viernes, 12 de abril de 2024

EL UNGÜENTO DE LAS MARAVILLAS.

Es una simpática y cariñosa costumbre buscar y comprar algún significativo objeto típico del lugar, para llevarlo como regalo o recuerdo, a la vuelta del viaje que hayamos realizado por necesidad o placer. Este presente o “detalle” lo entregaremos al familiar, amigo o conocido, quien se sentirá feliz y agradecido por habernos acordado de él durante nuestra ausencia. Pero no siempre estamos acertados en la elección del regalo. Pueden ocurrir circunstancias o hechos que compliquen lo que es básicamente un gesto amable y cariñoso. En este contexto se inserta nuestra historia de esta semana.

Aquella mañana, en la que tendría que dejar la habitación del hotel antes de las 12, un profesor universitario de Historia, miembro de la Universidad de Granada, trataba de ordenar bien la maleta que contenía todos los enseres del viaje. Mientras guardaba la ropa, el neceser, los zapatos, etc. cayó en la cuenta de que no había comprado nada, para llevar a su madre como recuerdo de este desplazamiento a Valladolid. Lo había ido dejando para el final y por unas causas u otras, ahora se le echaba el tiempo encima. Como aún no eran las doce, ABRIL Llamas del Saz pensó que aún tenía tiempo para bajar a la zona de recepción del hotel, en la que había visto al pasar una tienda de regalos, como es habitual en casi todas las instalaciones hoteleras. Allí encontraría algo apropiado para llevar a su madre ENCARNACIÓN, sabiendo que le haría mucha ilusión que su hijo se hubiera acordado de ella, en ese viaje de trabajo que le había llevado a tierras castellanas. El profesor Abril participaba en un encuentro – coloquio, sobre “Los interrogantes del mundo actual, en el ámbito de la geopolítica”. Miró una vez más el reloj, cuyas manecillas marcaban las 10:55. Tenía tiempo suficiente, antes de abandonar la habitación con la maleta de viaje.

Efectivamente, entre las dependencias del gran hotel EL PISUERGA, había una tiendecita, denominada CRISOL, situada a unos metros del lateral del mostrador de recepción, bien y densamente repleta de coloridos y vistosos recuerdos o regalos “para llevar”. Se trataba de objetos que, en su gran mayoría, el “agradecido” receptor no va a saber después en dónde colocar o guardarlos en su domicilio. En la mayoría de los casos, la única utilidad que poseían era la de decorar estanterías, que ya suelen estar bien recargadas o repletas de cosas “innecesarias”.  El ya más tranquilo profesor entró en la tienda y quedó, verdaderamente abrumado ante la cantidad de “cosas” de todos los tamaños, colores y usos, que poblaban los estantes y mostradores del atractivo comercio. El olor a plástico se hacía omnipresente, pues era el material básico entre tanto trasto inútil, salvo para regalar …

En aquel momento de la mañana, sólo había unos tres o cuatro clientes, en el interior de la tienda, los cuales miraban, una y otra vez, buscando el objeto o la figurita más apropiada para la persona que lo iba a recibir ese día o en fechas inmediatas. El joven profesor Abril hizo un par de ágiles recorridos, buscando algo apropiado para doña Encarna, su madre, que superaba con generosidad los 60 años. Por fin “descubrió” una zona de “embriagadores” perfumes. Los estuvo repasando e incluso probó, con los dosificadores gratuitos, a echarse unas gotas en las manos, para mejor percibir su aroma, antes de tomar una decisión en cuanto a la posible compra. La verdad es que no le agradaba o nada le decía el aroma de esos muy intensos perfumes, que olían a muebles antiguos o a estancias “dudosas” de cabarets y salas de fiestas y copas. También le venían a su mente los aromas que podrían olerse en los “puti” clubs nocturnos de carretera.

Pasaban los minutos y no encontraba nada apropiado para el regalo que buscaba. Entonces adoptó la decisión más apropiada y sensata: consultar a la dependienta del negocio. Se trataba de una señora entrada en su avanzada cuarentena, que curiosamente tenía una plaquita en su suéter que ponía BENIGNA. Brevemente le expuso su deseo y las características básicas de la persona a quien se lo iba a regalar. La dependiente, muy atenta a lo que le contaba el cliente y sin hacer esfuerzo alguno por articular alguna mínima sonrisa, se mantuvo unos segundos más pensativa y al fin expresó su respuesta.

“Creo que tengo lo que Vd. necesita, para la persona de su señora madre. Le confieso que me quedan muy pocas unidades, porque “me las quitan de las manos” cuando las pongo en exposición. Le explico que es una, yo diría mágica, crema, denominada LA MILAGROSA, que yo elaboro y envaso, siguiendo la receta de mi difunta bisabuela NICOLASA. Era una ejemplar mujer de campo, quien además de cuidar de las ovejas, iba recogiendo matas y flores de la naturaleza, para después trabajarlas en casa, consiguiendo una melaza sorprendente para aliviar los dolores del ano y reducir la expulsión de incómodas flatulencias, a la que era muy propensa. Lo curioso del caso es que su hija, mi abuela HELIODORA un día enfermó de fiebres, saliéndole muchos sarpullidos en el rostro y en la zona glútea. A Nicolasa se le ocurrió untar esta crema, que elaboraba de manera continua, debido a la gran demanda que tenía entre las señoras del pueblo, desapareciendo a los pocos días los sarpullidos de las partes nobles del cuerpo. Yo también la uso para reducir el vello de mi cuerpo, que me afea y entristece. También la uso para reducir la picazón e irritación de las almorranas.

Esta crema o pomada que le ofrezco, siguiendo la fórmula secreta de mis antepasados, le he puesto el nombre de BENIGFAC (por mi nombre y porque hace -face efectos prodigiosos). No la comercializo, aunque han llegado a ofrecerme sumas importantes por la fórmula que es secreta y que desde hace tiempo tengo registrada ante notario. Sólo le diré que la base son productos naturales, una serie de hierbas que crecen por estas tierras castellanas, que son recias y saludables. Trabajo la fórmula en las noches de luna llena, por la influencia que el efecto lunar ejerce sobre la melaza, machacada, filtrada y elaborada. Sólo la ofrezco y vendo a clientes distinguidos, por su presencia, trato y formación. Vd. Sr. Abril, es uno de ellos. Y le ruego que no me insista, pues sólo puedo venderle una cajita de 80 gramos”.

Abril estaba asombrado y divertido con toda esta historia y la personalidad un tanto extraña de la dependienta (tal vez propietaria de la tienda) Benigna. En realidad, él no le había pedido bote alguno de la misteriosa crema, pero dejó seguir el juego, a ver lo que pasaba. La señora entró en la trastienda y sacó de la misma una caja de cartón, de no mucho volumen, que contenía unos frasquitos de cristal llenos de “Milagrosa”, esa crema para los “dolores del ano, los sarpullidos y las incómodas flatulencias”. El precio de cada frasco era elevado: 65 euros. Aceptó comprar uno de esos frascos (después de toda la propaganda que le había hecho la buena señora no se podía negar a la compra). Benigna envolvió la compra, metiendo como regalo en el pequeño paquete una espátula de madera, muy útil y necesaria para extender el mágico ungüento.

Profundamente convencido y asombrado del producto “milagroso” que había adquirido, extraído de las raíces étnicas de la planicie castellana, dio las gracias a la extraña o curiosa dependienta, quien lo saludó con una leve inclinación de cabeza. Durante los más de 20 minutos de diálogo, Benigna fue incapaz de expresar la más leve sonrisa. Antes de salir del pequeño establecimiento observó una gran lámina pintada con la firma de Benigna, cuya temática mostraba un gran gato de color rubio anaranjado intenso, con los ojos achinados de una “sangrienta” tonalidad roja, bajo el cual había un rótulo escrito con las siguientes palabras: “Gato, gato, colorado, maúlla y mueve el rabo, que pronto llegará el pescado”. La experiencia en el Crisol había sido del todo muy instructiva, eficaz y con la inquietud o el clímax de lo misterioso.

Cuando Abril llegó a Granada, ya anochecía. Aun así, fue a visitar a su madre doña Encarna. La buena señora quedó encantada de ver a su hijo, que siempre volvía de sus viajes con algún regalo o presente, detalle y gesto que halagaba y vitalizaba a esta madre casi septuagenaria. Su hijo le explicó o resumió las propiedades “maravillosas” del versátil ungüento.

“Madre, esta crema mágica la ha elaborado una señora que tiene una tienda en el hotel donde me he hospedado. Es una persona que goza de unos conocimientos importantes en herboristería, basados en la tradición familiar. Esta valiosa pomada obra milagros en esas partes íntimas de nuestro organismo, que tantos dolores y molestias nos dan”.

Cenó en casa de su madre y se despidió de ella con el afecto cariñoso de un buen hijo. Al día siguiente tenía que seguir con sus clases en el polígono de Cartuja, impartiendo y explicando las claves identificativas del mundo contemporáneo. Abril vivía sólo, después de la diversificación de caminos que habían acordado, entre la que había sido su compañera durante seis años, LAURA, profesa titular del área de Historia Antigua y Arqueología, y su propia persona, Su expareja se había enamorado perdidamente de un bello y apuesto joven investigador griego, llamado Nicéforo Pretaulus, con el que ansiaba mantener una relación sexual irrefrenable, a fin de tratar de recuperar esa juventud que gradual e inevitablemente veía escapársele. Nicéforo era nueve años menor que ella, que ya avanzaba por la cuarta década existencial. 

Un par de días más tarde, sobre las tres de la madrugada, sonó en el dormitorio el timbre del móvil, sonido que despertó con gran inquietud al somnoliento profesor Abril. Era la voz de doña Encarna, lo que incrementó el sobresalto de su hijo, por la extraña hora para efectuar la llamada.

“¡Ay, hijo mío! Perdona que te llame a estas horas de la madrugada. Pero es que me encuentro muy dolorida y preocupada. Desde hace algún tiempo tengo dos “golondrinos” uno en cada nalga. Me molestaban bastante, especialmente al sentarme, de manera especial en los asientos menos blandos. Pensando en las propiedades milagrosas del ungüento que me trajiste de Valladolid, me di en las dos últimas noches sendas friegas y masajes, con esa crema pegajosa que huele como a vino tinto retestinado. Para mi sorpresa, los efectos han sido bastante negativos. Las dos nalgas se me han puesto profundamente enrojecidas, con picores constantes, como si una culebrina estuviera recorriendo mis posaderas, sin sosiego alguno. Además del intenso picor y dolor, se me han presentado una colitis cuando he masajeado con esta pegajosa crema las almorranas. Desde luego el olor que echa el ungüento es nauseabundo. Voy a dejar de usarlo y mañana pediré cita y ayuda médica”.

En la mañana siguiente, Abril llevó a su madre a los servicios de urgencia del ambulatorio, que la derivaron con presteza al departamento de dermatología del Hospital Clínico Universitario. Allí detectaron en la señora una gran inflamación en gran parte de la zona anal y en los glúteos de sus piernas. Le recetaron unos potentes antiinflamatorios y un adecuado antibiótico. Posteriormente, tras dejarla en su domicilio, Abril llevó el ungüento de las Maravillas al departamento universitario de bioquímica, a fin de que fuera analizado. Al día siguiente le comunicaron que su contenido era una mezcla de hierba mejorana, guindilla picante, azafrán y zumo de enebro. El material aglutinador era grasa de cerdo de pata negra, todo ello regado con vino tinto de Toro.

Afortunadamente con el paso de los días, doña Encarna ha mejorado gracias al tratamiento médico reparador. Abril se ha prometido no volver a pasar, por ahora, por la recia y bella ciudad castellana, porque si se encuentra a la Sra. Benigna no tiene seguridad de controlar ante ella su profunda y justa indignación. También tiene el firme propósito de elegir, en la medida de lo posible, regalos de naturaleza textil o alimenticia, cuando vuelva de futuros viajes profesionales o de placer. La pomada “maravillosa” o milagrosa resultó que era uno de todos esos engaños que diariamente se ciernen sobre nuestros deseos o necesidades. Y no sólo por los 65 euros que confiadamente se prestó a pagar, sino también y sobre todo por los efectos incontrolados que muchos de esos productos generan de manera negativa y con riesgo para nuestra salud.

Semanas después de estos hechos, se animó una a llamar al hotel El Pisuerga, solicitando hablar con el director del establecimiento hotelero. En un par de minutos tenía al otro lado de la línea al señor Valeriano Valenzuela, quien escuchó con atención y paciencia la narración que Abril le ofrecía acerca de su experiencia con la señora de la tienda El Crisol, instalada en las propias dependencias del hotel. El profesional hotelero no tardó en darle una explicativa respuesta.

“Verdaderamente Sr. Abril, lamento profundamente su negativa experiencia con esta tienda de regalos. Especialmente por los desagradables efectos que ha tenido que padecer su señora madre. No es la primera queja que recibimos de las personas que con la mejor intención se han dejado convencer acerca de las propiedades beneficiosas del producto Maravilla. También debo significarle, como paradoja, que otros clientes han agradecido la compra efectuada, porque a ellos si les ha resultado positiva la experiencia, con esa artesana crema. Le confieso que hemos intentado anular la concesión comercial con esta señora, pero tiene firmado un contrato antiguo, que implicaría una elevada indemnización para la sociedad que represento. Ese producto ella no lo tiene expuesto al público, ofertándolo de una manera absolutamente privada. Seguro que a Vd. tampoco le dio factura de la compra. Hay que tener mucho cuidado a la hora de elegir aquellos productos que nos ofrecen, particularmente, para su venta”.

Un día después de esta “frustrante” comunicación telefónica, Abril recibió, por correo electrónico, una invitación del hotel, para ofrecerle una estancia de una noche para dos personas, con desayuno, de coste totalmente gratuito, salvo consumiciones del servicio de habitaciones. –

 

EL UNGÜENTO DE

LAS MARAVILLAS

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 12 abril 2024

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