viernes, 19 de abril de 2024

CREATIVIDAD EN TEMPORADA BAJA

Cuando pasamos por algunas localidades turísticas, de sol, playa y chiringuitos, en época de temporada baja, percibimos un duro impacto visual, al ver lo que en otros meses era todo bullicio, playas repletas de bañistas, alegre acústica vacacional de elementos lúdicos, transformado o convertido en un ambiente pleno de letargo, en el que los únicos viandantes que encontramos en nuestra andadura son algunos residentes que allí tienen su hogar. La tónica general es la de calles vacías de peatones, playas “desiertas”, decenas de establecimientos restauradores y de regalos con las persianas bajadas, aunque algunos de sus propietarios tienen el gesto amable de colocar un cartel indicador y esperanzador de CERRADO POR VACACIONES. VOLVEMOS EN MAYO. Es como decir, ¡no desesperen! ¡Cuando llegue el estío veraniego estaremos aquí!

Sin embargo, para nuestra suerte, algún bar o cafetería permanece abierto, “dormitando” para la llegada de meses mejores, en el que toman su café esa masa social de jubilados, con todo el tiempo de la rutina para ellos. Por lo demás, sentimos un vacío “agobiante” en las playas y calles, incluso en la plaza pública del Ayuntamiento, espacio donde se suele instalar la feria veraniega. Incluso podemos tener la suerte de escuchar el lánguido y espiritual toque de campanas de la torre eclesial, que van marcando las horas y la celebración de la misa diaria, para sosiego espiritual de los devotos del lugar. Todas esas puertas cerradas en los establecimientos de ocio y restauración nos entristecen y en nuestra mente se generan imágenes de alegría desbordante y vitalidad comercial, pensando en esos meses veraniegos en lo que todo cambia, todo se transforma para lo vital.

Esta situación, aquí brevemente detallada, la vivió el protagonista de nuestra historia. ADRIANO Vecilla Laserna , 46,  era diplomado en composición narrativa y formaba parte de un grupo literario de guionistas cinematográficos, denominado LUMEN, que preparaba temas argumentales para el trabajo de distintas productoras de cine. Natural de Madrid, Adri estuvo compartiendo convivencia durante siete años con LUCINDA Hernández, cuya profesión era de la actriz de reparto, tanto en cine, teatro y televisión.  La relación que mantenían era un tanto especial, porque ambos deseaban y aplicaban una gran libertad relacional a su “peculiar estado conyugal”: relaciones abiertas, ahora tan de moda entre las personas “modernas e innovadoras”. Desde un principio acordaron un único requisito para mantener esa especial unión y es que las relaciones externas, que uno y otro mantuviesen, las llevarían a cabo de manera sensatamente privada, sin humillar a la respectiva pareja y siempre con personas desconocidas para el otro. La situación al paso de los años había ido formalmente bien, ya que ambos cónyuges fueron espaciando sus salidas innovadoras (como así las solían llamar).

Pero un día de incómodas coincidencias, Adriano “pilló en la cama” a su compañera Lucinda con ¡Camilo! su propio hermano de sangre, el cual estaba casado y con dos niños pequeños. Esta relación “desafortunada” de la actriz, con su propio cuñado puso definitivamente fin a la relación, extraña por lo peculiar, que mantenía con Adriano. A partir de ese día, sus caminos se diversificaron maritalmente, pues ambos comprendieron y aceptaron que “lo suyo” no iba nada bien. Esta ruptura afectó profundamente y de manera psicológica al escritor, no sólo en el ámbito sentimental sino también en sus “fervor creativo”, concretado en una pérdida preocupante de su capacidad imaginativa. Fueron varias las semanas en que las cuartillas iniciadas y ninguna finalizada, dormitaban en la papelera instalada junto a su mesa de trabajo. El maná de las ideas parecía haberse secado, para la suerte de este ahora frustrado escritor. Para colmo, el bullicio, el estrés acústico y ambiental del del mundillo literario y cinematográfico madrileño se le hacía o provocaba una ansiedad irrespirable.

Tras reflexionar acerca de su confusa situación y condicionado por las exigencias creativas del afamado grupo laboral al que pertenecía, Lumen, tomó la acertada decisión (el director Prudencio de la Cava le aconsejó al respecto) de tomarse unas muy necesarias vacaciones, aprovechando las efemérides de la Semana Santa. Entre lo que había más apetecible y cercano, eligió algún punto de la costa almeriense, contratando ocho días de estancia, en el hotel Playasol, ubicado en una zona densificada de instalaciones hoteleras, en la punta geográfica de ROQUETAS DE MAR, localidad en donde había estado hacía unos años, pero en época plenamente estival. Para evitar una larga conducción y pensando que lo más importante era descansar, sustituyó el coche como desplazamiento, tomando un avión hasta Almería, para enlazar con un bus de línea que en pocos minutos lo llevó al destino previsto.

Tras cumplimentar el Checking de entrada y tomar posesión de la habitación, en la planta tercera del establecimiento, con excelentes vistas al agitado (esos días) mar, se dispuso da dar un buen paseo, en esa primera tarde de estancia. Era sábado, previo al domingo de Ramos, sin embargo, el ambiente “social” que se encontró cuando dejó la habitación del hotel fue claramente desalentador. “El alma se le cayó a los pies”. Esa alegría que él recordaba de antiguas estancias en la localidad turística brillaba por su ausencia. Las extensas playas estaban totalmente vacías de bañistas (situación favorecida por el fuerte y continuo viento que reinaba, a veces de levante y a veces soplaba de poniente). El fujo eólico era molesto, pues con su intensidad levantaba la arena de la playa inmediata y hacía materialmente imposible la estancia sobre la arena. Las partículas de arena volaban con gran velocidad, convirtiéndose en micro proyectiles ametralladores contra las epidermis de los inexistentes bañistas o simples paseantes, por el largo y bien adecentando paseo marítimo, a escasos metros del mar.

Tomó conciencia, a los pocos minutos, que la opción playas no era posible, con el muy intenso viento que soplaba. Entonces cambió de dirección hacia el interior de este barrio turístico, para entretenerse con las tiendas, bares y restaurantes que estuviesen abiertos a esa hora de la media tarde.  Para su desaliento, la mayoría de esos establecimientos de comidas, cafeterías o incluso tiendas, permanecían en su mayoría cerrados, con las persianas bajadas. En algún caso, el dueño o rentista había colocado un cartel, indicando de que volverían a comienzos de mayo / junio. La localidad se encontraba en plenos albores de una Semana Santa, fecha propicia para que los hoteles, calles y establecimientos adquieran ese tono alegre de las gentes y turistas que vienen a pasar unos días vacacionales. Pero el ambiente era claramente “desolador”.  Sólo se cruzaba con pequeños grupos familiares de personas mayores, paseando muy lentamente (el viento frio seguía golpeando incómodamente las curtidas epidermis) que sin duda pertenecían a los programas de turismo social del Imserso, personas que se encontraban en la cuarta fase de sus prolongadas existencias. Para colmo, estas personas, de economía mayoritariamente modesta, tenían asegurada la pensión completa en los hoteles donde se hospedaban. Como consecuencia, el consumo en los muy escasos establecimientos que permanecían abiertos era más que reducido.

Con este muy escueto panorama y sin un cine al que acudir, como no fuera tomando el bus que desplazara al usuario a la zona comercial en el centro de Roquetas, a unos cuantos km, Adriano continuó paseando en aquella tarde de sábado, No tenía rumbo fijo ni prisa, pues la cena buffet en el hotel no la abrían hasta las ocho de la tarde. Deambulando por entre calles casi vacías de público, llegó a un bonito parque, en donde se encontró una escultura de piedra blanca, representando a la Virgen, con el niño Jesús en sus brazos, con una serie de bancos de piedra blanca, de forma concéntrica, a modo de iglesia abierta. Era el muy moderno templo al aire libre dedicado a la Virgen de los Vientos. La fuerza eólica del aire no descansaba, en absoluto. En su caminar, divisó una tienda tradicional de regalos, que para su sorpresa ¡estaba abierta!, lo cual era una novedad,

La tienda tenía un gran rótulo indicador bajo el nombre de BAZAR JULIA. Arsenio se dijo a sí mismo: “estas tiendas siempre distraen. Se encuentran tan repletas de objeto para regalar, que puedo echar un buen rato para distraerme mirando. Así me libro también de este viento tan molesto que se ha levantado por toda la localidad. Es lo mejor que puedo hacer”. Penetró en el establecimiento comercial y quedó asombrado, más bien maravillado, de la gran riqueza expositiva, en la que se mezclaban miles y decenas de colores, de todas las tonalidades. Estanterías y expositores albergaban juguetes, piezas diversas, incluso tejidos… Tras el gran mostrador del cobro, permanecía de pie una joven que no pasaría de los treinta y tantos años. Tras unos minutos, supo que llamaba JULIA, como indicaba el rotulo de la fachada. ¿Cómo era Julia?  De contextura delgada, cabello castaño recogido en una bien organizada cola, expresión serena en su rostro, ojos de color azul claro, cubiertos con unas lentes de metal plateado con pocas dioptrías. Camisa, rebeca y ¡falda!, con unas deportivas azules. Arsenio agradeció la sencilla sonrisa que le regaló la propietaria del establecimiento.

“Es que “eres” el primer cliente que ha entrado en la tienda en todo el día. Al menos puedo ya decir que la jornada no ha sido perdida. Ahora no hay un gran turismo y los viajeros de los grupos Imserso sólo entran para elegir algún regalo el día de su vuelta al hogar. Además, con esta fuerte ventolera que tenemos desde hace días, la gente apetece quedarse en casa o en las dependencias de los hoteles que permanecen abiertos. Con que hayas entrado en el bazar, ya me has salvado este aburrido día, aunque lo he aprovechado para leer y ordenar algunos estantes. Con este viento, el polvo entra por cualquier rendija”.

Adriano quedó agradado de la franqueza y limpia familiaridad de la joven Julia. “Te voy a ser sincero. Soy escritor y estoy de vacaciones. Afuera hace mucho viento, un tanto insoportable para pasear. Por supuesto que en la playa no se puede estar, dada la ventolera que levanta verdaderas oleadas de arena. Hay escasos establecimientos abiertos. Necesitaba un poco de distracción. Si me das permiso, voy a ir mirando la cantidad de cosas bonitas que tienes en la tienda. Me distrae mucho mirar observar todos los cachivaches que pueblan las estanterías de tu bien organizado y alegre comercio. Te prometo que cuando termine mi entretenimiento por la tienda, elijo algún regalo, aunque te pediré consejo para no equivocarme en la elección. (Tras unos segundos de silencio) En confianza, estoy pasando una mala racha, familiar y profesional. Me he venido a Roquetas a tratar de recuperar un poco la calma en un ánimo trastocado”.

Julia, sonriendo y captando perfectamente la situación de su interlocutor y cliente, no sólo autorizó que Adriano mirara y “remirara” las decenas de objetos expuestos (veía en este único cliente del día a una persona que lo estaba pasando realmente mal) sino que también ella misma se prestó a acompañarlo y explicarle los incentivos de los regalos expuestos, en loza, cristal, plástico, algodón, y fibra, además de dulces y muchos juegos de mesa, etc. Antes las preguntas que el ya distraído cliente planteaba, la amable “dependienta” le fue explicando la historia de este antiguo bazar, heredado de su abuelo Matías, ya fallecido.

“Mi padre Rubén era marino, Por decirlo de alguna forma, tenía una novia en cada puerto. Yo no he llegado a conocer a mi madre. Nunca he sabido quien pudo ser, Me criaron los abuelos, Matías y la tata Elvira, que fueron quienes “crearon” esta bonita tienda, dedicada a los regalos, pensando en los numerosos turistas que acuden a disfrutar de las amplias playas que tiene la zona. Además de criarme con dulzura, amor, cariño y responsabilidad, legaron en mi persona la propiedad de este establecimiento, pensando en mi futuro. El abuelo ya está en el cielo, mientras que la tata, muy mayor y con deficiencias mentales, en una residencia. Yo quería ser maestra, pero, por respeto a los abuelos, decidí seguir con el negocio, que me da para vivir, sobre todo en épocas vacacionales, especialmente durante el verano. El local es de mi propiedad, pues el abuelo lo compró a buen precio, con lo que no tengo que soportar las cargas de un alquiler.

Paso aquí muchas de las horas del día, aunque durante el verano suelo contratar a alguna amiga, para poder “respirar” un poco y disfrutar de la vida. Me gusta aconsejar a esos clientes que entran sin saber qué tipo de regalo llevar a su vuelta a casa. Las horas “vacías”, como hoy con este fuerte viento, me traigo lectura para pasar el tiempo con lo que escriben los escritores como tú”.

Adriano estaba maravillado de la franqueza, llaneza y dulzura de esta joven comercial. Así fueron transcurriendo los minutos. Tan distraído estaba que no reparó en la hora que era. Había llegado la hora del cierre, las 20:30. “Te voy a comprar el regalo que tú me aconsejes. Seguro que será algo bonito y que me ayudará a recordar esta estupenda tarde que has sabido regalarme”. “Voy a sugerirte esta linda bola de cristal, que simula la nieve cuando cae sobre la tierra, con solo agitarla. Además, tiene un sencillo mecanismo que hace sonar algunas lindas melodías, notas musicales que nos alegran el alma. Te hará ilusión conservarla, como recuerdo de este día, en que tratabas de protegerte del viento, buscando alguna distracción. Esta ilusión solo te costará 9 euros, un estupendo precio”.

Tras abonar su precio, Adriano quiso compensar toda la generosidad y amistad con que había sido tratado. “¿Qué te parece si compartimos una cena y seguimos manteniendo este interesante diálogo que tanto nos agrada? Mi estancia conlleva las comidas en el hotel, pero confieso que prefiero tu linda compañía”. La respuesta afirmativa de Julia no se hizo esperar, lo que entusiasmó a un escritor en horas bajas, que de una forma totalmente inesperada estaba recuperando esa ilusión y confianza perdida.

Los dos amigos, un tanto coquetos, se prepararon para estar “bien presentables” en cuestión de minutos. Adriano, en la habitación de su hotel, situado a no muchos metros del bazar. Julia sólo tuvo que subir una escalera interior, ya que tenía su vivienda en el primer piso del establecimiento comercial. Una vez arreglados con “juvenil” elegancia, se dirigieron por consejo de Julia a un confortable restaurante con amplias cristaleras al mar, desde donde disfrutaron de una amena y suculenta cena. El viento, permanente en la zona, provocaba elevadas olas de gran belleza, cuya brillantez espumosa reflejaba la luz de la luna, a modo de espejo fiel para divertimento de las estrellas. Adriano se sintió inspirado en compartir algunos retazos interesantes de sus 48 años de existencia. Su atenta interlocutora, ocho años más joven, también le narró las luces y sombras de esa sosegada vida que protagonizaba, rodeada de centenares de cromáticos objetos para regalar y motivar las sonrisas, todo ello salpicado de anécdotas curiosas por parte de ambos comensales.

Los siguientes días vacacionales de Adriano, en una Roquetas de Mar durante la temporada baja turística, sirvieron para que la imaginación y creatividad volvieran a tener protagonismo en las muchas horas que pasaba ante el teclado de su portátil, ocupando una de las mesas del gran salón para residentes junto al bar del complejo hotelero. Pero cada tarde, cuando se acercaba la hora del cierre comercial, se acercaba al bazar de Julia, para invitarla a dar románticas caminatas por el largo y bien conservado paseo marítimo de la localidad. Después compartían una agradable cena en algunos de los restaurantes que permanecían abiertos, en esos días de la Semana Santa primaveral. Entre ellos se iba gestando una proximidad ilusionada, de dos almas “solitarias” que se necesitaban con mágica reciprocidad. El destino había querido y acertado, en sus juegos inesperados, que uno y otro valoraran la sencillez y grandeza de la amistad, que se iba tornando en afecto cariñoso, cada vez más intenso y esperanzador, que les llegaba con agraciada oportunidad.

Ambos corazones solitarios sufrieron con intensidad la llegada del día y hora de la despedida. Él tenía que volver a su estrés madrileño profesional, mientras que ella permanecería en su tienda de regalos para los demás. No les resultaba fácil asimilar la pérdida de esa hora de las 20:30 diaria, en la que cada tarde Adriano aparecía por la puerta del bazar, con esa sonrisa de niño enamorado ante una nueva noche de amistad, mientras ella tenía preparada alguna anécdota simpática, con que alegrar el nuevo encuentro diario para pasear, cenar, mirarse y “soñar”.  

Adriano Vecilla volvió a su Madrid, muy recuperado anímica e imaginativamente, para reanudar su trabajo con el grupo de guionistas Lumen, compañeros que lo recibieron con gran satisfacción, pues comprobaron que de nuevo tenían en el equipo a un sagaz, inteligente y prestigioso creador de historias. Se entregó de lleno a su creativa labor, plenamente “transformado” con respecto a esas semanas previas a su marcha vacacional a tierras almerienses. Cada noche solía contactar telefónicamente con su buena amiga Julia, con quien hablaba contándole las aventuras y dificultades del día, confidencias que eran respondidas con afecto y cariño por parte de la propietaria del Bazar de regalos. Al paso de las semanas, esas llamadas fueron espaciándose, fundamentalmente por la tensión competitiva, laboral y creativa, del imaginativo escritor. Julia comprendió con realismo y cierta tristeza que Adri estaba vinculado a un mundo muy diferente al que ella podía ofrecerle, en la modesta sencillez de una localidad turística veraniega, que en la temporada baja quedaba aletargada y adormecida. Todo muy diferente del mundo que rodeaba al famoso guionista en la capital madrileña. Evitó contactar con él, pues deseaba evitar importunarle y condicionarle. Lo recordaba como una preciosa aventura, de ocho días en primavera, que conformaron un paréntesis, pleno de ilusiones, en la “grandeza” rutinaria de una localidad playera

Pero Adri, con problemas depresivos ante el estrés profesional, no era feliz. La eficacia de su trabajo era bien retribuida para su solvencia económica. Pero no se sentía bien. Pasó el verano y a la llegada del otoño sufría la vaciedad de la soledad y la densificación acelerada en lo laboral. Sabía que no se había comportado bien con una mujer que supo darle tranquilidad, confianza, sosiego e ilusión, también amor, cuando más lo necesitaba. Habló con sus compañeros de equipo y les explicó con franqueza su especial situación. Les aseguró que su colaboración sería permanente con ellos, pero que estaba dispuesto a poner distancia con respecto a la vorágine madrileña. Trabajaría con ellos aplicando la modalidad del teletrabajo on-line y cada tres semanas viajaría a la sede de su equipo, dedicando una jornada para analizar con ellos sus proyectos y realizaciones. Cerró su apartamento madrileño, llenó dos maletas con los materiales y enseres básicos y utilizando su coche puso dirección al sureste peninsular. En su ánimo estaba el propósito de enmendar un comportamiento que le avergonzaba. Julia era esa compañera, buena, cariñosa, sencilla y fraternal, que faltaba en su vida. Neciamente la había perdido y cada vez echaba más en falta su ausencia.

Previamente había alquilado un apartamento en Roquetas, no lejos del Bazar Julia. Cuando dejó su equipaje en el coqueto habitáculo, aún sin organizarlo, se dirigió de inmediato a una calle y establecimiento que bien conocía. ¿Cómo le recibiría esa buena persona a la que tanto necesitaba, a la que plenamente amaba? Su nerviosismo era patente, indisimulable, cardio sentimental. Compró un ramillete de flores con románticos aromas, en un “tenderete” callejero. Portando el delicado presente en una de sus manos, entró en el Bazar de Julia. Su joven propietaria atendía a una pareja de personas mayores. Cuando percibió la presencia de Adriano, Julia se quedó como inmovilizada, para sorpresa de los dos veteranos clientes orientales, por sus ojos “gatunos” achinados. Se fundieron, entre lágrimas sinceras, en un cariñoso y largo abrazo. Los dos clientes, como por instinto, iniciaron unos aplausos que se oían desde la calle. Ese doce de septiembre, el sol brillaba con más fuerza “que nunca” sobre la entrañable localidad costera. -  

 

CREATIVIDAD

EN TEMPORADA BAJA

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 19 abril 2024

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