viernes, 13 de octubre de 2023

EL REGALO SECRETO DE LAS 100 NOCHES

Los recursos publicitarios cada vez resultan más imaginativos insólitos, insospechados, espectaculares, pero son siempre necesarios. Los anuncios condicionan que, en los establecimientos de una misma gama, haya una mayor o menor presencian de clientes, con el desigual rendimiento en las ventas. Clientes presenciales y también on-line. Por supuesto que también incluye, y mucho, la calidad del producto ofertado y también la naturaleza del servicio prestado y pagado. Pero a estos factores, hay que sumar ese decisivo “comodín”, tantas veces “mágico” de la “machaconería repetitiva, bajo las más sofisticadas técnicas publicitarias. En este comercial y natural contexto se inserta nuestra historia de esta semana de octubre. 

El perito industrial HERNANDO LASIEGA, 44 años, casado con AMÉRICA Marsala, con dos hijos adolescentes en su matrimonio, desempeña un importante puesto laboral de inspector, para la zona sur peninsular, de una importante marca de automóviles, cuya matriz fundacional se halla en el país galo. La misión de este importante operario, en el organigrama personal de la empresa, consiste en controlar, valorar y sugerir modificaciones en las instalaciones provinciales de la prestigiada marca, tanto en los departamentos de ventas como en los talleres de recepción y reparación de los vehículos.

Esta destacada función le obliga a tener que viajar con repetida frecuencia por esta amplia zona geográfica peninsular, además de Canarias y norte de África, aunque en ocasiones también ha de desplazarse a países europeos e incluso asiáticos, en donde su empresa también tiene instaladas importantes y muy productivas filiales.

Una poderosa cadena hotelera, MERCURIO HOTELES, con capital inversor mayoritario de origen asiático y bien arraigada en el territorio hispano, con numerosos establecimientos repartidos por las más importantes provincias, era la entidad hotelera a la que con más frecuencia recurría Hernando, cuando tenía que pasar las noches alejado de su hogar, dado su muy denso trajinar o periplo laboral. Esta empresa de hospedaje, a través de su departamento de promoción, había establecido unos incentivos, en concreto unas cartillas de fidelización que, al cumplimentarlas con los días de reserva que se iban sumando, el poseedor de la cartilla recibiría un regalo secreto, que nunca sería el mismo para los distintos afortunados. Era un sistema similar al de las antiguas cartillas de nuestros padres y abuelos. que se iban rellenando con los sellos entregados tras las sucesivas compras en determinados comercios. La diferencia con respecto a aquellas épocas pretéritas consistía en que el poseedor de la cartilla conocía desde un principio el regalo que podía conseguir, ya fuera una sartén, una cacerola, una caja de frutas, una cesta de Navidad, o un transistor. Todo en función de ir pegando los sellos que recibía por la cuantía de las compras. En el caso de Hernando y demás clientes de esa poderosa cadena de hoteles. la empresa mantenía en secreto el presente a entregar por su fidelización en hacer muchas noches de hotel en la entidad. El premio se conseguía cuando se alcanzaba las 100 noches de estancias.

Hernando, que desde sus años de infancia y juventud había destacado por su actividad coleccionista (canicas, estampas, envoltorios de chocolates, sellos de correos, prospectos de cine, libros raros, relojes y cámaras fotográficas antiguas…) se hizo de inmediato con una de esas cartillas del regalo secreto por las cien noches. Dado su frecuente necesidad de viajar a causa de su actividad profesional, comenzó a ir sumando noches o estancias durante los meses siguientes. Al paso del tiempo, cuando ya había sumado seis decenas, comenzó a ilusionarse ante el inminente regalo que podría alcanzar.

Una noche, bromeando con Meri su mujer, reían con desenfado haciendo hipótesis acerca del regalo que estaba cerca de conseguir procedente del departamento de marketing de la cadena Mercurio.

“Desde luego tiene que ser un presente de muy buena calidad, porque esta gente maneja con gran alegría el dinero que ganan por su control hotelero en medio mundo”.

“A lo mejor te regalan un patinete eléctrico, de eso que nos amenazan cuando vamos caminando por las aceras de nuestras calles. O tal vez unos bonos para hacer noches gratuitas en sus establecimientos. O igual te entregan una batería de cocina, a fin de que puedas regalársela a tu mujer. Me vendría muy bien.  si llega ese utilitario regalo”.

El inspector de los coches sonreía al escuchar las divertidas hipótesis que realizaba su mujer (que era miembro de un taller/gabinete de psicología, especializado en el tratamiento de los comportamientos ludópatas o en general compulsivos.

Era buen hábito en Hernando el saber esperar la consecución de los objetivos. De esta manera, los puntos por noches de estancia se iban acumulando en esa pequeña pero divertida contabilidad, que conduciría al fin deseado y “secreto”. La empresa sólo indicaba que dicho presente se caracterizaría por su originalidad. En realidad, más que el valor material del obsequio, el técnico en automóviles lo que más valoraba o aplaudía era esa modesta pero vital vuelta a sus orígenes, cuando siendo niño se afanaba por completar las colecciones que en mucho le motivaban, para lo que tenía que esforzarse, paralelamente a la emoción que de continuo le embargaba, cuando se iba acercando a la culminación de la colección.

Las tareas laborales le ocupaban una gran parte de su tiempo, tanto por la función inspectora que era necesario llevar a efecto, como por las sucesivas reuniones, elaboración de informes y por supuesto todos esos desplazamientos por la geografía hispana y foránea. Todos esos destinos determinaban, en la inmensa mayoría de los casos, tener que pasar las noches en hoteles y tomar el alimento fuera de casa. Por este motivo, cuando reservaba estancias por Internet o a través de las agencias de viajes, mantenía el requisito o condición de que fueran hoteles de la cadena El Mercurio. La ilusión o incentivo por el premio, a modo de río Guadiana, brotaba o se ocultaba en la sucesión de los meses y los días.

De una forma inesperada, sorpresiva y no menos estimulante, una noche de Mayo, mientras revisaba el correo electrónico en su domicilio y Meri redactaba un informe médico en su ordenador, relativo a un trabajado caso que le había ocupado amplio tiempo, Hernando observó que tenía un correo en su escritorio, cuyo remitente era MERCURIO INTERNACIONAL Con “infantil” alegría se decía o preguntaba ¿habré llegado ya a los 100 días de estancias?

Para su alegría, se le comunicaba que su cuenta Mercurio Night había alcanzado los 100 puntos de pernoctaciones. Además de expresarle la feliz noticia, con la enhorabuena subsiguiente, se le comunicaba que en la siguiente pernoctación recibiría en su habitación el premio al que se había hecho acreedor. A través de esa grata comunicación tuvo también noticia de que hasta el momento sólo otros siete clientes, durante los cuatro años del desarrollo del programa, habían conseguido tan “apetitoso” y alegre objetivo.

Dio a leer el contenido del mensaje a su mujer quien, tras unos segundos de silencio, respondió un tanto “secamente”:

“Pareces un niño al que le han prometido que estrenará el domingo de Ramos un par de zapatos nuevos. Veremos a ver lo que te van a entregar o regalar. Presiento que será una chuchería, cuando ya han obtenido y multiplicado con creces el valor de la bagatela que te van a conceder. Te han vendido 100 veces sus habitaciones en los distintos hoteles de la geografía mundial. Esperemos que al menos sea una bicicleta, un juego de ajedrez, algún bono para viajar o a lo mejor es una simple plaquita, enmarcada con ornato, para que la cuelgues en tu despacho o te la pongas al cuello y la vayas enseñando a todos los amigos compañeros y familiares”.

A pesar de estas no muy afectivas palabras, rebosantes de incredulidad, el ilusionado técnico no cabía en sí de gozo. Incluso esa noche se despertó en varias ocasiones y tras beber un poco de agua, volvía al lecho del descanso, sin dejar de pensar en el reconocimiento que iba a recibir por su fidelidad viajera con la cadena hotelera. Iba a ser, nada menos, que el 8º ganador del tan prestigioso concurso.

Tuvo que pasar más de una semana hasta que, por razones o necesidad laboral, Hernando hubo de encargar un desplazamiento a la ciudad castellana de Toledo, la patria artística del gran pintor Doménico Theotocopoulos El Greco (1541-1614).  En esta ocasión utilizó el tren AVE para el desplazamiento y ya en el Hotel Beatriz, tras dejar las maletas, estuvo gran parte del día realizando gestiones relativas a su función inspectora. Almorzó con los directivos provinciales de la marca en un artístico mesón, a pocos pasos de la Plaza del Zocodover. Por la tarde, encontrándose bastante cansado, pues el día había sido muy intenso en reuniones y análisis de nuevos proyectos de un gran centro a construir para la futura gama de motores eléctricos, volvió al hotel para gozar de una placentera y reconfortante ducha. Eran casi las 9:30 de la noche y como no tenía especiales ganas de salir a cenar fuera del establecimiento hotelero, en un día de intenso y ardiente calor, llamó por teléfono al servicio de habitaciones, a fin de que le subieran algo de comer: un bocadillo de jamón y queso, una cerveza Guinnes negra y una macedonia de fruta. Encendió el monitor de televisión para distraerse un poco antes de irse a la cama cuando, en un momento concreto y de manera inesperada sonó el teléfono de su habitación. La llamada procedía del recepcionista del hotel, Evaristo Albarda.

“Disculpe, Sr. Lasiega. Hay dos personas que preguntan por Vd. Me indican (están debidamente identificados) que se han desplazado a fin de entregarle un importante regalo, procedente de la central de marketing de la sociedad El Mercurio, al que este hotel pertenece. Puede Vd. bajar, si así lo desea, para recibir en mano el correspondiente presente”

Hernando, que ya imaginaba casi todo el trasfondo de la entrega, respondió afirmativamente, indicando que bajaría en no menos de 10 minutos. Deseaba estar bien presentable, pues igual estos mensajeros o representantes deseaban realizar unas tomas fotográficas, que inmortalizaran el feliz y divertido evento. ¡Al fin iba a conocer el premio que se le concedía, al haber cubierto 100 noches de estancias, en la poderosa cadena residencial!

Bajó desde la planta 11 ¡Excelentes vistas al entorno del Tajo! con su chaqueta azul, corbata roja y zapatos acharolados, un tanto emocionado como un niño que celebraba una preciosa fiesta. Recordaba las palabras de Meri y lamentaba que ella no pudiera estar presente en tan emblemático evento. Le esperaban un hombre y una mujer, quienes se presentaron como Severino Doña, subdirector del departamento de marketing y Azahara Dilma, bella y atractiva mujer, que no llegaría a los cuarenta, a quienes estrechó su mano con las sonrisas correspondientes. Tras este intercambio cordial de saludos, Severino recibió una “oportuna” llamada en su móvil (obviamente todo estaba preparado). Respondió a la comunicación con monosílabos, teatralizando bien su contrariedad: tenía que marcharse por un imprevisto asunto urgente. Sin embargo, aclaró que Azahara (era de nacionalidad polaca) se encargaría de completar el acto o ritual de la entrega del premio. Ya solos los dos, frente a frente, el gestor de automóviles comenzó a inquietarse, pues la joven divagaba y no concretaba el ritual de la entrega del preciado objeto a recibir. El premio se estaba haciendo esperar. Hernando, sin perder la compostura, pronunció esas palabras que exigen una respuesta convincente:

“Bueno Srta. Azahara, aquí me tiene todo emocionado para recibir esa sorpresa que, sin duda, su empresa me tiene reservada”. En ese momento, la chica centroeuropea dejó de sonreír y en un aceptable castellano, con acento polaco expresó y desveló ese secreto tan bien guardado:

“Estupendo. Mr. Hernando Lasiega. Le voy a entregar el preciado presente, al que legítimamente se ha hecho acreedor, por su constante fidelidad a los hoteles de la cadena Mercurio. Vd. va a estar dos noches hospedado en este cómodo y monumental establecimiento, con ese ventanal natural al cauce del río Tajo. Pues bien, el original regalo que ha ganado… SOY YO. Estoy a su completa y “total” disposición, para “todo” lo que guste mandar y desde este preciso momento”.

El rostro del inspector de automóviles era todo un poema, dibujado entre la sorpresa, la confusión, el pudor y el lógico desconcierto. ¿Qué ocurrió durante el resto de la noche?

Hernando no ha vuelto a participar en sorteos o méritos premiados de ninguna naturaleza. Por supuesto, tampoco ha vuelto a alojarse en los hoteles de la cadena El Mercurio. Esta experiencia lo condiciona. Cuando volvió a Málaga, llevaba una historia bien “articulada” en su ficción para contársela a Meri, su mujer. Lo que ocurrió aquellas dos noches, en la monumental e histórica ciudad de Toledo, está secreta y herméticamente guardado en los anaqueles privativos de su memoria.  -                                                 

 

 

 

 

 

EL REGALO SECRETO DE

LAS 100 NOCHES

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 13 OCTUBRE 2023

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