viernes, 31 de marzo de 2023

LA ÚLTIMA VENTA DEL DÍA.

En la actividad comercial no es improbable que alguna situación peculiar se produzca, de manera especial en lo que se conoce o denominamos pequeño comercio. Nos estamos refiriendo al caso de que, durante un determinado día no festivo y durante el horario de apertura del establecimiento, no entre cliente alguno en la tienda, para mirar, consultar o comprar algún artículo. En una gran área comercial este duro episodio puede parecer casi imposible, pero en el comercio minoritario se puede dar este hecho, ciertamente “desalentador” para el dependiente y, también por supuesto, para el propietario de la entidad. En este contexto va a quedar enmarcado el contenido de nuestra historia o relato semanal.

Como cada día realizaba, entre lunes y sábados y a las diez en punto de la mañana, hora de apertura del establecimiento, Eulalia (Lalia) Garcerán había elevado las persianas metálicas de la tienda de artículos de regalos LA ESTRELLA, introduciendo la llave en el cajetín que articula dicho mecanismo. Esta ya veterana dependiente, 53 años, llevaba trabajando ininterrumpidamente en aquel popular y céntrico comercio de la capital malagueña desde hacía casi una década. Obviamente, a esa hora temprana de la mañana no había clientes esperando la apertura del comercio.

Lalia, que convive con su madre Dorotea en el mismo piso en donde ella nació, permanece soltera, aunque hace años tuvo un pretendiente que era también auxiliar administrativo en una gestoría en donde ambos prestaban servicio. Sin embargo, aquella “formal” relación no cuajó, pues una compañera, de espectaculares atractivos físicos se interpuso entre ellos, “arrebatándole” ese novio que ella tanto apreciaba. Dorotea es viuda de Mario, que trabajaba como obrero estibador portuario. Con la pensión de su madre y los trabajos que ella ha ido desarrollando, ambas mujeres pueden mantener un nivel de vida modesto, aunque suficiente para sus normales necesidades.

Esta dependienta es persona algo tímida, aunque trata de disimularlo, de manera especial, cuando atiende a la clientela que acude a la tienda, en la que buscan algo bonito, de “buen precio” y “aparente” para regalar o para decorar alguno de los rincones de sus hogares. Aunque este comercio pequeño no la obliga a llevar uniforme, ella procura vestirse con la adecuada elegancia, pues los clientes que principalmente acuden son, generalmente, de un estatus social medio/alto. Pero esa elegancia que busca la operaria no va paralela a la modernidad. Como alguna vez le ha insinuado, con un cierto desagrado, la propietaria del establecimiento, Miranda Torralva “Lalia, te vistes un tanto a lo “antiguo” perjudicando ese aire moderno al que nunca debemos renunciar”.

Siguiendo la rutina diaria, hoy un lunes casi primaveral, lo primero que ha hecho esta operaria, tras la apertura de las persianas, ha sido la limpieza del suelo de la tienda, en cuyos estantes, mesas y mostradores se densifican y lucen decenas y decenas de objetos para comprar, ya que se trata de un establecimiento especializado en esos regalos para los cumpleaños, bautizos y , sobre todo, para los enlaces matrimoniales, con esas largas listas de bodas tan propicias para aparentar y quedar bien. Pero lo que Lalia no sospechaba, en ese lunes de marzo (nunca le había ocurrido) es que ese día iba a ser un tanto especial, desde un punto de vista profesional.

Durante el horario de mañana, entre las 10 y las 13:30 no entró persona o cliente alguno en la tienda. Ni tampoco lo hicieron esos habituales repartidores de paquetería y mensajería que traen material encargado por Internet o correo ordinario.  El cartero, con su carrillo de la correspondencia, no tenía ese día correspondencia que entregar en ese número de la calle. Lalia trataba de explicarse esta anormalidad pensando en que, al ser lunes, los posibles clientes estarían ocupados en atender otras necesidades más perentorias, como por ejemplo llenar la despensa con la cesta de la compra. Como era una trabajadora de naturaleza activa, fue cubriendo su amplio tiempo de espera tras el mostrador, realizando diversas actividades, todas necesarias y también para cubrir su entretenimiento. Entre esas acciones, estaba la de limpiar el polvo de los objetos, reordenar algunos espacios y expositores, especialmente en los dos escaparates de la tienda, repasar la lista de pedidos, controlar las facturas y el cuadre de caja y, también, manejar su propio portátil, atendiendo a los mensajes de algunos correos pendientes, etc.

Esa situación tan peculiar durante el horario de mañana, en la que no hubo clientes a los que atender, se repitió durante la tarde. El horario de esta segunda parte de la jornada comenzaba a las 17 horas, tras el necesario descanso para el almuerzo, quedando establecido el cierre del comercio a las 20:30. Las horas vespertinas fueron calcadas de las matinales. Pasaban los minutos sin que por el quicio de la puerta pasara persona alguna, salvo la propia dependienta. Para un comercial, encargado o propietario, resulta siempre un tanto desalentador esta “anormal” ausencia de clientela, aunque por la naturaleza de este negocio puede entenderse que no haya una afluencia masiva de compradores, salvo en fechas muy señaladas. Sin embargo, estaba bastante cerca la fecha del 19 de ese mes, celebración del día del padre, los José y las “Pepitas o Josefinas” y en La Estrella, establecimiento especializado, había todo tipo de regalos apropiado para tan señalada y popular festividad. Entre otros ejemplos, marcos para fotos, ceniceros, carteras y billeteras de piel, atriles de metacrilato, cuberterías, jarrones, maceteros, sillones articulados, cojines, lámparas diversas en formato y material, estuches con estilográficas y bolígrafos de plata, lujosos pastilleros, óleos y acuarelas enmarcadas con especial ornato, mesitas para centro de salón, etc.

Las horas iban pasando y Lalia se sentía un tanto incómoda, soportando una sensación de nerviosismo mezclado o aliado con el aburrimiento. A eso de las siete y pico, llamó Miranda, la propietaria de la tienda, lo que solía hacer cada día para preguntar como estaban siendo las ventas o si había alguna novedad especial. Cotidiana pregunta, a la que Lalia respondió con una escueta frase: “esa es la novedad, la de ausencia absoluta de personal. No me explico cómo no ha entrado nadie en la tienda. Sólo algunas personas que se han parado en la acera, apenas unos segundos, parea mirar los escaparates”.

“Bueno, mujer. No hay que preocuparse. Para el 19 de este mes faltan solo cinco días. Hay muchas Pepas y Pepes en el listín telefónico. A medida que nos acercamos a tan señalada efemérides, es muy probable que la clientela “llene” la tienda. Nuestro comercio tiene un prestigio bien consolidado, tanto en tiempos de mi difunto padre, como en la actualidad. Vamos a tener paciencia, que a buen seguro que puede entrar un cliente en el momento menos pensado y hay que atenderlo muy bien, para que vuelva a la Estrella en otro momento para seguir haciendo sus compras. Los clientes “siempre tienen razón”, no lo olvides como mi padre me repetía un día sí y el otro también”.  

Eran ya las 20:25 de ese “aburrido” lunes. Lalia se dispuso a ordenar los papeles que había estado manejando durante la tarde, cerrando después algunos de los cajones de la mesa escritorio que tenía en una esquina del mostrador principal. Precisamente en ese momento se abrió la puerta de la tienda, entrando una señora mayor que se la veía ataviada con una gran elegancia. Tras identificarse como Clotilde Quincoces explicó que estaba buscando un regalo de boda, que deseaba enviar a unos “señores bien”, amigos íntimos de la familia. Quería hacerles un buen regalo para una hija que se les casaba, habiendo pensado en un juego de té acristalado en buena calidad. Por supuesto, añadía, acompañado de una adecuada bandeja de plata, que hiciera juego con la calidad de los vasos y tetera.

Viendo la hora que marcaba el reloj, muy cerca ya del cierre, Lalia se armó de paciencia. Se sentía feliz porque la “maldición” estúpida de ese raro día al fin se había roto, con la entrada del primer cliente, aunque fuese prácticamente a la hora del cierre. La “imperativa” señora miraba y repasaba los dos juegos de té que Lalia había sacado a la sala de exposición y venta, desde un pequeño almacén posterior o trastienda. Tras numerosos minutos de dudas y más preguntas, la Sra. Clotilde cambió de parecer y sugirió la conveniencia de otro tipo de regalo, argumentando que ninguno de ambos juegos de té que tenía sobre el mostrador le convencían. La señora añadió otra posibilidad:

“¿Y por qué no vemos algunos marcos fotográficos de piel y plata, para colocar en ellos fotos familiares? El novio es doctor en medicina y podría irle muy bien este regalo en su despacho. Repito que son gente bien”

Lalia, sin perder la sonrisa, pero sintiéndose cansada por la hora (ya era las 20:50) pues estaba prolongando su hora laboral más de 20 minutos, puso delante de la Sra. un precioso marco fotográfico, que se acomodaba muy bien a las características que la cliente había planteado. Clotilde lo estuvo observando una y otra vez y no pasó mucho tiempo sin que comenzara a ponerle faltas (que la piel del revestimiento era demasiado oscura y que en su opinión no era de mucha calidad, también discrepaba del formato, porque lo “veía” demasiado grande”, exasperando, lógicamente la paciencia de la solícita pero cansada dependienta.

Cuando a doña Clotilde se le ocurrió comentarle acerca de la posibilidad de un buen y gran jarrón de cerámica vidriada y esmaltada, para ubicarlo en la entrada de la casa, en la que haría función de paragüero o bastonero, Lalia ya no pudo aguantar más, expresando lo siguiente con educada firmeza y convicción.

“Señora, la tienda tiene un horario de cierre a las 20:30. Ya ha pasado de esa hora más de cuarenta minutos. Se lo digo sin acritud, pero comprenda que yo cumplo un horario laboral. Si le parece bien, puede volver mañana martes, en que le atenderé con toda mi dedicación. Abrimos a las 10 en punto y estamos hasta las dos de la tarde”.

En ese momento, Clotilde montó en cólera, manifestando que le parecía una incalificable falta de respeto la postura de la empleada. Que sentía como si se la estuviese echando, exigiendo de inmediato que le mostrase el libro oficial de reclamaciones, para dejar constancia por escrito del hecho que estaba “padeciendo”. Se sentía muy enfadada y afectada. Lalia, tratando de no empeorar la situación, se disculpó, pero la cliente exigía de manera terminante el libro para escribir su reclamación. Finalmente, tuvo que acceder, procediendo la Sra. a rellenar el pliego u hoja oficial. Una vez redactada su motivación, abandonó muy ofendida el local, indicando a viva voz que no volvería a poner los pies en un establecimiento que la traba con tan patente descortesía. Previamente Lalia le había entregado una copia sellada de su escrito, manteniendo un prudente y respetuoso silencio.

Tras cerrar el establecimiento, bajando las persianas protectoras de los escaparates, se dirigió a su domicilio. Se encontraba intensamente cansada y dolida por la insólita situación que había tenido que soportar durante ese día, verdaderamente no muy afortunado. No le era ajeno que esa reclamación/denuncia oficial, aunque la consideraba profundamente injusta, le podía crear severos problemas con Miranda, su jefa y propietaria del negocio. Era la primera reclamación oficial que protagonizaba como agente, durante los nueve años de trabajo en la tienda. Aquella noche apenas pudo conciliar un sueño continuo. No se había atrevido a telefonear a Miranda, pues temía la reprimenda que iba a recibir cuando ésta conociera los hechos. Apenas tenía apetito para cenar. Tuvo que tomarse la infusión relajante que le preparó su madre, quien trataba de consolarla, tras haberle narrado su hija la desagradable escena que había mantenido con esa única y tardía cliente del día. El día 14 de marzo había sido una aciaga jornada, que era mejor olvidar. Los relajantes al fin hicieron su efecto y Lalia pudo ir descansando, pero a intervalos espaciados por el fuerte sofoco.

Paralelamente en el tiempo a esta situación en el domicilio de Lalia, dos personas hablaban por teléfono. Eran dos mujeres, que conservaban una antigua amistad. Escuchemos a una de ellas:

“Según me cuentas, has interpretado perfectamente tu papel. Tus años de actividad teatral te han ayudado, obviamente. Siempre te he considerado una gran artista. Esa reclamación por desconsideración con un cliente no irá a ninguna parte, pero yo la utilizaré para forzar el despido, después de otra trama que tengo entre manos contra esta dependienta. Y no dudes que cuando al fin la fuerce al despido, tendré en cuenta a tu sobrina Benigna, para este puesto de trabajo que va a quedar vacante. Necesito como revulsivo, para “renovar“ y dinamizar la tienda, a una persona mucho más joven y atractiva que esta dependienta “anticuada” que lleva conmigo casi una década. Quiero cambiar el decorado del establecimiento, y no solo los muebles y la estructura, sino también a la persona que suma muchos años detrás del mostrador”.

Lo que ocurrió aquella noche en la conciencia de Clotilde es un críptico misterio, difícilmente inteligible para la reacción de los humanos. A las 10:15 de la mañana del martes, volvió a franquear la puerta de la Estrella, ante la mirada asombrada de Lalia. Se disculpó muy correctamente con la atribulada dependienta. Rompió delante de ella la copia de la reclamación que había escrito en la tarde/noche anterior. Posteriormente le narró con brevedad el trasfondo de su comportamiento, del que manifestaba se sentía bastante avergonzada. Cuando Lalia conoció la perversa acción que estaba desarrollando su jefa, tomó la firme decisión de abandonar, motu proprio, su puesto laboral. Pero semanas después, con su finiquito en mano, tuvo una importante entrevista con el jefe de personal de unos grandes almacenes, que le propuso en principio un contrato semestral de trabajo, para que dirigiera la nueva sección de listas de boda y celebraciones. Valoraba en ella su experiencia, elegancia, delicadeza y responsabilidad ante las exigencias del puesto laboral.

Lalia no tuvo que soportar nunca más la insólita experiencia de un día comercial sin público en su sección.

 

LA ÚLTIMA VENTA

DEL DÍA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 31 marzo 2023

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