viernes, 7 de julio de 2023

UN AMOR "A CIEGAS"

En el ámbito mediático destaca, desde hace más de un lustro, un muy popular programa de televisión, denominado FIRST DATES (primeras citas) emitido de lunes a sábados, a las 21 horas, por la cadena 4 Televisión. Básicamente, el contenido de este espacio televisivo consiste en propiciar el encuentro entre dos personas que no se conocen previamente y que desean encontrar el calor y afecto sentimental para formar una feliz pareja. Es una “cita a ciegas”, aunque los organizadores del programa tratan de vincular a dos personas que posean una cierta afinidad, tanto por la edad, imagen física, el carácter, los gustos y los objetivos que presiden sus vidas. Hay parejas que, después de compartir una comida en el restaurante instalado en el plató televisivo y dialogar sin cortapisas, finalizan este primer encuentro con el ánimo de seguir manteniendo esa ilusionada unión con sucesivas citas, ya privadas. Por el contrario, hay otras parejas que manifiestan su convicción de no querer seguir con el vínculo iniciado, alegando cordialmente diversas motivaciones. En este afectivo contexto se inserta la historia de esta semana.

En dos puntos geográficos de nuestro país, la ciudad castellana de Burgos y la ciudad andaluza de Granada, dos personas de mediana edad sopesaban la posibilidad de inscribirse en el programa de First Dates, como activos protagonistas de esos sentimentales encuentros.

EMILIANO Pargo, 46, había manifestado en su inscripción para este espacio que era agente comercial, formando plantilla de una importante oficina de ventas y alquileres inmobiliarios, con sede en la capital burgalesa. Aportaba el dato importante de que estaba dos veces separado de dos mujeres con las que había tenido descendencia, una hija con cada una de ellas. La relación con las madres e hijas no era especialmente cordial. Daba la imagen de ser una persona autosuficiente y con gran autoestima.

La pareja que el equipo del programa adjudicó al agente comercial era una docente universitaria de Granada, profesora de Historia Antigua y Arqueología, natural de la ciudad de la Alhambra. Su nombre era CLARA Montalvo y ya sumaba 43 años. Curiosamente, era también una persona separada de dos parejas, cuyas relaciones estaban muy separadas en el tiempo. Estas vinculaciones afectivas no trajeron el fruto de la descendencia, básicamente porque ella, algo exigente en su forma de ser, nunca vio seguridad de permanencia en ambas uniones.

Con estos escasos “mimbres“ o datos, los programadores decidieron unir a los dos participantes, ciertamente desafortunados en el amor, pensando que había entre ellos elementos favorables y concordantes , a fin de que unieran sus identidades, una vez que se conocieran y dialogaran  en este primer encuentro o cita para el amor. Fueron convocados para la grabación de un programa que se emitiría durante la primera semana de julio. Cuando el director del espacio presentó a los dos participantes, éstos se miraron con puntual atención y una cierta “impertinencia”, ya que aplicaron a esos tensos segundos iniciales del encuentro un intenso “escaneo” recíproco. Con el mismo, pretendían tomar una primera impresión acerca del compañero que tenían por delante.

¿Qué percibió Clara en Emiliano? Una persona de mediana edad, de rostro amable, sonriente, pelo bastante corto ya encanecido, a fin de disimular su progresiva alopecia. Ojos azules, “picarones”, cuerpo con tendencia al sobrepeso y una indisimulable necesidad de comunicar, aplicando una “verborrea” un tanto apabullante. Por momentos parecía estar convenciendo a un “posible cliente” acerca de las excelencias del chalet adosado que estaba pretendiendo venderle. Su forma de vestir era elegante, aunque un tanto “antigua” y desfasada.

Por su parte, el supuesto vendedor de la agencia inmobiliaria veía en Clara a una elegante mujer cuyo cuerpo denotaba una manifiesta delgadez. Cabello negro, ojos aturquesados, labios carnosos y un constante movimiento de manos que simulaba o parecía estar explicando uno de los temas del programa del mundo antiguo, que impartía en las aulas universitarias del Polígono universitario de Cartuja, en la entrañable ciudad de Granada.

La acústica expresiva que uno y otro personaje aportaba los iba ya diferenciando, entre la finura castellana del burgalés y el “deje” granadino de la docente de Historia. Emiliano optó por solicitar al barman una cerveza alemana, mientras que Clara pidió una tónica con limón natural. Tras los primeros compases, bien teatralizados por ambos comensales, mezclando un “brainstorming” de preguntas y respuestas, con el ansia de conocer todo lo posible del interlocutor respectivo, los dos nuevos “amigos” se retaron a manifestar uno de los deseos o aspiraciones que ambos atesoraban en sus respectivas personas. Emiliano comentó de manera “jocosa” que en su caso le haría inmensa ilusión, desde luego un tanto irrealizable, de tener como clientes al mítico cantante española de baladas y canciones de amor Julio Iglesias o a su antigua, elegante, divinal y siempre enigmática esposa Isabel Preysler.

Clara, cada vez más acomodada por la situación, con una sonrisa plena de “añoranza” confesaba una hipotética situación como deseo, en la que se imaginaba explicando en una de las aulas universitarias de Oxford. Siempre había mantenido admiración por el estilo cultural y de vida británico

En la conversación durante la comida en el restaurante del programa, intercambiaron breves comentarios acerca sus frustradas uniones sentimentales, achacándolas a motivaciones de “manual”: el cansancio de repetidos y cansinos diálogos, el ansia de novedad, esas malas rachas que a todos nos afectan, alguna infidelidad, comportamientos inmaduros y por encima de todos ellos, el ego como principio relacional erróneo. En esos interesantes minutos para el conocimiento, tomaban conciencia de que congeniaban bastante bien. De continuo generaban cruces de miradas que contenían una química atractiva y sentimental de difícil descripción. Curiosamente (eran personas adultas) ninguno de los dos llevaba tatuaje alguno grabado en la epidermis de sus cuerpos, como otros muchos participantes en el programa. Por supuesto que hablaron del tema sexual. Emiliano entendía al sexo como el mejor alimento del cuerpo y del alma, mientras que Clara se definía como una persona serena, tal vez algo fría, ante los comportamientos exagerados del sexo. Entendía que existían otros muchos valores que aportaban “color y buena música“ a nuestras vidas.

Su participación en el programa se saldó con el favorable y positivo reconocimiento de que tendrían nuevas citas, a fin de seguir profundizando en el conocimiento respetivo. Abandonaron el plató escénico uniendo sus manos, como dos “niños“ amigos, aparentemente ilusionados ante ese amor que, providencialmente, se acercaba a sus vidas. Felices y contentos, sonaron “las campanitas” de la alegría y la felicidad.

Esa cálida noche de junio (el programa se había grabado en los estudios de Mediaset durante la misma mañana) la pasaron disfrutando de una buena cena en el ambiente cosmopolita madrileño. Por indicación del gerente de hotel donde Emiliano se alojaba, fueron juntos a una venta o mesón muy típico de la capital, denominado El Arlequín. Allí compartieron medio cochinillo asado, verdaderamente suculento, con patatas caramelizadas y frutos del bosque. Para finalizar bien la noche y seguir profundizaron en el diálogo para la aproximación y el conocimiento, decidieron ir a tomar unas copas y a escuchar un poco de música en directo, a la sala El Alambique, no lejos de la Plaza de España.

Desde sus respectivos hoteles, marcharon en la mañana siguiente hacia la estación ferroviaria de Chamartín y Atocha, para tomar los trenes que les conducirían a sus respectivos destinos, en Burgos y Granada, respectivamente. Quedaron en verse en los siguientes fines de semana, a fin de ir aproximando su conocimiento y esperanzadora relación, conseguida en un divertido programa de televisión, emitido diariamente “in prime time” (horario de máxima audiencia).

En el primer “finde”, la profesora se desplazó por tren a Burgos, en donde su ilusionada y enamorada pareja hizo de perfecto cicerone, recorriendo y mostrándole los monumentos y espacios más emblemáticos de la histórica ciudad. Las fotos que se hicieron junto a la imponente catedral de estilo gótico, con la piedra recién limpiada por especialistas, mostraban a dos personas que se querían y necesitaban. Degustaron sabrosos platos típicos castellanos y ambos fueron añadiendo datos acerca de sus respectivas vidas y forma de ser. La relación afectiva parecía ir “viento en popa”. El siguiente fin de semana se reunieron en la apasionada tierra nazarí de Granada. La profesora de Historia le fue enseñando rincones bellísimos de esta siempre preciosa ciudad. El entorno de la Alhambra y los jardines del Generalife cautivaba, el atardecer en el Mirador de San Nicolás subyugaba, la noche de tapas y sones de guitarra por las calles empedradas y empinadas del Albaycin maravillaba. Todo se conjuraba para hacer realidad los ensueños, las luces y sombras y todos esos mágicos sentimientos y anhelos que alegremente los vinculaba.  

Pero después de estas primeras citas, en sus respectivas provincias de origen, algo verdaderamente extraño ocurrió. Clara trataba de contactar con Emiliano, pero el agente comercial no respondía a sus llamadas. Llegó a preocuparse intensamente por si a su nuevo amor podría haberle ocurrido alguna lesiva desgracia. Utilizó varios recursos para comunicar con él: el WhatsApp, el número telefónico e incluso una dirección de correo electrónico que Emiliano le había facilitado y nunca había usado. Pero el agente comercial de inmobiliaria “no daba señales de vida” o presencia. Ella se preguntaba, una y otra vez qué había podido ocurrir o fallar, cuando en su memoria y percepción “todo” había salido bien, por lo que le contrariaba y desalentaba que después de dos frustrados intentos sentimentales, pudiera estropearse o imposibilitarse esta ilusionada y postrera oportunidad para el amor.

La aturdida profesora dejó pasar unos días, para ver si su apuesto y dicharachero compañero, dotado de tantos atractivos, entre los cuales también destacaba una sorprendente locuacidad y expresividad (que bien debía usar, en sus contactos comerciales) respondía de una vez a sus requerimientos y clarificaba de alguna manera su inexplicable silencio. Pero esas respuestas no llegaban, para el desaliento de una mujer que veía de nuevo peligrar ese amor providencial que felizmente había llegado a su existencia.

No eran muchos los datos que ella poseía para tratar de investigar y responder a los porqués de sus dudas. Llegó a escribir a la dirección del programa First dates para recabar más información acerca de Emiliano Pargo, pero la dirección de Mediaset le comunicó, con toda amabilidad, que entre sus normas estaba la de respetar y guardar la intimidad de los participantes en sus espacios televisivos. Contactó con algunas importantes empresas inmobiliarias o de alquiler, en la capital burgalesa, pero en ninguna de ellas tenían noticias de D. Emiliano Pargo. ¡A este hombre parecía que se lo había tragado la tierra! Le daba vueltas a la cabeza, cayendo en la cuenta de que, cuando ella estuvo en Burgos, Emiliano había reservado una habitación en el hostal El Castillo, con histórica decoración medieval, en donde pasaron horas muy felices, pero no la llevó a su domicilio, sin que ella le preguntara la causa de este gesto. Al paso de las semanas y con una cierta amargura, Clara iba llegando a la dura conclusión de que este supuesto profesional de las transacciones inmobiliarias era todo un montaje de una falsa teatralización. Tenía la convicción de que se había burlado profundamente de ella. Con fuerza y tesón, no exento de un comprensible enfado, esta profesora universitaria decidió dejar pasar el tiempo, esa terapia que todo o casi todo lo cura. Así corrieron las hojas del almanaque, por días, semanas y meses. En los momentos de hondo y pesimista sentimiento se juró no volver a creer en el amor.

Casi dos años más tarde de estos eventos, en la vida de Clara la presencia o imagen de Emiliano estaba prácticamente olvidada. Pero las casualidades que nos depara inesperadamente el destino o tal vez ese sol que tanto y bien ilumina las tinieblas de nuestro raciocinio y los anhelos del alma, quisieron reavivar y poner nuevas luces a eso interrogantes que ella se había planteado, en las cálidas o frías tardes de los espacios granadinos. Paseaba una mañana de sábado primaveral por el laberinto antiguo del urbanismo de su ciudad. Se detuvo ante un escaparate de la Plaza de la Trinidad, en donde aún sobrevivía una ilusionante “librería de viejos”, que ofertaba a buen precio ediciones descatalogadas o restos de viejas joyas de la creatividad literaria. Pasó al interior de la Librería El Quijote, con la intención de entretener el tiempo rebuscando algún volumen cuya autoría, título o temática despertara su motivación. Al frente de este culto negocio estaba Simeón Gomá, un entrañable, muy veterano y ceremonioso librero, creador y propietario de la librería. Al no haber otro cliente dentro de la “rancia” estancia, decorada hasta por los más mínimos huecos de pared y mesas expositoras, de centenares y miles de volúmenes, como un puzle cromático de idealizada creatividad, el “viejo” Simeón se acercó a Clara, a quien conocía de otras visitas a la librería con la intención de conocer algo de lo que estaba buscando, a fin de ayudarla a localizarlo.

“Amigo Simeón, me alegra saludarte. Para este ya cálido fin de semana, me apetecería encontrar algún ejemplar que, básicamente, me distrajera y me ayudase a comprender mejor este mundo tan complejo y controvertido en sus personajes y vivencias. No me cabe la menor duda de que me vas a prestar una cualificada ayuda”.

El veterano y sagaz libro no lo pensó dos veces. Le indicó a que lo siguiera hasta una mesa repleta de ejemplares variados, en la que rápidamente echó mano de un volumen de doscientas y pico de páginas, ejemplar que llevaba impreso en su portada un interesante título: UN AMOR A CIEGAS, sobre una bella imagen del entorno de la capital burgalesa, con su imponente catedral de torres góticas señalando el azul celeste sobre la histórica ciudad.

Con una irrefrenable premonición, tomó el ejemplar y un tanto nerviosa buscó al autor de esta aparente novela. Hermes Lafuente. No le sonaba ese nombre de nada. Abrió las páginas del libro y leyó algunos párrafos o títulos de los capítulos. De inmediato buscó en la contraportada algún pequeño resumen que le indicase de qué iba el contenido de la historia narrada. Antes de empezar a leer la síntesis temática, sus ojos, sus latidos cardiacos y su ánimo quedaron sobresaltados, ya que la foto del autor era fácilmente reconocible para ella: ¡Era Emiliano Pargo! Algo más mayor de como ella lo recordaba. Profundamente abrumada, pagó al viejo Simeón los doce euros de ese ejemplar rebajado y tras despedirse del amigo librero, salió a la calle, a que le diera un poco el aire en la cara. Tomó asiento en unos de los bancos de madera de la zona ajardinada de la plaza y leyó la síntesis temática de la novela que tenía en sus manos. En realidad, conocía bastante bien el trasfondo de la síntesis argumental. La historia hablaba acerca de un apasionado y entrañable amor imposible entre dos personas adultas, próximas ya a su medio siglo de vida y con fracasos sentimentales en sus respectivos historiales. 

Iba a tener todo el fin de semana y el tiempo generoso de muchos otros días, para leer con atención y enfadada intensidad las páginas, líneas y “entrelineas” de una posible larga historia en la que ella, sin duda, iba a tener algún protagonismo, posiblemente con nombre supuesto. Al igual que el autor de la trama argumental, Hermes Lafuente, el Emiliano Pargo que había despertado en ella la sublime ilusión del amor. Obviamente este escritor no era el agente comercial de propiedades inmobiliarias que “cómicamente disimulaba”, aunque los vínculos con la ciudad de Burgos eran también obvios. La abrumada y desencantada profesora comprendía que este compañero de la cita a ciegas era realmente un novelista que, tratando de buscar contenidos experienciales, había articulado una burda teatralización afectiva, ayudándose de la opción que ofrecía un conocido programa televisivo. Un incalificable y maquiavélico ardid creativo, perpetrado por un aventurero de las historias y las palabras, al que no le había importado herir sentimientos en un alma no afortunada para la ilusión del amor.

Sin embargo, siempre habrá para Clara Montalvo ese diario amanecer, que le traerá, en sus mágicas y celestes alforjas, el tesoro inmenso y gratificante de la ilusión, para realizar el mejor recorrido por los caminos inesperados de su veterana inocencia. -

 

 

UN AMOR A CIEGAS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 07 julio 2023

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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/ 





 

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