En la exposición de cualquier materia o asunto, la claridad, la sencillez, la simplificación, es siempre una muy cualitativa virtud. Sin embargo, para algunos “supuestos” intelectuales, la aplicación de ese inteligente y divulgativo estilo, cuando hablan o escriben, parece que les puede “degradar” y hacerles parecer menos importantes, ante el auditorio que los escucha o ante los lectores que consultan sus libros u otros textos escritos. Estos profesionales del lenguaje críptico o muy difícil de entender para la generalidad social, en modo alguno se esfuerzan en divulgar mejor lo que piensan, exponen o escriben. Se sienten a gusto “poniéndolo difícil”, elevando lo más que pueden el nivel, sin importarles el absoluto la evidencia de que la mayoría social apenas entiende lo que están diciendo. Es una muestra más de esa desacertada arrogancia con la que tratan de envolverse y autoafirmarse. Pero, mientras más elevan el nivel, menos “sabios” parecen y cada vez hay más personas que “pasan” de ellos, como respuesta a su banal o infantil estupidez.
¿Son muchos los que así actúan? Los sociólogos podrían responder a esta pregunta, pero a cada uno de nosotros se nos vienen a la mente nombres de personas famosas, o menos conocidas, a los que sin dificultad podríamos considerar formando parte de este cómico ejército de ridículos pseudo intelectuales. Críticos de cine o de la creatividad literaria, sociólogos, periodistas, políticos, religiosos, escritores, conferenciantes, científicos, profesores … forman parte de este peculiar y ridículo grupo “castrense”.
Antes de exponer nuestra historia semanal, vamos a insertar en este contexto temático una divertida anécdota que, efectivamente, tuvo su desarrollo en el tiempo y lugar de nuestra memoria. La acción se desarrollaba en un Congreso Internacional de investigadores universitarios, vinculados al campo de la biología celular. En tan selecto encuentro, cada ponente exponía el desarrollo de sus investigaciones, estudios y logros, en el ámbito del más elevado nivel científico. Una de las tardes, con el salón de actos totalmente “atiborrado” de profesores y alumnos, uno de los intervinientes, de nacionalidad argentina, que exponía en su ponencia los profundos y complejos estudios desarrollados en la evolución de la célula vegetal, utilizaba un más que generoso tiempo para narrar el esfuerzo dedicado a sus “brillantes” investigaciones.
El Dr. Feliciano Trabala estuvo hablando por espacio superior a los 30 m, ante la impaciencia y los prudentes requerimientos de la mesa congresual que controlaba la muy cualificada sesión de ponencias, que sólo concedía 15 minutos a los sucesivos intervinientes. El investigador y profesor argentino hablaba y hablaba, ante el asombro de buena parte del auditorio, que no lograba “encajar” o asimilar bien lo que el ponente disertaba, cada vez con un mayor nivel de “oscurantismo”. Muchos de los presentes, especialmente los más jóvenes estudiantes y diversos profesores, disimulaban su seguimiento, aunque en realidad no se estaban enterando de mucho. Se decían a sí mismos “debe ser especialmente importante lo que este simpático profesor (no dejaba de sonreír) está diciendo” moviendo al mismo tiempo sus cabezas, como dando a entender que lo estaban siguiendo sin dificultad en su proceloso y complicado camino investigativo.
Cuando ya el presidente de la mesa comprobó que los 15 minutos se habían convertido en casi treinta y que el ponente no atendía sus requerimientos, tomó el micro y a viva voz ejecutiva “rogó” al ponente que finalizara. Y en ese preciso momento llegó lo más espectacular de la exposición, para esa mayoría “seguidista y borreguil” que asiente hasta cuando hay que decir que no. El argentino comenzó a guardar sus folios en un voluminoso dossier, con el anagrama de la universidad argentina bien estampado en su anverso de piel azul. Cuando terminó de ordenar sus folios, tomó de nuevo el micrófono y ante el estupor del fornido director de mesa quiso añadir unas concluyentes palabras. Todo ello “vendiendo” esa gran sonrisa en su expresión que nunca le había abandonado y en un par de minutos sintetizó lo que a muchos asombró y a la gran mayoría provocó un sin fin de carcajadas.
“En definitiva, respetable y muy atento auditorio. Tengo y debo reconocer que toda esta complicada y densa experiencia, que les acabo de exponer, apelando a su infinita paciencia y tras duros meses de trabajo, con objetiva sinceridad, debo concluir con manifiesta solemnidad y sinceridad de que “no sirve para nada”. Esa es la verdad. Sin embargo, les aseguro que ha sido una muy ”linda y bonita” experiencia”. Les aseguro que ha resultado entrañable y enriquecedor en lo humano, el tiempo que el proceso ha demandado. Tengan Vds. muy buenas tardes”.
Cuando este diáfano mensaje de un sonriente Feliciano llegó al auditorio, un intenso murmullo sobrevoló de inmediato por todo el gran salón de sesiones, murmullo que de inmediato se transformó en una cascada de sonoras y jocosas carcajadas.
Teodomiro Permala es un joven universitario de Málaga, que vocacionalmente se ha matriculado en el 1er curso del grado de Historia del Arte, en la facultad de Filosofía y Letras de la UMA. Es hijo único del matrimonio formado por Viriato, prestigioso abogado penalista y Mª Flora, concertista de piano. Desde su más pronta infancia, este aventajado joven ha convivido con el mundo de la cultura, teniendo en su casa una muy completa biblioteca. Efectivamente en su domicilio los espacios están densamente aprovechados para lustrar las estanterías con centenares de volúmenes, de las más variadas disciplinas. En su infancia, cuando la mayoría de los niños y amigos del barrio selecto donde reside leían cuentos y tebeos, Teo ya se atrevía a penetrar en el mundo de los más prestigiosos autores, con libros de centenares de páginas. Cariñosamente, sus familiares le han considerado, desde siempre, como un “ratón de biblioteca” expresión que no le desagradaba, sino que se sentía ennoblecido en su bien merecida autoestima.
Tal vez por influencia genética o del propio ambiente familiar, este joven ha mostrado siempre un intenso espíritu crítico, tanto en sus expresiones orales como escritas. Es de esas personas que no tiene reparos para decir lo que piensa, aunque en ocasiones sus opiniones, directas y contundentes, provocan cierto impacto y pueden resultar inapropiadas en contextos que exigen niveles de prudencia o hábil diplomacia para el trato con sus interlocutores.
¿Y por qué Teo se matriculó en la materia o grado de Historia del arte, siendo consciente de que esa rama disciplinaria no suele tener amplias salidas profesionales para el futuro de quien las cursa y desarrolla? La respuesta a esta natural pregunta es respondida a quien se la plantea de una forma básica, sencilla y convincente: “Porque me gusta”.
El Dr. Arsenio Henares, 45 años, forma parte de su equipo docente, siendo un profesor titular muy valorado, tanto por parte sus compañeros de claustro, como entre el propio colectivo estudiantil. Imparte la atrayente materia titulada: Teoría y praxis del surrealismo en la construcción del hecho artístico. Su fama se ha acrisolado debido a sus numerosas publicaciones, conferencias impartidas y a su propia forma de ser, en la que destaca un fuerte ego interpretativo que atrae y también incomoda, según los tiempos y circunstancias. En los “·corrillos claustrales” se considera que en no mucho tiempo el prestigioso profesor alcanzará la cátedra de su especialidad, para la que tiene contraídos méritos más que suficientes. En definitiva, es uno de esos “mitos” intelectuales, en la consideración del alumnado, con los que se comparte las vivencias en los corrillos o amistades de la facultad. Su carácter aparenta una gran simpatía, aunque algunos consideran que es uno de sus grandes recursos para impactar socialmente y demostrar un día sí y el otro también las cualidades de una mente prodigiosa. Suele ser extremadamente exigente, a la hora de valorar y corregir el trabajo de sus alumnos.
A pesar del buen nivel intelectual y formativo que Teo atesoraba, cuando acudía a las clases del profesor Henares “sufría” compresivamente, pues en la mayoría de las sesiones didácticas tanto él, como una gran mayoría de sus compañeros, “no se enteraban prácticamente de nada” con respecto a lo que este profesor explicaba. Era tal la palabrería y el barroquismo críptico que sustentaba la expresividad del docente, que impedía o era en sumo dificultoso poder seguir la línea argumental del cualificado y “endiosado” profesor. Un sector del alumnado solía seguir el “juego conceptual” que el Dr. Henares desarrollaba, tratando puerilmente de disimular ante el nivel “exotérico” que mostraba el docente del surrealismo artístico. Hacían como que se enteraban de algo, cuando en realidad no integraban casi nada de lo que pacientemente escuchaban. Teodomiro, que era muy suyo también, llevaba esta situación bastante mal. Cuando finalizaban las clases del “mítico” Henares tenía que autocontenerse, aunque su manifiesto enfado era más que patente.
Cuando se reunían en corrillo los compañeros de Teo en el bar de la facultad, de una u otra forma salía siempre a colación el nombre de Arsenio Henares y sus complicadas explicaciones, sólo aptas para espíritus o mentalidades muy selectas. Así que el alumno Permala iba maquinando la idea de ver cómo podía romper la dinámica o coraza conceptual del insigne profesor titular.
Una tarde Teo entró en la cafetería de la facultad, una vez finalizadas sus clases en el día. Pensaba pedir una infusión, pues algo que había tomado en el almuerzo no le había sentado bien. Para su suerte, en una esquina del amplio recinto restaurador observó al Profesor Henares, que estaba sentado repasando unos folios que tenía sobre la mesa, junto a una taza de café. El “discípulo “del arrogante profesor pensó que era una estupenda oportunidad para plantearle lo que desde hacía meses tenía en mente.
¿Cómo era físicamente este “endiosado” o mitificado profesor? Estatura media, más bien bajo, regordete o con tendencia al sobrepeso (probablemente buen y goloso comensal), cabello entrecano, ojos grandes y con un ligero tic en el izquierdo cuando incrementaba su tensión expositiva. Desde hacía semanas se había dejado una pequeña barbita en el mentón, quizá buscando una mayor solemnidad en su rostro de apariencia burlón. Usaba corbata y traje azul, ceremonioso de formas, calzando zapatos marrones oscuros, sin gran puntera, típicamente británicos. Nunca se le veía fumar, aunque si acompañado de alguna copa por delante, no llena de agua, precisamente. En los comentarios de pasillo o de convivencia en cafetería, se le habían adjudicado varios idilios cuyas experiencias habían finalizado con inusitada presteza, pues su mente privilegiada no aceptaba esa común mediocridad que estuviera alejada de su privilegiado nivel.
Teo lo saludó con nerviosa y educada cordialidad, recibiendo como respuesta una sonrisa forzada a cambio y la mención de su apellido: ¡Hombre, Permala!. ¿en busca de la merienda?
“Buenas tardes, Dr. Henares ¿Podría dedicarme unos breves minutos? Vd. suele repetirnos en clase que agradece conocer el pensamiento de sus alumnos con respecto al trabajo realizado en las aulas. De manera especial, con respecto a los contenidos y metodología aplicada en sus explicaciones. Suele añadir que este conocimiento le ayudaría a corregir o mejorar el proceso didáctico que desarrolla. Y que valora, de manera especial, la sinceridad implícita en lo que le manifestemos”.
“Dice Vd. bien, Permala. Valoro y agradezco sus disponibilidad crítica o valorativa. Vete a la barra por un café o similar y le dices a Epifanio que lo anote en mi cuenta. Tengo el gusto de invitarte. Mientras tanto termino esta corrección y después me presto a escucharte, con la atención que tu persona merece. Confío sea interesante aquello que quieres transmitirme. No me gusta perder el tiempo en naderías”.
Cuando Teo ya volvía, con su descafeinado de máquina (tenía problemas de sueño en la noche) vio como Henares lo mitraba con puntual fijeza, como diciendo “este chico es valiente. Vamos a ver por donde me sale”.
“Profesor, creo que la sinceridad en un valor básico en nuestras vidas. Le confieso que, a pesar de poseer una buena base intelectual y formativa, es mi creencia, cuando asisto a sus clases, salgo de ellas generalmente desalentado, porque percibo que no asimilo bien sus contenidos. Hay clases en las que no me entero prácticamente de nada.
Obviamente, es un defecto mío, pero en justicia creo que Vd. tiene también algo de responsabilidad en esta incómoda situación. Su lenguaje, sus giros conceptuales, sus contenidos, en suma, los percibo “elevadamente crípticos”, complicados, escénicamente muy difíciles. Coloquialmente puedo expresarlo, no lo tome como un agravio, de la siguiente manera: me parece como si se sintiera a gusto poniendo muy difícil la comprensión para el auditorio. Y me pregunto ¿por qué? ¿para qué? ¿Qué sentido tiene esta tan patente dificultad didáctica y conceptual? No es el caso, no le estoy pidiendo que haga una divulgación excesiva o degradada para el mensaje, pero no me cabe duda de que tiene que darse cuenta de la tribulación y el desánimo que nos embarga, al ver que ni de lejos podemos llegar a su imposible atalaya intelectual.
Por supuesto no creo que lo haga por maldad o divertimento arrogante. Pero muchos de los compañeros lo comentan en la privacidad de nuestras reuniones, aunque otros muchos también traten de disimularlo, para no mostrar nuestra debilidad comprensiva o intelectiva. Yo mismo, que leo y he leído mucho, no me he encontrado a escritores tan difíciles, con el nivel que Vd. atesora. Esto es lo que deseaba transmitirle” (las palpitaciones cardiacas de Teo alcanzaban una acelerada y preocupante velocidad. La mirada del Dr. Henares era bastante seria. El tic del ojo izquierdo no cesaba de manifestarse en su rostro).
“Efectivamente, joven Teodomiro, intento despertar en vosotros la fuerza y la lucha ante la dificultad. Mis mensajes y contenidos no son de naturaleza difícil, pero los envuelvo con un sutil ropaje léxico, que debe motivaros para su adecuada captura e integración intelectiva. Te aconsejaría que te esforzaras en captar las ideas básicas, que suelo repetir con generosidad y en cuando al ornamento barroco/lingüístico pues… olvídate del mismo. Quédate con lo fundamental y te sentirás feliz de poder captar en cada clase un poco de este cualificado estilo docente al que no niego dificultad para aquellos que están en fase generacional de aprendizaje. Desde luego no pienso cambiar este estilo didáctico, pero si estoy dispuesto a la ayuda y a resolver vuestros interrogantes y sugerencias. Permala, cuando necesites hablar, hablamos. Cuando desees mostrar tu desaliento y limitación, te escucharé con atención y solidaridad”.
En ese instante Henares comenzó a guardar los folios, indicando con ejecutiva energía que la conversación había finalizado.
Como se decía al comienzo de estas líneas, no es un problema baladí, lo que estos “profesionales de la dificultad” plantean en sus clases, en sus artículos, en sus libros, en sus críticas, en sus exposiciones políticas, en sus argumentaciones filosóficas. Parecen como ridículos “trileros” de la expresión, que gozan y se vanaglorian de encubrir sus mensajes con una terminología y construcciones gramaticales que la común mayoría social no puede seguir. Desde luego no son “sabios” si esa es la categoría que persiguen. Son simplemente teatreros de la palabrería. Son realmente seres que en su imperfección se vanaglorian de su errónea estupidez. Todos hemos conocido a muchos de estos “personajes”, a los que hay que hacerles un caso muy relativo o pasar página de la ocre realidad que representan. Esto último es lo que más temen, en su procelosa estructura intelectual y humana. -
LA TEATRALIZADA
ARROGANCIA DOCTRINAL
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 28 julio 2023
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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