Como en cada
una de las noches, entre lunes y viernes, NAZARIO
Develia camina pausadamente por una de las aceras de la Gran Vía madrileña,
importante arteria urbana de la ciudad que, a esas horas en las que ha
comenzado un nuevo día, está escasamente transitada por vehículos y peatones. Se
dirige a ese magno edificio de oficinas y negocios, en cuyas plantas 8ª y 9ª
están ubicados los estudios y despachos administrativos de una de las más
importantes emisoras de radiodifusión nacional e internacional. En esta popular
y reconocida cadena de comunicación presta su colaboración, desde hace ya más
de un año, en un muy atractivo y valorado programa de interacción con los ciudadanos
que es seguido, según las encuestas periódicas de la OJD (Oficina de
Justificación de la Difusión) por centenares de miles de radioyentes. El
programa es emitido entre la 1 y las 3 horas de cada madrugada, una vez que ha
finalizado el principal espacio deportivo de la jornada.
Nazario, el
“conductor” del interesante espacio, tiene en la actualidad 43 años. En su
currículo constan dos licenciaturas obtenidas en la Universidad Complutense:
Sociología y Psicología. Además de esta colaboración para las antenas de radio,
ejerce como profesor titular en la facultad de Psicología, en donde imparte sus
clases a partir de las 11 de la mañana, por cortesía de su departamento, lo que
le permite descansar unas horas básicas, que completa durante los fines de
semana. Su estado civil es la de divorciado de Liliana (por incompatibilidad de
caracteres) con la que sin embargo mantiene una relación cordial. El hijo que
tuvieron durante su vínculo matrimonial, Axier, 12 años, vive con su madre,
aunque dos fines de semana de cada mes está con su padre, en el apartamento que
este posee no lejos precisamente de la emisora de radio en donde colabora.
El título del
programa puesto en las ondas es “RADIO EN LA
MADRUGADA”, aunque prevalece el
subtítulo de esta plaqueta, pronunciada una y otra vez en la publicidad diaria:
ES BUENO QUE HABLEMOS. El formato de este
famoso espacio, seguido por una franja importante de radioescuchas muy
interesados en sus contenidos mientras los demás duermen, en realidad no se
caracteriza por una gran originalidad. Lo que singulariza al programa es la
ágil y amena forma que imprime el director locutor en su desarrollo, siempre
con hábiles recursos para que cada noche parezca diferente a la anterior. El
esquema básico consiste en las comunicaciones escritas u orales que los oyentes
envían al programa, exponiendo su caso o problema, pidiendo consejo o ayuda
para poder mejor afrontarlo y resolverlo. Aunque no se establecen límites
específicos para los temas a plantear, mayoritariamente es tratada la compleja
temática de las relaciones interpersonales. El director del espacio selecciona
para cada noche hasta cinco casos (a veces no todos pueden emitirse por falta
de tiempo) de entre los recibidos en la emisora. La formula del correo
electrónico es la más utilizada para el envío de los contenidos: Nazario@radiomadrugada.com, aunque también se
reciben algunas cartas manuscritas y también numerosos mensajes de voz.
Tras la
lectura, en abierto, de la cuestión planteada, con todos los datos necesarios
para su mejor comprensión, Nazario realiza un primer comentario explicativo de
la misma. De inmediato se da entrada en las ondas a los radioyentes que desean
participar (normalmente no más de tres o cuatro, para cada caso). Son aquellos
que por diversas circunstancias se muestran capacitados y animados para aportar
soluciones, opiniones y consejos, que ayuden al remitente protagonista que ha
planteado el problema. Tras la intervención de estos “colaboradores” Nazario,
el conductor especialista, unifica o coordina los criterios aportados,
sintetizando lo que sería como “el estado de la cuestión”.
Se trata en
todo momento de conseguir dos premisas u objetivos: la intervención argumentada
y dialogada de los oyentes y, sobre todo, la ayuda que se le puede prestar al
autor de la problemática expuesta. Los firmantes de los casos, por supuesto,
mantienen su anonimato en las ondas o utilizan nombres supuestos, a fin de
salvaguardar su privacidad, aunque el director del programa tiene constancia de
la autoría de esas comunicaciones enviadas para el debate, requisito exigido
para ser aceptadas por la emisora.
Esa noche de
viernes, Nazario finalizó el programa cuando el reloj marcaba las tres y siete
minutos de la madrugada. Se despidió hasta el lunes de los compañeros técnicos
de la emisora y al salir a la calle se encontró con una noche gratamente
templada, por los vaivenes meteorológicos que suelen acompañar a la estación
primaveral. Un par de asuntos, tratados con sensibilidad y criterio en el
programa, le habían dejado profundamente afectado, por lo que decidió acudir a
una cafetería/bar, llamada Amazonia, que ofrece
la peculiaridad de mantener abierto el servicio de atención a los clientes
noctámbulos hasta las cuatro treinta de la madrugada. Le apetecía tomar un moka
de café y chocolate caliente, reflexionando al tiempo sobre esos dos casos que,
de manera especial, le habían impactado fuertemente en su ánimo. Sentado en una
mesa esquinera del establecimiento, ubicado en la ahora desierta calle de
Fuencarral, se veía como uno de los siete u ocho clientes noctámbulos, que
compartían silencios, palabras y miradas con sus copas, tazas o compañeros de
vigilia. Pensaba en Melania y en Patricio, los verdaderos protagonistas de esa
noche en su programa de radio. Entre sorbo y sorbo, de su caliente, aromática y
reconfortante taza, fue reconstruyendo minuciosamente los problemas que
afectaban a estos dos seres con nombres supuestos.
“Buenas
noches, amigos. Me llamo… pongamos Melania. Durante gran parte de mi
longeva existencia (ya soy octogenaria) he trabajado interpretando historias,
para la distracción de miles de espectadores. Nunca he sido cabeza de cartel,
lo reconozco. Siempre he aparecido en la letra pequeña de la publicidad. Sin
embargo, me he entregado, de corazón, para que los minutos que estaba en el
escenario no desmerecieran al trabajo que desarrollaban, con maestría y talento,
los grandes protagonistas de las obras. La verdad es que el destino y mi
esfuerzo me han proporcionado muchas horas, meses y años de trabajo. Aplicando siempre
a mi labor responsabilidad, estudio, esfuerzo y una tremenda ilusión. Incluso
llegué a tener un cierto prestigio … como actriz secundaria. Fue emocionante
colaborar en algunas películas, no muy famosas y taquilleras, pero sí dignas y
distraídas. Gané algún dinero, que incluso guardaba para los tiempos oscuros.
Pero, una y otra vez, mi débil voluntad ante el amor hizo que esas previsiones
cayeran en saco roto. Mi “mala” cabeza o mi gran corazón, hizo que innobles
amantes dilapidaran el esfuerzo de mis ahorros.
Cuando
los años pasaron y ya ni me llamaban como simple figurante, comencé a sufrir
etapas de necesidad. De humillante necesidad. El hambre, sí el hambre, me
obligó a vender esas queridas joyas que tanto me gustaban tener y lucir. En los
momentos de desesperación, tuve que superar el miedo a la humillación y pedir
ayuda a compañeros y amigos, veteranos y jóvenes, para poder llevarme algo de
alimento a la boca. Y para pagar un modesto alquiler, en donde cobijarme. ¿Las
respuestas que recibí? … pues ha habido y hay de todo.
Recuerdo
un día de hambre (es real y muy duro, tener que repetir en estas breves líneas
esa terrible palabra) fui a una casa de comidas baratas. Mi anciana coquetería
hizo que incluso me disfrazara un tanto, para evitar ser reconocida. Apenas
llevaba en el monedero unos tres euros. Pedí al camarero un trozo de tortilla
de patatas y un bollito de pan. Me preguntó que iba a tomar para beber. Le
respondí que un vaso de agua. Un señor que estaba sentado junto a una mesa
cercana a la que yo ocupaba me observaba con indisimulada fijeza. En un
determinado momento hizo una señal al camarero, diciéndole algo en voz baja.
Cuando terminé de tomar el trozo de tortilla, vi que me servían una taza de
café con leche caliente con un bollo de leche, de los que llaman suizos. Me di cuenta de la generosidad de este señor,
al que le di las gracias con una sonrisa. Antes de marcharse, se me acercó para
saludarme. Con visible emoción me dijo que me había reconocido de verme actuar
sobre los escenarios y en las pantallas del cine. No he olvidado aquel
encuentro.
Finalizo
esta narración (que la he dictado a una amiga que domina la informática)
pidiendo apoyo, no sólo para mi persona, sino para tantos artistas que sufren
muy duras necesidades, cuando su tiempo de trabajo, por la edad o las
circunstancias, ya ha pasado y se ven prácticamente en la indigencia. En la
calle”.
Para este caso, habían intervenido
varios oyentes quienes aportaron diversas soluciones para esos actores que en la
ancianidad pasan tan cruentas necesidades materiales (residencias de acogida,
fondos de ayudas formados por cuotas de los actores en activo… etc). Fue
emocionante la llamada inesperada de un gran actor español, en la cima de su
prestigio quien, deseando mantener su anonimato, manifestó su deseo de ayudar a
esta compañera de profesión. Solicitaba que, fuera de onda o en privado, se le
facilitaran los datos reales de la veterana actriz, a fin de evitarle en el
futuro tener que pasar por los amargos tragos de la indigencia. Nazario
recordaba, con el sentimiento a flor de pie, la vivencia emotiva que aún
mantenía sobre este entrañable caso difundido en las ondas socializadoras radiofónicas.
El otro importante asunto de la noche,
que bien anclado había quedado en su recuerdo, era el de un sacerdote, con
graves problemas vocacionales en la actualidad. En su exposición, había
utilizado el nombre supuesto de Patricio.
“… Al paso
de los años, ahora tengo 56, me pregunto si aquella fuerte vocación sacerdotal,
que asumía en mi adolescencia avanzada, era verdaderamente real o tal vez
influenciada, con intensidad, por una madre de profundo comportamiento
religioso, cuya ilusión o proyecto básico en su existencia era tener un
sacerdote o clérigo en su familia. Incluso creo haberle escuchado, en más de
alguna oportunidad, ese curioso comentario, al que nunca di la menor
importancia, de que le hubiera hecho feliz tomar o vestir los hábitos de alguna
congregación conventual.
De manera
indudable, creo que la influencia materna tuvo un decisivo peso en ese paso al
frente que un día di para ingresar en el seminario conciliar y más adelante
para profesar como sacerdote. Durante más de tres décadas he ejercido con
responsabilidad las obligaciones de mi función pastoral, aunque no he de negar
que he sufrido, en esta larga etapa de mi vida, diversas crisis de identidad
vocacional, para un puesto de tan elevada responsabilidad social y espiritual.
Tal vez, al
paso de los años, la frustración por no haber formado una familia convencional ejerció
una influencia negativa en mis frecuentes crisis anímicas. La convivencia con
mi madre, durante una prolongada etapa, disimulaba esa carencia existencial que
cíclicamente me golpeaba. Pero cuando ella alcanzó una cronología muy avanzada
en su vida y sus limitaciones, sobre todo físicas, se fueron agudizando en un
proceso de dependencia cada vez más acendrado, la soledad “material y anímica”
se me fue haciendo dolorosamente insoportable. El sentimiento de soledad es muy
difícil de sobrellevar. Lo reconozco.
Y hace poco
menos de un año que apareció en mi vida una gran mujer, Laria, por la que me
sentí, desde el primer en que hablamos, profunda y sexualmente atraído. Todo
fue a consecuencia de un trabajo o reportaje que ella estaba elaborando, por su
profesión de periodista, para una cadena mediática de ámbito regional. A sus 48
años tiene un hijo adolescente, de su frustrado matrimonio con un cónyuge que
ya formó una nueva familia. Nos caímos
bien y creo sinceramente que la atracción fue recíproca, pues sus bellos ojos
turquesa así me lo indicaban. El acercamiento entre nosotros es cada vez más
intenso y frecuente. Cuando estamos juntos, la felicidad que nos embarga es
manifiesta y no hemos sido capaces de evitar unir nuestros cuerpos, en más de
alguna ocasión. La necesito y me siento feliz estando junto a ella. Pienso que
el sentir de Laria es similar al que late en mi persona.
Pero la
decisión de la secularización no es fácil de adoptar. A veces me atrapan esas
dudas que hacen preguntarme si me estaré equivocando. Echar por tierra más de
tres décadas de sacerdocio no es fácil. Además, está la persona de mi madre,
con sus egos e influencias. Tener conocimiento de esta situación podría acabar
con su vida. No me cabe la menor duda. Y en esta tesitura me hallo. Yo que
siempre he tenido que ayudar a otros a resolver sus problemas, acudo ahora a
esta popular familia de la madrugada, para expresar con palabras lo que siento
y sufro, en esta trascendental etapa de mi vida”.
Las numerosas
intervenciones que se cruzaron en las ondas, aportadas por oyentes de la más
variada cualificación, todas ellas, de una u otra forma y con matices,
coincidían en sugerir a Patricio que diera un valiente e inteligente golpe de
timón a su vida, aliándose con la verdad, con la realidad. Pues era más que
notorio el error de seguir desempeñando una función espiritual, para la que
había perdido (si es que alguna vez la había tenido) la tensión vocacional necesaria
o básica. Le venían a decir que a través del matrimonio también podía continuar
sirviendo humanamente a la divinidad.
Este segundo
caso, también había producido honda repercusión en el ánimo de Nazario.
Precisamente, en la genealogía de su familia, había tenido lugar un hecho
similar al planteado por el cura Patricio. Y este caso familiar, en su
información o conocimiento, no tuvo un desenlace o solución feliz, pues el
clérigo continuó ejerciendo como sacerdote, pero cada vez más amargado y
frustrado.
El reloj marcaba las 4:30 cuando el profesor universitario e improvisado locutor de radio, algo cansado pero feliz de haber cubierto una jornada más ante las ondas, salió de la cafetería Amazonia, camino de su no lejano domicilio. Al ser ya sábado, no tendría que acudir en la mañana siguiente a sus clases en la facultad, como ocurría durante los demás días de la semana, por lo que dispondría de unas horas más que suficientes para el merecido descanso. Fue realizando el trayecto de la vuelta a casa a través de calles casi vacías de transeúntes, farolas adormecidas, olores contrastados y los laboriosos sonidos de los camiones y operarios que recogían los residuos ciudadanos. Arriba, un cielo estrellado que cubría a una ciudad sumida en el letargo onírico de la madrugada. Se encontró también con algunos vagabundos, cobijados entre cartones y mantas protectoras, en portales y entidades varias que ofrecían esos huecos como singulares aposentos. Una noche más de programa, en la que había ayudado a que algunas personas compartieran sus problemas y desventuras y otras colaborasen con sus opiniones, sugerencias y ayudas concretas. Todo ello gracias al milagro de la radio, ese poderoso, fraternal y popular medio para la difusión de información y punto de encuentro para intercambiar la palabra y la generosa voluntad solidaria.-
RADIO EN LA MADRUGADA
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
25 marzo
2022
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