Esos “aritméticos” horarios,
que parecen delimitar de manera trascendente y permanente el itinerario de
nuestras vidas, hacen que las personas se vean inmersas en cambios, más o menos
imprevisibles, que pueden resultar muy importantes para el beneficio o el
perjuicio de sus protagonistas. Los inesperados
retrasos, en el funcionamiento del cada vez más denso tráfico aéreo, provocan
(con razón) el enojo en los viajeros que hacen uso de este “rápido” medio de
transporte. Sin embargo la misma frecuencia de su traviesa e indeseada aparición,
de manera especial en fechas muy señaladas en el almanaque para el trasiego de
las personas, ha provocado que los
usuarios del avión apliquen a esta molesta realidad un nivel de tolerancia cada
vez mayor, consecuencia de aceptar como inevitable estos incumplimientos de
puntualidad en los horarios previamente establecidos.
Las propias compañías aéreas suelen tener, en el siempre
“pequeño” mostrador de las reclamaciones, un heterogéneo y convincente catálogo de motivaciones y excusas, del que “echan
mano” a fin de justificar el obvio incumplimiento contractual que ellos han
realizado con el paciente viajero, cuando éste compra un billete para desplazarse
por este universal medio de transporte. Entre otras razones, explican que esos
retrasos pueden haber estado motivados por paros o huelgas laborales del
personal de tierra o aire, en algunos de los aeropuertos intermedios; también
se escudan en las “socorridas” alteraciones meteorológicas, que surgen en forma
de tormentas, lluvias y flujos eólicos, fenómenos que generan peligros y riegos
para el aparato que vuela; aunque con prudente habilidad, para evitar alarmas,
también suelen explicar esos retrasos por dificultades técnicas e incluso
averías en los muy complejos mecanismos que conforman la estructura de un
aparato de vuelo; también en ocasiones nos enteramos de que la causa real del
retraso está en la espera “servil” que se realiza para la llegada de algún
personaje importante, perjudicando al resto de los pasajeros, que sí han sido
puntuales. Y en estas épocas vacacionales o de festividades muy señaladas en el
almanaque, no se puede dejar de contar con que el overbooking de viajeros
(venta de más billetes de los que el avión puede transportar, a fin de evitar
de que queden plazas sin ocupar) puede ser el motivo de algunos variados desajustes
en los horarios previstos.
Sin embargo, basándonos en la experiencia de estos molestos
avatares que “sobrevuelan” por los aeropuertos, en la mayoría de las demoras la
propia “egolatría empresarial” de estas compañías no los animan a dar
explicación alguna o a ofrecer educadas disculpas que ayuden a templar los ánimos,
diversamente exaltados, de los sufridos pasajeros. Veamos, a continuación una sencilla
y bella historia, en la que el retraso en un vuelo va a alcanzar una
significación muy importante, en la vida de dos relacionadas personas.
Emio (así le llaman todos sus amigos y familiares –Eufemio-) Ramal Calderé, titulado con el grado de ingeniería
informática en telecomunicación y organización de redes, presta sus servicios
como programador informático en una filial española vinculada a una destacada
corporación internacional con sede central en Tokyo. Esta importante empresa también
se halla instalada en el Parque tecnológico de Andalucía en Málaga. Aunque
almeriense de nacimiento, este profesional informático estudió en la
universidad malagueña, en donde conoció a su cónyuge, Raquel,
Profesora de Educación Primaria, que tiene destino definitivo en un Colegio de
titularidad pública ubicado en la capital de la Costa del Sol. Ambos son padres
de una hija, Meli que en la actualidad tiene cinco
años de edad. Debido a las característica del importante puesto que ocupa en la
empresa (programador y generador de ideas para la conexión de redes) ha de
viajar con repetida frecuencia, ante la necesidad de actualización constante en
su perfil de investigador informático. Asiste con asiduidad a congresos y
simposios desarrollados en ciudades de medio mundo. Todo ello condiciona su
vida (con la comprensión de la atractiva Raquel) debiendo subir con frecuencia
al avión, a fin de visitar aeropuertos, ciudades y establecimientos hoteleros repartidos por medio mundo.
En esta última semana de julio, ha tenido que
cubrir un “atractivo” desplazamiento con el fin de asistir a un taller de
nuevas prestaciones tecnológicas, que ha tenido lugar en la siempre cautivadora
capital parisina, ciudad de indiscutible motivación para casi todos los
caracteres y espíritus románticos. Así es también su particular e íntima forma
de ser, a pesar de esa mezcla de rigidez mental y posibilismo imaginativo con
el que gusta dotar a su ejercicio profesional. Tras pasar dos noches en “la
ciudad de los encantos”, viviendo un denso programa de agotadoras sesiones de
trabajo, tomó su vuelo de vuelta, París – Madrid, con salida desde el
aeropuerto Charles de Gaulle marcada para las 19:05 horas. La duración prevista
del vuelo hasta Madrid-Barajas (dos horas, diez minutos) le haría llegar al
aeropuerto madrileño a poco más tarde de las nueve de la noche. Allí dispondría
del tiempo justo, con estrecho margen para la dilación, para tomar un vuelo
ordinario de Iberia con destino a Málaga, que tenía como hora prevista de
salida las 21:45 de la noche. Tendría que moverse con una cierta agilidad por
la T 4 de Barajas, a fin de llegar con tiempo suficiente hasta la nueva puerta
de embarque que le llevaría al Pablo Ruiz Picasso, aeropuerto malacitano, tras
otra hora y media de vuelo. Ya estaba habituado a todos estos movimientos por
las terminales aéreas, por lo que viajaba con un pequeño trolley de ejecutivo
que podría guardar en cabina, conteniendo su inseparable portátil y unos elementos
de emergencia básicos por si le “perdían” su maleta ordinaria, por el
“estresado” trasiego de las “estaciones aéreas”.
Mientras aguardaba la llamada por las pantallas
digitales, para el embarque parisino, a través de los altavoces del aeropuerto
se dio un aviso de que el vuelo hasta Madrid iba a tener un retraso de, al
menos, 45 minutos. Con la natural preocupación (pues así perdía el vuelo que le
tenía que llevar hasta Málaga) solicitó información acerca de las causas de
este retraso anunciado por la megafonía. Parece ser que su avión procedía de un
vuelo previo desde Mongolia y que tenía que efectuar una escala técnica en el
aeropuerto de Munich, donde precisamente se había declarado un paro de
“operaciones lentas” por parte de los controladores aéreos, que reclamaban una
mejoras incumplidas por los dirigentes germanos.
Haciendo uso del autocontrol necesario en estos
casos, comenzó a realizar unas complicadas gestiones, confiando en poder
cambiar su vuelo de las 21:45 en Madrid, por otro que saliera al menos una hora
más tarde. La operación resultó infructuosa, pues este vuelo hasta Málaga (que evidentemente
perdía) era el último que salía de Barajas con destino a su ciudad de
residencia, ese viernes 30 de Julio. Al final, esos 45 minutos de retraso se
convirtieron en poco menos de hora y cuarto, por una serie de operaciones de
control, repostaje y limpieza.
El avión aterrizó finalmente en Barajas a las 22:20, cuando el vuelo de
Iberia, con el que necesitaba enlazar, había partido hacía ya más de treinta minutos.
También otros pasajeros sufrieron el mismo problema. Ante la reclamación
enfadada de este grupo de nueve personas, la compañía Air France que volaba desde París puso a su
disposición una noche de hotel con cena incluida. Tendrían que pasar la noche
en Madrid y gestionar otro vuelo para la mañana del sábado 31 de julio. Para su
enojo, en la oficina de Iberia, se encontró con que no le ofrecían un nuevo
billete para Málaga hasta las siete de la tarde de ese último día de julio. Se
veía obligado a pasar casi 24 horas en la capital madrileña pues, aun
intentando utilizar la vía alternativa del AVE, la compañía ferroviaria como
sustitutivo tenía sus viajes colapsados para esa fecha, dado el muy denso
trasiego turístico ante el comienzo de las “vacaciones estivales” de agosto.
Había que tomarse todas estas dificultades haciendo
acopio de tranquilidad, con la aplicación del mejor sentido positivo a los
reveses horarios y de transporte, en estas fechas tan emblemáticas para la ansiedad
viajera. Contactó en un par de ocasiones con Raquel, explicándole la situación,
disponiéndose a aprovechar de la mejor forma posible los incentivos culturales
y gastronómicos que ofrece cualquier ciudad o capital mundial, como era en este
caso Madrid. No tenía otra opción válida para elegir, pues alquilar un vehículo
o intentar el viaje utilizando alguna línea de transporte por carretera tampoco
le seducía. Ciertamente hacía ya más de un año que no paseaba por las calles y
plazas de la capital española, ciudad tan cosmopolita y con muy amplios
incentivos para la distracción y la cultura. Trataría de aprovechar, con el
mejor de los talantes, esta inesperada oportunidad.
Tras descansar esa noche en un hotel próximo al
aeropuerto, tomó una buena ducha y recuperó fuerzas con un apetitoso desayuno
buffet. Tenía toda la mañana libre para recorrer distintos puntos de la ciudad,
para lo que tomó una línea de metro que le trasladó a la centralidad de la Plaza del Callao, a dos pasos de la siempre sugerente
Gran Vía. Desde allí se dejó llevar, sin una
dirección prefijada, por todo el antiguo y siempre sorprendente Madrid. Bajó
por Preciados hasta la Puerta
del Sol y desde allí subió hasta la Plaza
Jacinto Benavente, recorriendo todas esas calles y plazoletas típicas de
tiendas y tenderetes, hasta el núcleo popular y cosmopolita de la Plaza Mayor. Recordaba
como en la calle Toledo había un establecimiento
especializado (y recomendado) en la venta de productos y artículos de piel, por lo que pensó en comprar algunos
regalos y ese capricho que siempre nos conforta para esa raíz infantil que
todos llevamos dentro.
Al llegar al establecimiento, que conocía desde
otras visitas, estuvo repasando la calidad y los precios de las numerosas y
variadas mochilas que estaban expuestas en la entrada de la tienda. Sería una
buena idea llevarle este tipo de regalo a su compañera Raquel quien, como él
mismo, era muy aficionada a la práctica senderista. Pronto tenía junto a su
persona a un dicharachero y simpático joven vendedor, posiblemente de origen marroquí
(por sus rasgos faciales y formas de expresión utilizadas para la
comunicación) llamado Bassam, jovialmente
dispuesto a entablar ese tira y afloja, tan castizo y útil, como es el
“regateo” para fijar el precio final del producto.
Cuando hablaba con el vendedor acerca de las características,
calidades y precios, de esos y otros productos, escuchó
detrás de si una dulce y delicada voz que de inmediato creyó reconocer.
La mano de esta persona se posó sobre su hombre, diciéndole o susurrándole unas
breves palabras: “Pero Emio ¿qué haces tú por aquí?”
Se volvió rápidamente sobresaltado y emocionalmente “tembloroso” por el
recuerdo que le traía la tonalidad de esa voz femenina que acababa de escuchar
y que nunca había borrado de su memoria. Ante él estaba, más joven y sonriente
“que nunca” Arcadia del Bosque, con esos ojos
azules y fragilidad corporal, elementos que transmitían bondad y dinamismo para
el mejor y buen interlocutor. Pero, ¿quién era esta joven, que tenía dos años
menos que el propio Emio, al que le palpitaba incontenible la acústica del
ritmo cardiaco?
Emio y Arcadía se conocían desde los últimos cursos
en las aulas de la Educación Secundaria. La proximidad que los vinculaba era
manifiestamente intensa entre todos sus compañeros, unión que continuó en las
aulas universitarias del Campus de Teatinos malacitano. El “flechazo” entre
ambos fue recíproco y admirablemente “desbordante” desde el primer momento,
formando una pareja ideal, torpemente envidiada por otros muchos estudiantes de
la facultad. Esos cuatro años en el recinto académico universitario, también
fuera de él, resultaron fructíferos y sentimentalmente enriquecedores para dos jóvenes
personas que tan bien se complementaban.
Y hoy el destino, con esos extraños mecanismos para
las coincidencias, había decidido reunirlos
de nuevo, en un punto geográfico tan significado, como era la centralidad
madrileña, para las recíprocas sorpresas de dos seres con los que ese mismo
destino fue extremadamente cruel años atrás.
“Poco más de cinco años ya sin vernos.
Y parece que fue ayer … Pero te veo muy bien, Emio. La verdad ¿quién me
lo iba a decir que hoy, 31 de julio, me iban a regalar este inesperado y
maravilloso reencuentro, lejos de nuestra ciudad? Reconozco que los dos supimos
ser disciplinados y aceptar con “absurda” resignación” un destino o suerte que finalmente
nos fue tan adverso y desalentador ¡Cuántas veces he llegado a preguntarme el
por qué los humanos no sabemos conservar, pero sí destruir, aquello tan bueno
que la vida nos ofrece: el amor limpio y sincero entre dos personas que se
quieren y necesitan! Reconozco que me costó un ímprobo trabajo, pero a estas
alturas quiero confesarte que ya te perdoné ese absurdo error infantil que
cometiste y con el que echaste por tierra
todos nuestros sanos proyectos y espléndidas ilusiones”.
Mientras Emio escuchaba en silencio las palabras de
Raquel, su “novia o pareja de siempre”, el comerciante Bassam se retiró con una
cierta prudencia de su cliente, a la espera de que la pareja que tenía ante sí
tomara la decisión más adecuada con respecto a la mochila, artículo que
lógicamente deseaba vender. El nervioso y descompuesto comprador hizo una señal
al prudente vendedor, indicándole que posteriormente volvería a por el regalo.
Hombre y mujer decidieron tomar asiento en una cafetería cercana,
con la intención de intercambiar las palabras, recuperar los recuerdos y
negociar con esas miradas, cuyo silencioso lenguaje es más explícito que
cualquier otra modalidad de comunicación. Dos descafeinados entre ellos, después
de cinco años en que el destino había querido volver a reunirlos, a fin de que
pudieran recuperar un tiempo imposible, del que sólo quedaba la realidad de los
recuerdos.
En pocos segundos pasó por la mente del atribulado
informático un sinfín de escenas atropelladas correspondientes a una no lejana época,
para ambos inolvidable. Pero el error de una noche
ciertamente absurda e infantil, había destruido un futuro en común de dos
personas que estaban llamadas a construir un futuro ideal en pareja. Aquel
aciago día, cinco años atrás, se había producido entre ellos una discusión a
causa de una nimiedad, en una época de gran tensión nerviosa motivada por la
lucha competitiva que él mantenía por conseguir el empleo del que hoy disfruta.
Como un “niño enrabietado” aquella tarde decidió irse de “fiesta” con unos
antiguos amigos de clase, entre los que se encontraba Raquel, otra compañera de
facultad que nunca había quitado sus ojos del punto de mira de este apuesto
compañero, para sus deseos y egos afectivos. El grupo de seis amigos cenaron y
después se marcharon como niños traviesos a “construir” la noche, entre muchas copas,
irrefrenables bailes y teatreros y divertidos gestos. La tensión nerviosa
acumulada ante una inminente y decisiva entrevista laboral, añadida a la
tozudez de Arcadia por una discusión vacacional, se unió a la habilidad de
Raquel, que nunca había desistido por hacer suyo el vínculo frustrado ante la
persona de Emio. Cuando éste se despertó por la mañana, se vio abrazado sobre
la cama a la persona de esta compañera, en un motel de carretera donde la luna,
aliada con las estrellas, quiso hacer una inexplicable y cruel “diablura”. La
verdad es que había habido algún “pinito” previo entre ambos, pero la posterior
evidencia médica del embarazo de Raquel “disparó” todos los acontecimientos.
La irresponsabilidad contraída por Emio, en aquella
noche alocada, no podía soslayarse alegremente, colaborando, en la muy difícil
decisión que el joven adoptó, la presión
de una madre ultracatólica, “retorcida” y bien persuasiva, por parte de su familia. Con
respecto a la familia de la chica, fue decisiva la dura y exigente actitud de
su padre, hombre también de rígidas y tozudas ideas, militar de profesión (capitán
de infantería del ejercito de tierra) y de carácter autoritario, persona escasamente
proclive al diálogo.
“Hubiera sido bonito y valiente que
tú, Arcadia y yo mismo, hubiéramos seguido cultivando y gozando de ese amor, a
pesar de la presión agobiante de unos y otros. Pero la realidad de un ser, que
iba a nacer y al que era justo darle una familia estable, hizo que mi voluntad
fuera débil y por supuesto vergonzosamente reprochable ante ti y ante mi
confusa conciencia.
Bueno … te confieso de que me llevo
bien con Raquel, nadie podría poner tacha alguna a nuestro vínculo, rutinario …
pero correcto. Sin embargo hay recuerdos y sentimientos que nunca se olvidan.
Afirmar lo contrario sería faltar a la verdad. Y en este lustro, yo no te he
podido ni querido borrar de mi vida. Cometí un grave e infantil error y bien
que he pagado por él. Yo me lo busqué y debo, con entereza, asumirlo.
Silencios e intercambios de miradas. Intento forzado
de sonrisas, que no convencían. Y esos sonidos opacos de cucharillas nerviosas
sobre dos tazas, que ninguno de ellos consumían. Era evidente que ni Arcadia ni
Emio habían superado el muy amargo trance de su separación sentimental.
“Ahora trabajo como guía turística,
algo que siempre me gustó. Ello me permite ir de un lugar a otro, ilustrando la
distracción de los demás, en esa búsqueda imposible de lo que un desafortunado
día perdí: la inocencia de la ilusión. También te confieso de que he intentado
buscar una pareja, pero estos sentimientos tienen que poseer en sus alforjas la
virginidad de la espontaneidad. En modo alguno se les puede o debe forzar. Lo
contrario sería engañarse, engañarnos, una vez más. Precisamente la casualidad
de haberte encontrado hace unos momentos, en la puerta de esa tienda de
regalos, me confirma una reconfortante realidad. Mis sentimientos no han
cambiado. Ni un ápice. Pero sigo intentando ¡después de haber pasado cinco
años! asumir, con dignidad, mi realidad. Lo de hoy ha sido un pequeño, pero
estimulante premio, para la convicción”.
Emio y Arcadia pasearon juntos, almorzaron juntos y
se observaron, con esa intensidad m ímica en la que huelgan las palabras. Procuraron, una y otra
vez, disimular sus latidos con esas sutiles sonrisas de un cariño con rebeldía
“encarcelado”.
A eso de las 16:30 se despidieron, en la bocana del
metro de Tribunal. Escénicamente, primero se dieron la mano. Uno y otro se
volvieron, segundos después, para sellar entonces con un beso “desesperado” la
verdad de sus sentimientos. El inició una última frase: “Nunca…” que ella cortó
“dulcemente” con ese “también yo”. Toda una declaración.
Dos horas y media después, sentado ya en el asiento
17 A de un Boeing de Iberia con destino a Málaga, Emio repasaba en su trolley
la ubicación de esa mochila de piel, que finalmente Bassan había logrado
vender. Precisamente en su interior había guardado una pequeña hoja de bloc en
la que iba escrito una dirección electrónica y un
número de móvil. Eran nueve cifras, junto a unas letras con signos
enlazados, latentes y vibrantes para sustentar la ansiada esperanza.-
José L. Casado Toro (viernes, 20 Julio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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