Después de la encadenada vorágine festiva navideña,
sentimental, culinaria y comercial, llega una fase a nuestras vidas plenamente
invernal, más o menos condicionada por las ofertas de rebajas y el período
carnavalesco (para aquellas personas que gustan de esta lúdica manifestación
cultural). Una gran mayoría ciudadana aplaude y “necesita” esta vuelta a la
“bendita” rutina o normalidad, impuesta por el calendario, que abre las puertas
a un nuevo ciclo anual, siempre iniciado con esos propósitos de cambio, más o
menos profundos, creíbles o realizables, en la intimidad de nuestras vidas. El invierno, a pesar del supuesto frío meteorológico
(con permiso de la inquietante alteración del “cambio climático”) estimula a
las personas para retomar el contacto con la naturaleza. También ayuda a no rechazar
cualquier posibilidad viajera o novedosa que pueda enriquecer el letargo
rutinario, pero pleno de sosiego, que preside nuestros quehaceres, sembrado de
objetivos estimulantes para la ilusión. Como dicen los “sabios”, hay que buscar motivos para
el “hacer” y olvidarse de las banales excusas que promueven la poco
saludable inactividad.
Algo así es lo que le ocurrió a Leandro (Leo, para sus amigos y conocidos) Ángel Cordobán, un técnico informático de 32 años,
que trabaja en una conocida cadena de reparación de periféricos digitales y
todo tipo de telefonía móvil. Esta joven empresa publicita la eficacia de su trabajo
con el motivador lema “Su móvil reparado en 40 minutos. La salud de su teléfono
o tableta nos importa, de verdad”. Tras los estudios de la E.S.O. el joven profesional inició un ciclo formativo de Grado Medio en tecnología informática, estudios
que completó con otros cursos, similares o de especialización, organizados por
las concejalías de cultura y empleo de la corporación municipal donde se halla
empadronado, la bella ciudad mediterránea donde nació y siempre ha residido.
Antes de trabajar en el sector de las NN.TT.
(Nuevas Tecnologías) Leo ha probado suerte en otros sectores laborales, de
naturaleza muy desigual y contrastada. Ejerció como repartidor de publicidad
durante algunos meses, practicando el “buzoneo” en decenas de edificios.
Especialmente en temporada veraniega, también ha trabajado en el sector de la
hostelería como camarero. Quiso de igual forma sopesar su capacidad como
comercial de seguros, en una compañía de decesos vinculada al sector de las
funerarias, sin importantes éxitos en sus esfuerzos para la contratación. Como
aficionado a la práctica deportiva, ha estado contratado como auxiliar de
gimnasia en un centro de rehabilitación fisioterapeuta.
La variabilidad laboral de este hombre resulta
paralela a sus vivencias afectivas pues, como abeja viajera y caprichosa, ha
estado libando de flor en flor, sin la menor muestra de estabilidad o arraigo
en sus numerosas relaciones sentimentales. En los momentos actuales permanece
en estado de soltería, bien llevada, residiendo en un pequeño apartamento/ático
alquilado en una zona antigua del urbanismo malagueño, en el barrio de la
Victoria/lLagunillas. Hace años salió del domicilio familiar, buscando una independencia
vivencial, con la discrepancia afectiva de su padre, un honrado y eficaz
trabajador de la albañilería, mientras que su madre dedica todavía algunas
horas de sus labores diarias para ayudar en algunas “casas bien” las cotidianas
tareas del hogar.
Una fría mañana de Febrero, mientras Leo desayunaba
en una cafetería próxima al centro comercial en donde se halla instalada la tienda
/taller de su empresa, un joven vestido con un chándal azul se iba acercando a
cada una de las mesas ocupadas y a todos aquellos clientes que estaban
consumiendo sus preferencias en la barra del establecimiento. A todos ellos les
iba repartiendo un bien editado folleto publicitario,
que el técnico informático ojeó mientras daba buena cuenta de su tostada con
aceite que hacía escasos minutos le habían servido junto a una aromática taza
de café solo acompañada con un par de galletas, obsequio de la casa.
El contenido de la oferta publicitaria era harto
conocido. Por una módica cantidad, 25 €, se podía participar en una excursión a la atractiva ciudad de Ronda, en
donde se visitarían diversos monumentos emblemáticos de la localidad. Los
viajeros también disfrutarían de un almuerzo gratuito, excepto el coste de las
bebidas que consumieran. Tras la comida, el grupo asistiría a la presentación
de un producto novedoso –no especificado- en el mercado, el cual podría
adquirirse (ese mismo día o durante los quince siguientes) en unas condiciones
económicas sumamente interesantes para los clientes. Se adquiriese o no tan
“tentadora oferta”, todos los asistentes a la presentación recibirían un regalo
a elegir entre tres posibilidades: Una
mini-plancha de viaje. Un set de pequeñas herramientas para el hogar. O bien un
transistor de bolsillo.
Aunque los regalos no alcanzaban una excesiva
motivación para el interés de Leandro, había dos elementos añadidos que podían
incentivarle a su participación en el viaje, a efectuar en el sábado de la
siguiente semana: en primer lugar, disfrutar de un agradable día en la preciosa
localidad rondeña, por 25 euros, era una oferta difícil de rechazar (el folleto
añadía que una guía local explicaría elementos de la riqueza artística,
urbanística y natural de la ciudad). Por otra lado, una vez finalizada la
presentación del novedoso producto se sortearía un fin de semana, para dos
personas, en un hotel de la localidad almeriense de Roquetas de Mar, a
disfrutar durante los meses de marzo o abril. Esta estancia implicaría tener
que efectuar una comida (almuerzo o cena) en el hotel, coste a cargo del
cliente. Aunque el desplazamiento al hotel correría a cargo del viajero, el
desayuno en la mañana del domingo y la noche de estancia serán gratuitas.
Estuvo sopesando durante toda la mañana los datos
del folleto, pues no era persona que tuviera mucha fe en estas ofertas y
regalos tan generosamente planteados. Al fin, después del almuerzo, se animó a
marcar el teclado del teléfono en donde debería inscribirse, un número 902 que
le mantuvo, con diversos motivos, varios minutos a la espera para ser atendido,
pues parece ser que la línea estaba colapsada de llamadas. Al otro lado de la
línea estaba la Sra. o Srta. Maribel de Quinto, quien anotó sus datos básico
identificativos. La locuaz interlocutora le indicó el lugar y la hora exacta
(8:30 de la mañana) en donde estaría dispuesto el autocar, para ese sábado de
febrero que, según el Aemet, amenazaba con posibilidades de lluvia. Se le recomendaba llevar un calzado adecuado,
para estar más cómodo durante la visita a la ciudad. En cuanto a la cuota a
pagar por el viaje, los 25 euros del coste, serían entregados al conductor del
autocar, en el momento de subirse al mismo.
Leandro acudió a la cita excursionista del sábado
invernal bastante ilusionado, pues buscaba esa distracción y novedad que
compensara la rutinaria tarea de toda una semana laboral, sumido entre máquinas
y periféricos electrónicos. Creyó contar la suma de hasta 32 personas, además
del conductor del vehículo, entre aquéllos que iban a participar en la breve
pero intensa experiencia excursionista. Llamó su atención el que no estuviese
presente en ese momento un guía o representante de la empresa organizadora,
denominada PREMIUM PROMOCIONES. Entre los participantes
al viaje destacaban, con notorio porcentaje, las personas de mediana o avanzada
edad, la mayoría matrimonios de apariencia social modesta. Sin duda, Leo era el
más joven integrante de todo el grupo viajero.
Una vez llegados al punto de destino, Ronda, la muy bella y romántica ciudad del Tajo,
bajaron en la estación de autobuses, en el que una Srta. que se identificó como
Geno, sería la guía turística encargada por Premium para efectuar la visita
peatonal a los principales monumentos de la localidad. El recorrido transcurrió
con la previsible normalidad del programa entre las 11:15 y las 14:30, en un
día en sumo nublado que, durante algunos puntuales momentos, dejó caer finas y
traviesas gotas de lluvia. Con fortuna, encontraron un establecimiento
regentado por comerciantes orientales, en donde algunos viajeros compraron
pequeños paraguas de cinco euros, ya que el día amenazaba con descargar
precipitaciones más intensas como al final así sucedió .
En un sugerente e instructivo recorrido visitaron el templo de San Cristóbal y la
Iglesia y Convento de la Merced, habitado por las madres Carmelitas Descalzas,
donde contemplaron el brazo incorrupto de la Santa de Ávila, fundadora de la
orden. Fue muy grato el trayecto por los jardines “levantados” sobre la
plataforma rondeña del Paseo de los Ingleses, hasta llegar al gran corte pétreo
sobre el extenso valle recorrido por un “tímido” río Guadalevín. Allí
disfrutaron con la modélica “postal” llena de vida geológica del gran Tajo
rondeño, bajo el Puente Nuevo y también conocieron el Puente Viejo, entre las
escarpadas masas pétreas de la gran plataforma rocosa donde se asienta la
ciudad. A partir de la famosa y veterana Plaza de Toros, subieron por la Vía
Espinel, jalonada por numerosos comercios turísticos y locales para una
suculenta y deliciosa restauración, llegando al rito inexcusable de la emblemática
confitería las Campanas, en la céntrica Plaza del Socorro. Allí pudieron adquirir
las famosas Yemas del Tajo, manjar para el deleite de los siempre golosos y
hambrientos paladares. Cerca ya de las 13 horas, los grisáceos nubarrones
comenzaron en firme su descarga de agua, precipitaciones de tan manifiesta
intensidad que obligó a los integrantes del grupo a apresurar el paso, a fin de
dirigirse con presteza a la Venta/Restaurante El
Bandolero, donde se resguardaron de la lluvia y esperaron la hora para
comenzar a degustar el almuerzo menú, recogido en el itinerario del programa.
Ese menú estaba
compuesto por un caliente plato de pisto con huevo frito en su contenido y un
segundo plato de albóndigas de choto con patatas guisadas en salsa menestra. De
postre, cada comensal pudo saborear un plato de láminas de naranja natural,
regadas con una “ventolera” de canela, azúcar y unas gotas de vino dulce, que servían
para alegrar el sabroso y saludable manjar. Aunque en las mesas había jarras de
agua a disposición de los clientes, muchos comensales pidieron vino o cerveza,
siendo el pago de estas bebidas a su coste. Obviamente, el café u otra infusión
de sobremesa, que la mayoría solicitó, tuvo el mismo carácter en el pago. La
dirección del local tuvo el buen gesto de que el almuerzo estuviese acompañado
con los acordes de un hábil guitarrista quien, desde un tablao adjunto al
comedor, estuvo tocando un amplio repertorio de piezas andaluzas, muy a tono
con la escenografía del local, bien repleto en su abigarrada decoración de arcabuces,
escopetas e indumentaria identificativa de estos legendarios, valerosos y
generosos bandoleros que, siglos atrás, se echaron al monte para perpetrar sus románticas
aventuras y “fechorías” caritativas.
Serían sobre las 16 horas cuando el grupo fue
conducido a un gran salón del establecimiento restaurador, habilitado para celebraciones
y, en este caso, una comercial presentación
promocional. Presidía este espacio una gran mesa presidencial, a cuya
espalda había una gran pantalla para la previsible proyección, elementos que
miraban a una amplia sillería, a disposición de los espectadores que acudiesen
a participar en el evento. Una vez que todos los asistentes ocuparan sus
asientos, entraron desde una habitación adjunta dos personas. Una mujer de mediana
edad, que se presentó como Maribel de Quinto (la misma que se había ocupado de
recoger las llamadas, días atrás) además de un joven, que tendría una edad
similar a la de Leo, llamado Isaac Calahorra.
Eran los representantes de la firma Premium Promociones.
Desde un primer momento, la imagen de Isaac
despertó alguna silueta o imagen borrosa en la memoria de Leo. Algo le decía
que conocía esa cara, aunque la barba corta sobre su rostro le dificultaba la
concreción del recuerdo. Casi de inmediato comenzó un audiovisual relativo a
los tres productos que iban a ser presentados.
Se aclaró que después de la video-proyección, los dos comerciales ampliarían y
aclararían las dudas al respecto que los asistentes plantearan. ¿Cuáles eran
las ofertas que iban a ser publicitadas?
Se promovía un SEGURO
INTEGRAL MULTIRRIESGO, denominado LAS TRES V:
Vida, vivienda y vehículos, en unas condiciones económicas sumamente
ventajosas. El más curioso de los incentivos consistían en que la carencia
mensual de siniestros iría reduciendo un 2 % el precio total de la prima anual
a pagar, mientras que cada “parte” entregado a la compañía encarecería un 4 %
el precio de la prima base a pagar que, en su partida, suponía sólo un 60 % del
precio medio establecido por la competencia en el mercado de seguros.
Llegaron pronto la exposición de los productos
“milagrosos”. Primero fue un revolucionario COLCHÓN
MULTIELÁSTICO, que protegía
“mágicamente” el descanso nocturno y ayudaba a compensar las normales dolencias
y desviaciones en la columna vertebral. En el vídeo promocional, intervenían
varios traumatólogos colegiados, tanto nacionales como extranjeros , los cuales
ensalzaban las virtudes del producto. Muchos asistentes probaron este atractivo
colchón, tendiéndose en el que estaba allí presente, a disposición de todos
aquéllos quienes deseasen analizarlo para sus castigadas anatomías. Se mostró
publicidad impresa en las revistas y medios de comunicación, en la que se
contrastaba el precio de venta al publico por correspondencia: 4.500 euros. Si
se adquiría durante esa tarde, se pagaría sólo 2.100 euros. Por supuesto,
podría pagarse en tres cómodos plazos, con un interés testimonial de sólo un
3%, siempre y cuando la compra se hiciese efectiva en esa misma jornada. Leo
quiso también probar el mágico soporte para el sueño, como experiencia
simpática. Arrojó su cuerpo con entusiasmo a la bondad del lecho y al hacerlo
sintió como un aguijón se le clavaba en el ecuador derecho de su trasero.
Probablemente uno de los alambres orgánicos de la masa plástica se le clavó con
toda su intensidad en su “asiento carnoso”, lo que le hizo saltar de dolor y generó
una pequeña hemorragia que, aunque pronto cortada, estuvo a punto de acabar con
la sesión . Tantas prácticas, de personas algo obesas, habían acabado con
desequilibrar el misterio milagroso de
la multielasticidad. La Sra. de Quinto, parece ser que muy experta en la
materia, extrajo con enérgica destreza el anárquico alambre orgánico de las
posaderas de un azorado Leo, que quitó dramatismo al asunto con una
circunstancial carcajada. Una señora mayor comentaba con una amiga de
expedición, a espaldas de su celoso cónyuge, “desde luego, la frescura de los
cachetes del joven, me ha hecho recordar escenas inolvidables de mi juventud,
cuando mi Pancracio me mostraba sus partes y yo vibraba de emoción”. La tersura
de las blancas posaderas de Leo fue motivo de muy “jugosos” y divertidos
comentarios.
Finalmente, la tercera oferta consistía en un lote
o pack de dos aparatos electrónicos, diseñados para “crear” una micro-atmósfera
que beneficiara las necesidades medias de nuestra salud. El primer mecanismo
consistía en un DESIONIZADOR ATMOSFÉRICO que
eliminaba esos iones negativos que no beneficiaban en absoluto el equilibrio
orgánico. 1200 €. era su precio, aunque se ofertaba en el día al 50% del coste
en catálogo. El segundo aparato consistía en un GENERADOR
DE OZONO, muy ventajoso en su pureza para el aire que respiramos en
nuestras habitaciones. 750 €. aunque lo “daban” a 400 en oferta. Si se adquiría
el lote completo, el precio se reducía a 800 €. Un señor, de generosa edad y
humanidad, presionado por su también obesa compañera, preguntó a Fermín, el
hábil y dicharachero presentador, con un estilo castizo y desenfadado y entre
las risas del colectivo, que dónde estaban los “siones” y el “ofono”, pues él y
su señora no los veían, cuando el aparato funcionaba. La anécdota simpática de
esta fase de la presentación sucedió cuando funcionaban los dos mecanismos
electrónicos al unísono. Por algún fallo técnico, provocaron un corto circuito
en la instalación eléctrica del establecimiento, que dejó a todo el grupo en la
más completa oscuridad durante unos largos siete u ocho minutos, hasta que
trajeron unas velas y linternas al efecto. Como el hecho sucedió cuando muchos
estaban de pie, comprobando las características del colchón y los electrónicos,
se escucharon voces nerviosas y compungidas de señoras y señores, que
reclamaban la ubicación exacta de sus parejas “Romualdo,
donde estás metido que no te veo, Virgencita del buen suspiro, ¡Pero dónde esta mi
Romualdo” “Petra, no te muevas de donde
estés, que eres muy torpe y te vas a caer” “Ay,
Ay, menudo costalazo me acabo de dar, Federica, donde “leches” estás… que no se
ve nada, la que han organizado estos “gorriones”
…” Para ilustrar la escenográfica acústica ambiental, el tronar de la
tormenta que caía en el exterior llegaba con preclara nitidez a una sala presa
de nervios, oscuridad y desconcierto.
La escenografía de la sala mostraba al fin su lado
más divertido. Tras la recuperación del fluido eléctrico, la pareja de
comerciales repartió de inmediato unos impresos
comerciales entre todos los presentes, material que debían rellenar todos
aquéllos que estuviesen interesados en alguna adquisición o consulta. A Leo le
correspondió entrevistarse precisamente con Isaac Calahorra, ese joven empleado
de la empresa Premium en cuyo rostro adivinaba algún recuerdo pero de difícil
concreción, tanto en lo temporal como en lo espacial. Le explicó que en principio
estudiaría el tema del seguro integral, pero que necesitaba más tiempo para adoptar
una decisión al respecto. Captó que su interlocutor fijaba de manera intensa la
mirada en su persona. Después de una pequeña sonrisa, el comercial le habló con
definida franqueza.
“Permíteme que te tutee, porque
realmente nos conocemos. Hemos sido compañeros de clase, en las aulas de la
Secundaria. Hace ya, lógicamente, unos “pocos” de años. Tú debes andar por los
36 o 37, que es la edad que yo tengo. Los compañeros te llamábamos Leo y
siempre me resultó curioso que tuvieras un apellido que no era tu nombre. Ese
primer apellido creo que era Ángel ¡perdona, pero si lo tengo aquí delante en
el impreso que me has dejado! En aquél tiempo se formaban grupos de clase muy
numerosos en alumnos. En 3º de BUP creo que éramos hasta 43. Entre tanta gente,
mi barba y que hayan pasado veintitantos años, todo eso hace que no te acuerdes
muy bien. Ya conoces mi nombre. En clase me llamabas Calo, por el apellido. No he sido buen estudiante
y he dado muchos tumbos por la vida. Aquí llevo un par de años, “vendiendo”
todo lo que me echen. Me pagan una miseria pero, si hago contratos de venta,
puedo sacar unos porcentajes que oxigenan un poco mi anémico sueldo. Veo que
has puesto una crucecita en el regalo de la radio. Hoy no vamos a entregar esos
regalos. Los llevaremos personalmente al domicilio del interesado, con el animo
o interés de conseguir alguna venta, insistiendo en éstos u otros productos de
un extenso catálogo. De todas formas, yo te voy a entregar el pequeño
transistor en una bolsa cerrada, ahora cuando termine las entrevistas con los
asistentes. Lo que sí te pido es que si vas a hacer el seguro o necesitas algún
producto concreto… veo que trabajas en informática…. te pongas en contacto
conmigo, pues te haría un precio espacial y además yo ganaría algún porcentaje
en la venta, que buena falta me hace. Me he casado hace poco (en segundas
nupcias) y ya sabes lo que se gasta en una casa. Te dejo en esta tarjeta mi
teléfono particular. Me llamas sin problema, que yo voy a ser muy honesto
contigo. A pesar de que tuve que soportar algún bullying por tu grupo de
amigos. Pero eso ya está superado y olvidado”.
Cuando Leo volvía en el autocar a su lugar de
origen, dedicaba tiempo para la reflexión
acerca de la densidad de hechos que había podido protagonizar y compartir,
gracias a su afortunada decisión de participar en esa excusión promocional.
Aunque el regalo del fin de semana en Roquetas de Mar le había correspondido al
matrimonio formado por un cabrero de Algeciras y a su rechoncha mujer, durante
las casi 10 horas en que había estado vinculado al grupo viajero, tuvo la
oportunidad de visitar una bella ciudad que siempre ofrece sus encantos
monumentales, a pesar de la inestabilidad meteorológica que provocó un día
bastante frío y con lluvia. Indudablemente la mecánica de todos los incentivos
recibidos estaba basada en la promoción de productos, ofertas adornadas con
precios en realidad elevados aunque bien presentados y aparentemente “muy
rebajados”. Las divertidas vivencias protagonizadas en la venta/restaurante El
Bandolero iban a permanecer en su memoria, de manera especial su reencuentro
con un antiguo compañero de la adolescencia al que apenas recordaba, pero el
que, además de su generosidad, le ofreció una estupenda lección acerca de cómo
hay que saber superar los errores y el sufrimiento infringido neciamente a los
demás. Albergaba en su voluntad el firme propósito de tener en cuenta la
tarjeta y datos personales que Isaac Calahorra le había entregado, a fin de
recuperar una amistad inesperada en la fase adulta de sus vidas. La anécdota
del colchón, aunque físicamente aún le molestaba, fue una más, en realidad
divertida, entre los numerosos y lúdicos “fotogramas” de ese bien aprovechado
día en el fin de semana.-
LOS INSOSPECHADOS INCENTIVOS DE UNA EXCURSIÓN PROMOCIONAL
José L. Casado Toro (viernes, 18 ENERO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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