Con frecuencia nos lamentamos del escaso tiempo que
poseemos para realizar todo aquello que tenemos proyectado en nuestra mente. Sin
embargo son muchas las noches en que, al echar una mirada sobre la evolución de
nuestro día, comprobamos la cantidad de horas que
hemos “perdido” en nimiedades, lo que nos ha impedido completar todas nuestras
previsiones y, lo que resulta más enojoso, caemos en la cuenta de que el aburrimiento
ha estado presente en muchos de esos minutos perdidos. Y ya aparece en nuestro
comentario esa palabra que va a nuclear el sentido de la historia que después
narraremos. Pero ¿qué es exactamente el aburrimiento?
La RAE (Real Academia Española de la Lengua) define este vocablo como el cansancio de nuestro ánimo originado por
la falta de estímulo o distracción. Obviamente ese desánimo que sentimos,
por no saber qué hacer para buscar distracción
o estímulo, está poniendo de manifiesto una importante realidad que humanamente
nos perjudica: el fracaso personal e imaginativo pera intentar rentabilizar el
tiempo realmente disponible.
Si repasamos con atención muchos de nuestros actos,
podremos darnos cuenta de la cantidad de tiempo que al cabo del día “malgastamos”
o no empleamos con la necesaria inteligencia, a fin de rellenar ese
aburrimiento que tanto nos desanima. Citemos algunos ejemplos de ese tiempo
“aburridamente“ perdido en el quehacer cotidiano.
Tenemos que llegar al aeropuerto con una hora y media de antelación, antes de que se inicie el vuelo del viaje que vamos a realizar, a lo que habría que sumar el tiempo que empleamos cuando llegamos al destino, con las gestiones administrativas de aduanas y la recogida de equipajes, labores que pueden hacerse bastante dilatadas en la manecillas de nuestros relojes. Tienes que pasarte horas de pie, en la puerta de entrada de un lugar para espectáculos (p.e. conciertos) si quieres encontrar un buen lugar dentro del recinto. En ocasiones esos minutos se dilatan cansinamente, antes de que comience la correspondiente actuación. Acudimos a un museo de arte contemporáneo o de vanguardia, con entrada de coste gratuito o de pago, para ir recorriendo una sala tras otra, sin “entender” prácticamente nada de lo que se halla expuesto y sin que exista audífono o guía que te lo divulgue. Permanecemos horas a pleno sol o con frío y lluvia, esperando la llegada de los ciclistas que participan en un recorrido competitivo, espectáculo que durará apenas veinte o treinta segundos, tras la finalización de la etapa. Dedicamos toda una tarde a recorrer las más señeras e importantes librerías, a fin de localizar un determinado y famoso ejemplar que parece estar agotado y que te lo han recomendado efusivamente. Tras el éxito en la búsqueda, el famoso y aplaudido libro por la crítica especializada o referencial quedara esperando su incierta oportunidad de lectura, reposando en uno de los estantes que aún permanecen vacíos en la biblioteca de tu domicilio. Echamos “horas” sentados en la terraza de una cafetería o bar, ante una taza (ya vacía) de café u otra infusión, sin nadie con quien entablar conversación y con un periódico sobre la mesa que permanecerá sin abrir para su más o menos interesante lectura. Y qué habría que comentar de esas colas de gente joven (también acuden personas de más edad) que aguardan pacientemente de pie horas a la intemperie o en la estrechez de un pasillo del centro comercial, a fin de que el cantante o ídolo de moda, escriba unas palabras, autógrafo o garabato ritual sobre la carátula del CD que previamente has tenido que adquirir. Podrían citarse otros ejemplos de esta banalización ilusionada de nuestro tiempo perdido. Pero … cada persona es un mundo y sus razones tendrá para así comportarse. Acudamos ya a nuestra curiosa historia, en este “anímico y personal contexto.
Era un sábado por la tarde, en la que muchos consideran
nostálgica estación otoñal. Un tiempo desapacible y gélido se había presentado
“casi sin avisar”. Venía acompañado por esas oleadas intermitentes de fina
lluvia que, al paso de los minutos, acaban “empapándote” si no proteges tu cuerpo
de manera adecuada. A MARCIO Calabria sus
proyectos para emplear distraídamente esa tarde de fin de semana se le habían
ido al “garete”. En principio tenía prevista la asistencia a una sala
cinematográfica, para visionar una película que tenía pendiente de disfrutar.
Para su contrariedad y sorpresa, tras consultar la cartelera local, comprobó
que ese film (con bastantes días ya en pantalla) había sido sustituido por
otro, en el cambio de títulos que se produce normalmente los viernes de cada
semana. Pensó cambiar de película, pero el listado de lo que se le ofrecía lo
encontraba repetitivo y sin fuerza. Algunas cintas ya las había visto, mientras
que otras pertenecían a unos géneros cinematográficos que no le agradaban. Todo
ello le disuadía de tener que arreglarse y salir a la calle, con el incómodo y
desapacible tiempo que hacía. Resultaba más inteligente quedarse cómodamente en
casa.
Un fin de semana más se sentía obligado a
planificar y “salvar” la tarde, pues la amenaza del aburrimiento pesaba como
una losa sobre sus expectativas. Las ofertas televisivas no eran especialmente
atractivas o seductoras, pues la película de cine de barrio, programada para ese
día, era una “manida” historia protagonizada por Paco Martínez Soria (Tarazona
1902 - Madrid 1982) numerosas veces emitida por la pequeña pantalla. Se
encontraba sólo en casa durante esos días, pues sus padres estaban realizando
un viaje por el norte de la península, mientras que a su novia Lena Anglada, según los turnos rotatorios que
llevaba a efecto con todas las compañeras, le había correspondido trabajar ese
día, desde las 16 horas hasta las 22, hora del cierre del hipermercado en el
que ejercía atendiendo una de las cajas de pago. La joven pareja ya había
acordado de que saldrían el domingo por la tarde pues a la chica, después de
las numerosas horas que tenía que soportar cobrando a los numerosos clientes,
le apetecía descansar, tras volver a casa, cenar y darse una buena ducha, antes
de ir a la cama.
En esa tesitura para buscar algo de distracción,
con la que vencer a un previsiblemente aburrido sábado en el comienzo del
“finde”, se encontraba Marcio, que no era una persona especialmente aficionada
a la lectura o a escuchar horas de música en los dispositivos electrónicos que
poseía. Como mejor solución pensó en el siempre útil recurso al ordenador
personal. Así lo hizo. Una vez iluminada la pantalla del escritorio, se dispuso
a “navegar” sin rumbo fijo, buscando algún “puerto” generoso en originalidad, con el que salvar estas
opacas y pocos seductoras horas vespertinas. Localizó en el menú de direcciones
memorizadas una página de juegos, que estuvo “trasteando” durante unos veinte
minutos, al paso de los cuales tomó la decisión de cerrar ese portal, pues esas
partidas de cartas individuales o esos “marcianitos” o batallas planetarias,
terminaban cansándole, por lo repetitivo y conocido de sus acciones y
movimientos. Ojeó entonces alguna página de prensa, pero el día no estaba para
grandes o espectaculares noticias. Tras “pasar revista” a los diarios
deportivos, desistió de continuar en esa línea de búsqueda on-line. En un
momento concreto, la luz culinaria vino a su mente ¿Por
qué no pasarme por la cocina y aprovechar el tiempo de “laboratorio” con la
preparación de algún plato suculento o especial para gozar en la cena?
La realidad era que, tras algunos desaguisados provocados por sus andanzas
cocineras, su madre doña Emelina (con la
aquiescencia de su marido don Fausto) le había advertido que ni se le ocurriera
trastear con los objetos y materiales del comer, siempre y cuando ella no
estuviera en casa, vigilando con celo la conservación del tan preciado
instrumental culinario ¿Y si me encargo después una
pizza o un Kebab a la carta, librándome de tanto engorros cocineros, además
de las protestas de mamá que me acusa
por sistema de todos los estropicios?
Los minutos seguían su innegociable avance. Había
un flanco de acción, al que en los no frecuentes momentos de sensatez y laboriosidad
siempre se suele acudir. Opción mil veces propuesta y otras tantas postergadas,
ante otras más motivadoras alternativas para el incentivado sosiego personal.
La posibilidad no era otra que tratar de organizar esas estanterías “imposibles,
repletas de carpetas, revistas y “recoge polvos” además de figuritas inservibles que solo
sirven para decorar. Por supuesto ahí aguardaban también los armarios
familiares, con la ropa “perfectamente” mezclada, acumulada y revuelta, sin
orden ni concierto, en donde encontrar una determinada prenda era tarea de
complicación suma. Todo orden u
organización que se aplicara a semejante “batiburrillo” textil o del calzado
habría sido bien saludado y agradecido por los acólitos seglares del orden. “Ya lo haré en otra ocasión” fue el comodín
expresivo elegido, ese que a tantas conciencias sosiega y apacigua. En estas
diatribas se encontraba Marcio, cuando cayó en la cuenta de que se acercaba la
hora de la merienda. Un buen chocolate caliente y esas galletas de mantequilla,
algo indigestas pero sabrosísimas, podían resolver el tentador placer del
paladar, que también enriquece y tonifica la desmotivación puntual de nuestro
espíritu.
Una vez consumado el modesto ágape o break de las
17:30, decidió volver a sentarse ante la pantalla de su ordenador. Tras darle
vueltas a su cabeza, una y otra vez, este joven (29 años) pintor de edificios,
integrado en una importante empresa constructora de la localidad, ideó un imaginativo juego
cuyas posibilidades le hicieron despertar de su aletargada motivación sabatina.
No era una idea totalmente nueva, pues ya la había estado “barruntando” meses
atrás, pero en aquella gris y húmeda tarde ofrecía una estupenda oportunidad
para llevarla a la práctica. El origen del “infantil juego” se había generado
en un curioso artículo que había leído en las páginas de Internet, acerca de
los “dobles” que algunas importantes estrellas de la pantalla utilizan para el
rodaje de ciertas escenas que conllevan un elevado riego para la integridad
física de sus protagonistas. De esta forma, Marcio se preguntaba si por esos
mundos de dios era posible que él tuviera algún “doble” lo más parecido posible
a su persona. Pero el juego que proyectaba planteaba una mayor exigencia: el
reto de encontrar a ese doble personal no sería sólo en el aspecto meramente físico
(imagen y figura) sino que también esos rasgos paralelos deberían ir referidos a
otros datos identificativos entre él y “su doble.
Dicho lo cual, se hizo dos fotos con la aplicación de
“cámara” disponible en la pantalla de su ordenador: una imagen frontal y otra
de visión lateral o de perfil. Ambas instantáneas las “subió” a un páginas de
Internet, especializadas en hallar similitudes físicas entre las personas. Planteó
una breve pero muy concreta pregunta, redactada en dos idiomas: español,
inglés.
¿HAY ALGUIEN EN EL MUNDO EXACTAMENTE
IGUAL QUE YO? Is there someone in the
world exactly same as me? Are you like I am? (¿Eres tu como yo soy?) I want to
meet you (Yo quiero conocerte) Write me as soon as you can (Escríbeme tan
pronto como tu puedas).
Además de sus fotos, Marcio añadía algunos datos
que definían mejor su estructura corporal: estatura, peso, color de los ojos,
diámetro o talla de la cintura, incluso indicaba el número del calzado que
solía usar. “Tengo que tener un doble u otro yo por
esos mundos ¡seguro! Puede ser emocionante y simpático encontrar al otro
Marcio. En caso afirmativo ¿cuál será su carácter? ¿en qué país vivirá? ¿a qué
oficio se dedicará? En estas curiosas y entretenidas tareas aplicó gran
parte del horario disponible para la tarde sabatina de ese día, presidido por
una disuasoria climatología otoñal.
Al paso de los días, cada una de las noches
consultaba las dos páginas Web en donde había insertado su petición de
respuesta, sin el menor resultado hasta el momento. Incluso cambió o añadió
nuevas fotos suyas, a fin de enriquecer la posibilidad de reconocimiento, por
parte de quien las visionara. Y ¿qué pensaba Lena, acerca de la ocurrencia de
su pareja? Cuando le contaba el tema a su novia, esta movía la cabeza de un
lado para otro, comentando esas frases tan familiares y cotidianas entre ellos:
“Desde luego que tienes mucho tiempo
libre. Más te valdría coger de nuevo los libros y aprender un poquito de English.
Mira que tu empresa trabaja mucho por la costa y cualquier día vas a tener que
entenderte con propietarios extranjeros. Y no vas a saber como hablarles a los
guiris. ¡Vamos hombre! No pierdas tanto tiempo en tonterías y trata de aprender
cosas útiles. También serie más importante que se sacaras el carnet para poder
conducir autobuses y camiones. Así podrías encontrar un trabajo mejor y más
cómodo o incluso tener la posibilidad de “entrar” en la plantilla de la Empresa
Municipal de Transporte, la E.M.T. Con este cambio podrías dejar los pinceles y
todo ese cemento y yeso que te deja tan manchado y sucio. Después tienes que
dedicar un buen rato todas las tardes a limpiarte de tantos restos de pintura
por todo tu cuerpo, desde la cabeza a los pies”.
Cuando Marcio ya se había prácticamente olvidado
del ingenioso juego, que había iniciado en el otoño pasado, la suerte, la
casualidad o el destino hicieron coincidir, durante el tres repuestas afirmativas, que ponían un poco de luz
y esperanza a ese divertido reto de semejanza iniciado por el imaginativo pintor
de edificios. Los tres comunicantes le habían enviado sendas fotografías, todas
ellas con un parecido bastante notable al de su persona, aunque también eran
evidentes algunas diferencias básicas entre las respectivas imágenes. Los
e-mails venían remitidos por un siciliano, llamado SALOMÓN,
un griego natural de Farsala, de nombre BELIOS y
un mejicano que se autodenominaba PIETRO. corto período de dos semanas en primavera, hasta
A través de la página web, además del esfuerzo
coordinador de Marcio, hubo un cruce de varios correos entre ellos, con el fin
de ampliar datos y detalles de las respectivas semejanzas. Pronto uno de los
tres se cayó de la lista: el mejicano era un joven con ganas de broma y había
hecho un hábil trabajo de photoshop, sobre las propias fotografías enviadas desde Málaga por el
divertido pintor. Los tres comunicantes pertenecían a la misma generación, con
una diferencia de edad entre ellos que no superara los tres años de edad. Y
tras los e-mails de aproximación, Marcio propuso un interesante punto de encuentro, a fin de avanzar en el
conocimiento recíproco. La reunión quedó fijada en principio para el final del verano.
Dudaron si el lugar para verse debía ser en España (país de origen del promotor
de la idea) o en Roma, por el centralismo equidistante entre la cultura
helénica y la ibérica mediterránea. El italiano y el griego comprendieron que
la idea había partido de un español, por lo que aceptaron reunirse un sábado 2 de septiembre en la capital del Estado
español, negociando con una agencia de viajes la contratación del hotel, El
Maestrazgo, en plena Gran Vía madrileña.
Ese fin de semana, también ya casi otoñal, los tres
jóvenes “parecidos”, acompañados de sus respectivas parejas, al fin se
encontraron y saludaron, con ese curioso interés de poder contactar física y
anímicamente, comprobando identidades y diferencias entre ellos. Salomón, 34 años, licenciado en periodismo, trabajaba
como corresponsal del diario la Stampa, en la zona meridional de la península
italiana. Estaba casado con una bella romana, de nombre Silvana, de cuyo
matrimonio había nacido una niña de pocos años, a la que habían dejado durante
este corto viaje al cuidado de sus abuelos maternos. Presentaba un carácter muy
extrovertido y alegre, aunque no exento de una educada prudencia y
racionalidad. Por su parte Belios, 31 años. era
titulado en geología (sedimentólogo) trabajando en la actualidad en una empresa
constructora de la península balcánica, como especialista en excavaciones
arqueológicas. Le acompañaba una bella joven de nombre Aria, la pareja con la
que convivía, profesora titular de Historia helénica en la Universidad central
de Atenas. Lena también pudo acompañar a Marcio
en ese tan deseado encuentro de identidades, tras cambiar con una compañera su
turno de trabajo en el hipermercado.
Fue un almuerzo cordialmente afectivo y curioso
entre los tres protagonistas de ese encuentro de identidades. Sus respectivas
parejas observaban con un indisimulable divertimento, el comportamiento, rasgos
y actitudes que verdaderamente eran muy parecidas pero, al tiempo con evidentes
y palpables diferencias, en la forma de caminar, mirar, sonreír, hablar,
gesticular… por no hablar de aspectos concretos entre los tres físicos (forma
de las orejas, curvas y volumen en las fosas nasales, prominencia en las
barbilla y mandíbulas, etc. Aun así, el parecido entre los tres era sumamente
notable. Para la intercomunicación oral
no hubo problema, pues tanto Belios como Salomón se podían defender,
relativamente bien, con la lengua española, especialmente el italiano, muy
habituado a tener que dialogar con personas de muy diferente origen por el
ejercicio habitual de comunicador de prensa.
Para la tarde y la mañana del domingo, contrataron
un buen paseo turístico por los lugares más emblemáticos de la urbe madrileña,
asistiendo a la representación del musical Billy Elliot en el Teatro Alcalá.
Durante la cena de despedida acordaron verse un año después, a fin de seguir
profundizando en la amistad recién iniciada. En esta ocasión, el punto de
encuentro iba a ser la histórica y monumental capital ateniense, para el que
Belios prometía ejercer de un excelente guía turístico. Además ofrecía, para la
cómoda estancia de sus amigos invitados, un
viejo pero entrañable caserón, herencia recibida de su añorada abuela
Falias, a muy escasa distancia de ese monumento inmortal como es la Acrópolis
de la atractiva capital helénica.
Pero el calor afectivo y curioso de esas dos
jornadas de convivencia para el “descubrimiento” recíproco se fue tenuamente
apagando con el paso de los meses y los días. A pesar de los proyectos y el
esfuerzo por la proximidad, el silencio comunicativo fue avanzando entre las
tres muy parecidas personas. Los correos se fueron distanciando y los tres
jóvenes tuvieron que hacer grandes esfuerzos para cumplimentar la segunda de
las citas, un año después, superando las tentaciones iniciales de aplicar esas
excusas que dilatan el compromiso adquirido. Los tres amigos, de físicos muy
parecidos, asumían su proximidad y diferencias, especialmente en sus caracteres
y estilos de vida. A pesar de lo cual, todos estaban de acuerdo en reconocer lo
acertado de la simpática y original experiencia de un malagueño con bastante tiempo libre, decisión
afortunada para anotar en los hitos relevantes de la memoria. Fue una curiosa
propuesta de identidades, nacida en un día frío y lluvioso de otoño, en el que
un joven que se sentía aburrido, Marcio Calabria, se propuso llenar de
argumento identitario toda una tarde por hacer.-
ESPEJOS HUMANOS,
PARA TODA UNA TARDE POR HACER
José L. Casado Toro (viernes, 05 ABRIL 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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