El cansino ritual de las conmemoraciones, fiestas y
otras celebraciones del calendario, continúa con su puntual andadura temporal,
año tras año, mes tras mes, en las semanas y los días. Y ello sucede sin que
los cambios que la vida nos presenta interrumpa su cíclica y “aparentemente”
renovada llegada a todas esas agendas, personales y mercantiles, de nuestros hábitos
y costumbres consolidadas.
En este mes de febrero, en una anualidad cuyos
dígitos suman el número 12, destaca, entre otros eventos festivos, el gesto
amable y cariñoso del jueves 14, con la efemérides del día
o fiesta de San Valentín, “patrón de los enamorados”. Es de sentido
común: a lo largo de todo un año, hay abundantes motivos y oportunidades para
expresar ese cariño y la amabilidad entre las personas, con el intercambio o
donación de un simbólico, testimonial, modesto u oneroso presente. Sin embargo,
esta fecha del catorce de febrero representa un “algo más” en ese gesto,
detalle o atención, que se tiene con la persona amada. Más que el regalo en sí,
ya sea una flor, un libro o una joya, lo que verdaderamente importa en la
conmemoración del 14 F. es el grato recuerdo, el agradecimiento, la valoración
personal, las dulces palabras, las sonrisas, el cariño y las cálidas miradas,
que son intercambiadas entre una pareja de novios, unos cónyuges o esos amigos
íntimos. Todo estos valores, por encima de las expectativas y markéting de
ventas que tengan los grandes almacenes o esa humilde tienda de barrio,
regentada por una entrañable persona conocida desde “toda la vida”. Parece que
estamos de acuerdo en que cualquier fecha del año puede ser importante para la proximidad afectiva entre las personas, sea cual
sea el vínculo o motivación que las relacione. Pero en el día 14, festividad de
San Valentín, la oportunidad para esa manifestación cariñosa es más
significativa y apreciada, dentro de un mes que es por naturaleza de
meteorología difícil y complicada, para esa templanza corporal y sentimental
que todos necesitamos y agradecemos.
Paralelamente a esta introducción reflexiva, hay un
importante aspecto que, progresiva y erróneamente, va germinando en muchos
matrimonios, en las parejas, en los familiares y también en los amigos y convecinos.
SE trata de un olvido que perjudica el entendimiento, la proximidad, la
complicidad, la amistad y por supuesto el afecto. Ese elemento que aletarga,
que “evapora” sibilinamente y que enfría y enrarece los sentimientos,
provocando opacidad afectiva, no es otro que el de la falta
o carencia de comunicación interpersonal. ¿A qué puede ser debido esta
grave realidad? Tal vez a una consecuencia de la vida acelerada, superficial, vaciada
de sosegados y fructíferos valores que, de manera inconsciente o con la
soberbia de los egos, va penetrando y destruyendo tantas buenas armonías,
tantos viejos vínculos, tantas afectivas complicidades. Como consecuencia de
todo ello el supuesto cariño se va degradando y “palideciendo, horadando los
pilares sentimentales y la fuerza incontestable del amor. Veamos una curiosa y
divertida historia, ambientada en este festivo contexto.
Los propietarios del 3ª B y del 4º A tienen una
positiva y amistosa relación vecinal. En todos los bloques de viviendas, hay
convecinos que se llevan mejor o peor, otros que básicamente cruzan los saludos
del “buenos días” o el “buenas tardes” y también aquellos que, a pesar de
llevar conviviendo largos años, no han logrado aprenderse el nombre completo de
la vecina del 2º A o del inquilino del 7 C. Sin embargo entre esos dos vecinos
separados por sólo una planta de escaleras o ascensor, las relaciones son muy
cordiales y centradas en esos diálogos insustanciales, en esa ayuda para el
tomate o la hierbabuena “que se me ha acabado” e incluso en ese trozo de pastel
que he cocinado y que te traigo “para que lo pruebes”.
Cierta tarde de Febrero, serían las ocho y pico en
el reloj, cuando Lobato Cabrales, 48 años, estaba
solo en su domicilio viendo un partido por televisión, sonó el timbre de su casa,
la 4º A del bloque. Tras abrir la puerta, se encontró y saludó al vecino del 3º
B, Telesforo Utrilla, 53 años, quien portaba una caja de cartón, de medio tamaño,
entre sus fornidos brazos.
“Buenas tardes, Lobo. Vengo a pedirte un favor. Ya
sabes que la semana que viene es el día de los Enamorados. Le he comprado a Remigia como regalo esta VAJILLA
DE LOZA GRANADINA. Le quiero dar una sorpresa, pero es que ella (te lo
he comentado a veces) se las arregla para controlar todos los rincones de la
casa. Así que aquí estoy por si me la podías guardar en algún hueco que tengas
y el día 14, cuando vuelva del trabajo, subo a por ella? Te lo agradezco mucho,
hombre. Es que tenemos la costumbre, desde hace años, de regalarnos algo en
esta fecha. Ya ves, he querido que sea una cosa útil para la casa, pues no me
gusta regalar tonterías "romanticonas" o bobaliconas, de esas que no sirven para
nada”.
Lobato se mostró solícito en atender el favor que
le pedía su amigo y vecino de bloque. Tomó la pesada caja (parece que contenía
20 piezas) y le buscó hueco en uno de los altillos del armario de obra que estaba
encastrado en el pasillo de los dormitorios. Como el partido de fútbol que
estaba en pantalla era interesante, ambos vecinos se sentaron a verlo, junto a
dos cervezas en sus manos que harían más grata la velada. Lo que ninguno de los
dos conocía es que, un par de días antes, la propia Remigia había hecho lo
mismo que su marido, con respecto a una lujosa caja de madera que había
comprado, conteniendo tres caras botellas de vino tinto de Rioja, reserva del
2012. Pidió a su vecina Gonzala Blanquilla,
esposa de Lobato, que le guardara el suculento y onerosoi presente que había
comprado como regalo para entregar a su cónyuge en el día San Valentín.
Telesforo era un gran bebedor y muy aficionado a todo lo que tuviera algo que
ver con la práctica de la enología (ciencia, técnica y arte de producir vino).
En este caso concreto, Gonzala guardó rápidamente la caja con las afamadas y
costosas botellas, en un viejo armario que tenían dentro de un pequeño trastero, que habían encargado
construir en el hueco de su amplia plaza de garaje.
Fuese porque a ninguno de los dos se le ocurrió
sacar el tema o porque realmente la comunicación entre ellos era cada día
menor, tanto en cantidad como banal en calidad, los dos regalos guardados, por
encargo de sus vecinos, eran desconocidos para Lobato y Gonzala
respectivamente. Y esta carencia entre ellos, para compartir la cosas de cada
día, iba a tener unas consecuencias especialmente jocosas, en la jornada del
jueves 14 de febrero, santoral de San Valentín. Pero antes de comentar la
embarazosa situación que acaeció en ese día, hay que narrar un hecho que
sustenta el gracioso equívoco.
El sábado por la mañana, anterior a la festividad del Día de los Enamorados,
Lobato bajó al garaje de su bloque dispuesto a lavar el coche, organizar el
maletero y a reponer unas escobillas del parabrisas, ya que las anteriores
estaban muy gastadas. Quiso el azar que abriera la puerta del pequeño armario,
encontrándose para su sorpresa con esa espectacular y valiosa caja de vino
tinto. Un tanto extrañado pensó, con algunas dudas, que sería cosa de Gonzala,
quien habría guardado allí el preciado regalo. Su confusión procedía a causa de
que su mujer y él no practicaban la costumbre de regalarse presente alguno por
esa sentimental festividad. Le daba vueltas a la cabeza y … entonces cayó en la
cuenta. El año en curso marcaba el veinticinco aniversario, de cuando él y
Gonzala se habían unido en santo matrimonio. Dedujo que era un regalo que ella
le había comprado, para dárselo en el inminente día 14 de febrero. Decidió no
decirle nada del descubrimiento, para no “aguarle” la sorpresa. Al tiempo se
propuso salir esa tarde y pasarse por el centro comercial, a fin de comprar algo
para su mujer y entregárselo el mismo día de San Valentín.
Pero el carácter de Lobato era en sumo impulsivo.
No pudo o supo reprimirse, por lo que antes de seguir con la limpieza del
vehículo, ni corto ni perezoso abrió una de las lujosas botellas, y se tomó un
buen “lingotazo” de su preciado y embriagador contenido. Se dijo: “total, es un regalo para mí, porque a Gonzala nunca le
ha gustado beber alcohol. Ella es una mujer de refrescos. Verdaderamente este
vino está de gloria, es exquisito. Como dicen por la televisión, parece que es
un milagro o “néctar” de los dioses”. Así que, entre ese sábado y el
jueves de la festividad, fueron frecuentes los “paseos” que el “sediento”
vecino del 4ºA realizó hasta su plaza de garaje, donde sosegaba su paladar sorbiendo
el correspondiente vaso de tinto, la mejor medicina para el cansancio acumulado
después de todo un día de duro trabajo, subido a los andamios de las obras.
Lógicamente el nivel de la botella fue decreciendo, pues ya no era uno solo el
paseo que realizaba al volver del trabajo, sino que buscaba algún motivo que
otro para volver al garaje y “cumplimentar el animoso saludo” hacia la muy
valorada y cada vez más vacía botella. El propio miércoles, no pudo superar el
impuso irrefrenable de abrir una segunda, de las tres que contenía la “espectacular”
caja de vinos.
Las “casualidades” existen en nuestra existencia,
aunque no pocas veces también nos tenemos que esforzar en hallarlas o propiciarlas. El martes, previo a la festividad de san Valentín,
Gonzala buscaba por todos los rincones de la casa un termo antiguo, que hacía
tiempo no usaba. Precisamente era para prepararle café caliente a su marido,
pues a éste lo habían destinado en el trabajo a un erial del extrarradio
“perdido en medio de la nada”. Era una zona proyectada para su urbanización,
pero que todavía carecía de viviendas, bares o restaurantes a un par de
kilómetros a la redonda, en donde poder tomar un café al mediodía o después de
comer el contenido que los albañiles habían llevado en sus fiambreras. Miraba
por un sitio y otro de la casa y el termo no aparecía. Lo había usado poco, por
lo que estaba segura de no haberlo tirado a la basura o regalado a persona
alguna. Poco antes del almuerzo se subió a una silla, a fin de mirar en el
altillo del armario del pasillo. Para su alegría allí estaba el dichoso termo, perdido
detrás de un par de mantas nuevas que hacía unos meses le había regalado su
nuera Eladia por su cumpleaños, compradas en una oferta por Internet. Sin
embargo, en un lateral de ese armario observó la presencia de una caja de cartón,
en cuyo exterior se leía “VAJILLA DE CERÁMICA, estilo
granadino. 20 piezas”.
Empezó a darle vueltas a la presencia de esa
vajilla nueva, cuya existencia le era totalmente desconocida. Pronto cayó en un
estado de profundo sentimiento emocional.
“El pobre Lobato, aunque es muy
“burro” para tantas cosas, sin embargo tiene un corazón de ángel. No me ha
dicho nada, pero se ha acordado que en este año celebramos nuestras Bodas de
Plata y el pobre ha querido darme una sorpresa. Seguro que tiene pensado
hacerme este regalo pasado mañana, el día de los enamorados, cuando vuelva de
trabajar. La verdad que no me explico este precioso detalle en una persona tan
despistada y poco atenta como es Lobo. Pero en la cena de esa noche, cuando
venga de la obra, la sorpresa se la voy a dar yo, poniéndole la comida en estos
platos nuevos que piensa regalarme”.
¿Qué ocurrió el muy esperado jueves 14? A eso de las siete de la tarde, los vecinos del 3º
B, Telesforo y Remigia subieron juntos el tramo de escalera, hasta la vivienda
de sus convecinos del 4º A. Muy sonrientes, cuando llamaron al timbre de la
puerta, venían a recuperar los regalos que habían entregado respectivamente a
Lobato y a Gonzala, a fin de que se los guardasen hasta esa tarde, para no
desvelar los “infantiles” secretos que ambos mantenían. En pocos minutos los
semblantes de los cuatros amigos pasó de las sonrisas a una situación muy
embarazosa. Cuando acompañaron a Gonzala al cuarto trastero, para recoger la caja
de botellas, se encontraron con que dos de las mismas estaban completamente
vacías. Los colores y el sofoco en el rostro de Lobato, que trataba
confusamente de explicar lo sucedido, eran para dibujar una muy divertida
imagen. Gonzala también se justificaba, un tanto presa de los nervios, de que
algunos platos de la vajilla, que pensaba era un regalo de su Lobato, estaban
puestos en la mesa para ser utilizados en la cena de esa noche. Telesforo y
Remigia, no daban crédito a la jocosa escena: por efecto de una “divertido”
confusión, sus respectivos regalos habían sido “entregados y utilizados por un
erróneo destinatario”.
La relación entre estos vecinos no se ha
deteriorado en demasía, después de estos
desafortunados y traviesos hechos. Tras el burlesco sainete en la tarde
noche del jueves, al día siguiente, tanto Lobato como Gonzala fueron presurosos
a comprar una nueva caja de botellas y una vajilla de la cerámica granadina que
después entregaron, con las excusas subsiguientes, a sus aún confundidos dueños.
Telesforo y Remigia, con inteligencia y comprensión, trataron de quitar
“hierro” a tan incómodo asunto. La causa última de todos estos errores y sofocos
obedecía a esa falta de comunicación y
franqueza de la que hoy día adolecen muchas parejas, al igual que sus amigos y
familiares. Con un mínimo esfuerzo comunicativo (simplemente que el matrimonio
Cabrales-Blanquilla hubiese realizado un pequeño comentario acerca del favor
que sus vecinos les habían solicitado) se habrían evitado tan enojosos
equívocos y ridículos.
Es bastante conocido el popular y tradicional dicho
de que “hablando se entiende la gente”. Pero es
que, de forma neciamente lamentable en muchas salas de estar, en los comedores
de las viviendas, en las barras de los bares e incluso en los dormitorios para
la intimidad, hemos creado, a tenor de la digitalización universal, la figura mecánica
de los interlocutores electrónicos. ¿Es que se “dialoga” ahora más con el
móvil, el tablet, el ordenador o con el monitor de televisión, que con la inmediatez
de las personas físicas? Una vez más habría que hacer una llamada a la
recuperación de la sensatez y la cordura, en el esfuerzo por humanizar nuestros
actos, palabras y relaciones.-
COMUNICACIÓN Y EQUÍVOCOS, EN EL DÍA DE
SAN VALENTÍN
José L. Casado Toro (viernes, 15 FEBRERO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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