La práctica del etiquetaje o la titulación de “casi todo” resulta bastante común
entre las personas. Nos gusta, y necesitamos al tiempo, identificar los
objetos, las vivencias, las circunstancias, también por supuesto a las
personas, con esos rótulos o reclamos que hacen más fácil su reconocimiento, su
clasificación y su más útil o mejor interpretación. Ya sean realidades próximas
o distanciadas en el espacio. Pequeñas o inmensas en su magnitud. Similares o
heterogéneas en su naturaleza. Todos esos elementos de la vida son organizados
y simplificados para su reconocimiento con una palabra, frase o símbolo que a
veces resulta especialmente afortunado, mientras que en otras oportunidades la
elección puede ser discutible y controvertida, entre consideraciones u opciones
opuestas.
Si miramos hacia nuestro pasado, existe una común
aceptación en la clasificación de las grandes fases de
la Historia, atendiendo y priorizando el factor básico de la
temporalización. Si partimos de la Prehistoria, como una gran etapa de la vida
de la que no conservamos textos escritos, la humanidad ha identificado otras
importantes fases que la continúan, con la simple pero importante nomenclatura
de Historia Antigua, Media, Moderna, Contemporánea y Actual. Este esquema
temporal o cronológico puede ser bastante útil, pero hay o existen otras significativas
clasificaciones que atienden a diferentes factores que no están tan
constreñidos por el factor tiempo, sino por destacadas realidades humanas y
tecnológicas que engloban a toda una época. Así aplicamos nuevos y
clarificadores elementos para la clasificación, más enriquecidos por
comportamientos y mentalidades que identifican y diferencian las grandes era de
la Historia. Citemos algunos de ellos como ejemplos: la era de las catedrales,
con la simbología que ese elemento constructivo representa para la humanidad.
Los imperialismos. El Renacimiento. La Ilustración y las Luces. Las Guerras
Mundiales. Los descubrimientos geográficos. La Revolución Industrial. Las
dictaduras. El cine. Los decisivos avances en la investigación médica. La
esclavitud. El cambio climático. La liberación de la mujer y así un largo etc. Estas
innovadoras e inteligentes clasificaciones actúan como importantes referentes
identificativos, que sirven para estructurar lo que no es sino el avance
continuo, con sus desacertados retrocesos (no temporales) que va “dibujando” la
evolución de la Humanidad.
Y cómo definiríamos la época que en la
actualidad estamos protagonizando? Realmente somos partícipes de una
época muy especial y contrastada, que podría ser denominada con muy diversos e
imaginativos identificadores. Algunos pondrían su punto de mira en la profunda
crisis de los valores tradicionales. Otros lo harían en los indiscutibles
avances de la ciencia, para casi todas las disciplinas que la integran. Pero
existe una evidencia que en modo alguno podemos obviar. Para estas últimas
décadas, tenemos la importancia y versatilidad de la
comunicación digital, a través de ese “mágico” fenómeno que tendrá un escalafón
de privilegio en los libros de Historia, como es Internet.
Este milagro de la microelectrónica ha generado un mundo más globalizado y
próximo, para la mayoría de nuestras necesidades, anhelos, objetivos y
frustraciones. Cualquier rama de la ciencia no puede, en esta fase histórica,
ser ajena a esas cada vez más perfectas herramientas informáticas que sustentan
y posibilitan el latido de la vida, el continuo progreso y el cambio instantáneo,
plenamente liberado de la magnitud temporal.
En la actual etapa de la Revolución Electrónica, con
la tecnología en constante proceso de modernización y avance infinito, el fenómeno whatsapp se ha incardinado decisivamente
en nuestras vidas, facilitando y “abaratando nuestra insaciable exigencia de
comunicar con otras personas, próximas o lejanas en el marco espacial y
afectivo. En realidad las distancias físicas han ido paulatinamente
desapareciendo, aunque no haya sido tan
fácil eliminar otras modalidades de distanciamiento que se refieren más al
plano de las mentalidades, las culturas o los valores. Esta simple, pero
grandiosa y versátil, aplicación de telefonía informática, denominada Whatsapp,
va a tener un especial protagonismo en el relato que a continuación vamos a
conocer.
A nadie debe extrañar que aparezca en la pantalla
de nuestro móvil un mensaje whatsapp equivocado,
texto que en su origen iba dirigido hacia otro destino. Como las prisas están
en el orden del día y los relojes continúan condicionando y alterando nuestro
sosiego, es más que frecuente cometer esos humanos errores de teclado que
resultan incluso divertidos o inadvertidos para sus atareados o despistados
autores. La explicación no tiene la mayor complejidad: estás enviando mensajes
a un contacto y dejas el teléfono, sin salir de la aplicación. En otro momento
vas a enviar un mensaje a otra persona, pero sigue activo el contacto anterior,
quien es que recibe un texto que lógicamente no va para él. En la mayoría de
las ocasiones, los textos erróneos carecen de la mayor importancia. Sin embargo
aquella noche después de la cena, cuando escuché el sonido característico de la
entrada de un nuevo mensaje, en modo alguno suponía la real notoriedad que esas
confundidas líneas podrían llegar a “transportar”.
El texto venía firmado por una persona llamada Yaiza. Ese nombre no figuraba en mi listado de
contactos. Tampoco mi memoria recordaba conocer a alguien (debía tratarse
obviamente de una mujer) con este nombre de origen canario (según investigué en
Google, es de origen guanche –una lengua que utilizaban los indios que
habitaban las islas Canarias, nombre que significa “rayo de luz” y también “bella
como la flor”. Añadía la “creativa” información de que suelen ser personas
pacientes, sosegadas, muy nobles, sensibles…). Como es usual en los contenidos
de esta aplicación de mensajería, el número de palabras que constituían el
texto no era en demasía extenso. Su autora se esforzaba en justificarse, a
causa de un importante error o falta que había cometido esa misma tarde con una
persona muy próxima en el afecto, a quien llamaba Elián.
Pedía, con manifiesta humildad, que se le diese una nueva oportunidad, por
parte del “afortunado” o parece que muy dolido destinatario. En realidad envió
dos mensajes, que llegaron con un intervalo de escasos segundos, reiterando
básicamente la misma petición de perdón también en la segunda ocasión. Tras la
lecturas de todas esas líneas y dado lo avanzada de la hora, tomé la decisión
de no darle más importancia a este divertido asunto, seguro que originado por
un humano error en el remitente. Con la intención de olvidarme de estos privativos
mensajes, me entregué al descanso, en una noche de cielo limpio en pleno
invierno.
Mi razonable o sensata intención al respecto quedó
bruscamente interrumpida cuando, a eso de las dos y pico de la madrugada, de
nuevo el sonido del móvil me despierta. Había entrado
otro whatsapp en el móvil, ciertamente a una hora puntualmente
inapropiada. Procedía, una vez más, de la tal Yaiza. Con los ojos un tanto
vidriosos, dada la brusca interrupción de ese primer sueño que resulta tan
eficaz para nuestros organismos, leí su contenido. Estaba escrito por una
persona que, sin duda alguna, lo estaba pasando bastante mal. Con un trasfondo
de desesperación en sus palabras y ante la falta de respuesta de sus dos
primeros mensajes, la atribulada mujer insistía en su arrepentimiento,
por la acción que había cometido “haciendo sufrir de manera tan cruel a quien
tanto me ha amado”. En esta ocasión, añadía una larga frase que podía ofrecer
una pista fehaciente acerca del “error” que la joven había cometido: “… estoy decidida a romper con este “infantil” engaño,
producto de la inconsciencia de mi juventud y largos tiempos de soledad. Pero
esta tarde adelantaste la vuelta y tuviste que enfrentarte a una imagen
extremadamente dolorosa y cruel para la nobleza de tus sentimientos.”
A esa hora de las estrellas (o de “las brujas”,
según otros criterios) teniendo ya el sueño perdido y el cuerpo descompensado, debido
a la ola de frío y humedad que soportábamos en este primer mes del nuevo año,
me debatía entre la incomodidad propia de estar en el centro conflictivo entre
dos personas, como “espectador” involuntario de una trama de claro engaño
conyugal y la respuesta más adecuada que debía adoptar ante esta sucesiva
cadena de mensajes. Era indudable que esta mujer estaba jugando “con dos
barajas” al mismo tiempo y su marido, pareja o compañero la había pillado infraganti en sus escarceos amorosos con un tercero al que en nada se aludía. De
inmediato pensé (la imaginación no descansa, ni en esas horas inapropiadas de
la noche) en ese marido que tiene que viajar con frecuencia, por motivos de su actividad
profesional, lo que provoca que su pareja esté demasiado tiempo sola y ésta se
“encariñe” con alguien que ha despertado la intensidad de sus sentimientos
libidinosos, sintiendo el calor o atractivo de su proximidad. Fuera la relación
“ilícita” más o menos larga, en su tiempo y afectividad, los ciclos viajeros
del cónyuge podrían haberse alterado y éste, en su vuelta a casa, se encuentra
con el desagradable espectáculo de ver a la pareja en actitud muy hiriente para
sus sentimientos y fidelidad.
Podía deducir, a este nivel, que el tal Elian se
había ido de casa, probablemente hundido en su ánimo, mientras que Yaiza
trataba de recomponer una situación que había estallado en mil pedazos. Pedía o
rogaba “infantilmente” perdón por lo infiel de su comportamiento, solicitando
con la mayor inconsciencia una nueva oportunidad, a fin de “enderezar” o
recomponer una relación que ella había roto, tal vez por su inmadurez, egoísmo
o atracción sexual incontenible. Y en todo el jugoso sainete, allí me
encontraba yo, sin conocer en lo más mínimo al trio protagonista, pero como observador
involuntario de tan “teatral” y humano espectáculo.
Dudaba entre la mejor decisión que debía adoptar: podría enviarle a
Yaiza un whatsapp aclaratorio, acerca del error que estaba cometiendo con los
envíos, apagar el móvil o quitarle el sonido, olvidarme de toda esta historia…
Traté finalmente de recuperar el sueño perdido, con el sonido del teléfono ya
apagado, dejando para la mañana siguiente la opción más adecuada como
respuesta.
Cuando ya había
amanecido, de manera instintiva quise comprobar si se mostraba algo nuevo en la
pantalla. Para mi sorpresa, me había llegado un tercer
mensaje, a eso de las cuatro y media de la madrugada. En esta
oportunidad el contenido del mismo era incluso más imperativo y doloroso, por
parte de la aturdida joven. Se quejaba amargamente de que Elian no respondiera
a sus requerimientos, utilizaba palabras como “desesperación” y “angustia” e
incluso amenazaba con “hacer algo muy
drástico” si no recibía una respuesta comprensiva que la sosegara en sus
culpas.
Dado el calibre de la
extraña situación, en esta ocasión no tardé demasiados minutos en escribir unas
líneas como respuesta, a fin de aclarar la muy
incómoda situación. Aunque sus mensajes venían con un número telefónico como
autoría, creí más aconsejable no mantener el contacto directo con una persona
que mostraba un ánimo tan profundamente
descompensado. Era mejor redactar unas breves líneas y acabar con toda aquella
escenografía con sabor a telefilm o a representación teatral.
“Srta.
Yaiza. Durante las últimas horas me han estado llegando, seguro que por error,
tres mensajes desde su autoría. Son frecuentes estas confusiones en los
intercambios telefónicos de whatsapp. Debe revisar el listado de direcciones
que tiene en su móvil, a fin de que los envíos correspondientes lleguen a la persona idónea”. Obviamente, no añadí
nombre alguno a este escueto pero concluyente texto.
Suponía que con esta
respuesta ponía fin a una rocambolesca anécdota, de la que había sido
espectador involuntario, acerca de las desventuras entre dos personas
afectivamente muy doloridas. Tenía ante mí toda una mañana esperanzada para
disfrutar del ocio, pues hoy ya era sábado y tenía el día libre. Tras un
reparador desayuno, pensé realizar un relajante paseo en bicicleta (a pesar de
que la temperatura ambiente era algo baja, para lo que era usual en estas
tierras templadas del sur peninsular, junto al Mediterráneo) por ese largo
carril bici marítimo que comunica la zona ferroviaria local hasta la
desembocadura del Guadalhorce. Desde luego, dada la noche jalonada de
acontecimientos, era la solución más reparadora e inteligente.
Para mi sorpresa,
cuando marchaba pedaleando y gozando de una húmeda brisa tempranera, escuché
desde mi mochila los típicos sonidos entrantes de whatsapp. De inmediato pensé
(no sin cierto temor) en Yaiza, pues ella habría tenido ya oportunidad de
conocer el contenido aclaratorio de mi respuesta. Para mi infortunio, no me
equivocaba. De nuevo vi, en la pantalla del móvil, su número telefónico,
antecediendo a unas líneas que, en esta cuarta ocasión,
venían dirigidas a mi persona. Aún pedaleé
unas decenas de metros, deteniéndome en una zona próxima a la gran
chimenea de la Málaga industrial del XIX,
popularmente conocida como “Mónica”
(nombre debido a una bella historia de amor, entre dos jóvenes adolescentes).
Tomé asiento en uno de los bancos que contemplan la playa, frente a la inmensa
“torre”, para después conocer el siguiente largo contenido, texto que me sumió
en un profundo desconcierto:
“Buenos
días. Quien quiera que seas, debo aclararte que mis correos no han sido
producto de error alguno. He elegido un número telefónico al azar, buscando a
alguien con quien hablar y comunicar. Sobre todo esperaba conocer la clase de
reacción que iba a tener la persona que los iba a recibir. En esos contenidos,
que has tenido que leer, hay una parte (muy importante) de verdad. Traicioné,
cruelmente, a una persona que quiso y supo entregarme fielmente su confianza y
amor. Tras hacerle aquella injusta “jugada” todo se rompió entre nosotros. En
los momentos actuales sé que Elián ha logrado rehacer su vida con una nueva
compañera y que, por supuesto, nada quiere saber de mi persona. Ahora “navego”
en la más profunda soledad y desconcierto. Esa parte también es verdadera, en
el seno de los correos que has recibido.
Mi
necesidad de comunicación en estos momentos es psicológicamente perentoria. Y
te he elegido a ti. He de ser sincera, por una vez. No ha sido de manera
casual, sino perfectamente intencionada. Aunque no lo sospeches, poseo interesantes
datos sobre tu vida. Incluso también el número de tu móvil. Me atrevo a
proponerte un encuentro, cuando y donde quieras, a fin de aclararte estos y
otros muchos interrogantes que habrán sembrado dudas en tu conciencia, tras la
lectura de este último y más extenso mensaje de whatsapp. Espero tu pronta
respuesta, con mucho interés y necesidad”.
Tres hombres y una
mujer, todos ellos inmersos en la juventud cronológica, se hallan reunidos en
torno a una amplia mesa de trabajo, repleta de papeles, notas y carpetas, en la
terraza de un céntrico ático sito en la zona antigua de la capital malacitana.
Alguno de los cuatro compañeros de grupo ha apurado ya su segunda taza de té.
Otro de los presentes, Elián Trapiello, tras leer
en voz alta y de manera pausada unas cuartillas mecanografiadas, pregunta a sus
amigos interlocutores:
“Acabáis
de conocer el planteamiento inicial de mi escrito. Os aseguro que esta historia
está basada en esa realidad y experiencia que tanto nos vincula. Pienso que su
contenido puede servir para redactar el argumento de nuestro próximo corto
cinematográfico. En función de lo que digáis y también de los medios materiales
de que dispongamos, este esquema de intriga y relaciones humanas, podría avanzar
por unos u otros derroteros. Tengo ya algunas ideas acerca de un posible y
sorprendente desenlace, entre otros finales posibles o alternativos. Pero no
quiero adelantar acontecimientos. Lo primero y fundamental que necesito es
escuchar vuestra analítica y sincera opinión, sobre este boceto de una trama
argumental que puede derivar en vías de mayor complejidad. Poseo en mi
conciencia y experiencia … abundantes elementos para enriquecerlo. Aunque en
principio es un corto cinematográfico, mirándolo bien podría dar pie a un guión
para la gran pantalla”.-
MENSAJES ERRÓNEOS, PARA
UNA BREVE HISTORIA DE INTRIGA
José L. Casado Toro (viernes, 25 ENERO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga