Eran las 21:45 de una noche bastante calurosa de julio, en una Málaga “tomada” por el incentivo turístico, nacional e internacional. En el transformado (bares, restaurantes y pisos o apartamentos turísticos) centro antiguo de la ciudad, era verdaderamente “imposible” encontrar una mesa libre, en donde pedir algo que calmara la ansiedad de la cena, en ese sábado noche de tiempo favorable para salir a tomar algo, siempre con la esperanza de que el fresco y marítimo viento de levante pudiera frenar y “vencer” una vez más, a la muy cálida aridez del temible viento de “terral”.
BRUNO Villalta, operario auxiliar del TEATRO CERVANTES, dado su muy preocupado, incluso angustiado, estado anímico, había pedido permiso a Don LEANDRO, jefe de personal del “coliseo” cultural, para ausentarse esa tarde de su trabajo, labor que tenía que iniciar a las 19:00, una hora antes del inicio de la representación escénica. ¿Cuál era su grave problema?
Este joven de 32 años, unido en pareja con LIDIA Arana desde hacía unos 20 meses, después de muchos esfuerzos, al fin había encontrado un trabajo “estable”, gracias a un amigo de su padre don Mariano. El directivo de una entidad bancaria tenía una buena relación con el gerente del teatro municipal, por lo que tuvo a mano conseguir un cómodo puesto de trabajo de trabajo para el hijo de su amigo Mariano, objetivo por el que el joven venía luchando para estabilizar un tanto su vida, ya que deseaba desarrollar una convivencia familiar con su pareja.
Lidia era monitora de pilates y yoga en un polideportivo municipal. Había mantenido unas relaciones de noviazgo durante un par de años, con el bien parecido Bruno. Decidieron unir sus vidas, cuando éste tuvo certeza de poder conseguir ese ansiado puesto de acomodador y auxiliar en el teatro municipal, que abría luces esperanzadoras para el futuro de la pareja. Ambos estaban de acuerdo en esperar un tiempo prudencial, en cuanto a la descendencia genética, ya que su juventud así se lo permitía. Ella tenía tres años menos que Bruno.
Pero ¿qué había ocurrido ese sábado de julio, en plena canícula estival?
Bruno, como solía hacer durante los fines de semana, dedicaba las mañanas al saludable deporte de montar en bicicleta durante unas horas. Se preparaba el desayuno mientras Lidia permanecía en la cama, ya que gustaba aprovechar bien el descanso, tras una intensa semana de trabajo en el polideportivo. Su compañero comprendía que era mejor no despertarla de su somnoliento letargo, pues Lidia tenía unos amaneceres bastante incómodos por su especial carácter, según había tenido oportunidad de “sufrir” tras los meses en que compartían la convivencia. Cuando sobre las 12 y pico Bruno volvió a su domicilio, tras la sesión ciclista por el paseo marítimo de poniente (el matrimonio carecía de coche, sólo disponían de la bicicleta de Bruno que se había regalado para Reyes tras una visita a Carrefour Rosaleda) esperaba encontrar a su amada preparando el almuerzo u organizando la plancha o la colada. Durante la semana, Lidia tenía el tiempo muy ajustado, por sus cursos y grupo en el polideportivo JÁBEGA, volviendo a casa bastante cansada.
Al entrar en la vivienda de alquiler que ocupaban, un 6º piso o apartamento de reducidas dimensiones, ubicado en la zona del Altozano, El Ejido, por el que pagaban 700 euros mensuales, se encontró con la sorpresa inesperada de que su mujer no estaba en casa. Pasó por la cocina, comprobando que no había preparado plato o comida alguna, lo que era inusual en ella. Tampoco la lavadora estaba puesta en marcha, al igual que la secadora.
Como primera reacción, eran las 12:45, marcó el número del móvil de su mujer, pero éste no estaba disponible. Le escribió un mensaje de whatsapp, pero tampoco le entró, pues el teléfono se encontraba apagado. Entonces, aplicando la lógica, pensó en otras posibilidades. Que hubiera salido a realizar algunas compras o para atender algún imprevisto en el polideportivo. Aunque no le gustaba hacerlo, marcó el número de doña AMBROSIA, su suegra, pero la señora, que estaba mal del oído, al fin le explicó que no había tenido contacto con su hija desde hacía un par de días. El oído de la buena mujer no daba para más. Entonces se dispuso a esperar. Tomó una cerveza del frigo y se sentó delante del aparato de televisión, sintonizando el Canal Gol.
Como pasaban los minutos y Lidia no aparecía, cada vez más inquieto, se preparó un sándwich y una nueva cerveza 00. Repitió las llamadas a su mujer, pero el otro terminal continuaba apagado. Como era un comportamiento anómalo en Lidia, empezó a hacer cábalas, sopesando diversas posibilidades. Pero sobre las 17 h, tenía ya los nervios a flor de piel. Se preguntaba, mentalmente, “pero ¿dónde se habrá metido esta mujer? Lo raro es que no me ha dejado nota alguna …” Pensó en llamar a los principales o conocidos hospitales. Se sentía condicionado por los nervios y la angustia, a pesar de que trataba de no perder el autocontrol.
Ya a las 18 horas, entendió que debía llamar a don LEANDRO, su jefe en el teatro, en donde debía estar una hora más tarde, ya que ese sábado la función escénica comenzaba a las 20 h. Para su tranquilidad, su compañero jefe de personal escuchó con paciencia y comprensión las explicaciones de su subordinado. Se esforzó en tranquilizar al cada vez más nervioso Bruno.
“Si no tienes forma de contactar con tu pareja y entiendes que no es una situación habitual o racional en su comportamiento, debes acudir a una comisaría de policía y presentar la correspondiente denuncia por desaparición. Te aclaro que las fuerzas de seguridad, salvo datos fehacientes o pruebas al respecto, suelen dejar pasar unas 24 h, tras la presentación de la denuncia. Pero es importante que presentes la denuncia, ya que te pueden asesorar y aconsejar con lo más procedente”.
Hecho un manojo de nervios, Bruno se desplazó a la comisaria que tenía más cercana, en la parte trasera del antiguo Mercado de la Merced. Evitó desplazarse a la comisaría central, de la Plaza de Manuel Azaña, pues temía las horas de espera para las gestiones, ya que una gran mayoría de ciudadanos acuden a este centro policial central para presentar sus denuncias.
Explicó al policía de la puerta el motivo de su visita. El funcionario policial le indicó, de una forma algo seca o mecánica: “pasillo izquierdo, despacho 4. DESAPARECIDOS. No llame a la puerta. Espere a que le llamen”.
Aguardó unos 30 m. con la lógica zozobra anímica que le embargaba, al término de los cuales al fin se abrió la puerta y apareció un funcionario policial, de avanzada calvicie y algo de sobrepeso. Vestía chaleco azul y camisa de manga cota blanca. Observó que en la plaquita que tenía ensartada en su chaleco se leía: Suboficial Jacobo CINTERÍA, Le hizo una señal para que pasara al interior del despacho y tomara asiento en una mesa un tanto desordenada de carpetas, dosieres, folios y fotocopias. En medio de los papeles había dos tazas vacías de los correspondientes cafés (por el olor que emanaban).
Bruno le transmitió brevemente la complicada situación que estaba soportando. Tras escucharlo con “paternal “atención, trató de calmarlo:
“Sr. Bruno Villalta. Hay que tranquilizarse. No queda otra. La gravedad del caso se genera cuando el desaparecido lleva unas 48 horas sin comunicar con familiares o amigos. Respóndame con sinceridad: ¿Han tenido discusiones frecuentes y recientes, su mujer y Vd.? En todo caso tomaremos los datos para la denuncia y los ponemos en posesión de nuestros agentes, con una foto reciente, que debe facilitarnos. Con franqueza, pienso que Lidia va a volver a casa de inmediato y le explicará las causas de su extraño proceder. Me dice que llevan unos 20 meses de unión o así ¿verdad? Piense si su proceder ha enfadado o molestado a su cónyuge”.
A partir de esta entrevista procedimental, Bruno tuvo que pasar más de una hora con otro funcionario policial, que estuvo escribiendo lentamente los detalles de la desaparición de Lidia Arana en el archivo del ordenador, que por su antigüedad operaba a una baja o lenta velocidad. La gestión de denuncia le pareció “interminable”. Cuando abandonó el centro policial, el reloj marcaba ya las 22:45. Volvió a su domicilio y como no había cenado, se preparó un nuevo sándwich y un vaso de soja. Se recostó el sofá del saloncito, a la espera de acontecimientos. Ese sábado de julio le había deparado un amargo día y con una solución incierta para el caso. El cansancio le hizo conciliar pronto el sueño.
El domingo, se encontraba algo más calmado, gracias a una larga caminata por el paseo marítimo de levante, siempre a la espera de noticias por parte de la policía. Por la tarde, acudió a su puesto de trabajo, recibiendo la comprensión y ayuda anímica del jefe de personal y de sus compañeros que ya conocían la inquietante noticia de la “desaparición” de la pareja convivencial de Bruno. Ninguna noticia al respecto ese domingo, ni tampoco el lunes, cuando por la mañana acudió de nuevo a comisaría, inquiriendo alguna información acerca de la búsqueda policial. Trató de contactar con doña Ambrosia, su suegra (con la que nunca se había llevado bien) pero la señora no atendió su llamada. Su padre Mariano, persona de avanzada edad, le dijo básicamente que había hecho lo correcto. En su pensamiento, nunca le había gustado la joven Lidia para su hijo. Ese lunes tuvo que pasar por la urgencia médica, a fin de que le recetaran algunos calmantes, porque tenía algunas convulsiones y su inestabilidad era preocupante. El facultativo que lo atendió, tras leer la hoja de denuncia, le hizo un profundo reconocimiento, prescribiéndole Lorazepam.
El martes, sobre las 10:15, sonó el timbre de la puerta. Al abrir se encontró con una persona que en absoluto conocía. Se trataba de una mujer con treinta y pocos años, que se presentó como GENEROSA Aliaga. Le rogó si la podía atender.
“Soy una alumna y muy buena amiga de Lidia, en el polideportivo. Ella me ha contado básicamente acerca de vuestra situación. Tranquilícese, pues ella se encuentra en mi casa, desde el sábado, en este momento muy complicado para su vida. Lidia, tras los casi dos años que ha convivido contigo, ha ido descubriendo que cada día que pasaba, perdía atracción hacia tu persona. Me dice que el amor, si alguna vez lo hubo, se había prácticamente esfumado en los últimos meses. La rutina de la vida contigo se le hacía verdaderamente pesada o incluso insufrible. Básicamente, duro es comunicártelo, ella tiene en la actualidad, la convicción de haberse equivocado en la convivencia que ha mantenido contigo. Me dice que no ha tenido la fuerza suficiente para planteártelo de una manera abierta. No se sentía con el equilibrio necesario para decírtelo a los ojos. Tal vez no quería herir en demasía tus sentimientos. De ahí su silencio. Se encuentra en este momento ayudándose con fármacos de ansiolíticos. Quiere darle un nuevo enfoque a su vida. Somos muy amigas. Íntimas. El sábado por la mañana se presentó en mi casa “con lo puesto”. Por decirlo de alguna manera y utilizando palabras muy fuertes, “huyó” de una realidad que la agobiaba, en un estado de aturdimiento anímico, sin saber cómo salir o superar su complicada situación. Quiere pedirte perdón, por el daño y el sufrimiento que sin duda te ha provocado. Promete hablar contigo, pero lo hará cuando se sienta con más fuerza y sosiego para el encuentro. Por ahora sólo desea que respetes su decisión y privacidad. Te ruega que no intentes contactar con ella por ahora”.
El impacto psicológico para Bruno, después de esta revelación, fue durísimo. Un noviazgo de un año y una convivencia de unos veinte meses había derivado en el abandono o huida, ruptura “sin previo aviso” o señales al efecto. Por más vueltas que le daba le resultaba difícil o casi “imposible” comprender el comportamiento de Lidia. Repasaba mentalmente y aceptaba que tal vez hablaban y reían menos. Pero no encontraba graves motivos de disputa entre ellos, Sólo esa rutina o aburrimiento que “mata” cansinamente, con los horarios un tanto cambiados en el trabajo. Pero el mal rato que había pasado, que estaba sufriendo, con los tres días de absoluto silencio, no era lógico ni humano. No se lo deseaba a nadie. Ni al peor de sus enemigos. Había sido un comportamiento cruel, inmaduro, egoísta y un tanto punitivo. Rápidamente llamó a la Comisaría y puso al tanto de la situación al inspector Cintería, para que suprimiera a Lidia Arana del listado informático de personas desaparecidas.
El tiempo nunca se detiene. Pasaron las semanas y los meses por las vidas de estas dos personas. Su “matrimonio” había consistido en emparejarse, nada de Registro civil o vicaría. Simplemente una pareja de hecho. Por lo que no había motivos jurídicos complicados para la separación, que era tozudamente efectiva. Bruno Villalta continúa prestando sus servicios como auxiliar en el Teatro Cervantes, ejerciendo esa multifunción tan necesaria en estos tiempos para el ahorro de costes: portero, taquilla, vigilancia y control durante las representaciones, incluso echaba alguna mano para la conformación del atrezo escénico.
Dos años después de todos estos hechos, cierto día de septiembre, Bruno (que permanecía aún sin nueva pareja) se desplazó a un centro comercial, a fin de comprarse unos pantalones bermudas senderistas, práctica deportiva a la que se había aficionado con intensidad y que practicaba los fines de semana para relajarse, cuando el horario laboral se lo permitía. En el Centro Larios tenía algunos comercios en donde pensaba encontrar buenas oportunidades para su compra. Estuvo en Primark, pero cuando vio la cantidad de gente que lo densificaba, subió a un espacio más relajado como era el Dunnes Store. Se encontraba repasando los expositores y colgadores de la ropa deportiva masculina, cuando al fondo de la tienda percibió a dos mujeres que le resultaban familiares. Ambas estaban de espaldas, pero aun así las reconoció de inmediato. Le extrañó que una de ellas, concretamente Generosa, condujera con prudencia, a consecuencia el trasiego de clientes y los estrechos pasillos, un carrito de bebé. A su lado Lidia, con el corte de cabello cambiado, pelo corto, cuando antes siempre solía llevar recogida una melena. Parecía muy rejuvenecida y ambas charlaban cariñosa y animadamente. Cuando captó perfectamente la situación, dio media vuelta y abandonó ese comercio, posponiendo la compra para otra oportunidad. Al final decidió entrar en la tienda Springfield en donde encontró los vaqueros deportivos ideales para el senderismo, con el incentivo de que estaban rebajados un 30 %.
Ya en casa, algo aturdido o confundido por la imagen que un rato había contemplado, dos personas aparentemente muy encariñadas y con un bebé de por medio, buscó en su móvil una canción que se le vino a la mente, escuchándola en unas cuantas ocasiones a través del Bluetooh Sony, que recientemente se había regalado. Era la afamada creación Yesterday, de Paul Mc Cartney y John Lennon. Tomó del frigo una cerveza 00 y pensó, una y otra vez, que la vida es así ¡Cómo se puede conocer tan poco a una persona con la que has convivido largo tiempo! El ayer ya no es el hoy o el mañana. -
¿DÓNDE ESTÁS?
QUERIDA LIDIA
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 30 agosto 2024
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