viernes, 29 de marzo de 2019

DESDE ESE OTRO LADO DE LA CIUDAD.


Hay que reconocerlo, mal que nos pese. No resulta fácil aplicar un poco de empatía a nuestras reflexiones y comportamientos. La realidad es que estamos demasiado atenazados por nuestros egos y problemáticas. Pero al menos cabría preguntarse qué ocurriría si lográsemos ubicarnos en esa otra parte de nuestro protagonismo vivencial y profesional. ¿Qué piensan los demás acerca de nuestro proceder? ¿Cómo puedo ponerme en la piel de ese otro para mejor comprenderlo? Si en algunos momentos de nuestro proceder nos viéramos realmente desde esa otra plataforma, aquella desde la que se nos contempla en el día a día, sería probable que llegara a nosotros una mejor autorreflexión y un cambio necesario en muchas de nuestras actitudes y respuestas. Pero como no es posible que estemos, al mismo tiempo, dentro y fuera de nosotros, tenemos que recurrir a ese saludable ejercicio mental que supone la empatía. No ya solo acerca de cómo se sienten los demás o tratando de comprender las circunstancias ajenas, sino también y sobre todo (lo cual es desde luego complicado) tratar de imaginarnos y mentalizarnos acerca de cómo se nos ve desde el plano exterior de nuestra intimidad..

Serían abundantes los ejemplos a citar, a fin de practicar este difícil, pero muy positivo, ejercicio de vernos y analizarnos desde ese entorno en donde desarrollamos nuestra habitual tarea. El profesor ¿tiene verdadera conciencia acerca de cómo “le ven” realmente sus alumnos? El médico ¿sabe realmente situarse en el lugar que ocupa ese paciente a quien atiende? El actor ¿conoce fidedignamente cómo se está percibiendo su interpretación desde el repleto o más bien vacío patio de butacas? El líder político ¿se imagina como es interpretada su gestión, por parte de aquéllos que sufren o gozan las consecuencias de sus decisiones? El padre ¿logra bajarse de su pedestal generacional a fin de entender la mirada y las respuestas de su hijo? El vendedor de un centro comercial ¿es capaz o intenta interpretar cómo recibe el cliente sus esfuerzos por negociar la mercancía? El mítico cantante ¿capta con realismo los fundamentos emocionales de aquellos jóvenes o menos jóvenes que enfervorizados le vitorean? El sacerdote ¿se preocupa por analizar, asumir y rectificar acerca de las consecuencias que su pastoral clerical origina en la feligresía que tiene encomendada? Todos estos ejemplos y más muestras se reducen o simplifican en uno sólo: la dificultad de ponernos en esa otra parte de nuestra acomodada y egoísta seguridad, tanto para tratar de interpretar mejor el “pequeño mundo que nos rodea”, como también para sacar consecuencias acerca cómo se nos entiende o interpreta desde ese otro mundo exterior a nuestra persona.

A poco que paseemos por el heterogéneo puzle urbano que conforma la ciudad, nos cruzaremos con algunos y variados ciudadanos necesitados que reclaman nuestra atención y ayuda material. Esta relevante situación permanece consolidada, tanto en épocas de contracción económica, como también (aunque parezca un contrasentido) en esos otros periodos en los que hay una más o menos intensa generación de riqueza. Son personas menesterosas que nos plantean su petición para que colaboremos con las necesidades que padecen, utilizando para ello diversas modalidades. En general solicitan algunas monedas y soluciones con las que poder paliar sus actuales carencias, aunque también nos manifiestan la urgencia de tener alimentos concretos, a fin de saciar su necesidad y la de sus allegados (hijos pequeños, normalmente). Dichas peticiones se nos hacen mientras estamos sentados en el exterior de alguna cafetería o restaurante, aunque también cuando esperamos en las paradas en algún transporte público o a las salidas de comercios de la más variada índole. Además de estas solicitudes “directas”, hay otros peticionarios que se sientan en el suelo y permanecen en silencio, mientras exhiben un pequeño cartel en el que hay escritas unas breves palabras con las que explican su precaria o dramática situación. En otras ocasiones esos textos son más detallados en su explicación. También hay personas que, por el contrario, tampoco dicen nada al respecto, pero utilizan como reclamo algún instrumento musical con el que entonan melodías bastante conocidas y gratas al oído. Unos y otros exponen delante de su persona la correspondiente bandeja, funda de la guitarra, plato o gorra, en donde ya reposan algunas monedas que otros viandantes han dejado antes que nosotros. También los hay quienes practican diferentes habilidades, exhibiendo saltos y piruetas atléticas, bailes (preferentemente tangos) destrezas con el juego aéreo de pelotas u otros objetos, viéndose, cada vez más, aquellos peticionarios que, disfrazados y pintados con los más variados atuendos, permanecen inmóviles hasta que el sonido o percusión de alguna moneda que cae sobre su cesto provoca su inmediata y agradecida respuesta, siempre basada en la originalidad que su imaginación y atuendo ha preparado.

Entre los numerosos transeúntes que recorrían las calzadas peatonalizadas del centro urbano comercial, durante una templada tarde de Primavera, se encontraba un diplomado en fisioterapia, llamado Cecilio Venegal, que trabaja durante el horario de mañana (y algunas tardes) en un centro privado de rehabilitación física. Los datos de su documento de identidad reflejan que se encuentra cronológicamente en la cuarentena avanzada de su vida, siendo una persona que, tras algunas experiencias convivenciales, decidió desde hace unos años vivir solo en un piso inserto en un vetusto y céntrico bloque rehabilitado, situado en la zona más antigua y tradicional de la ciudad. En este su paseo vespertino, considerando la benevolencia térmica, del día prefirió sustituir las también frecuentes asistencias a las salas cinematográficas por un relajante caminar a través de las calles, plazas y jardines que pueblan el marco urbano de todas las ciudades. Cuando se dirigía a la atractiva y cosmopolita zona del puerto marítimo, pasó por delante de un hombre de edad avanzada, quien laboriosamente tocaba su viejo acordeón, entonando melodías que mezclaban diversos géneros musicales, todas ellas muy gratas para el oído de la transitada audiencia. Este “juglar callejero” permanecía sentado en una modesta “silla de pescador”, exponiendo delante de su manoseado instrumental un “gastado” platillo brillante de aluminio, donde reposaban diversas monedas. Todas ellas eran en ese momento de color cobrizo. 

En esa vorágine de peticiones “caritativas” que cada día le reclamaban, Cecilio solía entregar algunas monedas aunque, al ser tan frecuentes las solicitudes de ayuda (especialmente cuando pasaba por las zonas más transitadas por la afluencia turística) no siempre se mostraba tan generoso en detener su paseo y sacar el monedero de su bolsillo. Pero esa tarde de jueves, se sintió motivado por la melodía que interpretaba el habilidoso acordeonista (Yesterday, la famosa y emblemática canción compuesta por The Beatles) y mientras buscaba unas monedas en su bolsillo tomó la decisión de conocer un poco más a este personaje, músico para el auditorio abierto, al que de vista ya conocía pues siempre se colocaba por ese entorno urbano monumental para trabajar con el “avejentado” instrumento que emitía un sinfín de notas musicales.

Tras dejar caer su modesta aportación, sobre el bruñido platillo de aluminio recaudatorio, recibió la sonrisa cómplice de agradecimiento por parte del artista callejero, lo que influyó en aguardar unos intensos par de minutos hasta que finalizase el mensaje compartido que ofrecía el maestro musical. Las manecillas del reloj marcaban ya una hora apropiada para tomar alguna infusión o refresco como merienda. Venciendo su timidez o prevención inicial, se prestó a invitar al instrumentista para que compartiera un refrigerio con su persona, amable gesto que su interlocutor aceptó con gratitud y necesidad, pues le confesó que sólo llevaba en su estómago el medio bocadillo que le habían preparado en unos comestibles cercanos, poco más allá de las trece horas. Mientras ambos compartían sendos cafés, con algún hojaldre de "compaña", el fisioterapeuta trató de indagar en la vida de un hombre mayor que trataba de ganarse un plato de comida cada día, aplicando con paciencia el mensaje motivador de sus canciones sobre la generosidad fraternal de los transeúntes.

Tobías Calafranca (ambos interlocutores se habían intercambiado cordialmente sus nombres respectivos) atendía con especial atención (mostrando una expresión divertida) la concreción de interrogantes que acerca de su persona el generoso paseante le planteaba, tal vez de una forma atropellada y nerviosa. Al buen hombre le extrañaba que, por la profesión que Cecilio le había confiado que desempeñaba, le interesara conocer tantos aspectos de una persona que trataba de ganarse modestamente la vida tocando música y pidiendo “la voluntad” a los transeúntes. Al fin este muy humilde ciudadano tomó el protagonismo de la palabra, comenzando a desvelar no pocos aspectos, curiosos o más relevantes, de su “cinematográfica” y viajera existencia.

“Tengo ya muchos años acumulados sobre esta vapuleada epidermis, mi buen amigo Cecilio. Fíjate que llegué a este mundo cuando apenas había finalizado esa cruel guerra que puso fin a la vida de casi cincuenta millones de personas. Hay que ser insultantemente bárbaro, para llegar a perpetrar tamaño desafuero. Ya te habrás dado cuenta, por mi forma de hablar, que no nací en este país que ahora me está dando su paternal cobijo. Bien es cierto que, con las naturales diferencias, en Argentina se habla también el español. Y eso es sin duda una gran ventaja para mi persona. También “chapurreo” (cosas de la vida) algo de otros idiomas, como el inglés, el italiano, el francés… con esas frases que aplicas para lo más inmediato. Así consigues que te entiendan en esos países que aparecen en los atlas y que en verdad ¡existen! Sí, he viajado mucho, he sido un vagabundo errante por el mundo, a pesar de que en muchos sitios no han sido muy generosos con mi suerte y necesidad.

Aprendí en mi juventud algo de música, lo cual me ha permitido “comer” en muchos de los días. ¿Quién me enseñó? Te preguntarás. He tenido dos benditos maestros. Primero, una gran señora que pongo en los altares. Era mi madre. Se llamaba Estrella del Mar, una maravillosa y ejemplar mujer que me supo educar, entregando su vida por esos escenarios costrosos y apestados garitos de las tinieblas. Todo ello para que a su pibe no le faltara eso mínimo que te permite subsistir. De pequeña ella había estudiado el pentagrama. Y bastante fue lo que me enseñó. Y el otro maestro, por extraño que a vos os parezca, ha sido mi oído, ahora ya con repetidas “goteras”. Siempre tuve buena cualidad para interpretar o tocar, mejor o peor, lo que otros bien tañían con sus instrumentos musicales. La verdad es que he metido mano a muchos oficios, bueno… la verdad que hacía lo que podía, pero era la música la que siempre me sacaba de los peores atolladeros. Con ello he podido conocer a muchos buenos “hermanos”  y a otros tantos que no destacaban por lucir o compartir esa bondad. El egoísmo es la epidemia de esta centuria. Tuve también, justo es reconocerlo, tiempos mejores, junto a otros en que carecí, en mi pesar, de ese valor y latido que para todo hombre o mujer es sagrado: la libertad. Enjaulado te sientes como los animales en cautividad, sufriendo la falta de poder ir de acá para allá. Pero así se mueve esto, hermano. Y es mejor aceptarlo, si no quieres “drogarte” con el acíbar del desencanto. Sin duda, hay cosas bellas, muchas y cercanas, que le dan color y luz a la vida. Aunque pueden parecer pequeñas, representan lo más  valioso que tenemos. Una de ellas, tu generoso gesto. Poder compartir este ratito con vos, en esta hermosa y luminosa tarde de primavera”.

El asombro de Cecilio era manifiesto, ante la manifiesta y profunda locuacidad de su veterano interlocutor. Veía que éste disfrutaba con fruición de la merienda, pero sobre todo de la posibilidad de que se le escuchara, gozando de ese privilegio en poder compartir los recuerdos, bastante firmes, de su memoria. Sin duda había sido una muy acertada decisión el haberse acercado en esa templada tarde de jueves al músico del acordeón y ofrecerle un trocito de amistad, además de una pequeña ayuda material. Los minutos pasaban y Tobías seguía platicando. Cuando se veía en su tosco pero gran escenario, sobre las grandes losetas del suelo y su humilde sillita de pescador, sabía generar los gratos sonidos con los que casi todos (a peso del disimulo) disfrutaban, además de sonreír a todos aquellos que se detenían, aunque solo fuese durante unos segundos. Sin embargo ahora tenía la posibilidad de enriquecer una interesante narración, con la que poner color, datos y curiosidad al marco inconcluso de su lienzo vital.

“A mi me gustaría explicarle a muchas paseantes algo que lo que ahora os voy a decir, hermano Cecilio. Igual no se dan cuenta, pero debían entender que yo siento pudor, sí vergüenza, no tengo por qué ocultarlo, al tener que suplicar unas monedas, aunque lo haga de una manera no persuasiva, aunque sí explícita. No quiero ni pretendo molestar a nadie, solo deseo que se sientan bien mientras que escuchan esas piezas que me esfuerzo sean gratas para el oído. Eso de pedir “plata” directamente… no va conmigo. No es un feo orgullo, pero me hacen mucho bien todas esas monedas que se dejan caen en el platillo y que probablemente sobran en muchos valijas. Son como pedacitos de oxígeno que me permiten y ayudan a respirar. Voy solventando como puedo el tema de la comida. Acudo a un comedor social en donde consigo, no todos los días, esa bolsa de alimentos, tras esperar a veces horas que desde luego a casi todos los menesterosos nos sobran. Por nuestra edad, situación y achaques corporales. Hay días en que, por esos avatares imprevistos que nos vienen, no puedo ponerme en cola. Y ese día el estómago aguanta vacío ¡Pero bien sabe hacerlo! ¿qué otro remedio tiene? Emite esos sonidos y ruidos, no tan hermosos como los que salen de este teclado, que perteneció a un humilde pero gran acordeonista al que conocí en mis andanzas por la Rumania (sic) al que cuidé en sus desventuras. Cuando al fin emprendió el viaje (para abandonar esas miserias y absurdos dolores terrenales) me había dejado su único y gran patrimonio. El pobre se llamaba Rasvan, toda una vida … para atesorar un acordeón. Desde luego que suena muy bien y ahora me ayuda a ganarme el pan.

Me permiten dormir en una colchoneta. Es en un pequeño piso que “okupamos” hasta veinte sin hogar. A la hora de descansar se ocupa todo el espacio, lo posible y también ese rincón donde se puede poner una manta sobre cartones. Al patrón que lleva ese “garito” (uno más en mi vida) hay que pagarle un euro diario. Tenemos el agua y la luz cortada ¿Cómo la podríamos pagar? Ya te puedes imaginar de donde “sacamos” las velas, para no tropezar por la noches. Los monseñores tienen bien asegurados sus ingresos, no se van a preocupar por unos cirios que desaparecen por “milagros”. Para lavarnos la cara, hay que traer agua de una fuente que hay allá cerca, en las Lagunillas. De los contenedores sacamos mucho material útil: vasijas, ropa, zapatos, material para vender e incluso alguna comida envasada. Pero ya sabes, en el invierno convivimos con el frío. Y el verano, con el tufo y los aromas que despiden nuestros cuerpos sudorosos. Cecilio, los pocos hogares de acogida están colapsados, allí no cabe un alfiler. Os cuento todos esto para que vos entendáis nuestra situación. Yo avanzo bien los setenta. Pero ya sabes que tampoco hay trabajo para aquellos que ya han pasado los cincuenta e incluso con muchos menos años. A la gente que circula no le debía dar vergüenza pararse, siquiera unos segundos, y sacar de su valija alguna “platilla” que nos hace mucho bien a todos, pero especialmente a lo que no molestamos al suplicarla. Las personas debían pensar en que cuando ayudan, a mi o a otros como yo, se están ayudando también a ellos mismos para sentirse un poquito mejor”.

Esta larga y fructífera plática hizo avanzar las manecillas de los relojes, hasta no estar muy lejanas las campanadas de las ocho de la tarde.  Con sus miradas y gestos ambos contertulios comprendieron que era el momento oportuno de poner fin a este instructivo y reflexivo encuentro, entre un ciudadano no pudiente, que nada más necesitaba para sus comodidades básicas y otro ciudadano al que la suerte, su voluntad y las circunstancias le hacían imprevisibles cada día el sustento alimenticio, el alojamiento e incluso las razones para seguir caminando en esta su postrera etapa existencial. Se despidieron con ese afecto fraterno que se genera entre dos personas que desde ahora ya se conocían y entendían un poquito mejor. Cuando Cecilio estrechó la mano de Tobías, este percibió que también llegaba a su mano un recio y pequeño papel azulado. Eran muchos trocitos de “oxígeno” juntos, en ese convincente argot que, de forma tan didáctica, había sabido expresar el muy veterano y artista juglar callejero.

Con el paso de los días fueron frecuentes los nuevos encuentros entre Tobías y Cecilio. El tañedor del acordeón, mostrando una amplia sonrisa, siempre volvía a interpretar el inmortal Yesterday para la memoria. Esa inmortal melodía que, en un grato día de Primavera, acercó el conocimiento recíproco entre dos personas separadas en su edad y circunstancias, pero desde ya próximas en muchas de las identidades que nos sustentan. En esos breves contactos se intercambiaban amables palabras, esos vocablos y sonrisas que nos confortan y que transmiten su cálido afecto. Y siempre el platillo de Tobías vibraba de alegría, ante la percusión de unas  monedas que caían benefactoras en su seno.

Pero desde aquel Otoño “inamistoso”, se fue repitiendo el paso de Cecilio por el escenario urbano que solía ocupar su amigo Tobías, sin que volviera a encontrarlo tocando el viejo acordeón de Rasván. ¿A quien preguntar? ¿por dónde buscar? ¿alguien sabe algo del “argentino” por lo que pudiera pasar? Pero, desde ese otro lado de la ciudad, sólo llegaban las nebulosas respuestas que la imaginación y el raciocinio permiten interpretar, con ese frágil sosiego en el recuerdo y el cálido afecto extraviado de la nostalgia y la amistad.-


DESDE ESE OTRO LADO DE LA CIUDAD


José L. Casado Toro  (viernes, 29 MARZO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




sábado, 23 de marzo de 2019

MAÑANA DE PRIMAVERA, EN EL LIENZO VITAL DE AZU.

La estación primaveral aparece este año, 2019, con una admirable diligencia. Su llegada se adelanta uno o dos días, concretamente para el 20 de Marzo (según nos informan los especialistas en meteorología) aunque en ciudades como Málaga hemos estado percibiendo, desde hace ya unas semanas, ese cambio térmico que nos hace sentir inmersos en esta siempre bien recibida etapa del calendario anual. Las características, ciertamente muy variadas, que conllevan los tres meses del “Primer verdor” o “Primavera” son recibidas con mayor o menor entusiasmo por unas u otras personas, pero no se puede obviar que nadie se muestra indiferente a su puntual visita en cada anualidad.

El significado de lo que representa la Primavera en nuestras vidas abarca un contenido muy heterogéneo, aunque jerarquizado según los gustos y caracteres de cada cual. Podemos gozar de un mayor porcentaje de insolación y luminosidad, durante las horas del día. El entorno natural y los jardines urbanos se pueblan de una agradable floración, que aporta color, aroma y belleza, para el disfrute y alimento de nuestros sentidos y estructura anímica. Los suaves y delicados aromas emanados por las flores de azahar ejercen una magia indescriptible para todas las personas abiertas a la mejor sensibilidad. Las bajas temperaturas se van viendo superadas por una mayor templanza en los termómetros y en la percepción orgánica. El sentido de renovación que nos transmite la nueva estación no sólo afecta a nuestro ánimo y voluntad, sino que también se percibe por el cambio en los armarios, con esa ropa más ligera, desenfadada y alegre que nos gusta lucir. Frente a la más arraigada seria austeridad invernal y otoñal, el cambio psicológico hacia la alegría y las sonrisas resulta agradecidamente sorprendente y saludable, tanto en lo íntimo como en lo relacional. Superamos inconvenientes y excusas, abriéndonos con desenfado para contactar y recorrer la naturaleza, sea desplazándonos con mayor asiduidad a la montaña, al campo o a las playas arenosas de nuestra variada y rica geografía. La practica del senderismo se hace inexcusable, por todos los beneficios que reporta a nuestra estructura orgánica y psicológica. De manera especial en las latitudes templadas, estos meses equinocciales son más proclives a todas esas precipitaciones tan necesarias que avenan nuestros campos y nos surten de un imprescindible don hídrico, como es el agua, para sustentar nuestra propia existencia como seres orgánicos.

Tras todas estas incuestionables ventajas, cierto es que también (cada vez en mayor porcentaje) muchas personas sufren y soportan ese molesto trauma de nuestra época como son las heterogéneas alergias, muy agudizadas en estos meses por la polinización de las flores durante la estación primaveral. Sin embargo, tras superar la “cuesta de enero” y negociar con los avatares de “febrerillo, el loco” llegan lúdicas efemérides que nutren los calendarios de tradición, sentido festivo y fraternidad. Entre estas fechas emblemáticas en nuestras costumbres, habría que destacar (entre otras muchas) la celebración del Día de la Madre y del Padre; la Semana Santa, con las vacaciones primaverales; la Fiesta del 1 de Mayo o Día del Trabajo; esa cultural fecha del 23 de abril, con el Día del Libro; y, por supuesto, la antesala de ese verano, que nuclea gran parte de nuestros proyectos, objetivos y anhelos, para el descanso y el placer de viajar. Y así podríamos seguir enumerando y trazando pinceladas, sobre este lienzo siempre abierto a la imaginación, a la audacia y al sentido de la creatividad, que el segundo trimestre del año nos trae en sus ricas alforjas y que en modo alguno debemos desaprovechar o empequeñecer. Y ya, en este jovial contexto, nace con fuerza la narración de una bella e ilustrativa historia.

Liberto, “combativo” líder sindical en los talleres ferroviarios, trataba de resistirse a las presiones de su mujer Virginia, a la hora de buscar un nombre relevante (fuera del santoral religioso) para su segunda hija que iba a nacer. Ya con el primer descendiente, tuvo muchas dificultades para que don Cipriano aceptara el nombre de Aquiles. En realidad, este primogénito ha sido siempre llamado, por todos sus amigos y familiares, Mayo, en honor de la fiesta obrera del día primero de ese mes. Pero con la segunda hija, este clérigo “cascarrabias” no quiso dar su brazo a torcer, negándose en redondo para ponerle en la pila bautismal el nombre de Primavera, así que tuvieron que buscar una flor que fuera bien con el sentido estacional y le pusieron Azucena María, aunque desde siempre sus más íntimos la reconocen con el apelativo coloquial de Prima, las dos primeras sílabas del estacional nombre pretendido por su padre. Pero este relato no va a centrarse en la infancia de la niña, sino ya en su adolescencia avanzada o primera juventud. 

Con sus 19 años recién cumplidos, Azucena Mª o Prima Azu, está matriculada en la UMA (Universidad de Málaga) cursando el segundo curso en la Facultad de Turismo, pues desde su niñez ha sentido predilección por conocer otros países, con sus diversas culturas, formas de vida y riqueza monumental y paisajística. Piensa con acierto que, con el ejercicio futuro de esta atractiva actividad profesional, va a tener más posibilidades para desarrollar esa su innata afición por descubrir otros muchos entornos que pueblan y ponen color a la faz de la Tierra. Por el contrario su hermano mayor, Aquiles, cursa Ciencias Políticas, en la Complutense madrileña, ayudándose a pagar sus estudios trabajando en “todo lo que sale” que en la actualidad significa prestar servicio como camarero en un muy visitado Burger King, ubicado en el gigantesco Centro Comercial La Vaguada. Es un joven muy ideologizado de izquierdas (al igual que su padre) seguidor del republicanismo.

La Prima Azu sabe “pasar” cada vez más de todos esos temas políticos y reivindicativos que ha tenido que ir soportando desde pequeña, por influencia del activismo continuado del papá Liberto. Esta “bien parecida” joven tiene una delicada afición artesana, que le permite elaborar bellas piezas marinas con la más imaginativa artesanía. Se trata de ir recogiendo, en sus frecuentes visitas a las playas, todo tipo de conchas, restos marinos y otras piedrecitas que se entremezclan en la arena fina del rompeolas, materiales básicos que utiliza como materia prima para elaborar y componer diversas figuras y piezas de las más originales, curiosas y bellas formas. Esta laboriosa y plausible creatividad la va exponiendo para su venta en un mercadillo municipal de artesanía, que se instala los primeros y terceros domingos de cada mes en las aceras del Paseo Marítimo de levante, mientras que los segundos y cuartos domingos sus tenderetes son instalados en el gran Parque del lago de la barriada de Huelin, ubicado en el Paseo Marítimo del poniente malacitano.

Esta modesta, laboriosa y honesta forma de colaborar en el coste de sus estudios, además de todos esos gastos sobrevenidos propios de la edad (ropa, zapatos, ocio, salidas con los amigos) sabe complementarla con una inteligente, servicial y hermosa labor en el cuidado de niños pequeños, desplazándose a sus domicilios, durante muchas tardes y otras horas nocturnas. A estas alturas de su vida, Liberto está ya prejubilado. En casa sólo ha entrado siempre su sueldo y ahora la pensión (de cuantía no elevada) por lo que sus dos vástagos supieron asumir, desde la misma infancia, que debían colaborar, de la mejor forma posible y en la medida de sus fuerzas, a los cotidianos gastos de la modesta “sociedad familiar” en la que convivían.

Esta ejemplar tarea de asistencia infantil la encontró a través de las redes de Internet. El nombre de la página web era EL CANGURO FELIZ. Vinculándose a la misma como asociada, le ofrecen una serie de servicios con garantía de seriedad, teniendo que abonar sólo un 5 % de las retribuciones que recibe, a cambio de tener disponibilidad para las mejores ofertas y la siempre útil cobertura jurídica, ante los problemas que pudieran sobrevenirle en el desempeño de su trabajo. La obligaciones tributarias por estos ingresos los cubre la propia empresa matriz, en un elevado porcentaje. ¿Quiénes son los clientes que reclaman  ayuda para la atención de sus hijos? En general se trata de matrimonios jóvenes, que gustan salir de noche a disfrutar con los amigos. También hay ejecutivos y otros muchos profesionales, que han de viajar en determinados días y dejan al cuidado de sus pequeños a personas de confianza, para que les atiendan durante esas noches y los lleven y recojan del autobús escolar. No faltan tampoco algunas madres solteras con hijos pequeños, que tienen que apoyarse algunos días de la semana en la ayuda de estos cuidadores o cuidadoras.

Aquella noche bastante templada de Marzo, Prima Azu recibió una comunicación electrónica de la empresa El Canguro Feliz, ofreciéndole los datos básicos para contactar con una dirección sita en un barrio de tradición acomodada en el este malacitano (zona de Miramar /Limonar). Contactó vía telefónica a la mañana siguiente con el propietario de la vivienda, a la que se desplazó una hora más tarde, utilizando el bus municipal número 11. Se encontró con un avejentado caserón residencial, remodelado en algunas de sus dependencias, en el que fue recibida por su inquilino, Trinidad Pardial, 41 años de edad,  fotógrafo y corresponsal de prensa, que trabaja suministrando material gráfico y crónicas de variada naturaleza a diversas agencias de noticias, tanto españolas como también a otras empresas mediáticas ubicadas en países extranjeros. Este periodista tiene dos hijas pequeñas, Beli de 9 años y Nana (Mariana) de siete. Dada las frecuentes ausencias del domicilio, que por motivo de su trabajo ha de realizar el cualificado profesional de la prensa, el cuidado de las niñas queda básicamente en  n amente de prensa, el cuidado e su domicilio que por motivo de su trabajo ha de realizar el profesional de prensa, el cuidado manos de una cuñada, Valeria, hermana de su difunta mujer, que carece de cargas familiares dada su soltería y que precisamente se vino a vivir a un piso ubicado en un bloque cercano al de su cuñado, cuando este enviudó, a fin de poder ayudar en el cuidado de sus aún muy pequeñas sobrinas. 

La función que se le encomienda a Azucena, durante tres días a la semana (lunes, miércoles y viernes) consiste en recoger a las 17:30 a las dos hermanas en la parada del bus escolar, llevarlas a casa y, tras colaborar en su aseo, ayudarlas en los deberes y lecciones de estudio a preparar. Tras darles de cenar, esperará la llegada de Trinidad a casa y en los días en que éste tiene que viajar, dormirá en un cuarto que le ha sido preparado al efecto, encargándose del desayuno de las pequeñas y de su desplazamiento al autobús del colegio. El resto de los días de la semana, dichas funciones son realizadas por la tía Valeria. Esta mujer, cuatro años mayor que su cuñado y de carácter un tanto autoritario y personalista, con acendrado ego, mantiene en el secreto de su intimidad el deseo o ilusión “vespertina” de poder ocupar el puesto sentimental que gozaba su fallecida hermana, en el corazón de su siempre muy atareado cuñado. 
  
Tanto Beli, como la pequeña Nana no ocultan sus preferencias por estar con la “Prima Azu”, tanto por su juventud, paciencia y simpatía, como por ese buen hacer que despierta las inocentes sonrisas y connivencias de las niñas, que consideran a “su Prima” como una entrañable hermana mayor. Un domingo de la ya recién llegada primavera, azucena se pasó muy de mañana por el domicilio de Trinidad, a fin de recoger a las niñas. Como les había prometido, iba a llevarlas al Parque del Lago, en el barrio marítimo de Huelin, para que jugaran en la zona infantil de ese lúdico y vegetal espacio, mientras ellas instalaba su tenderete en el que exponía para la venta sus muy habilidosas casitas decorativas que, de rato en rato, iba construyendo. Una y otra hermana disfrutaron de lo lindo con todos esos juegos habilitados en una zona segura y vigilada, además de algunas chuches que su “Prima Azu” les había comprado. Un poco más tarde, sobre las 13 horas, llegó a la zona el propio Trinidad, para ver como jugaban sus hijas y llevarlas a comer a un Mac-Donald ubicado no lejos del recinto forestal. Fue una jornada feliz, pues Trinidad pudo conocer in situ las bellas artesanías que sabía elaborar la cuidadora de sus hijas. Compró dos de esas casitas, a fin de que Nana y Beli las tuviesen en su cuarto. Al final decidieron esperar a que Azu “levantara” su tenderete y los acompañara para compartir todos ellos un divertido almuerzo en el Mac-Donald, famoso restaurante franquiciado.

Pasaron las semanas y los meses del estío veraniego. Las habilidades relacionales de la tía Valeria fueron dando pacientemente fruto, para su objetivo e interés afectivo. En realidad, el hiperactivo Trinidad había ido asumiendo la posibilidad de recomponer una familia, en la que era imperativamente necesaria la existencia de una madre para sus hijas, aun muy pequeñas. Y quien mejor que su propia cuñada, que le daba una y otra señal de que deseaba integrarse como una madre y esposa, a todos los efectos, en los corazones de tres personas que sufrían de la orfandad que el destino había querido cruelmente depararles. Lo que resultaba previsible, acabó por convertirse en realidad. Ya en las “kalendas” del otoño, Trinidad y Valeria formalizaron el enlace matrimonial por la vía civil, lo que conllevó que la presencia asistencial de la Prima Azu con las niñas se fuese paulatinamente debilitando y finalmente desapareciendo.

Sin embargo, las dos hermanas no olvidaban a su muy querida “prima Azu o hermana mayor” que tanto y bien había aportado a sus vidas. Incluso hubo alguna noche de tormenta en que las dos niñas, con el miedo propio de su edad, llamaron por teléfono en secreto a su fiel amiga, para transmitirle cómo echaban de menos esa especial  forma de ser que tanto las tranquilizaba y alegraba. En el seno del “forzado” nuevo matrimonio, la propia Valería también fue comprendiendo la enorme dificultad que encontraba, en el día a día, por ocupar un puesto que las niñas, obviamente, no deseaban. La convivencia continua con Trinidad fue mostrando que eran dos caracteres especialmente diferentes y que esa recompuesta o interesada unión “hacía aguas” por los flancos más inesperados. Casi un año después del vínculo conyugal, ambos contrayentes tomaron la decisión de que era mejor dejarlo y seguir como hasta antes de su enlace. Valeria volvió a ocupar el lugar emblemático de esa tía y cuñada política que, con más o menos acierto, desempeñaba previamente al “interesado” enlace.

Prima Azu recuperó el protagonismo en las vidas de Beli y Nana (ahora con sólo dos días a la semana, a causa de algún trabajo complementario pendiente y la necesidad de impulsar su titulación para el grado de Turismo) con la satisfacción de unos y otros protagonistas. Hubo un episodio que iba a resultar decisivo para la evolución definitiva de esta compleja pero entrañable historia. Trinidad tenía que realizar por encargo un importante reportaje en una zona especialmente conflictiva de la geopolítica mundial: el Oriente Medio, tarea que previsiblemente le iba a ocupar no menos de dos semanas. Analizando la situación, pidió el favor a Azu de que, durante estos quince días, permaneciera el mayor tiempo que pudiera al cuidado de sus hijas, a fin de descargar en lo posible el esfuerzo de tía Valeria. La felicidad de las dos hermanas era más que evidente, al conocer la aceptación de su querida cuidadora. Azu reorganizó su agenda y se llevó en su trolley un buen cargamento de libros y apuntes, para aprovechar por las noches las horas más tranquilas para el estudio. Todo marchaba saludablemente bien, en el quehacer cotidiano de lo que era en realidad la convivencia de tres hermanas muy bien avenidas. La vídeollamada nocturna que realizaba Trinidad, mediante la aplicación Skype, permitía el diario diálogo, fluido y simpático, con la vitalidad y el cariño de sus hijas.

Pero una tarde/noche, la esperada llamada del reportero no llegó a su domicilio. Parece ser que el todoterreno en el que viajaba con otros compañeros fue detenido por un grupo de milicias yihadistas en un cruce de carreteras. Sus tres ocupantes fueron retenidos en un campamento guerrillero, intentando obtener una compensación económica de las empresas mediáticas para las que trabajaban si querían obtener su liberación. La negociación política  se prolongó por semanas y meses, durante los cuales Valeria y Azu supieron mantener el clima anímico adecuado en el domicilio familiar del periodista prisionero, mientras esperaban noticias, día tras día, desde la Oficina de Acción Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores.  Fueron casi tres meses y medio de espera en medio de acciones y presiones, en el que la alta diplomacia jugaba a varias bandas con el objetivo primordial de salvar la vida de los tres reporteros privados de libertad. Al fin y felizmente esta liberación se produjo, con la presión mediática y diplomática trabajando “con todos los motores dispuestos a la máxima potencia”.  

La vuelta a casa fue especialmente emocionante para todos los implicados en esa muy difícil negociación diplomática. Valeria y Azu llevaron a Nana y Beli al aeropuerto Pablo Ruiz Picasso de Málaga (espacio que nunca antes habían visitado) a fin de que recibieran, muy emocionadas, la vuelta de su querido papá quien, muy delgado por los doce kilos de peso que había perdido en la espectacular y peligrosa aventura protagonizada, abrazó a sus pequeñas princesitas durante unos muy largos minutos, emocionalmente plenos de intensidad.

En la actualidad ha transcurrido un año y medio desde aquellos significativos eventos. La vinculación afectiva entre Trinidad y Azu es cada día más palpable y real. Hacen proyectos en común para trazar una senda de estabilidad en sus vidas, a pesar de la cronológica diferencia de edad que ambos detentan (44 - 23 años). La feliz complacencia de Beli y Nana es evidente. Les produce una inenarrable alegría esa transición que advierten en Azu, que pasaría de ser considerada una excelente amiga, Prima o casi hermana a convertirse en una maravillosa y necesaria mamá. No podía ser de otra forma. El vínculo eclesiástico entre Azucena y Trinidad se llevó a efecto en un luminoso día de otra recién avenida Primavera. Beli y Nana “ejercieron” de bellas damitas de honor. Por cierto, debemos añadir que Virginia, la madre de Prima Azu, supo convencer y “controlar” bien las reticencias iniciales de su marido Liberto hacia este enlace, con la firme persuasión de una madre que desea lo mejor en felicidad para el destino de su hija.-  


MAÑANA DE PRIMAVERA,
EN EL LIENZO VITAL DE AZU



José L. Casado Toro  (viernes, 22 MARZO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 15 de marzo de 2019

VIVENCIAS DESDE EL MÁGICO MUNDO DE LAS AULAS ESCOLARES.

Todo ejercicio profesional es importante para el enriquecimiento y desarrollo de la colectividad social en la que nos hallamos inmersos, aunque algunas personas jerarquizan esos servicios en función de criterios muy discutibles y casi siempre injustos. Esta valoración desigual sería un planteamiento penosamente erróneo, porque todo trabajo que se preste con legalidad, responsabilidad y eficacia, pensando en el el servicio a los demás, resulta valioso e inexcusablemente necesario. Piénsese en la desaparición sorpresiva de cualquier oficio o desempeño laboral. Más pronto que tarde, dicha función sería echada en falta y reclamada por todos aquellos que están habituados y necesitados de esa habilidad, trabajo o especialización. 

Aceptada esta razonable y obvia premisa, también hemos de reconocer que, a causa de esa misma diversidad laboral, cada oficio posee unas peculiares características y exigencias, que los hacen diferentes de aquellas otras prestaciones o actividades generadas en el seno de la sociedad. De esta manera, los trabajadores que ejercen un determinado oficio pueden desarrollar determinadas y específicas vivencias que serán por lógica muy diferentes de las que protagonicen otros profesionales en el heterogéneo contexto laboral. La significativa y curiosa historia de esta semana va a estar centrada precisamente en el “mágico”, complejo y trascendente mundo de las aulas escolares.
A lo largo de nuestro periplo profesional, muchos docentes hemos tenido la experiencia de leer, en los folios de exámenes o incluso en los trabajos temáticos, líneas y textos escritos por los alumnos, cuyo contenido poco o nada tenía que ver con respecto a la temática o a los interrogantes planteados en esos controles. Era frecuente el cambio de una respuesta (que no se dominaba) por otra diferente (que por supuesto carecía de relación alguna con respecto a lo que se estaba preguntando). Pero incluso en otras ocasiones aparecían textos o frases inesperadas, a través de los cuales los escolares aportaban opiniones, reflexiones, sugerencias, peticiones o quejas, cuyo contenido estaba ocupando un lugar y un momento no especialmente adecuado para su exposición. Sobra matizar que, además de las horas de clase o aquéllas otras dedicadas a la acción tutorial, existían y existen numerosos cauces para que los estudiantes manifiesten sus opiniones y digresiones, cuya naturaleza se halla al margen de las cuestiones normalmente  planteadas en una prueba o control de evaluación. Y este es el origen de esta historia, que tuvo lugar en un centro educativo de titularidad pública, ubicado en territorio andaluz.

La profesora Elsa Nodiela  había decidido, aquella calurosa tarde de junio, suprimir su programada visita semanal a la piscina municipal. La acumulación de exámenes que le restaban por corregir aconsejaba sacrificar esa apetecible práctica deportiva. A causa de esta premura, decidió cambiarla por la rutinaria pero necesaria actividad correctora, ya que la fecha evaluación final de curso se hallaba bastante cercana en su realización. Desde su infancia le había gustado practicar la natación, tanto en la playa durante los meses veraniegos, como en las piscinas climatizadas cuando ya no era posible practicar este saludable ejercicio en el mar por la agudeza térmica del invierno. Ciertamente esta deportiva afición también tenía un fundamento orgánico. Desde su nacimiento padecía una notable escoliosis en la columna vertebral, desviación que le producía molestias y a veces intensos dolores. Los médicos trataron de corregir esta deficiencia con los ejercicios gimnásticos y, en concreto, animando a la chica que practicase con regularidad la natación. Comenzó a asistir con asiduidad a las piscinas siendo muy pequeña y ya nunca abandonó su intensa vinculación con esta hídrica actividad.

En su formación escolar, tras la etapa de secundaria, Elsa optó por matricularse en la facultad de Filosofía y Letras, a fin de especializarse en una materia en la que siempre destacó. Su intensa afición por la lectura y su habilidosa creatividad literaria encontró un inteligente acomodo en las aulas universitarias, en donde obtuvo con brillantez la licenciatura de Filología Hispánica. Posteriormente a su graduación, supo compaginar perfectamente tanto el largo sacrificio temporal para la preparación de oposiciones de profesorado en educación secundaria, como la relación afectiva que mantenía con Delio, un joven madrileño afincado en Málaga, estudiante de fisioterapia en la UMA. Las numerosas horas de estudio y sacrificio dieron su fruto, pues Elsa aprobó las difíciles pruebas opositoras para la función docente en la primera oportunidad en que pudo participar. Tras un par de destinos provisionales, desde hace dos años ejerce como profesora titular en un Instituto de Enseñanza Secundaria, ubicado en una pedanía de la atractiva comarca rondeña a pocos kilómetros de la propia capital de la Serranía. Es más o menos el mismo tiempo en que lleva casada con su pareja de “siempre” Delio quien, con su titulación en fisioterapia, encontró también acomodo laboral en un centro de rehabilitación y fitness ubicado a pocos metros de la conocida y comercial calle Espinel.

El joven matrimonio había fijado su residencia en una zona céntrica y emblemática de Ronda, alquilando para ello un pequeño ático con vistas al Puente Viejo sobre el río Guadalevín. La pareja se sentía muy a gusto viviendo y trabajando en una ciudad rebosante de historia, tradiciones y atractivos enclaves naturales, además de estar muy bien comunicada con las localidades del entorno malagueño y sevillano. Aunque los fines de semana, especialmente los domingos, solían hacer algún excusión por la naturaleza (cuando el tiempo acompañaba) de lunes a sábado los horarios laborales de uno y otro cónyuge dificultaban el poder estar juntos, pues Delio tenía que permanecer en el gimnasio preferentemente durante las tardes, mientras que la profesora terminaba su jornada laboral a las tres de la tarde, teniendo que sumar un tiempo de transporte hasta llegar a su apartamento de unos 30 minutos. Al igual que esa misma tarde, dedicada a la corrección de ejercicios, Elsa solía tomar sola el almuerzo alrededor de las cuatro y, tras descansar durante unos minutos tendida en el sofá, se preparaba la merienda y se ponía a preparar las clases. Algunos días gustaba dar una vuelta por el súper o los jardines del entorno, sin olvidar la elaboración tanto de la cena como la comida del día siguiente. Pero en esa tarde de junio, jueves, lo urgente y prioritario era descargarse un poco de esa “montaña” de folios que aguardaban su corrección y calificación.  Quedaba apenas una semana y poco más para la fecha fijada por la Jefatura de Estudios para la realización  de las evaluaciones finales. El tiempo obviamente  apremiaba.

Como la templanza térmica de junio era intensa por estas zonas de la Serranía, Elsa se preparó un té frío, infusión que le ayudaba a mantenerse despierta en función de los grandes “madrugones” que tenía que darse, pues iniciaba diariamente sus clases a las 8:15, entre lunes y viernes. Ya se ha explicado que el desplazamiento hasta la ubicación del Instituto educativo le llevaba aproximadamente no menos de 35 minutos. Tenía perfectamente asumido el hábito de madrugar. Entre lectura y lectura de las heterogéneas caligrafías aplicadas por sus alumnos (algunas de ellas verdaderamente difíciles o casi imposibles de “descifrar”) solía poner algo de música (mezclando alguna pieza sinfónica, con canciones románticas o piezas acústicas instrumentales) o bien se daba cortos paseos por el apartamento, ordenando alguna de las cosas que Delio acostumbraba a dejar de por medio en el salón o en el dormitorio. Retomó los ejercicios de primero de bachillerato, con su bolígrafo rojo bien dispuesto no sólo para corregir las faltas ortográficas sino también (lo más importante) hacer una pequeña valoración en el margen izquierdo de cada folio acerca del contenido de algunos párrafos escritos por los escolares. En ese momento estaba con un examen un tanto “flojo de contenido” en sus respuestas. Iba anotando puntos parciales y tenía la convicción de que la suma difícilmente llegaría al cinco, a tenor de la deficiente calidad o acierto en los párrafos escritos. Pero su sorpresa fue mayúscula, cuando al leer el último folio, la alumna en cuestión añadía, tras la última pregunta, un texto de bastantes líneas, cuyo contenido  le impidió seguir corrigiendo esa tarde, tras leerlo una y otra vez:

“Apreciada profesora Elsa. Me lo he pensado mucho y al fin he decidido añadir estas líneas al final de los folios de examen. Sé que no he estudiado lo suficiente, por eso acepto sin rechistar la nota que Vd. crea que merezco. Pero lo importante es aquello que tengo que decirle. Y lo hago porque creo que Vd. es una buena profe y una buena persona. A pesar de mis dieciséis años y de mi apariencia alocada e irresponsable, sé distinguir sin problema las cosas buenas y malas. Y no me siento bien cuando veo que a una persona como Vd. le están haciendo daño. Hay una persona muy cercana en su vida que le está haciendo mucho daño de una forma oculta. Lo sé desde hace un par de meses, pero no sabía lo que hacer. No quiero que a una buena mujer, como es mi profe la engañen de una forma tan miserable. Le pido por favor que no me descubra. No quiero meterme en líos. A mi edad, no sabría defenderme. Vigile a las personas que están cerca de Vd. Le pido por Dios, que no enseñe esto que le he escrito a nadie. Por favor no lo haga. Una alumna que mucho valora su persona y trabajo . Lara”.  

El extraño párrafo personal que esta alumna aportaba, al final de los folios de examen, condicionó ese fin de semana en la vida de Elsa. Le costaba trabajo admitir que una alumna adolescente, con la que apenas había intercambiado comentarios relativos a la especialidad de su materia, tuviera conocimiento de algún asunto que pudiera incidir en su vida privada o profesional. ¿A qué se estaba refiriendo exactamente esta joven? ¿Por qué no había hablado con ella personalmente? Le daba vueltas una y otra vez al enojoso asunto, tratando de no perder los nervios. Ante todo tenía claro que debía atender la petición que Lara le hacía. Tenía que actuar con la máxima cautela. Era obvio que una entrevista entre las dos mujeres era necesaria. Pero antes de hacerlo quería conocer todo lo que fuese posible acerca de la vida de esa chica, perteneciente a un grupo escolar del que ella no era tutora. El lunes, sin más falta, hablaría con Paula del Riego, profesora de inglés y tutora de ese grupo de bachillerato, a fin de recabar más información acerca de esta alumna. Se lo plantearía de una forma habilidosa, para no perjudicar o incumplir la petición expresa planteada por la chica. Tampoco creyó oportuno comentarle nada a Delio, pues si lo hacía iba también a “estropearle” el fin de semana con esa misteriosa y extraña confidencia escolar. Había que disimular y actuar con inteligencia y prudencia.

El mismo lunes estuvo hablando con su compañera de claustro sobre Lara Cadial, justificando su interés por motivos de evaluación, con respecto a la calificación que iba a concederle y su situación en las demás materias. También inquirió información acerca de si tenía alguna que otra falta disciplinaria en su expediente. Con suma habilidad conoció que se trataba de una hija única, probablemente de madre soltera. Parece ser que el padre genético de la adolescente no tenía desde hacía años relación alguna con su hija  ni con la madre de la chica, una mujer bastante joven (parece que tuvo a Lara con no más de diecisiete) y que trabajaba en la actualidad desempeñando funciones de cajera en un importante supermercado de la localidad. Ese mismo día, después de recreo, estuvo impartiendo su clase en el 1º de bachillerato A. Durante toda la clase trató de evitar cruzar sus ojos con los de Lara, esforzándose en ofrecer una apariencia de absoluta normalidad, aunque “la procesión” iba por dentro. Por parte de la estudiante, la actitud fue similar. Elsa comprendía que no debía dilatar en mucho una conversación personal con Lara. Era la única forma que podría avanzar en el esclarecimiento de esos consejos y avisos, muy inconcretos, que había leído en los folios de examen y que le habían provocado una gran desazón e inseguridad.

Sólo veinticuatro horas más tarde, cuando sonó el timbre del tiempo de recreo a las 11:30 de una luminosa mañana de junio, Elsa permanecía en la puerta del aula ocupada por el 1º de bachillerato A. Esperó a la salida de los alumnos y cuando lo hizo Lara se acercó a ella con una sonrisa. “Entenderás que tenemos que dialogar, Lara. Si por alguna razón no quieres que lo hagamos en estos minutos de descanso, me dices cuándo te muestras dispuestas para hacerlo”. Elsa había decidido que podían dialogar sentadas en unos de los numerosos bancos que estaban ubicados en los pasillos que rodean el gran patio central, dedicado a zona deportiva. Pero su joven interlocutora le pidió que prefería hacerlo en privado. Atendiendo a este deseo, profesora y alumna se dirigieron a uno de los despachos utilizados por los profesores para entrevistarse con los padres cuando éstos acudían al centro educativo. Su muy joven interlocutora llevaba en sus manos una bolsa de snaks como “desayuno, lo que popularmente se conoce entre las personas muy jóvenes como una bolsa de “gusanitos”.

“Vamos a ver, querida Lara. Aunque una prueba de examen no es el lugar más adecuado para transmitir lo que particularmente necesites decirme, agradezco mucho tu voluntad en hacerlo, pues entiendo que quieres ayudarme. Pero entiéndelo: necesito y te pido que me amplíes la información. Por muy intrigada y preocupada que yo me sienta, sabes perfectamente que no he comentado este hecho con nadie. Absolutamente con nadie. Ni con Paula, tu profesora tutora, ni con tu familia, ni con el jefe de Estudios o el Sr. Director. Por este motivo y porque creo que sientes un aprecio por mi persona, necesito que me aclares, en lo posible, qué está ocurriendo y qué tengo yo que ver en esa situación. No te importe el tiempo que podamos ocupar. Ahora después tienes una clase de Historia de la Filosofía. Si llegas un poquito tarde no has de preocuparte, pues yo le explicaré a don Agustín que he tenido que hablar contigo. En fin, ¿está ocurriendo, Lara? Por favor, ahora necesito que me ayudes, pues comprenderás que me sienta lógicamente inquieta y preocupada”.

Los veinticinco minutos que restaban para finalizar el tiempo de recreo resultaron insuficientes, pera el diálogo que mantuvieron profesora y alumna. Aunque ésta comenzó a llorar, tras sus primeras palabras, pronto se calmó ante la mirada comprensiva y serena de una profesora que la escuchaba con atención y dulzura, evitando todo gesto o palabra que pudiera desestabilizar aún más a la nerviosa adolescente. A eso de las 12:30 Elsa acompañó a Lara a su aula de clase, haciéndole una señal oportuna a su compañero Agustín que sonrió a las dos mujeres, comentando que iba a hacer un resumen para que Lara pudiera seguir el ritmo de esa clase de la que llevaban unos treinta minutos de desarrollo. Aunque Elsa trataba de aparentar un esforzado autocontrol, a medida que pasaban los minutos se sentía cada vez peor. Habló con el jefe de estudios, indicándole su patente indisposición (justificó que el desayuno le había sentado bastante mal). El compañero Marcos le respondió que no se preocupase. Para la última clase que le quedaba, enviaría a un profesor de guardia. “Vete a casa y tómate algo que te ayude a mejorar ¿Podrás conducir sin problema?”. 

Ha sido un verano vacacional profundamente duro y amargo para Elsa Nodiela. Pero ahora, cuando ya ha comenzado el otoño con el nuevo curso, se siente mucho más fuerte y decidida a seguir su marcha por la vida. Sólo tiene treinta y cuatro años … toda una vida por hacer ante su espléndida juventud. Sigue ocupando ese ático apartamento que mira hacia el Puente Viejo, en el entorno del Tajo rondeño. Aunque ahora vive sola, sopesa la petición que le ha hecho una nueva compañera profesora, que ha de realizar una sustitución hasta final de curso, en el sentido de compartir el apartamento, pagando los gastos correspondientes a esa utilización. Este año ejerce como tutora de un 2º de bachillerato A, precisamente el grupo donde está una joven adolescente de diecisiete años, llamada Lara Cadial, el apellido de su madre. Entre profesora y alumna existe un gran afecto y una connivencia recíproca para mantener el silencio de una historia que las unió, en confianza, generosidad y amistad. La madre de Lara, Alba Cadial, continúa asistiendo a las clases de fitness, en el gimnasio donde ya no trabaja Delio, desde Julio de ese año. Este fisioterapeuta abandonó su residencia rondeña y parece que ahora presta servicio en un complejo deportivo ubicado en el distrito madrileño de Moratalaz. La separación jurídica entre él y Elsa se ha realizado de manera amistosa, muy bien llevada a cabo por los abogados de los antiguos cónyuges.

El hecho que desarrolló la base argumental de esta historia tuvo su origen cuando un viernes de mayo, cerca de las tres de la tarde, Elsa acababa de terminar sus clases y Delio la estaba esperando a las puertas del centro. A la salida del recinto escolar ambos cónyuges se besaron y entrelazaron sus manos, como dos enamorados. Una de las alumnas que vieron tan sentimental escena, fue precisamente Lara Cadial, que se quedó inmovilizada, no pudiendo reprimir una frase que nunca olvidará “Pero…pero si ese… el marido de mi profesora, es el mismo hombre que algunos días sale con mi madre. No me lo puedo creer …..”.-


VIVENCIAS
DESDE EL MÁGICO MUNDO DE LAS AULAS


José L. Casado Toro  (viernes, 15 MARZO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga