Tres veteranos y antiguos amigos, Amancio, Bernabé y Onofre, sexagenarios avanzados, se reúnen la mayoría de las tardes, no más tarde de las seis, en la cafetería/bar La Almazara, popular establecimiento ubicado en la plaza principal de una localidad rural de Andalucía, cuya portada mira hacia el edificio del ayuntamiento. Durante un par de horas, minutos arriba/abajo, “eternizan” o apuran el consumo de esas tazas de café con leche que tanto les confortan, merienda de tarde que suelen acompañar con alguno de los apetitosos hojaldres, rellenos de cabello de ángel o crema pastelera, entre los afamados dulces que elabora la “señá” Mariana, cocinera, pastelera y esposa de Basilio, propietario del establecimiento.
Los tres jubilados esperan con disimulado interés ese momento diario del encuentro tertuliano, para compartir opiniones acerca de cualquier tema, cuestiones generalmente banales que les facilitan el entretenimiento, la discusión o el chascarrillo gracioso. Cuando sus tazas del café ya están vacías y aún quedan minutos para completar la tarde, piden a Basilio la cajita del dominó, a fin de jugar unas partidas con esas fichas que esperan vengan “bien dadas”. En esos casos, el perdedor de las cuatro o cinco rondas se tendrá que encargar de pagar la cuenta de lo consumido descontando el coste de los pasteles, que están siempre fuera de la competición en función de los gustos de cada cual. Pero ¿quiénes son estos tres sencillos personajes, que se conocen casi desde la infancia?
El más dicharachero de la tertulia suele ser el peluquero AMANCIO, que ha trabajado en la barbería de Heliodoro durante casi cuatro décadas. Por sus manos y tijeras han pasado a buen seguro las cabezas de todos los habitantes masculinos de Villanueva del Genil, 1276 habitantes, según el último censo. Este conocido vecino se encuentra en estado de viudez desde hace un lustro, soledad familiar que lleva relativamente bien y que a pesar de la insistencia de su hija Emelina, casada y con cuatri niños, sólo acepta ir a su casa para el almuerzo del mediodía. Tanto el desayuno como la cena sabe “agenciársela” (esa su expresión) sin la mayor dificultad. A pesar de su ideología izquierdista desde bien joven, se lleva bastante bien con sus dos íntimos amigos de reunión. Desde siempre ha tenido el sobrenombre o mote de El Navajero, por el arte con que manejaba ese instrumento cortante para rasurar y arreglar las barbas de sus convecinos. Ayuda a la muy modesta pensión que le ha quedado con lo que le reporta un cuarto de fanega de tierra que le dejó en herencia su padre y que está plantada de viejos olivos.
El menos expresivo de los tres amigos es BERNABÉ, quoen ejerció diversos oficios relacionados con el agro, pero que en los últimos veinticinco años de vida laboral ha sido el barrendero municipal, noble tarea a la que aportaba una paciencia y un esfuerzo encomiable. Todos los alcaldes de la villa le mantenían el contrato, pues se encontraban contentos con lo bien limpia que tenía la principal zona para el paseo y la relación vecinal, El Parque de Santa Benita, nombre de una monja clarisa, con fama de milagrera, que vivió en el convento de la localidad (hoy ya vacío de religiosas), entre el final del XIX y comienzos del siglo XX. Ha permanecido soltero durante toda su vida, viviendo junto a su madre ya fallecida.
Por último, está el “gordinflón” de ONOFRE que ha dedicado toda su vida laboral a servir mesas, en el ventorrillo de Las Cigüeñas, conocido lugar para la celebración de fiestas y celebraciones. También ha trabajado en la taberna del tío José, familiar del propietario del ventorrillo. Tanto su abuelo como su padre habían mantenido una ideología muy conservadora (su progenitor se ufanaba de haber vestido el uniforme falangista) por lo que Onofre siempre ha mantenido su fervor al régimen franquista. Sus discusiones con Amancio, en esas tardes de asueto, son vibrantes e incluso divertidas, con cruce de “dardos” de toda naturaleza, mediando la templanza bondadosa de Bernabé para sosegar la vibrante atmósfera dialéctica que tantas veces se crea. El ideologizado camarero está casado con Tomasa, quien hasta su jubilación ha llevado un taller de arreglos de ropa, ahora en manos de una de sus hijas.
Entre la camaradería vecinal, los tres amigos que se reúnen en La Almazara son denominados o conocidos como los “Tres en Raya” por la consolidada costumbre de que cuando paseaban por las empedradas calles del pueblo solían ir en paralelo, guardado muy bien la línea en su trayectoria de desplazamiento.
En ese ratito por las tardes hablan de todo, pero les gusta elegir algún tema especial que centre el mayor tiempo de la conversación, ya sea el fútbol, los toros, alguna decisión o inacción del alcalde, el estado del tiempo, una próxima boda o ese inicio tan recurrente de “me he enterado de que “fulanita…” Una tarde de julio, cuando el calor apretaba, a pesar de lo cual mantenían la costumbre de las tres tazas de café con leche, no tenían un tema concreto para iniciar “el palique” como ellos decían. Tampoco les apetecía recurrir a la tradicional partida de dominó. Estaban dejando pasar los minutos, un tanto callados y somnolientos, cuando pasó cerca de ellos un vecino del pueblo, Leocadio, acompañado de su chiquillo, para ocupar una mesa cercana en La Almazara. Entre el padre y el niño Crispín (no más de seis o siete años) se mantenía la típica conversación que se suele dar entre diferentes generaciones. En ese contexto, Leo preguntó a su hijo, mientras esperaban la llegada del camarero “¿Y qué te gustaría ser de mayor? El niño respondió, tras pensárselo unos segundos, enumerando una serie de actividades, de la más diversa naturaleza: “pues aviador, futbolista, constructor de casas, como hago con mi arquitectura, conductor de coches de carrera...”
Esta humana y simpática conversación, entre Leocadio y Crispín, llegó sin dificultad a los oídos de los tres amigos que ocupaban una mesa inmediata. Entonces fue Amancio, el antiguo peluquero, quien propuso a sus dos compañeros un juego simular al que mantenían el padre y el niño:
“Los tres hemos tenido una honrada profesión. Sin embargo, tal vez no haya sido el trabajo que hubiéramos querido desarrollar en nuestra vida activa. Seguro que cada uno de nosotros conserva en su mente esa profesión o destreza que le hubiera gustado desempeñar en su vida ¿Qué os parece si decimos nuestra deseada o frustrada profesión y explicamos el por qué precisamente nos hubiera gustado tener esa determinada actividad?”
Los dos amigos acogieron con agrado ese juego de “confesarse” públicamente ante ellos, exponiendo aquello que les hubiera gustado “haber sido”. Curiosamente fue BERNABÉ, el muy conocido y apreciado barrendero municipal quien primero quiso narrar la profesión deseada en su vida.
“He pasado gran parte de mi existencia limpiando lo que otros, con más o menos intencionalidad, ensuciaban. En mi trabajo diario, alguna vez os lo he comentado, me he ido encontrando, en las aceras, en los rincones más diversos, en los bancos del parque…. una gran cantidad de cosas variadas, que difícilmente os podéis imaginar. Pero esos objetos no eran míos. Yo no me los podía quedar (os aseguro que nunca se me pasó por la cabeza esa humana tentación). Cuando me encontraba con algo que podría tener algún valor, lo recogía y lo llevaba a la oficina municipal de objetos perdidos. Algunos de esos objetos eran reclamados y retirados. Otros, la mayoría, eran conservados durante algún tiempo y después donados al centro benéfico que lleva don PERPETUO, el cura del pueblo, para atender a la gente necesitada o de mucha edad.
Os aseguro que cuando recogía algún objeto de valor, en los basureros o en la calle, siempre me decía lo bien que me hubiera venido ir guardando estas cosas, para formar una gran colección de objetos curiosos y de un cierto valor. En realidad, es que siempre me han gustado las cosas antiguas. En conclusión, que me hubiera gustado ser un importante anticuario. Y recibir en mi tienda a numerosos coleccionistas de objetos con historia y de un cierto valor. También me hubiera gustado dirigir un museo, repleto de obras artísticas que la gente admirase. Pero ya veis, toda la vida con mi escoba y mi carrito para ir vaciando las papeleras”.
Los dos compañeros de mesa atendían con interés lo que les estaba contando Bernabé. Ambos quedaron agradablemente impresionados de que su amigo de la infancia, un buen, esforzado y paciente barrendero, añorase que el destino o la suerte no le hubiese colocado en el camino del tráfico de objetos suntuarios. Pidieron una nueva ronda de cafés fríos, porque el calor continuaba golpeando, con una contundente suavidad, estas tierras intra-béticas de Andalucía. La línea roja de un gran termómetro, instalado en la farmacia de don Tobías, iba ya superando la crítica marca de los 40 grados centígrados. Pidieron la nueva ronda de frescas infusiones. La tarde prometía ser interesante.
ONOFRE, el camarero de ideología conservadora, se animó a intervenir en esa declaración pública de sus frustrados deseos juveniles.
“Bueno, ahora me toca contaros algo de mis deseos, ya frustrados, de adolescente. Conocéis mi dedicación de tantos años atendiendo a la clientela. El Cama, como muchos me llaman aún. Horas y horas de pie, llevando comidas y bebidas a las mesas ocupadas por los clientes, con sus caprichos y manías en el trato. Así es como me he ganado la vida. Pero tengo que deciros, tengo que confesaros, que me hubiera gustado estudiar y componer música. Mis padres no entendían de conservatorios… bueno aquí sigue sin haberlo. Estudiar el solfeo y esa música culta o clásica. ¡Cuánto me hubiera gustado dirigir una orquesta! Con todos los profesores controlando sus instrumentos bajo las órdenes de mi batuta y el movimiento de mis brazos para que la armonía orquestal no se rompiera.
Esto que os cuento es un pequeño secreto, pero en casa tengo discos, de los antiguos de vinilo, en los que están grabadas piezas de la mejor música clásica. Aunque no entiendo de notas musicales, me gusta mucho escucharlas y en algunos momentos hago como si yo dirigiera a esa gran orquesta que interpreta a los maestros compositores de la mejor música. También me gusta, siempre que puedo, poner la radio y escuchar Radio Nacional 3 de música clásica. Ahora tengo más tiempo, pero antes tenía que “bajarme de mi puesto de director” y volver a la dura realidad: servir miles de cafés, cervezas, platos de boquerones fritos, hamburguesas con patatas y kétchup. Así ha sido mi vida.
Quise que mi hijo estudiara algo de música, pero aquí en el pueblo no había posibilidades para recibir clases. Al igual que pasa en la actualidad. Algunas familias hacen el sacrificio de llevar a sus retoños a ese pueblo, cabeza comarcal, en donde hay incluso conservatorio. Pero son 40 kilómetros de carretera, ochenta con la vuelta, la distancia que hay que recorrer. Incluso el crío me dijo un día, cuando se lo comenté, que prefería ir de paseo con los amigos, antes de meterse en carretera para hacer esos dos viajes a la semana de las clases. En fin, ya conocéis mi afición frustrada, como le pasa a tanta gente”.
Amancio y Bernabé miraban con rostro de asombro a su compañero de mesa, al que nunca habrían calificado como una persona amante de la cultura. Un ejemplo más de esos secretos que llevamos celosamente ocultos en nuestra privacidad y que en algún momento nos decidimos a compartir con las personas más cercanas en la amistad.
Finalmente, le correspondía al peluquero AMANCIO tener que “mojarse” y descubrir su profesión deseada y no realizada. En realidad, era él quien había hecho la propuesta del juego para el entretenimiento y la sinceridad, en aquella tórrida tarde de julio por las tierras centrales de la región andaluza.
“El número de cabezas y barbas que he “cortado y rasurado” no puedo saberlo. Bueno, todos los hombres del pueblo han pasado por la peluquería del Anielo, para cortarse el pelo, al menos una vez al mes. Pero yo también tengo un pequeño secreto. Os explico que me hubiera gustado ser un escritor famoso. Mi Magdalena, que en gloria esté, sabéis que trabajaba por las tardes en la biblioteca pública del pueblo. De vez en cuando me traía a casa algún librito en préstamo, no muy “gordo” en páginas, para que me entretuviera, especialmente en los fines de semanas del otoño y el invierno. Confieso que, como vosotros, no pasé de estudiar los estudios primarios. Las cuatro reglas, y a no sacar muchas faltas en las planas de escritura. Creo que tenía unos doce años cuando mi padre, que era esquilador, me colocó de aprendiz en la peluquería del Anielo (ahora la lleva Cirilo, su hijo) en la que he estado toda mi vida trabajando con las tijeras, la brocha del jabón y las cuchillas de la faca.
Me asombraba que hubiera personas que pudieran escribir esos libros tan gruesos, con centenares de páginas y millones de letras. No lo oculto, me hubiera hecho feliz verme en el escaparate de la papelería de la Felisa, con algún libro que llevase mi nombre. O cómo vemos por la tele, a esos grandes maestros de la escritura, firmando y dedicando los libros que han escrito, echando mucha imaginación y tiempo al bolígrafo, a la máquina de escribir o a los ordenadores, que tan bien manejan los jóvenes. También admiro a los periodistas, que cuentan lo que pasa en el mundo, escribiendo cada día en los periódicos. Pero qué le vamos a hacer. Alguien tiene también que ocuparse en arreglar las cabezas y barbas de los demás. Y la vida puso en mis manos unas tijeras, las navajas y un peine, para poner guapos a los camaradas del pueblo, niños, jóvenes y mayores”.
Superadas ya las ocho campanadas en los toques de la iglesia, decidieron que era ya la hora propicia para la vuelta a casa. Los tres veteranos amigos de siempre, con pasos ajenos al tiempo, caminaban en paralelo por las aceras solitarias, pero aún cálidas y pintadas por las pinceladas solares. Al igual que hicieron ayer. Al igual que también lo harán mañana. Entonces buscarán y encontrarán algún nuevo tema de conversación, para sustentar la merienda y rellenar de contenido esos minutos, lúcidos y hermanados, concedidos por la Providencia. Pero esta noche, negociando protagonismo con los insomnios y los desvelos, pensarán en tantos años de almanaques y rutinas. Y soñarán despiertos, al igual que hacía ese niño del bar que “pilotaba” aviones entre las nubes, en las páginas de los libros que se van rellenando con letras y palabras, en los instrumentos orquestales que suenan de maravilla tocados con manos y mentes expertas y en esas piezas suntuarias que encierras y transmiten informaciones relevantes de cómo fuimos, de cómo quisimos ser. Y un día más, el sol iluminará ese nuevo y cansino despertar que, acaso una tarde más, querrán narrar, dibujar y recordar.
ILUSIONES COMPARTIDAS
EN EL ATARDECER
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
24 junio 2022
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