Habían compartido la amistad, el estudio e
imborrables escenas de ocio, conviviendo en un popular Colegio Universitario de
la Universidad de Granada. Fue en los siempre recordados años setenta, cuando Evaristo, Álvaro y Jeremías se conocieron por primera vez allí en la
ciudad de la Alhambra, aunque los tres compañeros habían nacido y vivían con
sus respectivas familias en Málaga, la ciudad hermana bañada por las tibias
aguas del Mediterráneo. Las aventuras y “correrías” que protagonizaron estos
tres inquietos y dinámicos estudiantes, en la etapa de su adolescencia
avanzada, quedaría imborrable para el recuerdo de esa vitalidad desenfadada que
refleja la juventud de los cuerpos y la osadía de la mente. Pero a pesar de todas
las promesas y parabienes, a la finalización de las respectivas carreras, con
la obtención del ansiado grado de licenciatura, la distancia afectiva y el
olvido se hizo dueño de tres personas que caminaron por sendas diferentes en la
misma ciudad que los acogió al regreso de su larga etapa de estudio. Algunas esporádicas
y rituales felicitaciones navideñas, cruzadas durante los primeros años de
alejamiento, fueron caprichosamente desapareciendo en las anualidades
siguientes, para sembrar entre ellos un erial afectivo durante dos décadas y
media. El espacio urbano del anonimato, con sus indiferencias, las banalidades
y las prisas, impidió mantener aquellos prometedores y positivos vínculos, hoy
sumidos en el mar del olvido, la superficialidad y la desmemoria.
Parece ser que la ocurrente y feliz idea del
reencuentro partió del voluntarismo de Álvaro. Por su profesión de policía
local tuvo fácil acceso para la localización de sus dos grandes amigos de
universidad, proponiéndoles una positiva y feliz cita a fin de recuperar unos
vínculos totalmente aletargados por el paso del tiempo. ¿Por qué no reunirse en la tarde del día 31 para, además de
brindar con esa ritual y numérica transición de anualidades, que iba a dar paso
al emblemático año 2000, hablar acerca de la evolución de sus vidas durante los
veinticinco años transcurridos desde 1974, cuando finalizó su andadura
universitaria? Evaristo y Jeremías, en un principio sorprendidos por la
propuesta de su antiguo amigo, aceptaron la simpática invitación, no sin expresar
un cierto recelo o duda inicial. Todos y cada uno de ellos comprendían que esa
merienda de las 12 campanadas pondría sobre la mesa, espacio siempre abierto de
las palabras, el agridulce contraste entre las ilusiones y proyectos de la
juventud, con esa realidad actual en la que habría mezcla de luces y sombras,
logros y fracasos.
El punto de encuentro quedó fijado, para las cinco y media de tarde, en una tradicional cafetería-tetería, ubicada a medio camino entre la monumentalidad renacentista y barroca de la Catedral y la entrada principal del Museo Picasso, en plena centralidad antigua de la planimetría malagueña. Los tres antiguos amigos extremaron su puntualidad, ante un reencuentro que prometía ser cálidamente jugoso con el travieso juego de los recuerdos. Durante unos “crispados” y brevísimos segundos, unos y otros se analizaron físicamente, asumiendo, con las nerviosas sonrisas, el avance hostil del tiempo sobre las epidermis y las estructuras anatómicas que les sustentaban. ¿Qué imágenes ofrecían? La pérdida de cabello o sus encanecidas tonalidades, las más o menos disimuladas arrugas faciales, la gruesa y descolgada “papada” del cuello, la acumulación sebácea en la cintura, el drama del sobrepeso a lo largo del perímetro corporal, la curvatura de esa columna vertebral antes tan esbelta … Todo ello ponía de relieve el avance implacable e inmisericorde de las hojas del calendario, sobre unos cuerpos otra hora esbeltos. Tras pedir las consumiciones y hacer esos necesarios y educados comentarios amables, para personas que llevaban dos décadas y media si verse de manera directa, cada uno de los amigos comenzó a reflejar con palabras diversos aspectos de su trayectoria. El primero que tomó el protagonismo de la sinceridad fue EVARISTO, al que sus dos compañeros llamaban cariñosamente Eva, recordando los divertidos años granadinos.
“Por supuesto que aún no se me ha quitado la
emoción de este feliz reencuentro con mis dos grandes amigos. Muchas veces he
pensado en vosotros pero, la verdad, es que somos muy “dejaos”. Siempre “atados” a las prisas y a las
obligaciones. Así vamos dejando para mañana lo que sería fácil poder hacer hoy.
Siempre me gustaron los libros y las antigüedades,
de ahí mis estudios de Historia. Pero cuando llegó el momento profesional, vi
que lo mío no era la enseñanza. Ni de críos grandes o pequeños. En cuanto a las
oposiciones para bibliotecas y archivos, el asunto siempre se me planteaba muy
dif ícil. Escasísimas plazas y convocatorias muy espaciadas. Pasaban
años sin que hubiera una plaza de archivos o bibliotecas libre. Se me ocurrió
hacer un curso de administración y gracias a él (bueno, también tuve alguna “ayudita”)
pude entrar a trabajar en el aeropuerto, donde aún sigo. ¿Y qué es lo que hago durante
los cinco días de la semana? Pues controlar los listados de viajeros a través
de los programas de ordenador, pegar las etiquetas en los equipajes,
diligenciar las tarjetas de embarque, atender las posibles reclamaciones y
consultas…. Hay momentos en que el trabajo es especialmente intenso, como sucede
durante los meses vacacionales del verano, semana santa y por supuesto la
Navidad, épocas en que los viajes se multiplican. Pensad en la aglomeración de un 31 de julio o
un primero de agosto. Es un trabajo en general cómodo, pero intensamente
repetitivo. Como tantos otros, por supuesto.
No me casé, no era lo mío. Tuve algunas
experiencias sentimentales, tanto con mujeres … como con hombres. No me importa
confesarlo. Desde que se “fue” mi madre, vivo solo, organizándome relativamente
bien. Todo es cuestión de acomodarse a los que la vida te ofrece. Mucha
lectura, cine, compras, museos, exposiciones, viajes (cuando puedo) y esas
tareas de la casa, que tiene que llevar a buen término un hombre solitario.
Ahora que hemos entrado en nuestra década de los cincuenta, vemos la vida con
una mayor lentitud y sosiego o ¡tal vez con excesiva rapidez! Caminamos hacia
la plena madurez y a esa dura etapa que todos tememos de la vejez. Todo un poco
gris, pero tranquilo. Cuando estás en la juventud parece que te vas a comer el
mundo, pero después tienes que tener cuidado en que ese mundo, material, falaz
y egoísta, no te coma a ti”.
Los compañeros de Eva pusieron buen cuidado en no
interrumpir un muy largo monólogo, compuesto de frases cortas y sorbos de una
taza de té (con feliz nombre cinematográfico, de aquellas inolvidables películas
rodadas en el desierto) que, de manera paulatina, iba completando con la generosa
infusión que contenía la plateada y brillante tetera. Este primer protagonista
de la reunión había puesto especial cuidado en su forma de vestir. Alva y
Jeromo recordaron con simpatía la sempiterna trenka azul que incluso en
primavera se colocaba el bueno de Eva. Para dar más emoción al reencuentro,
vestía también esa tarde de Noche Vieja con una prenda de igual color y forma,
como la que lucía en aquellos inolvidables años 70.
JEREMÍAS pidió un segundo chocolate caliente. Esta repetición daba muestra de
su actual tendencia golosa hacia la ingesta de alimentos, actitud que le había
provocado un sobrepeso a todas luces evidente. Su actual obesa figura contrastaba
con la extrema delgadez que mostraba en sus años universitarios.
“Bueno, me toca “ir al confesionario”. Recordaréis
que estudié Derecho. Lo hice, en realidad, por mi padre. Él sí fue un buen
abogado. Estuvo ejerciendo hasta pocos meses antes de dejarnos. Tampoco era lo
mío, aunque a duras penas pude al fin acabar la carrera. Yo fui un ejemplo de
esos hijos que miran en demasía la cara de sus padres, incluso eligiendo una
titulación que, en los momentos de sinceridad, sabes que no vas a ejercer. Entré
a trabajar en ese centro comercial o grandes almacenes que existe en cada
ciudad, con un contrato de seis meses. En la actualidad sigo en la misma
empresa y ya van para los veinticuatro años. Soy de los más veteranos de la
plantilla. Sin duda, he tenido que desempeñar bien mi labor, recorriendo las
más variadas secciones (juguetes, ropa juvenil, oportunidades, deportes…)
incluso el verano pasado eché una mano en el supermercado, pues tenían diversas
bajas del personal. Me casé, tras un noviazgo de muchos años, pero la vida en
común, durante las veinticuatro horas del día y de la semana acabó por
aburrirnos. Cada uno tiró por su lado. Tenemos dos hijos ya adultos, que viven
con su madre. Llevo emparejado varios años con una chica del departamento de
cosmética, diez años menos que un servidor. Es paciente y agradable y me sabe
tratar bastante bien. Físicamente tiene un perfil aguileño que muchos exigentes
de la estética criticarían. Pero, lo importante para nosotros es que sabemos
sobrellevarnos, manteniendo algunas respectivas parcelas de privacidad. No gozamos
de unos sueldos elevados, pero las comisiones nos permiten completar una
liquidez mensual ciertamente suficiente. Lo que peor llevamos es tener que
estar tantas horas de pie. Aun llevando plantillas, tengo varices en las
piernas y la planta de los pies planos me producen dolores, con problemas de
huesos. Esta es, a grandes rasgos, mi normalidad, que acepto sin mayores
protestas u oposición”.
“Mi situación no es muy diferente a la vuestra (ahora
Interviene ÁLVARO). Quedan ya lejos aquellas
ambiciones y valentías juveniles, con las que creíamos que íbamos a poder
cambiar el mundo. Me recordaréis como el rebelde de la clase, el trotskista y
el dinamizador y mantenedor de las asambleas revolucionarias para la “tercera
vía”. Estudiante de Filología Hispánica y una mentalidad marxista que ahora… me
ve ejerciendo de policía local o municipal (como se decía antes). Tengo tres
vástagos que ahora viven su vida en la universidad. Mi compa y yo apenas nos
soportamos. Ella trabaja de administrativa en una notaría. (Guardó unos minutos
de silencio). Sé a ciencia cierta que me engaña. Pero, yo también lo hago. Así
que nada de reproches. Nos soportamos por los chicos que, en realidad, viven totalmente
a su aire. Cuando el servicio me lo permite, soy un “fanático “de las caminatas
senderistas. También, aquéllas que hago montado en el sillín de la bici. En el
medio natural “puedo respirar” y sentirme persona y libre. En cuanto al
trabajo, pues bien, aunque no faltan las situaciones de riesgo. Una vez estuve
a punto de no contarlo, pues tuvimos que hacer una operación junto a la policía
nacional, a fin de liberar un edificio lleno de okupas. Uno de ellos, con sustancias y brebajes en su
cuerpo, se me abalanzó y no pude evitar el pinchazo en el costado. Estuve casi
dos meses de baja, pero “bicho malo nunca muere”.
Algunas veces hago escapaditas a Granada, para
recorrer aquellos rincones entrañables y plenos de encanto que sustentaron los
años de nuestra juventud. El entorno de Puentezuelas, Gracia, Mesones,
Alhóndiga, el Carril del Picón, la plaza de la Trinidad, las Tablas… y por
supuesto el inolvidable Palacio de las Columnas o Palacio de los Condes de
Luque. Fue mi Facultad de Filosofía y Letras y ahora está habilitado para los
estudios de traducción. ¡Cuántas reuniones clandestinas mantuvimos en el lóbrego
salón sótano de estudio, denominado por todos nosotros como “la ligoteca”! Por
cierto, no me he olvidado de aquel señor del bar que nos servía un delicioso
café tinta (por muy pocas pesetas) con el que “toreábamos” el sueño. Era una
“pócima milagrosa” que con diestra habilidad el “brujo” (como cariñosamente le
llamábamos) preparaba. También recuerdo aquél pequeño montacargas, donde
poníamos el carné y la ficha rellena, para que en pocos minutos nos mandaran el
libro que necesitábamos. Siempre dije que ese críptico montacargas bajaba hasta
los “infiernos” donde se “cocía” la cultura más exotérica. Nuestro Colegio
Mayor universitario, San Bartolomé y Santiago sigue prestando excelentes servicios,
junto a otros centros, en el seno de la comunidad universitaria”.
Los tres antiguos amigos llevaban ya casi dos horas
de reunión, entre miradas, suspiros y sonrisas, recordando un tiempo pasado que ya no iba a volver. De inmediato,
aplicando uno de esos gestos imprevisibles, a los que siempre solía recurrir,
Alva se levantó y fue a decirle algo al camarero. El profesional del servicio
entendió lo que le estaba pidiendo, esbozando una amplia risa de difícil
contención. A los pocos minutos volvió a la mesa mesa, donde colocó en las
manos de los tres peculiares clientes sendas bolsitas conteniendo las doce uvas de la suerte. Unos segundos después
volvió de nuevo a la mesa, portando en sus manos una botella vacía de anís del
Mono. Con una cuchara sopera se dispuso a tocar mediante golpes en el cristal
las doce campanadas, algo anticipadas (eran las
siete y media de la tarde) pero que los tres compañeros aprovecharon para ir
tomando las doce uvas, que ellos llamaron de la “imborrable amistad”. Todos
brindaron, fraternal y cariñosamente, por el Nuevo Año.
La despedida fue emocionalmente intensa. Se abrazaron, con el sentimiento evidente que les
embargaba. Ya no eran aquellos atrevidos y espontáneos jóvenes universitarios,
que sabían dibujar cada día con las ocurrencias más insospechadas y con la
firme convicción de que se iban a “comer el mundo”. O, por supuesto,
transformarlo. Ahora mostraban el perfil de acomodados y veteranos ciudadanos,
con todas esas marcas que la inmisericordia del tiempo va dejando sobre
nuestros vapuleados cuerpos. Aquella significativa tarde, en el crepúsculo de
la anualidad, había servido para recuperarles una vieja amistad, exageradamente
aletargada. Todo ello en un contexto subliminal donde la dialéctica entre las
ilusiones y los proyectos de juventud, contrastaba ante una patente realidad
que no había dejado de estar presente en la mentalidad de todos y cada uno de
los tres amigos. Sabían que, a pesar de sus sanos propósitos de nuevos
encuentros, estarían de nuevo un largo tiempo sin volverse a ver. “Cuídate Álvaro. También tú, Jeromo ¡tienes que hacer
algo de deporte!. Ha sido un verdadero placer volver a recuperarte, amigo
Eva….”
Trataban puerilmente de disimularlo, pero a los
tres amigos les brillaban intensamente los ojos. La noche malagueña del 31 soportaba
un frío e incómodo manto de humedad. La mayoría de los establecimientos habían
cerrado ya sus puertas. Todos apresurábamos los pasos a fin de buscar el cobijo
de ese cálido hogar, en donde pensamos olvidar o transformar la realidad, gracias
el ruido pautado de un escénico jolgorio que nos hace creer, con mentalidad
infantil, en lo imposible. Las cromáticas y aburridas bombillas de led trataban
de poner algo de luz y “calor” a esa oscuridad majestuosa, bajo la que
dormitaba una noche un tanto huérfana de estrellas.-
“¿Qué os ha perecido? Aquí tenéis el proyecto del
nuevo guión. Con los arreglos propios del caso. He tratado de recoger muchas de
vuestras sugerencias y aportaciones. La idea es comenzar a ensayar dentro de un
par de semanas. Os tenéis que poner el “delantal” del trabajo. Ante todo,
naturalidad y sentimiento. Lo que no se siente, difícilmente se transmite. Os
comento que Nicolás tiene ya casi asegurada la financiación para la puesta en
escena. Él sabe siempre moverse con habilidad, a fin de conseguir un atractivo
espacio escénico. Es un mago, para estas cosas organizativas. Parece ser que le
van a ceder el coqueto Teatro de la Comedia, desde marzo hasta julio. Yo aún no
me lo creo, pero cuando él se propone un objetivo, mueve Roma con Santiago para
conseguirlo. De todas formas, pienso que sería bueno iniciar, en su momento,
una pequeña gira por algunas provincias españolas, a modo de preparación y
ajustes, antes de presentarnos en el “tribunal” de Madrid, en ese momento
emblemático de la Primavera”.
José L. Casado Toro (viernes, 29 Diciembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga