Resulta frecuente y humanamente comprensible el esfuerzo que muchos progenitores realizan para que sus hijos continúen su misma trayectoria u oficio laboral. Justifican este interés porque le ilusiona que alguno de sus descendientes mantenga la consulta, el despacho, la empresa o la tienda que ellos han fundado o incluso han heredado de sus antepasados. Pero no siempre los hijos quieren continuar con el ejercicio profesional que su padre o madre han desempeñado o continúan desarrollando. Se muestran disconformes con la tenacidad de ese padre que trata de convencerlos, aunque no siempre justifican su discrepancia con este empeño paterno. Se limitan a expresar una simple obviedad: “porque no me gusta. Deseo cambiar”. Por el contrario, hay otros jóvenes que, al margen de que les agrade más o menos el oficio de su padre, comprenden que hay interesantes ventajas en esta continuidad profesional. Antes se ha hablado de esas consultas o despachos que ellos pueden mantener sin el mayor costo, pero es que, además, muchas empresas públicas y privadas, priorizan, a la hora de la contratación, a los herederos directos de sus antiguos empleados. En este contexto argumental insertamos nuestra historia de esta semana.
ALEJANDRO Calella ha estado vinculado al maravilloso mundo de la fotografía desde los lejanos años de su infancia. Su padre, BERNAL se “ganaba la vida” poniendo en práctica su gran amor y afición a las tomas fotográficas. Era propietario de un pequeño muy conocida y popular estudio, en calle Armengual de la Mota, una vía urbana malacitana, en el Perchel sur, que, al remodelarse la zona en la 2º mitad del siglo XX, fue abierta al tráfico a esa gran arteria que en la actualidad es la Avenida de Andalucía (llamada en principio Prolongación de la Alameda) en los años 70. Precisamente al final de esa década, en 1979, fue inaugurado el primer gran edificio de los grandes almacenes de El Corte Inglés, en la capital de la Costa del Sol.
Bernal, un excelente y autodidacta profesional de las cámaras fotográficas, trabajaba con ilusionada dedicación en lo que era “el amor” de su vida. Con esta honesta y artística afición pudo sacar a su familia adelante. Lo llamaban o era contratado, de manera preferente los findes de semana, para realizar esmerados reportajes de bodas. También había empresas que le encargaban reportajes de sus instalaciones. También acudían a su estudio numerosos “parroquianos”, tanto del barrio como de otras zonas más alejadas en el plano urbano de la ciudad, para las fotos del DNI o el pasaporte y composiciones de estudio, con niños que realizaban su primera comunión o celebraban sus cumpleaños u onomásticas. Los precios que aplicaba a su trabajo eran bastante ajustados, para la mayoría de las modestas economías que acudían en busca de su consolidada destreza. Muchas “familias bien” le encargaban fotos para el recuerdo del grupo genealógico, con los abuelos, bisabuelos si los hubiere, tíos, primos, sobrinos, hermanos e hijos. A este vocacional fotógrafo había personas que le llevaban antiguas fotografías, ya muy deterioradas por el paso del tiempo, de familiares fallecidos para que con su diestra mano las “arreglase” o retocase. También, para que realizara las correspondientes ampliaciones desde instantánea pequeñas.
En este artístico contexto “ambiental” no resultó extraño que su único hijo, Alejandro, fuera aprendiendo y amando ese mundo inmenso y documental de la fotografía. Su padre le regaló su primera cámara cuando el pequeño cumplió los nueve años, “valiosa” máquina que el niño usaba con enorme ilusión y prudencia, pues los carretes de celuloide eran costosos, aunque su padre le iba entregando periódicamente algunos, siempre que traía buenas notas o calificaciones del colegio. Las 12 tomas de esos “valiosos” carretes, había que bien elegirlas, a fin de apretar el pulsador cuando la composición estuviera bien centrada y equilibrada para con los elementos a retratar. Bernal siempre le hablaba de las luces y las sombras, que pueden salvar o “inutilizar” el esfuerzo de un buen profesional de la fotografía.
En la infancia de Alejandro aún no se había difundido la televisión en Málaga. Lógicamente, no se conocían los ordenadores personales, ni la gran red de redes que sería la magia de Internet. El cine continuaba siendo la gran posibilidad recreativa, para la mayoría poblacional. La bella imagen de los FOTÓGRAFOS CALLEJEROS”, con su bella bata gris inconfundible, ponía una amable nota de color en el ambiente ciudadano. Estos profesionales se desplazaban al Parque con sus voluminosas cámaras oscuras y el caballete sustentador, preferentemente los sábados y los domingos, además de los días festivos, para ofrecer sus servicios a las parejas de enamorados, padres de familia o a personas interesadas por sus artísticos servicios. Eran tomas muy baratas, que se “revelaban” a los pocos minutos, dada la destreza de los buenos profesionales que las hacían. Bernal, siempre “pluriempleado” también iba con su correspondiente equipo, para ganar unas pesetas que siempre eran bien recibidas, en esos años de serena carestía, para la que había que aplicar trabajo y entrega sin cesar.
Pasaron los años y Alex, buen estudiante, quiso centrarse sin embargo en continuar la senda artística que su padre le había enseñado, el cual se había jubilado relativamente joven, con sólo 56 años, debido a severos problemas visuales. Su hijo decidió, sin dudarlo un sólo instante, continuar con la reconocida semblanza y trayectoria fotográfica que su progenitor había cultivado durante su vida laboral. Invirtió algunos ahorros en la compra de nuevas cámaras. Se matriculó en un curso de Formación Profesional, dedicado al mundo de la fotografía, e incluso comenzó a colaborar, dadas sus buenas amistades, con los periódicos locales, SUR, LA TARDE, LA HOJA DEL LUNES, para el soporte gráfico de las noticias que publicaban estos diarios, mejorando su técnica y labrándose ese provenir que tan honestamente Bernal le había enseñado. Alejandro, siendo muy joven, se estaba convirtiendo en un excelente profesional, para la alegría inmensa de un padre muy satisfecho. También fue llamado por el delegado en Málaga de la Agencia Pública EFE, encargándole trabajos cada vez más numerosos, lo que le posibilitó ir recorriendo esos 100 municipios que conformaban en aquel entonces el perímetro provincial.
A los 29 contrajo matrimonio con su novia “de toda la vida”, MALENA Sandoval, una joven vecina del barrio victoriano. Instalaron su nuevo hogar en el 3º piso de la calle Armengual de la Mota, en el edificio en dónde él había nacido y desarrollado las etapas de su infancia y juventud y en donde su padre había instalado el muy conocido taller de fotografía, ahora ya cerrado al público y sustituido por una filial de electrodomésticos. Sus padres seguían viviendo en el 1º, el antiguo piso familiar, en donde Alex había organizado en su antiguo dormitorio un buen laboratorio fotográfico. Año y medio después, en el 82, nació su primera hija, una preciosa niña de ojos azules, como su madre y el corte “más afilado” de cara, correspondiente a su padre. Desde el momento en que la alegría de EVA llegó a sus vidas, su padre se autoimpuso una rígida, simpática e ilusionada obligación. Además de hacerle decenas de fotos a su hija, el objetivo era realizar, cada seis meses exactos, una gran foto de estudio, manteniendo su pequeña la misma pose. Eran las fotos exactas del aniversario y del medio aniversario. El mantenimiento de esa pose obedecía a que pretendía conseguir una imagen historiada de una niña que crecía llena de salud, cariño y alegría.
Ya en la década de los 80, el mundo de la resolución informática fue irrumpiendo con fuerza en la geografía mundial. No sólo con la sorprendente estructura y recursos on-line de técnica digital, sino también con esa gran revolución universal que iba a suponer el fenómeno de Internet. Las propias cámaras iban cambiando en sus amplias prestaciones. También los soportes fotográficos Y además el trabajo de ordenador modificaban, en la privacidad del estudio, los numerosos errores y deficiencias en las tomas fotográficas.
En alguna ocasión Malena le preguntaba a su marido el porqué de ese hábito de repetir las fotos de sus hijos, cada medio año, respetando y repitiendo la composición inicial desde prácticamente el nacimiento. Alex no se lo puso explicar con certeza. Simplemente buscaba una serie historiada de la evolución física de su única descendiente (también de su hijo) a lo largo de los años. Tenía la premonición de que lo que estaba haciendo era importante y necesario. Pero no sabía explicar el porqué de ese capricho, como no fuera el amor de un padre por su hija. Aunque intentaba enseñarle a la niña la práctica de la fotografía, Eva tenía otros intereses: sus TBO, los programas infantiles de la televisión, las películas del género infantil, la colección de cromos, los recortables, el juego con los peluches y las muñecas, y esa pequeña cocinita que tenía, en la que simulaba la elaboración de "comiditas" para sus numerosos juguetes.
Cuando iban pasando los años, Eva tomó el hábito de acompañar a su padre, durante los fines de semana, a fin de tomar fotos para la elaboración de reportajes, familiarizándose con la tecnología de las cámaras. Al igual que su padre, Eva había recibido su primera cámara compacta, marca Lumix, al realizar su primera comunión. Lo importante es que esta primera cámara ya no necesitaba los rollos de celuloide, sino que usaba una “sorprendente” memoria para grabar las repetidas tomas. En el año 2000, al cumplir la mayoría de edad, Eva recibió una muy completa y versátil cámara compacta Olimpus, que usaba con ilusionada profusión en sus viajes de estudio y para fotografiar a sus amigas de estudio. Por supuesto que su padre seguía historiando la imagen de sus hijos, que mantenían esa pose o composición que Alex había ideado desde hacía largos años. La belleza de Eva esa manifiesta, ya en su etapa universitaria, teniendo muchos admiradores entre los compañeros de claustro. Se había matriculado en un curso superior de diseño gráfico, aunque también disfrutaba mucho con la lectura, por lo que tomo el esfuerzo de llevar paralelamente hasta dos carreras, sumando al diseño la materia o el grado de filología hispánica.
Pero el destino adopta en muchas ocasiones decisiones crueles, inexplicables. Caprichosas, dolorosas, insólitas y relevantes para cualquier vida. Una infausta o infeliz tarde, su amiga Merche se ofreció a llevarla al gimnasio, ya que le cogía de paso en el trayecto que tenía que recorrer. En un cruce semafórico, un insensato (iba con etílico en el cuerpo) no aplicó la elemental regla de la luz roja en una intersección viaria, siguiendo, de manera impetuosa su recorrido con el coche tomado sin permiso a su padre, arrollando con un fuerte impacto al vespino que conducía Merche. Las dos jóvenes caen al suelo. La conductora, aun con severas heridas, salva la vida. El duelo en la familia Calella Sandoval es dramáticamente inenarrable. Alex y Malena pierden a su querida hija. Su hermano Borja también queda absolutamente desolado. El abuelo Bernal, ya muy mayor, apenas entiende la dolorosa noticia que la familia dosifica en su transmisión. Pregunta por su nieta, de manera constante, pero la ausencia de Eva es una durísima realidad para lo que era toda una familia feliz.
La vida ha de continuar, para los que aquí quedan en la orfandad de los bellos recuerdos. Alex se entrega con denuedo a su vocación fotográfica, tratando de superar ese inasumible dolor que le embarga. Junto a Malena, se esfuerza también en la ayuda a Merche, en plena fase de su recuperación médica, esa amiga íntima, hija de madre soltera, que compartía tantas vivencias con Eva. De alguna forma, consideraban a Merche como a esa hija que había tenido la desgracia de perder.
Entre Alejandro y su amigo, el periodista Carlos Sliria escribieron un gran artículo sobre la corta vida de Eva, reportaje que posteriormente ampliaron en un libro dedicado a su memoria. Esta publicación fue presentada a un prestigioso concurso de novela anual, en las letras hispanas, mereciendo un bien merecido accésit en el apartado de Valores y Palabras.
La avanzada tecnología permitió que esa querida hija, nieta y hermana no desapareciera para siempre de la vida de los Calella Sandoval. Al igual que sus padres, abuelo y hermano, iba creciendo anualmente, para que su imagen y significación vital nunca se perdiera, y siguiera latiendo en los recuerdos y en el tesoro de la memoria. Y al paso de los años, la imagen recreada de Eva también iba madurando, como las flores del campo, las aves en la naturaleza y el brillo de las estrellas en el firmamento. Allá arriba, en el manto azulado e inmaculados de los luceros, tal vez Eva contemple las imágenes que recrea su padre, en su fecha de cada cumpleaños. En cada grata oportunidad, ella ríe y sonríe, diciendo con filial respeto “Son cosas de papá, pero tengo que reconocer que consigue un cierto parecido a cómo voy creciendo en el infinito mundo astral, ese inmenso espacio del amor, los deseos y los misterios”. –
EVA Y
SU AÑORADA PERMANENCIA
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 27 OCTUBRE 2023
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