sábado, 29 de agosto de 2020

UNA CURIOSA FOTO, ENCONTRADA EN LA 515.

Resulta frecuente en las personas la pérdida u olvido de objetos vinculados al uso cotidiano, comportamiento tal vez derivado de nuestra natural tendencia al despiste o por esas prisas infundadas que tantas veces y de manera tan necia nos imponemos en el horario. ¿Dónde suelen ocurrir estas pérdidas? Pues en los lugares más variados y frecuentados: en los medios de transporte como el bus, el taxi el tren o el avión; en las salas de exhibición cinematográfica; en los restaurantes y cafeterías; en los probadores de los centros comerciales; en los jardines y bancos de los parques; en el taller o la oficina; en los templos y auditorios; en las playas; en las habitaciones de los hoteles y, por supuesto, en nuestro propio domicilio. Y así un largo etc. 

Algunos de esos objetos perdidos u olvidados son de especial significación para sus propietarios, como por ejemplo la documentación identificativa (el Documento Nacional Identidad, el Carnet de conducir, las tarjetas de crédito, etc.) la billetera o el monedero, el móvil telefónico, las llaves de la casa o del automóvil, el tablet informático o el ordenador personal, las joyas, bisutería y otros adornos o complementos, las gafas graduadas, las medicinas o incluso alguna mascota. Por el contrario hay otros objetos de menor valor y que son muy fáciles de sustituir, como una prenda de ropa, un libro, un paraguas, un sombrero o una pluma estilográfica. En realidad todo dependerá del valor sentimental o profesional que dichos objetos tengan para cada cual. Por esta razón, en ocasiones, aparecen anuncios en la prensa o notas informativas pegadas en las paredes, explicando detalles de una determinada pérdida, con fotos de esos elementos que se han extraviado, prometiendo diversas gratificaciones a quien los devuelva o facilite noticias fehacientes respecto a su posible localización. 

Aplicando suerte y paciencia, algunos de esos objetos pueden ser recuperados, con más o menos dificultad. Es conocido que casi todos los grandes establecimientos y organismos, públicos o privados, tienen algún departamento o sección dedicado a la identificación, clasificación o conservación de esos elementos que se han perdido o encontrado en sus dependencias, servicio gratuito puesto a disposición de los ciudadanos. Cada Ayuntamiento o Corporación Municipal dispone necesariamente de un servicio oficial de objetos perdidos, en el que todo ciudadano puede acudir a reclamar su recuperación, siempre que se acredite convenientemente la titularidad del mismo con los datos o documentos necesarios de propiedad. 

Después de esta introducción previa y enmarcado en este contexto explicativo, se desarrolla la narrativa del siguiente relato.

Coral Laria es una madre soltera que trabaja, desde hace poco más de tres años, como camarera de habitaciones en el Hotel Olimpus de la capital valenciana. En la actualidad suma veintiocho años de vida, esforzándose en cumplir bien con su trabajo, ya que es responsable de una hija de cuatro años cumplidos, a la que bautizó con el bonito nombre de Tara.  Nació en una familia de nivel medio (su padre ejerce como representante de una empresa nacional dedicada a la fabricación de prendas para vestir) tuvo una infancia normalizada, siendo la única hija del matrimonio. En su adolescencia cursó los estudios de la formación secundaria, con unos resultados académicos más bien básicos, en nada brillantes. Aunque su  ilusión en esos años de juventud era estudiar para azafata de vuelo, la realidad de sus circunstancias le hicieron probar suerte laboral en diversas actividades. Estuvo durante un tiempo aprendiendo y trabajando en un establecimiento de peluquería. También desarrolló la experiencia comercial, con la venta a domicilio de productos cosméticos y ejerció como monitora y auxiliar en distintos eventos de naturaleza cultural. Siendo bastante joven, hubo de afrontar un embarazo, en principio no deseado, del que su protagonista masculino, un chico menor de edad, nunca se quiso responsabilizar. Con la comprensión y ayuda de sus padres, pudo traer felizmente a la vida a esa niña, Tara, siempre alegre y vital, que en cada uno de los días le fundamenta la fuerza necesaria para seguir luchando con ilusión y esperanza. 

Una buena amiga, cuyo nombre es Noa, fue quien le sugirió que en la cadena de hoteles donde ella presta servicio como recepcionista, se necesitaban camareras de habitaciones. Sin especial dificultad para la recomendación, podía facilitarle un puesto de trabajo muy necesario, a fin de ayudarle a sostener económicamente la educación y cuidados de su pequeña hija. Así lo hizo, quedando vinculada a la nómina de esta importante cadena hotelera. Su horario de trabajo está enmarcado entre las 8 y las 15 horas de cada día, durante seis jornadas a la semana. En ocasiones y por necesidades urgentes del servicio ha de volver al hotel por las tardes, dedicación que le es retribuida como horas extraordinarias, ingresos que le vienen especialmente bien para afrontar los gastos del pequeño apartamento que habita con su hija, en una zona próxima al complejo hidrológico, vegetal y recreativo del río Turia. Durante esas tardes de trabajo, deja a la pequeña al cuidado de la abuela Ariana.

Son numerosas las habitaciones que Coral ha de limpiar y ordenar convenientemente durante cada día. En todas esas mañanas de trabajo, cuando sube a las plantas para “hacer las habitaciones” se suele “topar” con el comportamiento de todo tipo de clientes. Algunos de los usuarios del hotel son profunda y lamentablemente descuidados en su hacer, dejando “todo de por medio”, sin reparar en los más elementales detalles educativos con respecto a la limpieza de los cuartos de baño, además de las propias camas, moquetas, cortinas y cuidado de los muebles u otros elementos varios puestos a su disposición. Esta y otras operarias se esfuerzan en dejar las habitaciones limpias y en lo posible ordenadas, para cuando vuelvan los clientes que las ocupan. Lo hacen cumpliendo con su obligación y “guardándose” los comentarios que llegan a sus mentes, tras contemplar la incuria cívica de una parte de los variados usuarios. 

Cuando se trata de habitaciones que quedan desocupadas, tras la partida de quienes las han ocupado durante su estancia en el hotel, la preparación de las mismas ha de ser más laboriosa. Hay que sustituir las sábanas de las camas, las fundas de las almohadas, así como las toallas y otros enseres para el aseo de los nuevos residentes. En estos casos, cuando realizan una limpieza más integral de las habitaciones, raro es el día en el que las operarias no descubren algunos objetos o pertenencias que los últimos usuarios han dejado olvidados en las partes más recónditas o curiosas de los dos cuartos que normalmente tienen las habitaciones estándar. Las aludidas pertenencias se van guardando en unas bolsas de plástico, con su respectivas etiquetas identificativas (número de la habitación, fecha, hora de aparición y estado de conservación) a fin de entregarlas posteriormente en una sección o departamento del hotel. Allí, tras comprobar el contenido de las bolsas, realizan las gestiones oportunas para contactar con sus propietarios, en los casos que sean materiales de especial valor o significación, con el objetivo de proceder a su correspondiente devolución. Tienen la experiencia de que muchos de esos enseres, de desigual valor, no son reclamados por sus propietarios. En estos casos y tras un tiempo prudencial (normalmente un mes) son o bien destruidos o entregados (si la naturaleza de los enseres así lo aconseja o permite) a instituciones benéficas o al departamento municipal de objetos perdidos. 

Un viernes de septiembre, cuando Coral había finalizado su jornada de trabajo, pasó por la recepción del hotel y le comentó a Noa que tenía algo interesante que contarle. Desde el otro lado del mostrador recibió como respuesta una sonrisa “cómplice” de su especial amiga en sentido afirmativo. Acordaron en verse el lunes siguiente por la tarde, ya que ese día de la semana era cuando Noa libraba de su trabajo. Quedaron citadas para verse en  una cafetería bar, instalada en los terrenos ajardinados del cauce hídrico correspondientes al Turia, no lejos del domicilio de la camarera de habitaciones. En realidad la recepcionista estaba completamente segura del tema que le iba a narrar su también querida amiga. Ambas fueron puntuales para el encuentro. En un ventorrillo rodeado de abundante vegetación tomaron asiento y pidieron sendas tazas de café y un refresco para la pequeña Tara. La temperatura ambiente en ese septiembre pre-otoñal era un tanto cálida, pero agradable, para disfrutar de un buen rato de conversación. 

“Varias veces te he contado acerca de las cosas curiosas que nos encontramos las limpiadoras cuando ordenamos las habitaciones del hotel. Desde preservativos, hasta entradas para el teatro o incluso billetes de curso legal. Con respecto a las prendas íntimas olvidadas, podríamos formar una divertida colección. Pero hace diez días, más o menos, me correspondió arreglar la 515, ya que el cliente que la había estado ocupando durante tres noches consecutivas la abandonaba en la mañana de un jueves. Te confieso que nunca llegué a ver al usuario de esa habitación, pues cuando iba a limpiarla la persona ya había salido de la misma. Desde luego este hombre (ese dato me llegó después de lo que te voy a contar) tenía que ser una persona muy ordenada y metódico, pues un día tras otro lo dejaba todo bien dispuesto, casi perfecto, tanto en el cuarto de baño como en la cama y mesillas. Ese tipo de clientes son nuestros preferidos, pues nos evitan una gran cantidad de trabajo. Una vez limpiado el baño y sustituidas las toallas, me dispuse a pasar el aspirador por la moqueta, para quitar ese polvo que no se ve pero que se percibe incluso por el olor. 

Cuando introduje la punta del aspirador bajo el espacio de la mesita de noche (no me gusta dejar huecos sin repasar) veo para mi sorpresa que se me viene pegada en la puntera del electrodoméstico una fotografía, de un tamaño no muy grande. Por simple curiosidad me fijo en la toma y observo que en ella aparecen tres hombres sonrientes, fotografiados hasta medio cuerpo, que parecían estar de celebración, pues sostenían sendas copas en sus manos. Lo que me extrañó fue que sobre la cabeza de uno de ellos, el del centro, habían dibujado un círculo rojo, posiblemente con uno de esos rotuladores indelebles que venden en las papelerías. Como se suele hacer con estos hallazgos u olvidos, entregué posteriormente la fotografía a Sandro, tu compañero de tarde en recepción, el cual al verla no le dio más importancia. La introdujo en un sobre, anotando 515, jueves 3 septiembre. Tengo que añadirte otro dato. Y es que en el anverso de la foto habían anotado lo que parecía una fecha: 5/9. Te aclaro que no es que yo sea muy lista, pero podría referirse al 5 de septiembre. 

Total, que me olvidé del asunto, uno más en esa rutinaria experiencia de dejar limpios los cuartos, a pesar de los frecuentes despistes y descuidos de quienes los han ocupado. Sin embargo, unos días más tarde, sería el lunes 7, exactamente, ojeando uno de los periódicos del día, observo en la página de sucesos la fotografía de una persona desaparecida, cuyo rostro algo me decía. De inmediato leí la breve información que acompañaba a la foto. Se trataba del director de una sucursal bancaria, que llevaba desaparecido desde el sábado anterior. Dándole vueltas al asunto, le pregunté a Sandro si alguien había reclamado la foto que le entregué el jueves. Miró en el gran cajón de las cosas perdidas. Allí estaba el sobre con la foto. A pesar de que el compa no me hacía mucho caso sobre mis sospechas, accedió a abrir el sobre y para nuestra sorpresa comprobamos que la foto que aparecía en la noticia del periódico y el hombre señalado con el círculo rojo eran la misma persona. Un tanto nervioso por la coincidencia, llamó a Santiago Ervilla, el director del hotel y le expuso los datos que teníamos hasta el momento. El jefe, después de analizar la situación, pidió que le pusieran con el número de la Policía Nacional. 

Al día siguiente, el martes 8, cuando apenas me había puesto mi uniforme de trabajo, me reclamaron desde el despacho del director. Allí me encontré a don Santiago, al que acompañaban un miembro uniformado de la policía y otra persona que se identificó como subinspector del mismo cuerpo policial. Me pidieron que los acompañara a la habitación en donde había encontrado la foto y les indicara el lugar exacto en el que la había localizado. No se me podía olvidar ese número de la habitación, pues es la fecha del mes y año en que nació mi Tara, mayo del 2015. Después no sé lo que ha podido pasar ¿Sabes tu algo más de este curioso asunto?”. 

Noa había estado prestando una silenciosa e intensa atención a toda la explicación que le había expuesto su amiga y compañera. Pero ya en este punto de la historia, esbozó una sonrisa y se prestó a completar la sencilla y sincera confesión que le había expuesto Coral. 

“Me agrada, Cori, que me cuentes el origen de este interesante episodio, porque había detalles que yo no los tenía claros. Pero ahora voy a ser yo quien te va a explicar la situación actual de esta foto y sus consecuencias. Estoy al tanto de la misma. Según se ha investigado, el usuario de la 515 era un italiano, llamado Luigi Frascolini, persona de mediana edad a todas luces vinculada con la mafia siciliana. Las investigaciones indican que es un experto en acciones extorsionistas sobre profesionales vinculados al dinero y a los capitales más o menos ilícitos. En cuanto al hombre de la foto, se trata del director de una sucursal bancaria, llamado Nelson Vistardilla, quien aprovechando su puesto profesional tenía negocios “particulares” con estos grupos del dinero negro. Habría de por medio algunas diferencias o deudas con estos grupos de la delincuencia y decidieron darle un buen escarmiento, perpetrando un secuestro de aviso que al final se ha podido felizmente resolver. Esta gente no se anda con miramientos y van graduando las amenazas hasta llegar a realizar acciones violentas. El tal Luigi, el misterioso usuario de la 515, ha puesto “tierra de por medio” y aún no ha sido capturado por la policía, pero las fuerzas de seguridad han podido encontrar, todavía vivo, al dudoso profesional de la banca, que se ha llevado un  buen susto por partes de sus coactivos “colegas”. Creo que el tal Nelson ha sido liberado, despedido y a la vez procesado. A no dudar tendrá que dar muchas explicaciones de sus acciones poco transparentes e ilícitas ante la justicia”.

Junto a las dos tazas de café, ya vacías, permanecía un gran vaso de limonada a medio consumir, que a esa hora tardía había perdido el frescor inicial. Pero ¿dónde estaba Tara? se preguntaban las dos amigas, algo inquietas y sobresaltadas. Con presteza fueron a buscarla, encontrándola de inmediato junto a otros chiquillos que jugaban en el monumental jardín valenciano. Estaban todos los críos sentados en el suelo, absortos ante el espectáculo del que disfrutaban. Tres jóvenes arlequines, con ese cromático uniforme de rombos poligonales, pintados de rojo, verde, azul y amarillo, escenificaban un programa de mimos y gestos simbólicos, que hacía las delicias de los pequeños, a los que se había unido la sencilla y sana vitalidad de Tara. Era Septiembre, ya en las puertas otoñales de la meteorología, con ese dulce aroma a flores, tierra o albero mojado y una templanza térmica que atesora el paraíso mediterráneo. La amistad que intercambiaban Coral y Noa generaba entre ellas confidencias, apoyos, comprensión y cariño. Paseando lentamente, camino de cualquier parte y delante de las dos jóvenes mujeres, una niña de cuatro años se divertía trazando círculos en su trayectoria, sintiéndose querida y cuidada por una joven madre, siempre generosa e imaginativa.-

UNA CURIOSA FOTO, 
ENCONTRADA EN LA 515


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
28 Agosto 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           



viernes, 21 de agosto de 2020

LA BONDADOSA HUMANIDAD DE UN TENDERO SAGAZ.

En nuestro diario caminar por la vida son infortunadamente numerosas las veces en que nos equivocamos. De manera especial ello sucede cuando hacemos difícil y complicado aquello que sería fácil y beneficioso, aplicando simplemente bondad y racionalidad. Así podríamos conseguir un enriquecimiento personal en valores y sosiego espiritual. ¿Qué sentido tiene dificultar las soluciones y respuestas? ¿Podemos encontrar alguna satisfacción en no aplicar la bondad por nuestro alrededor? Cuando hacemos el bien, nos sentimos más felices, mientras que el actuar con maldad nos envilece y más pronto que tarde nos entristece y degrada. Cierto es que todos los humanos tenemos momentos más afortunados que otros, en nuestro comportamiento ante los demás y con respecto a nosotros mismos. Pero, para nuestra esperanza, hay personas a las que podemos considerar como  “buenas” por naturaleza, asombrándonos lo poco que les cuesta difundir tan estimable valor en la parcela de su  microcosmos vital. Tracemos a continuación algunos datos definitorios con respecto a una de ellas.

Se trata de un conocido empresario, llamado Prudencio Narcea Cabaña, que tiene su negocio instalado en un populoso barrio perteneciente a una importante localidad andaluza, a orillas del Guadalquivir. Como tantos otros comerciantes, tuvo la suerte de heredar su tienda (en la que se vende casi de todo) a través de la generación familiar. El negocio fue fundado por su abuelo. Su padre también dedicó la vida a la atención de este colmado. Prudencio está casado con Eufemia Paris Endrina, quien de joven servía en casa de unos señores bien, los Cercedilla, aunque las malas bocas los llamaban con el apodo de “los cantimploros”, ya que procedían de una familia muy humilde. El patrón familiar de los Cercedilla se ganaba la vida llevando agua fresca, en botijos o tinajas, por los campos y las obras, en esos veranos tórridos de la cálida Andalucía. Más adelante esta familia hizo dinero, con la compra, restauración y venta de casas diseminadas y también de parcelas agrarias de escasa rentabilidad para sus poseedores. Hoy en día mantienen una espléndida residencia y buenos caudales en los bancos, pero no se han podido quitar esa mácula identificativa de “nuevos ricos”.

Hace años que Prudencio veía pasar todas las tardes a la joven Femi  por delante de su tienda, cuando ésta llevaba a los hijos de los señores al gran parque del pueblo, a fin de que jugaran y disfrutaran. La supo enamorar y al poco se casó con ella, quitándola de trabajar, ofreciéndole un hogar con todo lo necesario para que se sintiera feliz, mientras él se entregaba de lleno a seguir con la tradición familiar, manteniendo e incrementando la clientela del colmado, una vez que su padre delegó en él toda la responsabilidad tras su jubilación.

El carácter de Pruden, como lo llaman los amigos, representa el perfil de una buena persona. Comprensivo, generoso y abierto fraternalmente a la sociabilidad. Para él la persona que entra en su tienda es más que un cliente, lo considera un amigo y convecino, con el que gusta platicar y abrirse a sus necesidades y problemas.  Para su pesar, no llegaron los hijos a su matrimonio. En aquellos años del siglo pasado no se trabajaba la ciencia de la reproducción asistida. Tal vez por esta limitación, Pruden, tiene siempre un trato especial con los niños de sus clientes. Todo crío que entra en su establecimiento recibe el regalo de un par de caramelos, procedentes de ese gran tarro suculento y policolor que don Prudencio tiene cerca de la balanza.

El colmado de este apreciado comerciante tiene por nombre EL ALMACÉN DEL HOGAR aunque la mayoría de convecinos lo conocen con el apelativo simpático de La Botica,  pues al igual que en las farmacias la clientela puede encontrar casi todo lo necesario para sus necesidades inmediatas: alimentos básicos y otros más especializados, herramientas, artículos de papelería, alguna ropa (preferentemente para los trabajadores del campo) e incluso determinados productos de parafarmacia. En el espacioso local de su tienda hay tres grandes banquetas de madera, para que las vecinas y vecinos no se cansen en la espera, mientras el locuaz tendero atiende a otro cliente. Esos bancos suelen estar casi siempre bien concurridos, porque a los parroquianos les agrada echar sus buenos ratos de conversación sobre los temas más variados. Los diálogos y chascarrillos, a veces con divertida intensidad, son seguidos por Prudencio con intervenciones puntuales, mientras va pesando en su balanza (jocosamente le dicen que la tiene trucada) el medio kilo de lentejas, el cuarto de azúcar, los cien gramos de queso o el kilo de patatas o el medio litro de aceite, sin olvidar la botella de gaseosa o el cuartillo de tinto. “Pruden, a ver de donde traes las lentejas, pues cuando las espulgo por las noches para echarlas en agua no paro de encontrarme con demasiados yeros, piedrecillas mezcladas e incluso pajillas del campo”. “!Venga Casilda, que las traigo de Castilla, las mejores, tienen más hierro que esa recia reja que ves en la ventana!” En definitiva, el Almacén ejerce como un muy popular micro casino popular, con una atmósfera muy relajada, simpática y socializadora.

Una mañana de abril bien  temprano, cuando Pruden hacia pocos minutos que había elevado la persiana metálica que cerraba la puerta de su colmado, Mariana entró en el Almacén acompañada del mayor de sus cuatro retoños, un niño de siete años llamado Jaimín. Pronto el crío tenía el deseado par de caramelos en sus manos, obsequio del agradable y generoso tendero. Nemesio, el marido de esta joven madre, pero físicamente envejecida, se hallaba actualmente en prisión, condenado en juicio a un año y dos meses de cárcel, por haber robado unas gallinas del corral de doña Maravillas, una acaudalada señora, con aires de nobleza (nunca demostrada) soltera y que vivía de las rentas de alquiler procedentes de unas viviendas y locales de su propiedad. La gravedad de la pena se explicaba porque el Nemesio era reincidente de otros hurtos similares, siempre de escaso valor, perpetrados para dar de comer a su amplia prole.

Pruden, necesito que me des algo. No para mi, sino para los cuatro chavales, que no tienen culpa de “ná”. Ya sabes que me dejo el alma fregando los suelos, pero ahora, con la cárcel del Nemesio, la gente no se fía de mi y han dejado de darme trabajo. Se me parte el alma de ver a los niños con cara de hambre. Voy una y otra vez a la parroquia, a ver si don Adriano puede hacer algo, pero el buen hombre me dice que solo puede preparar una bolsa cada quince días, porque la gente no es muy generosa con eso de las limosnas. Sé que eres bueno y que tienes que vivir de lo que vendes, pero no me vas a dejar ir sin nada que llevar en la mano”.

Minutos después, la Nemesia salía de la “botica” con dos largas barras de pan del día, en cuyo interior el buen tendero había introducido varias rodajas de mortadela. Además le había preparado una bolsa llena de abundante y variada fruta, ya muy madurada pero todavía en buen estado de consumo y otra bolsa con restos de quesos y chacinas, que a la pobre mujer le podían ser bien útiles, a fin de saciar la necesidad de alimento de sus cuatro hijos hambrientos. La positiva reacción de Prudencio la enriquecía por su actitud ante la petición de la convecina. Nada de miradas, palabras o gestos enfadados, sino una continua sonrisa, a fin de calmar el ánimo de la humilde, nerviosa y angustiada mujer. 

En este tranquilo pueblo, en el que el tiempo y las personas carecen de prisa, hay un viejo convento, de estilo barroco aunque su albañilería está muy degradada, habitado por un grupo de monjas carmelitas. En la actualidad son siete el numero de religiosas profesas dentro del mismo. La mayoría de ellas soportan una edad avanzada. La pequeña comunidad dedica las horas del día a diversas fases de rezos, oraciones y meditación. También a realizar una serie de labores de limpieza y el cultivo de un pequeño huerto en donde tienen algunas aves y sembrados de patatas y otros tubérculos, además de hortalizas para el sustento alimenticio. Se autodenominan monjas del Santísimo Amor. Tienen como generoso objetivo social atender a todos aquellos necesitados que llaman a sus puertas en demanda de limosna o algún trozo de pan que ellas saben preparar y cocer en un pequeño horno de leña de lo más tradicional. Lo hermoso y dramático de la situación es que estas monjas todo lo dan, a nadie niegan esa petición de alimento que los mas humildes plantean ante sus recias puertas de hierro y madera de roble. Pero tienen que realizar su gran obra social con lo poco que cultivan y aquello que algunas personas generosas les entregan para sus obras de caridad. A nadie se le oculta que son muchos los días en que estas religiosas entregadas a Dios pasan hambre y necesidad material. Aunque Prudencio no destaca por su asistencia a las prácticas litúrgicas, es uno de esos benefactores. De vez en cuando suele enviar alguna saca con alimentos con productos de inmediata caducidad.

Una tarde entró en la tienda don Venancio, a la sazón alcalde de la localidad, para encargar a Pruden la preparación de unas bandejas de pequeños bocaditos y unas cajas de cervezas, vino tinto y refrescos. Ese fin de semana iba a visitar la villa el Gobernador Civil de la provincia, a fin de presidir la inauguración de una pequeña estación depuradora, que evitaría la progresiva contaminación del rio a su paso por esta comarca.

Hablando y hablando, salió el tema de las monjitas del Santísimo Amor, con las necesidades materiales que a diario pasaban. Venancio aducía que las arcas del consistorio no estaban muy boyantes en cuanto a reservas y que aún así periódicamente les pasaba alguna subvención, aunque en verdad bastante modesta. El regidor municipal explicaba que había escrito al obispado a fin de que su máxima autoridad tomara cartas en el asunto, pero que desde la sede episcopal se estaba dando de largas al asunto.

Esta conversación dejó muy pensativo a Prudencio quien estuvo toda la tarde cavilando sobre problema que afectaba a las “hermanas”, denominación que él utilizaba para referirse a las religiosas del convento. Al día siguiente, sábado (al ser mes agosto, el Almacén solo abría por la mañana de ese penúltimo día de la semana) el activo tendero se montó en su vieja y querida furgoneta, un “cuatro latas” que utilizaba para los portes, presentándose en el convento y solicitando hablar con la madre Regina, la superiora.

“Buenas tardes, hermana. Gracias por recibirme. Sé, como otros parroquianos, las importantes necesidades que padecen, a fin de seguir atendiendo las obras de caridad que hacen a diario. Ya conoce que soy propietario de un importante colmado, que me va dando para vivir. Vengo a proponerle una interesante colaboración, cuyos intereses económicos sería casi absolutamente para su admirable acción benefactora. He traído en mi furgoneta dos sacos de harina, cuatro cartones de huevos, un saco de cinco kilos de azúcar, un bote de canela, una garrafa de aceite y un bote de miel. Estoy completamente seguro que con estos ingredientes son capaces de preparar unas bandejas de dulces, que bien podrían ser unas rosquillas. En principio me preparan dos bandejas, cuyas rosquillas yo las pongo a la venta en mi tienda. A diario visitan la tienda muchos lugareños y los fines de semana abundan los turistas, a los que les agrada llevarse algo suculento de la tierra, para cuando vuelvan a sus lugares de origen. Aunque muchos las comprarán sueltas, siempre es interesante que vayan envueltas en papel de celofán y en bolsitas de un cuarto de kilo, para eso de los regalos. El 85 % del importe de las ventas, yo se lo paso para sus necesidades y obras de caridad. El 15 % restante lo aplicaré para pagar el coste de la materia prima que yo les seguiré sirviendo. Estos dulces, individuales o el bolsas pueden llevar el nombre de Rosquillas del Convento del Santísimo Amor. No me cabe la menor duda que son Vds. unas maestras en el arte de la confitería y repostería. Además de las que yo oferte en mi establecimiento, también pueden venderlas a través del torno, como hacen otros conventos y monasterios. He pensado en rosquillas, pero también podrían ser pequeñas tortitas. Seguro que van a estar deliciosas”.

La idea del dueño de este popular establecimiento llamado el Arca resultó sorprendente y genial, éxito que se sigue incrementado al paso de los meses. Nadie que pasa por Villarrubia del Río lo hace sin llevar como recuerdo y regalo una o dos bolsas de estos preciados dulces. Las monjas del Santísimo Amor siguen elaborando las afamadas rosquillas y tortitas, cuyas ventas han permitido sanear las necesidades materiales de estas religiosas entregadas a la caridad de los necesitados. Y la modernización técnica ha llegado al convento, con la compra de un gran horno eléctrico. Por cierto, las tortitas llevan ahora un poco de cabello de ángel en su interior, ingrediente que las hace más dulces y apetitosas. La madre Regina se pregunta muchas veces si Prudencio fue guiado por ese Ángel de la Guarda  que los creyentes piensan que guían lo mejor de todos nosotros, salvándonos de muchos riesgos y singulares sinsabores.
Doña Herminia Montera Cumplido, cada uno de los lunes del mes y desde hace tres semanas, compra una botella de brandI y tres botellas de tinto Rioja en el establecimiento de Pruden. Las cuatro botellas son de marcas famosas y con caldos de reserva, por lo que su precio no es bajo. “Es que va a venir mi cuñado, una persona que siempre ha sido un gran bebedor”. La explicativa frase, que Prudencio conoce ya de memoria, es pronunciada por esta señora sexagenaria y viuda de don Tarsicio, que ejerció la profesión militar llegando al grado de Capitán de artillería. Los hijos de esta apreciada vecina de pueblo hace años que emigraron a otras provincias españolas. Isaac ejerce la medicina en la isla de Mallorca, mientras que Rocío lo hace como profesora en Cantabria, ya que su marido es natural de la Montaña cántabra, donde toda su familia está enraizada.

Al principio Pruden consideró que la adquisición de estas buenas y costosas botellas de marca se debería a la necesidad de corresponder con un especial regalo a personas  amigas o a familiares de la señora. Pero al repetirse la misma adquisición durante los dos lunes siguientes, las dudas de Prudencio fueron in crescendo, dudando y sospechando que el cuñado de la señora fuera tan amante de la buena bebida. “Otra vez viene mi cuñado Irineo a visitarme. Reside en la capital, pero se encuentra muy solo, El pobre tuvo que sufrir con mucho dolor la irresponsabilidad de mi hermana, que lo abandonó, yéndose con un “faldero” sacristán que la lió en amores perversos. Viene a visitarme los fines de semana, compartiendo nuestra soledad y el afecto cariñoso de las palabras. El pobre hombre se anima con una copita tras otra, a fin de compensar esas horas bajas en que su vida se halla penosamente estancada”.

Pero en ese tercer lunes para la compra, a doña Herminia se le quedó olvidado un pequeño monedero de piel , con monedas y llaves en su interior. La venta ocurrió un poco antes de la hora del cierre del Almacén. A la mañana siguiente Prudencio reparó en ese monedero y pensando podría pertenecer a su agradable y fiel clienta, al cerrar la tienda a las una y media del mediodía, decidió acercarse al domicilio de la señora y consultarle la posible pérdida. Después de tocar el timbre de la puerta en dos ocasiones, al fin apareció doña Herminia enfundada en una bata de franela y calzando unas babuchas, La buena señora mostraba un aspecto lamentable: poco aseada y cuidada tanto en su apariencia y el ropaje. Pero lo grave fue que su interlocutora se balanceaba y balbuceaba sus palabras con inseguridad, aplicando en las respuestas palabras entrecortadas. De sus ojos provenía una mirada fugaz e inconcreta. Su veterana convecina estaba claramente soportando un estado de patente embriaguez. La borrachera que tenía era de campeonato. Prudencio disimuló como pudo y abandono el domicilio de la clienta en un estado de nerviosismo e intensa preocupación. En realidad, desde un primer momento sospechó el destino de aquellas botellas que vendía cada lunes. 

Esa misma tarde llamó por teléfono a Venancio, el alcalde, para informarle de la situación de alcoholismo en que previsiblemente estaba inmersa la convecina. En veinticuatro horas se pudo contactar con el hijo de doña Herminia, que se movió con diligencia para llegar a Villarrubia lo más pronto que pudo. Había que salvar a esta clienta de las garras del alcohol. La diligente disponibilidad y sagacidad de Prudencio, había facilitado esta necesaria reconducción médica, para una persona enferma y necesitada. 

La narración de estas tres muestras emblemáticas ponen de manifiesto la calidad humana y profesional de este responsable y sagaz tendero, profesional que trabaja en un tranquilo pueblo andaluz.  La bondad de su carácter potencia una personalidad muy abierta a la sociabilidad de su entorno. Representa a esas positivas personas que logran hacer más fácil y grata la coexistencia, en un mundo lastrado por el estrés y los egos que perjudica la insustituible concordia. El Almacén del Hogar,  que Prudencio tan bien sabe gestionar, es algo más que una tienda útil para casi todo. Representa un dinámico centro social, en el que te sientes a gusto, muchas veces mejor que en tu propia soledad existencial, porque encuentras en ese alegre y afortunado entorno la cálida llama de la amistad. Allí eres más que un cliente, eres un convecino amigo que puedes encontrar esa fraternidad y hermandad social que nuestros alocados o desordenados comportamientos tantas veces demandan.-



LA BONDADOSA HUMANIDAD
DE UN TENDERO SAGAZ



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
21 Agosto 2020


Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           



viernes, 7 de agosto de 2020

INSÓLITAS RESPUESTAS, DENTRO DE LA APARENTE NORMALIDAD.


Es una familia como cualquier otra, en ese nivel medio de la clasificación sociológica. El padre, Evelio Revaina, había estudiado en su juventud Ciencias Empresariales con buen aprovechamiento. Preparó unas oposiciones, a fin de acceder a una plaza funcionarial de técnico de la Administración del Estado. Después de felizmente obtenerla, a los veinticinco años de edad, pasó temporalmente por distintos departamentos oficiales hasta ser destinado a una sección del Catastro, en un departamento que prepara informes requeridos por el Registro de la Propiedad. Un año después de obtener la ansiada plaza, contrajo matrimonio con Minerva Olaya, su “novia de siempre” un año mayor que él. Es bióloga titulada, que dedica las tardes y también algunas mañanas para trabajar en una franquicia de la cadena Interflora, propiedad de Fuensanta, buena amiga y compañera de estudios. Aunque ese trabajo no le reporta un gran rendimiento económico, le resulta suficientemente grato y sugerente estar todos los días rodeada de flores, bellas especies que después son preparadas para atender los encargos de bodas, bautizos, aniversarios, onomásticas, regalos, decesos o adornos para el hogar.

Tras el feliz enlace matrimonial, dos hijos llegaron a sus vidas: Olivia, que en la actualidad estudia tercer curso de medicina y Germán que a sus veinte años (uno menos que su hermana) cursa segundo de Económicas. En apariencia se trata de una familia bien avenida, con los avatares propios de cada personalidad que de alguna forma enriquece el contraste personal en el devenir de los días. Todo parecía normal en este grupo familiar, pero las sorpresas pueden aparecer en los momentos más inesperados de nuestras previsiones.

Lo que parecía ser una noche más, en plena canícula de Agosto, con temperaturas que difícilmente se alejaban de los treinta grados, se convirtió en un episodio complejo e inolvidable, por sus revelaciones y comportamientos inesperados para las memorias, protagonizados por los integrantes de esta unidad familiar. Una vez acabada la cena, se habían acomodado en la terraza de su vivienda, un piso 7ºA, correspondiente a la última planta de un bloque sociológico de clase media, ubicado en el barrio universitario de Teatinos de la capital malagueña. En teoría, todos pasaban el tiempo mirando al gran televisor de plasma, colocado en la biblioteca del salón estar, monitor al que realmente ningún componente de la familia le estaba haciendo el menor caso. Evelio, vestido como los demás con atuendo deportivo o playero, permanecía pensativo sin articular palabra alguna, jugueteando con una pequeña pelota de goma que usaba para ejercitar la articulación de ambas manos. Minerva se entregaba a su tablet, compitiendo con las piezas del Woodoku, un juego que le distraía y a la vez le excitaba. Olivia ojeaba el último número de  Muy Interesante, publicación que siempre adquiría, pues le agradaban las divulgaciones que ofrecía esta revista de edición mensual, mientras que Germán no dejaba de enviar y recibir mensajes, correspondientes a sus numerosos contactos en los grupos de Whatsapp. 

Cuando las manecillas del reloj apenas pasaban de las 22:30 horas, Evelio se levantó de su silla mecedora, se dirigió hacia el televisor y, tras apagarlo, volvió a la terraza, con paso lento y marcadamente ceremonioso. Ocupó de nuevo su asiento y con voz, en principio temblorosa, solicitó un momento de atención. Su mujer e hijos se miraron unos a los otros, como preguntándose “¿qué le habrá pasado hoy al papá? Veremos la historieta o rollo que nos tiene hoy preparada. Valor. Tengamos paciencia …”

“Por favor, os pido que atendáis a lo que quiero decir. Creo necesario que estéis todos presentes pues a todos nos afecta el contenido de mis palabras. Lo he intentado hacer en otros momentos pero, por una u otra razón, lo he ido posponiendo para una mejor ocasión. Quiero deciros que a mis cuarenta y ocho años de edad, no tengo más remedio que dar un importante giro a mi vida. El problema básico que me ocurre es que desde hace tiempo, bastante tiempo, no me sentía feliz, durante el transcurrir de las horas del día. Entiendo que éstas situaciones ocurren en casi todos los matrimonios. Yo no puedo tener quejas de las personas con las convivo, en el día a día. Porque el problema está realmente en mí. Es un problema de soledad anímica, de incomunicación, de carencia de motivaciones, que tratas de disimularlo, de compensarlo con banalidades materiales, pero que poco resuelven. Y así un  día tras otro”.

Su mujer y los hijos se miraban furtivamente unos a los otros, profundamente extrañados y asombrados ante lo que estaba ocurriendo. Evelio se levantó para servirse un vaso de agua del frigorífico, pues no podía ocultar que a medida que hablaba, la boca se le iba quedando más y más reseca, producto de la emoción que le embargaba. Cuando volvió con su vaso fresco, a medio consumir, continuó con su compleja exposición.

“Hace unos pocos meses, conocí a una gran persona. Una buena mujer llamada Amia. Esta compañera de trabajo es más joven que yo, muy vitalista y que sabe ayudarme en aquellos momentos en los que me siento más desanimado. Es un un ser profundamente bondadoso, que ha sufrido mucho. Se halla separada de una pareja que la maltrataba con crueldad y sin embargo sabe transmitir esa alegría, esa fuerza anímica, que yo necesito cada día más. Tengo que confesar que esta relación la hemos sabido mantener en secreto, pero llega un momento en que hay que poner la situación encima de la mesa, para mejor resolverla. Yo no pretendo haceros daño, pero tengo que pensar en mi, en esta fase tan complicada de mi existencia. Bueno … hay otro problema añadido. Problema feliz, pero que acelera esta difícil decisión que estoy asumiendo: Amia está esperando un bebé, de cuya paternidad soy responsable. Así están las cosas. Tengo que ser sincero. Estoy muy cansado y agobiado de tanto disimular. He de afrontar la realidad. He de ser valiente ante la verdad”.

Parecía que los cuatro protagonistas intervinientes, allá en todo lo alto de su bloque de pisos, se habían quedado petrificados. Todos se cruzaban las miradas. Nadie decía palabra alguna, tras la muy dura confesión, drástica y sincera, de un abrumado y desconcertado padre de familia. Tras unos “largos” minutos o segundos de silencio, en una atmósfera crispada y a punto de estallar, cuando Evelio esperaba un torrente explosivo de reproches, acusaciones, lamentos, lágrimas y posturas escenificadas, para su insólita sorpresa la reacción fue bien distinta, sutilmente inesperada. Como era previsible, fue Minerva su “agredida” mujer, la más directamente afectada por la tensa situación, la primera en romper el hielo de la ausencia de palabras, expresándose con una frialdad y autocontrol que desarmaría a cualquier contrincante por su serena y prudente dialéctica.

“Me doy perfectamente cuenta de la situación que ahora te atreves a plantear. Muy “valiente”, sin duda. Pero tras veintidós años de matrimonio, he tenido tiempo para conocerte y, efectivamente, desde hace meses percibía que algo estaba ocurriendo en tu vida. Algo bastante importante. Más pronto que tarde llevaba esperando que al fin descubrieras ese plan vital que ocultabas, con tu rutinario y silencioso comportamiento. Pero tengo algo, no menos importante, que decir. No sólo tú, pues también yo he sufrido y sufro ese desamor entre nosotros, hace ya años penosamente marchito. En esta “competición de sinceridades” también yo he tenido que buscar esa compañía amable y generosa para el cariño, por parte de un veterano cliente de la entidad. No es que mantengamos una relación sentimental de alta intensidad, pero sí que nos ayudamos y compartimos esa amistad que tanto bien nos hace en la orfandad de los afectos. Este hombre se llama Héctor, es escritor y enviudó hace seis años”.

Minerva y Evelio fijaron sus miradas entre ellos, durante otro impasse pleno de tensión y un cierto desconcierto. Parecía como si en ambos hubiese llegado una sorpresiva y contundente realidad que, respectivamente, utilizaban como armas arrojadizas contra la infidelidad y la carencia mutua de amor. ¿Y qué hacían mientras tanto los dos jóvenes, sus asombrados hijos, ante el patente vacío afectivo existente entre dos padres marchitos en la ilusión conyugal? Fue primero Germán, el más joven de la familia, quien aportó su visión de las cosas, utilizando un análisis fuertemente crítico y no exento de un dosificado o más juvenil sarcasmo.

“Vaya clase de tropa, la que nos ha educado ¡Cómo se os nota la crisis de los cuarenta! Resulta patético, pero vuestra imagen personifica el inevitable fracaso en la búsqueda de la eterna juventud. Pero ¿no os dais cuenta de que ya formáis parte del populoso equipo carrocero de la sociedad? Total, que uno y otro, habéis estado echado canas al aire. Y ahora resulta que voy a tener un hermano de una señora a quien no conozco. Por edad podría ser mi hijo, pero todas las experiencias en la vida tienen su lado interesante. Sois vosotros quienes tenéis que resolver las diferencias que os separa. Y ya que hablamos de separaciones, pues no hay que hacer un drama del asunto. En mi panda tengo varios ejemplos de padres divorciados y me cuentan que ahora viven mejor que antes. Más tranquilos, desde luego, con respecto a las escenitas en las que se tiraban los trastos a las cabezas. No se va a hundir el mundo porque cada uno de vosotros tire por su lado. Por cierto, este finde me voy de acampada, con Marutcha y Álvaro “el largo”. También creo que vendrá mi pareja actual, Chelo. A ver si os dejáis caer alguna “pasta”, que todo está muy caro para el consumo”.

El moderno y desenfadado planteamiento analítico de German quedó suficientemente bien expuesto, en su muy fluida aportación al debate familiar. Su hermana mayor, Olivia la más seria de los cuatro miembros de la familia, deba vueltas una y otra vez a su revista Muy Interesante, forzadamente enrollada a modo de testigo olímpico para una carrera de relevos. Con voz firme y la preocupación en el rostro, alzó la voz, pronunciando muy lentamente las palabras.   

“Sin duda, vuestra generación está en plena decadencia. De manera afortunada, nosotros somos ya mayores de edad y sabemos caminar por el mundo sin el auxilio paterno o materno. Habéis equivocado vuestra relación u os habéis hartado de estar hartos, como canta Serrat, el uno del otro ¿Y que habéis hecho para darle vida a ese tiesto relacional que, poco a poco, se os ha ido secando? Sois ambos autores y culpables del erial en que se ha convertido vuestra vínculo, hasta dejarlo marchitar y morir. Y a nosotros, vuestros hijos ¿qué? Creo sinceramente que lo mejor que podéis hacer es dejarnos en paz, con vuestras lánguidas y aburridas cuitas para el aburrimiento. Y ahora resulta que voy a tener un hermano, de una señora divorciada de nombre Amia ¡qué chuli! a la que no conozco, que parece ser todo bondad. Y un segundo padre, perdón padrastro, llamado Héctor, que por lo visto le da bien a la pluma … Verdaderamente enternecedor. Pues muy bien. Yo me voy a la cama, que mañana temprano tengo prácticas de traumatología. Está bien eso de ver en qué nos convertimos, cuando llega la maduración última y definitiva. Buenas noches tengáis. Germán, vámonos a dormir que ya es bien tarde”.

Al quedarse solos en la terraza, Evelio y Minerva, guardaron un profundo silencio, tal vez por no saber qué más decir. Tanto el uno como el otro estaban asombrados acerca de la respuesta, en extremo “civilizada” que habían recibido de su respectiva pareja. Y también de la actitud de sus hijos, hasta cierto punto comprensiva y saludablemente “pasota” con respecto a todo lo que habían tenido que escuchar. Desde luego, el contrato vincular de su teatro matrimonial estaba más que agotado. Asumían mentalmente que había llegado el momento de iniciar un nuevo camino para el resto de sus días. Y así es como sucedió.

En la actualidad  Evelio convive con Amia, en el apartamento que ella obtuvo de su separación con su antigua pareja. Tienen una dulce y alegre descendencia, a la que han puesto el nombre de Jasmina. Uno y otro se sienten felices y realizados, pues Amia transmite esa energía vital y cariñosa que Evelio tanto echaba en falta, mientras que ofrece a su nueva pareja esa seguridad, respeto y bondad que ella tanto necesitaba. Por su parte Minerva se ha marchado de la capital malacitana, acompañado a Héctor a la isla de Paros, en el mosaico insular del Mar Egeo, pues el escritor tiene el proyecto de situar su próxima novela en este entorno helénico de las islas Cícladas. Ha instalado una pequeña tienda de flores y regalos, que tiene muy buena acogida entre la masa turística que visita el entorno helénico. Además está haciendo sus primeros pinitos en el arte de la escritura, siguiendo los experimentados consejos de Héctor. El piso familiar del antiguo matrimonio es utilizado por los dos hermanos, Olivia y German, que desde siempre se han llevado muy bien, a pesar del carácter desordenado de este último. Suelen ir a almorzar al domicilio de Evelio y Amia,  muchos domingos, mostrándose encantados con las ocurrencias de su hermana Jasmina, a la que algunos días la sacan a pasear para que juegue en los parques infantiles.

Lo que se suponía iba a convertirse en una noche dramáticamente explosiva y drástica para las reacciones, en aquel cálido día de agosto, por el azar del destino y la madurez de los protagonistas, la infidelidad no llegó a mayores, sino que la normalidad y el realismo encauzó el sentido común de todas estas personas. Unas y otras siguen buscando respuestas a sus preguntas diarias. Pero como ayer, hoy y mañana se siguen repitiendo: ¿por qué no dejamos que el río encuentre su más lógico y orográfico cauce?  


INSÓLITAS RESPUESTAS, 
DENTRO DE LA APARENTE NORMALIDAD



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
07 Agosto 2020
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