Es otra de las numerosas paradojas, en las que a
diario participamos, que bien podemos observar a través de nuestro diario
deambular por “nuestros pequeños mundos”. Se trata de esa perceptible e
incómoda realidad que supone la incomunicación
e individualidad exagerada que soportamos,
inmersos en la masificación de las grandes ciudades. Numerosos y variados
ejemplos muestran esta situación que a fuerza de su repetición la asumimos como
aburridamente normalizada. ¿Conocemos
los nombres de todos los vecinos que residen en nuestro bloque comunitario?
¿Hemos dialogado (al margen de los saludos cotidianos) al menos alguna vez, con
todos y cada uno de los miembros de la asociación en la que llevamos años
inscritos? ¿Sabemos si ese amable y servicial camarero, que cada mañana (al
paso de los meses) nos sirve el desayuno en la misma cafetería, está casado,
tiene hijos o cuáles son sus aficiones favoritas? Es muy posible que un día
tras otro, al llamar a este trabajador para pedirle o pagar la cuenta, no lo
hagamos por su nombre porque ... no lo
sabemos o tal vez porque nos resulte más fácil decir ¡Oiga! ¡Camarero! ¡Por
favor! (antes era usual dar un par de palmadas). Incomunicación y una mal
entendida privacidad o individualidad.
Sin embargo la propia realidad vital favorece, a
poco que nos paremos a pensar, la posibilidad de avanzar en el conocimiento y
en la intercomunicación con las personas que intervienen, de una u otra manera,
en nuestro próximo circulo relacional. Todo es una simple cuestión de voluntad y de generosidad,
que nuble el egocentrismo que hoy padecen tantas personas en su comportamiento,
huérfano y enfermo de los necesarios valores. Pero además de ese cambio imprescindible
en la consideración hacia los demás, hay también elementos
materiales y técnicos que básicamente facilitan un mejor conocimiento
del entorno, estemos más o menos interesados en dicho objetivo. Por supuesto,
la inmensa realidad, con sus pros y contras, que hoy supone la informática y la
red de Internet. La diversificación de los medios de comunicación también
facilitan ese imprescindible factor de conocimiento. Las asociaciones, los congresos,
las reuniones y actividades comunitarias también pueden ayudar a mejorar y
diversificar, sin duda alguna, esos contactos que generan la proximidad. Y
también … la información subliminal o involuntaria facilitada por la delgadez y
fragilidad en la forma de tabicar, hoy día, nuestras viviendas. La historia de esta semana está
centrada, precisamente, en este último elemento, por divertido o paradójico que
resulte.
Mariana Faralán Lenz, nacida en 1972, es madre de dos chicas
adolescentes, que recorren con la positiva vitalidad de su edad los itinerarios
normativos de la enseñanza secundaria. Desde hace ya casi una década, esta
mujer se encuentra separada de su cónyuge, que mantenía una doble vida con una
muy joven limpiadora, a la que conoció en la empresa de suministros
electrónicos donde trabaja como contable.
Además de la pensión que recibe del padre de sus hijas, Mariana se ayuda
económicamente (y ocupa con inteligencia su tiempo) trabajando durante media
jornada como operaria de costura, en un taller de arreglos para las prendas de
vestir. Vive en un gran bloque de apartamentos y viviendas, que alcanza las once
plantas de altura. En cada uno de estos niveles hay cuatro pisos de tres
dormitorios y un apartamento, que sólo tiene apertura visual hacia un gran
patio o zona diáfana interior. Algunas de las viviendas que quedan
temporalmente deshabitadas (y de forma especial los apartamentos) son
rápidamente alquiladas por sus propietarios, durante períodos variables de
tiempo contractual. En ocasiones esto sucede porque los dueños del piso deciden
irse a vivir a esa segunda residencia que tienen en una zona más tranquila
(rural o costera) y no lejos de la ciudad. En otros casos, el fallecimiento de
sus propietarios decide a sus herederos vender el inmueble deshabitado o
alquilarlo. Hay empresas en el mercado que adquieren estas propiedades con el
especifico objetivo de rentabilizar su alquiler.
El piso ocupado por Mariana y sus hijas es el 9 D, que está adosado al apartamento
9 E con el que comparte tabiques comunes. Esta pequeña vivienda es
alquilada por semanas o meses, pues sus actuales propietarios residen en la
capital madrileña. Lo heredaron hace unos años al fallecer un familiar ya muy
mayor, que vivía sola en el mismo. Los inquilinos que temporalmente ocupan el
inmueble contratan breves períodos, pues el coste del alquiler es elevado, dada
la especial y estratégica ubicación que posee en la zona de la intermodalidad
del transporte urbano dentro de la capitalidad malagueña. Esta usual brevedad
residencial no favorece precisamente la comunicación con el resto de la
vecindad. El anonimato que desean mantener estos circunstanciales inquilinos es
manifiesto.
Desde hace un par de semanas, esta madre laboriosa en
la artesanía de la costura tiene una nueva vecina que ocupa el apartamento
contiguo. Se trata una chica joven que vive sola y está largos periodos del día
ausente de su vivienda. Diariamente, tras el desayuno, toma el ascensor y no
vuelve a su domicilio hasta bien entrada la tarde. Sin embargo, durante los
fines de semana, Mariana percibe que otras personas visitan a su vecina,
permaneciendo en la vivienda hasta avanzadas horas de la madrugada. A juzgar
por los sonidos y ruidos que estos visitantes provocan, se trata de personas
jóvenes que se expresan bien alto en sus conversaciones, ponen música con un
volumen excesivo y en ocasiones entablan diálogos y discusiones, en la que se
mezclan reproches y golpes, mezclándose las risas con los lamentos e incluso
llantos y gritos. Todo ello le llega a Mariana a través de la fragilidad
constructiva de los tabiques medianeros, que articulan la separación de ambos
espacios residenciales.
Lo que comenzó como una simple, traviesa e infantil
distracción, pegar el oído al tabique separador de los dos salones o de su
propio dormitorio, comenzó a preocuparle, por los contenidos que podía entender.
Desde luego, en un principio se divertía más escuchando a través de las paredes
que incluso conectando el monitor de la televisión. Sus dos hijas, Laura y Sabina, al
verla con la oreja pegada a la pared, le decían con ese tono a mitad de camino
entre la broma y la recriminación “mamá, eres una
cotilla. Deja a las personas que vivan sus vidas. Cualquiera que te vea diría
que estás completamente aburrida y que no sabes distraerte. Desde luego no te
gustaría que te lo hicieran a ti, enterándose de lo que haces en el interior de
tu casa”. A estas “sensatas” advertencias y comentarios, Mariana
argumentaba que no veía claro todos esos gritos, discusiones, risas y lamentos
procedentes de la casa de al lado. Algo raro veía o percibía en la vida de esta
nueva vecina. A veces estaba segura de que esa joven hablaba sola, pues no
había nadie que diera réplica a sus palabras, lo que incrementaba su extrañeza
y desasosiego. Por todo ello, esta inquieta señora estaba decidida a informarse
qué había detrás de todo aquello.
En la mañana del lunes, salió un poco antes de su
domicilio pues, antes de tomar el bus para ir al taller de arreglos de la ropa,
pensaba intercambiar algunas palabras con el conserje del bloque. Este
trabajador, que atendía los servicios
comunes, era un antiguo campesino de Extremadura, desde donde había emigrado
con su mujer y dos hijos hasta la costa malacitana, buscando un trabajo más
estable y menos sacrificado en el ámbito turístico (tenía alguna familia en la
capital malagueña). Tobías Abril Cabrillana alcanza
en la actualidad los cincuenta y ocho años de edad. Es una persona muy
observadora y aduladora de todos esos vecinos para quienes trabaja. Servicial y
puntual en sus obligaciones, siempre suele tener la respuesta y la información
adecuada sobre cualquier asunto, sea cual sea la naturaleza del mismo. Resultaba
la persona adecuada para ese primer contacto explicativo que Mariana deseaba
mantener con respecto a su nueva y misteriosa vecina.
Tobías escuchó con manifiesta atención a la
propietaria del 9 D, mostrando un servicial interés. El asunto que ésta le
planteaba tenía suficientes incentivos para sus aficiones investigativas, muy
propias de algunos telefilms emitidos en horas de baja audiencia ante la
pantalla.
“Señora Mariana. Entiendo
perfectamente lo que me está narrando y las quejas que tiene acerca de esas
voces y frases que escucha en el apartamento 9 E. No es mucho lo que sé de esa
joven, pues no es muy comunicativa que digamos. Da los buenos días o las buenas
tardes y punto. Pero sí le puedo decir su nombre, pues hace una semana recibió
un envío de mensajería que al no estar ella en el bloque, me hice cargo del
mismo, como hago por costumbre con los demás vecinos. Se hace llamar (supongo
que será su nombre verdadero) Pamela Lamia del Cal. Y el paquete, procedente de
Ronda, desde luego que olía bastante bien. Yo creo que dentro venía algo de
comida. Cuando se lo entregué, me dio las gracias y poco más. Desde luego es
poco comunicativa con la vecindad. Hay días que no la veo salir de casa. Y a
veces viene algún chico o chica para su apartamento, pues me preguntan el
número del piso de “Pami”. Ya sabe lo que son estos apartamentos amueblados
para alquiler. Los propietarios negocian
con ellos y no se preocupan de mucho más. Sólo les interesa cobrar el importe
de estos contratos que suelen ser, en su mayoría, para dinero “negro”. Yo creo
que debe hablar con el Presidente de la comunidad, aunque este hombre (ya sabe
que viaja mucho, pues es representante de una fábrica de muebles valenciana) me
temo que no se va a tomar mucho interés por el asunto, pues le correspondió el
cargo por turno rotatorio y no quiere meterse en líos de vecindad. Pero por lo
que a mi respecta, estaré ojo avizor con el menor detalle que sea interesante.
Cuente con mi ayuda para lo que necesite. Le confieso que me gustan mucho las
películas de detectives”.
Así siguieron las cosas para la atribulada Mariana.
Como efectivamente le indicó el sagaz conserje, al presidente
no había forma de “pillarlo”. Y en cuanto a llamar al administrador
del inmueble, era una posibilidad, aunque este despacho profesional no vería
claro que antes no hubiera contactado con el presidente de la comunidad de
propietarios. Dejó pasar unos días, a
ver si el asunto no llegaba a mayores. Su hija mayor Laura, le sugirió (entre
bromas) una sensata posibilidad. “Má. Y por qué no
hablas con la chica. Pero tendrías que justificarte en que el ruido que hacen a
horas inapropiadas te impide descansar. De todas formas, deja pasar unos días,
que tampoco es para tanto. Tú haces de cualquier cosilla una “catedral”. Eres
muy exagerada. Sigo pensando en que no te sabes distraer.”
Efectivamente los días fueron pasando y cada noche
Mariana dedicaba un rato de su tiempo a pegar su oído al tabique, a ver lo que
podía escuchar de una vecina que parecía estar hablando sola, pues pasaban los
minutos y sólo era su voz la que traspasaba el yeso y los ladrillos de ese
escuálido muro que permitía (con más o menos dificultad) conocer lo que
manifestaba en voz alta una persona que vivía sola. Pero en el último fin de
semana, antes de la llegada del frío en Noviembre, la situación alcanzó una
cierta gravedad. Había dos
personas en la habitación vecinal. La voz de la tal Pami y una voz de
hombre, que participaba en la conversación o “declamación” con su muy elevado
tono en las respuestas. Para colmo habían puesto música, con lo que las frases
resultaban en ocasiones escasamente audibles.
“- Ya estoy completamente harta de tus
engaños y mentiras. Vas libando de flor en flor, para después volver a casa, tras estar días y días sin aparecer por
el que debe ser tu hogar. Tengo que tomar una decisión, por dura que parezca.
Pienso dejarte y volver a vivir con la persona que mejor me trató y con quien
tan mal me porté.
- Ni lo intentes. Como te vea junto a
ese "guaperas" soy capaz de hacer cualquier cosa. A ti y por supuesto a él. Tienes
que aguantarte con mi forma de ser y no abrir la boca. Ya sabes que cuando me
retas o me pones nervioso no me importa utilizar la violencia. Tu cuerpo sabe
que no es la primera vez que lo hago”.
Eran las doce menos cuarto de la noche y a estas
graves preocupantes frases, merecedoras de denuncia, continuaron diversos
ruidos, agudos y graves, a los que siguieron unos gemidos entrecortados, que
salían de boca de una persona que había sufrido algún golpe o acciones
violentas de su interlocutor. Como las dos niñas se habían quedado a estudiar
en casa de su amiga Mavi, Mariana decidió echarse en la cama, después de tomar
un calmante. El lunes iría a hablar con el administrador, para narrarle estos
hechos, con los que no estaba dispuesta a seguir conviviendo. Cuando se
despertó, a horas tempranas del alba y después de desayunar, decidió irse a
casa de su madre, para pasar el domingo con ella. Avisaría a las niñas para que
fueran a almorzar al domicilio de su abuela, siempre deseosa de estar con sus
nietas del alma.
Cerca ya de las nueve de la noche, volvió a su
domicilio, acompañada de Laura y Sabi. Cenaron y las tres comenzaron a ver la
película de la segunda cadena, una distraída historia del cine español que
Mariana no pudo terminar pues el sueño le vencía. La noche anterior había
tenido un descanso muy inestable, con lo
que escuchó a través de las paredes . Ya en la mañana del lunes, estaba
plenamente decidida a visitar la gestoría que llevaba la Administración del
bloque. Quería hablar con este profesional para recibir el consejo más
apropiado. Desde luego que había que tomar cartas en el asunto. La “escena” del
sábado, que imaginaba a través de las palabras y los ruidos, no la iba a
soportar de nuevo. Para su fortuna, esa noche no había habido alteraciones o
conversación alguna en el apartamento vecino. Parecía que la joven (y tal vez
ese agresivo amigo, novio o lo que fuera) no estaban presentes dentro del
inmueble.
Cuando salió del ascensor se encontró con Tobías
que al verla le hizo una indicación de que quería hablar con ella. Las palabras
que escuchó del empleado las recibió como “agua de mayo” a fin de poder
tranquilizar su desasosiego.
“Señora Mariana. Tengo muy buenas
noticias. No sé si han llegado ya a su conocimiento. La chica Pamela, del 9 E,
su vecina, ha dejado el apartamento. Se llevó sus pertenecías ayer domingo. Por
lo visto había acordado con la oficina que gestiona el alquiler de la vivienda
una permanencia en el mismo de tres semanas. Se lo digo porque me han llamado
desde esta oficina para que esté atento. Hoy me van a enviar unos nuevos
clientes y tengo que abrirles la puerta del apartamento para que puedan echarle
una ojeada. No le miento si le digo que me dan una pequeña comisión por este
trabajo extra, pero lo que me alegra es que VD. no tenga ya más problemas con
esa “misteriosa” joven, tan callada y tan polémica en el interior de la casa. Parece que el matrimonio que vendrá esta
mañana había vendido su antigua vivienda y esperaba que le entregasen el nuevo
“chale” que se han comprado antes que tener que dejarla a los nuevos
compradores, según fecha de compra/venta en el contrato. Por eso necesitan con
urgencia un alquiler, que será de duración temporal. Fíjese lo bien informado
que estoy”.
Un agradable y saludable soplo de tranquilidad
llegó tanto al cuerpo como al ánimo de una mujer verdaderamente atribulada y
con muchas horas de desvelo. De todas formas, mientras caminaba por calle,
camino de algún centro comercial para comprarse un capricho de compensación por
los disgustos de los últimos días, le remordía algo la conciencia por no haber
sido más diligente, en el momento apropiado, a fin de haber denunciado ante la
policía el previsible maltrato de género que podía estar recibiendo esa joven
de manos de su ex compañero o “lo que fuese”. Sin embargo, se dijo a sí misma “Para qué me voy a meter en más líos. Estas cosas siempre
traen problemas de una forma u otra. No me puedo creer que el vecino de arriba
o la familia de abajo estuviesen sordos ante los hechos que estaban ocurriendo
en el apartamento. Y nadie decía nada. Lo mejor de todo es olvidarse de este
asunto, que me ha hecho sufrir en demasía”.
Esta “incómoda” historia parecía haber terminado
para Mariana, siempre con esos flecos que quedan incómodamente en la
conciencia. La vida siguió, con sus derroteros más rutinarios o imprevisibles.
Había llegado, tras el discurrir temporal de los
meses, la siempre sugerente y vitalista estación
primaveral. El 1 de junio era el día
del santo de Laura. Este año caía en viernes y Mariana, quiso ofrecer como
regalo a su hija un viaje de fin de semana Madrid, en el que verían algunos
monumentos y museos y asistirían a alguna obra teatral, de esas que tan bien
saben montar en la escenografía madrileña. En la agencia de viajes que tenía
cerca de casa se lo arreglaron todo: el viaje en el AVE, para tres personas,
dos noches de hotel (alojamiento y desayuno, en un establecimiento ubicado en
una transversal de la Gran Vía) e incluso las entradas para el Lope de Vega y
las del Museo del Prado. Las dos niñas saltaban de alegría, cuando su madre les
enseñó la documentación de la apetecible escapada para el fin de semana.
Ya en la capital del Estado, todo marchaba a la
perfección para el disfrute vacacional de una madre con sus dos hijas. Caminaban
precisamente por la Gran Vía, tras haber pasado un buen rato de compras, en el
“espectáculo comercial” del Bershka
matritense, cuando pasaron por un de los grandes teatros que pueblan esa
escénica y densificada arteria de la ciudad. Pararon unos segundos, a fin de
ver los carteles anunciadores de la obra representada en ese “coliseo” de las
artes. Fue precisamente la hija menor, Sabina, quien se dio cuenta de un
inesperado y sorprendente detalle.
“Mami ¿no te has fijado? Yo reconozco
esta cara. Además, tiene su nombre en el cartel de los actores: Pamela … Dalia.
Pero, ese no era su apellido o se equivocaría Tobías, el portero. Es la joven
vecina del apartamento que hace medio año provocaba esos ruidos y lamentos,
hablando sola y que también lloraba y se reía. Buenos ratos que te pasabas con
el oído pegado al tabique. Pues resulta que es una actriz de teatro. Igual sale
en alguna serie de televisión”.
Mariana no
podía dar crédito a la evidencia que tenía delante de sus ojos. El cartel
anunciador era bastante explícito al respecto. Ciertamente la chica estaba un
poco cambiada en su look, por su corte de pelo, algo más delgada y además muy
bien tratada con el maquillaje. Estuvieron unos minutos contemplando las
fotografías, sin que la madre de las dos niñas acertara a realizar comentario
alguno. No encontraba una explicación convincente para su memoria, con los
episodios que había tenido que escuchar y sentir a través de un delgado tabique
separador de viviendas.
Esta madre de familia, separada conyugalmente, no llegó a conocer la realidad de lo que había
sucedido, durante las tres semanas en que Pamela habitó el apartamento 9 E,
como inquilina alquilada. Se trataba de una joven estudiante de arte dramático,
que había querido completar sus estudios en un taller escénico que funciona en
la capital malagueña. Había decidido presentarse, en unión de otras quinientas
aspirantes, a las dos plazas de actores convocadas de una pieza teatral que se
iba a representar en Madrid, en el teatro Coliseum, desde febrero hasta comienzos
del verano. Tras el estío, tendrían contratadas una gira a desarrollar por diversas
provincias de la geografía peninsular e insular. Mientras asistía al taller de
interpretación, como preparación para el casting, alquiló ese apartamento,
trasladándose desde Ronda, su lugar de origen y residencia, hasta la capital de
la Costa del Sol. A diversas horas del día hacía prácticas interpretativas,
sola o acompañada con algunos amigos también aprendices de actores. La
naturaleza argumental de esos ejercicios era variada y, desde luego, a Mariana
le tocó escuchar algunas escenas y episodios de un alto calibre temático, que
le hicieron malinterpretar lo que estaba ocurriendo al otro lado del tabique
separador.-
SONIDOS Y VOCES QUE INQUIETAN, DESDE
ESE OTRO LADO DE LA PARED.
José L. Casado Toro (viernes, 19 Octubre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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