viernes, 30 de diciembre de 2022

12 CAMPANADAS DE ILUSIÓN FRATERNAL.

Una muy popular y tradicional constante lúdica del periodo navideño es el sorteo de la lotería, que normalmente tiene lugar en la mañana del 22 de diciembre. Es un sorteo diferente al que se realiza durante los restantes meses del año, con esa imagen emblemática de los dos bombos con diferente tamaño. El mayor de estos bombos contiene las bolas con los números sorteados, mientras el menor lo hace con las bolas que indican la cuantía de los premios. Son muchas las personas que ponen sus ilusiones y esperanzas en conseguir ese dinero, procedente de un sorteo que “cantan” los niños del Colegio de San Ildefonso. Todos esperan o que llegue ese premio “gordo” que puede ayudar a solucionar muchos problemas materiales en las familias. Y el que no consigue que su décimo o participación en ese sorteo esté premiado (al menos con la “pedrea”: devolución del dinero jugado) le queda el recurso y consuelo de esa repetida frase “A ver si tengo más suerte en el sorteo de “El Niño”. En este contexto temático se inserta nuestra historia de esta semana.

Mauro Trellada, 66 años, actualmente en situación de jubilación, había sido durante su vida laboral auxiliar de recepción y cocina en una afamada cadena hotelera. Su función en estos establecimientos turísticos consistía en atender a la clientela del establecimiento en sus correspondientes necesidades, recogiendo los equipajes y llevándolos a las habitaciones o al autocar de partida, además de informarse y gestionar los problemas de los huéspedes con los elementos deteriorados en sus habitaciones. También este auxiliar prestaba su colaboración durante la celebración de eventos y reuniones diversas desarrolladas en las instalaciones del hotel. En las épocas de elevada ocupación veraniega o festiva, se le pedía que ayudara en las tareas de cocina y en el comedor general, sirviendo en las mesas o atendiendo a los comensales en sus peticiones y necesidades diversas. Nunca había tenido una significación especial, sólo era un bien dispuesto y simple ayudante, siempre al servicio de lo que indicaran o mandaran sus jefes en el hotel y, por supuesto, lo que demandaran los clientes hospedados en los establecimientos de la cadena hotelera a la que estaba adscrito.

Ya jubilado, su vida se vio presidida por esa aburrida tranquilidad a la que hay que poner color en cada uno de los días. Aunque había estado residiendo en diversas zonas turísticas del país, decidió volver a Málaga, la ciudad en donde nació y vivió durante los años de infancia y juventud y en la que conservaba la propiedad de un pequeño piso que había heredado de sus padres, como hijo único. Cuando su edad ser acercaba al medio siglo de vida, hizo una especial amistad con Laura, una camarera del hotel en donde ambos trabajaban. Se casaron ilusionados “por lo civil” pero, al paso de las semanas y los meses en íntima convivencia, fueron comprobando cómo los caracteres de uno y otro iban chocando por las razones más nimias y banales. Para colmo, no hubo en su unión esa “soldadura” genética que ofrece tener descendencia y que de alguna forma facilita la permanencia unida entre dos personas. Se habían equivocado y amistosamente cada uno siguió su camino. Ahora, sin las obligaciones propias del trabajo diario, ocupaba su tiempo dando largos y lentos paseos asistiendo a las salas de cine o a otros espectáculos promovidos por las instituciones culturales de la ciudad. Aunque iba conociendo y tratando a otras personas de su perfil generacional, nunca llegaba a intimar en demasía con ellas, pues prefería mantener su privacidad. Tal vez el paso del tiempo por su vida le había hecho más reservado, con respecto a las personas que iba conociendo en esos recorridos por las calles y salas culturales de la ciudad.

La situación económica de Mauro era modesta, aunque contaba con una pensión de la Administración que le permitía afrontar dignamente el día a día, pero sin grandes alardes o gastos extraordinarios en el consumo. Y llegó ese tiempo que genera alegrías, al menos externamente, de la Navidad. Una mañana de diciembre, paseando por el entramado urbano, como hacía casi todos los días, pasó por delante de una agencia de loterías del estado. Tuvo esa corazonada que a todos en alguna ocasión nos afecta, cuando vio en el expositor de la agencia un décimo para el sorteo del día 22, cuyo número finalizaba en ---66. Al igual que la edad que en ese momento alcanzaba su existencia. No era realmente asiduo a los juegos de azar, sólo aceptaba esa participación que entre los compañeros de hotel repartían para determinados sorteos, como el navideño “del gordo”. Tuvo uno de esos “prontos” que vienen a nuestro ánimo, normalmente sin una base racional certera. Le pidió a la señora lotera, dos décimos de ese número, que la vendedora le entregó con una amable sonrisa, previo cobro de los cuarenta euros correspondientes.

Estos insólitos hechos pueden ocurrir. El número premiado con “el Gordo” en el sorteo de la lotería de Navidad ese año estuvo muy repartido, siendo Málaga una de las ciudades agraciadas. Entre los poseedores de ese mágico número, estaba Mauro, con sus dos décimos por los que había tenido tan lúcida corazonada. La alegría en su persona era intensa, increíble, incluso desbordante. Él, que nunca había significado “nada” para nadie, que se había pasado su vida obedeciendo las órdenes o indicaciones que otros le daban, por esa acertada corazonada, era poseedor de dos décimos premiados con el premio gordo de la lotería nacional. El solitario Mauro iba a cobrar un buen pellizco de Hacienda. Un tanto nervioso, acudió el día siguiente al del sorteo al banco que tenía más cerca de su casa, situada en el barrio de Lagunillas. El reloj marcaba las nueve en punto de la mañana. Cuando entró en la oficina, un empleado que ocupaba el mostrador de la caja le dijo mecánicamente que se pusiera la mascarilla, levantándose de su puesto y poniéndose a efectuar una llamada telefónica que duró unos largos minutos. El director de la oficina (sólo dos operarios para atender a unos clientes que esperaban haciendo acopio de paciencia) pasó por el lado de Mauro, que era el primero de la fila, sin dar los buenos días u otro tipo de saludo. Los clientes de la entidad (a esa temprana hora ya había cuatro detrás de Mauro) esperaban su turno con santa paciencia. Cuando al fin el cajero volvió a su puesto de trabajo, con cierta displicencia, le preguntó qué deseaba. Entonces el antiguo auxiliar hotelero extrajo de su cartera los dos décimos premiados con el Gordo, poniéndolos encima del pequeño mostrador que había fuera de la mampara transparente que protegía al empleado bancario.

“Quiero ingresar en mi cartilla de ahorros estos dos décimos del premio gordo de la lotería que se jugó ayer, día 22. Creo, según he consultado por Internet, que cada décimo está premiado con 400.000 euros”.

A partir de aquel instante, la actitud del cajero cambió de manera radical, pasando de esa rutina mecánica en el trato a mostrar un servilismo exagerado, teatral y cómicamente ridículo hacia el cliente que iba a ingresar en la sucursal 800.000 euros. El operario hizo una llamada, era más que evidente que habló con el director de la oficina, don Inocencio, quien a los pocos segundos estaba saludando efusivamente al sorprendido Mauro, ofreciéndole que pasara a su despacho ya que él mismo se iba a encargar de atenderle. Le ofreció sentarse y puso en sus manos una ostentosa agenda para el 2023, como regalo de la entidad al tan cualificado cliente. La expresión inicial innominada del cajero para dirigirse al impositor (¿Qué desea Vd.? o Sr. Trellada) se había transformado, en boca del obeso director de la sucursal, en don Mauro, amigo Mauro, distinguido Sr. don Mauro… nos sentimos muy honrados con su presencia …)

Tras abandonar aquel ambiente de falsa camaradería en la entidad financiera, se dispuso a dar un largo paseo hacia los jardines del Parque. Pensaba que, hasta aquel día, él no había sido alguien distinguido o importante, sino un “don nadie” ignorado por todos salvo para esas órdenes que durante toda su vida laboral había tenido que cumplir sin rechistar. El destino le había abierto las emocionantes puertas de la suerte, ofreciéndole ahora la posibilidad de poder gastar en sus caprichos, sin las cortapisas de la prudencia ante los límites de su muy modesta pensión. Comenzó a darle vueltas al alegre aturdimiento en que se encontraba “navegando” su mente, buscando un primer motivo, capricho o gran regalo, con el que quería empezar a cambiar la vulgaridad que había presidido o dibujado los 66 años de su vida. Entonces reparó en que aquello que más incidía para el dolor en su existencia era obviamente la soledad, la falta de calor humano o fraternal. Apenas tenía “familia”. Había sido hijo único, de unos padres ya desaparecidos desde había muchos años. Tenía unos parientes lejanos, por parte de madre, residentes en Cercedilla, con los que apenas había tenido contacto en décadas. En cuanto a su ex Laura, sólo sabía que había rehecho su vida, uniéndose a un policía municipal viudo, con tres hijos a su cargo, más el que ella trajo al mundo, tras su vínculo matrimonial con el agente local destinado en el municipio toledano de Consuegra. Aunque inevitablemente la cena de Nochebuena la iba a pasar solo, a lo que ya estaba penosamente acostumbrado, pensó en la de Nochevieja, con la despedida y entrada de la nueva anualidad. Sería emocionante hacer la cena de esa noche especial rodeado con algunas personas, que también agradecieran el valor y calor de la compañía, compartiendo unas horas de amistad. Ahora tenía medios económicos para preparar unos suculentos alimentos que hicieran más grata esa reunión con personas “anónimas” a las que nunca antes había conocido. El salón/estar de su piso no era muy espacioso, pero juntando dos mesas podía muy bien habilitarse espacio para cinco o seis invitados. Pero ¿cómo seleccionar a esos hombres y mujeres que le iban a acompañar en la tarde noche del 31?

Estuvo toda la tarde dándole vueltas a la mejor forma para elegir a las mejores personas desconocidas.  Al fin, ya en la noche, sentado ante su ordenador, se le ocurrió un habilidoso mecanismo para tan peculiar tarea, a modo de casting. Pondría un anuncio en su perfil de Internet.

 

Si estás solo en la Noche del día 31, te invito a que compartas mi cena en unión de otras seis personas que no conoces. Durante los días 26 y 27, entre las 10 de la mañana y la 1 de la tarde, podrás llamar a un número telefónico, en el que te atenderé durante no más de cuatro o cinco minutos, haciéndote unas básicas preguntas: nombre, edad, profesión y motivo fundamental para querer acompañarnos en esa cena. El día 28 te confirmaré si has sido elegido. Mi número de móvil comienza por 686 y termina en 393. Los tres números que faltan los podrá hallar entre los de una muy importante fecha histórica. Un poco de ayuda: esos tres números que faltan suman 15. Espero tu llamada. Señor M.

 

Este enigmático mensaje, a buen seguro que fue leído por muchas internautas o trasmitido por el “boca a boca” de los comentarios curiosos. No era muy difícil averiguar el número a donde efectuar la llamada para la “inscripción”, aunque tampoco fácil, si no se tenía una mínima cultura histórica. Mauro recibió 47 llamadas, entre las que tuvo, tras tomar los correspondientes datos, para decidir quiénes serían los seis “desconocidos” que le acompañarían en la fiesta/cena para la despedida del año. Efectivamente, el día 28 comunicó a esos seis peticionarios que habían sido elegidos para la cena, indicándoles también las señas a donde debían de dirigirse, no más tarde de las 20:30 del día 31. Mauro utilizó varios criterios, a fin de sustentar la elección: equilibrio entre hombres y mujeres, a ser posible tres y tres. Credibilidad en sus respuestas. Motivos por el que estaban solos en un día tan emblemático o significativo, entre todas las fechas del año. Trabajo que desempeñaban o habían desempeñado. Y, sobre todo, que se tratara de personas ciertamente humildes o modestas. ¿quiénes fueron los afortunados que estaban llamados a compartir la cena con el misterioso anfitrión?

TEODORO, 39 años, soltero y asalariado del taxi. Sufre el “maltrato” económico y psicológico del propietario del vehículo, un personaje nítidamente explotador. Este conductor del servicio público se había separado recientemente de su mujer, habiendo estados unidos casi tres lustros. Su exmujer se había llevado con ella a su hija adolescente y ahora residía en soledad en una habitación realquilada, con derecho a servicio y cocina y por la que pagaba 300 euros mensuales, más una cantidad prorrateada por el gasto de agua y de electricidad.

JENARO, 56, también soltero, se gana la vida vendiendo almendras y peladillas en el Parque y en otros lugares de amplia concurrencia. Durante años había estado empleado en pescadería, pero una mañana él y sus compañeros tuvieron conocimiento de que su jefe había descapitalizado la empresa de congelados. Se vio en la calle y sin protección, porque este jefe desleal había estado incumpliendo su obligación de pagar las cuotas de la seguridad social de sus trabajadores. Viéndose en una situación económica desesperada, se puso a buscar trabajo con urgencia, pero en las puertas donde llamaba le respondían que no querían o necesitaban a nadie con su edad. La única tarea que encontró valida fue la venta de almendras y peladillas, a esos niños que iban al parque, acompañados de sus padres, para jugar, correr y saltar.

LORETO, (en su sexta década), una mujer de la vida. En sus mejores años físicos, tuvo una selecta clientela, siendo compensada económicamente con generosidad por la prestación de sus cálidos servicios. Ahora, avanzando en los sesenta, su negocio afectivo ha decaído drásticamente en la demanda. Su drama es que el truhan que dirigía el “negocio” fue dilapidando todos los ahorros que había generado con su diario esfuerzo. Se ve obligada a vivir, en esta su época de decadencia para su oferta, junto a una hermana mayor con la que en ningún momento se llevó bien, recibiendo con harta frecuencia el maltrato y humillación física y psicológica de aquélla. La ilusión por despedir el año con personas a las que no conoce la tiene muy entusiasmada.

VALERIANO, 34 años, empleado de una estación de servicio. Siempre ha llevado, con elegancia y discreción, su natural homosexualidad. Vive solo, pues sus padres, personas muy ultraconservadoras y acomodadas en su estatus económico y social, se negaron a aceptar a un miembro familiar de esa “naturaleza”. El padre, don Viriato, es capitán del ejército de tierra, mientras su madre, Saturna, ejerce como profesora de religión en un centro privado de ideario intensamente confesional. Una frustrada y dolorosa experiencia convivencial con un compañero de trabajo le ha obligado a internarse durante unas semanas. Ya más recuperado, se siente ilusionado con esta experiencia “inédita” del día 31.

LIRIA. Nacida en Portugal, físicamente aparenta más años de los 29 que tiene. Hija de madre española y padre portugués. Con 13 años, abandonó un hogar carente de amor y armonía, itinerando por lóbregos centros de la existencia. Una pareja del mundo marginal le enseñó la técnica del trabajo en piel, para lucrarse con su esfuerzo. Hace un par de años recaló en Málaga, sustentando sus necesidades básicas con la venta callejera de los productos artesanales que con destreza elabora. Cree que su último intento por salir del mundo de la droga puede resultar exitoso. Despedir el año con personas que son ajenas a su lúgubre recorrido por la vida, motiva su ánimo y fe en el cambio urgente de su trayectoria. 

FELIPA. 35 años. Se expresaba muy bien, cuando contactó con Mauro, ajustando perfectamente sus palabras. Nacida en el seno de una familia muy religiosa, practicantes diarios de las celebraciones litúrgicas. Hija única y tardía de unos padres ya muy mayores. Le pusieron ese nombre en recuerdo del patriarca familiar Felipe Reinal, fundador de una importante empresa del automóvil. Educada bajo rígidos principios religiosos, a los 18 años hizo público su deseo de profesar como religiosa, en las Hermanas Reparadoras. El gozo de sus padres era inmenso. Estuvo adscrita a varias residencias de mayores dirigidas por estas Hermanas durante catorce años. En un momento de confusión anímica, tomó la decisión de abandonar la senda que había emprendido. Sus roces ideológicos y de opinión con otras hermanas le reafirmó en ese trascendente paso de la secularización. Ahora imparte clases de religión en un centro concertado de educación Primaria. El paso dado en su vida golpeó severamente en la soberbia de unos padres inmensamente dolidos y defraudados, quienes le cerraron literalmente las puertas del hogar familiar. Su ilusión es poder formar algún día una familia. Cuando Mauro conoció esta historia, no tuvo duda alguna en elegirla.

Fueron seis las personas seleccionadas, aunque las llamadas que el antiguo auxiliar de hotel recibió durante los dos días de plazo multiplicó ampliamente ese número. Seis personas caracterizadas por el trauma innoble y doloroso de la soledad existencial, carga anímica que iba a quedar “aparcada”, al menos durante esa noche de fin de año, por la ingeniosa y generosa actitud de otro ser solitario, que gracias al juego de la lotería podría permitirse esa noble acción. Sin reparar en los gastos, Mauro deseaba dar lustre y realce a esa cena y fiesta en el domicilio de su propiedad. Aunque compró algunos alimentos complementarios, encargó la cena para siete a una empresa de catering especializada en preparar bien el evento. Podía permitírselo, gracias a la estupenda cuantía del premio conseguido con las bolas de la suerte. Un par de empleados de la empresa Lepanto llegaron a su casa, a eso de las 7:30, llevando en unas vasijas térmicas los correspondientes menús, que después habría que recalentar unos minutos al microondas. 

Mauro había indicado a los seis acompañantes de esa su noche, que podían ir llegando entre las 7:30 y las 8. La cena no comenzaría hasta las 21 horas, por lo que estimaba que esa hora intermedia sería muy fructífera para tomar las primeras copas e ir trabando ese conocimiento mutuo que abre las puertas de la amistad. Aunque nada les había pedido, cada uno de los seis invitados tuvieron el simpático y educado gesto de aparecer con pequeños obsequios. Tanto para el anfitrión de la cena, como para los demás compañeros asistentes. Teodoro, el taxista, llevó seis vales para un viaje gratis cada uno en taxi, a realizar dentro de la ciudad. El vendedor ambulante de almendras, Jenaro, entregó a cada compañero de mesa sendas bolsitas de sus mejores almendras. Loreto causó sensación con sus seis pañuelos de seda, estampados con bellos colores. La artesanía de la piel también tuvo protagonismo con las dádivas. Liria entregó unos simpáticos colgantes del cuello, trenzados con tan natural material. Los bombones de Valeriano también gustaron, así como esas medallitas del Sagrado Corazón que regaló la ex hermana Felipa.

Cenaron un suculento menú en un ambiente de franca camaradería, en la que cada uno de los asistentes narró y compartió algo de su vida, sus miserias, logros y realidades, aunque hubo algunos más explícitos, como fueron los casos de Jenaro, Teodoro y Loreto. Después Felipa propuso cantar unos villancicos, a lo que todos accedieron, con gran voluntad y con diferentes desentonos en el improvisado grupo coral. Poco a poco fue desapareciendo entre ellos los típicos recelos ante personas desconocidas y las risas desenfadas fueron tomando cuerpo entre seres necesitados de amistad. En realidad, lo más importante de esta inteligente experiencias, para las siete anónimas vidas implicadas, no fue el contenido del menú, ni los regalos aportados, sino que un grupo de personas sin suerte, poco importantes en su relevancia social, gozaron en esa noche especialísima del regalo incalculable de la amistad. Estar juntos, conocerse un poquito mejor, olvidar esas incómodas “oscuridades” que pesaban en sus pasados, abrir ventanas a la esperanza … todos esos valores se habían generado a partir de la decisión de otro hombre sin suerte, Mauro, que consiguió el gran regalo de no estar otra vez solo, cenando en silencio delante de la televisión. Lógicamente entre ellos, unos intimaron más que otros, pero en general habían logrado sembrar la dulce y necesaria simiente de la amistad. Tomaron, con alegría y buen humor, las doce uvas, al son de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol madrileña.

En los momentos previos a la despedida, se prometieron la intencionalidad de reunirse periódicamente (podría ser una vez al mes) buscando el lugar adecuado para la cita. Se comentó que podrían hacerlo en los jardines del Parque o en las amplias dependencias del Puerto o en ese cuadrante de frondoso arbolado, tan coqueto y romántico, como era la Plaza de la Merced. Mauro siguió ofreciendo su casa, aunque también alguien aludió que sería bueno salir a la naturaleza y echar todos juntos un buen día de campo, respirando y gozando esa brisa aromática que sopla desde cualquier punto de la atmósfera. Había nacido una nueva oportunidad para sus vidas. Estaba en sus manos saber aprovecharla, con inteligencia y generosidad.

 

 

12 CAMPANADAS

DE ILUSIÓN FRATERNAL

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 diciembre 2022

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

jueves, 22 de diciembre de 2022

CUATRO VIDAS, EN EL DIA DE NAVIDAD

La convivencia entre personas no resulta fácil, especialmente en uniones prolongadas. Para demostrar lo contrario, hay que aprender y practicar, durante cada uno de los días, la generosidad de compartir, de comprender, de escuchar, de ceder, de soportar. Seguro que otros añadirán a estos importantes valores, querer y amar.  Los personalismos, los egos, la aburrida rutina y esa forma familiar de intolerancia, son lesivos e inadecuados elementos para esa complicada aventura de vivir en pareja. Esta muy breve introducción a nuestro relato nos apremia a desarrollar la narración de una común historia desarrollada en el marco relacional.

DARIO y MARA (Maruja) llevan conviviendo matrimonialmente durante diez años consecutivos. En parte por decisión propia, aunque también por alguna razón médica u orgánica (que nunca han querido afrontar) no tienen descendencia en su unión. Ambos han entrado ya en la cuarta década existencial. Darío, 43 años, tiene un puesto fijo de trabajo como comercial en unos afamados grandes almacenes, estando en los últimos años adscrito al departamento o sección de electrodomésticos, gama blanca. Por su parte Mara, dos años menor que su compañero, también goza de estabilidad laboral, trabajando como auxiliar de enfermería en un centro hospitalario de titularidad privada. Esa normalizada vida en común que va sumando años, con las repetitivas rutinas que han impuesto a sus vidas, les ha ido provocado un “enfriamiento afectivo” progresivo en su relación cotidiana, en la que cada vez encuentran menos incentivos, aunque siguen permaneciendo juntos sin preguntarse con valentía el por qué. El carácter de uno y otro tampoco ayuda mucho para superar ese aburrimiento, más o menos disimulado, que su relación de pareja de manera preocupante ha alcanzado.

Darío es hijo único y desde siempre, aunque lo niegue cuando el tema surge en las discusiones o roces, en el fondo de su ser prima el ego personal. Posee una elevada autoestima. Es bien parecido (alto, cabello moreno, ojos celestes, elegante delgadez en un cuerpo sin grasas) extrema el cuidado con el aseo y la vestimenta, siendo bastante presumido, simpático y vanidoso, haciendo alarde de “congeniar” y “ligar” con las compañeras más jóvenes del centro comercial por las que se siente intensamente atraído. En cuanto a su pareja familiar, Mara, es una mujer de naturaleza ambiciosa, pues en lo más hondo de su ser mantiene el objetivo de poder alcanzar algún día un “mejor partido” conyugal. Echa de menos, con sufrimiento, ese lujo que no posee. Le encantaría viajar, actividad que con pesadumbre no lleva a la práctica. Realmente le gustaría ser pareja de una persona importante, situación con la que halagaría sus deseos y proyectos materiales, dando así un mayor color a la vulgaridad con la que percibe su vida. No destaca físicamente en sus valores estéticos, ofreciendo su figura corporal una imagen dentro de la normalidad. Sólo que tiene una “penosa” tendencia a la acumulación de gramos en su peso, para los que de continuo aplica diversas estrategias que, en general, no le ofrecen la solución definitiva. Integra demasiado bien todo lo que ingiere, abusando en ocasiones del “picoteo” debido a la insatisfacción que su subconsciente soporta.

Con una diferencia de escasos meses y cada uno por su cuenta, pura coincidencia del azar o los caprichos del destino, han centrado sus ilusiones frustradas en dos personas cercanas, con las que comparten la actividad en el ámbito laboral. Cada uno ha focalizado sus deseos en esos dos compañeros, manteniendo familiarmente su “infiel comportamiento” en el más celoso secreto, traviesa actitud que les enriquece psicológicamente.

En el caso de Darío, su mirada, imaginación y mente caprichosa se ha centrado en una joven y bella compañera de trabajo, adscrita al departamento de perfumería, que se llama CARLA, a la que supera en doce años. Ve en esta chica la juventud que él va aceleradamente abandonando, esa belleza corporal que él va perdiendo y esa novedad sexual que su instinto cambiante va necesitando, para vitalizar su diaria y aburrida rutina. Carla es zalamera, agradable, simpática, ocurrente y, tal vez, deliciosamente impulsiva. Justo lo que él, todo un “cuarentón” cronológico y mental, anhela o necesita como sutil o milagrosa terapia existencial.

El vacío anímico que sufre Mara trata de llenarlo poniendo sus esfuerzos ilusionados en la persona de un apuesto y prestigioso doctor en cirugía, llamado ARNO, al que supera en nueve años, como también le ocurre a su marido con la joven Carla. Ser la compañera sentimental de un doctor en medicina es para ella una difícil pero muy anhelada ilusión. Se imagina acompañándole a congresos de su especialidad, ya fuesen en territorio nacional o extranjero, disponiendo de una mayor disponibilidad económica para sus caprichos y ostentaciones, gozando de la aureola social de ser la compañera de un médico especialista. Este apetecible objetivo no lo ve fácil, pero aplica a la consecución del mismo todos sus esfuerzos y habilidades. En realidad, tras la aparencial y exitosa vida de este cirujano, su vida ha sido todo lo contrario de un “camino de rosas”. Sumido en la orfandad (padre y madre) desde su más tierna infancia, fue criado y educado por unos tíos que precisamente formaban una familia numerosa y con los que nunca supo entroncar afectivamente. Muy voluntarioso en el estudio y en el cumplimiento de sus obligaciones, fue consiguiendo un notable éxito profesional en el ejercicio de la medicina. Pero tras una brillante apariencia, se esconde una persona solitaria, sentimentalmente insegura, mentalmente taciturno, que se siente feliz con las ocurrencias y disponibilidad permanente de la auxiliar Mara, que con sus aviesas habilidades sabe arrancar al pensativo y “entristecido” doctor esas sonrisas que compensan las carencias afectivas de un gran especialista en lo profesional, pero con una débil humanidad lastrada por una profunda historia de soledad. Arno siempre ha necesitado a una madre, a la que echa en falta desde que tenía ocho años, cuando desgraciadamente la perdió.

Tanto Dario como Mara tenían sus motivaciones e incentivos para cambiar, drásticamente, su vida relacional. Por ello, en una lúcida y muy templada noche de junio, de una manera espontánea y al unísono, se miraron a los ojos y coincidieron en el pronóstico y terapéutica para sus limitaciones y carencias anímicas. Supieron poner las cartas boca arriba, de una manera serena, racional y civilizada, en donde no hubo rencores ni disputas: “Hasta aquí hemos llegado. Es la hora de que cada uno de nosotros recorra su propio camino”.

Tras esta sensata y amistosa ruptura, uno y otro centraron sus esfuerzos en las nuevas experiencias que se les presentaban. La novedad, casi siempre, suele ser ilusionada. Darío no tuvo especial dificultad en vincularse con Carla, que sabía muy bien aplicar sus encantos físicos y la delicadeza de trato con un “rejuvenecido” compañero, que se esforzaba en disimular los doce años que le separaban por edad de su nueva compañera afectiva. Y en el caso de Mara con el cirujano, la ilusión era recíproca. Arno, sin suerte en el amor, tenía al fin una “madura” compañera en la que apoyar sus carencias sentimentales desde la infancia. Profesional y económicamente sabía complacer los numerosos caprichos de la auxiliar de enfermería que, gracias a su influencia, fue situada en un nuevo puesto de mayor responsabilidad y superior retribución: supervisora de los suministros médicos para el hospital. Mara se enorgullecía de ser la compañera afectiva del joven Dr. Arno. Ese plano social al que ahora llegaba, le halagaba y complacía para sus caprichos de ostentación ante los demás. Renovó por completo su vestuario y añadió un interesante cambio residencial, trasladándose a la vivienda que poseía el joven doctor en una prestigiosa y cara urbanización de la costa. Mara daba un salto placentero en la escala social aunque, dada su edad, carecía del tiempo orgánico suficiente para gestar esa descendencia genética que ansiaba su nuevo e ilusionado compañero.

Al paso de los meses, los verdaderos caracteres de unos y otros comenzaron a mostrarse explícitos. La nebulosa de la ilusión se había ido volatizando. La brillantez de la novedad se había ido tornando en el mate desalentador de la rutina. Para Darío, la novedad sexual con Carla se había ido saciando y agotando. Dado su especial carácter no cesaba en la aventura de buscar nuevos caprichos para su ansiedad física e imaginativa. Carla era una joven con mucho ímpetu vital, que comenzaba también a darse cuenta de lo que realmente deseaba su compañero de trabajo y de convivencia. Por supuesto que éste no era favorable a pasar por la normalidad del Registro Civil, a fin de legalizar su unión. Los doce años que les separaban pesaban o condicionaban su muy activa vitalidad proyectada para los fines de semana, objetivos que Darío trataba de eludir. Lo que realmente él necesitaba era la tranquilidad del hogar, con el sexo diario correspondiente.

En la otra nueva pareja, Arno buscaba, más que una esposa, esa madre que apenas pudo llegar a gozar, con los problemas y traumas sentimentales subsiguientes desde la infancia. Paulatinamente se iba dando cuenta de que la pretensión básica de Mara es la de convertirse en una gran señora, la esposa del Dr. Los gastos de su compañera aumentaban paulatinamente, sustentándose en la tarjeta Visa de su marido. Ese ritmo de gasto material también compensaba la realidad humana y psicológica que veía en su pareja: un excelente profesional, algo “tarado” por sus concionantes infantiles no superados. Al igual que en la pareja de Dario y Carla, Arno y Mara iban sobrellevando la situación, disimulando como podían ese íntimo sentimiento de sentirse defraudados y cada vez más cansados y aburridos con los cambios drásticos en sus vidas que asumieron meses atrás.

Y llegaron, fiel a la aritmética del calendario, las efemérides entrañables de las FIESTAS NAVIDEÑAS. Para los cuatro personajes de esta historia, el tiempo había ido reduciendo el excitante fulgor inicial de la convivencia con la nueva pareja. Les estaba ocurriendo algo parecido a esa emoción que nos hace vibrar cuando al fin conseguimos ese cambio o ese regalo largamente ansiado. Una vez que se posee, va desapareciendo el ardor tensional que nos emocionaba y aceleraba los latidos cardiacos. Especialmente y en este caso, la emoción de la novedad relacional. Esta modificación sentimental afectaba, de manera especial a Darío y a Mara. El primero, una vez saciada sus ilusiones tardías hacia esa juventud irremediablemente perdida, con la joven Carla, apetecía nuevas emociones y experiencias. Mara a pesar de haber satisfecho sus ambiciones materiales y sociales, comprobaba en el día a día, que su joven compañero de vida, Arno, era una persona sobresaliente en lo profesional, pero intensamente inmadura, por unos duros antecedentes infantiles, extrañamente no superados. La rutina, previa al aburrimiento iba llegando a sus vidas, que en lo íntimo comprobaban que la mecánica sexual cada vez les satisfacía menos, alejándose de los ambiciosos límites o destinos que habían diseñado en sus comienzos relacionales.

Lo más curioso del caso es que tanto Darío como Mara tenían conciencia de que los antiguos sentimientos que ambos se habían profesado no habían desaparecido, en absoluto, de sus corazones. Fue el comercial de los grandes almacenes quien primero telefoneó a su antigua pareja, ahora con puesto importante en el organigrama hospitalario, para felicitarle la Navidad. Estuvieron conversando durante casi treinta minutos, tiempo del que no eran conscientes, pues con esa vuelta al pasado, para su asombro, se sentían de nuevo insólitamente vitalizados. En cuarenta y ocho horas, Mara devolvió la llamada a su antiguo ex. El sentido de esa comunicación consistía en la audaz propuesta que Darío le había hecho, consistente en reunirse en el antiguo piso que ambos habían compartido (y que seguía ocupando Dario con Carla) para celebrar juntos la comida de Navidad. Cada uno con su actual pareja Por extraño que parezca las palabras pronunciadas por su antiguo cónyuge llenaron de emoción a la calculadora Mara:  

“Puede ser emocionante, simpático y gozosamente travieso, inolvidable Mara, que para ese almuerzo celebrado el día de Navidad estemos los cuatro juntos. Yo convenzo a Carla y tú lo haces con tu médico… al que siempre confundo u olvido su nombre, ¡Eso es, Arno! ahora al fin me he acordado. Puede ser de lo más divertido y sugerente vernos los cuatro sentados a la mesa. Va a ser una “entrañable” y excepcional experiencia, que difícilmente la vamos a olvidad con el tiempo”.

Aunque en principio Arno y Carla no se creían la propuesta que les hacía sus respectivas parejas, mostrando severas discrepancias acerca de formar parte de ese insólito cuarteto que no llegaban a comprender, poco a poco fueron entrando en razones, considerándolo como una muy traviesa ocurrencia que se les había ocurrido a sus respectivos cónyuges. En definitiva, era una opción más, a fin de estimular unas relaciones que estaban cayendo, en el día a día, en el peligroso océano sin fondo de la monotonía y la vulgaridad.

Darío y Mara se encargaron, en los días previos al almuerzo navideño, de comprar lo necesario (básicamente, comida preparada, que sólo había que calentar al microondas) para que nada faltara en tan singular ágape. Fijaron la hora de la reunión “familiar” para las dos de la tarde. Cuando sonó el timbre de la puerta, anunciando la llegada de la antigua residente en el domicilio, acompañada de su apuesto y un tanto confuso cirujano, que seguía sin ver claro el sainete que había organizado su bien dispuesta compañera, para todo lo que fuera buscar diversión y “pimienta” en su complicada cabeza organizativa, Darío puso en marcha los tradicionales villancicos (comenzando por el Jingle bells, al que siguió el inconfundible Ya vienen los Reyes Magos…) que tenía cargados en su móvil, que comenzaron a sonar a toda potencia por el potente bluetooth, que se había traído el día anterior del gran comercio, en el que él y Carla trabajaban, como un regalo adecuado para ese día del peculiar reencuentro con una golosa reunión culinaria.  

Tras darse los besos y los apretones de manos, aplicando la más exquisita y educada cordialidad, abrieron de inmediato una botella de sidra bien fría (tenía que ser El Gaitero) pues Mara había advertido a su ex que al médico no le agradaba el Cava ni el Champán. La tensión y el nerviosismo estaba especialmente marcado en los rostros de Arno y Carla, mientras que Dario y Mara dominaban con habilidad y delicadeza este encuentro de Navidad entre cuatro personas vinculadas en los sentimientos. La comida se desarrolló en un ambiente cordial. Precisamente fueron Arno y Carla quienes más hablaron, aportando esos datos amables para identificar a sus personas, con lo cual la armonía y el afecto coloquial fue entrando en un ambiente gratamente cálido, animado por esos villancicos que no cesaban de sonar. En realidad, todos se sentían entretenidos y confortados ante un encuentro no usual entre una pareja rota y sus nuevos compañeros sentimentales.

A medida que avanzaba esa tarde del 25 de diciembre, la atmósfera anímica entre los cuatro participantes se fue relajando de las iniciales “tiranteces” y fueron surgiendo propuestas de divertimento para intensificar el buen ambiente que se respiraba y sentía. En la sobremesa, confortada por esa botella de anís “El Mono” que Darío puso sobre la mesa, junto a los dulces de Navidad, la actividad no cesaba, sino que se incrementaba por nuevas propuestas que distraían y recordaba sus respectivas infancias. El juego de parchís y de naipes rellenó unos muy divertidos minutos, entre cuatro adultos transformados para la oportunidad en almas infantiles para la diversión. El anís también los animó a entonar villancicos, acompañando a los que sonaban por el potente bluetooth situado en la balda de la estantería que también sostenía decenas de DVD cinematográficos, afición que siempre había motivado los intereses del propietario de la casa. Las dos mujeres acordaron preparar unas torrijas de miel y canela para acompañar al chocolate caliente de la merienda. Y ya para la noche y como mejor solución acordaron solicitar un par de pizzas, con diferentes ingredientes, completando la cena con el trozo pastelero de tronco navideño que había sobrado en el postre del almuerzo.

Al fin Dario tuvo el buen acierto de cambiar las grabaciones que sonaban por el altavoz, poniendo una música relajante que les vino muy bien para acomodarse en el mullido tresillo del salón, mirando de forma mecánica lo que emitían por la pantalla televisiva. En silencio y pasando de la emisión televisiva, los pensamientos de unos y otros eran variados, pero coincidentes en una idea que sobrevolaba por esa atmósfera de rencuentro e intercambio afectivo que tanto necesitaban: ¿Por qué no podemos seguir siendo amigos, si nos necesitamos para afrontar juntos las rutinas, los aburrimientos y las ocres soledades, generadas en nuestras sencillas y modestas vidas?

Una vez finalizada la cena, Carla sugirió que los cuatro salieran a fin de dar un paseo bajo el entorchado cromático de las luces navideñas en la ciudad. El cielo mostraba una noche limpia de nubes y la atmósfera, aunque húmeda por la proximidad marítima, no era demasiado incómoda en lo térmico, pues la temperatura oscilaba entre los 14 y 15 grados. Las dos parejas caminaban separadas por esos centímetros de distancia educada para la privacidad. Cerca ya de las doce, en la medianoche, entraron en una cafetería del puerto, aun abierta para la clientela noctámbula, a fin de tomar una última infusión relajante que acomodara los cuerpos, bien abrigados, para el inminente descanso en los sueños.

Aquel 25 de diciembre había sido un día especial para estas cuatro vidas, vinculadas racionalmente a esa amistad compartida que tan bien ennoblece y gratifica. La próxima gran cita acordada sería en el domicilio “señorial” del Dr. Arno y su compañera Mara, en la última noche del año, una Nochevieja que sería Nueva para todos ellos. Escucharían las doce campanadas, hermanados y “mutuamente” dispuestos para combatir el hastío de la soledad en las acciones repetitivas de cada día. Aquel lúcido y fraternal día de Navidad se despidieron con apretones de manos y besos en la Plaza de la Marina, bajo el artificio de unas luces con sueño, que alumbraban de colores las risas y ocurrencias de grupos de jóvenes que “desbordaban” vitalidad. La alegría sobreactuada de estos chicos era observada y envidiada con añoranza por cuatro vidas que en ese magno día del año habían sabido aceptar con inteligencia su cansina e inevitable realidad. -

 

 

CUATRO VIDAS,

EN EL DÍA DE NAVIDAD

 

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

23 diciembre 2022

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/



 

viernes, 16 de diciembre de 2022

EN UN LUGAR PERDIDO DE LA PLANICIE CASTELLANA.

Al técnico en programación digital ANDRÉS Niño Redial, 39 años, casado y sin hijos, le resultó extraña y precipitada, la celebración de un cursillo de actualización informática, en fechas tan inmediatas a las fiestas de Navidad. Sus superiores le aclararon que la decisión procedía de las “altas esferas empresariales” en plena lucha por dominar un mercado en constante, acelerada e incluso “endiablada” renovación, por los continuos avances en el campo de la velocidad y versatilidad digital. Parece ser que la inmediatez del curso estaba originada por la aplicación del 5 G en la comunicación inalámbrica. El problema para él (también para los demás asistentes) era que dicho curso, a celebrar en las abulenses tierras de Arévalo, comenzaba en la tarde del 22 de diciembre. Como jefe del departamento técnico, no le quedaba otra salida que la de asistir a esta convocatoria de ámbito nacional. Su empresa, radicada en el Parque Tecnológico de Andalucía en Málaga, así lo había decidido. Por consiguiente, tendría que desplazarse desde la ciudad en que nació y trabaja, hasta esa localidad de la provincia de Ávila, a la que nunca había visitado.

El cursillo duraría dos jornadas, las del 22 y la del 23, en el último mes del año. No se le ocultaba que la sesión de clausura, en la tarde del segundo día, se prolongaría hasta bien tarde. Los organizadores habían previsto una cena de despedida para los asistentes, en la que no debería excusar su presencia, por las relaciones personales que lógicamente se consiguen durante su desarrollo. A causa de esta realidad prolongó su reserva de dos días en el Hotel Posada Real de los Cinco Linajes, en donde iba a hospedarse, añadiendo también la noche del 23. Ya en la mañana del 24 emprendería, muy de mañana, el deseado viaje de vuelta a Málaga, a fin de estar presente en la fraternal cena familiar de esa noche tan emblemática, previa al día de Navidad.  

El día en que emprendía el viaje se despidió de su mujer ESTHER (decoradora escaparatista) a la que aseguró que no se preocupara, pues para la cena de Nochebuena estaría ya de vuelta en Málaga, ya que estaban invitados, junto a otros familiares, en casa de los padres de ella. Había decidido viajar a la monumental ciudad castellana utilizando su querido y muy veterano Volkswagen, de color gris plateado y “heredado” de su padre, un “solido” vehículo de excelentes respuestas a lo largo de sus 17 años de uso. Deseaba tener absoluta disponibilidad para el desplazamiento, en unos días en los que no era fácil conseguir billetes de tren debido a la gran demanda viajera en estas entrañables fechas del año y por la premura de la convocatoria del cursillo de actualización.

En la tarde del 22 las sesiones del cursillo finalizaron sobre las 18:30, así que se animó a desplazarse a la capital provincial, situada a sólo 51 km desde Arévalo. Quería comprar algunos regalos e incluso gozar de una buena cena, en algún mesón de la ciudad “amurallada” y localidad natal de Santa Teresa de Jesús (1515 -1582). En el viaje de vuelta para Arévalo, notó algo raro en la carburación del motor. Incluso en una ocasión el vehículo se le paró en un “ceda el paso”. Por fortuna, pudo llegar sin mayor dificultad hasta el hotel, aunque se mostraba preocupado por los errores del motor, hecho bastante inusual en tan prestigiosa mecánica. El servicio que este coche les había prestado, tanto a su padre como a él mismo, era inmejorable, en fiabilidad y seguridad, a pesar de soportar en la actualidad una manifiesta antigüedad. Pensando que las sesiones del cursillo comenzaban a las 9:30 de la mañana, buscaría algún taller de urgencia, en donde pudieran echarle algún vistazo al motor.

En la mañana del 23 bajó a desayunar muy temprano, apenas había sido abierto el comedor del hotel. Después se dirigió al mostrador del recepcionista, en la que tuvo suerte pues allí se encontraba también Daniel, el gerente del establecimiento hotelero. Tras escuchar su problema, éste profesional telefoneó a un cuñado que trabajaba como mecánico en un taller de reparaciones, rogándole que atendiera la urgencia de un huésped que tenía que viajar a partir de la mañana del 24. Tras el visto bueno de este familiar, un operario del hotel se encargaría de llevar el coche a reparación. Al mediodía, Andrés recibió una llamada de Ramiro, el mecánico recomendado por el gerente, que le dxplicaba el problema de una pieza del motor que estaba fallando. Había que proceder a su sustitución, pues en caso contrario no le podía garantizar un viaje de vuelta normal a su ciudad, trayecto que superaba los 600 km. A tal efecto, el mecánico había solicitado dicha pieza a un suministro de Ávila. Sin embargo, debido a la antigüedad del vehículo, dicha pieza había que traerla de los servicios centrales en Madrid, por lo que no sería servida hasta la mañana del día 24 y siempre por transporte urgente. Aunque ese día de Nochebuena el taller no trabajaba, le iba a hacer el favor de instalársela a fin de que pudiera realizar el viaje de vuelta a su ciudad en esa fecha tan señalada del calendario.

Andrés consideraba que el contenido del curso en el que había participado le iba a resultar muy útil para su futuro profesional, ante el avance verdaderamente “endiablado” de las nuevas técnicas de velocidad que proporcionaba el 5 G, para la transmisión de datos de sonido e imagen. El dossier explicativo sobre los futuros proyectos en el terreno digital, aventuraban un futuro ciertamente prometedor en la digitalización total de todos los sectores de la producción y la comunicación. Con respecto a la cena de despedida, a pesar de lo forzado de su ubicación en las fechas navideñas, también quedó bastante satisfecho, pues tanto en lo relacional como en lo culinario todo fue especialmente grato y provechoso. Tras las palabras de despedida y los necesarios discursos, fue servida una apetitosa y suculenta cena: bandejas de entrantes ibéricos, lomo asado y confitado con hierbas aromáticas, acompañado de verduras caramelizadas, plato delicioso para cualquier paladar. Para los comensales reacios al consumo de carne, el cáterin había previsto una bien “crecida” lubina al horno, hermanada con angulas salteadas al ajillo y regada con crema de vino “añejo” de Toro. Esa opípara cena tenía que culminar con un postre excepcional: pastel castellano, relleno de trufas de chocolate y bañado con crema de dulce de leche, con nevaditos de merengue al anís y una lluvia fina de cabello de ángel. Era obvio que este delicioso menú estaba acompañado por una “bodega libre” de la que muchos abusaron, acabando la fiesta (amenizada por el sonido orquestal de unos estupendos profesionales) henchidos de una alegría desbordante, dada la “elegante y educada borrachera o cogorza” que con proverbial estilo y delicadeza se esforzaban en disimular.

Esa medianoche se despertó sobresaltado. Los truenos y los relámpagos llegaban a su habitación de manera impetuosa y continua. Se levantó a beber un poco de agua (la ingesta había sido copiosa) y quedó muy asombrado al ver por la ventana el estado de la atmósfera en la localidad. Sobre Arévalo estaba cayendo una fuerte tormenta de agua, con poderoso aparato eléctrico. Se volvió a la cama, no sin antes comprobar a través de su tablet el estado del tiempo por el área castellana. Una gran parte de la península estaba metida en lluvias. Una cadena de borrascas avanzaba desde el noroeste hacia la parte central y oriental del territorio, dejando caer abundantes precipitaciones. Y la previsión indicaba que ese húmedo estado del tiempo se iba a prolongar al menos durante un par de días.

Ya en el amanecer del día 24 , con el cielo todo negro y entoldado, seguían las intensas e inquietantes precipitaciones. Tras el desayuno y con el maletín trolley de viaje preparado, preguntó a Daniel, el gerente, dónde podía comprar un paraguas, pues tenía que ir a recoger su vehículo. Dentro del mismo era donde precisamente se había dejado ese paraguas de reserva que resulta tantas veces muy necesario. Si iba caminando, el taller lo tenía a unos 15 minutos de distancia en el tiempo. Pero Daniel, siempre amable, le puso un paraguas en las manos, obsequio del hotel. “En realidad, muchos clientes olvidan en las habitaciones algunas de sus pertenencias y después no las reclaman, con lo que vamos formando “una colección” de objetos diversos, que después podemos facilitar a nuestros clientes”. Agradeciendo el generoso gesto, se despidió cordialmente del solícito gerente, encaminándose protegido bajo el paraguas hacia el taller de Ramiro, a fin de retirar su reparado Volkswagen.

El mecánico había recibido la necesaria pieza a primera hora de la mañana, a través de la mensajería urgente. En poco más de veinte minutos ya la tenía colocada. Andrés pagó la minuta por la reparación y por el coste de la pieza, dejando una buena propina por el servicio. Ramiro le dejó un buen consejo, por su experiencia en la zona.

“Tenga especial cuidado con la carretera. El día va a estar sometido a fuertes lluvias y parece que las precipitaciones no dejan de apretar en su intensidad. Su coche, aunque es de una serie algo antigua, es muy bueno y está bien conservado. Pero los caminos pueden dar muchos sustos, incluso a los conductores bien experimentados. Y muchas gracias por la estupenda propina. Le compraré algún juguete a mi hija Belén (mañana es su santo) en su honor”.

Faltaban unos quince minutos para el mediodía, cuando Andrés ya puesto al volante inició la marcha hacia Málaga. Tenía una buena cantidad de km a recorrer, unos 660, distancia que suponía alrededor de unas seis horas y media de viaje, para poder estar cenando con su familia en esa Noche tan emblemática. Pero cuando llevaba no más de una hora de conducción, la tormenta que amenazaban las grises nubes arreció. El lavaparabrisas, por más que lo intentaba, apenas dejaba ver con nitidez los elementos de la carretera. Por lo que, con buen criterio, se detuvo en un hostal del camino, denominado Los Venados. Conducir, en aquellas tan precarias condiciones, era en sumo peligroso. El reloj marcaba las 13:20 del día. Era un buen momento para tomar algo caliente y esperar a que la tromba de agua se calmara. Un tazón de cocido, con hierbabuena, añadiendo un buen filete a la plancha con patatas, le hicieron recuperar un tanto la tonalidad corporal, porque el frio era también intenso. Un flan de postre, al que sumó un café bien cargado, para evitar el sueño, le dejaron como nuevo. Miró una vez más su reloj de pulsera, que marcaba las 14:30. Asumió que iba a llegar a su destino prácticamente para la hora de la cena. Pero aún no había recorrido más que el 20 % del trayecto. Y las nubes no habían cesado en su fuerte descarga hídrica. La intensidad de la lluvia no disminuía.

A medida que pasaban los minutos y avanzaba trabajosamente por rutas enfangadas, con una visión dificultada por la intensidad de lluvia, aumentaba de manera progresiva su preocupación. El GPS de su vehículo comenzó a fallar, tal vez porque la señal que recibía era en sumo débil o prácticamente inexistente. Como no veía través de los cristales a una distancia no más allá de los diez o quince metros, por la gran tormenta de lluvia y aparato eléctrico, iba conduciendo a una velocidad bastante lenta (no más de 20 -25 km hora) a causa de los charcos de agua y barro que se iba encontrando y por las dudas que tenía cuando se topaba con unas carreteras que no conocía y en algún momento se bifurcaban. No estaba sólo preocupado sino francamente asustando pues no tenía conciencia cierta de por donde realmente se encontraba. En un recodo del camino, pudo detener el coche y trató de establecer comunicación con su mujer Esther, tarea inviable porque la señal en su móvil apenas era perceptible (una “rayita” de las cuatro necesarias y a veces sin señal alguna). Así que continuó por un camino que podía no ser el correcto, con la dificultad añadida de que estaba ya oscureciendo. Las manecillas del reloj marcaban las cinco y algunos minutos. Cada vez tenía más la convicción de que estaba perdido en medio de una naturaleza “desconocida”, peligrosamente tormentosa, con repetidos baches enfangados y con muy limitada visión por la “manta” de agua que estaba cayendo. La oscuridad creciente de la tarde estaba dando entrada a la noche, lo cual era una inquietante dificultad añadida. Se consolaba pensando de que el depósito de combustible estaba bien lleno de gas oil y de que los faros del vehículo hacían lo que podían para esclarecer la visión, aunque fuera sólo a unos pocos metros de distancia.  

Buscaba y no encontraba ventorrillo, vivienda o señal indicadora que le indicara el lugar por donde se encontraba. En una ocasión se encontró con una piedra indicadora de carretera, con un número kilométrico que no mostraba el origen o destino del camino que con desconcierto recorría. En otro desafortunado momento llegó a una zona en la que una cabaña destruida le hizo tomar conciencia de que había recorrido unos kilómetros para volver a un lugar por el que ya había pasado, haciendo un circuito inútil para sus intenciones de desplazamiento. Su desesperación era manifiesta. Sobre las 19 horas, ya con la nocturnidad celestial, el destino o la suerte, mil veces reclamada, quiso ser generosa con el aturdimiento e intensa preocupación que razonablemente le embargaba. Observó una débil luz, a no excesiva distancia del punto por donde circulaba. Detuvo su coche en un entrante de la estrecha carretera.  Tomó su paraguas y pisando un suelo muy blando, que le hacía hundirse en el barro hasta los tobillos, fue caminando con un cierto esfuerzo, pero con la mayor decisión, hacia una casa perdida entre una gran masa arbórea. Era un caserón de tamaño medio, que constaba de una planta baja y un piso en altura, cubriendo la construcción de piedra y madera un tejado a dos aguas, también construido con lascas de piedra grises que parecían pizarras. En el ambiente oscuro de la noche, con la lluvia que no cesaba, sólo percibía una luz que dejaba ver el cierre entreabierto de madera situado detrás de un ventanal. Tocó dos veces en el llamador de la recia puerta de madera. Tras esperar un par de minutos, notó que el ventanal por donde se escapaba un poco de luz fue cerrado completamente desde el interior de la habitación. Y al fin escuchó, desde detrás de la puerta, una voz temblorosa que parecía proceder de una mujer mayor.   ¿QUIEN VA?

“Perdone, señora. Mi nombre es Andrés y soy un viajero que se ha perdido conduciendo por estos parajes que me resultan desconocidos. Mi coche lo tengo aparcado, no lejos de aquí, en un lateral de la carretera. Con esta fuerte tormenta es peligroso seguir conduciendo, porque apenas puedo ver nada con la oscuridad de la noche. Le aseguro que no se en donde estoy. Vengo desde Arévalo y me dirijo hacia Málaga, en el sur peninsular. ¿Podrían ayudarme, por favor? Estoy totalmente empapado de agua y barro. Le aseguro que soy persona de bien”.

Entonces escuchó como la señora hablaba en voz baja con otras personas, que también habitaban el caserón. Obviamente, estaban decidiendo qué hacer con respecto a la petición de ayuda que el desconocido viajante había realizado. Tras unos minutos que le resultaron interminables, aunque al menos ahora estaba resguardado bajo el soportal de la puerta, ésta se abrió lentamente. En una extensa sala, no muy bien iluminada, observó que tres personas le miraban mostrando en sus rostros una indisimulable desconfianza. Había señora mayor, muy abrigada en su negro ropaje y dos jóvenes junto a ella, más ligeros de vestimenta. La señora le hizo una indicación para que pasara y se acercara al fuego de tres grandes leños encendidos en la chimenea hogar. Tras calentarse un poco, pues estaba temblando de frío y humedad, les explicó de nuevo su complicada situación. La chica joven, llamada CLAMIA le trajo un poco de recia ropa seca, para que se cambiara en el excusado situado junto a la puerta de la cocina. Doña FRASCA, la señora mayor y abuela de los dos jóvenes le dijo al ya más recuperado, en su temperatura, viajero y con seca cordialidad: “joven viajero, puede pasar la noche aquí y compartir nuestra cena. Somos gente humilde y seguimos el precepto divino de ayudar a los demás. A mis setenta y seis años, sé distinguir bien pronto a una persona de bien. Creo que Vd. Andrés, lo es”.

El técnico informático se sentía más confortado, con la proximidad del fuego y la compresión y generosidad de aquella corta familia. Habían puesto su ropa a secar, en unos soportes próximos a la gran chimenea. Miró su reloj (no había ninguno en aquella sala) que marcaba las 20:10. El joven ARCALO, le puso un vaso lleno de vino tinto en sus manos, para que le ayudara a entrar en calor. El contenido de ese vaso le supo a gloria bendita. Entonces se inició un dialogo entre todos ellos, aunque los tres miembros familiares eran castellanos un tanto “secos y de escasas palabras”. Fue conociendo que doña Frasca prácticamente había criado a los hijos de su única hija, madre soltera y de vida desordenada y que un mal día, dejó a los pequeños con su abuela, yéndose con un trasquilador de ovejas y de la cual nada han sabido al paso de los años. Arcalo, 26 años, se encargaba del escaso ganado que tienen en el establo y del que obtienen leche, fuerza, carne y piel,  cultivando también unas parcelas en donde tienen sembrado cereal, algunas hortalizas y varios árboles frutales. Su hermana Clamia, tres años mayor que él, ayuda también en el cuidado de los animales y agricultura, además de las tareas de la casa, pues a la abuela Frasca ya le van pesando los años.

Andrés fue tomando conciencia de que se trataba de una modesta, humilde y laboriosa familia, cuyos tres miembros desarrollaban sus vidas, aislados en medio de la más “perdida” naturaleza. Con sus cultivos, frutales, un par de vacas, aves de corral y algunos cerdos, iban resolviendo las necesidades alimenticias de cada día. Le explicaron que cada par de semanas, preparaban uno de los carros que poseían, tirado por unas mulas, para desplazarse a la localidad más cercana, distante unos 46 km, para realizar algunas compras complementarias y llevando algunos productos para vender a conocidos comerciantes. Tenían que recorrer para ello unos estrechos caminos bastante intrincados, sinuosos y prácticamente sin asfalto, rodeados de abundante arbolado. Poseían electricidad, aunque con frecuencia se les “cortaba” ese necesario fluido. En consecuencia, la energía básica que utilizaban era el fuego, alimentado con los gruesos leños del hogar.

Los escuchaba con gran atención, no exenta de admiración. En algunos momentos intentó comunicar con Esther, pero la señal telefónica que llegaba era muy débil y entrecortada. De todas formas, se sentía un verdadero privilegiado, al haber sido acogido generosamente por aquella hospitalaria familia, en una noche de “terrible” estado meteorológico. El destino había decidido que pasara la Nochebuena en el seno de aquellos fraternales seres, que residía en un lugar recóndito de la naturaleza. Recordó que en el coche llevaba unos mazapanes empiñonados, que gustaban mucho a Esther. Como tendría oportunidad de comprar otra caja en el trayecto hacia Málaga, se acercó al vehículo, bien pertrechado para la intensa lluvia que no cesaba de caer, trayéndolos a la casa y dándoselos como un modesto obsequio a doña Frasca, que los aceptó con una serena y maternal sonrisa.  

Cerca de las 21 horas, se dispusieron a tomar la CENA DE NOCHEBUENA. Tomaron asiento en una mesa redonda cercana a los leños de la chimenea. Andrés, andaluz y malagueño, situado enfrente de doña Frasca y rodeado de Clamia y Arcalo, se esforzaba en aplicar toda la cordialidad de que era capaz, aunque el carácter de estas personas era, por naturaleza, bastante “castellano” en su seca expresividad.  Ante de comenzar la comida, la abuela recitó una oración de acción de gracias al Creador, oración que sus nietos repetían con gran respeto, devotas palabras a las que se unió con el mayor respeto el “inesperado viajero”. Clamia trajo de la cocina un perol u orza de cerámica llena de unas suculentas gachas calientes, incluso humeantes, para que cada uno se sirviera lo deseado. Por supuesto, también dispuso de un bote también cerámico conteniendo una miel negra deliciosa, cultivada en unos panales que tenían ubicados a una cierta distancia del establo. Doña Frasca, habiendo terminado de tomar las gachas de su cuenco, de manera agradablemente inesperada comenzó a entonar unos tradicionales villancicos castellanos, con la acústica musical de sus recias cuerdas vocales, aportando ese calor humano y familiar, a la humilde familia de la que era la veterana “madre de todos”. La electricidad se iba y venía, aunque los apagones resaltaban el anaranjado color ígneo de los grandes leños incandescentes que aportaban luminosidad y una suave templanza térmica, reconfortando los cuerpos de los contrastados, por edad, comensales. El cuadro personal de aquella cena reflejaba esa fraternal humanidad, que tanto se agradece en las situaciones de especial dificultad.  Andrés era bien consciente del privilegio de sentirse tan bien acogido.

Tras las gachas, llegó el plato principal, consistente en un gran trozo de morcón enjamonado, cocido al vino y después asado al fuego, rodeado de lascas de patatas entremezcladas con verduras salteadas al ajillo. Para el postre, Clamia trajo una gran bandeja de exquisitas mantecadas castellanas, que ellos elaboraban en su horno de piedra y leña, bandeja en la que doña Frasca había añadido los mazapanes empiñonados, regalados por el comensal andaluz. Tras un rato de sobremesa, junto al fuego del hogar, cada uno tuvo en sus manos un vaso de leche caliente y recién ordeñada, con fresas pasadas por la batidora. Andrés siguió narrando aspectos de su trabajo y vivencias malagueñas, mostrándoles algunas fotos familiares que tenía en su móvil. Sobre las 23 h, doña Frasca levantó la velada, para irse todos a descansar. Improvisaron para el invitado una cama, en un viejo pero acogedor diván, cubierto con gruesas mantas, que estaba situado no lejos de los leños incandescentes. La cálida temperatura del interior de la vivienda era muy grata, aunque en el exterior de la casa el termómetro bajaba de los cero grados. Allí Andrés durmió plácidamente, sintiéndose confortado por la hospitalidad que estaba recibiendo y tan fraternal y suculenta cena de Nochebuena, en el seno de una familia de bien.

En el alba del día 25, Andrés fue el último que se levantó del descanso nocturno. Arcalo ordeñaba las vacas, su hermana daba de comer a los animales del establo y a las aves del corral, mientras doña Frasca, vestida como el día anterior completamente de negro, preparaba el desayuno: tostadas de pan de centeno, untadas con manteca de cerdo, leche, café y pastel de manzana. Por fortuna, el tiempo estaba mejorando, así que Andrés trató de recomponer el GPS del coche, a fin de emprender el camino hacia el sur peninsular. Antes de partir, anotó bien la dirección de aquella hospitalaria familia. Tenía el propósito de enviarles algún presente por correo. También dejó su dirección en Málaga, invitándoles a que en la primavera o el verano hicieran algún viaje a Málaga. Les prometía atenderles con la mayor dedicación como muestra de sincero agradecimiento. Abrazó a Arcalo y besó a Clamia y a doña Frasca Alerio Tornal y puso en marcha el motor de su Volkswagen.

No llegó a su domicilio hasta las 16.35. Era el día de Navidad. Al salir de su vehículo reparó en un paquete que estaba en el asiento trasero. Ya en casa y tras explicar a Esther, grosso modo, la aventura que había vivido, con la intención de tranquilizarla, abrieron ese posible regalo de la familia Alerio: dentro del paquete había unos chorizos, huevos y varios trozos del morcón que habían degustado en la cena de Nochebuena.

Ya más tranquilo, narró a su mujer los detalles de una complicada y preciosa aventura que no iba a olvidar en su vida. Una apasionante, grata y singular experiencia de la que fue protagonista, en un tormentoso día 24 de diciembre, por un rincón perdido de la planicie castellana. -

 

EN UN LUGAR PERDIDO

DE LA PLANICIE CASTELLANA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

16 diciembre 2022

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viernes, 9 de diciembre de 2022

UNA TEMERARIA FIESTA FINAL DE CURSO.

En los momentos más imprevisibles e inoportunos, la vida nos puede poner a prueba para afrontar experiencias gratas y gozosas o por el contrario incómodas y sufrientes. Y esas situaciones anómalas casi siempre se presentar sin aviso previo o de la forma más insólita. Cuando ya hemos tomado conciencia de la nueva realidad, comienza el más o menos abrupto proceso a fin de ir resolviendo esos factores que van a condicionar en el futuro nuestra forma tradicional de comportamiento. Si la nueva vivencia es por su propia naturaleza agradable, su recorrido es en general fácil y placentero para nuestro carácter. Pero cuando por el contrario resulta problemática y complicada, van apareciendo por el camino dificultades y sinsabores que ponen a prueba nuestra fortaleza y equilibrio anímico. Vayamos pues a una interesante historia, enmarcada perfectamente en este contexto previo de introducción.

Hay muchas vidas en las que, por fortuna, todo parece ir muy bien. Se trata de una familia integrada por escasos miembros, para la que la normalidad es un signo seguro de apreciada y valiosa estabilidad. Alejo Villén, 37 años, tiene un puesto consolidado y bien reconocido de fotógrafo de grandes reportajes, en una dinámica agencia de noticias con sede en la populosa calle Fuencarral madrileña. Por necesidades obvias de su profesión, ha de viajar con frecuencia hacia destinos situados por toda la geografía nacional e internacional. A pesar de su relativa juventud se ha hecho ya acreedor a la concesión de diversos premios, por la toma de instantáneas muy aplaudidas por la crítica especializada, debido al valor testimonial y la difícil consecución de las imágenes. Desde hace diez años forma un bien avenido matrimonio con Nerea Massia, que trabaja como diseñadora de interiores en un estudio de decoración, situado en un espacioso ático de la muy popular calle Arenal. La pareja tiene una hija, Romina, que en este momento vive sus 8 años.

Aquella tarde de abril, viernes, Alejo trabajaba con unos textos que glosaban una selección de fotos escénicamente montadas, por encargo de una editorial, con el objetivo de ilustrar una novela de próxima aparición. El reloj marcaba poco más de las 19 horas. Entonces, este profesional de la fotografía se dispuso a dedicar un pequeño descanso en su trabajo (llevaba con este asunto desde hacía ya algunas horas). Como no había merendado pensó que le vendría bien estirar un poco las piernas, por lo que decidió bajar a una cafetería no lejana a su estudio, situada en la muy transitada Calle Fuencarral. Allí solía desayunar (e incluso almorzar) muchos de los días, ya que el servicio de cocina era bastante eficiente por la calidad de sus platos y casi todo a un excelente precio. A esa avanzada hora del día, el área de la Gran Vía  estaba llena a rebosar de peatones, aunque con menos tráfico del habitual debido a las restricciones impuestas por la contaminación del aire. En no más de seis o siete minutos ya ocupaba una mesa en el establecimiento, con la suerte de que una pareja de estudiantes la había dejado libre. Desde su asiento veía, a través de las grandes lunas de establecimiento, el trasiego sin tregua de unas y otras personas, siempre con esas prisas que reflejan las horas punta del día.

Se sentía cómodo en aquel espacio bullanguero, en el que el ruido general provocado por la continua charla de los clientes le permitía abstraerse de cualquier hecho concreto a fin de relajar su mente. Cuando se disponía a dejar unas monedas encima de la mesa, a fin de pagar el batido de fruta con helado que le habían servido, vio a una mujer delgada, más o menos de su edad, que se dirigía con diligencia apresurada hacia el lugar que él ocupaba. Se le notaba un poco jadeante, posiblemente porque parecía “temer” llegar tarde a su particular destino. Para su sorpresa, esa persona desconocida se dirigió directamente hacia él, mirándolo con diligente firmeza.

“Buenas tardes ¿Me puedo sentar? Necesitaría que me dedicara al menos unos minutos, pues tengo algo que decirle. Me ha costado mucho localizarle, pero la indicación de una compañera de su trabajo me ha facilitado la localización de donde Vd. se encontraba. Me he apresurado en venir pues necesito hablarle en un sitio alejado de su lugar de trabajo y así conseguimos una mayor privacidad. Si me permites voy a tutearte pues, aunque no lo creas, nos conocimos hace ya bastante tiempo.

Mi nombre es Ariana y trabajo de camarera de hotel en una cadena de establecimientos, aquí en Madrid. Veo por tu cara de extrañeza, que efectivamente no recuerdas nada acerca de mi persona. Para ayudarte en la memoria, tenemos que retroceder unos catorce años en el calendario. Fue en un mes caluroso de junio, cuando una gran promoción de estudiantes de diversos ciclos formativos terminábamos nuestros estudios. Para celebrar el evento, se organizó una gran cena con fiesta, en un conocido restaurante situado en el camino de la Sierra. Aún existe este establecimiento, que se llama El Periscopio. Yo era una de las más de doscientos estudiantes que asistían a tan alegre celebración. Como era natural, allí se comió mucho y también se consumió “demasiado” alcohol. Por supuesto que se bailó, se cantó y después se formaron numerosas parejas, para … “disfrutar ampliamente de la noche” o, mejor dicho, de la madrugada. ¿Vas recordando ya algo?

La elección de las parejas fue, como era inevitable muy al azar. La mayoría de la gente estaba mareada con la bebida que, como decía, corrió a generosidad. Pues sí, me elegiste. Fui tu pareja, para esa pequeña o “gran bacanal” que después se organizó. La noche fue larga y cada uno buscó el rincón que más le convino y pudo. Comprendo que éramos muy jóvenes y no supimos aplicar el necesario cuidado a las relaciones íntimas que mantuvimos… repetidamente. Al paso de las semanas, me dijeron en el ambulatorio que lo mío era un embarazo. Con la exactitud de un reloj, a los nueve meses nació un niño, que ahora tiene … trece años. Se llama Tobías.   

Alejo estaba sumido en una mezcla de confusión y asombro. A pesar de la distancia en el tiempo, efectivamente recordaba aquella multicolor fiesta de fin de curso, estudios que para él supusieron la dinámica semilla que permitió potenciar la profesión de fotógrafo que ahora disfrutaba, adornada de un merecido y esforzado prestigio. En las brumas de los recuerdos, localizaba a esa noche con trazos alegres y desenfrenados, por la excesiva ingesta de alcohol que la extensa fiesta conllevó. Realmente no identificaba a la mujer que en este instante tenía sentada frente a él. Al fin supo reaccionar y acertó a expresar una lógica pregunta.

“Sinceramente, todo lo que dices lo tengo muy nublado en la memoria. No sé quién eres ni lo que realmente pretendes. A estas alturas del tiempo ¿Pretendes acusarme o responsabilizarme de algo que ni sé con exactitud lo que es, ni sería fácil demostrar o argumentar?  Debes comprender que es muy grave lo que parece quieres insinuar”.

“Tienes que asumir que no he venido hacia ti con las manos vacías. Me han asesorado algunas personas y un despacho de detectives ha conseguido pruebas de ADN que avalan tu paternidad en la persona de Tobías. ¿Qué es lo que pretendo?  Por una serie de razones, que ahora mismo no son del caso, mi economía es muy limitada. Llegado el momento, tendrías que reconocer a quien es tu hijo. Pero ahora lo más inmediato es que necesito un aporte económico, pues el piso en el que vivimos lo compré de segunda mano y tuve que firmar una hipoteca. La situación laboral que soporto, conjugada con los gastos, me impiden afrontar los pagos. No quiero verme con mi hijo en la calle”.

La tensa, pero educada conversación, se prolongó durante una hora más aproximadamente. En ese largo tiempo, Alejo pudo conocer los argumentos por los que Ariana había dejado pasar tan prolongado espacio de tiempo, a fin de localizar y hablar con el supuesto padre de su hijo. También pudo igualmente tener entre sus manos unas fotos actuales, en las que aparecía Tobias, imágenes en las que Alejo no encontró parecido evidente con su persona. Al final, Ariana concretaba una cifra para liberar la urgencia de la hipoteca en unos 60.000 euros. Dado el inesperado “golpe” informativo y anímico que el prestigioso fotógrafo había recibido, pidió a su interlocutora que le permitiera unos días de respiro, para poner en orden sus ideas. En realidad, lo que Alejo pretendía era ganar un poco de tiempo, para ponerse en manos de un despacho de abogados y establecer una dinámica de acción, ante la gravedad de un asunto que podía hacer mucho daño, tanto a su matrimonio con Nerea, como a su bien organizada carrera profesional. El principio, Ariana se mostró receptiva a esta petición, aunque le advirtió que en el plazo de una semana volvería a contactar con él.

Alejo estaba realmente aturdido ante la grave situación que se le estaba viniendo encima. Lo grave del caso es que el planteamiento de esta mujer parecía en principio verosímil. No sabía si poner en conocimiento de Nerea todo este complicado asunto o guardar silencio, a fin de evitarlo un disgusto mayúsculo, como el que él estaba sufriendo. Aquella misma noche llamó a un buen amigo, Félix Palencia, que trabaja en una agencia de publicidad, pidiéndole si tenía información acerca de algún buen despacho de abogados, que trabajaran en asuntos penales de chantajes y similares. Su amigo extremó la prudencia, evitando preguntarle por detalles acerca de porqué le solicitaba esa información, aunque se preocupó internamente pues sospechaba que algo grave le podía estar ocurriendo al autor de la pregunta. Le facilitó de inmediato dos teléfonos, que correspondían al despacho de Abogados Morgan & Cia, para que contactara al día siguiente con ellos y añadió “Ese bufete tiene muy buenos profesionales. Pero si en algo te puedo ayudar, no dudes en llamarme a cualquier hora, aunque sea de madrugada”.

Aquella noche disimuló como pudo, a fin de no preocupar a Nerea y a su hija Romina, aunque apenas pudo conciliar el sueño. En la mañana siguiente y desde el propio despacho en la agencia de noticias telefoneó al bufete de penalistas, atendiéndole una secretaria. Cuando grosso modo planteó la necesidad de la consulta, esa chica le pasó de inmediato con el abogado Nerio Castro Cifuentes, con el que estuvo hablando durante unos minutos. Tras escuchar las líneas básicas del problema, este profesional le indicó que se trasladase con la mayor urgencia a la sede del bufete, para ampliar personalmente todos los detalles del espinoso y delicado asunto. Así lo hizo, pidiendo permiso a su jefe Raimundo, aludiendo a razones médicas.

A las setenta y dos horas de la entrevista con Alejo y una vez hechas las primeras averiguaciones, por un equipo de detectives que colaboraba con el bufete, Nerio aconsejó a su cliente que era necesario esperar a un segundo contacto con la madre de Tobías. Se trataba de ver el nivel de exigencia económica y urgencia que la mujer planteaba, antes de sacar a la luz mediática la acusación contra el prestigioso fotógrafo. Los detectives localizaron el laboratorio donde se había efectuado el análisis de ADN, para cuyo proceso se había utilizado más de un vaso de la consumición tomada por Alejo en la cafetería a donde solía acudir.  Parecía, efectivamente, que los ADN del supuesto padre y de Tobías coincidían. También comprobaron que los agobios económicos de la camarera de hotel eran ciertos, no sólo por unos plazos de hipoteca que amenazaba con ponerla en la calle desde apartamento de su propiedad, sino también por una cierta adición que sufría Ariana al juego de bingo, que la había dejado prácticamente sin liquidez.

En este nivel del caso, había que estar atento al aviso de una segunda entrevista, entre los dos protagonistas de aquella desenfrenada noche de fiesta juvenil “celebrada” hacia catorce años. Como ya le había avisado, el viernes siguiente al primer contacto Ariana llamó por teléfono al aturdido, pero bien aleccionado fotógrafo, estableciendo un pago total de 80.000 euros para dejar el asunto en el olvido. Cuando la entrega se produjese, ella a su vez facilitaría una carta firmada notarialmente, por la que se comprometía en el futuro a no plantear reclamación o acusación alguna contra el padre genético de su hijo. A la espera de estas propuestas, alejo estuvo buscando liquidez económica, no sólo para hacer frente a tan cuantiosa cantidad establecida por la “demandante”, sino también para abonar la minuta que presentaría el despacho de abogado, coste al que habría que sumar los servicios de investigación desarrollados por los detectives que habían intervenido en el caso.

El acuerdo del pago y la firma de documentos notariales quedó concretado finalmente para diez días después de la segunda comunicación, una vez que Ariana había aceptado la firma notarial por la que renunciaba a plantear en el futuro nuevas reclamaciones acerca del padre genético de su hijo. A cambio de esta renuncia, Alejo se comprometía igualmente a ingresar en una cuenta corriente, a nombre de Tobias Labrada, la cantidad de 450 euros cada mes hasta que el chico cumpliese los veintitrés años. Para cubrir todas estas cantidades, Alejo había recurrido a unos ahorros que tenía, a los que había sumado la cantidad recibida por el último premio fotográfico que había ganado. Su íntimo amigo Féliz le avaló un préstamo bancario de 20.000 euros, concesión en la que también intervino como avalista Raimundo Cabral, el jefe de la agencia de noticias, a quien Alejo había informado de todos los enojosos avatares que estaba sufriendo en las dos últimas semanas.

La cita para la entrega económica por responsabilidad paternal, más la firma de los demás documentos con los compromisos correspondientes acordados, quedó concretada para las 17.00 horas de ese lunes de mayo, en el bufete de Morgan & Cia. Nerio había convocado en su despacho particular tanto a su cliente como a la parte demandante. Serían aproximadamente las 16:30 cuando ya se encontraban en la sede de los abogados tanto Alejo como Ariana, quienes no intercambiaron saludo alguno. Nerio había ya acordado con ésta última los detalles correspondientes a los documentos que de manera inminente se comprometía a firmar. Cuando ya estaban los tres sentados en torno a la mesa de su despacho, el abogado recibió un mensaje de whatsapp con el carácter de urgente, remitido desde la empresa de detectives “LA LINTERNA”. El texto que dejó asombrado a Nerio decía así:

MUY URGENTE. HAY QUE FRENAR DE INMEDIATO CUALQUIER FIRMA DE DOCUMENTOS Y ENTREGA DE CANTIDAD ECONÓMICA, PORQUE HAY NOVEDADES DE SUMA IMPORTANCIA EN EL ASUNTO DE ALEJO Y ARIANA. NOS DESPLAZAMOS DE INMEDIATO AL BUFETE PARA INFORMAR AL RESPECTO.

La habilidad de Nerio fue manifiesta. Repasando una carpeta comentó que uno de los documentos estaba mal redactado, por lo que había que esperar para su corrección, por lo que invitó a los otros dos presentes a que esperaran en una salita aneja o si lo consideraban oportuno fueran a tomar algún café en alguna cafetería cercana. Los citaba para dentro de 45 minutos. Alejo prefirió quedarse en esa salita, mientras que Ariana (que seguía sin cruzar palabra con su antiguo compañero de fiesta) bajó a tomar alguna infusión. En diez minutos llegaron al bufete el detective Fermín Cabrales, acompañado de un número del Cuerpo Nacional de Policía, el sargento Claudio Nebraska, vestido con su uniforme reglamentario. Se reunieron de inmediato con el abogado Nerio, comunicando a éste una valiosa información que cambiaba en profundidad la supuesta estructura del caso.

Esa misma mañana, el sagaz detective Cabrales había descubierto en los archivos policiales, a través de una aplicación de consulta autorizada por Internet, que hacía dos meses y medio se había dado un caso bastante similar en la misma ciudad, del que fue objeto un profesional óptico, de la misma edad que Alejo y en la que estaba implicada una mujer que tenía un nombre diferente al de Ariana (en ese caso se había presentado como Juliana) . Era toda una perfecta copia del caso que afectaba a Alejo, pues esta persona había también estado en esa noche de fiesta estudiantil hacia 14 años. En la actualidad padre de familia numerosa, había recibido una especie de extorsión, por el que se le indicaba que había procreado a un chico que en la actualidad también tenía 13 años y que para evitar el escándalo familiar (familia muy conocida en los círculos burgueses de la ciudad) se vio obligado a pagar 75.000 euros. Cuando su señora (propietaria de la empresa óptica) conoció el gasto de su marido, le hizo confesar el motivo de ese fuerte reintegro bancario, tras lo cual le obligó a desplazarse a la Comisaria central de policía a fin de que presentase la correspondiente denuncia. Por supuesto, también habían mostrado al pusilánime profesional, un informe de laboratorio falsificado, sobre la identidad de los ADN. El laboratorio citado en el membrete del informe técnico en realidad no existía. 

A los pocos minutos llegaron otros números del Cuerpo Nacional de Policía, dispuestos a detener a la muy “prolífica” señora, integrante de una banda de extorsionadores profesionales. Hay que decir que en ese caso delictivo, “montado” en la misma ciudad de Alejo, el inexistente retoño le habían puesto el nombre de Ismael. Tobías, Ismael… todo un “santoral”.

Esperaron inútilmente la vuelta de Ariana al bufete. La hábil “intérprete” de madre soltera, habría visto llegar a la sede de Morgan & Cia a esos policías uniformados, por lo que habría puesto distancia a su persona, a fin de no ser detenida. Fue una suerte, sumado al admirable esfuerzo profesional, el hallazgo esa misma mañana de esta esclarecedora información por parte del detective Fermín Cabrales. 

Alejo Villén pudo “de milagro” evitar una estafa muy bien montada. Aquella misma noche, cuando volvió a su domicilio, narró a su esposa Nerea, con todos los detalles, el sofocante episodio que había vivido y ocultado, a fin de no provocarle un innecesario y cruel sufrimiento. Al día siguiente devolvió el préstamo bancario, agradeciendo a su jefe Raimundo y, muy especialmente, a su amigo Félix Palencia, el importante apoyo y comprensión que le habían prestado. La minuta del bufete Morgan & Cia tuvo un precio especial a la baja, debido al entorno delictivo en que había sido sometido su cliente. En cuanto al coste por los servicios realizados por los detectives de La Linterna, tuvo un montante más elevado. Sin duda se lo habían ganado, pues el detective Fermín Cabrales había desmontado, con su admirable constancia, la delictiva acción extorsionista.

Juliana o Ariana (junto a sus delictivos colaboradores) deben estar buscando por esos mundos a un nuevo incauto, con la edad y el estatus apropiado, para recordarle su “desahogo y satisfacción sexual” en aquella ya lejana noche de junio, en la que se desarrolló tan alocada fiesta. -

 

UNA TEMERARIA FIESTA

FINAL DE CURSO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

09 diciembre 2022

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