Existe una lúdica lotería a la que todos, de una u otra forma, nos vemos obligados a participar. En unas ocasiones con más suerte que en otras oportunidades. Nos estamos refiriendo a ese tema tan sugerente como es nuestro compañero de asiento. Surge de inmediato la bien conocida pregunta: ¿Y quién nos va a tocar? Esa curiosa sorpresa sobrevuela sobre nuestra mente, con el deseo de que sea una persona agradable, educada, limpia e incluso divertida, en principio, según la circunstancia o el hecho que estemos protagonizando en un determinado momento.
¿Cuáles suelen ser las vivencias en que compartimos la proximidad de esa persona, a la que es muy probable no conozcamos? Entre las más frecuentes posibilidades, esta situación suele darse cuando viajamos en un autobús municipal, en el tren, en un autobús turístico, en una sala de cine o teatro o cuando asistimos a un concierto u otro espectáculo. Esta experiencia también ocurre, con el vecino de arriba o debajo de nuestro piso, con los vecinos de planta, en una cola para comprar una localidad, esperando para entrar en un museo, exposición importante u otra actividad cultural. Son muy diferentes y variadas estas experiencias con el “compañero de al lado”.
En ocasiones esa convivencia se hace extremadamente extensa (lógicamente, en el caso de la vecindad) o sólo dura unos pocos minutos (por ejm. cuando esperamos en una fila para entrar en una sala cinematográfica). A veces intercambiamos numerosas palabras y frases o simplemente el saludo cordial educacional.
En la relación que antes se ha aportado, hemos dejado un hueco especialmente significativo para otra interesante y sociológica temática. Corresponde a esa vivencia o experiencia tan común, que suele darse en el ámbito escolar y más en concreto, en el Aula Universitaria para alumnos mayores. En el espacio de la docencia, nos puede corresponder un compañero u otro. En este contexto del aprendizaje se inserta la aventura narrativa de este relato.
MAURICIO BUENAFUERTE es un disciplinado alumno del Aula de Mayores, en la Universidad de Málaga. Durante su vida laboral había ejercido como transportista de mercancías diversas, conduciendo voluminosas camionetas por el territorio peninsular e insular español y por otros muchos países europeos. Casado y enviudado con LOURDES Cañadas, su matrimonio generó cuatro descendientes: tres niñas y un varón, en la actualidad todos ellos emancipados con sus respectivas familias. Mauro se prejubiló con 62 años, debido a un problema articular de espalda, con lo que es pensionista de clases pasivas como trabajador autónomo durante casi cuatro décadas. Unos meses después de acceder a la jubilación, le hablaron del servicio cultural generado en la UMA, para alumnos mayores de 55 años, fuera cual fuese su titulación académica o incluso sin titulación. En este curso se apuntó o inscribió sin dudarlo. Eligió un atrayente módulo titulado HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÁLAGA. CULTURA, DESARROLLO Y TRANSFORMACIÓN URBANÍSTICA, impartido los martes y los jueves, de 17 a 18:30 de cada semana, octubre-mayo, en las instalaciones del Ejido.
El primer día de la asistencia a clase, comprobó que el aula estaba repleta de animosos y veteranos escolares, como él mismo. El profesor Don Críspulo Salvatierra, vinculado al departamento de Hª Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras, director del módulo, tenía acrisolada y justa fama por su larga experiencia y amenidad en los contenidos explicados. Antes del inicio de la clase, el profesor recomendó que, en lo posible, cada alumno utilizara el mismo asiento durante el primer trimestre. Los alumnos participantes fueron entrando en el aula y cada uno fue ocupando sitios diferentes, en función de sus gustos y necesidades de visión. Mauro, que estaba en la cuarta fila, observó a una señora, que tendría más o menos su edad, 63, la cual había accedido al aula con un cierto retraso. Don Crispín (como el propio Críspulo había pedido que se le llamase) ya se encontraba sentado detrás de su mesa y ordenaba algunos folios del flamante archivador que portaba, poniendo en marcha, al mismo tiempo, el ordenador y el aparato de video proyección. En ese momento la señora, que había llegado retrasada al aula, hizo a Mauro una señal a fin de que le confirmara si podía ocupar el asiento que estaba vacío a su lado, pegado a la pared izquierda. Al responderle afirmativamente con otra señal manual, esta alumna se sentó a su lado. Dio las gracias y no sacó cuaderno o bolígrafo alguno de su bolso, como sí hacían la mayoría de los alumnos, a fin de poder tomar apuntes o notas interesantes de la exposición del profesor.
Mauro percibió de inmediato dos detalles en su compañera. En primer lugar, el agradable e intenso olor a perfume que irradiaba su cuerpo, También, el “excesivo” número de joyas que lucía, que hacía destacar su aún “teatral” imagen. A lo largo de los noventa minutos en que duró la sesión, la señora no tomó apuntes. Tampoco intercambió palabras con su compañero, como no fuesen algunas sonrisas, siempre relacionadas con la exposición que estaba disertando D. Crispín. Cuando la clase finalizó, la señora del perfume y las joyas intercambió un educado saludo. “Hasta el jueves. Que tenga una feliz tarde”.
En la segunda clase, quien llegó algo tarde fue el propio Mauro. Ella le había guardado el sitio, gesto que él agradeció efusivamente. Como Don Crispín estaba “enfrascado” con el ordenador y el pendrive que traía en su maletín, con las fotos y el Power Point correspondiente, los dos veteranos compañeros pudieron intercambiar algunas frases. ALICIA, éste era su nombre, escuchaba muy atenta los certeros comentarios de Mauro, positiva actitud que también ella adoptaba con las explicaciones del docente. El antiguo transportista, tras su viudez, agradecía vivamente la atención que recibía por sus palabras, en estos tiempos de soledad que le había “tocado” o correspondido vivir. Aprovechaba cualquier oportunidad para intercambiar conversación con la compañera, quien a pesar de sus años mostraba unas raíces estéticas no perdidas, teniendo el cuenta el “castigo” que el avance del almanaque impone en todas las epidermis corporales. En esos intervalos de clase y, de manera especial, a la finalización de la exposición, Mauro aportaba comentarios sobre el estado del tiempo, sobre alguno de los temas explicados e incluso acerca de la película o programa que vio en la televisión la noche anterior.
Cuando volvía a su casa, ubicada en la zona de Cristo de la Epidemia, este transportista jubilado se encontraba con el hogar “vacío” que había compartido durante tantos años con Lourdes, su mujer. Esa carencia de compañía le iba afectado cada día más. Desde luego nunca pasó por su cabeza la posibilidad de irse a vivir con alguno de sus hijos, a pesar de que éstos se lo habían insinuado. Pero Mauro entendía que entrar en cualquiera de esas familias, todas con hijos pequeños, era algo que más pronto que tarde iba a resultar molesto, incómodo y perjudicial para la necesaria intimidad y privacidad de familias jóvenes que emprendían su venturoso y complicado camino por la vida. Su viudez, que ya alcanzaba casi los tres años, le provocaba también ese complicado y sufrido síndrome de la soledad. Cada día estaba más convencido de que necesitaba una compañera con la que convivir en esta fase postrera de su existencia. No sólo por el aspecto sexual, ya que él se sentía todavía una persona con el comprensible vigor, a pesar de ser sexagenario, sino también por esa compañía que ayuda a compartir los avatares en las horas, las distracciones y, por supuesto, las dificultades del hecho de vivir. Pensaba una y otra vez en Alicia y su figura “no se la podía quitar de la cabeza”. Sus continuas sonrisas, sus silencios misteriosos, el buen aroma que emanaba su cuerpo y ese bien arreglarse, cubriéndose de bellas alhajas que realzaban aún más su figura, lo tenían animosamente obsesionado. Verdaderamente estaba creando un “mito” que le hacía vibrar el corazón cada martes y jueves, días de las clases sobre la Málaga Contemporánea. Esa elegante mujer que podía también ser sexagenaria, a pesar de su edad, traslucía la evidencia de haber sido una persona de gran belleza.
Alicia cuidaba bastante su cabello negro azabache, probablemente teñido, con una sencilla permanente. Sus ojos eran de color castaño claro. Su epidermis descubría el paso de los años, aunque no soportaba excesivas arrugas. Sin duda se había sabido cuidar y proteger con las cremas necesarias. Sabía elegir con elegancia la hechura y la tonalidad de su ropa, optando por colores suaves y agradables, más bien “fríos” que incrementaba y excitaba la imaginación del esforzado transportista. Cuidaba su limpieza al máximo, añadiendo esos perfumes “oníricos” que hacían muy grata su proximidad. Solía usar gafas con cristales “fumé” lentes que en realidad no necesitaba, pero que potenciaba la magia y la ilusión imaginativa de un aturdido Mauro, aquejado de una cada vez más insoportable soledad. Pero la realidad es que apenas sabía datos concretos de la misteriosa compañera de clase.
¿Cómo reaccionaría Alicia, si algún día la invitara al cine o a compartir una merienda, en ese ambiente lúdico y cosmopolita de una ciudad con tan numerosos atractivos e incentivos como era la bella y hospitalaria Málaga?
Cierto día Mauro quería aclarar un dato que don Crispín había expuesto en la clase del día anterior. Mientras aguardaba turno, pues el profesor atendía a otro compañero, pudo comprobar en el listado de alumnos que estaba encima de la mesa el nombre completo de su compañera de asiento: Alicia Rosas Pardial. En esa divertida tarea detectivesca, fue añadiendo datos sobre una persona que lo tenía “trastornado” positivamente, en el mejor sentido del término. Incluso un día la siguió a distancia, después de clase y vio que tomaba el bus municipal nº 1 en Capuchinos. Alicia tenía su domicilio, según después averiguó, en calle Héroe de Sostoa, en la zona urbana de la Carretera de Cádiz. A la señora se le escapaban datos, en el contexto de las conversaciones que Mauro provocaba. Con ello pudo saber que la compañera vivía sola. No llevaba alianza y nunca mencionó a marido, hijos u otros familiares. Por supuesto y como contraste el camionero siempre se había “abierto informativamente” hacia ella, aportándole muy numerosos detalles sobre la privacidad de su vida y su larga actividad con las manos al volante.
Alicia era aficionada al cine, información que Mauro obtuvo gracias al comentario que don Crispín ofreció acerca de películas, más o menos famosas, que habían sido rodadas en la capital de la Costa del Sol, oportunidad que incluso facilitó la intervención espontánea, de la alumna Rosas. En un momento de afortunado impulso, su “obsesionado” compañero le hizo al final de la clase el siguiente ofrecimiento:
“Si tanto te agrada el cine, te invito a que vayamos este fin de semana a ver la película que tú buenamente elijas. Te dejo la elección porque desde el COVID no he vuelto a pisar una sala cinematográfica, por eso de la prevención y los contagios en los lugares cerrados. A mí me gustan las pelis de acción, pero seguro que tú sabes hacer la mejor elección. Me he dado cuenta de que entiendes mucho de este tema. Solo te pido que sea una buena película para distraernos.” Para su asombro, Alicia se le quedó mirando, con su sonrisa habitual.
“De acuerdo, compi. Te lo has ganado por su generosa insistencia. Eres un buen amigo y una mejor persona”.
La alegría para el camionero fue de gran calibre. Realmente lo que él pretendía es aprovechar esta gozosa oportunidad, que tanto tiempo llevaba buscando, para poder después invitarla a tomar algo, haciendo una cena ligera en algún restaurante italiano, chino o aquéllos especializados en el típico tapeo, en esa zona alegre y cosmopolita de Alcazabilla y la Plaza de la Merced. Habría entonces muchas oportunidades para facilitar la apertura de Alicia o al menos conseguir que hablara un poco más sobre ella, a fin de conocerla mejor. El animoso camionero pensaba que tenía todo el derecho para este noble objetivo, porque él había sido bien explícito sobre sí mismo.
La cita quedó concretada para ese mismo viernes. A las 18 horas el fervoroso compañero la estaba esperando en la parada del bus número 3 en la Alameda Principal. Los dos amigos se presentaron bien “arreglados”, dada la especial ocasión que iban a disfrutar. Él se puso chaqueta y corbata, por supuesto ropa limpia que bien se había preocupado de planchar. Ya estaban metidos en el otoño y la humedad de Málaga, por su proximidad al mar, se nota bastante cuando el sol se despide en el avanzar de las tardes. Ella, como siempre, manteniendo una admirable elegancia, con un bello traje de chaqueta y falda plisada del mismo tono que sus ojos, marrón oscuro. Ese “embriagador” perfume con olor a rosas, como su apellido, destacaba más que nunca, luciendo un notable aporte de joyas sobre su cuerpo, gesto que acrecentaba su proverbial y cuidada elegancia.
Visionaron en la gran pantalla del municipal Cine Albéniz la comedia romántica francesa titulada Crónica de un amor efímero, interpretada por Sandrine Kiberlaind y Vicent Macaigne, película que mucho les agradó. A la salida de la proyección, con una elegancia hábilmente calculada, ofreció a su compañera ir a tomar algo para la cena, caminando bien despacio por un entorno muy populoso y alegre, repleto de turistas. Era viernes noche y las terrazas de los establecimientos restauradores estaban con las mesas prácticamente ocupadas de comensales, a esa tardía hora en que las estrellas brillan sobre el manto azul oscuro del cielo. El apetito apretaba para reponer fuerzas. La veterana pareja tuvo suerte, pues en el Restaurante Cañadú, un clásico malacitano de platos vegetarianos, había quedado una mesa libre en una de las esquinas, al lado de un gran farol de luz suave y “cremosa”. Mauro miró a su compañera y le dijo: ¿Lo intentamos? Nunca he comido en este tipo de restaurante. Lo podemos probar pues dicen que es comida bastante sana”. Pidieron bebida de naranja con azahar y de plato principal un cuscús marroquí con verduritas asadas para compartir (por sabio consejo del camarero).
Los dos románticos comensales se miraban, sonreían e intercambiaban temas banales de conversación. Compartían también unos entremeses de ensalada con crema de avena, cuando ella, de manera inesperada, tomó el mando de la conversación. Lo hizo con decisión y sin perder un gramo de su habitual simpatía.
“Bueno, compañero y buen amigo Mauricio. Nos conocemos desde hace dos semanas y media. Durante las cinco clases que hemos compartido, has sido muy amable y generoso conmigo. Te has “abierto” a la amistad, dándome una imagen transparente de tu buena persona. Sé que has trabajado toda la vida como transportista y que apenas hace tres años perdiste dolorosamente a tu querida y añorada mujer Lourdes, que pienso estaría bien orgullosa de ti. Tienes una familia bien situada, con los hijos casados e incluso la alegría de los nietos. Tus aficiones son muy sanas y agradables: pasear, hacer excursiones, el cine, prepararte las comidas. Ya me comentaste que te cansaba la lectura, por la vista. El mismo hecho de matricularte en la UMA demuestra tu interés por mantener la mente despierta. Eres muy noble de carácter y llevas muy bien la edad. Sin duda, un buen, el mejor compañero que podía tener, para esta fase de nuestras vidas, pues ya somos mayores o veteranos de la existencia.
Soy consciente de que por activa y por pasiva te has esforzado por conocer lo que fuera posible de mi persona. Pero te habrás dado cuenta de que soy muy celosa de guardar mi privacidad. He de confesarte, en este sentido, de que hay páginas en mi vida que no te agradarían. De ahí mis silencios y ese aire misterioso que probablemente habrás detectado en mi persona. Me has preguntado en alguna ocasión el por qué nunca tomo apuntes de las interesantes clases que don Crispin nos da. En realidad, mi nivel cultural es bastante limitado. Procedo de una familia muy pobre, cuyo padre abandonó a sus cinco hijos. Mi madre, que en gloria esté, nos supo sacar adelante como humilde y esforzadamente pudo: lavando, limpiando, planchando en casas ajenas y durante muchas horas. Yo que era la mayor de los cinco hermanos tuve que ejercer “de madre” con mis hermanos.
Pero el dinero faltaba en nuestra familia, para atender a lo más básico. Como era llenar la boca de cinco niños hambrientos. Cuando apenas había cumplido los catorce años, comencé a buscar dinero … de la manera más fácil e ingrata, tarea para la que tuve un buen aprendizaje de una vecina que se llamaba Dorotea. No la he olvidado. Esa vecina de media edad me enseñó todo lo que era necesario, saber y hacer, para satisfacer al cliente de turno. A lo largo de mi vida, he tenido momentos en los que quería abandonar esta venta de mi cuerpo, para satisfacer el deseo de gente viciosa. Pero cuando te gusta el dinero y cada vez pones el precio mal alto, es complicado abandonar. Por mi cama han pasado muchos hombres. Algunos, personas importantes Y “respetables” por su cargo, de esos que salen en las revistas y periódicos, como personas honestas y formales, pero que si los vieras en sus partes íntimas, pidiendo y haciendo lo que quieren, te asombrarías de la hipocresía y falsedad en que se sustenta el mundo en que vivimos.
A medida que pasaban los años, yo iba gastando y “tirando” el dinero que bien me iban pagando, aunque en este terreno supe rectificar con sensatez. Pero ese paso del tiempo fue perjudicando a mi cuerpo y comencé a tener menos solicitantes. El prestigio en las redes de ALIX, LA DIOSA DEL PLACER, se fue debilitando a pasos agigantados. Lo malo corre más rápido que lo bueno. En gran medida, casi todo en este terreno es pura vanagloria y falsedad. Me fui retirando, cumplidos ya los cincuenta. Por fortuna, al menos supe invertir en la compra de algunos locales y garajes y estas rentas me dan para vivir con modestia en la actualidad. Entenderás que no coticé, pero ahora recibo una paga muy baja, de “subsistencia”.
Después de todo lo que he visto, vivido y padecido, ahora sólo pretendo ser una mujer anónima, que lleva una vida apacible. De mis cuatro hermanos, únicamente sé de uno de ellos, que trabaja de vigilante de seguridad. Con respecto a los otros tres, hace décadas que perdí su pista. Parece que se los ha tragado la tierra”.
Profundamente asombrado, acerca de lo que Alicia le estaba confiando, con esta admirable y valiente sinceridad que mostraba, se había quedado prácticamente “mudo”, sin saber qué decir o añadir. Habían traído el gran plato de cuscús con verduras para dos, pero ninguno hizo ademán de tomar la cuchara a fin de repartir su contenido. Tras unos segundos de confusión, sólo acertó a dirigirle una pregunta. Mauro tuvo la delicadeza de no ahondar en la realidad histórica de Alicia “¿Y por qué te has matriculado en este curso de la universidad? La respuesta fue inmediata:
“Ahora, amigo Mauro, que ya conoces la verdad de mi vida, sé que serás prudente con todo lo que te he contado. Me tranquiliza que así te explicarás mi extraño comportamiento. En realidad, pretendo pasar lo más desapercibida posible. Las personas somos diferentes a cómo los demás nos ven. Con tu generosidad, bondad y esfuerzo has sabido ganarte esta explicación que sin duda necesitabas. Debo también pedirte perdón … por haber derribado todas tus esperanzas y buenas intenciones. Tu respuesta, de hoy en adelante, la aceptaré sin el menor reproche. Tienes todo el derecho del mundo a pensar y a actuar como mejor desees. Claro que valoro tu amistad. Pero sabré entenderte y respetarte”.
El buen plato de cuscús se fue enfriando sobre la mesa, al paso de los minutos, sin que ninguno de ambos comensales tomara una sola cuchara del apetitoso preparado.
Han pasado casi dos meses desde esa noche a finales de octubre, que tan relevante resultó para estos dos alumnos del Aula de Mayores. La Navidad se acerca y ambos preparan la celebración de unas fiestas entrañables en el domicilio de Alicia. Ella y Mauro mantienen sus propios domicilios, pero comparten juntos muchas de las horas del día. Se quieren. Se necesitan.
Aquella mágica noche de viernes otoñal, en Cañadú, Alicia fue extremadamente valiente y generosa en su sinceridad. Pero hubo un “divertido” aspecto que ella supo guardar para su conciencia, en cuanto a otro motivo añadido, para elegir ese determinado módulo en el Aula de Mayores UMA. ¡El veterano profesor que lo impartía había sido cliente de esta alumna, hacía más de tres décadas! experiencia que repitió una vez más, a los pocos días. En la actualidad, el profesor no la reconoció, lógicamente, ni por su nombre ni por su aspecto. Pero Alicia sí se había quedado con ese curioso o peculiar nombre, en su memoria, valor en su persona que mantiene muy desarrollado. En aquel lejano tiempo, Críspulo era un joven bien parecido y con una vitalidad física encomiable, que ahora lógicamente no puede desarrollar. -
UNA MISTERIOSA Y ATRACTIVA
COMPAÑERA DE CLASE
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 06 OCTUBRE 2023
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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