Viajamos para conocer nuestra historia, este viernes de enero, en el lúdico tren de la memoria, que nos traslada a esas míticas décadas de la centuria anterior, en la España de los años 50 y 60. Los niños que nacieron en esas antiguas hojas de los almanaques suman hoy muchos años, siendo sexagenarios o septuagenarios. La infancia, durante esas etapas pretéritas de nuestra modesta historia, era notablemente diferente a la que hoy contemplamos en estos tiempos que avanzan por la tercera década del siglo XXI. Podemos trazar algunas pequeñas, pero significativas, pinceladas de la realidad que asumían los niños en aquellos años, que hoy recordamos con entrañable afecto.
Los niños jugaban, lógicamente, dentro de sus casas, pero lo hacían mucho más en las calles y plazas. No había llegado aún el recurso de la televisión, para la inmensa mayoría de los hogares. La revolución informática tardaría aún unos treinta años en aparecer. En los centros educativos no se aplicaba la coeducación, ubicando a los niños en unos colegios y las niñas en otros. Los críos carecían de la abundante juguetería de la que hoy pueden disfrutar y “aburrirse”. El ropero de esa infancia era también muy limitado, salvo aquéllos que habían nacido en una familia bien acomodada económicamente. La religión católica dominaba la educación en nuestro país, de una forma muy intensa e imperativa. La radio era la diversión preferente en los hogares españoles. Y fuera de las viviendas, la asistencia al cine y al fútbol (los que podían pagar las entradas a las salas y a los estadios deportivos) el ocio preferente de los niños y los adultos españoles. La educación familiar y escolar que recibían los niños era muchísimo más severa que la actual. De forma casi absoluta era el padre quien detentaba todos los derechos, libertades y poderes en el seno del hogar familiar.
Javi era el hijo único del matrimonio eclesiástico (como la casi absoluta mayoría de los enlaces) formado por don Julián y Remedios. Tenía 9 años y asistía a las clases de primaria en un colegio privado de confesionalidad católica, pero muy alejado de la importancia social que detentaban los maristas, agustinos o jesuitas. Su padre trabajaba en los talleres de la Renfe, ubicados en la zona malacitana de los Prados, como carpintero y soldador, mientras que su madre ganaba unas pesetillas para la necesidad familiar cosiendo ropa, para lo que usaba, además de la aguja, los hilos y el dedal, una vieja máquina de coser Singer, a la que hacía funcionar girando con la mano derecha el manillar circular aplicado al cuerpo de máquina. Este modesto modelo, heredado de su abuela, carecía de pedales o electricidad que activara el mecanismo para la costura. Julián Martínez casi siempre iba vestido con el mono azul del trabajo, cumpliendo horarios demasiado extensos en los talleres de los Prados, horas de trabajo siempre aceptadas pacientemente por los operarios de la compañía nacional de ferrocarriles españoles. En sus ratos de ocio del fin de semana, a Julián le gustaba leer las “novelas por entregas” que sacaba en alquiler de un cercano puesto de periódicos, tebeos y chuches instalado en un portal y regentado por Ángel. Los lunes compraba el Marca, diario deportivo a través del cual conocía todos los datos futbolísticos de la jornada. Como tantos otros, su equipo favorito no era el C.D. Málaga, representante de la localidad, sino el Real Madrid. De tanto “abusar” de la lectura, o tal vez debido a una debilidad congénita, tenía la vista bastante cansada o castigada, teniendo que usar lentes que no disimulaban sus numerosas dioptrías. Con más o menos recato o disimulo, Julián mantenía una “querida” llamada Caritina, no muy costosa, dada las posibilidades económicas de este carpintero de la Renfe, para distraer sus horas de asueto, con el “aceptado aguante”, no menos sufrido, de su Reme, que se consolaba con las novelas radiadas, las obligaciones culinarias de la cocina, la limpieza diaria de la casa y la costura, con las exigencias de una clientela siempre abusiva y no muy buena pagadora. Para Reme, ese paseo liberador en su rutina diaria de la compra, que realizaba fundamentalmente en el monumental mercado municipal de la calle Atarazanas, suponía uno de los momentos más gratos de cada jornada. Por supuesto que su marido le regañaba con frecuencia pues en la opinión del jefe y señor de casa ella no sabía administrar bien el escaso dinero que le entregaba cada semana. Los ratos de iglesia y confesionario también suponían para esta dócil mujer un cierto consuelo.
Como la mayoría de los niños de aquella época, Javi aplicaba su ágil ingenio infantil a fin de distraer su tiempo libre fuera de la escuela con diferentes aficiones, cuya actividad no fuese en absoluto costosa. Tal vez aquella participación que más le socializaba era la de jugar a la pelota, generalmente con pequeños balones de goma, pues los de piel de badana sólo eran accesibles para los niños de familias “bien”. Los grupos de niños que integraban los equipos del balompié utilizaban las calles, plazas y especialmente los portales de los edificios, éstos para simular las porterías de los “campos de futbol”, en donde había que introducir el balón para los goles. Cuando podía, en función de sus “ahorros” o la benevolencia de Reme, su madre, su segunda (o primera gran afición) era asistir a los programas dobles de los “cines de barrio”, ya fuera el Capitol, el Avenida, el Duque o incluso a veces el Málaga Cinema. Ese cine dominguero le hacía plenamente feliz. Con el alquiler de tebeos, a “perra gorda”: 10 céntimos de peseta, a “perra chica” 5 céntimos de peseta o a “un real”: 25 céntimos de peseta, repetía la afición de su padre, quien alquilaba también en el puesto de Ángel Jiménez, sus pequeñas novelas para el ocio. Tenía que buscar algún compañero amigo, para divertir el tiempo en casa con la caja mágica que contenía los numerosos Juegos Reunidos. Con esos amigos del colegio o de la vecindad callejera, también sacaba su Fuerte de madera, con las numerosas figuritas de goma pintada de soldados, indios y vaqueros, para simular los ataques y combates entre esos protagonistas enfrentados en el viejo oeste americano. El juego de las canicas (de cristal o de barro cocido y pintado) era básicamente callejero, buscando suelos con pequeñas oquedades o hendiduras en donde poder introducir las bolas. Diestro en el dibujo, este niño de los cincuenta gustaba “construir” sus propios tebeos, dibujando “a su manera” personajes que enlazaban sencillas historias. Un seis de enero, Javi recibió el regalo más anhelado que podía desear, un Cine NIC, para proyectar en la pared películas con dibujos impresos en papel encerado, narrando breves historia infantiles, que permitían un cierto movimiento de las figura, al ritmo de la correspondiente manivela.
Pero entre todas estas aficiones, destacaba una que cultivaba con gran ilusión y tesón. Aceptemos que la práctica del coleccionismo es atrayente e incluso adictiva para las diferentes edades de la existencia. El coleccionista nunca se encuentra satisfecho de lo que tiene acumulado, porque es consciente de que su “tesoro” lo puede aumentar y completar. Además, aparece en estos aficionados el incentivo de la competitividad, mantenida con otros coleccionistas amigos o conocidos, mezclándose entre ellos tiempos de alegría, por lo conseguido, y sentimientos de frustración, por el fracaso ante los objetivos previstos.
¿Qué coleccionaban los niños como Javi, el protagonista de nuestra historia? La lista de esos pequeños objetos acumulados es notable y variada. Anotemos algunos de esos elementos atesorados, con el gran esfuerzo de la paciencia.
Provocaba un gran interés coleccionar las estampas culturales que se colocaban entre el papel externo y el de aluminio interno que envolvía las tabletas del atrayente chocolate Nestlé. Al incentivo de las estampas de colores se unía el placer de degustar ese rico manjar de cacao, generalmente con leche, disfrutado preferentemente en las meriendas, junto a una rebanada de pan. Entre los niños, estaba muy arraigado reunir fotos de los futbolistas españoles, vinculados a los equipos de la 1ª división de fútbol. Por la forma con que eran presentados esos ases del balompié, se les solían llamar los “cabezones”, por el tamaño de esta parte del cuerpo con relación al resto de la anatomía corporal. La afición de comprar sobres con las estampas o cromos correspondientes estaba muy arraigada, siempre en función de la precaria economía de que gozaban la mayoría de los chavales de la época. Tenía también bastante éxito la venta de sobres con estampas de automóviles de la época, especialmente, los coches de carrera en la alta competición de velocidad. En tiempos arraigados del nacional catolicismo, que casi todo lo impregnaba o dominaba, había que completar los álbumes dedicados a películas famosas, siempre con temática religiosa. Dos de estas películas destacaban sobre otras: Marcelino pan y vino y los Diez Mandamientos.
Sin embargo, Javi acumulaba una colección especial, sin tener que comprar los sobres de cromos, en cuyo contenido siempre aparecían tantas estampas repetidas. Su gran tesoro era esa caja de cartón, en donde habían venido los zapatos gorila (con la pelota verde de goma). Allí guardaba las estampas o prospectos de las películas proyectadas en las salas de estreno malacitanas: Cines Goya, Echegaray, Albéniz, Victoria, Andalucía, Málaga Cinema, Alcázar, Excelsior, Alameda y Astoria (estos dos últimos ya en la década de los sesenta).
¿Qué eran los prospectos de cine? Tenían el formato de un cuarto de folio, en cuyo anverso venía impreso el fotograma o cartel publicitario a todo color de una película de estreno, mientras en el reverso aparecían los datos técnicos de la cinta, además del horario y dirección del cine donde se estaba proyectando. Se añadían algunas líneas en las que se resumía algo del argumento o sinopsis de la película.
¿Cómo se conseguían estos prospectos, cuya entrega era gratuita? Se repartían en mano por las calles céntricas de la ciudad. La persona que los entregaba se ganaba unas pesetillas con este sencillo trabajo. Había determinados puntos en los que cada mañana se colocaba el repartidor de propaganda cinematográfica. Esos lugares para el reparto eran zonas de notable tráfico viandante, generalmente calles peatonales, en donde casi a diario había un repartidor de prospectos. La más conocida y populosa era la calle Nueva, paralela a Larios. Esta calle era una de las más antiguas de la ciudad. Los datos nos indican que fue inaugurada en 1491, en tiempos de la conquista de Málaga por las tropas de los Reyes Católicos. En 1891, con motivo del ensanche del centro malacitano, se convirtió en la calle comercial por excelencia de la ciudad. En su origen, facilitaba el tránsito de mercancías entre el Puerto y la Puerta de Antequera, situada al NW de la zona amurallada, por la que entraban los productos agrícolas de las huertas del interior y alrededor de la cual se ubicaban numerosos almacenes. La longitud de esta comercial arteria viaria es de 190 metros y en su mediación hay una iglesia dedicada a la Concepción de la Virgen. Al comienzo de esta calle, colindante con Especerías, se colocaba el facilitador de propaganda cinematográfica.
Para recoger los prospectos había que ir bien temprano, porque el repartidor se colocaba allí sobre las diez de la mañana y permanecía en su puesto hasta acabar de entregar su valiosa y cinematográfica publicidad. Cuando a Javi lo acompañaba su madre, se separaban para poder recibir un prospecto cada uno de ellos. El crío también recogía aquellos que estaban en el suelo, cuyos propietarios los habían dejado caer incívicamente después de ojearlos.
¿Qué se hacía con esos prospectos de cine? Una vez guardados y clasificados en la “valiosa caja de los Tesoros” o del cine, el hijo de Julián y Reme en los ratos de ocio jugaba con ellos, incluso recortando algunas figuras y jugando imaginativamente con estos recortables. Los ordenaba una y otra vez, clasificando las películas en diferentes e importantes géneros cinematográficos: guerra, oeste, risa, policiacas, infantiles, cómicas, comedias, dramas, amores, películas españolas y extranjeras. Los prospectos repetidos eran muy útiles para intercambiar con otros niños del populoso vecindario que habitaba en la zona. Solía aplicarse la regla infantil del dos o tres por uno. También servían para formar esas figuras, con almohadillas llenas de palabras, a modo de diálogos, con las que después poder generar o construir divertidas historias e imaginativos juegos. Tal era la capacidad de fabulación de ese niño de tan sólo nueve años.
Ese método del repartidor de prospectos en la calle no desapareció, aunque sí fue decayendo pues las técnicas publicitarias fueron enriqueciéndose con otras formas que daban buenos resultados. En las cuñas de anuncios radiofónicos fue entrando también el anuncio de películas “que se proyectaban en tal o cual cine” incluso con el horario correspondiente. Esas cuñas o inserciones publicitarias, entre los programas diarios (especialmente, con los discos dedicados), se repetían una y otra vez. Se fue arbitrando la fórmula de colocar carteles rectangulares de un cierto tamaño, con el fotograma “oficial” de las películas de estreno, en las farolas de las calles o vías céntrica y en los laterales de los puestos de prensa o de venta de chucherías. Obviamente las películas también se anunciaban en las páginas de los periódicos del día que, con el tiempo, fueron aplicando en sus rotativas el color, a fin de mejorar las técnicas de impresión. Otra fórmula para el reparto de esa publicidad era entregarla en las taquillas de las salas de proyección, siempre a los espectadores que sacaban su entrada para ver una película. Aún hoy, cuando asistimos a los cines, nos encontramos en algunos zonas o expositores de las salas (como el ambigú para comprar refrescos, palomitas de maíz u otras chucherías) esas pequeñas láminas estampadas en papel o prospectos, con información de las películas en cartel o aquellas otras que serán proyectadas en las semanas próximas. Resulta muy útil su consulta pues así tenemos un básico pero útil conocimiento de los datos técnicos y del breve resumen argumental.
Cuando el niño Javier, ya en la madurez de su existencia, alcanzó el premio legítimo de su jubilación, recibió un preciado regalo de sus compañeros y amigos, que bien conocían de su irrenunciable vocación por el mundo del cine, que tanto había significado en las diferentes etapas de su vida. Ese valioso presente consistió en una gran lámina, bien enmarcada en cristalería, que había sido impresa digitalmente, con numerosas fotos de prospectos cinematográficos, como los que él recogía de niño en la entrada de la calle Nueva malacitana, anunciando aquellas míticas películas, hoy del mejor cine clásico, de los años 40, 50 y 60. Ese cariñoso y muy valorado regalo, cuelga hoy de la pared en el salón de su domicilio, encima precisamente del aparato de televisión, utilizado básicamente para el disfrute de cada día con el visionado de esas otras vidas que se comparten en pantalla. –
PROSPECTOS DE CINE
PARA EL BUEN RECUERDO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
20 enero 2023
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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