Es una familia como cualquier otra, en ese nivel
medio de la clasificación sociológica. El padre, Evelio
Revaina, había estudiado en su juventud Ciencias Empresariales con buen
aprovechamiento. Preparó unas oposiciones, a fin de acceder a una plaza
funcionarial de técnico de la Administración del Estado. Después de felizmente
obtenerla, a los veinticinco años de edad, pasó temporalmente por distintos
departamentos oficiales hasta ser destinado a una sección del Catastro, en un
departamento que prepara informes requeridos por el Registro de la Propiedad. Un
año después de obtener la ansiada plaza, contrajo matrimonio con Minerva Olaya, su “novia de siempre” un año mayor que
él. Es bióloga titulada, que dedica las tardes y también algunas mañanas para
trabajar en una franquicia de la cadena Interflora, propiedad de Fuensanta,
buena amiga y compañera de estudios. Aunque ese trabajo no le reporta un gran
rendimiento económico, le resulta suficientemente grato y sugerente estar todos
los días rodeada de flores, bellas especies que después son preparadas para
atender los encargos de bodas, bautizos, aniversarios, onomásticas, regalos,
decesos o adornos para el hogar.
Tras el feliz enlace matrimonial, dos hijos
llegaron a sus vidas: Olivia, que en la
actualidad estudia tercer curso de medicina y Germán
que a sus veinte años (uno menos que su hermana) cursa segundo de Económicas.
En apariencia se trata de una familia bien avenida, con los avatares propios de
cada personalidad que de alguna forma enriquece el contraste personal en el
devenir de los días. Todo parecía normal en este grupo familiar, pero las
sorpresas pueden aparecer en los momentos más inesperados de nuestras previsiones.
Lo que parecía ser una noche más, en plena canícula
de Agosto, con temperaturas que difícilmente se alejaban de los treinta grados,
se convirtió en un episodio complejo e inolvidable, por sus revelaciones y comportamientos
inesperados para las memorias, protagonizados por los integrantes de esta
unidad familiar. Una vez acabada la cena, se habían acomodado en la terraza de
su vivienda, un piso 7ºA, correspondiente a la última planta de un bloque
sociológico de clase media, ubicado en el barrio universitario de Teatinos de
la capital malagueña. En teoría, todos pasaban el tiempo mirando al gran
televisor de plasma, colocado en la biblioteca del salón estar, monitor al que
realmente ningún componente de la familia le estaba haciendo el menor caso. Evelio,
vestido como los demás con atuendo deportivo o playero, permanecía pensativo
sin articular palabra alguna, jugueteando con una pequeña pelota de goma que
usaba para ejercitar la articulación de ambas manos. Minerva se entregaba a su
tablet, compitiendo con las piezas del Woodoku, un juego que le distraía y a la
vez le excitaba. Olivia ojeaba el último número de Muy Interesante, publicación que siempre
adquiría, pues le agradaban las divulgaciones que ofrecía esta revista de
edición mensual, mientras que Germán no dejaba de enviar y recibir mensajes,
correspondientes a sus numerosos contactos en los grupos de Whatsapp.
Cuando las manecillas del reloj apenas pasaban de
las 22:30 horas, Evelio se levantó de su silla mecedora, se dirigió hacia el
televisor y, tras apagarlo, volvió a la terraza, con paso lento y marcadamente
ceremonioso. Ocupó de nuevo su asiento y con voz, en principio temblorosa,
solicitó un momento de atención. Su mujer e hijos se miraron unos a los otros,
como preguntándose “¿qué le habrá pasado hoy al papá? Veremos la historieta o
rollo que nos tiene hoy preparada. Valor. Tengamos paciencia …”
“Por favor, os pido que atendáis a lo que quiero
decir. Creo necesario que estéis todos presentes pues a todos nos afecta el
contenido de mis palabras. Lo he intentado hacer en otros momentos pero, por
una u otra razón, lo he ido posponiendo para una mejor ocasión. Quiero deciros
que a mis cuarenta y ocho años de edad, no tengo más remedio que dar un
importante giro a mi vida. El problema básico que me ocurre es que desde hace
tiempo, bastante tiempo, no me sentía feliz, durante el transcurrir de las
horas del día. Entiendo que éstas situaciones ocurren en casi todos los
matrimonios. Yo no puedo tener quejas de las personas con las convivo, en el día
a día. Porque el problema está realmente en mí. Es un problema de soledad
anímica, de incomunicación, de carencia de motivaciones, que tratas de
disimularlo, de compensarlo con banalidades materiales, pero que poco
resuelven. Y así un día tras otro”.
Su mujer y los hijos se miraban furtivamente unos a
los otros, profundamente extrañados y asombrados ante lo que estaba ocurriendo.
Evelio se levantó para servirse un vaso de agua del frigorífico, pues no podía
ocultar que a medida que hablaba, la boca se le iba quedando más y más reseca,
producto de la emoción que le embargaba. Cuando volvió con su vaso fresco, a
medio consumir, continuó con su compleja exposición.
“Hace unos pocos meses, conocí a una gran persona.
Una buena mujer llamada Amia. Esta compañera de
trabajo es más joven que yo, muy vitalista y que sabe ayudarme en aquellos
momentos en los que me siento más desanimado. Es un un ser profundamente
bondadoso, que ha sufrido mucho. Se halla separada de una pareja que la
maltrataba con crueldad y sin embargo sabe transmitir esa alegría, esa fuerza
anímica, que yo necesito cada día más. Tengo que confesar que esta relación la hemos
sabido mantener en secreto, pero llega un momento en que hay que poner la
situación encima de la mesa, para mejor resolverla. Yo no pretendo haceros
daño, pero tengo que pensar en mi, en esta fase tan complicada de mi existencia.
Bueno … hay otro problema añadido. Problema feliz, pero que acelera esta difícil
decisión que estoy asumiendo: Amia está esperando un bebé, de cuya paternidad
soy responsable. Así están las cosas. Tengo que ser sincero. Estoy muy cansado y
agobiado de tanto disimular. He de afrontar la realidad. He de ser valiente
ante la verdad”.
Parecía que los cuatro protagonistas
intervinientes, allá en todo lo alto de su bloque de pisos, se habían quedado
petrificados. Todos se cruzaban las miradas. Nadie decía palabra alguna, tras
la muy dura confesión, drástica y sincera, de un abrumado y desconcertado padre
de familia. Tras unos “largos” minutos o segundos de silencio, en una atmósfera
crispada y a punto de estallar, cuando Evelio esperaba un torrente explosivo de
reproches, acusaciones, lamentos, lágrimas y posturas escenificadas, para su
insólita sorpresa la reacción fue bien distinta, sutilmente inesperada. Como
era previsible, fue Minerva su “agredida” mujer, la más directamente afectada
por la tensa situación, la primera en romper el hielo de la ausencia de
palabras, expresándose con una frialdad y autocontrol que desarmaría a
cualquier contrincante por su serena y prudente dialéctica.
“Me doy perfectamente cuenta de la situación que
ahora te atreves a plantear. Muy “valiente”, sin duda. Pero tras veintidós años
de matrimonio, he tenido tiempo para conocerte y, efectivamente, desde hace
meses percibía que algo estaba ocurriendo en tu vida. Algo bastante importante.
Más pronto que tarde llevaba esperando que al fin descubrieras ese plan vital
que ocultabas, con tu rutinario y silencioso comportamiento. Pero tengo algo,
no menos importante, que decir. No sólo tú, pues también yo he sufrido y sufro
ese desamor entre nosotros, hace ya años penosamente marchito. En esta
“competición de sinceridades” también yo he tenido que buscar esa compañía
amable y generosa para el cariño, por parte de un veterano cliente de la
entidad. No es que mantengamos una relación sentimental de alta intensidad,
pero sí que nos ayudamos y compartimos esa amistad que tanto bien nos hace en
la orfandad de los afectos. Este hombre se llama Héctor,
es escritor y enviudó hace seis años”.
Minerva y Evelio fijaron sus miradas entre ellos,
durante otro impasse pleno de tensión y un cierto desconcierto. Parecía como si
en ambos hubiese llegado una sorpresiva y contundente realidad que,
respectivamente, utilizaban como armas arrojadizas contra la infidelidad y la
carencia mutua de amor. ¿Y qué hacían mientras tanto los dos jóvenes, sus
asombrados hijos, ante el patente vacío afectivo existente entre dos padres
marchitos en la ilusión conyugal? Fue primero Germán, el más joven de la
familia, quien aportó su visión de las cosas, utilizando un análisis
fuertemente crítico y no exento de un dosificado o más juvenil sarcasmo.
“Vaya clase de tropa, la que nos ha educado ¡Cómo
se os nota la crisis de los cuarenta! Resulta patético, pero vuestra imagen
personifica el inevitable fracaso en la búsqueda de la eterna juventud. Pero
¿no os dais cuenta de que ya formáis parte del populoso equipo carrocero de la
sociedad? Total, que uno y otro, habéis estado echado canas al aire. Y ahora
resulta que voy a tener un hermano de una señora a quien no conozco. Por edad
podría ser mi hijo, pero todas las experiencias en la vida tienen su lado
interesante. Sois vosotros quienes tenéis que resolver las diferencias que os
separa. Y ya que hablamos de separaciones, pues no hay que hacer un drama del
asunto. En mi panda tengo varios ejemplos de padres divorciados y me cuentan
que ahora viven mejor que antes. Más tranquilos, desde luego, con respecto a
las escenitas en las que se tiraban los trastos a las cabezas. No se va a
hundir el mundo porque cada uno de vosotros tire por su lado. Por cierto, este
finde me voy de acampada, con Marutcha y Álvaro “el largo”. También creo que
vendrá mi pareja actual, Chelo. A ver si os dejáis caer alguna “pasta”, que
todo está muy caro para el consumo”.
El moderno y desenfadado planteamiento analítico de
German quedó suficientemente bien expuesto, en su muy fluida aportación al
debate familiar. Su hermana mayor, Olivia la más seria de los cuatro miembros
de la familia, deba vueltas una y otra vez a su revista Muy Interesante,
forzadamente enrollada a modo de testigo olímpico para una carrera de relevos.
Con voz firme y la preocupación en el rostro, alzó la voz, pronunciando muy
lentamente las palabras.
“Sin duda, vuestra generación está en plena
decadencia. De manera afortunada, nosotros somos ya mayores de edad y sabemos
caminar por el mundo sin el auxilio paterno o materno. Habéis equivocado
vuestra relación u os habéis hartado de estar hartos, como canta Serrat, el uno
del otro ¿Y que habéis hecho para darle vida a ese tiesto relacional que, poco
a poco, se os ha ido secando? Sois ambos autores y culpables del erial en que
se ha convertido vuestra vínculo, hasta dejarlo marchitar y morir. Y a
nosotros, vuestros hijos ¿qué? Creo sinceramente que lo mejor que podéis hacer
es dejarnos en paz, con vuestras lánguidas y aburridas cuitas para el
aburrimiento. Y ahora resulta que voy a tener un hermano, de una señora
divorciada de nombre Amia ¡qué chuli! a la que no conozco, que parece ser todo
bondad. Y un segundo padre, perdón padrastro, llamado Héctor, que por lo visto
le da bien a la pluma … Verdaderamente enternecedor. Pues muy bien. Yo me voy a
la cama, que mañana temprano tengo prácticas de traumatología. Está bien eso de
ver en qué nos convertimos, cuando llega la maduración última y definitiva.
Buenas noches tengáis. Germán, vámonos a dormir que ya es bien tarde”.
Al quedarse solos en la terraza, Evelio y Minerva,
guardaron un profundo silencio, tal vez por no saber qué más decir. Tanto el uno
como el otro estaban asombrados acerca de la respuesta, en extremo “civilizada”
que habían recibido de su respectiva pareja. Y también de la actitud de sus
hijos, hasta cierto punto comprensiva y saludablemente “pasota” con respecto a
todo lo que habían tenido que escuchar. Desde luego, el contrato vincular de su
teatro matrimonial estaba más que agotado. Asumían mentalmente que había
llegado el momento de iniciar un nuevo camino para el resto de sus días. Y así
es como sucedió.
En la actualidad
Evelio convive con Amia, en el apartamento que ella obtuvo de su separación
con su antigua pareja. Tienen una dulce y alegre descendencia, a la que han
puesto el nombre de Jasmina. Uno y otro se
sienten felices y realizados, pues Amia transmite esa energía vital y cariñosa
que Evelio tanto echaba en falta, mientras que ofrece a su nueva pareja esa
seguridad, respeto y bondad que ella tanto necesitaba. Por su parte Minerva se
ha marchado de la capital malacitana, acompañado a Héctor a la isla de Paros,
en el mosaico insular del Mar Egeo, pues el escritor tiene el proyecto de
situar su próxima novela en este entorno helénico de las islas Cícladas. Ha
instalado una pequeña tienda de flores y regalos, que tiene muy buena acogida
entre la masa turística que visita el entorno helénico. Además está haciendo
sus primeros pinitos en el arte de la escritura, siguiendo los experimentados
consejos de Héctor. El piso familiar del antiguo matrimonio es utilizado por
los dos hermanos, Olivia y German, que desde siempre se han llevado muy bien, a
pesar del carácter desordenado de este último. Suelen ir a almorzar al
domicilio de Evelio y Amia, muchos
domingos, mostrándose encantados con las ocurrencias de su hermana Jasmina, a
la que algunos días la sacan a pasear para que juegue en los parques
infantiles.
Lo que se suponía iba a convertirse en una noche dramáticamente
explosiva y drástica para las reacciones, en aquel cálido día de agosto, por el
azar del destino y la madurez de los protagonistas, la infidelidad no llegó a
mayores, sino que la normalidad y el realismo encauzó el sentido común de todas
estas personas. Unas y otras siguen buscando respuestas a sus preguntas diarias.
Pero como ayer, hoy y mañana se siguen repitiendo: ¿por qué no dejamos que el
río encuentre su más lógico y orográfico cauce?
INSÓLITAS RESPUESTAS,
DENTRO DE LA
APARENTE NORMALIDAD
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
07 Agosto 2020
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