Las personas pueden cambiar, qué duda cabe. Lo
podemos apreciar tanto en su carácter, en su mecanismo de vida, en sus gestos y
reacciones, como también, por supuesto, en su diaria apariencia externa. Son
muchos los aspectos que pueden gozar o sufrir de esas modificaciones con las
que deseamos mostrar una nueva identificación ante los demás, “luciendo” otros
rasgos, externos o internos, tanto los de naturaleza física como también, es
obvio, esa “silueta psicológica” que nos hace ser de una forma o de otra. Aceptando,
en mayor o menos medida, estas afirmaciones, no podemos de igual manera negar,
con la evidencia que nos ofrece la experiencia (inmersa en la realidad) de que ese cambio personal no resulta desde luego fácil.
Primero, porque esa capacidad o habilidad de “transformación” no es un don que
atesoren todas las personas y segundo porque, a medida que los seres humanos
vamos acumulando años en nuestro calendario íntimo, esos cambios se tornan casi
imposibles ya que tenemos muy definida y marcada nuestra peculiar manera de ser
y de actuar. Sin embargo, en la historia que a continuación vamos a relatar, estas
últimas premisas no van a resultar tan firmes y permanentes.
Santos Tallar Ley vive sin compañía en un tercero C, no muy amplio
en metros cuadrados pero suficiente para sus actuales necesidades de hábitat.
Su vivienda se halla inserta en un viejo bloque de cinco plantas, ubicado en la
centralidad antigua y algo degradada de la ciudad. Heredó este piso, en el que
siempre ha residido, de sus padres, ambos hoy ya en el ingrávido reino de la
memoria. Aunque su padre falleció siendo él muy joven, la convivencia con su
madre, doña Modesta,
se ha prolongado durante largos años, aunque desde hace ocho, este hombre, de
carácter huraño, misántropo y profundamente egoísta, perdió el apoyo de un ser
que siempre tuvo miradas complacientes y plenas de cariño para el hijo único de
sus entrañas.
A sus 48 años de edad, Santos permanece ostentando
esa soltería que tiene plenamente asumida. Sus relaciones con la vecindad
siempre han estado bajo mínimos, siendo considerado por la mayoría de los
habitantes del bloque como una persona rara, que rehúye el trato cotidiano y centrada
en una cerrada privacidad muy poco dada a intercambiar palabra alguna con los
demás. Se gana la vida, trabajando durante las mañanas, con el reparto
domiciliario de publicidad (su libro escolar quedó interrumpido, tras repetidos
fracasos con ruidosos enfados paternos, en el 2º de B.U.P). Suma a esos euros
ganados por el buzoneo mensual, el trabajo ocasional que le dan en una
subcontrata encargada de repartir las pesadas compras que la clientela realiza
en un céntrico hipermercado, actividad que sólo lleva a cabo por las tardes. Lo
hace viajando en una veterana furgoneta, repleta de voluminosa o más reducida
paquetería. Completa estos modestos ingresos con los intereses bancarios de
unos depósitos o ahorros puestos a plazo fijo, que su madre se esforzó en
reunir con gran tenacidad y sacrificio, especialmente desde que se convirtió en
modesta pensionista al quedar viuda de su marido D.
Fulgencio, sargento del ejército de tierra. Completando el perfil de
este extraño personaje hay que añadir que, también desde hace años, padece
grandes fases de insomnio, desequilibrio que trata de combatir sentado ante un
anticuado televisor, en el que ve todo tipo de programas, situación que se
prolonga, noche tras noche, hasta la profundidad horaria de la madrugada. Con
su insociable carácter, carece de amigos, “disfrutando” en soledad el ocio de
sus horas libres, con la realización de largos y repetidos paseos a través del
laberinto urbano y también con la actividad senderista, aplicada necesariamente
durante los fines de semana.
Aquella tarde de un frío y seco diciembre, al
volver de uno de sus paseos por la “telaraña” urbana, abrió el buzón de su piso
hallando en su interior, entre la numerosa publicidad comercial acumulada, un
aviso pendiente de entrega. Tendría que recogerlo, por la no presencia domiciliaria
del destinatario, en la estafeta de correos que le corresponde, oficina situada
en la zona intermodal de transporte, junto a la estación central de
ferrocarriles. Allí se dirigió, en la mañana siguiente, encontrándose con una carta certificada y con acuse de recibo. A pesar
de la intriga (procedía de un bufete de abogados, con sede en Madrid, según el
membrete del sobre) la guardó en su cartera, a fin de leerla con más tranquilidad
cuando volviera a casa para tomar el almuerzo, a eso de las dos y media de la
tarde.
“Estimado Sr. Tallar Ley.
Tengo a bien comunicarle que,
mediante riguroso sorteo notarial, ha sido Vd. elegido por la suerte (junto a
otras dos personas con residencia permanente en territorio español) para
recibir una generosa entrega que nuestro representado desea donar, tras su
reciente fallecimiento. El nombre del benefactor habrá de permanecer en el
anonimato, por deseo expreso del mismo. En contenido y características de la
muy importante donación habrán de someterse a las premisas que a continuación
le detallo.
Vd. Sr. Santos, habrá de decidir, en
un plazo máximo de tres semanas, a partir del recibo de esta misiva, cuál será
la naturaleza del regalo que mi representado desea entregar para la ciudad
donde resida el beneficiario que haya sido correspondido o designado por la
suerte. Es decir, está en sus manos concretar el tipo de donación o regalo con
el que la ciudad donde vive va a sentirse agraciada. Le aconsejamos que elija hasta
tres opciones, de diferentes cuantías, a fin de que un equipo técnico,
cualificado al efecto, decida cuál es la más adecuada, en función del montante
económico disponible para esta donación.
Una vez que hayamos recibido y
estudiadas sus tres opciones, un representante de este bufete le visitará en su
propio domicilio, a fin de que firme personalmente la documentación pertinente.
Con ello podrá ponerse en marcha el proceso de donación gratuita a su municipio
y la materialización concreta de aquello que haya de ser realizado.
Debo aclararle que nuestro
representado ha sido una persona de vida muy azarosa y aventurera. Por sus
numerosas actividades ha generado una cuantiosa fortuna. Al no tener herederos
directos, por voluntad testamentaria, quiere dejar un legado de generosidad a
este país que le ha acogido durante la última década de su existencia. Su
ilusión es legar toda su fortuna a tres municipios españoles, a fin de que sean
beneficiados con alguna realización que gratifique la convivencia de sus
habitantes. En este caso, Vd. (junto a los otros dos beneficiarios de
diferentes municipios) tendrá el honor y la responsabilidad de elegir lo mejor
que desea, a fin de dotar y mejorar la ciudad en que vive.
Para cualquier otra aclaración,
póngase en contacto con alguno de los teléfonos que ponemos a su disposición,
al final de esta comunicación. Se le informará cumplidamente al respecto sobre
todo aquello que necesite conocer para su mejor compresión y decisión.
Atentamente. Siglo XXI Abogados.
Madrid”.
Santos no daba crédito a lo que estaba leyendo,
cuando se disponía a dar buena cuenta de un apetitoso plato de lentejas, con
chorizo y morcilla, almuerzo que había comprado en un establecimiento de “comidas
para llevar” ubicado a pocos minutos de su domicilio. Repasó, una vez más el
contenido de la carta y. de forma paulatina, crecía su indignación, entre
cucharada y cucharada del alimento que estaba consumiendo. “De modo que me regalan un premio, a mí que nunca me han
dado nada, resultando que el premio es finalmente para la ciudad, teniendo yo
que decidir precisamente en qué consiste
el “dulce” que va a recibir toda esta gente con la que tan mal me llevo. En
realidad no me llevo, porque ellos pasan de mi y yo paso de ellos. Vaya
papeleta que me ha tocado. Diría que esto lo ha hecho el Diablo, para reírse de
mi pobre persona.” Dicho lo cual, se tomó un par de vasos de tinto clarete,
como postre, pues no le gustaban los dulces. En cuanto a la fruta, sólo le
apetecía en esta época del año las naranjas y hoy se le había olvidado pasar
por ese puestecillo de Abilio para comprarlas. Este paciente frutero,
propietario de ese portal tienda las suele vender barata, pues su familia tiene
unas tierras de cultivo por la zona de Pizarra o Álora, lo que les permite reducir
los precios de venta al público.
Toda la tarde estuvo malhumorado con su suerte,
mientras hacía cinco servicios de reparto a otros tantos domicilios repartidos
por el plano de la ciudad. Mientras conducía de un lugar a otro, no dejaba de
darle vueltas al asunto del regalo.
“El señorito que ha ideado todo esto
no debe estar muy bien de la “mollera”” se decía. “Ahora, cuando vuelva a casa,
voy a llamar a ese teléfono. A ver si resulta que todo esto es una broma de mal
gusto. Aunque no es el Día de los Santos Inocentes, hay por ahí mentes
cuadriculadas que se pasan el tiempo en crearnos problemas a los demás. Desde
luego, lo que no voy a ser de ninguna manera es un Rey Mago para la gente.
Bastante tengo yo con ocuparme de mis cosas.”
A eso de las siete menos cuarto de la tarde, volvió
a su piso, no sin antes pasar por el súper para comprarse un par de
hamburguesas, de esas que tienen una caducidad inmediata y son ofertadas con
hasta un cuarenta por ciento de su precio de coste, para preparar la cena de
esa noche. Marcó uno de los números que venían en la enigmática carta y después
de pasarle la operadora por dos departamentos del bufete, se puso al teléfono
una voz joven que se identificó como Bernardo
Ladrillán. Se trataba de un pasante del despacho, que estaba haciendo
sus prácticas de abogacía y el que a esas horas del día estaba encargado de
realizar una primera atención a los comunicantes. Santos le pidió la
confirmación de todo este asunto y que le aclarase realmente quién estaba
detrás de toda esta tan generosa donación.
“Por supuesto, Sr. Tallar, que todo
el contenido de nuestra carta responde a la más absoluta verosimilitud. Nuestro
equipo está integrado por personas de la más seria y reconocida cualificación,
profesional y moral. Comprendemos que todo este asunto provoque su desazón y extrañeza,
pero debe confiar en nosotros. Ya que muestra tanta insistencia, para ayudar a
su sosiego le voy a dar alguna clave explicativa a fin de que entienda el
trasfondo de esta muy generosa donación. El benefactor (ya no está entre
nosotros) era natural de un país extranjero. Durante su vida parece ser que
estuvo implicado en muchos negocios, algunos de los mismos rozando o
incurriendo en la ilegalidad. Incluso sufrió detenciones y penas de cárcel. La
última fase de su vida la llevó a cabo en nuestro país, donde encontró una
grata acogida, respeto de sus habitantes y esa tranquila felicidad que llevaba
buscando desde hacía d écadas. Ya casi en el final de
sus días, esta persona se propuso compensar a este país, que con tanto cariño y
hospitalidad le acogió, con una parte de todo ese cariño y generosidad afectiva
que tanto valoraba y, de paso, limpiar un tanto su conciencia de algunas
operaciones y actividades, que no ennoblecen precisamente a quien las realiza.
De ahí estos tres grandes regalos que su muy suculenta herencia puede sufragar.
Vd. tiene el gran y emblemático honor de ser el intermediario de ese bien que
la comunidad donde vive va a recibir. Debería Vd. Sr. Santos sentirse orgulloso
de haber sido elegido por la fortuna para tan emocionante y ejemplar intermediación”.
Aquella noche el insomnio se acrecentó en el
desequilibrio onírico de Santos. Apenas pudo “pegar ojo”. Se sentía desvalido
por el destino. Ahora ya no tenía cerca a su madre, doña Modesta, que con tanta
dulzura le aconsejaba y entendía su particular forma de ser. Necesitaba
consultar, tal vez desahogarse en conciencia, con un buen amigo o amiga, a fin
de que esta persona le ayudara a tomar la decisión más justa y equilibrada. De
manera especial, que le hiciera comprender que estaba en su mano hacer un gran
bien a esa comunidad de la que se sentía tan separado, aislado e incomprendido.
Pero… no tenía amigos. Desde hacía años, sólo
vivía para sí mismo, en un marco de egocentrismo enfermizo y falaz. ¿A quién
acudir, para hablar, dialogar y solicitar esa ayuda fraternal? ¿Dónde estaría la
mano generosa, la voz hermanada, que le ayudara a emprender un profundo cambio
en su vida, abierto a la solidaridad con los demás? Tal mal se sentía que al
amanecer, telefoneó a Pita, su jefe, para indicarle que tenía que ir al médico.
Hoy el buzoneo publicitario habría de esperar.
Estuvo sentado toda la mañana detrás del balcón de
su domicilio, observando pacientemente el bullir de la calle y a toda esa anónima
vecindad que latía tras los poco aseados cristales de su pequeño salón-estar,
sin nadie con quien hablar, reír o soñar. Pensó en su niñez, en su juventud y
en todos esos años perdidos de introversión y ambición personalista. De pronto,
vino a su mente una lejana imagen. Esa imagen le recordaba a un hombre de
espíritu joven, alegre y servicial, con gran don de gentes que vestía túnica conventual.
Se trataba del Hermano Florián.
Este vitalista fraile carmelita, siempre le trató
con sencillez, confianza, generosidad y cordialidad, sabiéndole escuchar y
aconsejar. Lo consideraba como un gran amigo, su mejor amigo, durante aquellos lejanos
años de su adolescencia en los que solía pasar muchos ratos en los salones
parroquiales del barrio, junto a otros chicos y chicas de su edad. El tiempo
“corrió” y aquel grupo se desintegró, dado que muchos de sus miembros se
marcharon a estudiar a otras provincias o buscaron otros vínculos personales,
grupales o afectivos. Dejó de visitar a este clérigo o hermano carmelita en la
Parroquia del Carmen, del que nunca más había vuelto a saber tras su
alejamiento de los círculos eclesiales. A pesar de que habían transcurrido más
de tres décadas desde entonces ¿por qué no preguntar por el Padre Florián.
¿Seguiría en la comunidad malagueña? ¿Habría sido trasladado a otras diócesis?
¿Se acordaría aún de aquel joven desorientado al que tanto ayudaba con sus
bromas, consejos y dinamismo fraternal?
Aquella misma tarde se dirigió a la ahora
“remozada” parroquia, yendo directamente a la sacristía a fin de inquirir
información acerca de la persona con la que deseaba contactar. Le indicaron,
para su alegría, que efectivamente el Padre Florián se encontraba en la
Comunidad. Que podía subir a visitarlo pero que no le agotase mucho con la
conversación, dado su delicado estado de salud. Minutos después, ante su
presencia estaba una venerable persona en silla de ruedas, revestido con la
túnica conventual. A sus 65 años, aquel joven fraile de su adolescencia había
cambiado notablemente en su físico, afectado por las secuelas del Párkinson. A
pesar de este gran problema, su mentalidad actual mostraba un estupendo nivel.
El clérigo carmelita aseguró que le reconocía, aunque en verdad también le veía
notablemente cambiado. Desde luego se alegraba mucho de que hubiera ido a
visitarle, a pesar de las tres décadas pasadas sin el menor contacto entre
ellos. “¿Qué te pasa “Santín” (así le
llamaba, en aquellos inolvidable años 80). Te veo
nervioso y presa de la preocupación. Cuéntame serenamente lo que te ocurre y
desasosiega. Seguro que juntos buscamos y encontramos esa luz que te va a guiar
con la mejor solución”.
Tras escuchar el largo monólogo de su inestable
interlocutor y sin perder nunca la sonrisa, el venerable fraile guardó unos
minutos de silencio. a modo de reflexión, antes de expresar con sabias palabras
ese mensaje de paz, amor y racionalidad que deseaba aportar a una persona con
síntomas evidentes de desequilibrio.
“Querido y buen Santi: la vida te
está ofreciendo, generosamente, una nueva oportunidad que no debes, en modo
alguno, desaprovechar. Por las razones que sean ¡ahora no importan! te has
apartado egoístamente de tus hermanos y Dios junto al destino han puesto en tus
manos el poder entregarles un importante bien material, del que a buen seguro
disfrutarán. Pero, por importante que
sea esa donación que con humildad y grandeza vas a transmitir, lo más
importante y decisivo para tu vida, para la salud de tu alma, es ese cambio
profundo y trascendental con el que vas a revitalizar tu equivocado caminar
actual. Vas a dejar de comportarte y pensar enfermizamente en ti mismo y en
cambio vas a abrirte, con humildad y esperanza, hacia las necesidades de los
demás. Este cambio te hará mucho más feliz. Sentirás que una vida sólo tiene
sentido cuando la ponemos al servicio de ese amor fraterno y solidario hacia
los demás.”
Han transcurrido once meses, desde aquel feliz y
paternal reencuentro del Padre Florián con Santos Tallar. La ciudad en la
actualidad dispone, felizmente, de un nuevo gran espacio convivencial, de
titularidad municipal. Este centro para la cultura y el ocio ha sido denominado
SALÓN MÁLAGA PARA LA SONRISA (título acordado
entre Santos y su amigo, el fraile carmelita) en el que además de los servicios
administrativos y organizativos, se ha construido un espléndido auditorio, con
capacidad para hasta 450 espectadores. Cada fin de semana, sea invierno o
verano, se representan en el mismo dos espectáculos, abiertos a la gratuidad
del público asistente. En la mañana del sábado hay variadas funciones y juegos,
especialmente diseñadas para los niños y los jóvenes, mientras que en el
domingo tarde las representaciones y actividades están centradas en un público
adulto. El nuevo Salón Málaga para la Sonrisa, convivencial y lúdico, se
encuentra ubicado en el amplio solar antes ocupado por dos antiguas salas de
exhibición cinematográfica (cerradas hace años y hoy muy degradadas en sus
edificaciones) convertidas por la generosidad del misterioso donante en un
necesario y dinámico centro para difundir la cultura popular. Entre las numerosas actividades que en él se
desarrollan merecen citarse las siguientes: marionetas, teatro de mimos, representaciones de magia, cine, teatro,
danza, bailes populares, conciertos, cantautores, grupos musicales, asambleas y
celebraciones de las asociaciones de peñas, escuela de teatro, escuela de cine,
exposiciones fotográficas, conferencias y un primer esbozo de lo que en un
futuro será la imprescindible cinemateca del municipio. La Banda Municipal de
Música, así como la Orquesta Filarmónica también utiliza este espacio para
determinados conciertos.
La hábil mano del Padre Florián supo mover los
hilos necesarios, a fin de que la Concejalía de Cultura del consistorio
malagueño reservara en sus presupuestos la dotación económica para un nuevo puesto
laboral. Esta función tiene como misión la adquisición y conservación del
material necesario para el funcionamiento del Salón Málaga. El aludido puesto
de trabajo, de libre designación, ha recaído en la persona que ha intermediado
de manera tan eficaz para la consecución de este gran logro para la cultura
social del municipio: Santos Tallar, quien desde
ahora afronta con alegría la sucesión de los días, mostrando un espíritu
abierto a la sociabilidad y a la amistad solidaria. La
ciudad también disfruta del nuevo incentivo lúdico-cultural, muy grato
regalo recibido desde el sutil anonimato de la buena voluntad. -
José L. Casado Toro (viernes, 15
Diciembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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