para la denuncia y los ponemos en posesión de nuestros agentes, con una foto reciente, que debe facilitarnos. Con franqueza, pienso que Lidia va a volver a casa de inmediato y le explicará las causas de su extraño proceder. Me dice que llevan unos 20 meses de unión o así ¿verdad? Piense si su proceder ha enfadado o molestado a su cónyuge”.

A partir de esta entrevista procedimental, Bruno tuvo que pasar más de una hora con otro funcionario policial, que estuvo escribiendo lentamente los detalles de la desaparición de Lidia Arana en el archivo del ordenador, que por su antigüedad operaba a una baja o lenta velocidad. La gestión de denuncia le pareció “interminable”. Cuando abandonó el centro policial, el reloj marcaba ya las 22:45. Volvió a su domicilio y como no había cenado, se preparó un nuevo sándwich y un vaso de soja. Se recostó el sofá del saloncito, a la espera de acontecimientos. Ese sábado de julio le había deparado un amargo día y con una solución incierta para el caso. El cansancio le hizo conciliar pronto el sueño.

El domingo, se encontraba algo más calmado, gracias a una larga caminata por el paseo marítimo de levante, siempre a la espera de noticias por parte de la policía. Por la tarde, acudió a su puesto de trabajo, recibiendo la comprensión y ayuda anímica del jefe de personal y de sus compañeros que ya conocían la inquietante noticia de la “desaparición” de la pareja convivencial de Bruno. Ninguna noticia al respecto ese domingo, ni tampoco el lunes, cuando por la mañana acudió de nuevo a comisaría, inquiriendo alguna información acerca de la búsqueda policial. Trató de contactar con doña Ambrosia, su suegra (con la que nunca se había llevado bien) pero la señora no atendió su llamada. Su padre Mariano, persona de avanzada edad, le dijo básicamente que había hecho lo correcto. En su pensamiento, nunca le había gustado la joven Lidia para su hijo. Ese lunes tuvo que pasar por la urgencia médica, a fin de que le recetaran algunos calmantes, porque tenía algunas convulsiones y su inestabilidad era preocupante. El facultativo que lo atendió, tras leer la hoja de denuncia, le hizo un profundo reconocimiento, prescribiéndole Lorazepam.

El martes, sobre las 10:15, sonó el timbre de la puerta. Al abrir se encontró con una persona que en absoluto conocía. Se trataba de una mujer con treinta y pocos años, que se presentó como GENEROSA Aliaga. Le rogó si la podía atender.

“Soy una alumna y muy buena amiga de Lidia, en el polideportivo. Ella me ha contado básicamente acerca de vuestra situación. Tranquilícese, pues ella se encuentra en mi casa, desde el sábado, en este momento muy complicado para su vida. Lidia, tras los casi dos años que ha convivido contigo, ha ido descubriendo que cada día que pasaba, perdía atracción hacia tu persona. Me dice que el amor, si alguna vez lo hubo, se había prácticamente esfumado en los últimos meses. La rutina de la vida contigo se le hacía verdaderamente pesada o incluso insufrible. Básicamente, duro es comunicártelo, ella tiene en la actualidad, la convicción de haberse equivocado en la convivencia que ha mantenido contigo. Me dice que no ha tenido la fuerza suficiente para planteártelo de una manera abierta. No se sentía con el equilibrio necesario para decírtelo a los ojos. Tal vez no quería herir en demasía tus sentimientos. De ahí su silencio. Se encuentra en este momento ayudándose con fármacos de ansiolíticos. Quiere darle un nuevo enfoque a su vida. Somos muy amigas. Íntimas.  El sábado por la mañana se presentó en mi casa “con lo puesto”. Por decirlo de alguna manera y utilizando palabras muy fuertes, “huyó” de una realidad que la agobiaba, en un estado de aturdimiento anímico, sin saber cómo salir o superar su complicada situación. Quiere pedirte perdón, por el daño y el sufrimiento que sin duda te ha provocado. Promete hablar contigo, pero lo hará cuando se sienta con más fuerza y sosiego para el encuentro. Por ahora sólo desea que respetes su decisión y privacidad. Te ruega que no intentes contactar con ella por ahora”.

El impacto psicológico para Bruno, después de esta revelación, fue durísimo. Un noviazgo de un año y una convivencia de unos veinte meses había derivado en el abandono o huida, ruptura “sin previo aviso” o señales al efecto. Por más vueltas que le daba le resultaba difícil o casi “imposible” comprender el comportamiento de Lidia. Repasaba mentalmente y aceptaba que tal vez hablaban y reían menos. Pero no encontraba graves motivos de disputa entre ellos, Sólo esa rutina o aburrimiento que “mata” cansinamente, con los horarios un tanto cambiados en el trabajo. Pero el mal rato que había pasado, que estaba sufriendo, con los tres días de absoluto silencio, no era lógico ni humano. No se lo deseaba a nadie. Ni al peor de sus enemigos. Había sido un comportamiento cruel, inmaduro, egoísta y un tanto punitivo.  Rápidamente llamó a la Comisaría y puso al tanto de la situación al inspector Cintería, para que suprimiera a Lidia Arana del listado informático de personas desaparecidas.  

Pero el reencuentro entre Bruno, profundamente enfadado, y la “misteriosa” Lidia no llegó a producirse. En realidad, ni uno ni otro mostraron interés en reunirse para el diálogo, la discusión o para intentar darse una nueva oportunidad. Cada uno emprendió su propio camino, con la autonomía personal que necesitaban. La amiga Generosa vino hasta en tres ocasiones para recoger los efectos personales de Lidia, que Bruno había preparado en sendas maletas, con la lógica de la “caballerosidad” y la irrenunciable elegancia.

El tiempo nunca se detiene. Pasaron las semanas y los meses por las vidas de estas dos personas. Su “matrimonio” había consistido en emparejarse, nada de Registro civil o vicaría. Simplemente una pareja de hecho. Por lo que no había motivos jurídicos complicados para la separación, que era tozudamente efectiva. Bruno Villalta continúa prestando sus servicios como auxiliar en el Teatro Cervantes, ejerciendo esa multifunción tan necesaria en estos tiempos para el ahorro de costes: portero, taquilla, vigilancia y control durante las representaciones, incluso echaba alguna mano para la conformación del atrezo escénico.

Dos años después de todos estos hechos, cierto día de septiembre, Bruno (que permanecía aún sin nueva pareja) se desplazó a un centro comercial, a fin de comprarse unos pantalones bermudas senderistas, práctica deportiva a la que se había aficionado con intensidad y que practicaba los fines de semana para relajarse, cuando el horario laboral se lo permitía. En el Centro Larios tenía algunos comercios en donde pensaba encontrar buenas oportunidades para su compra. Estuvo en Primark, pero cuando vio la cantidad de gente que lo densificaba, subió a un espacio más relajado como era el Dunnes Store. Se encontraba repasando los expositores y colgadores de la ropa deportiva masculina, cuando al fondo de la tienda percibió a dos mujeres que le resultaban familiares. Ambas estaban de espaldas, pero aun así las reconoció de inmediato. Le extrañó que una de ellas, concretamente Generosa, condujera con prudencia, a consecuencia el trasiego de clientes y los estrechos pasillos, un carrito de bebé. A su lado Lidia, con el corte de cabello cambiado, pelo corto, cuando antes siempre solía llevar recogida una melena. Parecía muy rejuvenecida y ambas charlaban cariñosa y animadamente. Cuando captó perfectamente la situación, dio media vuelta y abandonó ese comercio, posponiendo la compra para otra oportunidad. Al final decidió entrar en la tienda Springfield en donde encontró los vaqueros deportivos ideales para el senderismo, con el incentivo de que estaban rebajados un 30 %.

Ya en casa, algo aturdido o confundido por la imagen que un rato había contemplado, dos personas aparentemente muy encariñadas y con un bebé de por medio, buscó en su móvil una canción que se le vino a la mente, escuchándola en unas cuantas ocasiones a través del Bluetooh Sony, que recientemente se había regalado. Era la afamada creación Yesterday, de Paul Mc Cartney y John Lennon. Tomó del frigo una cerveza 00 y pensó, una y otra vez, que la vida es así ¡Cómo se puede conocer tan poco a una persona con la que has convivido largo tiempo! El ayer ya no es el hoy o el mañana. -

 

 

¿DÓNDE ESTÁS?

QUERIDA LIDIA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 30 agosto 2024

                                                                                                                                                                                                                               

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viernes, 23 de agosto de 2024

EN LA VIDA DE MARIAN

En los atractivos y demandados programas de turismo social, popularmente denominados VIAJES DEL IMSERSO (Instituto de Mayores Servicios Sociales) participan normalmente parejas matrimoniales, en las que al menos uno de ellos se encuentra en situación de jubilación. En los restaurantes de los hoteles adscritos al programa, la disposición de las mesas está organizada en su mayoría para dos comensales, aunque lógicamente también se disponen mesas con cuatro sillas para esas dos parejas que desean ir a comer juntas. Hay casos también en que el viaje y estancia lo realiza una persona sola, ya sea hombre o mujer. Son participantes que desean, por las razones que sean, ir solos o no tienen quien los acompañe. En este contexto se inserta nuestra sencilla y significativa historia de esta semana.

Un voluminoso y bien dispuesto autocar, para casi setenta plazas, se desplazaba desde la estación de autobuses malacitana hacia la levantina y bella localidad de Alicante, con destino a uno de sus numerosos complejos hoteleros que pueblan la zona. En su gran mayoría, el veterano listado de pasajeros estaba compuesto por parejas matrimoniales de personas jubiladas. Sin embargo, una mujer viajaba sola. Gracias a que el autobús no iba “lleno”, pudo ocupar un asiento sin acompañante, realizando todo el trayecto con gran comodidad. Se distraía observando el paisaje, a través de los amplios ventanales del vehículo, aunque también a ratos leía un pequeño libro que llevaba en su mochila o incluso dormitaba unos minutos. Tras unas horas de desplazamiento y con un descanso intermedio, para tomar un almuerzo en un restaurante de carretera, se produjo la llegada al hotel HORIZONTE sobre las cuatro y media de la tarde.

Tras el Check in correspondiente de todos los viajeros, un amable recepcionista, DARÍO adjudicó a esta señora una habitación en la 5ª planta, con espléndidas vistas al mar. Era una habitación doble, de uso individual para esta estancia. MARIAN Avilés Cernuda, 62, la cliente Imserso individual, era una analista clínica, que llevaba poco más de un año jubilada de manera anticipada, por un problema óseo en discos intervertebrales. Como acumulaba en su vida laboral abundantes años de trabajo y cotización (en el laboratorio del Hospital Clínico Universitario, Ntra. Sra. de la Victoria de Málaga) no tuvo problemas para obtener su jubilación, teniendo previamente que pasar por el correspondiente tribunal médico.

Se trataba de una mujer que, a pesar de ser sexagenaria, mantenía con esmero el cuidado de su cuerpo, siguiendo un razonable régimen alimenticio, realizando con frecuencia ejercicios físicos de natación, deporte que bien la deleitaba. Mediana estatura, cabello castaño claro, ojos del mismo color, con las “lógicas” e indisimulables arrugas epidérmicas y algo de sobrepeso en la zona de su cintura y piernas. Desde luego su rostro destacaba por su semblante de serenidad y buen autocontrol en sus movimientos y decisiones.

De su matrimonio con ARCADIO Zaragoza vinieron al mundo dos hijas, en la actualidad ya emancipadas con sus respectivas parejas. Su exmarido era un representante de diversos artistas, que solían actuar en las ferias municipales y en algunos eventos y fiestas de contratación privada. Para algunos de sus cantantes, bailaoras y palmeros sabía conseguir pequeños contratos en televisiones privadas y de titularidad municipal. Hombre delgado, con mediana calvicie, bigote y pequeña barbilla, y ojos azulados. Destacaba por su innata simpatía y fácil apertura relacional. Lastraba su imagen con dos dependencias, a las que no sabía o quería sobreponerse en su control: gran amante de las copas y también de las “faldas”. Ambas opciones influían sobremanera en su patente débil voluntad. Por sus obligaciones profesionales se veía obligado a permanecer muchas horas fuera de casa, a veces incluso días, viajando y negociando en pro de los artistas a quienes representaba. Ese tiempo de ausencia del hogar también sabía aprovecharlo para sus “deslices” de infidelidad, “caracoleando” acariciando …a cualquier joven de buen ver que se le pusiera a tiro, todo ello en orden a saciar su desbordante ansiedad sexual.

Marian, mujer inteligente, no era ajena a estos comportamientos de su infiel esposo. Pero las quejas y discusiones de la analista sólo conducían a situaciones crispadas entre ambos, a las que seguían reconciliaciones y promesas de rectificación, pronto incumplidas por el versátil y trilero representante de artistas de “poca monta”. Pero la crisis definitiva estalló cuando, casi al unísono, dos de esas artistas, una bailaora y una cantante versionista de las canciones de Céline Dion, ambas muy jóvenes (Arcadio duplicaba ampliamente sus edades) presentaron pruebas fehacientes en sus denuncias de que Arcadio Zaragoza era el padre de los hijos que esperaban. El juez impuso al “efusivo” representante la obligación inmediata de hacerse pruebas de paternidad. Estos análisis confirmaron lo que las jóvenes denunciaban. Ese “escándalo” impulsó a Marian, asesorada por una abogada sindical, a presentar demanda de divorcio contra el que hasta ese momento era su marido.

En el momento del viaje Imserso, Marian sumaba ya dos años como mujer “soltera”. En ese período de tiempo había tratado de rehacer su vida, labor en la que persistía. La ayuda psicológica que solicitó (profesional recomendado por una compañera de laboratorio) también la impulsó a ilustrar su vida con un buen viaje, como el que ahora realizaba. También se había inscrito en un polideportivo municipal, completando este periplo rehabilitador con el desarrollo de una intensa vida cultural, en la que el cine, el teatro, las conferencias, los conciertos y las visitas a la biblioteca pública tenían un predicamento importante.

En lo más íntimo de su fuero interno no descartaba encontrar un nuevo amor que supiera borrar la dura y amarga experiencia convivencial con Arcadio. Este viaje del Imserso había despertado sus esperanzas de cambiar de aires por unos días, visitando una zona playera, alegre y vitalista, a comienzos de junio, muy cerca de la vorágine vacacional de la canícula veraniega.

Por las mañanas, después del suculente y variado desayuno, dedicaba un buen rato a tomar el sol en la playa o en las piscinas del hotel. Tuvo el acierto de concertar un par de visitas turísticas por localidades cercanas, aunque también tomaba un tren de cercanías para recorrer algunas localidades con encanto, en el radio provincial alicantino. Por las noches, después de la cena, disfrutaba recorriendo los rincones de copas y diversión nocturna de la popular y cosmopolita capital. La estancia del viaje abarcaba 10 días /9 noches.  

En la noche del segundo día de estancia, durante sus paseos por la zona de “movida”, se detuvo delante de una cafetería restaurante de tapeo y raciones, en donde percibió una abarrotada terraza adjunta, por el calor y ganas de fiesta de ese viernes de fin de semana. La cartelería del local anunciaba la actuación de un cantante que se hacía llamar ERIK IGLESIAS quien, a tenor de la información, versionaba el repertorio del cantante español de fama internacional. La densa asistencia al espectáculo lo conformaba una mayoría de personas de mediana edad, aunque también destacaba la presencia de algunos jóvenes, con ganar de beber y divertirse. Tuvo la suerte de que una pareja abandonase su mesa tras la consumición, por lo que pudo sentarse en un lateral de la bien iluminada terraza, a donde llegaban los salinos y frescos vientos marinos de la zona portuaria. Solicitó al camarero una tónica con limón u unos cacahuetes, a los que era muy aficionada.

Sobre las 22:30 salió Erik a escena. Comenzó su actuación en la que se ayudaba de un buen equipo de sonido informático que sustentaba la música, mientras que él cantaba de manera harto habilidosa las nostágicas canciones. La imitación de Julio Iglesias era verdaderamente prodigiosa. Pero a Marian, desde el primer momento, algo en el cantante llamó su atención. A pesar de lo decorado y cómicamente arreglado que estaba el juglar del micrófono, intuía que conocía a la persona que estaba bajo el maquillaje, vistiendo ese traje negro, a modo del universal cantante de melodías románticas.

“Pero si yo a esta persona la conozco de algo … ¿Dónde la he visto o tratado?”

El cantante había interpretado unas ocho canciones, largamente aplaudidas, cuando llegó el momento de unos minutos de descanso. Para mayor misterio, durante la actuación, había estado fijando su mirada, de manera repetida, en el rostro de Marian. Ésta se sintió un tanto “asustada” cuando vio que el tal Erik se dirigía hacia el asiento que ella ocupaba.

“No me reconoces, ¿verdad?” Tras tenerlo a escasos centímetros, quedó impactada y no menos sorprendida. ¡Era Darío, el simpático y atento recepcionista del hotel en el que se alojaba! Su patente calvicie, con el pelo cortado al cero, había sido disimulada con un “juvenil” peluquín. Las arrugas del rostro habían quedado “corregidas” por una buena sesión de cremas diversas, con algunas tonalidades cromáticas. El traje de smoking inglés, de color negro que vestía, no se parecía al operario recepcionista del hotel, con su camisa blanca, bien marcada con el logotipo de la cadena hotelera. En el hotel llevaba gafas. Ahora no las utilizaba. Darío/Erik se sentó junto a ella en la mesa, haciendo una señal para que le trajeran unas copas de cava. Marian no daba crédito a lo que estaba viviendo. “No vuelvo a actuar hasta dentro de una media hora. Te acompaño si me lo permites”.

Esa media hora y el diálogo que mantuvieron el sábado, pues Marian volvió al GALLO ROJO al día siguiente, sirvió para que ambos personajes, sumidos en la acre soledad, intercambiaran información y compartieran el imprescindible calor humano de sus respectivas vidas. Pero ¿quién era verdaderamente Darío?

En ese verano del 2024 había superado en dos años su medio siglo de vida. Efectivamente trabajaba en la recepción del hotel Horizonte, cumpliendo jornadas eventuales cuando era llamado por la dirección ante necesidades previstas e imprevistas. Era una persona toda bondad, que reconocía ser bisexual. Repetía con ilusión que su gran anhelo en la vida era llegar a ser un cantante famoso. Tenía ciertas habilidades para el canto melódico y seguía a su ídolo, Julio Iglesias, desde su adolescencia. Ya cerca de la treintena, hizo un curso o módulo de F.P. en la Escuela de Turismo, lo que le abrió las puertas de algunos hoteles para realizar trabajos fundamentalmente en el mostrador de recepción o incluso mozo de equipajes. No echaba raíces en los hoteles donde trabajaba, pues se encariñaba exageradamente con algunos clientes y para evitar problemas los directores lo despedían, con la indemnización correspondiente. Tuvo una larga y fogosa relación afectiva con un veterano actor argentino en decadencia, llamado CLAUDIO, quien le buscó esta plaza laboral en la cadena hotelera Horizonte, pues el americano tenía acciones en esta empresa turística. Pero un día Claudio se hartó de él (en lo personal) y buscó un compañero mucho más joven, que gozaba de un extraordinario atractivo sexual. Esta ruptura produjo al pobre Darío una profunda crisis depresiva, tan intensa que incluso intentó acabar con su vida, pero todo acabó en unos simples rasguños.

Viernes y sábado Darío acude al Gallo Rojo, con la glamurosa imagen de Erik Iglesias, actuaciones que le deparan algunos necesarios euros y sobre todo una reafirmación de su objetivo de ser un cantante melódico, afamado y querido por los aplausos y vítores del público.

Marian quedó impresionada de esta singular, y sentimental historia, con sus elementos afectivos y no exenta de esa triste soledad que ella también padecía. Se sintió animada a prestar la ayuda posible a este buen amigo que había encontrado en tierras alicantinas. Estos dos seres solitarios, en el seno abrupto de la selva social, aprovecharon esos días vacacionales de Marian, para dar largos paseos por las tardes/noches, cuando Darío no tenía obligación laboral. Intercambiaban las palabras, el cariño e incluso el contacto sexual. Habían conseguido crear una confortable y sana amistad.

Y llegó el “nublado” día en que la cliente Marian, junto al grupo de compañeros Imserso, tenían que abandonar su estancia en el complejo hotelero alicantino. Darío, persona de sentimientos fáciles, no pudo reprimir las lágrimas que brotaban de unos ojos cada día más cansados. Los dos amigos se prometieron seguir intercambiando comunicación y seguir vitalizando esa amistad que tanto bien les había reportado. El viernes noche, el previo a la despedida, Erik Iglesias cantó todo un bello repertorio de sus canciones melódicas, en el casi siempre abarrotado Gallo Rojo. Todas esas canciones estuvieron dedicadas, con los ojos y las sonrisas, a Marian, que las escuchaba halagada desde una mesa preferente, cerca del pequeño escenario.

Con el paso de los meses, Darío convive ahora con un apuesto joven dominicano, de nombre PAOLO, cuya epidermis algo cobriza contrasta con la blancura del recepcionista cantante. Marian suele escribirle, con el cariño de una amiga/madre. En la última misiva le confiesa que ha encontrado a una persona que le genera cariño y paz espiritual. Conviven, se ayudan, se quieren, con esa compañía, con esas palabras y esos afectos que tanto enriquecen y vitalizan. “Nos comprendemos apenas con sólo las miradas”. Esa compañera, tan apreciada y necesitada, se llama CELINE, una traductora de convenciones y congresos (también realiza trabajos para las editoriales, pues domina cuatro idiomas) de nacionalidad francesa.

Para el próximo verano, ya cercano en el almanaque, han acordado reunirse en el placentero y muy conocido complejo hotelero alicantino, a fin de que Celine y Paolo sean presentados por sus entrañables compañeros, dos excelentes amigos que descubrieron la amistad en una templada noche de junio, un año atrás, bajo los sonidos de las bellas melodías del veterano cantante español Julio Iglesias.

Ante la dificultad o carencia del amor, la mejor terapia es la entrega generosa, que suele siempre darnos oportunidades ilusionadas en esa búsqueda incansable de una segunda oportunidad. -

 

 

EN LA VIDA DE

MARIAN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 23 agosto 2024




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viernes, 16 de agosto de 2024

INMOBILIARIA EL LLAVERO

La fuerza económica del mercado inmobiliario se encuentra en un “exagerado” auge. Es un hecho que se intensifica en determinadas épocas, aunque en los últimos años parece que este boom se percibe de manera continua. Especialmente, el fenómeno “ladrillo” destaca en algunas ciudades, favorecidas por su crecimiento demográfico, sus atractivos turísticos, el buen tiempo climático, el haberse puesto de moda para visitarla, más los incentivos monumentales. Destacando sobre todo ese gran factor que supone el “regalo” costero de la naturaleza.

El precio de los alquileres en los estudios, apartamentos y pisos no cesa de subir y cuando hablamos de comprar inmuebles antiguos o de nueva construcción, el coste de las viviendas y locales alcanza cotas inasumibles para las rentas o sueldos medios de la ciudadanía. Obviamente, en el negocio inmobiliario tienen un competitivo y lucrativo protagonismo las numerosas agencias que se ocupan del trasiego de ventas y alquileres. En este contexto se inserta nuestra historia o relato semanal.   

HIPÓLITO Lasierra, (42) después de trabajar durante años en el negocio inmobiliario, ejerciendo diversas funciones, una vez que conocía bien el negocio, decidió fundar su propia empresa, con algunos ahorros de herencia y la unión con un copropietario también del sector. La sede de las oficinas la instalaron en un vetusto pero muy bien situado local de la Alameda Principal malacitana, espacio que vegetaba con la venta de Kebabs y comida “rápida”. Hipotecaron el local reformado y así surgió la desde el principio dinámica INMOBILIARIA EL LLAVERO. Al paso de los meses, rompió con su copropietario Eugenio, comprándole la parte que tenía en el negocio, convirtiéndose, desde entonces, en el único propietario de esta empresa.

El carácter de Hipólito destacaba por ser hábil y astuto. De fluida palabra, en otra época incluso había probado suerte con la venta ambulante, ejerciendo de “charlatán” callejero, con unos exprimidores manuales que obtenían mucho jugo de las apetecibles frutas de época. Popularmente se le podría considerar como un “trilero de la palabra”. De elevada estatura, bien parecido de rostro, con don de gentes, peluquería semanal, y vistiendo esa chaqueta y corbata, que potenciaba su figura.

El muy gentil profesional se rodeó de una servicial y trabajadora, auxiliar administrativa, llamada ADELA, (39) que se había quedado sola con un hijo adolescente, mientras su marido bebía la dulce sensualidad que le proporcionaba una pareja mucho más joven con la que convivía. Adela era la “chica multiservicios”, haciendo de todo y bien. Entregaba propaganda por los bloques de viviendas, se encargaba de la correspondencia y la contabilidad, atendía a los clientes y no le importaba traer el café caliente para el jefe, quien agradecía su amable y sonriente disponibilidad. Cuando el volumen de gestión fue incrementándose, fue contratado otro auxiliar de oficina llamado REMIGIO (36), que a pesar de tener un carácter más serio y privativo, desarrollaba una capacidad de trabajo verdaderamente encomiable. Su iniciativa era más bien escasa, pero hacía bien todo lo que le mandaban.

Uno de los principales objetivos que cada mañana emprendían era ir averiguando aquellos pisos del casco viejo de la ciudad, habitados por personas mayores, a fin de “presionarles” para que aceptaran vender su propiedad, ofreciéndoles el interesante señuelo de las buenas palabras y el atractivo capital económico con el que atender las necesidades en la etapa postrera de sus vidas. ¿Y cómo hacían estas averiguaciones?

Recorrían las manzanas de los barrios antiguos. Elegían un bloque de pisos. Hablaban amigablemente con los porteros, siempre que lo hubiera. E iban preguntando por los diferentes pisos, inquiriendo información acerca de si había algún vecino que necesitara o no le importase vender a buen precio su vivienda. Con esa habilidad que aplicaban, en un mercado “salvajemente” competitivo, en donde los “escrúpulos” brillaban por su ausencia, iban obteniendo y procesando datos para conocer aquellas viviendas habitadas por personas mayores, solitarias y de economía modesta. Estos inquilinos o propietarios eran objetivos interesantes y preferentes para ofrecerles una “negociación” acerca de los inmuebles que habitaban. Llamaban al timbre. Tras un saludo muy cordial, le entregaban información de la inmobiliaria. “¿A Vd. le interesaría vender su piso, a cambio de una poderosa oferta (la mejor del mercado) que podemos ofrecerle para la compra? En todo caso ¿sabría si en este bloque o en otro del barrio, algún propietario de avanzada edad le pudiera interesar escuchar nuestras “irresistibles” ofertas por el piso que habita?”

En este proceder conocieron, a partir de una hábil estratagema, la existencia de doña CÁNDIDA Felices. El propio Hipólito, que había obtenido el “preciado” contacto, fue quien se acercó al pequeño bloque en la Plaza de Montaño. Era un edificio de estructura y construcción bien antiguo, en el que según los buzones y los balcones (muy repletos de macetas) residían 8 familias: bajos habitados, y tres plantas. El inmueble carecía de ascensor. El hábil inmobiliario se hizo pasar por un miembro de la asistencia sanitaria. “¿Sabe si en este bloque hay vecinos mayores, es decir, aquéllos que hayan superado los 75 años? Es que me gustaría ofrecerles la oportunidad y utilidad de una ayuda sanitaria inmediata, mediante la utilización del “botón rojo”

Don Fermín, vecino del 2ºC, que estaba saliendo de su casa, quiso ser amable con el comercial que le había preguntado. “Mire, joven, aquí casi todos somos personas mayores, pero tal vez Vd. se refiera a doña Cándida, la vecina del 1º A. Ya suma muchos años y además es viuda. Como vive sola, tal vez le podría interesar esa prestación” A los pocos minutos, Hipólito estaba llamando a la puerta de esa señora.

Ya ante doña Cándida, se presentó como agente inmobiliario. La planteó su interés en adquirir el piso donde ella residía, pagándole “la mejor cantidad del mercado”, con lo que podría habitar un piso más pequeño y cómodo para la limpieza o incluso en alguna residencia para la tercera edad, en donde estaría mejor atendida. El sagaz comercial había comprado previamente unos bombones en una confitería cercana, regalo que ofreció a la desconcertada Sra. un tanto abrumada de recibir tantas muestras de amabilidad. La señora fue tomando confianza con el apuesto señor de los pisos, contándole que tenía problemas de fontanería, pero que con la pensión que cobraba no se atrevía a arreglarlos: grifos que goteaban de continuo, cisternas que no funcionaban, teniendo que evacuar las “necesidades” trayendo pesados cubos de agua. También el sistema eléctrico era muy antiguo, por lo que muchas veces los “plomillos” saltaban, yéndose la luz durante horas, Mientras comentaba sus desventuras, iba comiendo un bombón tras otro, hasta dejar la caja medio vacía.           

“Le cuento don “Hipóloto” que yo he vivido feliz con mi difunto esposo, don ZOIDO Cabrillana, que trabajó toda su vida como funcionario de penales. Dios no quiso darnos hijos, pero aquí hemos vivido los mejores momentos de nuestra modesta vida. Mi ilusión sería acabar aquí mis pasos por la existencia. Pienso que echaría mucho de menos estas cuatro paredes. ¿Quiere Vd. que le prepare un poquito de café, don Hipóloto?”

Ante la situación, el gestor inmobiliario aconsejó a la señora que lo pensase más despacio. “El piso es grande y está muy bien situado, pero los años han pasado por él y un arreglo integral nos costaría un pastón. Mi última propuesta es que nos lo venda y se lo adecentamos con esas carencias de las que me habla. Vd. doña Cándida seguiría viviendo aquí, abonando una mínima cantidad hasta los años que Dios quiera concederle. Piénselo bien, mi querida Sra. Sabe Vd. preparar el café mejor que nadie. Nunca he probado una infusión con este mágico aroma”. Se despidió de la propietaria del piso, “soltándo” a la sorprendida anciana (87 años) un par de besos que la hicieron sentirse halagada y feliz.

Tras abandonar el vetusto inmueble, reflexionó acerca de su optima situación. Muy próximo al IES Vicente Espinel, a la Iglesia de san Felipe Neri, a dos pasos la romántica Plaza de la Merced, la tradicional calle Carretería también muy cercana. Toda una ganga, para poder adaptar viviendas en apartamentos turísticos.

A partir de este momento, Hipólito tenía previsto iniciar la segunda fase de su acción: las antiguas y malas artes del “ASUSTA-VIEJAS”. Adela y Remigio elaboraron unas hojas de pegatinas en las que, con letras mayúsculas se podía leer:

 

SE VENDE PISO, MUY BIEN SITUADO, 

PLAZA DE MONTAÑO 25. 1º A. 

PRECIO 100.000 €. TELÉFONO ----.

La publicidad de esta verdadera ganga fue colocada por “toda Málaga”, ya fuesen los muros callejeros, las paredes, los árboles, las farolas, las fuentes, zonas para la cartelería etc. Y comenzaron a hacer su efecto de inmediato. El teléfono de la anciana propietaria no cesaba de sonar o timbrar. Muchas personas interesadas se acercaron al viejo inmueble para comprobar el efecto de la publicidad. El señuelo del bajo precio y la atractiva ubicación en el plano urbano hicieron todo lo demás. Incluso llegó a formarse una cola de interesados, pidiendo nerviosamente “la vez”.

D. Marcel, hombre mayor y vecino del 3 B, cuando salió a la calle y vio tanta gente en la puerta de su casa      sufrió como un “soponcio”, teniendo que dirigirse a una botica cercana, pidiendo le vendieran un tranquilizante. La mayor implicada, doña Cándida, estaba como “enloquecida y sumida profundamente en el agobio, por las repetidas llamadas telefónicas y el timbre en su puerta. Repetía, una y otra vez, que su piso no lo vendía. Optó por no abrir la puerta, ni coger el aparato de teléfono, que no cesaba de sonar. Estaba profundamente asustada.

La buena y “desbordada” señora tuvo la lucidez de contactar con su sobrino nieto EMETERIO, que ejercía de policía local en el pueblo cordobés de Rute, explicándole por lo que estaba pasando en esos muy amargos días. Incluso para dormir tenía que prepararse una infusión de hierbas de la Santa Tasiana, que le habían recomendado y vendido en la herboristería. Su sobrino le recomendó que no abriera la puerta ni respondiera al teléfono con números desconocidos o no habituales. Y además que si la continuaban molestando, él llamaría a la jefatura de la policía local de Málaga para que intervinieran en el desagradable asunto.

En un momento de desconsuelo, doña Cándida llamó a “ese buen hombre”, que ella denominaba don “Hipóloto” y que tan amablemente la había visitado. Cada vez se sentía más confusa acerca de lo que debía hacer. Por supuesto que el propietario de la Inmobiliaria el Llavero se prestó a visitarla de inmediato, llevando como presente unos bollos de leche y hojaldre, adquiridos en la prestigiosa confitería APARICIO, “el sabor antiguo de Málaga”. Compartieron un sabroso café que Cándida había preparado, explicándole a su buen amigo los detalles de su cruel desventura.  Su interlocutor la escuchaba con suma atención.

“Querida doña Cándida, alguien le ha gastado una mala pasada o tal vez todo es producto de una confusión. Desde luego que mi oferta sigue en pie. Aunque he pensado que 100.000 euros no era una oferta justa. Mi inmobiliaria podría llegar hasta los 120.000 €. Por ser Vd. yo me encargaría también de buscarle un apartamento más pequeño y acogedor, con ascensor y en una zona donde pudiera ver los árboles de la naturaleza y a ser posible con vistas al mar. Pagaría un alquiler muy adecuado a la pensión que recibe mensualmente. Me ha comentado que cobra una pensión de 1.100 euros por la viudedad de don Zoido, que en la mejor gloria esté. Incluso de regalo, nosotros nos encargaríamos de hacerle el traslado de aquellos muebles que le gustaría conservar. Necesita descansar y sentirse bien a su edad, muy bien llevada, por supuesto. Mi buena amiga dejaría de sufrir estos acosos de algún error en el mercado inmobiliario, que tanto la están haciendo sufrir. Le voy a dejar mi teléfono particular. Vd. lo piensa tranquilamente y me llama a la hora que lo dese. Siempre atenderé la llamada de una buena amiga”.

El teléfono seguía sonando. La anciana miraba a su buen amigo y repetía con afecto: “Es Vd. un santo del Cielo, don Hipóloto”.

De vuelta a la oficina, su propietario dio orden a Remigio y Adela de que quitaran o recogieran esas pegatinas que formaban parte de su “diabólico” plan. Antes de colocarlas, les había advertido que anotaran el lugar en donde habían sido pegadas.

 

HAN PASADO LOS MESES. Doña Cándida está ingresada en una muy acomodada residencia de ancianos, que tiene preciosas vistas al mar. Se halla muy bien atendida. Los viejos muebles de su antiguo hogar (algunos de cierto valor) fueron vendidos a un anticuario. Se siente tranquila, sosegada y feliz. Es una residencia de alto coste, que la señora puede pagar con el importe de la venta de su piso en la Plaza de Montaño, en la zona céntrica de Málaga. Por la transacción de propiedad, recibió en la cuenta mancomunada con su sobrino nieto la cantidad de 130.000 €. El policía local impuso una cláusula en el contrato de venta por el que que la inmobiliaria El Llavero se haría cargo del 50% del coste de la estancia en la residencia, cuando pasaran cinco años desde la firma. Entonces doña Cándida tendría 92.

El sagaz y poco escrupuloso Hipólito Lasierra reconvirtió ese antiguo piso (tenía 140 metros cuadrados) en tres funcionales apartamentos turísticos que rentan a la inmobiliaria, cada uno de ellos, 2.200 euros al mes.

 

Y esta es la historia de un comportamiento delictivo que sustentó la Inmobiliaria el Llavero, en la persona de su propietario don Hipólito Lasierra. Estas muy dudosas formas de proceder, llevadas a cabo con más o menos discreción y consideración, pueden ser habituales, en un mercado del alquiler y de la compraventa, que genera mucho dinero y no menos ambición. El auge del “ladrillo” parece que nos enloquece, degradando penosamente nuestros valores humanitarios y la necesaria sensatez de la racionalidad. -                                                                                                                                                                                                                                                                    

 

 

 

 

 

 

INMOBILIARIA

EL LLAVERO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 16 agosto 2024

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viernes, 9 de agosto de 2024

EL VIAJERO DEL ASIENTO 17


La acción se desarrollaba a finales de los años sesenta, correspondiente al siglo precedente. El transporte suburbano se veía condicionado, en aquella época y en numerosas zonas de España, por una infraestructura viaria con importantes carencias y deficiencias. Viajar por carretera, por ejemplo, entre las capitales de Málaga y Granada (línea cubierta por la empresa Alsina Graells) en ambos sentidos, suponía una duración no menor de cuatro horas en un trayecto en gran parte montañoso, hasta que no fue construida la carretera (posteriormente reformada en autovía) de las Pedrizas, que uniría las dos ciudades en una arteria de unos 132 km. En esos ya lejanos años, finales de los sesenta e inicios de los setenta, había que “subir”, con muy trabajosas e incómodas curvas, desde Málaga por la Cuesta de la Reina, inmersa en los montes de Málaga, estribaciones de la Penibético, pasar por el municipio del Colmenar, hasta llegar a la localidad de Loja, que se atravesaba por su interior, a fin de hacer una necesaria y breve parada, para el descanso de unos 15 minutos. Finalmente se llegaba a la bella ciudad nazarí de Granada, tras haber invertido en el desplazamiento casi cuatro largas horas de viaje. Actualmente, este trayecto viario por la carretera de las Pedrizas y viajando en autobús, se realiza en unas dos horas, sumando los minutos de parada en el área de servicio de los Abades, en el exterior montañoso del municipio Lojeño. Valga esta amplia explicación para entender cómo los viajeros disponían de una amplia posibilidad temporal, a fin de intercambiar diversos comentarios de aburridos o interesantes contenidos para la socialización.

MARIO Calabria Albea, 21, estudiante de 3º de Derecho en la Universidad de Granada, viajaba con destino a Málaga, su ciudad natal, con la ilusión de disfrutar las siempre “cortas” vacaciones de la Semana Santa. El autobús perteneciente a la empresa Alsina Graells tenía fijada la hora de salida, de la histórica y romántica capital nazarí, a las 16 h. Como siempre le ocurría, cuando compraba el billete para realizar este habitual viaje, en la espaciosa estación del Camino de Ronda, se preguntaba, con juvenil interés y picardía ¡a ver quién me toca hoy de compañero de asiento!  

En sus periódicos viajes entre las dos ciudades hermanas, Mario había tenido numerosas experiencias con los compañeros que le habían tocado en suerte. La naturaleza y carácter de las personas es obviamente variada, por lo que recordaba haber tenidos compañeros dormilones, parlanchines, obsesivos de la lectura, juguetones con alguna “maquinita lúdica”, golosos, preguntones, dibujantes, fanáticos de la música con los walkie talkies permanentemente conectados a los oídos, niños especialmente traviesos, incluso “cantores” que entonaban sus canciones de cualquier música o género.  

En estas vacaciones cuaresmales, el autobús de color blanco y rojo (como todos los Alsina) estaba ya a punto de salir de la populosa estación granadina y el asiento pareado al de Mario, el nº 17, permanecía aún vacío. Esta circunstancia le hizo concebir esperanzas, al estudiante de “leyes” de poder vivir la grata experiencia de disponer de dos asientos, durante las cuatro horas de trayecto, para su mayor comodidad. Para su “desconsuelo” y con los motores del bus “rugiendo”, vio subirse, tras acelerados pasos, a una persona de mediana edad, con el cabello totalmente encanecido, que vestía un elegante traje negro, camisa gris y “tirilla” blanca alrededor del cuello. No cabía duda, era un sacerdote que vestía el clergyman o cleriman, en lugar de la tradicional sotana. Con paso diligente por el pasillo se dirigía al único asiento vacío que quedaba en el interior del autobús: el nº 17. Tenía apariencia de persona culta, muy seria, con los carrillos ya algo caídos, producto del mucho más de medio siglo de vida que se le podría suponer, hecho cronológico que también sustentaba la gran “papada” que soportaba en el cuello, producto de la edad.

Mario ocupaba el asiento de pasillo, por lo que franqueó al sacerdote su paso hacia el lugar de la ventanilla. A Mario le resultó curioso que este miembro eclesiástico, en lugar de dar las buenas tardes, pronunciara la habitual jaculatoria, tantas veces pronunciada en el confesionario o en el torno clausurar del AVE MARIA PURÍSIMA. Como el estudiante eludió responder “el sin pecado concebida” el clérigo le echó una primera mirada, severa y con rictus de reproche, sentándose de inmediato, con una gran cartera de piel negra que puso a sus pies. El académico equipaje parecía bien aprovechado pues, al sacar de la misma un dossier, el interior de la cartera se veía muy “poblado” de folios y carpetas, además de un voluminoso breviario o libros de oraciones, con las pastas negras y el borde de las hojas con “baño” de color oro.

De inmediato, el veterano sacerdote mostró su deseo indisimulable de entablar conversación. Lo primero que hizo fue “escudriñar de arriba abajo al expectante estudiante, que hacía memoria, asegurándose que nunca había viajado con un cura a su lado. Iba a vivir toda una experiencia, por lo que se mostraba entre divertido y “en guardia”.

Se presentó como el Padre CARMELO del ESPÍRITU SANTO. Tras unos comentarios insustanciales, el viajero del asiento 17 adoptó el rol investigativo a modo de un bombardero de preguntas encadenadas y con un fondo “impertinente” hacia lo personal en su joven compañero de asiento. Más que un diálogo, aquello fue tomando el cariz de un “interrogatorio”. Entre pregunta y pregunta, sabía mezclar pequeñas muecas de lo que podrían interpretarse como sonrisas que, el asombrado Mario, interpretaba como tensionadas por lo diabólico.

“¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Cuándo viniste al mundo? ¿Qué haces o estudias en Granada? ¿Tienes hermanos? ¿Cuál es la profesión de tu padre? ¿Tu madre se encarga sólo del hogar? ¿Eres buen estudiante? ¿Por dónde resides en Málaga? ¿Eres alumno de algún Colegio Mayor? ¿Cuál fue el motivo que tuviste para elegir la carrera de leyes? ¿Tienes novia? ¿Cuáles son tus cualidades? ¿Te avergüenzan tus defectos? ¿Hasta dónde quieres llegar en la abogacía? ¿Cómo te llevas con tus padres?” etc.

Hasta aquí ese intenso “interrogatorio” podría entenderse como el de un sacerdote mayor, habituado a ejercer su magisterio y labor pastoral con muchas horas de confesionario. Pero Mario “iba cargando sus pilas” esperando el momento oportuno para desarrollar un buen contraataque, pues era un muchacho inteligente, sarcástico, bromista, desenfadado y luchador, que sabía medir bien los tiempos y hallar las circunstancias propicias para su dinámico protagonismo,

Y llegaron, como era previsible, las preguntas espirituales. ¿Vas a misa todos los domingos? ¿Confiesas tus pecados? ¿Tomas la sagrada comunión? ¿Cómo llevas el sexto mandamiento de la ley de Dios?

Mario, un joven “moderno “, nacido en el 48, iba respondiendo con parsimonia y cautela, sopesando hasta donde se atrevería a llegar este cura “preguntón”, que desde el primer momento lo encuadró en el grupo de los ultramontanos o ultraconservadores, reaccionarios, carcas, anticuados, obsesivos con los tradicionales mandamientos religiosos.

“Señor “pater” Mis padres me bautizaron, hice la comunión, fui a colegios de curas … pero a medida que crecía me convertí en un cristiano no practicante. Le aseguro de que no tengo que acercarme a las iglesias, para estar cerca de lo que considero como divinidad. Puedo estar cerca de ese buen dios que percibo a través de los amaneceres, de las flores, del mar, de la buena amistad, de la generosidad y bondad hacia los demás, especialmente ayudando los que menos tienen. ¿Qué banal sentido tiene el encender velas o darme golpes en el pecho? Considero una nadería todo el montaje que Vds. Construyen para transmitir el mensaje de la divinidad”

El rostro enojado del P. Carmelo se iba enrojeciendo de manera paulatina, pero con una tonalidad cada vez más intensa.

“¿Y no piensas que tu vida puede cesar en cualquier momento por voluntad del Santísimo? ¡Puedes condenarte para toda la eternidad!”

“Sí, claro, entre las llamas de un infierno, permitido por un dios todo bondadoso” (sonó una sonora carcajada, emitida por un joven de 21 años, en la flor de la vida). “¿Y qué me dice Vd. de los inocentes, mujeres y niños, que mueren cruelmente en las guerras? ¿O de aquellos que sufren horribles enfermedades, hasta llegar al fin de sus días? Ahora hábleme de Lucifer y el tridente …” (nueva carcajada)

Esas inesperadas respuestas del joven Mario dejaron medio confundido al austero sacerdote que seguía sudando no solo por la tirilla blanca de su alzacuello. Disimulando la ira que le embargaba, profundamente enfadado, por el “inconsciente” (palabra que masculló) individuo que estaba sentado a su lado, extrajo de su carterón el breviario, comenzando a rezar su devota lectura, mientras le temblaban compulsivamente sus manos. Por ahora no intercambiaron más palabras.

Cuando el autobús llegó al paradero de Loja, en el centro antiguo de la localidad, Mario bajó el vehículo (al igual que otros pasajeros) y teniendo un rasgo de bondad compró un par de magdalenas (producto típico de Loja, junto a los famosos roscos blancos) y de vuelta al bus observó que sólo el cura había permanecido en el interior sentado en su asiento 17. Ofreció a su compañero de viaje una de las magdalenas “para merendar, Padre”. Con gran seriedad, el sacerdote declinó el ofrecimiento. Mientras que degustaba una de las magdalenas, Mario quiso llegar a más.

Mientras que degustaba una de las magdalenas, Mario quiso llegar a más. Cuando el bus arrancó desde Loja, reiteró a su compañero la aberración tener que decirle a gente como Vd. lo que han establecido como pecados ¿Qué les importa a los que visten sotanas lo que yo haga, piense o desee?

“Gracias, por la magdalena, pero sólo nos salvará le pureza de nuestro espíritu. Lo material envilece. El espíritu, del alma, la fe enaltece nuestra muy modesta humildad y realidad” “Pero Pater ¿Vd. no pasa hambre? El cuerpo pide alimento…” “El cuerpo es el templo del pecado, joven irrespetuoso” (Nueva carcajada de Mario, que generó un inmediato enrojecimiento facial en el cura Carmelo.

Mario degustaba su merienda y quiso llegar a más. Cuando el bus partió desde Loja camino de Málaga, el arrojo regularmente medido del estudiante en las leyes del Derecho, llegó a ese clímax, que andaba buscando desde hacía un buen rato. 

“Padre, Vd. me ha escudriñado bastante bien, con su amplia batería de preguntas. He tratado de dar respuesta a la mayoría de sus interrogantes, algunos rayando la impertinencia. Pero ahora, si me permite, quiero ser yo, con su benevolencia y comprensión, hacerle alguna pregunta. ¿Vds. Los curas, ¿cómo llegan a soportar lo del celibato?, ¿cómo pueden aguantar la tentación y la necesidad corporal del sexo?  ¿No comprenden que esa limitación orgánica va contra natura e incluso puede ser lesiva para la salud?”

Al cura Carmelo estaba a punto de darle un “soponcio”. Los colores de su rostro parecían los de un arco iris revolucionado, sudaba a destajo y los ojos, que por cierto eran algo saltones, difícilmente podían disimular la ira que encerraba detrás de sus dilatadas pupilas. El clérigo se sentía profundamente ofendido.

“¡Joven Mario, eres un desgraciado “hereje” y vas camino de la condenación eterna, junto a Lucifer entre las llamas del infierno! ¡Si por mi fuera, mandaría enclaustrarte en un monasterio en donde te metieran en cintura! ¡Tu insolente irrespetuosidad te lleva a ser un alma en poder del diablo!”

“Padre, yo he conocido curas jóvenes de mentalidad mucho más abierta que la suya. Para todos los aspectos de la vida. Me temo que Vd. por su edad, pertenece al clero más rancio y trasnochado, intolerante y obsesivo de la curia. Todo lo reducen al recurso “teatral” del “demonio” y al “fuego eterno” Su añejo mensaje ya no sirve para esta época que nos ha correspondido vivir, con modernos cambios sociales y de mentalidad, que la mayoría apetecemos y por los que luchamos”.

Entonces, ante el asombro de  muchos viajeros, que seguían el peculiar dialogo de los viajeros 16 y 17, e incluso del propio conductor que no hacía más que mirar por el espejo retrovisor interior la escena entre el cura y el muchacho, el Padre Carmelo se puso de pie y elevando los brazos hacia el cielo  comenzó a entonar una oración o jaculatoria en canto gregoriano, en la que repetía, en castellano, una estrofa, ¡Padre salvador, perdona en tu misericordia a este inconsciente pecador, alma perdida en las garras del demonio! El choteo de Mario y otros estudiantes que viajaban en el vehículo fue in crescendo, entre risas, comentarios e incluso fotos al cura de pie, al que se le había soltado la tirilla blanca del alzacuello, cantando las santas pláticas de S. Gregorio.

El conductor de la Alsina, Celestino, miembro de la todavía ilegal CC. OO, contemplando la situación, dio un vozarrón que se escuchó hasta por los ventanales exteriores del vehículo.

“Páter, siéntese en su puesto y cállese con sus cantos, que como lo vea la Guardia Civil no van a poner una buena multa. Deje sus plegarias para el púlpito. Dentro del autobús la autoridad me pertenece. Así que ¡silencio!”. Así lo hizo el P. Carmelo, poniendo su cabeza entre sus manos, tapándose la cara del sofoco. Todo ello entre el silencio y murmullo general de los viajeros. No articuló palabra alguna en todo el resto del viaje.

Entrando ya en la estación malagueña de calle Cuarteles, Mario se puso de pie y como despedida le dijo al abrumado clérigo:

“DIOS LE GUARDE, P. CARMELO. PODRÍA HABER SIDO UN PLACER”.

“Y A TI, EL BUEN DIOS TE SALVE DE TU ERRÓNEO CAMINO, DESORDENADO Y PECAMINOSO HACIA EL INFIERNO”.

Entonces Mario le ofreció su mano, sonriente, pero el cura le hizo una señal para que se quitara de delante

Ya en Málaga y en su casa, Mario pensaba que la experiencia vivida durante esa tarde la recordaría durante mucho tiempo en su vida. Cenando con sus padres, hizo algunos comentarios acerca del compañero sacerdote, carca, carroza, ultra y fanático, que le había tocado en suerte, durante este viaje para la Semana Santa.  

 

SEMANAS DESPUÉS y ya en Granada, para afrontar el tercer y último trimestre del curso, Mario paseaba una tarde, a fin de aligerar su mente tras varias horas seguidas de estudio ante los apuntes. Desde su residencia, en el Colegio Mayor Santiago, fue paseando hasta la Plaza de la Trinidad, enfiló la comercial y casi siempre poblada calle Mesones, desembocando en Puerta Real. Desde allí su propósito era avanzar hacia la Acera del Darro, hasta llegar hasta los jardines del Paseo del Salón y desde allí acompañar la trayectoria del Genil, a su paso por la ciudad, ahora con abundante caudal tras el comienzo del deshielo, desde Sierra Nevada. Antes de continuar, se detuvo unos minutos en el TEATRO ISABEL LA CATÓLICA, para echar una ojeada a la programación de las próximas semanas, por si había algo interesante a cuya representación o proyección poder asistir.

Observó en la atrayente cartelera, una obra que iba a ser representada en un par de semanas. Se titulaba DIÁLOGOS DE SACRISTÍA. Repasó los intérpretes de esta obra teatral y entre sus principales protagonistas aparecía un nombre que no le “sonaba” en el mundillo escénico: EZEQUIEL PEÑALVA. En el cartelón anunciador, aparecían seis fotografías de los intérpretes principales. Al detener su mirada en el primero de ellos, casi se le corta la respiración. El impacto fue tremendo. No cabía duda alguna. El actor Ezequiel Peñalva era …. ¡el P. Carmelo del Espíritu Santo! Precisamente aparecía en la foto con el mismo cleriman que llevaba en el viaje de la Alsina Graells y cuya aventura como compañero de asiento en modo alguno había olvidado. Permaneció largos minutos delante del expositor teatral. Se prometió volver al día siguiente con su cámara fotográfica para obtener una buena toma del “farsante” que se había hecho pasar por sacerdote, en ese viaje cuaresmal entre la ciudad de los Cármenes y la Málaga marinera. Se prometió asistir a una de las representaciones, a cuya finalización esperaría en la puerta de la salida de actores, al viajero del asiento 17. –

 

EL VIAJERO

DEL ASIENTO 17

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 09 agosto 2024

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