Ocurre
en muchas circunstancias y experiencias de nuestra vida. La influencia territorial,
ambiental y personal suele actuar sobre nosotros de una manera sorprendentemente
decisiva, con ese mimetismo anímico e incluso físico que tan poderosamente nos condiciona,
tanto por su positiva eficacia, ayudándonos a mejorar en todos los aspectos,
como también por su negativo ejemplo, transformándonos en voluntades
pusilánimes, débiles o sometidas.
Y esta influencia mimética
no la percibimos solamente en los seres humanos. Otros organismos de la
naturaleza sufren o gozan esa sorprendente operatividad, que ejerce su acción
correctora en uno u otro sentido. ¿Podemos citar algunas muestras ilustrativas?
Son meridianamente abundantes, a poco que nos detengamos unos segundos en nuestra
celeridad existencial, esa que tanto nos
aturde y “embrutece” impidiéndonos realizar la saludable práctica de analizar
con serenidad nuestro entorno. Existen muchas plantas
(ya sea en el medio natural o en una simple maceta del hogar) que puestas “aquí”
fructifican y florecen, mientras que “allí” colocadas se marchitan y
“desaparecen”. Solemos echarles la culpa, de estas contrastadas respuestas de
lo vegetativo, al contexto ambiental. Pero todos sabemos que no es sólo el
marco meteorológico el causante de tan diversas respuestas. Hay algo más, no
nos debe quedar duda al respecto. Otra muestra de estos condicionantes: el espacio donde nos ponemos a estudiar o a escribir. Elegimos para ello un
determinado lugar y vemos, con pesar, que no avanzamos apenas en nuestra
intencionalidad estudiosa. Cambiamos de habitación, de biblioteca, de
iluminación o de franja horaria. O simplemente la silla donde nos sentamos: a
partir de ese momento, nuestra concentración se potencia y a nuestra voluntad
llega un poderoso dinamismo que repercute en los resultados de nuestro
propósito intelectual. Una llamada telefónica
que recibamos o una persona conocida que nos encontremos en nuestro paseo,
puede ejercer una influencia inesperada, positiva o negativa, como reacción de
la compleja estructura psicológica que nos sustenta. Incluso algunos deportistas suelen aludir al “miedo o estímulo escénico que sienten, al competir en un o u
otro estadio. No debemos prolongar innecesariamente estas digresiones iniciales, que sustentan de forma meridiana
la importancia del contexto “ambiental” u otras influencias en el contenido de
la siguiente historia.
Cada día que transcurre, en la cronología de
nuestros calendarios, resultan más importantes estos trabajadores de acción
social, dada la prolongación de la esperanza de vida en las personas y las
circunstancias sociales en las que hoy una amplia mayoría de ciudadanos estamos
inmersos. Hay que referirse en esta valoración profesional, a todos aquellos cuidadores, hombres y mujeres, de personas mayores, trabajadores que bien preparados
llevan a cabo la compleja y difícil función de atender a los adultos, que en la
actualidad pueden alcanzar edades inusuales si miramos las décadas que nos
preceden. Alina, 43 años, es una de estas
profesionales que presta sus valiosos y cualificados servicios en el ámbito de la dependencia.
No todo el mundo sirve o acepta llevar a afecto
este importante servicio de solidaridad generacional. Principalmente porque a
las personas que ayudan, ya muy mayores y que viven el último recorrido de sus
vidas, camino de la estación final, con diversos niveles de dependencia o
incapacidad (debido a su edad, grado de salud y diferente formación) no son
fáciles de atender y tratar en sus específicas necesidades. Sumidos en
dolores y molestas incapacidades, su frecuente difícil carácter es un factor
que problematiza este asistencial trabajo que se presta tanto en los domicilios
particulares como en establecimientos y residencias específicas, organizadas
para atender esta dura etapa de la ancianidad en la ciudadanía. El carácter de
estos adultos mayores, que soportan numerosas limitaciones físicas e incluso
psíquicas, se torna en general caprichoso, hipersensible, egocéntrico, malhumorado,
con respuestas y comportamientos un tanto infantiles que, en ocasiones, no
dudan en aplican la agresividad de palabra y trato hacia sus cuidadores,
negándose incluso a colaborar con aquellos profesionales que se esfuerzan en ayudarles.
La avanzada edad que detentan en sus identidades también propicia y favorece
esa otra dependencia hacia la toma de medicamentos, ingesta continua y
exagerada de barbitúricos que incluso complica y deteriora su difícil
equilibrio anímico y físico. Muchos de estos ancianos no aceptan o
son incapaces de asumir sus inevitables limitaciones, por lo que se rebelan
ante un entorno próximo, tiñendo su
carácter de un acerado criticismo, acritud y enfados persistente.
El trato diario con estos dependientes, es obvio,
debe estar caracterizado por el aporte de un intenso cariño y comprensión,
además de una enorme capacidad de paciencia.
Alina nunca ha sido ajena a estas complejas realidades,
dados sus ya largos años de profesionalidad en el servicio de esta cada vez más
necesaria función asistencial. Todo ello en el seno de nuestras actuales sociedades,
marcadas por la premura en el tiempo, el estrés relacional, la ambiciones en el
trabajo y los egos personales, mejor o peor disimulados. Durante largos años,
esta cuidadora había tenido que convivir con un doble
ejercicio “profesional”: atendía la dependencia no solo ya en los
domicilios ajenos, como profesión, sino en el suyo propio, como hija. Efectivamente,
era la única descendiente de una madre que enviudó siendo relativamente joven y
que no supo asumir la pérdida de su marido, agriándosele el carácter y
descargando en Alina, sus frustraciones, carencias e inseguridades. A pesar del
difícil trato que recibía de una madre de difícil temperamento, al paso de los
años quiso y supo atenderla ejemplarmente cuando ésta señora, llamada Eloisa, añadió a su degradada forma de ser una
serie de limitaciones físicas que agudizaron su patente dependencia. Han sido
muchos años en los que Alina ha tenido que ejercer una doble acción de
asistencia a mayores, tanto dentro como fuera de su hogar. Por lo tanto, esta
situación personal y profesional también le ha ido condicionando, año tras año,
hasta afectarle en la normalidad de su equilibrio anímico.
Alina Mallada, que sigue permaneciendo en estado de
soltería, perdió a su madre hace ya casi
cuatro años. En la actualidad es una mujer que soporta algunas fases
depresivas, con una evidente y preocupante adición a los medicamentos.
Obviamente, en su trabajo con los mayores se esfuerza en disimular esos
problemas de tristeza, cambios inesperados de humor, nerviosismo, miedos injustificados e incluso
comportamientos compulsivos, pues de otra manera complicaría y enrarecería una
situación ambiental (el trabajo con dependientes) ya de por sí plena de
dificultades y necesitada del mayor equilibrio y autocontrol.
¿Pero es que esta cuidadora de mayores carece de
vínculos con amigas u otras personas o con familiares cercanos? La verdad es que su círculo de
amistades es muy reducido. Aquellas antiguas compañeras de la infancia y
adolescencia escolar formaron sus propias familias y hoy día solo se
intercambian correctos y rápidos saludos, en los encuentros inesperados por las
calles o en la vorágine clientelar de los grandes centros comerciales. Aquellas
antiguas amigas y conocidas centran hoy su interés en sus propias familias, con
sus cónyuges, hijos y ya no pocos nietos. Hace unos años tuvo una fase de apertura hacia el ámbito religioso, practicando (especialmente
durante los fines de semana) esa sociología de sacristía y prácticas litúrgicas
de eucaristías, triduos y novenas que, de manera paulatina, fue perdiendo vigor,
autenticidad e interés en sus
motivaciones y sentimientos de fe hacia todo lo clerical. Su vinculación y
ardor religioso es en la actualidad en sumo fría, respetuosa por supuesto, pero
sin el menor protagonismo vincular con las personas que asisten a diario al
templo de la barriada en que siempre ha vivido.
En estos momentos su dedicación asistencial está
centrada en dos familias, entre las que reparte
las horas disponibles durante la semana, entre lunes y viernes. Trabaja cinco horas diarias en casa de una
señora octogenaria, llamada Candelaria, llegando a este domicilio a las nueve en
punto de la mañana y volviendo a su casa después de la comida que realiza con
la anciana dependiente y con su hija,
maestra en un colegio público de educación primaria y dejar la cocina
organizada. Esta señora a la que atiende es un tanto quisquillosa e
impertinente, pero sabe sobrellevar bien sus continuas exigencias, pues
entiende que a esas elevadas edades los modales de las personas dependientes no
son elegantes, desde luego, por esos achaques físicos, bastante continuos y
molestos, que tanto degradas el carácter.
Las tardes de los lunes, miércoles y viernes, también tiene otra familia
a la que atender. Se trata de un matrimonio muy mayor, cuyos dos hijos (también
de elevada edad) residen en el mismo bloque, pero en pisos diferenciados con el
de sus padres. Les atiende en su aseo, les prepara comidas, que guarda en el
frigorífico para los días en que no acude a la casa, especialmente para el fin
de semana, limpia un poco las habitaciones y les da esa “oxigenante”
conversación que tanto se agradece, sobre los temas más rutinarios y
coloquiales. Fuensanta ocupa las horas tejiendo
sus calcetas y ganchillos, con labores que Aline se ocupa de dejar en una
mercería cercana, para su posible venta,
con la que incrementar la modesta pensión que recibe su marido Rodrigo, un antiguo miembro de la legión española,
que padece una inmovilidad del 60 % además de un carácter muy difícil, por su
arrogancia, exigencias y lenguaje “agresivo” con todo el que puede,
especialmente con su sometida esposa, a la que trata de manera machista y
despectiva, con una desconsideración verdaderamente irrespetuosa. Aline trata
de “pasar” de los gritos y palabras soeces que recibe esos tres días a la
semana, por parte de este anciano de ideología profundamente ultraconservadora.
En estos domicilios de dependientes, las diversas cadenas televisivas son
poderosos aliados de estos cuidadores a domicilio, a fin de tener algún respiro
y poder realizar las labores de la casa , mientras sus veteranos propietarios se entretienen o
dormitan frente el plasma embriagador de sus pantallas al mundo exterior.
El trabajo cotidiano en estos domicilios, la
atención casi continua a las repetidas peticiones de estas personas mayores y a
la actitud frecuentemente irascible e inconformista de los abuelos, van
mellando la resistencia anímica de Aline, que trata de compensar su cada vez
más degradado ánimo con la toma continua de barbitúricos
y medicinas recetados por su
médico de cabecera. Muchas veces se observa ante el espejo, viéndose envejecida
e incluso descuidada en su ornato, llegándose a preguntar una y otra vez si
este trato con personas tan mayores no le estará influyendo tanto en lo físico
como en lo anímico. “¡Si es que siempre he estado
rodeada de personas mayores… parece que todo se “pega”, y ello afecta a mi
físico y a mi propio carácter que se va degradando y agriando al paso de los
años!”.
“Alina ¿tienes unos minutos? Desde hace algún
tiempo te quería comentar algo y a esta hora de las tres y media no creo que
entren muchos clientes en la farmacia. Con el calor que hace hoy ¡parece que
terral! la gente está con los refrigeradores y echando una buena siesta. Sabes
que son muchos los años que llevo detrás de este mostrador. Incluso me estoy
planteando hacer un buen traspaso, pues ofertas no dejan de llegarme. Esta
farmacia, por su ubicación tiene un estupendo nivel de venta, de clientes y
vecinos muy fidelizados. Te conozco desde que eran una niña, cuando venían con
tu madre a comprar las medicinas. Te he visto crecer y tu misma me han contado
en ocasiones como te van las cosas, confianza que siempre he agradecido. Como
otras personas, eres para mi más que una cliente. Te considero una buena
convecina e incluso amiga. Y como te comentaba, desde hace meses, incluso más
tiempo, me preocupas. No ya sólo por la cantidad de medicinas que te echas al
cuerpo ¡tantos antidepresivos…! Ese no es bueno para una persona, aún joven
como tu eres. Y te lo digo con la franqueza propia de un comerciante de
fármacos que le interesa vender ¡Que duda cabe! No sólo por tanto Valium y
similares que te rectan en el ambulatorio. Sino porque veo tu semblante y creo
que no estás bien. Se que trabajas cuidando a personas mayores. Tu misma me lo
has comentado en varias ocasiones, por si yo conocía a alguien a quien le
pudieras ayudar. Es un trabajo admirable el que haces, pero muy difícil por la
naturaleza de las personas con las que tienes que convivir diariamente. Y ese
contacto con personas de tan elevada edad, con sus antojos, exigencias,
limitaciones, enfermedades y altísima dependencia, no me cabe duda de que te
está afectando. No te enfades, por estas palabras sinceras que te transmito. Te
veo “avejentada” físicamente y afectada anímicamente. Apenas has cumplido los
cuarenta y …. El trabajo que realizas te está influyendo en demasía, en lo
físico y en el ánimo. Y para colmo, apenas tienes familia.
Toda esta larga exposición viene a cuento de que me
gustaría ayudarte. Porque es una pena que a una persona que conozco desde que
eran una adolescente, la vea ahora “dependiendo” de tantos fármacos y rodeada
tantas horas del día de personas muy complicadas, por su edad y padecimientos.
Te explico. Tengo una sobrina que es maestra, especializada en educación
infantil. Siempre le gustaron los niños pequeños (tiene tres, en su matrimonio)
y después de algunas sustituciones, , cuando finalizó sus estudios, solicitó un
préstamo bancario (que yo avalé) y comenzó poniendo una pequeña guardería, que
ya ha ampliado en dos ocasiones. Cada día tiene más clientela (ya sabes que el
barrio es de los más grandes que tenemos en Málaga, por la cantidad de bloques
y familias que aquí conviven) y me comenta que le cuesta trabajo encontrar
personas solventes, trabajadoras y eficaces, para cuida y jugar con los
pequeños. Incluso ya han montado su propio comedor. Yo podría hablar con mi sobrina,
se llama Carolina (todos le llaman Carol) y
seguro tendría un puesto para una persona como tu que eras formal y muy
trabajadora. No me cabe duda que tratar y estar rodeada de niños pequeños, con
la limpia alegría que transmiten, te haría mucho bien. Podrían echar una mano
en la cocina y en el comedor de la guardería (le pusieron un bonito nombre EL JARDÍN DE LAS HADAS). Te adaptarías a este cambio
de trabajo y a este cambio de personas con las que tratar en el día a día. Los
niños pequeños siempre transmiten alegría. Las personas muy mayores, no siempre
lo saben hacer. Piénsatelo. A poco que me des tu conformidad, te presento a
Carol. En realidad ya le he hablado en varias ocasiones de ti”.
Quien pronunciaba esta hermosas, sensatas,
generosas y fraternales palabras no era otro que el muy bien apreciado
boticario del barrio, D. Nicolás Alma del Valle,
veterano y siempre servicial profesional de los productos farmacéuticos.
“Bonachón” de carácter, certero en sus consejos y con esa mirada apacible que
transmite sosiego, aunque siempre hábil observador de una agradecida clientela
a la que quiere servir y ayudar, como primera premisa de su trabajo diario.
Alina, aquella tarde de sábado, había ido a reponer esos fármacos a los que se
había vuelto adicta y que cada vez eran menos eficaces para aportarle es
tranquilidad de ánimo que a lo largo de la semana iba perdiendo con su trabajo
asistencial. Tuvo la suerte de encontrarse con un excelente profesional quien,
además de facilitarle los productos de las recetas prescritas, abrió un camino
de luz y esperanza en una mente y organismo clara y penosamente degradados por
la convulsión.
Tras agradecerle a Nico (así deseaba el
farmacéutico que se le llamase) sus buenos consejos, así como la disponibilidad
de un interesante camino para cambiar de actividad (al menos temporalmente) le
prometió estudiar con serenidad esta atractiva opción
para trabajar con otras personas, muy diferentes en la edad y entusiasmo
vital con relación a esos ancianos que, en su caso concreto, tanto le estaban
influenciando en su degradada estructura anímica. Ella, que no había gozado de
la dulce experiencia maternal, tenía ahora la dulce posibilidad de acercarse al
mundo de la infancia, a fin de ayudarles en esas edades tan tempranas de la
vida, recibiendo a cambio esas miradas, gestos y sonrisas de inocencia, que
tanto bien le podían reportar. Paseó durante el resto de la tarde por la zona
playera de la Malagueta, meditando y meditando la inteligente oferta y el buen
consejo del amigo Nicolás.
Apenas el astro solar había iniciado su pausada
despedida vespertina hasta el necesario descanso, la atribulada cuidadora emprendió
el camino de vuelta hacia su domicilio. En su largo paseo junto al oleaje del
mar había tomado la firme y valiente
decisión de volver a pasar por la farmacia de Nico, a fin de rogarle que le
pusiese en contacto con su sobrina Carolina. Estaba dispuesta a dar ese innovador
paso al frente, gracias a las sabias y convincentes palabras que el observador
y paciente farmacéutico le había transmitido hacia sólo unas horas.
Han pasado ya casi doce meses desde estos eventos. La vida actual de la antigua
cuidadora de personas mayores ha gozado de una profunda y saludable
transformación. Trabaja en la escuela infantil de Carolina, ejerciendo diversas
funciones que le reportan ilusión y autoconfianza. Reparte su tiempo preparando
la cocina escolar, organizando la disposición del comedor, ayudando en lo
posible la actividad de las monitoras que controlan los juegos y actividades de
los pequeños y sintiéndose feliz al estar rodeada de esa sana y desbordante
vitalidad que transmiten los niños, influencia mimética que ha transformado
muchos aspectos de su existencia. Apenas acude ya la farmacia, aunque toma el
bus en ocasiones para visitar y saludar a don Nicolás quien, en el pequeño
huerto que se ha montado en su casita de campo, enriquece su tiempo cultivando
verduras, frutos y también algunas aromáticas flores. Este benefactor
farmacéutico traspasó la propiedad de su farmacia y hoy disfruta de la vida
privada y apacible junto a Carla, su bella mujer. “Qué
bien te veo, Alina. Desde luego que tomaste la mejor decisión. En la vida hay
que ser valiente para emprender nuevos rumbos en nuestro trabajo, en nuestras
ilusiones y proyectos, sin olvidar por supuesto las raíces que nos sustentan.
Te percibo como más joven, más serena, pero sobre todo, más feliz”.
A sus cuarenta y cuatro años de vida, esta antigua
cuidadora de adulto sopesa emprender la valiente y compleja aventura de ser
madre, vital experiencia que colmaría sus esperanzas de realización personal.-
LA INFLUENCIA MIMÉTICA, COMO ELEMENTO TRANSFORMADOR DE CARACTERES.
José L. Casado Toro (viernes, 12 ABRIL 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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