viernes, 3 de noviembre de 2017

UNA MAGISTRAL LECCIÓN INTERPRETATIVA, EN LA SOLEDAD DEL ESPACIO ESCÉNICO.

En esta sociedad, sometida a tan densa y agresiva competitividad, parece imprescindible que la venta de cualquier producto haya de estar estimulada por unas leyes y técnicas que, en la mayor parte de las ocasiones, son ajenas al pleno conocimiento del consumidor. Sin embargo, ese “márketing oculto” permite al empresario incrementar sus ventas y continuar resistiendo frente a esa alternativa comercial que, a buen seguro, utilizará otros (o similares) caminos a fin de no perder porcentajes en la aceptación de su natural mercado clientelar. Dicho en otras palabras; cualquier producto mercantil necesita ser vendido y hay que estimular y convencer, con los medios más inverosímiles, la voluntad última de a quien van dirigidos esos hábiles mensajes: el consumidor.

Veamos algunos obvios ejemplos. Vas paseando por una calle, preferentemente comercial. Observas que un establecimiento está completamente abarrotado de personas, posibles clientes que miran, trastean, se prueban y compran los modelos de zapatos que ofrecen los expositores y el propio escaparate principal que mira hacia la calle. En el mismo espacio viario, hay otras dos cercanas zapaterías que ofrecen los mismos o similares artículos y cuyo interior está completamente vacío de clientes. Compruebas algunos precios de mercancías idénticas y para tu asombro los precios son prácticamente similares, en las tres tiendas que comparas. En una mínima reflexión te respondes que existe ahí algo que escapa a tu comprensión y que hace posible la opción o estímulo del consumidor para entrar o no en una determinada tienda. Igual ocurre en las zonas específicas de restauración. En un establecimiento hay muchas personas que incluso esperan turno de pie, a fin de poder ocupar una de las mesas. Exactamente enfrente de este restaurante está situada otra pizzería, con precios similares para sus platos, cuyas mesas se encuentran absoluta y tristemente desocupadas para la “desesperación del empresario. Incluso hay camareros que, desde la puerta, reclaman la atención de los viandantes con sus amables o incisivas palabras de ofrecimiento. Sin embargo la gente sigue su camino e incluso tratan de buscar acomodo en el vecino restaurante abarrotado.

Valga esta somera introducción para entender los inteligentes esfuerzos imaginativos y técnicos que han de arbitrar los empresarios, en cualquier sector mercantil, a fin de motivar y conseguir el interés de todos aquéllos que pueden ser clientes potenciales de la mercancía ofertada (por supuesto, muy diversificada). Productos que urgente o superfluamente la ciudadanía necesita adquirir y, lógicamente, disfrutar.

En el ámbito teatral se está representado, por toda la geografía provincial, una obra titulada: DIÁLOGO CON LA VERDAD AUSENTE, pieza escénica que podemos clasificar en la modalidad de monólogo. Durante aproximadamente hora y media, un veterano y consolidado actor domina el decorado escénico y temático, desarrollando una compleja historia en la que también hay otros importantes protagonistas, aunque éstos no aparecen “físicamente” en la representación. El esfuerzo desarrollado por este único  actor resulta admirable, pues ha de sobrellevar, sólo él, el peso temporal y argumental del drama. Al ser una obra de esta naturaleza, la asistencia del público no es mayoritaria para esos días previos al fin de semana, donde también hay representaciones diarias de una historia bien aclamada por la crítica especializada. El gerente y el propietario del establecimiento, analizando el reducido paso del público por taquilla, entre martes a jueves, piensan en algún poderoso y original incentivo para animar a que muchas familias decidan acudir a la representación durante esos días intermedios del almanaque semanal.

De mutuo acuerdo con  Gaspar Lanial. (75 años, el prestigioso y único actor protagonista) han pensado en ofrecer una curiosa motivación, para esos tres días previos al viernes en los que la asistencia del público decae de forma notoria. Antes del inicio de cada representación diaria, van a efectuar un sorteo entre el público asistente. Habrá dos afortunados espectadores que podrán compartir la cena de esa noche, a la finalización del espectáculo, con el prestigioso y único actor. La comida será llevada a cabo a cabo en un restaurante inserto en el mismo edificio donde tiene su sede el establecimiento teatral. El coste de la consumición será gratuito para esos agraciados asistentes que, lógicamente, podrán renunciar a dicho premio a favor de otros espectadores que habrán sido sacados a la suerte en calidad de reservas. Esta operación de marketing ha sido diseñada y puesta en desarrollo por un estudio de mercadotecnia publicitaria, que se ha encargado también de poner en comunicación a la propiedad del teatro con una popular cadena de comida exprés. Esta marca de restauración financiará el 60 % del coste de estas cenas, a cambio de publicitar el logotipo de la cadena en la cartelería y zonas estratégicas del teatro así como su difusión a través de los medios de comunicación.

En este caso y de manera afortunada la inteligente estrategia puesta en marcha para la recuperación del público asistente tuvo un positivo eco entre la ciudadanía aficionada a estas manifestaciones culturales. La difusión publicitaria de esta atractiva posibilidad y el boca a boca entre el público interesado estimuló notablemente a que muchas personas se acercaran a las taquillas teatro (muchos lo hacían vía Internet) antes de las 7:30 de la tarde, hora fijada para el comienzo de la representación. Podrían disfrutar con la interpretación de un maestro de la escena. Y también optar a ese atractivo premio de cenar con el personaje protagonista, que se mostraría receptivo a responder a todas aquellas preguntas que los afortunados le plantearan, ya no sólo sobre la trama argumental representada sino también sobre algunas de las peculiaridades que conlleva la profesión de actor.

Aquel jueves de octubre la suerte señaló a dos personas, hombre y mujer, que no formaban pareja. Dalia, 23 años, estudiante de arte dramático y Grego, de 27 años, licenciado en Ciencias de la Información y actualmente trabajando en una empresa de diseño digital, fueron los poseedores de las dos localidades señaladas por la siempre “caprichosa” suerte. Ambos jóvenes asistieron a la representación del monólogo, con esa nerviosa satisfacción de poder dialogar con su afamado protagonista al término de la obra, compartiendo  la mesa de la cena con tan ilustre y veterano actor. 

Tras la presentación y los saludos, se tomaron unas fotos como recuerdo de este simpático encuentro. Entre bromas, los tres comensales se dirigieron al restaurante, en donde se les había reservado una mesa ubicada junto a una gran cristalera desde donde se veía parte de la iluminada zona portuaria, luces que se reflejaban sobre un mar en calma y poblado de numerosas embarcaciones, la mayoría de las mismas dedicadas al recreo de sus propietarios. Además de unos entrantes, el menú posibilitaba dos opciones para los platos principales y el postre.

Gaspar ofrecía un amable semblante, aunque difícilmente podía disimular un patente cansancio después de estar casi noventa minutos en soledad sobre el escenario. Pronto comenzaron las preguntas de los dos invitados, que en más de una ocasión reiteraron su felicitación al actor por su magnifica y prolongada interpretación.

“Efectivamente hacer un monólogo de hora y media encierra sus grandezas y sus profundas dificultades. Exige mucho entrenamiento previo, una autodisciplina “castrense” para saber integrar en la trama a otros personajes que no se encuentran físicamente presentes en la escena. El uso del móvil telefónico es un recurso posible, aunque también se utiliza el diálogo imaginativo en voz alta que el personaje protagonista desarrolla con ese amigo de la infancia o con esa madre ausente”.

“Claro que me veo obligado a improvisar. Después os cuento algunas anécdotas sobre estas improvisaciones. Pero lo primero que un actor ha de “construir” es una conexión psicológica, ineludible, con el público asistente, Y lo ha de hacer desde que pone sus pies en escena. En unos minutos tienes que estudiar y analizar las reacciones, las respuestas de ese colectivo que te acompaña en silencio, mientras desarrollas la trama argumental. Ha de haber una conexión de empatías recíprocas entre ellos y yo. Les tengo que facilitar su acomodación a los sentimientos de alegría o tristeza que la historia plantea y, en mi caso, ponerme en su lugar para conocer si se aburren, si disfrutan, si avanzan en sus motivaciones hacia el espectáculo o si por el contrario estoy perdiendo su atención o connivencia mental con lo que les transmito. Esta vinculación armoniosa entre actor y público no la he conseguido hasta llevar muchos años metiéndome en la piel de todos esos personajes en los que debo convertirme, cada día, durante un par de horas”.

“Así es. Llevo representando esta obra más de doce años, contando las actuaciones en América (mi continente natal) y España. A veces cuando me despierto no sé si soy yo o soy él. Tengo unas divertidas “crisis” de identidad. Es como si viviera dos existencias.

“Aunque este imprevisto que os voy a narrar parezca una nimiedad, la anécdota para mi no lo fue. En cierta ocasión (no hace mucho tiempo, en realidad) olvidé pasar por el lavabo antes de entrar en escena. Y precisamente coincidió que durante esos días estaba tomando un diurético que me había recetado el doctor. Llevaba como una media hora en el escenario y sentí una necesidad imperiosa de orinar ¿Qué hacer? Cuando hacemos un monólogo (también en otras ocasiones) el actor suele llevar un pequeño artilugio electrónico, muy sofisticado, en el interior de su oreja, que te saca de apuros cuando, por ejemplo, te quedas con la mente totalmente en blanco para seguir desarrollado tu exposición oral. Otro pequeño micrófono en la solapa te permite intercomunicar con la mesa de control, para ayudarte a superar el bloqueo. Pues bien, ese día pronuncié sólo dos palabras, utilizado un movimiento gestual que pasó inadvertido para el público que llenaba la sala. El director escénico conoció de inmediato la urgencia que me afectaba e improvisó un corte de luz en el escenario, sumiéndolo en una completa oscuridad. Aproveché la circunstancia para hacer mi muy urgente necesidad, en apenas unos treinta y cinco o cuarenta segundos según me dijeron. De inmediato volví a la escena y en unos segundos “volvió la luz”. El público, divertido, entendió que había sido un momentáneo fallo o corte de electricidad. En apenas 45 o cincuenta segundos el problema había quedado resuelto. Lo que no os voy a desvelar es dónde tuve que orinar, en esos tan brevísimos momentos”.

“He de reconocer que, en mi vida privada, soy bastante despistado. Y esta forma de ser me condiciona también cuando asumo la transformación en actor. En tantos años de ejercicio podría citar no pocos olvidos y errores por ese despiste en nuestro carácter. Concretando en estos doce años de monólogo …. recuerdo que una tarde salí a escena sin haberme afeitado. En otra ocasión, había mezclado dos pares de zapatos que, aunque eran parecidos tenían una clara distinción en su colorido. Fue aún más curioso, pues nadie del equipo reparó en ello, de en que la parte trasera de mi chaqueta llevaba colgada una gran etiqueta, indicando la tintorería donde había sido llevado a lavar el traje. Observaba, durante esa actuación, que el público comenzaba a sonreír y a cuchichear entre ellos, pero a lo largo de la representación lo consideraron como algo integrado en el personaje. Curiosamente me di cuenta del fallo cuando en la parte final del espectáculo tuve que quitarme la chaqueta, por necesidades del guión. Rápidamente caí en la cuenta del error e improvisé una broma, aludiendo ficticiamente de que el día anterior había sido la festividad de los Santos Inocentes”.

“No te has equivocado Dalia. En ese mueblecito, que está situado junto al televisor del salón escénico, tenemos, tengo, un útil y socorrido kit de ayuda o urgencia. En su interior hay una serie de elementos que en momentos de necesidad puedo utilizar. Usándolos con la mayor naturalidad, por supuesto. Desde paracetamol, hasta antitusivos. Tiritas, algodón y Betadine, por si puedo sufrir algún corte. Agua, algún zumo, un par de toallitas, una de ellas húmeda…La verdad es que no es frecuente que acuda a ese kit que en broma llamamos de “supervivencia”. Pero en ocasiones resulta muy útil pues en esos casos he de permanecer más de noventa minutos sin abandonar el escenario”.

El actor, es lógico lo que os voy a decir, ha de transmitir credibilidad y naturalidad en la integración psicológica con el personaje. Y ahí influye ¡cómo no! nuestro particular estado de ánimo. Hay días (en este caso, tardes) en que te cuesta un mundo reír o llorar, aunque estés obligado a ello por necesidades del libreto o guión. Y el público no acepta fácilmente cuando haces unas risas o lamentos forzados. Se nota en demasía la irrealidad de ese sentimiento, que no late verdaderamente en tu intimidad. Para forzar un estado anímico determinado es fundamental llevar a cabo un fuerte control mental, cuyo adiestramiento debes practicar con la necesaria frecuencia. Es verdad que nuestra inteligencia puede condicionar y determinar determinadas respuestas provenientes del corazón, por decirlo de la mejor forma. Mente y corazón, por pura lógica, se hermanan”.

Hubo otras muchas preguntas planteadas por los dos atentos comensales. A eso de las 10:45 levantaron la mesa y dieron por finalizada la cena y el muy grato diálogo. Gaspar prometió a Dalia invitarla a uno de los ensayos que solían realizar algunos lunes, a fin de buscar algunos cambios o corregir algunos matices en el monólogo. El muy veterano actor añadió unos básicos consejos, desde su contrastada experiencia, para esta estudiante de arte interpretativo cuya ilusión es abrirse paso en el futuro dentro del ejercicio escénico.

De vuelta a casa, Grego y Dalia caminaban dialogando por una céntrica artería viaria, con la intención de tomar uno de esos últimos buses del día. La noche otoñal era en sumo grata y el “manto celestial” obsequiaba a toda la ciudadanía con un bordado de estrellas que gratificaba esa cálida temperatura estival en pleno otoño.

“Gracias Dalia. Siempre te agradeceré la oportunidad que me has brindado de poder estar cenando con una figura de las artes, como es Gaspar. Cuando hace dos días me regalaste una entrada para asistir al interesante monólogo, no conocía tu parentesco con el gerente del establecimiento. Pero ser sobrina de este señor nos ha permitido, además de poder disfrutar de una excepcional interpretación, tener la “suerte” de ser los elegidos para cenar con él, en este jueves que no olvidaré. Ha sido toda una gozada. Por cierto, unos amigos vamos a ir este “finde” de senderismo, por zonas de la Serranía rondeña. Sería ilusionante que me acompañaras. Anímate, que lo vamos a pasar de “gloria” …


José L. Casado Toro (viernes, 3 Noviembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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