Un admirado científico,
reconocido por su inmensa y ejemplarizante labor de toda una vida en el campo
de la bioquímica, era entrevistado por una agencia mundial de noticias. Profesor
e investigador infatigable, acumulaba en su espléndido currículo un brillante
historial labrado a lo largo de su ya
extensa existencia. La insigne y magna figura de tan ilustre personaje quedaba
contrastada y ensalzada sin embargo por la sencillez y humildad de sus
respuestas, plenas de esa sabiduría atesorada a lo largo de su activa presencia
en “mil batallas” ganadas para el patrimonio cultural de la humanidad.
Efectivamente, la claridad, grandeza y modestia de su magisterio enriquecía
tanto al lector que se acercaba a sus palabras, como al propio protagonista que
paciente y serenamente las pronunciaba. Infatigable lector, quería matizar
curiosamente ese admirable comportamiento estudioso, con una observación que a
todos nos hizo pensar, no por menos conocida
sino por quién la exponía, con esa valentía y grandeza de un sabio que
habla mirando con serenidad a su memoria:
“Qué duda
cabe que mis conocimientos y posteriores logros científicos (con tanta
generosidad aludidos por Vd.) provienen fundamentalmente del contenido
atesorado en los libros, alimento del alma y de la inteligencia, lo que me ha
permitido vivir y avanzar en cada uno de mis ya largos días. Pero quiero
confesar a sus lectores, además de a todos aquellos que se acerquen a mis palabras,
una realidad personal que nos debe servir para la reflexión: la verdadera
cultura y ciencia que he podido ir adquiriendo en mi fructífero periplo vital
procede, en un elevado porcentaje también, de ese gran magisterio que
representa la escuela de la vida”.
Con esta humilde y
sensata sentencia, el preclaro personaje deseaba prestar homenaje a ese sublime
aprendizaje que recibimos, casi sin apenas
darnos cuanta, desde la convivencia diaria.
Podemos y necesitamos “beber” en la fuente maravillosa e insustituible que nos
proporciona la riqueza bibliográfica, pero también sacia nuestra sed de cultura
y alimenta nuestra mente, el simple ejercicio de pasear por las calles y plazas
de las ciudades. También aprendemos cuando nos
relacionamos a través de la palabra, oral o escrita, con nuestros semejantes,
cuando observamos y reflexionamos, acerca de ese rico y heterogéneo entorno que
nos sustenta como ciudadanos, cuando integramos conceptual y anímicamente la
lectura visual de una película o una obra teatral, cuando “alimentamos” el alma
con los mensajes y la acústica melodiosa de una canción, cuando viajamos por
otros espacios y diferentes formas de concebir la existencia, cuando
escribimos, pensamos, sentimos y comunicamos.
Aquella tarde de Julio
acompañaba, con su cálida y sensual placidez, el agradable paseo de centenares
de viandantes. Regresaba caminando desde los salones de estudio y lectura
habilitados en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Es un
estupendo lugar para aprovechar esas horas y minutos en las que estudiar, leer
y expresar por escrito contenidos diversos, sustentado en un vitalista y
cromático espacio, donde se permite mantener ese diálogo con los compañeros y
amigos generador en interesantes grupos de trabajo. Descendiendo por las
empinadas cuestas desde el Altozano universitario, haces inmersión en la
especial sociología humanística que anima el barrio de la Cruz Verde, a través
de esa variopinta arteria de la calle Los Negros, hasta desembocar en la
entrañable calle Refino, donde nació y vivió su infancia la cantante y actriz malagueña
Josefa Flores González (febrero, 1948), aquella
inolvidable estrella llamada Marisol, que iluminó tantas horas de nuestras
infancias con su sana y desenfadada alegría. Ese dulce paseo se enriquece
con la preciosa (y no bien aprovechada) Plaza de la Merced, cuna también del
genio artístico de Pablo Ruiz Picasso (Málaga
1881- Moujins, Francia, 1973) uno de los lugares y entornos románticos de más
porvenir urbanístico en la capital malagueña, en la actualidad dominado o
“tomado” por la actividad hostelera. Y de ahí, la renovada calle Alcazabilla, con ese imperecedero muestrario
monumental del cine Albéniz, el teatro Romano, la Alcazaba musulmana, el magno
edificio neoclásico del Museo de Málaga (antigua Aduana y Gobierno Civil) las
estribaciones del Museo Picasso y una hosteleria pujante, liderada por el
cosmopolitismo gastronómico del universal El Pimpi, ubicado precisamente junto
al ático residencial del famoso actor José Antonio
Domínguez Bandera (Málaga, 1960). Este cultural y sin par entorno
monumental se encuentra a escasos metros de la “realeza” arquitectónica que
ostenta la Catedral, renacentista y barroca, de nuestra ciudad, la “manquita”
de la polémica torre inacabada que, aplicando sensatez ciudadana y respeto
artístico, debe dejarse tal y como está (reformando, lógicamente, esa cubierta
que tantos problemas está provocando para la pervivencia de tan significativo
monumento para la memoria y ornato de nuestra ciudad.
En este cosmopolita entorno, ofrecen sus destrezas artísticas
y productos autoelaborados a los paseantes numerosos cantautores, pintores,
guitarristas, tañedores, artesanos y artistas con sus respetuosas sonrisas y
ese “guiño” a unas muy bien venidas monedas para su necesidad material,
donaciones que sustenten sus, en muchos de los casos, bohemios y peculiares
estilos de vida. El ilustrativo catálogo de personajes haría bien extensa su
enumeración, aunque pueden destacarse algunos que reclaman con justicia su
humano protagonismo.
El potente tenor
cantante ópera, el dúo de flauta y guitarra con melodías de siempre, la joven
pareja que baila con destreza los tangos argentinos, el siempre entrañable
cantante country unido a su manoseada y vieja guitarra, el grupo silencioso y
misionero de personas evangélicas, el pintor de acuarelas y tesoros de la mar,
el habilidoso artesano constructor de figuras de alambre, el acordeonista que
nos regala sus románticas melodías, el funambulista que articula sus diestros
ejercicios físicos o ese “mágico” creador de “imposibles” pompas de jabón, las
cuales despiertan las sonrisas y el asombro de mayores, adultos y, de manera
especial, en los niños.
Esa tarde del miércoles,
me llamó la atención una joven (no superaría en muchos años su treintena en edad)
quien vestida con atuendos llamativamente bohemios (especialmente por la
intensidad de sus colores) ofertaba su atractiva y bien elaborada mercancía. Se
trataba de objetos diversos, como carteras, monederos, posavasos, fundas para
guardar las gafas, llaveros, ceniceros, joyeros, maceteros, etc, todos ellos elaborados con
materiales reciclados. Cuando me detuve a observar sus muy hábiles y
bien elaboradas mercancías, percibiendo mi interés manifiesto por estos
objetos, Clamia (así era su nombre) se dispuso
con manifiesta amabilidad a informarme, con una muy detallada didáctica, acerca
de las materias primas que había utilizado para su “construcción” y
terminación.
“La mayor
parte del material, que tan “alegre” e imprudentemente arrojamos a la bolsa de los
residuos, puede tener una segunda vida u oportunidad, a poco que apliquemos un
sentido racional y cívico al cuidado medioambiental. Mi toma de conciencia ante
este grave problema para la humanidad comenzó en los años de la formación
secundaria. Poco a poco, con unas oportunas enseñanzas por parte de
profesionales cualificados en la materia, aplicando mucha dedicación y amor al
cuidado de la naturaleza, fui elaborando productos útiles para nuestra vida,
los cuales voy ofreciendo en ferias de las artesanía, mercadillos, lugares
turísticos, viajando a grandes ciudades como también a las pequeñas.
Reutilizo
las latas vacías de refrescos y cervezas, las botellas que se tiran al
contenedor de los vidrios, también las de plásticos, los envases de cartón y madera de los electrodomésticos y
otros objetos de lo más insospechado, telas usadas (lógicamente, tras haberlas
limpiado) cables, piezas de los motores sacados del desguace, neumáticos
usados, palés de madera, zapatos y sandalias en desuso, cartonajes de los bricks,
bolsas de plástico reutilizadas, restos de tuberías y cableado eléctrico, piezas
de viejos televisores y radios abandonadas junto a los contenedores de basura,
restos de ladrillos y otras materiales para la construcción, etc.
Tras su
limpieza y desinfección, diseño nuevas piezas con su materia prima, buscando siempre
una adecuada utilidad para nuestra vida cotidiana. En cuanto a las pinturas y
colores, también se pueden obtener de una forma económica, a partir de
distintos tipos de tierras, minerales y flores de la naturaleza, sin olvidar
las grasas y los aceites que aparecen en la estructura corporal de los animales
y los peces.
Además de
la venta ambulante, por las plazas y calles de las ciudades y en las ferias de
las artesanías, también puedo sacar beneficios desde otras procedencias. Hay empresas que están trabajando para su
comercio con este tipo de productos, elaborados con materiales de una segunda o
tercera generación. Estas marcas nos suelen encargar, a muchas personas como
yo, la elaboración de todo tipo de productos, como por ejemplo, sillas y mesas
reutilizadas, mobiliario de dormitorio u otras dependencias de la casa, espejos
de diversos formatos, lámparas de sobremesa, cajoneras, zapateros, cortinas y
colchas de cubrecamas, objetos decorativos como floreros o figuras decorativas
de vanguardia, elaborados con metales, conchas de la playa o incluso piedras de
cualquier origen. Como ves, casi todo nos sirve. Estamos preparados para
aprovechar y reutilizar, a la hora de elaborar los más curiosos objetos. Lo más
triste del caso es que estas multinacionales pagan ínfimas cantidades por nuestros
trabajos, cuyo precio después vemos multiplicados por diez o incluso veinte en prestigiosas
tiendas de regalos.
Como observo
de que tienes conciencia para valorar esta gran labor que realizamos, te voy a
entregar un folleto de la empresa para la que usualmente trabajo, cuya sede
central se encuentra en los Estados Unidos, aunque tiene filiales en las más
importantes capitales del mundo. Si realizas un pedido por Internet, lo tienes
en tu domicilio en menos de 48 horas”.
Me impresionaba la
capacidad y ganas de hablar que demostraba, sin el menor rubor o cortapisa, mi
joven interlocutora. Había que valorar, en estricta justicia, el esfuerzo
imaginativo que aplican estas personas, con su habilidad para saber recuperar
todas aquellas materias que usualmente
tiramos al cesto de los residuos, a fin de convertirlas en nuevos
productos de interesante precio y aprovechamiento cotidiano.
Fue tanta la amabilidad
de esta joven, con alegres rasgos zíngaros, ojos color turquesa, piel algo
cobriza (bien trabajada por el sol), largo cabello negro y variados adornos o
aditamentos corporales, aplicados también a su largo traje multicolor, calzando
unas muy gastadas sandalias de piel morunas, que me sentí Obligado a comprarle
alguna mercancia que elegí entre la variada oferta que tenía sobre un gran
lienzo de tela celeste que reposaba sobre el suelo. Elegí unos simpáticos posavasos, elaborados a partir de unas latas de cerveza
y con una conformación que facilitaba la resistencia al volcado del vaso o copa
que se colocaba sobre los mismos. 4 posavasos cuyo precio fijó en 12 euros,
aclarándome que solía venderlos algo más
caros, pero que para ella lo importante era “hacer nuevos clientes”. Por
cierto, no he comentado que junto a ella, en actitud majestuosa e indisimulado
orgullo, aunque también zalamero y remolón, reposaba un voluminoso y elegante
gato, de abundante pelo “teñido” con diversas tonalidades de color marrón. Su
ama y propietaria llamaba a la bien parecida y querida mascota con el nombre de
Nicolás.
Ya en casa, repasé el
folleto que Clamia me había entregado y ubiqué la curiosa mercancia que había
comprado en esos estantes donde se acumulan tantos objetos para el adorno y la
recogida de polvo, con un uso más que relativo. Como el contenido que el folleto ofrecía no
era especialmente detallado, cometí “el error”
de enviarles un correo electrónico, para solicitar una más completa información.
Desde siempre me había preocupado todo lo concerniente al cuidado del medio
ambiente, considerando muy loable labor desarrollada por estas empresas, dado
su encomiable desvelo por el aprovechamiento y limpieza de esa superficie
terrenal que tan impúdicamente ensuciamos y tan poco cuidamos.
Desde aquella “infortunada”
decisión, comencé a ser “bombardeado” por una heterogénea correspondencia de
e-mails, publicidad en soporte papel, llamadas telefónicas (realizadas a las horas más insospechadas) en
las que se me ofertaban los más variados productos, elaborados con materiales
originados en el reciclaje. Los precios que soportaban, tan heterogénea y
laboriosa oferta, eran realmente algo elevados. Pero estas marcas se
justificaban en lo complejo y artesanal de su diseño, realización y
construcción, como esforzadas manualidades que estaban protegiendo el entorno
donde realizamos nuestra vida diaria.
A final me decidÍ por
encargarles un bonito centro de mesa, para
colocar sobre el mismo frutas, flores u otros objetos de adorno. La peculiaridad
de este bien trabajado “regalo” (60 euros) es que estaba realizado a partir de
tapones de corcho reutilizados y esas antiguas chapas de lata con las que se
cerraban y conservaban cervezas, refrescos y demás bebidas. También habían aplicado
diversos trozos de cristal coloreado, encastrados en una pasta de cemento, yeso
o similar. Cuando recibí, en aproximadamente día y medio, el ilusionado pedido,
comprobé que el bien presentado objeto justificaba plenamente el precio que
aboné con la tarjeta bancaria. Además de la habilidad y esfuerzo aportado en la
realización del producto, había contribuido, de alguna forma, al cuidado de esa
naturaleza, tan descuidada por nuestra criticable indolencia y dejadez.
Una noche, tres meses
más tarde de aquel motivador encuentro en la calle Alcazabilla, sin saber por
qué recordé al personaje de Clamia. Me preguntaba que habría sido de aquella
sugerente e inocente joven, que unía a su esfuerzo por subsistir en este
atolondrado mundo, vendiendo con humildad en la vía publica sus habilidades
artesanas, ese tan noble fin de reciclar miles de cosas y elementos personales
que inútil y neciamente tiramos o nos desprendemos. Con ello colaboraba en la
limpieza y conservación de un medio ambiente, cada vez más contaminado y carente
de pureza ecológica. ¿Qué sería de aquella humana y frágil figura, tan especial en su trato, como
modesta y laboriosa en su dedicación? Esa recuperadora de aquello que tan inútilmente
perdemos, que una vez se cruzó en mi vida y me hizo reflexionar sobre los
desafortunados comportamientos que tantos de nosotros impunemente hacemos,
sobre ese precioso contexto material que la naturaleza ha puesto generosamente
a nuestra disposición.
La verdad es que el tema
del reciclaje seguía dando vueltas sobre mi cabeza. Casi de manera automática,
tecleé en el Google ese importante concepto o vocablo que desde hacía tiempo
mucho me preocupaba. En fracción de segundos, el universal buscador puso a mi
disposición varias decenas de entradas, vinculadas de una u otra manera a ese
tan actualizado y concienzado concepto del reciclaje de productos. Llamó mi
atención (por la magnitud informativa del acontecimiento) un Congreso internacional que se celebraba en la
capital catalana sobre esta tan ineludible y cívica temática. Efectivamente,
Barcelona era la sede de una importante reunión
congresual mundial, de periodicidad bianual, que en esta oportunidad desarrollaba
su ya sexta edición.
Presté atención a los
titulares más importantes tratados en el congreso, en el que numerosas empresas
vinculadas al sector presentaban sus más sofisticados y aventajados productos,
en un gran SALÓN DEL RECICLAJE, asi como
interesantes aspectos relacionados con sus respectivas y aguerridas logísticas.
La copiosa información ofrecida por la página, recogida desde diversas
publicaciones de los medios de prensa, iba enriquecida por un ilustrativo
soporte gráfico, tanto de los productos como de las personalidades
intervinientes en las presentaciones y deliberaciones subsiguientes. En un
preciso momento me detuve en una de las fotografías,
que mostraba la imagen de la mesa organizadora de tan interesante reunión
congresual. Sentados en la tribuna presidencial aparecían cinco hombres y una
mujer. Aunque dudé durante unos segundos, esa única persona del sexo femenino me
recordó de inmediato a la “nostágica” Clamia de Alcazabilla, aunque ahora su
imagen aparecía notablemente transformada si la comparaba con esos archivos de
la memoria, a los que racionalmente podemos acudir para nuestra necesidad.
Me resultaba difícil dar
crédito a lo que veía en la foto. No habían pasado ni tres meses desde mi
encuentro con aquella bohemia vendedora de productos reciclados, que ahora
aparecía con un destacado cargo en la mesa presidencial del congreso. Realmente
muy cambiada, tanto en su cuidado físico, como también en el elegante atuendo
que vestía. La información se refería a ella como Celina
Verdel Ventura, doctora en ingenieria de materiales biodegradables, indicando
su vinculación a una importantísima empresa alemana, señera en el estudio investigativo
de la transformación y recuperación de materias primas.
A pesar de su sorprendente
y espectacular cambio de look, la referida Celina era Clamia. Aquella joven que
ofertaba sus habilidades artesanales sobre un modesto y empolvado lienzo celeste,
que descansaba bajo una tarde soleada sobre las cálidas losetas de piedra de
una transitada calle de la monumentalidad malacitana. No tenía la menor duda al
respecto. Esa noche tardé unas cuantas horas en poder conciliar el sueño, a fin
de alcanzar el imprescindible descanso. Me repetía, una y otra vez, una
consideración basada en ésta tan extraña experiencia: ¡Cuántas cosas se pueden
aprender, con simplemente pasear por las vías y plazas de nuestras ciudades!
Así es la cultura de la calle. Así debemos
valorar este inmenso bagaje, atesorado en el mágico y divulgativamente
didáctico libro de la vida.-
José L. Casado Toro (viernes, 24 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga