En el comportamiento de
los seres humanos, la dialéctica desarrollada entre los valores y los defectos
aparece como una realidad constante y muchas veces dolorosa, pero que se halla
incardinada necesariamente en las bases estructurales de nuestra propia
naturaleza. A poco que observemos las
respuestas que ofrecemos en el periplo viajero existencial, comprobamos la
presencia habitual de estos contrastes en el proceder de cada uno de los días.
Frente a la valiente imaginación resolutiva,
subyace agazapada el freno inútil de la duda,
con pasividades e indecisiones que a nada conducen. Junto al saludable optimismo vitalizante, llevamos también el incómodo
lastre del pesimismo
depresivo, que nos bloquea y desanima. Frente a la claridad interpretativa o comprensiva, nos aparece
esa incómoda confusión que en nada nos ayuda.
Opuesta a la positiva sonrisa que infunde
confianza y seguridad, se mantiene la actitud negativa de la tristeza, la preocupación y desconfianza. Resultaría
innecesario añadir esos polos opuestos que
presiden la anhelada bondad, frente a la
rechazable maldad.
Y así podríamos seguir enumerando una larga serie
de actitudes y sentimientos opuestos, contra los que habría que “luchar” y frenar en un sentido, estimulando,
favoreciendo y aplaudiendo en la atalaya contraria. Obviamente en todos
nosotros permanecen esos comportamientos enfrentados, que se desequilibran aún
más según las épocas, el proceso educativo, las circunstancias imprevisibles o
el contexto sociológico en el que nos hallamos inmersos.
Existe una respuesta,
más importante de lo que comúnmente parece, que los humanos afrontamos de una
manera u otra en función de no pocas variables. ¿A qué nos estamos refiriendo?
Aunque parezca algo extraño, hay muchas
personas, más de las que admiten reconocerlo, que se sienten abrumadas
en el amanecer de cada uno de los días. Son aquéllos que sufren la
desorientación e incertidumbre, a veces incluso con la angustia que llega al
desánimo, ante la realidad de ese nuevo día que se les ofrece en el calendario.
¿Y qué voy a hacer hoy? Simple interrogante pero
que, para muchos, puede significar “todo un mundo” la mejor manera de
resolverlo. “Cómo voy a llenar todas
esas horas que tengo por delante, otro día más?
Esa privativa y
“existencial” cuestión puede afectar, con letal incapacidad psicológica, a
personas de todas las edades y condición. Pero, de manera preferente, ese
bloqueo o confusión mental para la acción se agudiza en
las personas mayores, que ya han logrado alcanzar la deseada etapa de la
jubilación en su historial profesional. Se puede entender fácilmente esta
curiosa realidad. Durante una larga etapa laboral, las personas tenían
relativamente bien delimitadas sus obligaciones de cada día en el trabajo. En
el núcleo de cada jornada, había que
cumplir ese horario laboral de las siete u ocho horas, por el que tantas veces nos
quejábamos, añorando ese mayor tiempo libre inexistente. Sin embargo, a pesar
de estos lamentos por la dureza y rutina del trabajo cotidiano, se asumía y
“tranquilizaban” todas esas obligaciones profesionales que otros imponían desde
sus puestos directivos. El resto de las veinticuatro horas se rellenaba con el
tiempo de descanso, el aseo y la alimentación necesaria, los tiempos pasivos o
activos consumidos frente al televisor o ante las máquinas informáticas, el
ocasional paseo y las compras, el ejercicio paternal o incluso la práctica
deportiva.
Pero he aquí que, en la
avanzada madurez, llega la “jubilosa” fase de la ausencia de ese tercio diario
de horario laboral. A partir de este trascendental momento en la vida de las
personas, es el mismo interesado quien ha
programar la rutina de sus amplias horas disponibles. Antes lo hacían otros por
él, mientras que ahora es el propio ex-trabajador quien tiene todo el
protagonismo en la aludida planificación a realizar durante las veinticuatro
horas. Es en este momento cuando a muchos les llega el “pathos” del agobio, el
desconcierto, la “orfandad” para la toma de decisiones. Y esta embarazosa
situación aparece cada mañana y, probablemente, cada tarde. Estos abrumados
jubilados se repiten, una y otra, vez la misma pregunta: ¿Y qué voy a hacer hoy? ¿Lo mismo que ayer? ¿Igual que
mañana? El problema no es hacer lo mismo una vez más, sino que ese
proyecto del día, a fuer de su repetición, seduce cada vez menos, fomentando la
pereza, el desaliento, todo ello teñido de un profundo desánimo. El origen del
problema sin duda está en no saber organizarnos con la necesaria autonomía, en
esta época en que se nos agudiza el cansancio físico y psicológico, propio de
la avanzada edad. También habría que considerar en que no se nos ha preparado
de manera adecuada para hacer atractivo ese tiempo libre del que ahora “ampliamente”
disponemos.
Muchos de los que se ven
inmersos en este bloqueo de su capacidad volitiva buscan soluciones, más o menos ingeniosas, para superar de
la mejor forma esta incómoda situación en el amanecer de cada uno de los días.
Otros, por el contrario, se pliegan a la pasiva comodidad de acudir a su médico
de cabecera, a fin de que el galeno les prescriba esos barbitúricos
farmacéuticos (en función de sus supuestos “males” corporales y mentales) con
los que poder sobrellevar, pero no resolver, desde luego, el origen de ese
problema que sienten o imaginan padecer. La mejor terapéutica obviamente se
encuentra dentro de ellos mismos. Es un asunto de educación, iniciativa,
imaginación y, de manera especial, de fuerza de voluntad.
Acerquémonos a una
historia, vinculada a esta temática, de entre las muchas que podemos ver
escenificadas en el contexto social en el que se desarrollan nuestras
vivencias.
Primitivo
Terrón Genil ha estado durante toda su
vida laboral vinculado a una prestigiosa
entidad bancaria, con sede en la mayoría de los munIcipios andaluces y
también en otras importantes provincias del Estado. Comenzó
a trabajar en su entidad financiera cuando tenía apenas 25 años de edad, dos
años después de haber finalizado sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas
y Empresariales de la U.M.A. Su entrada en la muy conocida empresa se vio especialmente
facilitada por la oportuna gestión que al efecto realizó un tío suyo, íntimo
amigo de un consejero del banco, con el que compartía cargos directivos en una
importante hermandad cofradiera malacitana.
Por su trabajo,
dedicación y preparación, fue “escalando” puestos de mayor responsabilidad
laboral a la de un simple empleado, ascendiendo a las categorías de
interventor, jefe de sección y miembro del consejo consultivo. A los 45 años
consiguió el “goloso” puesto de director de sucursal,
siendo destinado a una sede de gran importancia logística, en el entorno empresarial
del Parque Tecnológico de Andalucía en Málaga. Como los demás trabajadores de
la entidad, cumplía un horario diario de 8 a 14 horas, completando el tiempo de
trabajo con tres tardes a la semana de permanencia en las oficinas, ya sin la
presencia de clientela, para completar
esa labor continua de expansión y dinamización, en un sector de fuerte y aguerrida
competitividad.
Desde joven mostró un fuerte y rudo carácter, crispado temperamento que le
hacía ser respetado y al tiempo “temido” por sus subordinados, que se sentían
obligados a depararle un frecuente servilismo mezclando de ridícula sumisión,
con las adulaciones correspondientes. De esta forma el todopoderoso jefe se
sentía felizmente halagado. Entre los más jóvenes empleados de la entidad, la
firme mirada de su rostro, donde poblaba un inmenso y bien cuidado bigote, cada
vez más canoso, junto a su voz directiva, cortante y ejecutiva, “teñida” de
espíritu castrense para el mando sin discusión, sembraba y provocaba el temor,
el sometimiento, el sí Sr. bajando la visual de los ojos, evitando cualquier
gesto que pudiera molestar o incomodar a tan poderoso jefe “caciquil”. Ese aire
militar, con el que gustaba enseñorear la notable humanidad de su figura, lo
potenciaba añadiendo a las suelas y tacón de sus zapatos unos protectores o
apliques metálicos que provocaban una rítmica acústica cuando caminaba de un
lugar a otro de la oficina, con su incómodo aire de fiscalizador permanente. No
usaba correa en los pantalones, sino que éstos eran sujetados por unos
tradicionales tirantes, aplicados sobre sus hombros achapados, tirantes donde
mostraba con desenfado y orgullos los colores rojo y gualda de la bandera preconstitucional.
La ideología política que profesaba, que no se recataba en disimular, estaba
orgullosamente vinculada a los sectores más ultraconservadores del espectro
social, aunque siempre evitó la militancia en organización partidista, pues en
modo alguno iba a aceptar, por su altanero carácter, tener a otro militante por
encima de su persona y por supuesto recibir directivas u órdenes concretas, procedentes
o emanadas de la correspondiente “jerarquía de mando”.
Su altanero poder
también era ejercido, en justa coherencia, sobre la clientela que con él tenía
que conversar, a fin de solicitar sus favores en forma de préstamos (con
elevados intereses para su devolución) u otras prebendas o ventajas financieras
que Don Primitivo sabía muy bien rentabilizar y dosificar. La adulación y el
temor al todopoderoso personaje era un peaje servil si se querían obtener unas
condiciones asumibles y un minimo trato favorable en las demandas y peticiones
que con exquisita sumisión y sonrojante acatamiento se le planteaban. Este
hombre de poblado bigote y circunferencia ventral con grados de formato muy
“generosos” era considerado casi como un dios, con esas tan ridículas
reverencias que escondían un “temor infantil” a sus reacciones, si algo o
alguien osaban molestar o contrariar a tan barrigudo director. Los intereses de
las imposiciones a plazo, la “letra pequeña” y otras condiciones de los siempre
onerosos préstamos hipotecarios, el “tráfico” del mercado inmobiliario, los
temidos gastos a abonar por las transacciones dinerarias o por el mantenimiento
de las cartillas de ahorro, etc. Todo ello y más pasaba por el fielato de su
control, ambición y soberbía personal.
Nunca consintió que su
sumisa mujer, Clara Limnar Glas, trabajara
fuera del hogar familiar, a pesar de la titulación que su cónyuge detentaba en
el currículo académico (maestra de Educación Primaria). “Tú te dedicas al cuidado y educación de nuestros hijos y a las
tareas propias de una mujer en el hogar. Nada de “caracolear” por esos mundos.
Lo digo yo y no hay más que hablar. Y no me repliques, si no quieres que me
enfade, que ya sabes cómo me pongo cuando se me lleva la contraria”. Por
supuesto que doña Clara siempre tuvo que mirar hacia otro lado cuando percibía
pruebas evidentes de las veleidades afectivas y temporales aventuras
sentimentales mantenidas por el “Rey de la casa”, para saciar sus tensiones
sexuales con el vigor que le caracterizaba. La más estable de estas
“aventurillas”, para el desahogo de su poderoso sexo, fue una preciosa y
sensual joven argelina, cuyo nombre era Salima.
Pero “a todo cerdo le
llega su San Martín” famoso e ilustrativo dicho popular, cuyo sentido
metafórico iba a transformar drásticamente la vida profesional y personal de
tan insigne y rechazable personaje. Con 56 años de edad y 31 de ejercicio
profesional le llegó, como también a otras muchas personas, el turbulento
vendabal de una muy despiadada crisis económica,
que grupos financieros y políticos internacionales “se sacaron de la manga” a
fin de provocar una gravísima contracción en los flujos dinerarios que sembró en
el mundo un castigado y humillado ejército de millones de seres sometidos al
horizonte amargo y cruel del desempleo. Esta espantosa crisis, que nació precisamente
en los oscuros círculos financieros de la banca a finales de la primera década
del siglo XXI, obligó paulatinamente a desarrollar en este sector una drástica e
ineludible reestructuración “sanitaria”, en forma de absorciones, cierres de
miles de sedes, traslados imperativos del personal y “más o menos negociados”
despidos.
Al “todopoderoso” don
Primitivo, cuando alcanzó los cincuenta y ocho años de edad, se le ofreció un despido pactado, pues el grupo financiero en el
que se había integrado su banco quería rejuvenecer profundamente la plantilla.
En esta negociación también intervino la circunstancia de una antigua y molesta
dolencia de cervicales, que médicos “amigos” supieron eficazmente presentar
ante el tribunal que decidió su incapacidad parcial o temporal correspondiente.
Hubo cena de despedida, a la que no asistieron
todos sus antiguos compañeros. Tras la entrega de una placa grabada sobre fondo
de alpaca y el ineludible ramo de flores a Dña. Clara, llegaron esas amables
palabras de afecto y agradecimiento, ofreciéndole la seguridad de que tendría
siempre las puertas de “su casa” laboral abiertas para todo lo que desease.
Los primeros meses de su nueva vida “jubilosa” los
recibió con el gozo propio de poder dedicar el amplio tiempo disponible a una afición que siempre había mantenido entre sus
deseos. De pequeño había estudiado algo de solfeo, iniciando la “carrera” de piano. Ahora podía retomar
aquella infantil ilusión de ejercitar esa destreza en una academia de música.
Pero las aficiones que se mantienen en el letargo, al desarrollarlas comienzan
a perder el vigor y la urgencia del deseo. Después de la 5ª o 6ª clase (45
euros más IVA, por hora y media de práctica) el aprendiz del teclado fue
perdiendo su acumulado interés inicial. No era una ilusión real, por lo que el sopor
de la pereza se fue adueñando de su persona. Para mantener estos aprendizajes
en la madurez hay que aplicar esa férrea voluntad inexcusable que no todos
poseen, pues la edad agudiza las limitaciones y hace lentas y torpes nuestras débiles
respuestas.
Aprovechando la
permanencia del abuelo en el hogar, le llegó inevitablemente el cuidado,
aguante y distracción de los cinco nietos, tiempo diario y vacacional
hábilmente dosificado por sus dos hijos que tenían que viajar, salir por las
noches, trabajar en la Semana Blanca o hacer compras “ineludibles”. La vitalidad
de unos críos, de entre los cuatro y ocho años, superó pronto la paciencia del
“tato” Primitivo que pronto dio un “resoplido” de los suyos, imponiendo unos
severos horarios a la llegada de esos gritones e hiperactivos nietecillos. “Déjame de
monsergas y sentimientos de sacristía con purpurina, Clara, que yo no soy ni he
estudiado para ser cuidador de guardería. No me da la gana de ejercer como “abuelo
Cebolleta”. A los niños que los aguanten sus papás y sus mamás”.
Habían transcurrido unos
meses desde su jubilación, cuando una mañana decidió realizar una visita a los
compañeros de su añorada sede, en donde había ejercido el mando como un buen
general. El impacto anímico que recibió, tras franquear la puerta de entrada,
fue visualmente desalentador. No conocía al compañero que estaba en la caja de
pagos, a las señoritas de atención al cliente, ni al propio interventor de mesa
quien, sentado en su mullido asiento, apenas levantó la vista para indicarle
que esperara, para ser recibido por el director de la sede. Más de quince
minutos estuvo aguardando, hasta que una operaria le indicó que podía pasar al
despacho que él bien había “habitado”.
“Aunque he
oido hablar de Vd. lamento no conocerle personalmente, don Primitivo. He venido
recientemente a Málaga, trasladado desde mi ciudad natal que es Valencia. Pongo
en valor su visita y las sugerencias que amablemente me transmite, dada su
experiencia. Pero me va a perdonar que sólo pueda dedicarle estos muy breves
minutos, pues dentro de un cuarto de hora tengo una cita en la delegación de
Hacienda y quiero ser puntual con mi presencia”.
El director actual de su
antigua oficina, Lorenzo Brebial de la Mata apenas
dedicó unos diez minutos a la oronda figura del veterano Don Primitivo. Solventó
con una desafortunada sonrisa, forzada y nerviosa, los ofrecimientos que su
interlocutor le hacía a fin de aconsejarle sobre la mejor logística a
desarrollar en cuanto a inversiones y estregias inmobiliarias o industriales.
Este joven y arrogante director le dio claramente a entender que deseaba
aplicar otras estructuras organizativas a la nueva dinámica e ingeniería
financiera que la entidad había establecido. Veía ante sí a un “dinosaurio” de
otra época y no quería seguir perdiendo el tiempo con un jubilado al que le
sobraba precisamente esa dimensión temporal que marcan los relojes. Pensaba
para sus adentros “Menudo tostón. Déjenos tranquilos,
don Primitivo” mientras le acompañaba a la puerta de su despacho, totalmente
redecorado, invitándole a salir.
Con el avance de los
meses, este insigne ex miembro de la banca cayó en una pendiente depresiva,
pues se levantaba de la cama cada día un poco más tarde, sin saber realmente a
qué iba a dedicar su amplio horario disponible. La realidad es que apenas tenía
amistades, pues aquéllas relaciones de cuando ejercía su actividad pronto se
cobraron sus desaires, desmanes y bruscos comportamientos, poniendo tierra de
por medio con respecto a un personaje al que habían tenido que “aguantar” o
soportar, pero siempre habían despreciado en lo mas hondo de su ser. Al fin
ahora había sido “borrado” de sus agendas, por lo que evitaban ponerse al
teléfono ante sus requerimientos de conversación.
Los consejos de un joven
y cualificado médico gerontólogo, el Dr. Claudio
Pitarch Bautista, fueron sumamente eficaces para mostrar una senda de
recuperación y esperanza a un hombre que había caído del “pedestal” y ahora no
sabía cómo levantarse.
“Primitivo,
que no te voy a afiliar a la cofradía de los fármacos y barbitúricos contra la
depresión, aunque para mi sería lo más fácil de hacer y conseguiría tu
fervoroso aplauso. La medicina o terapéutica adecuada tiene que salir verdadera
e inexcusablemente de tu propia persona. Todo es una cuestión de voluntad,
humildad y, al tiempo, valentía. Tienes que vivir en el día. Tienes que pensar
primero en el sí. Después, también en el sí. No busques excusas o razones para
el no. Aplica todos los incentivos que te estimulen a hacer cosas, llena tu
tiempo, mantente ocupado. No le tengas miedo al nuevo día. Busca novedades y
empréndelas, sin temor o recelo. Pues siempre habrá otras buenas realidades que
a buen seguro estarán por venir. Aplícalas a tu vida y no le des más vueltas a
las cosas. Sigue adelante. Cuando tengas muchas opciones como posibilidad,
empìeza por la primera, sin agobiarte. Después, una segunda. Y así, ladrillo a
ladrillo. Esas pequeñas metas, al final acaban sumando. Escribe cada noche en
tu agenda aquello que te propones hacer mañana. Y no olvides cumplir esos
proyectos. Por pequeños o modestos que sean. Ya hemos acordado que vas a
olvidar las excusas para el no. Déjate llevar. Cada amanecer que llega a tu
vida es una nueva victoria existencial. Y no esperes o exijas de los demás. Tu
mejor premio será dar a los demás aquéllo que precisamente ellos están, o
pueden estar, esperando de ti”.
José L. Casado Toro (viernes, 10 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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