viernes, 24 de agosto de 2018

EL SIEMPRE NECESARIO Y SUTIL LIBRO DE LA VIDA.

Un admirado científico, reconocido por su inmensa y ejemplarizante labor de toda una vida en el campo de la bioquímica, era entrevistado por una agencia mundial de noticias. Profesor e investigador infatigable, acumulaba en su espléndido currículo un brillante historial  labrado a lo largo de su ya extensa existencia. La insigne y magna figura de tan ilustre personaje quedaba contrastada y ensalzada sin embargo por la sencillez y humildad de sus respuestas, plenas de esa sabiduría atesorada a lo largo de su activa presencia en “mil batallas” ganadas para el patrimonio cultural de la humanidad. Efectivamente, la claridad, grandeza y modestia de su magisterio enriquecía tanto al lector que se acercaba a sus palabras, como al propio protagonista que paciente y serenamente las pronunciaba. Infatigable lector, quería matizar curiosamente ese admirable comportamiento estudioso, con una observación que a todos nos hizo pensar, no por menos conocida  sino por quién la exponía, con esa valentía y grandeza de un sabio que habla mirando con serenidad a su memoria:

“Qué duda cabe que mis conocimientos y posteriores logros científicos (con tanta generosidad aludidos por Vd.) provienen fundamentalmente del contenido atesorado en los libros, alimento del alma y de la inteligencia, lo que me ha permitido vivir y avanzar en cada uno de mis ya largos días. Pero quiero confesar a sus lectores, además de a todos aquellos que se acerquen a mis palabras, una realidad personal que nos debe servir para la reflexión: la verdadera cultura y ciencia que he podido ir adquiriendo en mi fructífero periplo vital procede, en un elevado porcentaje también, de ese gran magisterio que representa la escuela de la vida”.

Con esta humilde y sensata sentencia, el preclaro personaje deseaba prestar homenaje a ese sublime aprendizaje que recibimos, casi sin apenas darnos cuanta, desde la convivencia diaria. Podemos y necesitamos “beber” en la fuente maravillosa e insustituible que nos proporciona la riqueza bibliográfica, pero también sacia nuestra sed de cultura y alimenta nuestra mente, el simple ejercicio de pasear por las calles y plazas de las ciudades. También aprendemos cuando nos relacionamos a través de la palabra, oral o escrita, con nuestros semejantes, cuando observamos y reflexionamos, acerca de ese rico y heterogéneo entorno que nos sustenta como ciudadanos, cuando integramos conceptual y anímicamente la lectura visual de una película o una obra teatral, cuando “alimentamos” el alma con los mensajes y la acústica melodiosa de una canción, cuando viajamos por otros espacios y diferentes formas de concebir la existencia, cuando escribimos, pensamos, sentimos y comunicamos.

Aquella tarde de Julio acompañaba, con su cálida y sensual placidez, el agradable paseo de centenares de viandantes. Regresaba caminando desde los salones de estudio y lectura habilitados en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Es un estupendo lugar para aprovechar esas horas y minutos en las que estudiar, leer y expresar por escrito contenidos diversos, sustentado en un vitalista y cromático espacio, donde se permite mantener ese diálogo con los compañeros y amigos generador en interesantes grupos de trabajo. Descendiendo por las empinadas cuestas desde el Altozano universitario, haces inmersión en la especial sociología humanística que anima el barrio de la Cruz Verde, a través de esa variopinta arteria de la calle Los Negros, hasta desembocar en la entrañable calle Refino, donde nació y vivió su infancia la cantante y actriz malagueña Josefa Flores González (febrero, 1948), aquella inolvidable estrella llamada Marisol, que iluminó tantas horas de nuestras infancias con su sana y desenfadada alegría. Ese dulce paseo se enriquece con la preciosa (y no bien aprovechada) Plaza de la Merced, cuna también del genio artístico de Pablo Ruiz Picasso (Málaga 1881- Moujins, Francia, 1973) uno de los lugares y entornos románticos de más porvenir urbanístico en la capital malagueña, en la actualidad dominado o “tomado” por la actividad hostelera. Y de ahí, la renovada calle Alcazabilla, con ese imperecedero muestrario monumental del cine Albéniz, el teatro Romano, la Alcazaba musulmana, el magno edificio neoclásico del Museo de Málaga (antigua Aduana y Gobierno Civil) las estribaciones del Museo Picasso y una hosteleria pujante, liderada por el cosmopolitismo gastronómico del universal El Pimpi, ubicado precisamente junto al ático residencial del famoso actor José Antonio Domínguez Bandera (Málaga, 1960). Este cultural y sin par entorno monumental se encuentra a escasos metros de la “realeza” arquitectónica que ostenta la Catedral, renacentista y barroca, de nuestra ciudad, la “manquita” de la polémica torre inacabada que, aplicando sensatez ciudadana y respeto artístico, debe dejarse tal y como está (reformando, lógicamente, esa cubierta que tantos problemas está provocando para la pervivencia de tan significativo monumento para la memoria y ornato de nuestra ciudad.

En este cosmopolita entorno, ofrecen sus destrezas artísticas y productos autoelaborados a los paseantes numerosos cantautores, pintores, guitarristas, tañedores, artesanos y artistas con sus respetuosas sonrisas y ese “guiño” a unas muy bien venidas monedas para su necesidad material, donaciones que sustenten sus, en muchos de los casos, bohemios y peculiares estilos de vida. El ilustrativo catálogo de personajes haría bien extensa su enumeración, aunque pueden destacarse algunos que reclaman con justicia su humano protagonismo.

El potente tenor cantante ópera, el dúo de flauta y guitarra con melodías de siempre, la joven pareja que baila con destreza los tangos argentinos, el siempre entrañable cantante country unido a su manoseada y vieja guitarra, el grupo silencioso y misionero de personas evangélicas, el pintor de acuarelas y tesoros de la mar, el habilidoso artesano constructor de figuras de alambre, el acordeonista que nos regala sus románticas melodías, el funambulista que articula sus diestros ejercicios físicos o ese “mágico” creador de “imposibles” pompas de jabón, las cuales despiertan las sonrisas y el asombro de mayores, adultos y, de manera especial, en los niños.

Esa tarde del miércoles, me llamó la atención una joven (no superaría en muchos años su treintena en edad) quien vestida con atuendos llamativamente bohemios (especialmente por la intensidad de sus colores) ofertaba su atractiva y bien elaborada mercancía. Se trataba de objetos diversos, como carteras, monederos, posavasos, fundas para guardar las gafas, llaveros, ceniceros, joyeros, maceteros, etc, todos ellos elaborados con materiales reciclados. Cuando me detuve a observar sus muy hábiles y bien elaboradas mercancías, percibiendo mi interés manifiesto por estos objetos, Clamia (así era su nombre) se dispuso con manifiesta amabilidad a informarme, con una muy detallada didáctica, acerca de las materias primas que había utilizado para su “construcción” y terminación.

“La mayor parte del material, que tan “alegre” e imprudentemente arrojamos a la bolsa de los residuos, puede tener una segunda vida u oportunidad, a poco que apliquemos un sentido racional y cívico al cuidado medioambiental. Mi toma de conciencia ante este grave problema para la humanidad comenzó en los años de la formación secundaria. Poco a poco, con unas oportunas enseñanzas por parte de profesionales cualificados en la materia, aplicando mucha dedicación y amor al cuidado de la naturaleza, fui elaborando productos útiles para nuestra vida, los cuales voy ofreciendo en ferias de las artesanía, mercadillos, lugares turísticos, viajando a grandes ciudades como también a las pequeñas.

Reutilizo las latas vacías de refrescos y cervezas, las botellas que se tiran al contenedor de los vidrios, también las de plásticos, los envases  de cartón y madera de los electrodomésticos y otros objetos de lo más insospechado, telas usadas (lógicamente, tras haberlas limpiado) cables, piezas de los motores sacados del desguace, neumáticos usados, palés de madera, zapatos y sandalias en desuso, cartonajes de los bricks, bolsas de plástico reutilizadas, restos de tuberías y cableado eléctrico, piezas de viejos televisores y radios abandonadas junto a los contenedores de basura, restos de ladrillos y otras materiales para la construcción, etc.

Tras su limpieza y desinfección, diseño nuevas piezas con su materia prima, buscando siempre una adecuada utilidad para nuestra vida cotidiana. En cuanto a las pinturas y colores, también se pueden obtener de una forma económica, a partir de distintos tipos de tierras, minerales y flores de la naturaleza, sin olvidar las grasas y los aceites que aparecen en la estructura corporal de los animales y los peces.

Además de la venta ambulante, por las plazas y calles de las ciudades y en las ferias de las artesanías, también puedo sacar beneficios desde otras procedencias.  Hay empresas que están trabajando para su comercio con este tipo de productos, elaborados con materiales de una segunda o tercera generación. Estas marcas nos suelen encargar, a muchas personas como yo, la elaboración de todo tipo de productos, como por ejemplo, sillas y mesas reutilizadas, mobiliario de dormitorio u otras dependencias de la casa, espejos de diversos formatos, lámparas de sobremesa, cajoneras, zapateros, cortinas y colchas de cubrecamas, objetos decorativos como floreros o figuras decorativas de vanguardia, elaborados con metales, conchas de la playa o incluso piedras de cualquier origen. Como ves, casi todo nos sirve. Estamos preparados para aprovechar y reutilizar, a la hora de elaborar los más curiosos objetos. Lo más triste del caso es que estas multinacionales pagan ínfimas cantidades por nuestros trabajos, cuyo precio después vemos multiplicados por diez o incluso veinte en prestigiosas tiendas de regalos.

Como observo de que tienes conciencia para valorar esta gran labor que realizamos, te voy a entregar un folleto de la empresa para la que usualmente trabajo, cuya sede central se encuentra en los Estados Unidos, aunque tiene filiales en las más importantes capitales del mundo. Si realizas un pedido por Internet, lo tienes en tu domicilio en menos de 48 horas”.

Me impresionaba la capacidad y ganas de hablar que demostraba, sin el menor rubor o cortapisa, mi joven interlocutora. Había que valorar, en estricta justicia, el esfuerzo imaginativo que aplican estas personas, con su habilidad para saber recuperar todas aquellas materias que usualmente  tiramos al cesto de los residuos, a fin de convertirlas en nuevos productos de interesante precio y aprovechamiento cotidiano.

Fue tanta la amabilidad de esta joven, con alegres rasgos zíngaros, ojos color turquesa, piel algo cobriza (bien trabajada por el sol), largo cabello negro y variados adornos o aditamentos corporales, aplicados también a su largo traje multicolor, calzando unas muy gastadas sandalias de piel morunas, que me sentí Obligado a comprarle alguna mercancia que elegí entre la variada oferta que tenía sobre un gran lienzo de tela celeste que reposaba sobre el suelo. Elegí unos simpáticos posavasos, elaborados a partir de unas latas de cerveza y con una conformación que facilitaba la resistencia al volcado del vaso o copa que se colocaba sobre los mismos. 4 posavasos cuyo precio fijó en 12 euros, aclarándome  que solía venderlos algo más caros, pero que para ella lo importante era “hacer nuevos clientes”. Por cierto, no he comentado que junto a ella, en actitud majestuosa e indisimulado orgullo, aunque también zalamero y remolón, reposaba un voluminoso y elegante gato, de abundante pelo “teñido” con diversas tonalidades de color marrón. Su ama y propietaria llamaba a la bien parecida y querida mascota con el nombre de Nicolás.

Ya en casa, repasé el folleto que Clamia me había entregado y ubiqué la curiosa mercancia que había comprado en esos estantes donde se acumulan tantos objetos para el adorno y la recogida de polvo, con un uso más que relativo.  Como el contenido que el folleto ofrecía no era especialmente detallado, cometí “el error” de enviarles un correo electrónico, para solicitar una más completa información. Desde siempre me había preocupado todo lo concerniente al cuidado del medio ambiente, considerando muy loable labor desarrollada por estas empresas, dado su encomiable desvelo por el aprovechamiento y limpieza de esa superficie terrenal que tan impúdicamente ensuciamos y tan poco cuidamos.

Desde aquella “infortunada” decisión, comencé a ser “bombardeado” por una heterogénea correspondencia de e-mails, publicidad en soporte papel, llamadas telefónicas  (realizadas a las horas más insospechadas) en las que se me ofertaban los más variados productos, elaborados con materiales originados en el reciclaje. Los precios que soportaban, tan heterogénea y laboriosa oferta, eran realmente algo elevados. Pero estas marcas se justificaban en lo complejo y artesanal de su diseño, realización y construcción, como esforzadas manualidades que estaban protegiendo el entorno donde realizamos nuestra vida diaria.

A final me decidÍ por encargarles un bonito centro de mesa, para colocar sobre el mismo frutas, flores u otros objetos de adorno. La peculiaridad de este bien trabajado “regalo” (60 euros) es que estaba realizado a partir de tapones de corcho reutilizados y esas antiguas chapas de lata con las que se cerraban y conservaban cervezas, refrescos y demás bebidas. También habían aplicado diversos trozos de cristal coloreado, encastrados en una pasta de cemento, yeso o similar. Cuando recibí, en aproximadamente día y medio, el ilusionado pedido, comprobé que el bien presentado objeto justificaba plenamente el precio que aboné con la tarjeta bancaria. Además de la habilidad y esfuerzo aportado en la realización del producto, había contribuido, de alguna forma, al cuidado de esa naturaleza, tan descuidada por nuestra criticable indolencia y dejadez.

Una noche, tres meses más tarde de aquel motivador encuentro en la calle Alcazabilla, sin saber por qué recordé al personaje de Clamia. Me preguntaba que habría sido de aquella sugerente e inocente joven, que unía a su esfuerzo por subsistir en este atolondrado mundo, vendiendo con humildad en la vía publica sus habilidades artesanas, ese tan noble fin de reciclar miles de cosas y elementos personales que inútil y neciamente tiramos o nos desprendemos. Con ello colaboraba en la limpieza y conservación de un medio ambiente, cada vez más contaminado y carente de pureza ecológica. ¿Qué sería de aquella humana  y frágil figura, tan especial en su trato, como modesta y laboriosa en su dedicación? Esa recuperadora de aquello que tan inútilmente perdemos, que una vez se cruzó en mi vida y me hizo reflexionar sobre los desafortunados comportamientos que tantos de nosotros impunemente hacemos, sobre ese precioso contexto material que la naturaleza ha puesto generosamente a nuestra disposición.

La verdad es que el tema del reciclaje seguía dando vueltas sobre mi cabeza. Casi de manera automática, tecleé en el Google ese importante concepto o vocablo que desde hacía tiempo mucho me preocupaba. En fracción de segundos, el universal buscador puso a mi disposición varias decenas de entradas, vinculadas de una u otra manera a ese tan actualizado y concienzado concepto del reciclaje de productos. Llamó mi atención (por la magnitud informativa del acontecimiento) un Congreso internacional que se celebraba en la capital catalana sobre esta tan ineludible y cívica temática. Efectivamente, Barcelona era la sede de una importante reunión congresual mundial, de periodicidad bianual, que en esta oportunidad desarrollaba su ya sexta edición.

Presté atención a los titulares más importantes tratados en el congreso, en el que numerosas empresas vinculadas al sector presentaban sus más sofisticados y aventajados productos, en un gran SALÓN DEL RECICLAJE, asi como interesantes aspectos relacionados con sus respectivas y aguerridas logísticas. La copiosa información ofrecida por la página, recogida desde diversas publicaciones de los medios de prensa, iba enriquecida por un ilustrativo soporte gráfico, tanto de los productos como de las personalidades intervinientes en las presentaciones y deliberaciones subsiguientes. En un preciso momento me detuve en una de las fotografías, que mostraba la imagen de la mesa organizadora de tan interesante reunión congresual. Sentados en la tribuna presidencial aparecían cinco hombres y una mujer. Aunque dudé durante unos segundos, esa única persona del sexo femenino me recordó de inmediato a la “nostágica” Clamia de Alcazabilla, aunque ahora su imagen aparecía notablemente transformada si la comparaba con esos archivos de la memoria, a los que racionalmente podemos acudir para nuestra necesidad.

Me resultaba difícil dar crédito a lo que veía en la foto. No habían pasado ni tres meses desde mi encuentro con aquella bohemia vendedora de productos reciclados, que ahora aparecía con un destacado cargo en la mesa presidencial del congreso. Realmente muy cambiada, tanto en su cuidado físico, como también en el elegante atuendo que vestía. La información se refería a ella como Celina Verdel Ventura, doctora en ingenieria de materiales biodegradables, indicando su vinculación a una importantísima empresa alemana, señera en el estudio investigativo de la transformación y recuperación de materias primas.

A pesar de su sorprendente y espectacular cambio de look, la referida Celina era Clamia. Aquella joven que ofertaba sus habilidades artesanales sobre un modesto y empolvado lienzo celeste, que descansaba bajo una tarde soleada sobre las cálidas losetas de piedra de una transitada calle de la monumentalidad malacitana. No tenía la menor duda al respecto. Esa noche tardé unas cuantas horas en poder conciliar el sueño, a fin de alcanzar el imprescindible descanso. Me repetía, una y otra vez, una consideración basada en ésta tan extraña experiencia: ¡Cuántas cosas se pueden aprender, con simplemente pasear por las vías y plazas de nuestras ciudades! Así es la cultura de la calle. Así debemos valorar este inmenso bagaje, atesorado en el mágico y divulgativamente didáctico libro de la vida.-




José L. Casado Toro (viernes, 24 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



domingo, 19 de agosto de 2018

SORPRESA INESPERADA, EN LA NOCHE DEL SIGUIENTE DÍA.

Uno de los valores más preciados, a proteger con especial esmero en nuestro entrañable patrimonio personal, es seguir compartiendo la amistad con ese compañero al que conocimos en las ya lejanas aulas escolares. A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, hemos sabido y podido conservar este hermoso vínculo, superando los vaivenes y circunstancias que hayan poblado nuestras heterogéneas existencias. Consideramos ese bien como una espléndida realidad. A todos se nos “llena la boca” de afecto y bien desenfadado orgullo, cuando nos referimos a “fulano o mengano” señalándolos con gratitud como “mi buen amigo de toda la vida”.

Esta persona tan especial para nosotros, sea hombre o mujer, tiene y merece nuestra confianza absoluta, a fin de compartir con ella esas privacidades que sólo se mantienen y avalan con los familiares más allegados. Le hacemos participe de nuestros problemas, necesitamos y valoramos su equilibrado consejo, nos producen sana alegría todos sus éxitos, de igual modo que nos entristecen y tratamos de sobrellevar de la mejor forma sus dificultades y problemas. Entre nosotros existe limpia generosidad, mucha comprensión y positiva aceptación con respecto a nuestras respectivas formas de ser, con todas esas cualidades y defectos que nos caracterizan. Juntos celebramos cumpleaños, onomásticas, bautizos, bodas y demás celebraciones, como uno más de nuestras respectivas familias. Acordamos ir a ver una determinada película u otro espectáculo, disfrutar de una agradable cena e incluso durante muchos fines de semana, como también ocurre en las vacaciones, planificamos y coordinamos la temporalidad de estas vivencias, pues al hacerlas juntos nos sentimos mejor y se nos hacen más fructíferas y enriquecedoras. En caso de nimios o más graves problemas, no dudamos en que esa unión nos aportará  el estar más arropados y protegidos, el uno por el otro y viceversa.

Nadie ha de dudar de que en el seno de esa íntima amistad pueden surgir algunos “nublados” pues somos humanos, con nuestras “luces y sombras”. Sin embargo, tras la inoportuna o inesperada discusión o desencuentro, siempre suele llegar la oportunidad de la reconfortante reconciliación y el nuevo entendimiento. Las nimias rencillas o los roces del ego son situaciones que pronto se superan y olvidan, con la mejor voluntad aportada por ambas partes. La unión o proximidad se recupera con más fuerza e ilusión de la que teníamos previa al desencuentro. Consideramos que esa etapa liviana en el entendimiento nos ha servido para conocernos mejor  y para hacer más fuerte y duradero el vínculo de la muy apreciada amistad. 
  
Los protagonistas de esta nueva historia eran muy jóvenes, cuando se conocieron en las muy vitales aulas de un conocido y prestigioso Instituto de Educación Secundaria ubicado en la capital malagueña. Pronto congeniaron en su adolescencia inicial, siendo buenos compañeros de estudios, juegos y otros divertimentos, proximidad a la que también favoreció el hecho de que sus respectivas familias residían en el mismo barrio, a una distancia de tres calles entre las dos viviendas. Más adelante, tras superar las pruebas de acceso universitarias, LEIRO se matriculó en la Facultad de Turismo, mientras que su íntimo amigo THIAGO (muy aficionado a la NN.TT. Nuevas tecnologías) optó por hacer un grado en Telecomunicación. A pesar de acudir a dos facultades universitarias diferentes, ambos jóvenes continuaron su vinculación de profunda amistad, durante esos trascendentales años en que estuvieron “escolarizados” por el Campus superior del barrio de Teatinos.

La naturaleza puso vibración en sus corazones, por lo que estos dos atléticos jóvenes centraron sus ojos en dos agradables compañeras de clase, NOAH y ERIKA, respectivamente. Las dos parejas comenzaron a compartir los avatares del estudio, las salidas en los fines de semana, las excursiones y otras prácticas deportivas, muchas actividades de participación cultural y esos tiempos para las fiestas que sosiegan los nervios y dibujan sonrisas de vida. Todo se desarrollaba maravillosamente normal: la buena armonía de cuatro amigos, dos parejas sentimentales y una vinculación afectiva que sembraba brotes de optimismo para ese mañana que a buen seguro tendría que llegar. 

Aunque esta narración pudiera parecer la escenificación de un cuento de hadas, hay que matizar que la vida trajo, con la lógica de nuestras capacidades y limitaciones, momentos puntuales de “enfriamiento” entre estos cuatro amigos. Roces generados sobre todo por desencuentros o rencillas propias en el seno de ambos noviazgos que repercutían en su actividad relacional. De manera afortunada, esas fases de desacomodación duraban poco tiempo y pronto se recomponía el “fuego” fructífero de la amistad entre sus jóvenes corazones.

Al paso del tiempo es necesario aclarar un hecho que más de un lector habrá tenido en su mente: ¡no se casaron el mismo día! aunque es bien cierto de que esta simpática posibilidad fue sopesada por las dos parejas. Un inoportuno accidente de bicicleta tuvo a Lerio bastante tiempo ocupado en las consultas médicas, una intervención quirúrgica ineludible y no pocas sesiones de rehabilitación, que recompusieron sin problemas un castigado aparato locomotor.

En el aspecto laboral, Thiago encontró un buen trabajo con su ingreso en una empresa de informática, con sede regional en el Parque tecnológico de Andalucía en Málaga, cuyo capital financiero procedía del mercado industrial japonés. Como programador informático, desarrolla un importante puesto en el organigrama del personal laboral,  responsabilidad que le obliga a viajar con bastante frecuencia a destinos geográficos muy diversos en el ámbito de la tecnología mundial de vanguardia para ordenadores. En el caso de Leiro, persona por naturaleza muy emprendedora para los negocios de cualquier naturaleza, se entregó de lleno a la actividad de la inversión inmobiliaria, trabajando en la costa occidental del litoral malagueño, moviendo “suculentos capitales especialmente de origen inglés y alemán. Estepona, Manilva, Marbella y Fuengirola, son las zonas donde centra su esfuerzo negociador, tarea que le reporta excelentes réditos económicos y sociales.

Hasta el momento, Leiro y Noah tienen una niña, Alma, que ya disfruta sus dos primeros añitos de vida. En cuanto a Thiago y Erika, esperan con paciencia la “llegada de la cigüeña”. El programador informático no es muy dado a visitar a los galenos de la urología, a pesar de los requerimiento de Erika, a la que su ginecóloga le ha asegurado que carece de impedimentos objetivos para quedarse embarazada. Como las dos parejas mantienen la saludable costumbre de “salir juntos” los viernes tarde, a fin de ver una película, cenar y acabar la noche con un poco de música y copas, Noah resuelve la dificultad con la ayuda de Clara, una estudiante de educación especial, vecina en el bloque de sus padres, a la que abona 10 euros la hora para que ejerza de “canguro” las noches de ese primer día del fin de semana. La chica se queda en la casa al cuidado de la pequeña, hasta que ellos vuelven a su domicilio tras haber compartido una muy grata unión con sus íntimos amigos.

MIERCOLES, 16 de agosto, 19:00 horas. Thiago recibe un mensaje de Whatsapp. El contenido del texto, remitido por Leiro, le dejó un tanto intrigado y dubitativo.

“Thiago ¿podríamos vernos, mañana jueves, a la salida del trabajo. Tengo que hablar contigo de un asunto personal. Si te parece, cenamos. Prefiero que estemos los dos solos”.

¿Qué podría ocurrir? En las últimas semanas, no había detectado un problema especial en el comportamiento de su amigo de siempre. Tal vez, algunos momentos o gestos de reacciones nerviosas, que achacaba a dificultades o problemas que inevitablemente surgen en todos los negocios y más en un sector tan enloquecido y competitivo como es el mercado inmobiliario. Sí era cierto que lo veía abusando mucho más de ese “veneno” denominación que adjudicaba al consumo del tabaco. Pero no percibía una mayor anormalidad en el comportamiento de su amigo. De lo que sí estaba seguro es que, dada la gran confianza y afecto que los unía, en el caso de que Leiro tuviera algún problema, él haría todo lo humanamente posible por ayudarle. Puso la excusa a Erika, acerca de una imprevista reunión con unos técnicos informáticos canadienses, para llegar tarde a casa. Y para esa tarde/ noche del JUEVES quedaron citados a las 8:30 en el Mesón El Navegante, ubicado en las tranquilas estribaciones de la colina de Gibralfaro.

Cuando se encontró con su amigo, observó que su rostro mostraba un semblante en exceso serio, pensativo o con un estado de atribulación difícil de disimular. Tras las primeras copas, más que narrarle un problema concreto, Leiro comenzó a recordar vivencias que ambos habían compartido en  aquellos lejanos tiempos de la adolescencia. “¿Recuerdas como conseguimos un buen kilo de cerezas del huerto que tenía el tío Colás, detrás de su casa? ¿Y aquella vez en que te dejaron el rostro amoratado, por intentar defenderme del ataque alocado de la pandilla del bizco? Tampoco he olvidado la noche que pasamos juntos, después de declararte a Erika. Compramos un par de botellas, para celebrar el sí que conseguiste, y acabamos con una "cogorza" de espanto, pues la marca de ginebra parecía que era de garrafa y sabía a matarratas…”

Y así iba desgranando aventura tras aventura, ante la mirada asombrada pero comprensiva de su amigo Thiago. Al fin éste no pudo más y le habló directamente. “¿Pero que te ocurre, “hermano” Leiro? ¿Qué es exactamente lo que te pasa? Siempre has tenido confianza conmigo ¿porqué le estás dando tantas vueltas a ese asunto que parece intranquilizarte?” Al fin detectó que su interlocutor se mostraba más abierto en el contenido de su expresividad.

“No, Thiago, simplemente quería pasar esta noche contigo, sentirme hermanado por el buen y mejor amigo que siempre he tenido. Te voy a dar una clave para que puedas entender algo de mi comportamiento y la incomodidad y desasosiego en que me hallo. Entre Noah y yo las cosas no marchan como quisiéramos. Seguimos disimulando … pero la realidad pugna por salir a la luz. Tengo que darle una drástica reorientación a mi vida y aunque la decisión es en exceso complicada, sé que tu acabarás por entenderme y asumir el caos interior que me desestabiliza”.

La reacción de Thiago fue rápida y resolutiva. “Pero hombre si lo que me estás planteando, con tanta ceremonia e intriga, ocurre en las mejores familias… No le des más vueltas. Te aseguro que esa fase desafortunada pronto pasará y todo volveréis a verlo de color de rosa. De aquí a nada lo superaréis. Son cosas del trabajo, del estrés y de la rutina que nos agota. Hay que sacar fuerzas de flaqueza. Y aquí estoy yo para ayudarte, eso nunca lo pongas en duda”.

Llegó un momento en que Leiro dejó de pronunciar palabras. En realidad apenas había probado bocado en toda la noche, sólo bebía una copa de Rioja tras otra, miraba a su amigo con los ojos entristecidos, trataba de sonreír, permaneciendo una vez más en críptico silencio.
Las manecillas del reloj superaban ya las 10:30, por lo que pidieron un último café. Thiago hablaba y hablaba, mientras que Leiro escuchaba como ensimismado o ausente, moviendo una vez y otra la cucharilla plateada sobre la aromática y oscurecida  infusión. “Todo va a salir bien, todo se va a arreglar. Os conozco bien y sé que seréis capaces. Aplicad esperanza y buena voluntad.”

En el momento de la despedida, a pocos minutos para las once, se sumieron en un entrañable y cálido abrazo. Thiago volvió a casa caminando por entre las adormecidas callejuelas y plazas, con la lógica preocupación acerca del estado que soportaba su amigo. Pensó que lo mejor era no decirle nada a Erika, de momento. No tenía sentido preocuparla, aunque no se le ocultaba que más pronto que tarde llegaría a su conocimiento la situación que atravesaba la relación afectiva de sus amigos. Por su parte, Leiro caminaba pensativo, con los ojos muy brillantes  y un tanto mareado por la resaca de la bebida ingerida y el poco alimento que había aceptado tomar. En realidad consideraba que no había tenido el suficiente valor para decirle a su amigo toda la verdad de lo que estaba ocurriendo en su vida.  
VIERNES. Entre los dos amigos solo hubo un cruce de breves mensajes de Whatsapp. En el primero, Leiro se disculpaba educadamente por no poder salir esa noche del fin de semana juntos, como era usual casi todas las semanas. La respuesta de Thiago no tardó en llegar. Aceptaba sin problemas la disculpa, añadiendo que se lo comentaría a Erika mediante otro mensaje. Ese día no podría comer en casa, pues estaban trabajando intensamente en la preparación de un nuevo proyecto a desarrollar para el ya cercano otoño. Almorzaría en una cafetería del Parque tecnológico, El Mensajero, donde ofrecían platos de comida casera.

Ya por la noche, el bien ocupado informático llegó a casa pasadas las nueve de la noche. Al entrar en su domicilio, reparó en que Erika no estaba en casa. Se dispuso a esperarla, a fin de compartir la cena juntos. Con todas las ocupaciones del día, cayó en la cuenta de que apenas había tenido hueco para hacerle alguna llamada o cruzar algún mensaje telefónico. Pero los minutos pasaban y Erika no daba señal alguna acerca de dónde se encontraba. Faltando quince minutos para las diez, decidió enviarle “un Whatsapp” cuyo breve texto de dos palabras decía: “dónde estás? Tras unos minutos de nerviosa espera, al fin llegó la ansiada y “tranquilizadora” respuesta, algo más amplia en palabras, pero con un contenido pleno de intriga. “Por favor, sube al dormitorio y mira en tu mesita de noche. Encontrarás una nota, que debes leer”. No había más aclaración.

Se apresuró a subir al dormitorio, en donde efectivamente encontró un sobre de color verde pálido, en cuyo interior había una cuartilla manuscrita y firmada por su mujer Erika. No muy extensa en palabras, pero bien intensa y a la vez fría en su contenido.

“Thiago. Desde hace unos siete meses, mantengo una muy difícil dualidad afectiva. Hay otra persona en mi vida, quien realmente tiene todo mi amor. Ha sido una situación muy difícil y complicada de mantener, para evitar que tu llegaras a darte cuenta. Pero desde hace semanas él y yo hemos decidido dar el paso decisivo, uniendo nuestras vidas. Quiero pedirte sinceramente perdón, por el daño que estas líneas te van a provocar, pero ya no puedo seguir manteniendo una ficción imposible. No quiero nada de la casa, ni de nuestros bienes gananciales. Debes olvidar y rehacer tu vida. El tiempo te ayudará. Adiós. Erika”.

Tal fue el imprevisto “mazazo” psicológico que estuvo a punto de hacerle caer al suelo. No entendía lo que estaba ocurriendo o se resistía a aceptar el derrumbe afectivo y existencial que había llegado a su vida, de la forma más cruel y descarnada. Tratando de mantener inútilmente la calma, comenzó a enviarle mensajes telefónicos, pero ya la línea de whatsapp en Erika había sido anulada. En cuanto al número de teléfono, tampoco tenía conectividad. Los sonidos de las llamadas se hacían “sordos” e interminables, sin que la destinataria prestara atención a los mismos con alguna mínima respuesta.

“Roto” y derrumbado, física y anímicamente, a eso de las 11 recibió una extraña llamada de Noah.

“Estoy muy preocupada y nerviosa, Thiago. Desde esta mañana, cuando desayunamos, no sé nada de Leiro. Llamo a su móvil, pero el número no responde. Está desconectado. Cuando he encendido mi portátil, para tratar de ponerle un correo, me he encontrado con un email que hace una hora me ha enviado. El texto es muy breve y enigmático. Sólo dice:Perdóname Noah. En la vida ocurren estas situaciones. No he podido ni sabido evitar el cambio en mis sentimientos. Siempre me ocuparé de las necesidades de Alma. El tiempo nos ayudará a superar los cambios y a olvidar. Es mejor así, para los dos. Leiro”.

Aquella fue una noche extremadamente larga. Cuatro personas se habían enfrentado inevitablemente a una difícil encrucijada en sus vidas. Es cierto de que una más también fue protagonista en este desbarajuste de los afectos. Sólo ellos dos, Thiago y Clara, llegarían a conocer el contenido de una larga conversación que ambos mantuvieron en la inmensidad de la noche, cuando comenzaba a nacer con timidez el alba de un nuevo día.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



viernes, 10 de agosto de 2018

LA COMPLICADA CONSTRUCCIÓN DE CADA NUEVO DÍA.

En el comportamiento de los seres humanos, la dialéctica desarrollada entre los valores y los defectos aparece como una realidad constante y muchas veces dolorosa, pero que se halla incardinada necesariamente en las bases estructurales de nuestra propia naturaleza.  A poco que observemos las respuestas que ofrecemos en el periplo viajero existencial, comprobamos la presencia habitual de estos contrastes en el proceder de cada uno de los días. Frente a la valiente imaginación resolutiva, subyace agazapada el freno inútil de la duda, con pasividades e indecisiones que a nada conducen. Junto al saludable optimismo vitalizante, llevamos también el incómodo lastre  del pesimismo depresivo, que nos bloquea y desanima. Frente a la claridad interpretativa o comprensiva, nos aparece esa incómoda confusión que en nada nos ayuda. Opuesta a la positiva sonrisa que infunde confianza y seguridad, se mantiene la actitud negativa de la tristeza, la preocupación y desconfianza. Resultaría innecesario añadir esos polos opuestos que  presiden la anhelada bondad, frente a la rechazable maldad.

Y así podríamos seguir enumerando una larga serie de actitudes y sentimientos opuestos, contra los que habría que  “luchar” y frenar en un sentido, estimulando, favoreciendo y aplaudiendo en la atalaya contraria. Obviamente en todos nosotros permanecen esos comportamientos enfrentados, que se desequilibran aún más según las épocas, el proceso educativo, las circunstancias imprevisibles o el contexto sociológico en el que nos hallamos inmersos.
Existe una respuesta, más importante de lo que comúnmente parece, que los humanos afrontamos de una manera u otra en función de no pocas variables. ¿A qué nos estamos refiriendo? Aunque parezca algo extraño, hay muchas  personas, más de las que admiten reconocerlo, que se sienten abrumadas en el amanecer de cada uno de los días. Son aquéllos que sufren la desorientación e incertidumbre, a veces incluso con la angustia que llega al desánimo, ante la realidad de ese nuevo día que se les ofrece en el calendario. ¿Y qué voy a hacer hoy? Simple interrogante pero que, para muchos, puede significar “todo un mundo” la mejor manera de resolverlo.  “Cómo voy a llenar todas esas horas que tengo por delante, otro día más?  

Esa privativa y “existencial” cuestión puede afectar, con letal incapacidad psicológica, a personas de todas las edades y condición. Pero, de manera preferente, ese bloqueo o confusión mental para la acción se agudiza en las personas mayores, que ya han logrado alcanzar la deseada etapa de la jubilación en su historial profesional. Se puede entender fácilmente esta curiosa realidad. Durante una larga etapa laboral, las personas tenían relativamente bien delimitadas sus obligaciones de cada día en el trabajo. En el núcleo de cada jornada, había  que cumplir ese horario laboral de las siete u ocho horas, por el que tantas veces nos quejábamos, añorando ese mayor tiempo libre inexistente. Sin embargo, a pesar de estos lamentos por la dureza y rutina del trabajo cotidiano, se asumía y “tranquilizaban” todas esas obligaciones profesionales que otros imponían desde sus puestos directivos. El resto de las veinticuatro horas se rellenaba con el tiempo de descanso, el aseo y la alimentación necesaria, los tiempos pasivos o activos consumidos frente al televisor o ante las máquinas informáticas, el ocasional paseo y las compras, el ejercicio paternal o incluso la práctica deportiva.

Pero he aquí que, en la avanzada madurez, llega la “jubilosa” fase de la ausencia de ese tercio diario de horario laboral. A partir de este trascendental momento en la vida de las personas, es el mismo interesado quien ha programar la rutina de sus amplias horas disponibles. Antes lo hacían otros por él, mientras que ahora es el propio ex-trabajador quien tiene todo el protagonismo en la aludida planificación a realizar durante las veinticuatro horas. Es en este momento cuando a muchos les llega el “pathos” del agobio, el desconcierto, la “orfandad” para la toma de decisiones. Y esta embarazosa situación aparece cada mañana y, probablemente, cada tarde. Estos abrumados jubilados se repiten, una y otra, vez la misma pregunta: ¿Y qué voy a hacer hoy? ¿Lo mismo que ayer? ¿Igual que mañana? El problema no es hacer lo mismo una vez más, sino que ese proyecto del día, a fuer de su repetición, seduce cada vez menos, fomentando la pereza, el desaliento, todo ello teñido de un profundo desánimo. El origen del problema sin duda está en no saber organizarnos con la necesaria autonomía, en esta época en que se nos agudiza el cansancio físico y psicológico, propio de la avanzada edad. También habría que considerar en que no se nos ha preparado de manera adecuada para hacer atractivo ese tiempo libre del que ahora “ampliamente” disponemos.

Muchos de los que se ven inmersos en este bloqueo de su capacidad volitiva buscan soluciones, más o menos ingeniosas, para superar de la mejor forma esta incómoda situación en el amanecer de cada uno de los días. Otros, por el contrario, se pliegan a la pasiva comodidad de acudir a su médico de cabecera, a fin de que el galeno les prescriba esos barbitúricos farmacéuticos (en función de sus supuestos “males” corporales y mentales) con los que poder sobrellevar, pero no resolver, desde luego, el origen de ese problema que sienten o imaginan padecer. La mejor terapéutica obviamente se encuentra dentro de ellos mismos. Es un asunto de educación, iniciativa, imaginación y, de manera especial, de fuerza de voluntad.

Acerquémonos a una historia, vinculada a esta temática, de entre las muchas que podemos ver escenificadas en el contexto social en el que se desarrollan nuestras vivencias.

Primitivo Terrón Genil ha estado durante toda su vida laboral vinculado a una prestigiosa  entidad bancaria, con sede en la mayoría de los munIcipios andaluces y también en otras importantes provincias del Estado.   Comenzó a trabajar en su entidad financiera cuando tenía apenas 25 años de edad, dos años después de haber finalizado sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la U.M.A. Su entrada en la muy conocida empresa se vio especialmente facilitada por la oportuna gestión que al efecto realizó un tío suyo, íntimo amigo de un consejero del banco, con el que compartía cargos directivos en una importante hermandad cofradiera malacitana.

Por su trabajo, dedicación y preparación, fue “escalando” puestos de mayor responsabilidad laboral a la de un simple empleado, ascendiendo a las categorías de interventor, jefe de sección y miembro del consejo consultivo. A los 45 años consiguió el “goloso” puesto de director de sucursal, siendo destinado a una sede de gran importancia logística, en el entorno empresarial del Parque Tecnológico de Andalucía en Málaga. Como los demás trabajadores de la entidad, cumplía un horario diario de 8 a 14 horas, completando el tiempo de trabajo con tres tardes a la semana de permanencia en las oficinas, ya sin la presencia de clientela, para  completar esa labor continua de expansión y dinamización, en un sector de fuerte y aguerrida competitividad.

Desde joven mostró un fuerte y rudo carácter, crispado temperamento que le hacía ser respetado y al tiempo “temido” por sus subordinados, que se sentían obligados a depararle un frecuente servilismo mezclando de ridícula sumisión, con las adulaciones correspondientes. De esta forma el todopoderoso jefe se sentía felizmente halagado. Entre los más jóvenes empleados de la entidad, la firme mirada de su rostro, donde poblaba un inmenso y bien cuidado bigote, cada vez más canoso, junto a su voz directiva, cortante y ejecutiva, “teñida” de espíritu castrense para el mando sin discusión, sembraba y provocaba el temor, el sometimiento, el sí Sr. bajando la visual de los ojos, evitando cualquier gesto que pudiera molestar o incomodar a tan poderoso jefe “caciquil”. Ese aire militar, con el que gustaba enseñorear la notable humanidad de su figura, lo potenciaba añadiendo a las suelas y tacón de sus zapatos unos protectores o apliques metálicos que provocaban una rítmica acústica cuando caminaba de un lugar a otro de la oficina, con su incómodo aire de fiscalizador permanente. No usaba correa en los pantalones, sino que éstos eran sujetados por unos tradicionales tirantes, aplicados sobre sus hombros achapados, tirantes donde mostraba con desenfado y orgullos los colores rojo y gualda de la bandera preconstitucional. La ideología política que profesaba, que no se recataba en disimular, estaba orgullosamente vinculada a los sectores más ultraconservadores del espectro social, aunque siempre evitó la militancia en organización partidista, pues en modo alguno iba a aceptar, por su altanero carácter, tener a otro militante por encima de su persona y por supuesto recibir directivas u órdenes concretas, procedentes o emanadas de la correspondiente “jerarquía de mando”.

Su altanero poder también era ejercido, en justa coherencia, sobre la clientela que con él tenía que conversar, a fin de solicitar sus favores en forma de préstamos (con elevados intereses para su devolución) u otras prebendas o ventajas financieras que Don Primitivo sabía muy bien rentabilizar y dosificar. La adulación y el temor al todopoderoso personaje era un peaje servil si se querían obtener unas condiciones asumibles y un minimo trato favorable en las demandas y peticiones que con exquisita sumisión y sonrojante acatamiento se le planteaban. Este hombre de poblado bigote y circunferencia ventral con grados de formato muy “generosos” era considerado casi como un dios, con esas tan ridículas reverencias que escondían un “temor infantil” a sus reacciones, si algo o alguien osaban molestar o contrariar a tan barrigudo director. Los intereses de las imposiciones a plazo, la “letra pequeña” y otras condiciones de los siempre onerosos préstamos hipotecarios, el “tráfico” del mercado inmobiliario, los temidos gastos a abonar por las transacciones dinerarias o por el mantenimiento de las cartillas de ahorro, etc. Todo ello y más pasaba por el fielato de su control, ambición y soberbía personal.

Nunca consintió que su sumisa mujer, Clara Limnar Glas, trabajara fuera del hogar familiar, a pesar de la titulación que su cónyuge detentaba en el currículo académico (maestra de Educación Primaria). “Tú te dedicas al cuidado y educación de nuestros hijos y a las tareas propias de una mujer en el hogar. Nada de “caracolear” por esos mundos. Lo digo yo y no hay más que hablar. Y no me repliques, si no quieres que me enfade, que ya sabes cómo me pongo cuando se me lleva la contraria”. Por supuesto que doña Clara siempre tuvo que mirar hacia otro lado cuando percibía pruebas evidentes de las veleidades afectivas y temporales aventuras sentimentales mantenidas por el “Rey de la casa”, para saciar sus tensiones sexuales con el vigor que le caracterizaba. La más estable de estas “aventurillas”, para el desahogo de su poderoso sexo, fue una preciosa y sensual joven argelina, cuyo nombre era Salima

Pero “a todo cerdo le llega su San Martín” famoso e ilustrativo dicho popular, cuyo sentido metafórico iba a transformar drásticamente la vida profesional y personal de tan insigne y rechazable personaje. Con 56 años de edad y 31 de ejercicio profesional le llegó, como también a otras muchas personas, el turbulento vendabal de una muy despiadada crisis económica, que grupos financieros y políticos internacionales “se sacaron de la manga” a fin de provocar una gravísima contracción en los flujos dinerarios que sembró en el mundo un castigado y humillado ejército de millones de seres sometidos al horizonte amargo y cruel del desempleo. Esta espantosa crisis, que nació precisamente en los oscuros círculos financieros de la banca a finales de la primera década del siglo XXI, obligó paulatinamente a desarrollar en este sector una drástica e ineludible reestructuración “sanitaria”, en forma de absorciones, cierres de miles de sedes, traslados imperativos del personal y “más o menos negociados” despidos.
Al “todopoderoso” don Primitivo, cuando alcanzó los cincuenta y ocho años de edad, se le ofreció un despido pactado, pues el grupo financiero en el que se había integrado su banco quería rejuvenecer profundamente la plantilla. En esta negociación también intervino la circunstancia de una antigua y molesta dolencia de cervicales, que médicos “amigos” supieron eficazmente presentar ante el tribunal que decidió su incapacidad parcial o temporal correspondiente. Hubo cena de despedida, a la que no asistieron todos sus antiguos compañeros. Tras la entrega de una placa grabada sobre fondo de alpaca y el ineludible ramo de flores a Dña. Clara, llegaron esas amables palabras de afecto y agradecimiento, ofreciéndole la seguridad de que tendría siempre las puertas de “su casa” laboral abiertas para todo lo que desease.

Los  primeros meses de su nueva vida “jubilosa” los recibió con el gozo propio de poder dedicar el amplio tiempo disponible a una afición que siempre había mantenido entre sus deseos. De pequeño había estudiado algo de solfeo, iniciando  la “carrera” de piano. Ahora podía retomar aquella infantil ilusión de ejercitar esa destreza en una academia de música. Pero las aficiones que se mantienen en el letargo, al desarrollarlas comienzan a perder el vigor y la urgencia del deseo. Después de la 5ª o 6ª clase (45 euros más IVA, por hora y media de práctica) el aprendiz del teclado fue perdiendo su acumulado interés inicial. No era una ilusión real, por lo que el sopor de la pereza se fue adueñando de su persona. Para mantener estos aprendizajes en la madurez hay que aplicar esa férrea voluntad inexcusable que no todos poseen, pues la edad agudiza las limitaciones y hace lentas y torpes nuestras débiles respuestas.

Aprovechando la permanencia del abuelo en el hogar, le llegó inevitablemente el cuidado, aguante y distracción de los cinco nietos, tiempo diario y vacacional hábilmente dosificado por sus dos hijos que tenían que viajar, salir por las noches, trabajar en la Semana Blanca o hacer compras “ineludibles”. La vitalidad de unos críos, de entre los cuatro y ocho años, superó pronto la paciencia del “tato” Primitivo que pronto dio un “resoplido” de los suyos, imponiendo unos severos horarios a la llegada de esos gritones e hiperactivos nietecillos. “Déjame de monsergas y sentimientos de sacristía con purpurina, Clara, que yo no soy ni he estudiado para ser cuidador de guardería. No me da la gana de ejercer como “abuelo Cebolleta”. A los niños que los aguanten sus papás y sus mamás”. 

Habían transcurrido unos meses desde su jubilación, cuando una mañana decidió realizar una visita a los compañeros de su añorada sede, en donde había ejercido el mando como un buen general. El impacto anímico que recibió, tras franquear la puerta de entrada, fue visualmente desalentador. No conocía al compañero que estaba en la caja de pagos, a las señoritas de atención al cliente, ni al propio interventor de mesa quien, sentado en su mullido asiento, apenas levantó la vista para indicarle que esperara, para ser recibido por el director de la sede. Más de quince minutos estuvo aguardando, hasta que una operaria le indicó que podía pasar al despacho que él bien había “habitado”.

“Aunque he oido hablar de Vd. lamento no conocerle personalmente, don Primitivo. He venido recientemente a Málaga, trasladado desde mi ciudad natal que es Valencia. Pongo en valor su visita y las sugerencias que amablemente me transmite, dada su experiencia. Pero me va a perdonar que sólo pueda dedicarle estos muy breves minutos, pues dentro de un cuarto de hora tengo una cita en la delegación de Hacienda y quiero ser puntual con mi presencia”.

El director actual de su antigua oficina, Lorenzo Brebial de la Mata apenas dedicó unos diez minutos a la oronda figura del veterano Don Primitivo. Solventó con una desafortunada sonrisa, forzada y nerviosa, los ofrecimientos que su interlocutor le hacía a fin de aconsejarle sobre la mejor logística a desarrollar en cuanto a inversiones y estregias inmobiliarias o industriales. Este joven y arrogante director le dio claramente a entender que deseaba aplicar otras estructuras organizativas a la nueva dinámica e ingeniería financiera que la entidad había establecido. Veía ante sí a un “dinosaurio” de otra época y no quería seguir perdiendo el tiempo con un jubilado al que le sobraba precisamente esa dimensión temporal que marcan los relojes. Pensaba para sus adentros “Menudo tostón. Déjenos tranquilos, don Primitivo” mientras le acompañaba a la puerta de su despacho, totalmente redecorado, invitándole a salir.

Con el avance de los meses, este insigne ex miembro de la banca cayó en una pendiente depresiva, pues se levantaba de la cama cada día un poco más tarde, sin saber realmente a qué iba a dedicar su amplio horario disponible. La realidad es que apenas tenía amistades, pues aquéllas relaciones de cuando ejercía su actividad pronto se cobraron sus desaires, desmanes y bruscos comportamientos, poniendo tierra de por medio con respecto a un personaje al que habían tenido que “aguantar” o soportar, pero siempre habían despreciado en lo mas hondo de su ser. Al fin ahora había sido “borrado” de sus agendas, por lo que evitaban ponerse al teléfono ante sus requerimientos de conversación.

Los consejos de un joven y cualificado médico gerontólogo, el Dr. Claudio Pitarch Bautista, fueron sumamente eficaces para mostrar una senda de recuperación y esperanza a un hombre que había caído del “pedestal” y ahora no sabía cómo levantarse.

“Primitivo, que no te voy a afiliar a la cofradía de los fármacos y barbitúricos contra la depresión, aunque para mi sería lo más fácil de hacer y conseguiría tu fervoroso aplauso. La medicina o terapéutica adecuada tiene que salir verdadera e inexcusablemente de tu propia persona. Todo es una cuestión de voluntad, humildad y, al tiempo, valentía. Tienes que vivir en el día. Tienes que pensar primero en el sí. Después, también en el sí. No busques excusas o razones para el no. Aplica todos los incentivos que te estimulen a hacer cosas, llena tu tiempo, mantente ocupado. No le tengas miedo al nuevo día. Busca novedades y empréndelas, sin temor o recelo. Pues siempre habrá otras buenas realidades que a buen seguro estarán por venir. Aplícalas a tu vida y no le des más vueltas a las cosas. Sigue adelante. Cuando tengas muchas opciones como posibilidad, empìeza por la primera, sin agobiarte. Después, una segunda. Y así, ladrillo a ladrillo. Esas pequeñas metas, al final acaban sumando. Escribe cada noche en tu agenda aquello que te propones hacer mañana. Y no olvides cumplir esos proyectos. Por pequeños o modestos que sean. Ya hemos acordado que vas a olvidar las excusas para el no. Déjate llevar. Cada amanecer que llega a tu vida es una nueva victoria existencial. Y no esperes o exijas de los demás. Tu mejor premio será dar a los demás aquéllo que precisamente ellos están, o pueden estar, esperando de ti”.

  

José L. Casado Toro (viernes, 10 Agosto 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga