Resulta frecuente en las personas la pérdida u
olvido de objetos vinculados al uso cotidiano, comportamiento tal vez derivado
de nuestra natural tendencia al despiste o por esas prisas infundadas que
tantas veces y de manera tan necia nos imponemos en el horario. ¿Dónde suelen
ocurrir estas pérdidas? Pues en los lugares más variados y frecuentados: en los
medios de transporte como el bus, el taxi el tren o el avión; en las salas de
exhibición cinematográfica; en los restaurantes y cafeterías; en los probadores
de los centros comerciales; en los jardines y bancos de los parques; en el
taller o la oficina; en los templos y auditorios; en las playas; en las
habitaciones de los hoteles y, por supuesto, en nuestro propio domicilio. Y así
un largo etc.
Algunos de esos objetos perdidos u olvidados son de
especial significación para sus propietarios, como por ejemplo la documentación
identificativa (el Documento Nacional Identidad, el Carnet de conducir, las
tarjetas de crédito, etc.) la billetera o el monedero, el móvil telefónico, las
llaves de la casa o del automóvil, el tablet informático o el ordenador
personal, las joyas, bisutería y otros adornos o complementos, las gafas
graduadas, las medicinas o incluso alguna mascota. Por el contrario hay otros
objetos de menor valor y que son muy fáciles de sustituir, como una prenda de
ropa, un libro, un paraguas, un sombrero o una pluma estilográfica. En realidad
todo dependerá del valor sentimental o profesional que dichos objetos tengan
para cada cual. Por esta razón, en ocasiones, aparecen anuncios en la prensa o
notas informativas pegadas en las paredes, explicando detalles de una
determinada pérdida, con fotos de esos elementos que se han extraviado,
prometiendo diversas gratificaciones a quien los devuelva o facilite noticias
fehacientes respecto a su posible localización.
Aplicando suerte y paciencia, algunos de esos objetos pueden ser recuperados, con más o menos dificultad. Es conocido que casi todos los grandes establecimientos y organismos, públicos o privados, tienen algún departamento o sección dedicado a la identificación, clasificación o conservación de esos elementos que se han perdido o encontrado en sus dependencias, servicio gratuito puesto a disposición de los ciudadanos. Cada Ayuntamiento o Corporación Municipal dispone necesariamente de un servicio oficial de objetos perdidos, en el que todo ciudadano puede acudir a reclamar su recuperación, siempre que se acredite convenientemente la titularidad del mismo con los datos o documentos necesarios de propiedad.
Después de esta introducción previa y enmarcado en este contexto explicativo, se desarrolla la narrativa del siguiente relato.
Coral Laria es una madre soltera que trabaja, desde hace poco más de tres años, como camarera de habitaciones en el Hotel Olimpus de la capital valenciana. En la actualidad suma veintiocho años de vida, esforzándose en cumplir bien con su trabajo, ya que es responsable de una hija de cuatro años cumplidos, a la que bautizó con el bonito nombre de Tara. Nació en una familia de nivel medio (su padre ejerce como representante de una empresa nacional dedicada a la fabricación de prendas para vestir) tuvo una infancia normalizada, siendo la única hija del matrimonio. En su adolescencia cursó los estudios de la formación secundaria, con unos resultados académicos más bien básicos, en nada brillantes. Aunque su ilusión en esos años de juventud era estudiar para azafata de vuelo, la realidad de sus circunstancias le hicieron probar suerte laboral en diversas actividades. Estuvo durante un tiempo aprendiendo y trabajando en un establecimiento de peluquería. También desarrolló la experiencia comercial, con la venta a domicilio de productos cosméticos y ejerció como monitora y auxiliar en distintos eventos de naturaleza cultural. Siendo bastante joven, hubo de afrontar un embarazo, en principio no deseado, del que su protagonista masculino, un chico menor de edad, nunca se quiso responsabilizar. Con la comprensión y ayuda de sus padres, pudo traer felizmente a la vida a esa niña, Tara, siempre alegre y vital, que en cada uno de los días le fundamenta la fuerza necesaria para seguir luchando con ilusión y esperanza.
Una buena amiga, cuyo nombre es Noa, fue quien le sugirió que en la cadena de hoteles donde ella presta servicio como recepcionista, se necesitaban camareras de habitaciones. Sin especial dificultad para la recomendación, podía facilitarle un puesto de trabajo muy necesario, a fin de ayudarle a sostener económicamente la educación y cuidados de su pequeña hija. Así lo hizo, quedando vinculada a la nómina de esta importante cadena hotelera. Su horario de trabajo está enmarcado entre las 8 y las 15 horas de cada día, durante seis jornadas a la semana. En ocasiones y por necesidades urgentes del servicio ha de volver al hotel por las tardes, dedicación que le es retribuida como horas extraordinarias, ingresos que le vienen especialmente bien para afrontar los gastos del pequeño apartamento que habita con su hija, en una zona próxima al complejo hidrológico, vegetal y recreativo del río Turia. Durante esas tardes de trabajo, deja a la pequeña al cuidado de la abuela Ariana.
Son numerosas las habitaciones que Coral ha de limpiar y ordenar convenientemente durante cada día. En todas esas mañanas de trabajo, cuando sube a las plantas para “hacer las habitaciones” se suele “topar” con el comportamiento de todo tipo de clientes. Algunos de los usuarios del hotel son profunda y lamentablemente descuidados en su hacer, dejando “todo de por medio”, sin reparar en los más elementales detalles educativos con respecto a la limpieza de los cuartos de baño, además de las propias camas, moquetas, cortinas y cuidado de los muebles u otros elementos varios puestos a su disposición. Esta y otras operarias se esfuerzan en dejar las habitaciones limpias y en lo posible ordenadas, para cuando vuelvan los clientes que las ocupan. Lo hacen cumpliendo con su obligación y “guardándose” los comentarios que llegan a sus mentes, tras contemplar la incuria cívica de una parte de los variados usuarios.
Cuando se trata de habitaciones que quedan desocupadas, tras la partida de quienes las han ocupado durante su estancia en el hotel, la preparación de las mismas ha de ser más laboriosa. Hay que sustituir las sábanas de las camas, las fundas de las almohadas, así como las toallas y otros enseres para el aseo de los nuevos residentes. En estos casos, cuando realizan una limpieza más integral de las habitaciones, raro es el día en el que las operarias no descubren algunos objetos o pertenencias que los últimos usuarios han dejado olvidados en las partes más recónditas o curiosas de los dos cuartos que normalmente tienen las habitaciones estándar. Las aludidas pertenencias se van guardando en unas bolsas de plástico, con su respectivas etiquetas identificativas (número de la habitación, fecha, hora de aparición y estado de conservación) a fin de entregarlas posteriormente en una sección o departamento del hotel. Allí, tras comprobar el contenido de las bolsas, realizan las gestiones oportunas para contactar con sus propietarios, en los casos que sean materiales de especial valor o significación, con el objetivo de proceder a su correspondiente devolución. Tienen la experiencia de que muchos de esos enseres, de desigual valor, no son reclamados por sus propietarios. En estos casos y tras un tiempo prudencial (normalmente un mes) son o bien destruidos o entregados (si la naturaleza de los enseres así lo aconseja o permite) a instituciones benéficas o al departamento municipal de objetos perdidos.
Un viernes de septiembre, cuando Coral había finalizado su jornada de trabajo, pasó por la recepción del hotel y le comentó a Noa que tenía algo interesante que contarle. Desde el otro lado del mostrador recibió como respuesta una sonrisa “cómplice” de su especial amiga en sentido afirmativo. Acordaron en verse el lunes siguiente por la tarde, ya que ese día de la semana era cuando Noa libraba de su trabajo. Quedaron citadas para verse en una cafetería bar, instalada en los terrenos ajardinados del cauce hídrico correspondientes al Turia, no lejos del domicilio de la camarera de habitaciones. En realidad la recepcionista estaba completamente segura del tema que le iba a narrar su también querida amiga. Ambas fueron puntuales para el encuentro. En un ventorrillo rodeado de abundante vegetación tomaron asiento y pidieron sendas tazas de café y un refresco para la pequeña Tara. La temperatura ambiente en ese septiembre pre-otoñal era un tanto cálida, pero agradable, para disfrutar de un buen rato de conversación.
“Varias veces te he contado acerca de las cosas curiosas que nos encontramos las limpiadoras cuando ordenamos las habitaciones del hotel. Desde preservativos, hasta entradas para el teatro o incluso billetes de curso legal. Con respecto a las prendas íntimas olvidadas, podríamos formar una divertida colección. Pero hace diez días, más o menos, me correspondió arreglar la 515, ya que el cliente que la había estado ocupando durante tres noches consecutivas la abandonaba en la mañana de un jueves. Te confieso que nunca llegué a ver al usuario de esa habitación, pues cuando iba a limpiarla la persona ya había salido de la misma. Desde luego este hombre (ese dato me llegó después de lo que te voy a contar) tenía que ser una persona muy ordenada y metódico, pues un día tras otro lo dejaba todo bien dispuesto, casi perfecto, tanto en el cuarto de baño como en la cama y mesillas. Ese tipo de clientes son nuestros preferidos, pues nos evitan una gran cantidad de trabajo. Una vez limpiado el baño y sustituidas las toallas, me dispuse a pasar el aspirador por la moqueta, para quitar ese polvo que no se ve pero que se percibe incluso por el olor.
Cuando introduje la punta del aspirador bajo el espacio de la mesita de noche (no me gusta dejar huecos sin repasar) veo para mi sorpresa que se me viene pegada en la puntera del electrodoméstico una fotografía, de un tamaño no muy grande. Por simple curiosidad me fijo en la toma y observo que en ella aparecen tres hombres sonrientes, fotografiados hasta medio cuerpo, que parecían estar de celebración, pues sostenían sendas copas en sus manos. Lo que me extrañó fue que sobre la cabeza de uno de ellos, el del centro, habían dibujado un círculo rojo, posiblemente con uno de esos rotuladores indelebles que venden en las papelerías. Como se suele hacer con estos hallazgos u olvidos, entregué posteriormente la fotografía a Sandro, tu compañero de tarde en recepción, el cual al verla no le dio más importancia. La introdujo en un sobre, anotando 515, jueves 3 septiembre. Tengo que añadirte otro dato. Y es que en el anverso de la foto habían anotado lo que parecía una fecha: 5/9. Te aclaro que no es que yo sea muy lista, pero podría referirse al 5 de septiembre.
Total, que me olvidé del asunto, uno más en esa rutinaria experiencia de dejar limpios los cuartos, a pesar de los frecuentes despistes y descuidos de quienes los han ocupado. Sin embargo, unos días más tarde, sería el lunes 7, exactamente, ojeando uno de los periódicos del día, observo en la página de sucesos la fotografía de una persona desaparecida, cuyo rostro algo me decía. De inmediato leí la breve información que acompañaba a la foto. Se trataba del director de una sucursal bancaria, que llevaba desaparecido desde el sábado anterior. Dándole vueltas al asunto, le pregunté a Sandro si alguien había reclamado la foto que le entregué el jueves. Miró en el gran cajón de las cosas perdidas. Allí estaba el sobre con la foto. A pesar de que el compa no me hacía mucho caso sobre mis sospechas, accedió a abrir el sobre y para nuestra sorpresa comprobamos que la foto que aparecía en la noticia del periódico y el hombre señalado con el círculo rojo eran la misma persona. Un tanto nervioso por la coincidencia, llamó a Santiago Ervilla, el director del hotel y le expuso los datos que teníamos hasta el momento. El jefe, después de analizar la situación, pidió que le pusieran con el número de la Policía Nacional.
Al día siguiente, el martes 8, cuando apenas me había puesto mi uniforme de trabajo, me reclamaron desde el despacho del director. Allí me encontré a don Santiago, al que acompañaban un miembro uniformado de la policía y otra persona que se identificó como subinspector del mismo cuerpo policial. Me pidieron que los acompañara a la habitación en donde había encontrado la foto y les indicara el lugar exacto en el que la había localizado. No se me podía olvidar ese número de la habitación, pues es la fecha del mes y año en que nació mi Tara, mayo del 2015. Después no sé lo que ha podido pasar ¿Sabes tu algo más de este curioso asunto?”.
Noa había estado prestando una silenciosa e intensa atención a toda la explicación que le había expuesto su amiga y compañera. Pero ya en este punto de la historia, esbozó una sonrisa y se prestó a completar la sencilla y sincera confesión que le había expuesto Coral.
“Me agrada, Cori, que me cuentes el origen de este interesante episodio, porque había detalles que yo no los tenía claros. Pero ahora voy a ser yo quien te va a explicar la situación actual de esta foto y sus consecuencias. Estoy al tanto de la misma. Según se ha investigado, el usuario de la 515 era un italiano, llamado Luigi Frascolini, persona de mediana edad a todas luces vinculada con la mafia siciliana. Las investigaciones indican que es un experto en acciones extorsionistas sobre profesionales vinculados al dinero y a los capitales más o menos ilícitos. En cuanto al hombre de la foto, se trata del director de una sucursal bancaria, llamado Nelson Vistardilla, quien aprovechando su puesto profesional tenía negocios “particulares” con estos grupos del dinero negro. Habría de por medio algunas diferencias o deudas con estos grupos de la delincuencia y decidieron darle un buen escarmiento, perpetrando un secuestro de aviso que al final se ha podido felizmente resolver. Esta gente no se anda con miramientos y van graduando las amenazas hasta llegar a realizar acciones violentas. El tal Luigi, el misterioso usuario de la 515, ha puesto “tierra de por medio” y aún no ha sido capturado por la policía, pero las fuerzas de seguridad han podido encontrar, todavía vivo, al dudoso profesional de la banca, que se ha llevado un buen susto por partes de sus coactivos “colegas”. Creo que el tal Nelson ha sido liberado, despedido y a la vez procesado. A no dudar tendrá que dar muchas explicaciones de sus acciones poco transparentes e ilícitas ante la justicia”.
Junto a las dos tazas de café, ya vacías, permanecía un gran vaso de limonada a medio consumir, que a esa hora tardía había perdido el frescor inicial. Pero ¿dónde estaba Tara? se preguntaban las dos amigas, algo inquietas y sobresaltadas. Con presteza fueron a buscarla, encontrándola de inmediato junto a otros chiquillos que jugaban en el monumental jardín valenciano. Estaban todos los críos sentados en el suelo, absortos ante el espectáculo del que disfrutaban. Tres jóvenes arlequines, con ese cromático uniforme de rombos poligonales, pintados de rojo, verde, azul y amarillo, escenificaban un programa de mimos y gestos simbólicos, que hacía las delicias de los pequeños, a los que se había unido la sencilla y sana vitalidad de Tara. Era Septiembre, ya en las puertas otoñales de la meteorología, con ese dulce aroma a flores, tierra o albero mojado y una templanza térmica que atesora el paraíso mediterráneo. La amistad que intercambiaban Coral y Noa generaba entre ellas confidencias, apoyos, comprensión y cariño. Paseando lentamente, camino de cualquier parte y delante de las dos jóvenes mujeres, una niña de cuatro años se divertía trazando círculos en su trayectoria, sintiéndose querida y cuidada por una joven madre, siempre generosa e imaginativa.-
UNA CURIOSA FOTO,
ENCONTRADA EN LA 515
ENCONTRADA EN LA 515
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
28 Agosto 2020
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/