Hay profesiones que, por
la naturaleza específica de su función, han de trabajar, de manera preferente,
durante las horas nocturnas. Según las épocas y circunstancias, estos horarios
de noche se hallan vinculados a las siguientes actividades: sanidad; seguridad;
prensa; mensajería urgente; panadería y repostería; vigilancia privada;
recogida de residuos; taxi; transporte de mercancías. Los antiguos serenos
deben ser incluidos en esta clasificación. Algunos escritores también manifiestan
que escriben más cómodamente sus textos durante la noche, pues su nivel de
concentración se potencia “en las horas de las brujas”. Cierto es que todos estos
trabajadores han de intercalar horas diurnas, para cumplir con las obligaciones
que les están asignadas. Pero, si no todos, una gran mayoría de este colectivo concentra
su trabajo mientras los demás duermen y descansan.
El protagonista de este
relato tiene por nombre HILARIO Avencilla. Desde su adolescencia, solía mostrar
especial predilección por todo lo relacionado con en el ámbito de la seguridad,
afición tal vez influenciada por un cercano familiar que ejercía como miembro
de la guardia civil y a quien Hila admiraba. Disfrutaba profundamente
escuchando las aventuras que le narraba su tío Tadeo, experiencias vividas, todas
ellas, como integrante del cuerpo armado de la Benemérita.
Sin embargo, Hilario
carecía de capacidad y constancia para los estudios, por lo que, aun superando
las pruebas físicas para el ingreso en el colegio de guardias jóvenes de
Valdemoro, fracasaba en la realización de los ejercicios psicotécnicos y
culturales. No pudo conseguir plaza en un par de convocatorias a las que se
presentó, animado por este familiar. En esta situación, bien aconsejado por sus
padres, Trinidad y Leonor, llamó a las puertas de varias empresas privadas de seguridad. Tuvo la suerte de
recibir, al poco tiempo de enviar sus impresos de solicitud, la llamada de una
de ellas, organización de reconocido prestigio en el ámbito de la vigilancia privada.
Tras la correspondiente entrevista y pruebas complementarias, le fue ofrecida una
vacante temporal que, al paso de los meses, se hizo definitiva, para gozo del
nuevo guardia de seguridad y también de sus padres, quienes conocían la aptitud
de su hijo para esta labor de vigilancia en el seno de las grandes y pequeñas
empresas.
El único y gran
inconveniente de la plaza obtenida es que tenía que
trabajar durante el horario nocturno, circunstancia que Hila aceptó,
dada su juventud y la necesidad de un puesto laboral para la estabilidad de su
vida. Fue asignado a una fábrica/almacén de aparatos y complementos de
telefonía e imagen. Su horario laboral comenzaba a las 12 de la noche, y
finalizaba a las 8 horas del siguiente día. Cenaba en casa de sus padres,
desplazándose a continuación al polígono industrial en donde estaban ubicados
los talleres y almacenes de la empresa. Lo hacía utilizando una “vespino” de 2ª
mano, vehículo que un vecino le vendió, cobrándole un precio verdaderamente
interesante para sus posibilidades económicas. Una vez que llegaba al centro
fabril, ocupaba su puesto en la caseta de vigilancia, dotada con un circuito de
televisión conectado con cámaras de seguridad repartidas por las extensas y
modernas instalaciones. Entre sus obligaciones, tenía también que recorrer, dos
veces en la madrugada, las distintas naves y oficinas, a fin de comprobar in
situ la seguridad general, pues este complejo fabril había sufrido dos robos,
en los últimos años. Cuando volvía a su caseta de control, usaba un apreciado
transistor, que le permitía escuchar y entretenerse con las programaciones
deportivas, culturales y musicales de las diversas emisoras. Lo importante era
permanecer bien despierto, pues el programa informático, de manera aleatoria en
el tiempo, le solicitaba respuestas sobre la seguridad existente en punto
concretos del amplio recinto. Además de la radio portátil, le acompañaba un
buen termo de café con leche (además del correspondiente sándwich) que cada
tarde le prepara Leonor, su madre, a fin de que tonificara la temperatura de su
cuerpo y estuviera muy atento y despierto a sus obligaciones de control durante
las frías noches del invierno. Cuando la radio emitía programas que no le
interesaban, ocupaba las horas resolviendo diversos pasatiempos y juegos, que
tenía descargados en su Tablet.
Durante las semanas
iniciales de éste su primer trabajo, le costó un cierto esfuerzo adaptarse a este duro horario nocturno, pero su
reloj cerebral se fue acomodando a estos cambios del tiempo en su existencia.
Cuando volvía a casa, sobre las 9 horas, tomaba un buen desayuno y se iba a la
cama, no levantándose hasta las cuatro o cinco de la tarde. Sobre las 9-10 de
la noche tomaba la cena y ya se preparaba para desplazarse de nuevo a la
fábrica. Y así transcurrieron muchas semanas y meses, que consolidaron un
especial ritmo de vida que le impedía descansar en las horas en que los demás
lo hacían.
Ya casado con su novia de
años Evelia, era ésta quien le organizaba
muy bien el régimen de comidas y descansos que, por el horario nocturno de su marido,
tenía que aplicar durante cada uno de los días. Transcurrieron 16 años, desde
su ingreso en la corporación TECNOFONÍA,
desarrollando una eficaz labor de vigilancia de manera ininterrumpida. Pero
cierto día, cuando su carnet de identidad marcaba los treinta y ocho años de
edad, la empresa para la que trabajaba entró en quiebra, crítica situación
económica reconocida por la autoridad judicial. Los dirigentes empresariales no
supieron o pudieron sacar a flote un drástico hundimiento financiero, en el
seno de una nueva y grave crisis económica mundial, vinculada a los ciclos que
rigen el sistema capitalista de producción.
Hilario se vio de esta
manera sumido en el marasmo sociológico del paro, con la gravedad de que en
estas situaciones no resulta fácil encontrar, a corto plazo, un nuevo puesto de
trabajo. Aún así, se entregó con esfuerzo y tesón a probar suerte en cualquier
oportunidad que le viniera a mano, pues los ingresos familiares para esta
familia de cuatro miembros (tenían dos hijos, Luna y Félix) se habían reducido
a las aportaciones que hacía Evelia, dando clases particulares de guitarra
(desde pequeña, sus padres, muy aficionados a este instrumento, la habían
apuntado al conservatorio, poseyendo en consecuencia un buen nivel para
impartir de forma privada esta bella destreza musical). Por fortuna y al paso
de los meses, el antiguo vigilante de seguridad fue encontrando algunas
oportunidades laborales, vinculadas a las más diversas facetas del mercado.
Probó suerte de repartidor de correspondencia urgente, de auxiliar de pintura
en alguna obra particular y de reponedor de mercancías, en una cadena de
supermercados. Pero en cada una de esas oportunidades laborales, un grave problema psicológico le iba cerrando, a
las pocas semanas e incluso días, las puertas a su ansiada o necesitada continuidad
en el puesto laboral que ocupaba.
El problema residía en el
horario de trabajo que había desarrollado durante diecisiete años, como
vigilante de seguridad en la fábrica de componentes telefónicos. Esa obligación
de estar completamente despierto durante las noches,
teniendo que descansar durante el día, se
había instalado con indisoluble firmeza en su reloj cerebral. Ahora, cuando las
circunstancias cambiantes en los diversos puestos laborales le permitían (y
obligaban) volver a la normalidad general horaria, su mente no le permitía
hacerlo, por más que lo intentaba. Noche tras noche las pasaba en vela, cayendo
en un profundo e intenso sopor a esa hora de crucero habitual consolidada de
las 10 de la mañana, minuto arriba o abajo. Las consecuencias eran obvias y
graves. Ese letargo mental le hacía cometer importantes errores y fallos en el
desempeño de su labor, lo que conllevaba, después de unos avisos y reprimendas,
su despido inmediato en las sucesivas empresas, por quedarse literalmente
dormido. Hilario quería trabajar y cumplir bien el cometido que tenía por
delante, pero su mente ordenaba a la estructura orgánica que era el tiempo
indicado para descansar y dormir.
Ante esta difícil
situación, el atribulado Hilario comenzó a probar suerte con la farmacología
indicada para combatir el insomnio y recomendada por los médicos y boticarios.
Melatonina, relajantes como la valeriana, la pasiflora, la amapola, las pastillas
de Valium y toda suerte de somníferos recomendados por aquí y allá en la ciudadanía
vecinal. También probó la psicoterapia del Reiki, los baños cálidos antes de
dormir, todo tipo de músicas y composiciones facilitadoras del sosiego y la
relajación. Pero el aludido reloj cerebral de Hilario mostraba su rígida
terquedad, para no querer adaptarse a la nueva situación horaria en que debía
normalizar su vida. Por las noches, mientras la mayoría social dormía, él
permanecía incómodamente despierto muy a su pesar.
Además de las farmacias y
herboristerías, las consultas médicas comenzaron a fluir en la agenda de
Hilario. Pero los médicos, además de los consejos generados por la experiencia,
le prescribían los habituales productos que ya había comprado y probado en los
establecimientos farmacéuticos. Mientras tanto, Evelia seguía con sus clases particulares
de guitarra, ayudando (en realidad, sosteniendo) las necesidades económicas
propia de una familia. Pero siempre hay un día afortunado, para dar con el
facultativo que mejor nos puede ayudar. Los padres de Hilario le pagaron la
consulta privada que realizó a un neurólogo de reconocido prestigio: el Dr.
Lasarte Seriana.
“Debe asumir, Hilario, la
situación en que se halla. Evite el agobio y la desesperación. Este caso que me
plantea es muy raro, se da en un porcentaje muy reducido de personas. Vd. amigo
Hilario es una de ellas y vamos a buscar soluciones. Según mis estudios y
experiencia, la hipnosis sería un buen
recurso para su dolencia. Le puedo recomendar un veterano y experimentado mago,
que actuaba durante años en las pistas de circos, teatros y salas de fiestas.
Ahora, en su avanzada madurez, tiene abierta consulta en un local instalado en
el barrio chino de la ciudad. Posee, para su suerte, mucha demanda, por los
óptimos resultados que consigue, con fumadores empedernidos, rateros
compulsivos, pedófilos obsesos y también con personas que sufren la
desesperación del insomnio. Si consigue visita, no la desaproveche. Este
especialista en magia, se llama el Maestro
Uranio. Aquí le entrego el número de su teléfono. En principio, le responderá
una centralita y si logra hablar con la secretaria del Maestro, muéstrese
generoso con la misma. Ofrézcale alguna “sustanciosa” compensación para que le
ayude, porque es la única forma de encontrar hueco en la densa agenda que
atiende el sabio y admirado profesor”.
Un elegante frasco de
perfume francés, entregado a la Srta. Liriana (una obesa señora, entrada en
años y con generosas unturas de cremas en su rostro, a fin de disimular, con
patente dificultad, la realidad castigada de su reseca epidermis) abrió ese
ansiado puesto de consulta, para las expectativas ilusionadas de Hilario. Le
hizo pasar de inmediato a una sala en penumbra, decorada con cortinas de
dibujos geométricos y formas vegetales multicolores que cubrían todas las
paredes. Había un solo taburete de madera en medio del aposento, pequeño
espacio sin ventanas con aroma a pachuli que estaba desprovisto de cualquier
otro mobiliario. De inmediato, sonó un grave toque de alerta, a modo de
fanfarria, mientras se descorría el cortinaje frontal al recio y monacal
asiento. Iluminado por un intenso foco de tonalidad rosácea, aparecía sentado
en su trono mayestático el poderoso y sabio maestro.
Se trataba de un hombre
de edad indefinible (los espectaculares ropajes envolvían casi todo su cuerpo)
pero desde luego era bastante mayor. Una larga melena blanca cubría su cabeza,
en la que sobresalían y asustaban unos grandes ojos negros de mirada
penetrante, una poderosa boca de labios carnosos y una también larga y poblada
barba, teñida de color violeta intenso. Cubría su alargado cuerpo con una
túnica roja, estampada con estrellas y rombos azules. Con una imperativa señal,
mandó a Hilario que se arrodillara, sobre un lienzo de estopa negra que estaba
bajo el taburete. En ese preciso instante, comenzó a sonar una música
celestial, en la que destacaban los sones de órgano y clavicordio. Uranio se
incorporó de su divinal asiento, dio unos teatralizados y lentos pasos y
extendiendo su brazo derecho entregó al asustado “discípulo” una hoja de color
púrpura, que llevaba impresa la letra de una oración a modo de jaculatoria. El
texto escrito en rojo carmín debía ser recitado a dúo. Mientras entonaban los
párrafos, una potente ventisca comenzó a fluir desde unos respiradores
disimulados tras el aterciopelado cortinaje. Las severas palabras del Maestro
retumbaban en medio de la artificial ventisca:
“Diabólicos espíritus, aléjense,
váyanse y dejen en paz a nuestro buen hermano Hilario. Amigo, cierra los ojos y
duerme. Yo te lo exhorto y mando. Reza en la diosa Santra, la verás dibujada en
el respaldo de mi cátedra y pídele, con filial humildad que te ilumine, para que,
con el fuego, el mar, el viento y la tierra, puedas recuperar el sosiego. La
sierva Liriana te entregará un valioso y mágico ungüento, que te untarás con
diligencia en las plantas de los pies, masajeándotelos durante siete noches y
siete mañanas, por espacio de treinta minutos en cada sesión. Esa poción mágica
ayudará en tu recuperación”. Finalmente, con gestos bien ensayados, le puso
sobre la cabeza su mano derecha, cuyos dedos iban provisto de pesados anillos.
“Ahora, hermano Hilario, cierra los ojos y duerme. Santra te hará descansar
durante la noche. Yo te lo ordeno. Yo te lo mando”. Pero el asustado paciente
no dormía. Temblaba.
Cuando Hilario volvió a
su domicilio, sin los 150 euros que había tenido que abonar por la “milagrosa”
consulta, se encontró con una Evelia muy sonriente, que le mostraba una carta remitida por la concejalía de Acción Social del Ayuntamiento, a él dirigida. De
inmediato despejó la confusión de su marido, explicándole, con cariñosa
paciencia, el origen de dicha misiva.
El padre de uno de sus
alumnos, al que impartía clases de guitarra, tenía gran amistad con la concejala
municipal del distrito. Hacía unas semanas que le había contado al padre de
este chico el grave problema que tenía su marido, con una grave alteración en
las horas del sueño. Conociendo los datos del caso, este señor se puso en
contacto con la concejala, a fin de que pudiera hacer algo por una persona que
deseaba y necesitaba trabajar, pero cuya alteración horaria mental le impedía
mantener los escasos trabajos que iba encontrando. Estudiado el caso, los
servicios sociales municipales habían decidido asignar a Hilario un puesto de
trabajo para ayuda domiciliaria, con una temporalidad de seis meses, que podía
ser prorrogada. Su misión seria la de acompañar y ayudar, siempre en horarios
nocturnos, a determinadas personas mayores seleccionadas, con diversos niveles
de dependencia y que también sufrían la alteración del desvelo nocturno, a
consecuencias de sus respectivas dolencias.
Este inesperado e inmenso “regalo de Navidad” ha permitido a Hilario seguir durmiendo por las mañanas, mientras que durante las noches trabaja. Lo hace acompañando y ayudando en sus respectivos domicilios a veteranas y solitarias personas dependientes: hablándoles, leyéndoles y aportándoles esa valiosa fraternidad afectiva que todos, de forma ansiada, valoramos y necesitamos. Ahora HIlario, el antiguo vigilante de seguridad, se siente útil y ha recuperado al fin su perdida sonrisa. -
DE DÍA
José Luis Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
28 mayo
2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog
personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/