Suele ocurrir, gratamente, en los momentos más
inesperados del almanaque. Cuando el patrimonio de tu memoria acumula una
elevada cifra en las hojas vitales del calendario, se van recuperando, de
manera inesperada, antiguos vínculos personales que se tenían por perdidos u
olvidados en la nebulosa lejanía de los tiempos.
A estos reencuentros contribuyen las versátiles herramientas
puestas a nuestra disposición por la revolución “infinita” que proporcionan las
redes digitales de Internet. También favorece esta recuperación, por supuesto, el
que hayas desempeñado una actividad laboral abierta al conocimiento y relación
con un número muy cualificado de personas. Por ejemplo, la oportunidad laboral
de haber ejercido la docencia, en cualquier grado o nivel de la enseñanza, hace
posible que muchos de los antiguos alumnos puedan a lo largo del tiempo reconocer
y contactar con el que ha sido su profesor en una determinada materia, dentro
del numeroso claustro con el que han trabajado su proceso formativo en los
tiempos más o menos lejanos de la adolescencia.
Aunque en otras profesiones puede ocurrir esa misma
realidad de recuperar viejas o antiguas amistades, el ámbito de la enseñanza es
afectivamente especial. Se trata de personas con las que el maestro o profesor
trató hace ya veinte, treinta o cuarenta años, precisamente en una etapa
evolutiva que para estos jóvenes resultaba trascendental. Ese importantísimo período
en la vida de las personas, comprendida entre los 12 y los 18-20 años, nunca
llega a borrarse totalmente por su especial significación en las complicadas estructuras
que conforman nuestra memoria.
Muchos de estos antiguos escolares suelen preguntar
por su "profe" a ese afamado y polivalente buscador que es útil para casi todo. En
esa maravillosa aplicación o plataforma Google,
universalmente “divinizada”, es muy probable que aparezca alguna interesante
respuesta, algún posible camino, alguna “luminosa”
sugerencia para tu más o menos difícil pregunta o necesidad. Escribes el nombre
completo de aquel antiguo maestro y, de una u otra forma, aparecen numerosas
pistas para saber acerca de su persona y establecer algún afectivo contacto,
aunque a veces (es cierto) no resultan fáciles los caminos propuestos para una
adecuada comunicación.
Para Ismael Blanco,
42 años, técnico informático en una franquiciada empresa del sector, su objetivo
en la búsqueda resultó exitoso. A ello colaboró precisamente que la persona, a
quien trataba de localizar, tenía un blog donde insertaba materiales muy
diversos en su elaboración y naturaleza. Rápidamente el buscador le remitió a
dicho portal, en cuyo perfil estaba precisamente anotado el correo electrónico
de ese profesor de Historia con el que deseaba contactar. Fue alumno suyo en
dos cursos del instituto: uno, en tercero de la ESO y también recibió sus
enseñanzas en el último año de la educación secundaria: el 2º de bachillerato.
En los veinticuatro años que habían transcurrido, desde que abandonó en centro
escolar, no había vuelto a contactar con este docente, que fue también su
profesor tutor en ese ya lejano curso de la Educación Secundaria.
En la actualidad Higinio
Torrecilla, 62 años, es un profesor jubilado. Hace dos años alcanzó su bien
ganado retiro laboral aunque, por su anímica base vocacional, aún sigue añorando
su etapa activa en las aulas, donde explicó los contenidos históricos,
geográficos y artísticos de su materia durante tres décadas y media. Ahora
cubre su tiempo con muy diversas actividades, entre las cuales ocupa un lugar
preferente el mantenimiento de su activo blog personal, donde “cuelga”
materiales muy variados, escritos de su propia mano o con referencia a otros
autores. Entre aquellos archivos, destacan la composición de relatos.
Cada noche, tras el visionado de alguna película (una
muy grata rutina, dado su “amor” y afición al séptimo arte) suele dedicar un
buen rato a trabajar con el ordenador, comprobando y respondiendo a los diferentes
correos que han ido llegando a su portal. También repasa las noticias del día y
prepara materiales que puedan ser atractivos para insertar en las páginas de su
cuidado y vitalista blog.
Aunque en la mañana de este domingo otoñal tenía
previsto madrugar, a fin de desplazarse en el tren de cercanías a un interesante
paraje de la sierra rondeña en donde practicar la actividad senderista, el
sábado estuvo navegando hasta cerca de las dos horas delante de su pantalla digital.
En el listado de remitentes, una vez más aparecía esa mucha publicidad que
normalmente va a la papelera del escritorio. Sin embargo, durante esa noche otoñal
del fin de semana, observó un nombre que le resultaba desconocido en ese largo
listado de llegadas. Nada le decía el dato de un remitente llamado Ismael
Blanco. Aún así se detuvo en dicho correo, antes de tomar la decisión de
abrirlo o eliminarlo. Le extrañaba, de manera especial, las palabras o motivo
del “asunto”. En dicho apartado, aparecía una frase cordial ”¿Cómo está, Profesor?” Debía tratarse, sin duda, de
algún antiguo alumno que conocía su dirección electrónica. Tomó la decisión de
abrirlo, a pesar de que, por más que pensaba, no reconocía el nombre del
remitente. Parecía lógico y respetuoso conocer el contenido del mensaje.
“Estimado profesor, D. Higinio. Probablemente
tenga Vd. dificultad para recordar mi nombre (han pasado ya casi dos décadas y
media, desde aquellos cursos en los que estuve como alumno en sus clases).
Fueron dos cursos, aquéllos que
compartimos en las aulas: tercero de la ESO (fue mi tutor) y el último de
bachillerato. A pesar del tiempo transcurrido, no me ha sido fácil superar una muy
amarga experiencia que viví durante mis años escolares. En realidad, aún quedan
secuelas de la misma en mi carácter.
En la actualidad trabajo en un
servicio técnico de informática. Soy un tanto introvertido y no me relaciono
mucho con la gente. Siempre he preferido vivir solo, por lo que no me esforcé
en formar una familia. En mi tiempo libre, practico la escritura. Precisamente
tengo un blog como el suyo. Al fin he logrado terminar mi primer libro, que
está aún sin publicar. En el texto del mismo se narran esas terribles y
desagradables experiencias que, como adolescente, tuve que vivir durante mis
años escolares y que tanto han influido o determinado mi forma de ser actual.
Le envío, en un archivo adjunto, el
manuscrito de este largo relato. Me gustaría que leyese el contenido de estas
casi doscientas páginas. Estoy muy interesado en conocer su opinión y la de
algunos otros profesores (seis, exactamente) quiénes también ha recibido el
mismo y correspondiente archivo.
Mi intención es publicar este libro.
Pero Vd. y sus compañeros no deben preocuparse, porque sus nombres no aparecen
en el texto y evito una fácil identificación de sus personas. Para mi es mucho más
importante denunciar la situación planteada, que señalar a nadie con nombres y
apellidos. Estos datos permanecen bien guardados en la privacidad de mi memoria.
¿Por qué quiero que este libro salga
a la luz? Para evitar que situaciones como las que planteo continúen
perjudicando, de manera tan desafortunada, lo que debe ser el normal y sano
desarrollo de un adolescente. Tal vez los profesores, la administración
educativa y la propia sociedad, tomen conciencia algún día de estas terribles
situaciones que, las más de las veces, permanecen ocultas, haciendo sufrir a
muchas personas inocentes.
Atte. Ismael Blanco”.
La sorpresa de Higinio, ante la extensa misiva
explicativa, era profunda. Por más que intentaba hacer memoria, no asociaba en
sus recuerdos la imagen del remitente (seguro que uno de sus numerosos alumnos)
en aquella ya lejana década de los noventa. Parecía lo más aconsejable iniciar
la lectura de ese manuscrito que, como archivo adjunto en formato pdf, acompañaba
al inesperado correo.
Una vez descargado el proyecto de libro, procedió a
su expectante ejercicio de lectura. Dado el interés de su contenido, estuvo
leyendo las bien redactadas páginas hasta cerca de las tres de la madrugada,
hora en que el sueño pudo más que su motivación ante los párrafos que
ávidamente iba “devorando”.
Quiso ser fiel a la realización de su proyecto
senderista, actividad que le ocupó una buena parte del domingo. Pero ya en la
vuelta a casa y tras la correspondiente y reconfortante ducha, preparó una
frugal merienda - cena, a base de ensalada, lácteos y cereales con fruta. Apagó
la televisión tras el necesario “ágape” y se dirigió hacia su sillón preferido,
donde aguardaba ya el tablet, acompañado de una buena taza de café solo, a fin
de evitar la tentación del sueño. Quería avanzar en la detallada exposición que
realizaba Ismael en su manuscrito, cada vez más provocadora para la laxitud
irresponsable de las conciencias.
Aquella noche estuvo ante las páginas del texto hasta
una hora muy avanzada de la madrugada. Cuando al fin se fue a la cama, le
quedaba ya poco contenido por completar del interesante “libro-denuncia”. La
verdad es que perdió el ritmo del sueño, ante todos esos párrafos que hacían
fluir en su rostro un profundo rubor y un indisimulable sentimiento porcentual
de culpa.
Cuando a la media mañana del lunes finalizó la
lectura de los párrafos que aún le restaban por conocer, se sentía intensamente
abrumado. Decidió darse un largo paseo por el paseo marítimo, acercándose
a la playa a fin de observar y disfrutar
del ritmo acústico y visual que producía el oleaje del mar al romper junto a la
orilla. Su cabeza iba dándole vueltas a ese texto/denuncia que había tenido que
leer, por la voluntad de su autor, un antiguo alumno que, de forma lamentable,
había sufrido demasiado en una etapa decisiva para la evolución armónica de su
personalidad. Tras una profunda y valiente reflexión, aquella tarde, sin más
dilación, comenzó a redactar la carta respuesta que quería transmitir al infortunado
discípulo con el que convivió profesionalmente en las aulas escolares.
“Amigo Isaac. He querido sin más
dilación responder a tu correo, una vez completado el contenido de ese
importante y testimonial manuscrito que deseas ver publicado próximamente.
Te confieso que me ha impresionado
todo lo que con valentía narras, producto de una muy dolorosa y desafortunada
experiencia acaecida hace ya mucho tiempo. Ser el objetivo de todas esas
crueles actitudes y agresiones que, en aquéllos importantes años de tu
adolescencia, tuviste que soportar, me produce indignación y un profundo pesar.
Conocer esas vejaciones, amenazas, humillaciones, agresiones tanto físicas como
psicológicas, que algunos violentos compañeros te infligieron, me produce
espanto, incomprensión y una rabia difícil de contener.
Según dices, este manuscrito lo has
enviado a algunos de tus antiguos profesores que, como es mi propio caso,
fuimos tutores del grupo donde cada año estuviste matriculado. Tengo que hablar
en primera persona, lógicamente, pero te puedo asegura que yo no supe percibir estos lamentables hechos que de ningún modo pongo en duda. También estoy
completamente seguro de que esos otros profesores tampoco conocieron esos
incalificables comportamientos. Pero ello no me exime de la responsabilidad que
asumo por no haber hecho más por detectar de que en el grupo del que era tutor
o profesor estaban perpetrándose tales ignominias.
Sería ahora para mí fácil plantear
una pregunta: ¿Por qué no acudiste a tus profesores, a fin de plantear
abiertamente esos dolorosos hechos de los que eras objeto? Sin duda no lo
hiciste por el miedo, las amenazas u otras razones que te impidieron buscar la
ayuda y la protección necesaria.
Todo ello no exime de que en este
momento, con más de dos décadas de distancia en el tiempo, te pida sinceramente
perdón. Debo y quiero disculparme por no haber sabido detectar a tiempo ese
rechazable bullying que tuviste tan dolorosamente que
padecer.
Manifiestas que esos episodios han
dejado huellas negativas en tu carácter que, incluso hoy, necesitan
tratamiento. Confío que la cualificación médica consiga aliviar definitivamente
esas heridas psicológicas en tu persona. Y aplaudo tu valentía en querer
publicar este testimonial manuscrito. Tal vez con esta difusión consigas que otros
muchos profesores, también por supuesto otros
numerosos padres, tomen conciencia de que, aunque no sean detectados, pueden
estar ocurriendo infames episodios de bullying sobre los alumnos o sobre esos
hijos que la sociedad ha puesto bajo su responsabilidad.
Dejo bajo tu recto criterio la
posibilidad o conveniencia de que podamos mantener un diálogo directo, en el
futuro. Hasta ese anhelado instante, recibe toda mi consideración, respeto y
disposición para la ayuda. Higinio”.
El libro denuncia de Ismael fue, finalmente, publicado.
La venta y difusión del ejemplar resultó en sumo esperanzadora, en palabras del
director editorial. Este técnico informático ha pedido a su antiguo profesor, don
Higinio, un poco más de tiempo, a fin de que ese reencuentro personal entre
ambos pueda llegar a producirse. En la intimidad de su conciencia conoce los
porcentajes correspondientes a la ficción y a la realidad que integran el
impactante relato denuncia. Obviamente, quiere incrementar las ventas en las librerías.
Pero también esa parte ficcional del texto, ajena a la verdad, sea una peculiar
forma de pagar, tanto a unos como a otros, los errores de unos años que
debieron ser para su persona manifiestamente mejorables.-
José L. Casado Toro (viernes, 01 Diciembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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