Los tiempos protagonizados por las personas pueden ser, obviamente. muy contrastados. Nos gusta adjetivar esas etapas cambiantes que vamos recorriendo en nuestras pequeñas historias, en función del esfuerzo, la suerte, el azar, la casualidad, la oportunidad, el acierto, el error, etc. De esta forma hablamos de tiempos alegres o tristes, certeros o confusos, afortunados o desalentadores, interesantes o aburridos, activos o pasivos, novedosos o rutinarios y así un largo y significativo etc. Nos sentimos afortunados y felices, cuando destacan los primeros adjetivos sobre los segundos o contrarios. En caso contrario, el infortunio nos afectará y podrá a prueba nuestra capacidad, voluntad y fortaleza para cambiar ese ocre panorama, dibujándolo imaginativamente de alegría, optimismo y de sentido positivo en la existencia. Si lo conseguimos, florecerán las esperanzas en ese atractivo jardín de las ilusiones.
Aunque esas etapas o tiempos contrastados pueden afectar a cualquier edad, por razones obvias, preferimos y valoramos potencialmente la vitalidad que caracteriza a la juventud, sobre la decrepitud insertada en la vejez. En este cualificado contexto se desarrolla nuestra interesante historia de este viernes.
Nos situamos en el último tercio del siglo XX. Durante estos años destaca sobremanera, en el ámbito cinematográfico y teatral, la figura artística de una bellísima mujer, nacida en León en la década de los cincuenta. Su nombre, Yolanda Ares Aldama, brilla en la publicidad de las carteleras, anunciando sus numerosas películas exhibidas en las pantallas de los cines y sus convincentes actuaciones desarrolladas en los escenarios teatrales. Su figura artística destaca por su gran capacidad para interpretar a todo tipo de personajes, debido a su innata aptitud para empatizar con los personajes que le asignan en los guiones cinematográficos o en los libretos de las obras teatrales.
Esta singular artista era la única hija de un militar del ejército de tierra, cuyos numerosos traslados a destinos en el territorio peninsular e insular hicieron que la infancia y juventud de esta joven se viera influida por la necesidad de tener que adaptarse a todos esos cambios de residencia. Sin embargo, esa movilidad geográfica puso a prueba su capacidad para ir captando e integrando en su mente los contrastados valores de los numerosos espacios regionales que se vio obligada a recorrer. Desde pequeña le hacía ilusión formar parte de los grupos de interpretación colegial. Esta artística afición hizo que Esteban, su padre, la inscribiera en algunas escuelas de actores, sobre todo cuando la familia Ares Aldama se instaló definitivamente en la capital de España, en donde este militar prestaría sus últimos servicios en la actividad castrense, antes de pasar a la situación de reserva.
De todos los profesores que influyeron en la formación de esta singular actriz, Yolanda siempre valoró el fuerte carácter, mezclado con una admirable humanidad, de la propietaria y directora del grupo ACTORS, Guadalupe, que impartía sus clases en una antigua nave de industria férrica, reconvertida en escuela de actores, situada en el barrio de Chamberí madrileño. Esta profesora de actores y actrices opinó, desde el primer momento en que conoció y comprobó las dotes de Yolanda para la interpretación, que su capacidad para ejercer este oficio la aventajaban sobremanera de los demás alumnos que asistían a sus clases. En todo caso, la capacidad innata de la sobresaliente alumna se alió en buena concordia con su esfuerzo continuo para seguir aprendiendo con humilde receptividad, tanto de sus profesores, como de sus compañeros de grupo.
Pronto el nombre de Yolanda Ares y sus cualidades por todos reconocidas le fue abriendo las puertas de aquellos “ojeadores” profesionales que buscaban nuevas estrellas, en el “firmamento” juvenil de los centros formativos del ramo escénico. De manera espectacular, pronto fue seleccionada para formar parte de elencos teatrales e incluso cinematográficos. No le importó a la audaz intérprete que en un principio solo se le asignaran pequeños papeles o roles interpretativos complementarios, como figurante. Pero con rapidez vertiginosa fue escalando las cumbres de ese prestigio que le iba a llevar al mundo de la fama y el reconocimiento de empresarios, directores y, por supuesto, de los espectadores. Consiguió con su buen interpretar que no le faltaba trabajo, sino que tenía que ir seleccionando y eligiendo entre las numerosas y tentadoras ofertas que recibía, en cine y teatro. En este grato aspecto tuvo la “suerte” de contar con un hábil y sagaz representante, Onésimo Carriaga, doce años mayor que la efervescente estrella, y que acabó convirtiéndose en su marido y gestor para sus contratos, ingresos y negociaciones, en este mundo multicolor de la farándula, contrastado internamente por admirables virtudes y por turbios manejos. El marido y representante sabía sacar buen partido, para ir acumulando contratos, de la gran belleza que adornaba el cuerpo de Yolanda, su estupenda dicción, su naturalidad y adaptabilidad interpretativa y expresiva.
El matrimonio con Onésimo (celebrado cuando ella contaba sólo con 26 años) duró hasta tres quinquenios. En un momento de entereza, expresando con dolor la frase “no aguanto más”, ella tuvo la fuerza de romper el vínculo (había cumplido los 41 años). Su marido era un “hombre de mundo”, especialmente abierto a las relaciones sentimentales con otras mujeres, de muy diferente categoría y condición con respecto a la que era su esposa. Ese comportamiento era “voz populi” en el mundillo artístico, deslices y comportamientos infieles que Yolanda al fin tuvo que reconocer. Fue una etapa especialmente dolorosa de su vida, pues la ruptura “borrascosa” del vínculo se vio acompañada con la convicción de que el innoble representante e infiel esposo, la había dejado en una situación financiera verdaderamente preocupante. Se había dejado llevar. de manera arriesgadamente confiada, por un especial truhan del dinero y las faldas. Su nuevo representante, Dámaso Illira, fue comprobando la documentación que había dejado el anterior y marido de la actriz. Se vio en la necesidad de explicarle a su representada la preocupante gravedad financiera que le afectaba, pues el “turbio” Onésimo había “malversado” el dinero que ella había ido ganando honestamente con su ímprobo esfuerzo y constante dedicación.
Por fortuna, la nobleza y el buen hacer de Dámaso logró ir sacando del hundimiento económico a Yolanda, que durante esa década profesional de sus 40 pudo “remontar el vuelo”, tanto en los escenarios, como en las pantallas de los cines. Volvió a ser la figura estelar que tantos aficionados admiraban, trabajando mucho y siempre con una gran profesionalidad. Incluso la televisión le abrió sus puertas, para diversas colaboraciones muy aplaudidas por los televidentes. Pero el mundo del espectáculo es de gustos muy variables y cambiantes para el espectador, que encumbra a determinadas figuras y con la misma rapidez que las “eleva a los altares del cielo” se va cansando de esos actores que en otro momento ha idolatrado. Y no es que Yolanda hubiese olvidado la técnica y el arte de la interpretación, sino que los años iban pasando, degradando esa apariencia física que antes exaltaban los sentimientos y la fidelidad en el aplauso. En el mundo del cine, menos en el teatro, la imagen externa de los intérpretes tiene una excesiva y “peligrosa” influencia en la masa popular. Hay que repetir que este determinante afecta de una manera especial a las actrices, más que a los actores.
En los primeros años del siglo XXI, Yolanda cumplió su medio siglo de vida. Se cuidaba con esmero, pero el avance del tiempo incidió en su físico, dejando paulatinamente secuelas degradadas en su tradicional y juvenil belleza. Las productoras cinematográficas ya dudaban acerca de encargarle determinados “papeles” interpretativos, pues la gran estrella “se estaba haciendo mayor”. Paralelamente Dámaso, un dinámico y honrado representante, se esforzaba en buscarle adecuados personajes en los guiones, siempre adaptados a la imagen y edad que la antigua estrella ofrecía en la actualidad. Hay que añadir que la relación entre Yolanda y Dámaso superó en muchos momentos el mero vínculo profesional, pero ambos evitaron dar “el paso al frente” del vínculo matrimonial, ya que él estaba casado y con dos hijos y no quería hacer daño a su esposa Elvira, que venía padeciendo unos problemas neurológicos muy incómodos, que le tenía agriado su carácter, perjudicando la atmósfera relacional en su familia. Por ello el de Yolanda y Dámaso fue un amor mantenido en secreto, siendo el representante y la artista extremadamente discretos en no provocar habladurías que hubieran sido muy utilizadas por la prensa del corazón.
Las hojas de los almanaques pasaban con la rapidez inexorable que impone la cronología. Los personajes que Dámaso podía conseguir para su representada eran los de abuelas o señoras “maduras” en su imagen física. Yolanda estaba a un paso de ingresar en el bloque de intérpretes sexagenarios. Ella sufría esta situación, pues aún se sentía con fuerzas y cualidades para seguir trabajando en el cine y en el teatro sin reducir esfuerzos. “Interpretar es lo único que sé hacer bien”, le decía a su afecto Dámaso. En su íntima privacidad su gran frustración era la de no haber sido madre, debido a su intensa, esforzada e interesada dedicación artística. Precisamente un día, Dámaso le ofreció la posibilidad de hacer las gestiones necesarias para adoptar a una niña pequeña, pues ahora en su madurez tendría más tiempo disponible para esa maternal función. Determinadas organizaciones internacionales facilitaban estas adopciones, a cambio de importantes entregas monetarias que “agilizaban” con eficacia los complicados trámites que conllevaban ese maternal objetico. Sin embargo, la ya veterana actriz tuvo miedo de asumir esa importante función, condicionada por sus muchos años que restaban o limitaban la necesaria vitalidad que la decisión exigía.
Su belleza física estaba irremediablemente decayendo. La frustración maternal pesaba sobre su ánimo. Cada vez le llamaban menos para trabajar en el cine, aunque el teatro todavía le iba ofreciendo huecos para determinados personajes. Y, de manera especial, su economía se estaba debilitando por momentos, pues aún tenía que ir pagando algunas grandes deudas que el infiel Onésimo (ahora complicado en turbios asuntos vinculados al mundo de los estupefacientes) le había endosado, haciéndole firmar de manera traicionera y engañosa numerosos pagarés. Todo este conjunto de pesares hizo entrar a Yolanda en una preocupante dinámica depresiva, viéndose obligada a ponerse en manos de profesionales de la psicología e incluso con prestigiosos psiquiatras. Su integridad mental, anímica y de comportamiento ante la dificultad estaban en muy precario equilibrio.
Una tarde de otoño la artista en decadencia, sintiéndose bastante desanimada y no siendo una buena paciente con la medicación que le habían prescrito, decidió salir a la calle, comenzando a vagar por el intrincado laberinto popular de las numerosas vías madrileñas. Se sentía muy mal. A sus 64 años, el mundo de la pantalla, tantas veces receptivo hacia su persona, le había “injustamente” abandonado. Ningún productor o director le telefoneaba o se molestaba en coger el teléfono, cuando recibía una llamada de Dámaso. Su estrechez económica era patente, a pesar de la ayuda que secretamente hacía el propio representante en su cuenta bancaria. Con ello Dámaso pretendía que su querida e íntima amiga no pasara necesidad en lo más básico, como era la alimentación y los gastos mensuales del buen inmueble de su propiedad, edificio situado en el señorial barrio de Salamanca. El representante sopesaba aconsejarle que vendiese ese su piso tan selecto y buscase para habitar un apartamento más modesto en las afueras de la gran urbe madrileña. La artista iba vagando en esa “soledad populosa” de una ciudad tan cosmopolita como la capital española. Se había puesto unas gafas con cristales oscurecidos, aunque era consciente de que pocos transeúntes la iban a reconocer.
Pasando cerca de la estación de Atocha, pensó en lo peor. ¿Qué sentido tenía seguir viviendo, sintiéndose ignorada por ese gran público que en otros momentos la había idolatrado y sin expectativas de cambio? Penetró en la magna estación ferroviaria, dirigiéndose a la zona de los andenes. Se acercó al borde de uno de éstos y permaneció un largo rato observando la brillantez de los recios y férreos raíles. Por sus mejillas comenzaron a deslizarse unas lágrimas de desesperación. ¡Cómo he podido caer en esta sima de indiferencia social! Abrumada por el sofoco, dudaba en tomar una drástica solución para cuando entrara en las vías el próximo ferrocarril, procedente de “cualquier origen”. Todo se le nublaba.
Por un instante se dio cuenta que algo tiraba de su falda. Se volvió sobresaltada que un niño pequeño, no tendría más de 4/5 años, la miraba con c ara asustada y llorosa. El pequeño sólo acertaba a decir: “·donde está mi mamá? ¡No la encuentro!” Era evidente que ese niño, en el fragor multitudinario de la estación se había perdido. Entonces Yolanda se agachó y le dijo unas palabras tranquilizadoras:
“No te preocupes, mi amor. Vamos a ir a buscarla. Dame la mano, que no tardaremos en encontrarla”. El crío, aún compungido, pero más tranquilo, se agarró a su mano y entonces Yolanda comprendió que aún podía ser útil en la. vida. El destino le había dado una prueba de confianza en su persona. Comenzó a caminar, llevando de su mano al pequeño Tomás (así se llamaba ese ángel perdido en la estación). Divisó a lo lejos una unidad policial. Hasta allí se dirigió en medio de una nerviosa y acelerada multitud que rebosaba prisas por “los cuatro costados”. Informó a los agentes de la seguridad, que estaban sentados ante una pequeña mesa de madera, encima de la cual había un ordenador, en apariencia bastante obsoleto. Uno de estos miembros policiales, apuraba un bocadillo que, a tenor del olor que emanaba, contenía unas rodajas de chorizo intensamente condimentadas. El otro agente comunicó, a través de los altavoces, el hallazgo de un niño perdido, añadiendo unos básicos del pequeño, con respecto a su vestimenta y a la edad que tenía. Lógicamente, también dio el parte a la jefatura central de la policía nacional.
Yolanda no tenía la menor duda de que el destino había querido salvarle la vida, con esa sencilla pero intensa vivencia con el pequeño Tomás. Volvió a su casa “llorando de alegría”. Telefoneó a Dámaso, su agente, amigo, compañero, amor secreto, a fin de narrarle los hechos de los que había sido protagonista, escuchándola con atención y cariño. Sólo le dijo como respuesta algo enigmático
“Me alegro de que todo haya acabado bien. Mañana quiero que nos veamos, para hablar de un asunto importante para ti”.
¿Qué querría decirle? Al día siguiente todo quedó desvelado.
“Ya sabes que desde hace años me he preocupado intensamente, con tu confianza que agradezco, de tu carrera artística. Con el cariño, con el amor que te profeso, he buscado una hermosa salida para la situación de impase laboral que atravesamos. Creo que puedes hacer una gran y solidaria labor, enseñando a los. Que están empezando en el camino de la interpretación. En realidad, nada más que con tu ejemplo serías una excelente profesora. Tu misma, según me has comentado, asististe en tu juventud a una academia de interpretación. Si la idea te gusta y piensas que te va a enriquecer en lo humano, tengo echado el ojo a un local en los bajos de un gran bloque antiguo pero muy bien situado, no lejos de la Plaza de Callao, muy céntrico. El alquiler de esta local de 210 metros cuadrados no es excesivamente gravoso, e incluso pueden darte una opción de compra durante un año. Habría que hacerle unas reformas, en paredes, suelos y sanitarios, hacer unos vestuarios …Podrías trabajar sólo por las tardes o también por las mañanas, con algún ayudante. En cuanto a titulación, no necesitas ninguna, pues con tus décadas sobre los escenarios y delante del objetivo de las cámaras… tiene los conocimientos suficientes para ejercer una excelente labor de ayuda a los que empiezan. ¿Qué opinas de esta idea? He investigado en los documentos que llevaba Onésimo y he descubiertos unas partidas de dinero que te adeudan desde hace mucho tiempo. La estoy comenzando a recuperar. Es una tarea difícil, pero posible, pues no me están dando negativas a mis peticiones o reclamaciones. Con esos fondos ya tendrías una base económica o “colchón” para comenzar el proyecto. No lo dudes, es la mejor idea para que te sientas necesaria y feliz”.
En la actualidad, Esta gran artista de los escenarios se ha convertido en todo un referente para la enseñanza de todas las modalidades de la interpretación. Tiene tres ayudantes y el número de alumnos que acude a su centro TALLER DE ACTORES YOLANDA ARES es elevado, incluso con listas de espera para las nuevas matrículas. Goza con el respeto y admiración por parte de aquellos que empiezan en este apasionante pero difícil camino del cine y la interpretación teatral. Hay empresas del ramo que les envían a determinados actores para que mejoren en aspectos como la dicción, la logística escénica, la mímica gestual, los movimientos de brazos y piernas, etc. Tal es el prestigio de este centro, que incluso algunos productores cinematográficos contactan con esta gran y consolidada academia, para realizar sus castings de actores.
La sexagenaria Yolanda Ares, mítica estrella de las pantallas y los escenarios, se siente ahora útil, con un hermoso y didáctico quehacer, en estos tiempos tardíos de su existencia. Va a prestar ayuda y destrezas a todos aquellos que vocacionalmente han decidido caminar por entre las bambalinas escénicas o por la apasionante aventura cinematográfica de los rodajes, multiplicando la vida en otras muchas y atractivas vivencias que aplauden y disfrutan los espectadores. -
LUCIDEZ EN TIEMPOS
INFORTUNADOS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
06 enero 2023
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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