Cuando nos cruzamos por las calles y plazas, en el discurrir del trasiego diario, con decenas y centenares de personas, no siempre somos conscientes de la calidad humana, capacidades y destrezas formativas o complejas problemáticas, de esos seres que comparten con nosotros los espacios públicos. Y es que la apariencia no siempre es el espejo del alma. Son muchas las veces en que podemos equivocarnos. Por esta elemental razón habría que actuar con prudencia y cautela, pues las personas atesoran patrimonios vitales, que asombrarían si nos fuera posible su conocimiento.
El cambio climático que soportamos, con la notable subida de los termómetros en fechas impropias, favorece las visitas a las zonas playeras, cuando aún no ha llegado el verano meteorológico. Antes eran fechas reservadas para julio y agosto. Ahora, niños, jóvenes, adultos y veteranos en la edad, toman sus bártulos playeros cuando pueden y les apetece, gozando de las gratas zonas litorales incluso en días que no son del fin de semana.
Las localidades que están gozosamente bañadas por el agua del mar tienen el privilegio de ofrecernos arena, olas, olor a marisma, para el sano deleite de bañistas y tomadores de sol, todos ellos amantes de la vida placentera. Esa lúdica escenografía puede completarse con alguna cerveza bien fresca y un delicioso espeto de sardinas plateadas y asadas, innegociables placeres que la playa regala con alegría, además de los divertidos juegos con las olas y los saludables paseos descalzos por su fina arena cristalina.
En estas playas de aquí cerca, llámese el Palo, Pedregalejo, las Acacias, el Dedo, la Malagueta, San Andrés, Huelin, la Misericordia, la Térmica o Sacaba, destacaba, desde hacía unas semanas, una peculiar figura. Tenía por nombre ELIAN, aunque los habituales en la zona solían llamarle Eliano. Aparentaba haber cumplido con largueza el medio siglo de vida. Ofrecía una delgada figura de cuerpo, con el cabello castaño oscuro muy crecido y ya entrecano, manteniendo una poblada barba de muchos días sin rasurar. Ojos pequeños de color gris claro, fortaleza muscular en los brazos y piernas y sobre todo una tonalidad de piel bien curtida y agrietada, reflejo de haber estado sometida a una intensidad solar sin límites ni precauciones. Cuando desarrollaba su artística labor, solía cubrir su cabeza con un viejo sombrero de paja o una deportiva gorrilla azul, escasamente aseada. Completaba su “uniforme” con una camiseta de tonalidades claras o incluso blanca, unos raídos y gastados vaqueros bermudas azules y unas sandalias de goma blanca, tipo hawaianas. Desde luego que tal `personaje podría parecer un “ogro abismal”, pero los niños se reían cuando él hacía alguna chirigota, para motivar la desenfadada alegría de los pequeños.
Pero ¿en qué ocupaba su tiempo este asiduo y popular personaje a las playas malacitanas?
Llegaba cada mañana a la zona marítima, no más tarde de las nueve, portando en el hombro una manoseada mochila de piel de camello, que sería beige en su origen pero que ahora lustraba un cromatismo indefinible bastante oscurecido, posiblemente por sus muchos años de uso. En ella traía su modesto instrumental de trabajo (cucharillas viejas, un pequeño palustre de albañil, unas escobillas, un par de trozos de plástico rectangulares y un pequeño transistor, cuya sintonización con emisoras especialmente musicales le acompañaba en sus largas horas de laboriosidad. En su mano diestra portaba un cubo mediano de plástico celeste, en el que veía ensartada una paleta del mismo material y color, como ese cielo que acaricia y piropea de continuo al cálido y sosegado mar mediterráneo, de mil y una aventuras por los anales de la Historia.
Trabajando con tan sencillo material y utilizando como materia prima el inmenso arenal traído por el cíclico y acústico oleaje, comenzaba a levantar una nueva arquitectura, tras destruir con elegancia la que había construido en la jornada precedente. Cuando esto hacía, sonaba un ooohhhh de amable decepción, ya que los bañistas y paseantes por la zona no entendían el por qué derribaba una obra de arena, tan bien hecha y con evidentes destellos de genialidad. Pero el artista siempre pensaba que era el dueño y autor de la obra realizada, por lo que podía hacer con ella lo que bien quisiera.
A continuación, Elian comenzaba a remover y renovar la arena playera, a la que iba humedeciendo con una “lluvia” de gotas de agua salada, hidratando no sólo la materia prima sino también el aire de levante que soplaba desde el rompeolas. Ya había encendido su entrañable transistor, sintonizando sólo cadenas que emitiesen música, en aquellas horas mañaneras. Con su paleta y palustre iba conformando una nueva arquitectura en miniatura, que a medida que pasaban los minutos reflejaba la valiente osadía artística de este gran constructor de la arena. Posteriormente iba añadiendo detalles, con sus cucharillas y piedras diversas que traía desde la orilla.
Trabajaba de manera casi continua, desde su llegada a la playa hasta las seis o siete de la tarde en que finalizaba. Aplicaba un intermedio temporal a su labor edificatoria, pues a eso de las 14 horas su estómago le pedía algo que alimentara y saciara la necesidad. Tras el trabajo a pleno sol, sólo protegido con su gorrilla o sombrero, interrumpía su realización, acercándose a algún chiringuito, en donde por escasas monedas le servían alguna ensalada o pescado sobrante de esas frituras que no han quedado bien preparadas o algo quemadas, por descuido del cocinero super ocupado. Siempre respetaba un buen rato de siesta, bajo la protección de alguna barca varada o en alguna esquina donde encontrara un poco de sombra, a fin de reponer fuerzas con tan intenso calor como el termómetro marcaba a esas horas centrales del día.
Entre las perfectas edificaciones que construía, destacaban los castillos o fortalezas. Con diestra habilidad artesana iba conformando las torres, los paños de muro con sus correspondientes almenas, no faltando tampoco las saeteras para que los defensores de esta tradicional arquitectura militar pudiesen defenderse de sus enemigos, disparando miles de flechas con sus arcos. En la zona privilegiada de la construcción se erigía la señorial y elevada torre del homenaje, para el ceremonial nobiliario. Las fosas y vados también estaban muy bien conseguidos. Su esfuerzo no solo se limitaba al gran castillo, sino que también conformaba el paisaje exterior, con sus montañas, valles, riachuelos y casitas esparcidas por la geografía del lugar.
Turistas, playeros, paseantes, todos ellos se detenían para contemplar con admiración el extraordinario trabajo de este “SEÑOR DE LAS ARENAS”, con esa pinta personal en la que había algo de hippy, juglar, mendigo, trilero, aventurero y viajero del mundo. Unos y otros llegaban a preguntarse “¿pero de dónde habrá salido este peculiar y habilidoso artista?” Algunos de esos distraídos “mirones” se sentían “obligados” por el hábito o el agradecimiento, a arrojar monedas al entorno de la fortaleza, contribución o generosidad económica que Elian no había pedido. De hecho, nunca puso platillo o gorrilla para recoger esas dádivas. Sin embargo, cuando algún espectador lanzaba su ayuda económica, el paciente y esforzado artista agradecía con una sonrisa y un amistoso saludo, realizado con sus nerviadas manos.
Empezaba a recoger sus bártulos e instrumental de trabajo a eso de las seis y media de la tarde y, antes de abandonar su obra en la arena, se daba una buena y fresca ducha, que su cuerpo agradecía por todo el sudor acumulado durante la jornada. Los pescadores y camareros de los chiringuitos cercanos bien que lo conocían, manteniendo con el curioso personaje esa amistad afectuosa que también les interesaba. Esas obras artísticas, construidas de arena y agua, atraían a muchos turistas y familias que acababan sentándose en los establecimientos restauradores, para consumir jarras de cerveza y ese pescadito asado que tanto apetece junto al mar. Por eso tenían con Elian un trato preferente. Era un personaje y reclamo turístico que en absoluto molestaba, sino que por el contrario atraía clientela hacia la zona de los merenderos. Con frecuencia le llevaban alguna jarrita de cerveza y algún sabroso “espetito” de sardinas que Elian agradecía y consumía con irrefrenable placer.
Un día de junio, sobre las doce horas del mediodía, el joven periodista LAURO PERIANA vinculado al periódico local MALAGA SIEMPRE, se acercó al lugar donde trabajaba en una nueva construcción el paciente “artista de la arena”. Aunque lógicamente traía referencias, quedó maravillado del nuevo castillo que construía el habilidoso Elian. Como siempre sucedía, se había formado un corrillo de personas alrededor del personaje, quienes observaban y comentaban la destreza imaginativa del genial “arquitecto” playero. Tras la presentación y saludos, le pidió que tuviera a bien concederle una entrevista, para darlo a conocer a los lectores del diario. No solo quería resaltar cómo dinamizaba con su labor la cultura de playa, sino que consideraba de especial interés dar a conocer el aspecto más humano y vivencial del personaje. Elían no se negó, sino que se prestó gustoso a colaborar con la importante labor informativa que realizaba el joven periodista.
Debido a que las manecillas del reloj superaban en algunos minutos las 13 horas, Lauro propuso que compartieran unas pizzas, con una buena jarra de cerveza, que sosegara el apetito y el intenso calor reinante, en un día en que el viento de levante había dejado de soplar. Como buen profesional de las linotipias, el periodista ya tenía una básica información del peculiar, artístico y desaliñado personaje, al que pensaba nombrar en el reportaje como el HABILIDOSO SEÑOR DE LAS ARENAS. Ya sentados en uno de los chiringuitos, a escasos metros de la TORRE “MONICA”, Elián no pudo disimular el profundo apetito y la sed que tenía, sintiéndose animado para narrar todo lo que su interlocutor le preguntara.
Desde un principio, Lauro pudo comprobar que Elian no era un mendigo de la incultura, ni mucho menos. Por el contrario, a poco que lo escuchaba, percibía que era una persona de cultura y formación y que, de forma extraña, estaba ofertando una imagen de suciedad, desaliño, arte y comportamiento marginal, ante la sociedad en la que estaba inmerso. Las razones de este raro contraste solo estarían en la conciencia y la historia de este imaginativo trabajador de la arena. Disfrutaron de una nueva jarra de cerveza y se refrescaron con varias tajadas de roja y dulce sandía, antes de pasar a los cafés. Elian no puso objeción alguna en responder a todas las preguntas que le hacía el periodista, ante una grabadora que iba acumulando rica e interesante información acerca del arquitecto de la arena.
El admirado “constructor” era de origen napolitano, habiendo estudiado tres cursos de arquitectura, pero sin llegar a finalizar la carrera. Trabajaba en una importante empresa constructora, vinculado al departamento de diseños de grandes proyectos urbanísticos. Enamorado y casado con una muy bella mujer, IRIANA, de nacionalidad siria, administrativa en la misma empresa donde su marido diseñaba nuevas operaciones en estructuras urbanísticas, formaban un matrimonio en apariencia muy feliz. Tuvieron dos hijos varones, uno de ellos actor de telenovelas emitidas por la RAI en la actualidad y el otro restaurador de pinturas y objetos de arte suntuario. La relación de ambos con su padre es prácticamente nula en estos momentos. Después de 17 años de “feliz matrimonio” Iriana decidió un día buscar un nuevo sentido a su vida, marchándose, casi sin decir adiós, con un adinerado ejecutivo de un grupo financiero, parece que vinculado a la Camorra Italiana.
En un principio, Elian se sintió fuerte y pensó que superaría el amargo trance, pero al paso de los días y las semanas su equilibrio anímico se fue paulatinamente degradando. De esta manera fue tomando conciencia de lo importante que era Iriana en su vida, lo mucho que le aportaba y que él no suficientemente valoraba y correspondía. La sustitución afectiva no era en modo alguno fácil, porque su juventud ya había pasado, lo que conllevó que entrara en una terrible espiral de decadencia personal. No sólo fue la bebida, sino también su propia capacidad para seguir trabajando con el necesario acierto. Tuvo algún tratamiento psicológico, pero sin grandes resultados. Su voluntad era débil para atender con humildad y eficacia las indicaciones médicas.
Con Iriana se le había ido también bastante de su propia identidad. En la evolución de los hechos, su propio equipo de trabajo tuvo que despedirle, pues estaba lastrando la eficacia organizativa empresarial. Las carencias económicas en las que fue entrando hicieron que comenzara a ir vendiendo su propio patrimonio, hasta comenzar a vagar por el desierto del anonimato y la necesidad. Su salud se fue resquebrajando, con diversos problemas orgánicos, decidiendo entonces abandonar definitivamente su vida anterior, comenzando la experimentar el contacto diario con la naturaleza y la generosidad popular.
Hacía unos meses en que había decidido venir a España, desplazamiento que hizo gracias a la ayuda que le prestó un conductor que transportaba mercancías en un tráiler con dirección a Andalucía. Aquí en Málaga recaló en un centro de acogida de titularidad municipal. Son muchos los días en que recibe una bolsa de alimentos que entrega una organización benéfica privada. En estos momentos sólo desea devolver a la sociedad esa ayuda que recibe para seguir subsistiendo.
Comentó también a Lauro que de pequeño le gustaba mucho jugar con la arena de las playas. De ahí ese trabajo que realiza casi a diario, de levantar construcciones de arena en las playas más concurridas. Con su labor ayuda a los centros de restauración playeros, distrae a jóvenes y mayores y pone una nota de color e ilusión en el ambiente, aplicando sus habilidades y conocimientos en algo tan sencillo y simple como es “jugar con la arena playera”. Ya se ha explicado que no pide limosnas, aunque recibe la generosidad de muchos viandantes y turistas que se detienen a fotografiar y admirar sus construcciones. Es todo un personaje de vida e indumentaria bohemia.
A sus 61 años (aparenta físicamente muchos más) el señor de las arenas se siente útil y necesitado en esta nueva vida u oportunidad que el destino, la suerte y su esfuerzo le han concedido. Especialmente en la temporada veraniega, Elian sigue desplazándose algunos días de la semana a las playas, en donde continúa levantando preciosas edificaciones (especialmente fortalezas y castillos) que provocan la admiración y el aplauso de los bañistas, turistas y demás transeúntes.
¿Quién podría imaginar que detrás de su actual imagen, extremadamente bohemia y desaliñada, habita una vida bien diferente que aquella que muestra hoy en el discurrir de su curiosa y artística existencia?
EL HABILIDOSO SEÑOR
DE LAS ARENAS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
10 junio 2022
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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