Al igual que ocurre en tantas facetas de la vida, la retirada del escenario o las cámaras del cine por parte de una gran figura de la interpretación resulta muy contrastada con aquella que realizan los actores modestos, que siempre han ejercido de “segundones” en el staff de los diferentes repartos escénicos. Se trata de esos actores secundarios, cuyos nombres aparecen escritos con letra pequeña en las carteleras y que aparecen en las obras interpretando “papeles” o roles de relleno, para los que no tienen que expresar muchas palabras. Pueden ser mozos para el reparto de mercancías, criados o miembros del servicio en la gran mansión, obreros anónimos, soldados integrantes de un batallón, comensales en un restaurante, jardineros que limpia las brozas de los setos con flores, porteros de edificios con oficinas o dependientes tras el mostrador de las gasolineras. Y así un largo etc.
Muchos de estos actores secundarios nunca llegan a
poder interpretar personajes protagonistas, pues los directores escénicos no se
fijan en ellos para concederles la oportunidad de que asuman ese protagonismo
que, sin duda, aquéllos anhelan. Obra tras obra han de estar siempre a la
sombre de las “figuras de relumbrón”. Y gracias, pues al menos tienen trabajo.
En sus modestas biografías, sin embargo, soportan el “pálido” honor de haber
actuado, aunque sea con muy escasos minutos en la acción, junto a grandes
figuras de la pantalla o del arte teatral. Muchos de estos famosos actores
protagonistas, al finalizar la gira o a la conclusión de los rodajes, ya han
olvidado los nombres de estos compañeros “complementarios” aunque traten de
disimular, en los posibles nuevos encuentros, con la destreza que los actores
saben y suelen aplicar.
En el plano económico, a estos actores de reparto se
les suele retribuir con un sueldo cuya cuantía está a “años luz” del que
reciben los grandes y consolidados protagonistas de la interpretación. Aun así
pueden seguir “medio tirando”, ellos y sus familias, e incluso ir sumando algún
ahorro a fin de tener alguna cobertura de seguridad para cuando sobrevienen
épocas de “vacas flacas”. Son esas etapas inciertas en las que han de soportar
el hambre y la desesperación, al ver pasar las semanas y los meses sin recibir
llamada alguna, de sus representantes, directores o productores teatrales.
En el ejercicio diario, los “segundones” han de
mantener contentas a las “figuras de relumbrón”. ¿De qué forma? Pues aguantando
y disimulando sus caprichos y sus desplantes. Sonriendo, cuando no hay
verdaderos motivos para hacerlo o haciéndose el sordo, sobre comentarios o
palabras hirientes. Dándoles la razón, cuando no la tienen, mirando hacia otra
parte, para soportar sus injusticias. Expresando palabras amables, cuando ellos
no las reciben. Callando, cuando el cuerpo y la razón te piden responder.
Aceptando “papeles oscuros” cuando otros más interesantes se los llevan los
amigos de los actores principales. Bajando el tono y volumen de voz, cuando la
“figura” grita y vocifera. Aceptando viajar en incómodos autobuses, cuando las
estrellas VIPs lo hacen en avión o en la clase preferente de los trenes de alta
velocidad.
Otra muestra de este trato desigual se suele dar
cuando alguno de estos actores de reparto enferman. Muchos de ellos no dudan en
salir a escena incluso con fiebre, con molestos dolores dentales, disimulando
esguinces de tobillos o incluso después de haber pasado la noche en vela por
haber estado cuidando a algún familiar enfermo. Dada la competencia laboral y
los intereses de las compañías, estos artistas no famoso silencian sus
problemas, a fin de evitar “roces” con sus jefes. Sin embargo, cuando el actor
principal acude al teatro con un catarro o una molestia articular, por citar
ejemplos frecuentes, aparece con urgencia una “riada” de médicos para lograr
que la estrella se recupere o si ello no es posible está el “cóver” dispuesto
para sustituirle o incluso no se duda con suspender la representación de esa
tarde.
Y si todos estos ejemplos no son suficientes,
añadamos la reacción del director escénico cuando un secundario comete un
lapsus de error, en comparación a los olvidos de frases del actor protagonista
o a las improvisaciones que estos divos articulan, simplemente porque no se han
estudiado bien el papel o han pasado una noche de juerga y desvarío, sin
aplicar el necesario y reparador descanso. En el primer caso, surgen los
enfados, los malos modos e incluso gritos y amenazas de sustitución inmediata.
Por el contrario, para los actores y actrices de renombre, todo es comprensión,
paciencia, “flores” y cómplices sonrisas. Es la penosa consecuencia entre ser
importante y no serlo, en el competitivo y exigente mundo del espectáculo.
La representación teatral de una obra titulada (precisamente)
VACACIONES PARA EL ADIÓS, que se iba a
desarrollar un domingo 30 de Junio en el Teatro
Municipal de Estella (Navarra), tendría un significado muy especial y
emotivo para uno de los actores. Con esa representación la compañía de la empresaria
y actriz Celeste Blázquez finalizaba un largo
recorrido por numerosas localidades españolas, tras haber estado en la
cartelera madrileña del Lope de Vega durante ocho meses ininterrumpidos de
representación. Esta prestigiosa y afamada empresaria estudiaba ya nuevos
proyectos para después del verano, en los que ya no contaría con el veterano
actor de reparto Wenceslao Fresnilla quien, con
sus 75 años recién cumplidos, se despedía de las tablas escénicas, en las que
había permanecido actuando durante cinco esforzadas décadas, interpretando
siempre papeles secundarios o no protagonistas.
Wences había conocido y trabajado, durante esta
larga trayectoria profesional, con los más importantes actores de la escena
nacional y alguno internacional, siempre bajo el control de numerosos
directores, recorriendo los teatros de casi todas las capitales españolas y de
muchos de sus municipios más destacados. Pero su nombre en las carteleras y prospectos
informativos siempre aparecía escrito con esas pequeñas letras que casi nadie
se molestar en prestarles atención para la lectura. Sin embargo, siempre
priorizó en su esfuerzo la destreza, la dignidad y la responsabilidad en el
oficio.
Nunca quiso pasar por la vicaría ni por el registro
Civil, pues comentaba que “eso del matrimonio” era para las personas de vida
estable y en su concepción del oficio esa palabra no contaba. Sus compañeros de
reparto expresaban acerca de este “secundario de lujo” diversas opiniones que
dibujaban algo del perfil de su misteriosa vida privada. Por ejemplo decían que
Wences había tenido diversos amoríos, que le gustaban por igual las mujeres y
los hombres, que un doloroso desengaño amoroso le había hecho “huir” de las
claves matrimoniales. Lo cierto era que ahora, en las fases avanzadas de su
existencia, sentía con especial acritud ese fantasma que se nos aparece en los
momentos más necesitados y que recibe el nombre de la
soledad, ese vacío relacional que dificulta o impide nuestra
convivencia, el diálogo y el afecto fraternal.
Aunque con los achaques propios de la edad, aún
tenía arrestos para subirse a las tablas del escenario e interpretar, con la
maestría de la experiencia, esas breves apariciones o intervenciones de
figurante que, además de los gestos o la mímica expresiva, le permitía decir sólo
unas cuantas frases que no contenían excesivas palabras en su composición.
Una sobrina, de profesión maestra de párvulos, a la
que visitaba de tarde en tarde, hija de una hermana ya fallecida, le había
ofrecido, para esa gozosa y a la vez difícil etapa de su retiro, la estabilidad
de un pequeño estudio en la propia capital murciana. Esa propiedad la había
recibido su marido en herencia y la habían estado alquilando por diversos
períodos a una serie de inquilinos, cuyo dudoso e incívico comportamiento les
había provocado más problemas que réditos económicos. Wences estaba dispuesto a
aceptar el generoso ofrecimiento de este familiar, pues aparte de fijar su
residencia en una bella ciudad, tendría la proximidad y el “calor humano” de
ese parentesco, matrimonio con niños
pequeños, a quienes les podría echar una mano en todo aquello que necesitasen,
pues ambos cónyuges trabajaban en la docencia.
Había sabido guardar algunos ahorros pues, aunque
había sufrido etapas de silencio por parte de los productores y directores
escénicos, el prolongado ejercicio de su oficio le había proporcionado esos
euros en la cartilla bancaria que ahora le permitían una mínima seguridad a su
futuro. Por consejo de prudentes compañeros, había estado cotizando durante los
últimos veinticuatro años, para cuando llegase el momento de su retiro y
pudiese acceder a esa pensión tan necesaria para las necesidades diarias. Pero
lo que más le preocupaba, por encima de todo, era la soledad en su vida, a
partir de estos momentos. El no poder sentirse útil, el vacío o el anonimato,
sembraban de incertidumbre muchas noches de desvelos en las brumas del
inamistoso insomnio.
Aquella noche, en la histórica ciudad navarra de Estella,
la percibía con el agrio sabor de la despedida. Era un adiós prolongado a las
giras, a las representaciones diarias, al trato con los compañeros de reparto,
a ese nerviosismo por comprobar cuántas butacas permanecían vacías en el
momento de elevarse el gran telón y presentarse ante las ilusionadas miradas de
los espectadores. Aquella noche le embargaba un sentimiento confuso y taciturno,
mezcla de emoción, tristeza, ante la llegada a una meta con numerosas
incertidumbres. Como era habitual en su profesionalidad, se esforzó en aplicar
una profunda responsabilidad a su breve
trabajo. En la línea habitual, hizo las dos apariciones e intervenciones que
tenía en la obra, unos quince minutos de actuación en total, iniciando después
esa profunda despedida que él asumía, no sin razón, definitiva.
La representación de Vacaciones para el adiós
finalizó a las 9.15 de la noche. Tras los saludos ante el público, todos los
actores volvieron a sus fríos camerinos del Teatro Municipal que los había
albergado. La instalación tenía habilitada unas duchas, que Wences y otros
actores aprovecharon para relajar el cuerpo con el agua bien caliente. La
compañía iba a dormir en Estella aquel domingo, para a la mañana siguiente
iniciar el viaje de vuelta en tren a Madrid, aunque los dos intérpretes
principales lo harían, como ya era habitual, en el coche particular de uno de
ellos.
A pesar de estar ya en pleno verano, el ambiente
atmosférico se había presentado bastante fresco aquella noche. Había que buscar
algún lugar agradable para cenar. Ya vestido de calle, vio que se le acercaba Colás Frutos, encargado del material, para hacerle
algún comentario.
“Wences ¿cenamos juntos esta noche una
buena pizza? Me explica el taquillero que hay un restaurante italiano, no lejos
del teatro, que tiene una buena cocina y es bastante económico. Vamos hombre
¡anímate!” Aquellas palabras amigas le
supieron a gloria, al cada vez más abrumado y taciturno actor de reparto.
Pensar que la de aquella noche sería la última presencia suya ante un publico
atento en sus butacas, después de tantos años… le provocaba una profunde
desazón y tristeza. Se preguntaba una y otra vez si en realidad estaba
preparado para ese gran cambio de vida que se le avecinaba de inmediato. Esperó
que el amigo Colás terminara de recoger diversos materiales que pertenecían a
la compañía y, tras unos minutos sentado en una butaca de la primera fila, emprendieron
unidos el paseo hasta ese establecimiento recomendado para alimentar el cuerpo.
Cuando llegaron al restaurante
El Coliseo comprobaron que el bonito local de restauración estaba
prácticamente vacío de comensales. Se les acercó un camarero, quien con gesto
solícito les sugirió que podrían cenar en una sala reservada para eventos, pues
allí estarían más relajados, ya que en pocos minutos iba a llegar un autocar
con cincuenta estudiantes en viaje de estudios, para una cena concertada con la
agencia de transporte. “Ya saben que son gente joven, con ganar de pasarlo bien
y que no cuidan el volumen de voz. Les paso a ese reservado, en donde podrán
cenar con una mayor tranquilidad”.
Al abrir la puerta de la sala, rotulada como “La Fontana de Trevi” las luces estaban apagadas.
Cuando el camarero pulsó el interruptor para iluminar el recinto, un
estruendoso aplauso, que duró varios minutos, totalmente inesperado, emocionó
el semblante del veterano actor secundario. Rompió a llorar como un niño
pequeño, presa de la emoción y la tensión contenida. Allí estaban, puestos de
pie, todos los miembros de la compañía, sonrientes y agradecidos. No faltaba
nadie. La propia Celeste Blázquez, a sus sesenta y tantos años y algunos
achaques puntuales de salud, se había desplazado desde Madrid, para no perderse
el emocionante evento. Aquella última noche de actuación, querían acompañar en
la cena a ese buen compañero de tantas “batallas” interpretativas, entre besos,
abrazos, parabienes y palabras entrañables para la despedida.
Una suculenta cena, bien regada con unos vinos de la tierra, potenció el ánimo de todos estos actores, regidores, técnicos y especialistas, expertos en el noble arte de multiplicar las vidas e historias cotidianas. Pero sobre todo celebraban el adiós de un compañero que, en la mente de todos, esa noche no ocupaba las esquinas de los carteles, con su nombre escrito en letra pequeña. Wenceslao Fresnilla era en ese momento el gran actor principal de una gran obra escrita a lo largo de toda una vida entregada a las tablas escénicas. Todos los presentes habían colaborado en ese gran regalo, que su compañero bien merecía. Un reloj Rolex, el “capricho” que Wences, en repetidas ocasiones, había manifestado querer tener algún día. En la base del mismo había sido grabada una hermosa dedicatoria. “Wences gran actor. Tus compañeros. 30 VI 2010” Una foto grupal puso fin a esa entrañable cena de despedida, en la que un modesto y gran profesional del arte de Talía estuvo arropado por actores quienes, en ese restaurador espacio, no interpretaban obra alguna. Expresaban, con grandeza, el sentimiento de sus propias vidas agradecidas.-
EN LA RETIRADA DE
UN BUEN ACTOR SECUNDARIO
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
13 Noviembre 2020
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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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