Desde siempre hemos aceptado que nuestro destino, un críptico “ente” al que no vemos de manera
física pero que nos afecta decisivamente en el diario convivir, está dotado de
un “carácter” al que podemos calificar de caprichoso, travieso, providencial,
justiciero, incomprensible, generoso, lúdico o aleatorio en sus contrastadas
decisiones. Esta heterogénea gama de calificativos obedece, de manera evidente,
a todos esos interrogantes que a diario nos planteamos y para los que no
tenemos una fácil o razonable respuesta, como no sea con esa frase, simple pero
opaca al tiempo, de que todo es signo de la suerte, de la casualidad o de ese horizonte
prefijado que todos llevamos en las alforjas de nuestra identidad. Sin embargo,
también es verdad que muchas de las respuestas que aplicamos a nuestros actos
van creando, sin ningún género de duda, ese otro futuro personal cuyo
responsable último somos, en definitiva, nosotros mismos.
Iris, diecinueve años recién cumplidos, es una vital joven que acaba de
empezar su ilusionada andadura universitaria en la facultad malagueña de
Ciencias de la Comunicación. Vive en casa de su madre, Estrella,
licenciada en leyes por la facultad de Derecho, que desde hace años ha estado
vinculada laboralmente a una entidad financiera, una antigua y prestigiosa Caja
de Ahorros recientemente reconvertida en banco. También habita el domicilio
familiar la segunda pareja “estable” de Estrella, Jeremy,
un técnico informático de origen galés, algo más joven que ella, al que
conoció hace un par de años cuando el equipo profesional en el que se integra
renovaba el sistema informático de la citada entidad bancaria.
A pesar de todos los esfuerzos realizados por su hija,
en orden a conocer el nombre de su padre genético, esta profesional de la banca
nunca ha accedido a desvelar a Iris la identidad de esa persona. En realidad,
ni ella misma tiene claro quién pudo ser el compañero de promoción que procreó
a su única descendiente, en aquella alocada y
“bacanal” fiesta de fin de carrera que tuvo lugar hace casi dos décadas
en un hotel de la costa malagueña. Fue una noche en la que se consumió mucho
alcohol y algunas sustancias estupefacientes, por parte de muchos de los asistentes,
todo en un ambiente desinhibido y ajeno a cualquier tipo de contención y
responsabilidad. Fue una muy larga noche de julio que acabó no sólo con su
embarazo sino también con el de otra compañera de promoción. Estrella sí quiso
seguir adelante, semanas después de conocer su realidad, con su joven
maternidad, mostrando una gran valentía ante la nueva y compleja situación que
llegaba a su existencia. Evitó entrar en la drástica dinámica médica o jurídica
de buscar el progenitor de su hija, pues las relaciones que se mantuvieron
aquella noche fueron numerosas e intercambiables, enmarcándose todas ellas en
esa experiencia con sustancias embriagadoras, ajena a toda normalidad, que
muchas personas quieren protagonizar alguna vez en sus vidas. Por consiguiente,
se dispuso con firmeza a criar a su preciado tesoro vital, aplicando a su
comportamiento esa valentía y decisión que siempre ha caracterizado su fuerte
carácter.
La convivencia de Iris con Jeremy, el compañero de
su madre, tiene sus alzas y bajas, aunque los dos tratan de evitar las
interferencias molestas en la “parcela” íntima del contrario. Para ella “el
inglés” sólo es el compañero afectivo de su madre y en modo alguno, incluso más
ahora en que es mayor de edad, va a permitir que este hombre intervenga en sus
decisiones. Nunca ha considerado ni permitido que las parejas de su madre
intenten ejercer esa “paternidad” sobre su persona que en modo alguno le
corresponde. En este momento, ella se encuentra muy feliz, dentro de las
libertades que ambos se han reservado, con un compañero de facultad, Loren, con el que mantiene relación desde comienzos
de curso. Este joven, un año menor que ella, es muy aficionado a la práctica
fotográfica, en cuyas técnicas resulta ya un experto a pesar de su corta edad. Durante
los fines de semana suele reservar algunas horas para realizar reportajes, de
muy diversa localización, originalidad y temática, algunos de cuyos materiales los
ha vendido a una agencia de noticias que lo considera como un imaginativo y
prometedor colaborador. En estas salidas para las tomas fotográficas suele
acompañarle Iris, la cual también se está aficionando a esta creativa práctica,
aunque en la universidad ella ha optado por cursar la rama de periodismo para
sus estudios de comunicación.
Loren ha elegido la rama de imagen y comunicación
audiovisual en la facultad donde estudia, mostrándose reacio a continuar la estable
trayectoria empresarial familiar, unas bodegas de vinos y licores, actividad que
ha permitido un saneado estatus económico a tres generaciones de su familia.
Fue su abuelo, apodado cariñosamente por “barrilito” quien se aventuró en esta
parcela vinícola, en cuya producción y comercio siempre demostró una
“aguerrida” iniciativa a fin de consolidar un negocio que aún sigue dando sus
frutos, desde hace ya más de cuatro décadas.
“Bueno hombre ¡ya era hora! Por fin
te has animado a enseñarme el negocio de la bodega que dirige tu padre. De eso
vivís ¿no? Aunque reconozco que no soy experta, me interesa conocer todo el
proceso que conlleva sacar de la uva ese vino que llega a nuestras mesas. Igual
elaboro un reportaje, para los ejercicios de redacción que nos mandan realizar
con frecuencia la profe. Lo que me da un poco de corte es que sea tu padre,
como me dices, quien va a servirnos de guía para la visita. Pero bueno, es el
propietario del negocio y quién mejor para enseñarme esos detalles y
curiosidades que, sin duda, han de ser muy interesantes. Por cierto ¿te importa
que mi amiga Marian nos acompañe? Seguro que a tu padre no le molestará.
Siempre que salimos las amigas a tomar algo, ella está con que “los Riojas, que si los azucarados,
que si los olorosos…” Una experta a quien le gusta empinar el codo. Al final
acabará poniendo un bar de copas. Por eso creo que a ella también le interesará
mucho esta visita de estudio aunque, no me cabe duda, que nos invitarás a un
vinito dulce, de esos que siempre gustan”.
La visita a la factoría vinícola
(un negocio de tamaño medio, con excelente salud económica) fue instructiva y
divertida. Tiago, el propietario y padre de
Loren, se mostró en todo momento muy agradable, receptivo y didáctico, ante las
numerosas preguntas de ambas jóvenes mujeres
plantearon. La pareja de Iris permanecía básicamente en silencio, aunque
sonriente. Difícilmente podía disimular que este negocio o actividad vitivinícola
no le seducía, pero tenía que complacer a la persona de quien estaba prendado.
Él había estado ya en tres ocasiones en casa de Iris, habiéndole “caído” muy
bien a su madre. El propio Jeremy tenía una opinión muy positiva de este chico
que, por sus modales, cultura y práctica fotográfica (tomó varias instantáneas
y primeros planos de todos los miembros de la familia, para formar un
interesante álbum gráfico) agradaba a las personas con las que contactaba. La
“visita de estudio y merienda”, como comentaban jocosamente ambas chicas
finalizó, efectivamente, con tan suculento tapeo que hizo innecesario a los
tres jóvenes tener que sentarse en la mesa para cenar esa noche. Todo el
pequeño “ágape” estuvo “regado” con unas botellas de tinto, rosado y vino
dulce, mágico néctar que elevó “varios grados” la cordialidad y alegría de la
reunión. Lógicamente Tiago sabía que esa joven era la pareja de Loren por lo
que, además de depararle un trato cálidamente afectivo, se mostró vivamente interesado
en los estudios que cursaba y en todos esos pequeños detalles que a los padres
gusta conocer con respecto a las personas que están cerca de sus hijos. Por
cierto, Marian, la “experta” en vinos acabó un tanto mareada, pues posiblemente
abusó de esas copitas, una tras otra, que le eran ofrecidas con tan proverbial
amabilidad.
Pasaron unas semanas en la vida cotidiana de todas
estas personas cuando una tarde, al ir a poner la lavadora de ropa, Estrella
tuvo conocimiento de un hecho que le desalentó de manera profunda. Un pequeño
sobre abierto, olvidado en un pantalón echado en la cesta de la ropa sucia,
denunciaba con meridiana claridad el doble juego que estaba manteniendo su
pareja con una tercera persona. No pudo controlar su indiscreción, lo que le permitió
conocer la realidad de una infidelidad que Jeremy mantenía con una compañera de
trabajo. Cuando esa noche planteó a su compañero afectivo el doble juego que
acaba de conocer, éste evitó negar la evidencia de los hechos con absoluta
frialdad.
“Tú conocías, Estrella, desde un
principio, mi forma peculiar de ser. Yo, aquí en casa, nunca te he fallado.
Mantenemos una armonía que muchos verían como ejemplar. Pero ello no impide que,
como hombre que soy, tenga mis veleidades. En realidad, mi relación con esa
chica es una traviesa aventurera pasajera. Tanto por parte de ella como por mi,
te lo aseguro. Yo no me enfadaría si en algún momento tu mantuvieses una
relación afectiva temporal con otra persona. Seguiría aquí respetando el ejercicio
de tu intimidad. Así considero yo, te lo he explicado muchas veces, el
ejercicio de la libertad personal. Adem mis jugueteos con otras personas los
he hecho incluso después de venirme a vivir a tu casa. Yo quiero permanecer
contigo bajo estas premisas. Pero si tú no estás de acuerdo con esta forma de
plantearme la vida, pues no te voy a provocar problemas. Nos despedimos como
amigos, como lo han de hacer las personas adultas”. ás y con toda franqueza, te confieso
que
Estrella y Jeremy se dieron un tiempo de reflexión,
a fin de evitar dar un paso drástico en su relación afectiva. Uno y otro se
resistían a echar por la borda esos dos años de buena armonía que habían
mantenido en su convivencia. Además el “buen hacer” de Jeremy con respecto a
Iris hacia que ésta aceptara tácitamente la situación de este compañero de su
madre viviendo en familia. La chica era consciente de la escasa suerte que su
madre había tenido en sus relaciones afectivas y era una evidencia que la
permanencia de Jeremy junto a ella le había proporcionado esa estabilidad
sexual que, física y psicológicamente, una mujer de 44 años puede necesitar.
Un viernes, cerca de las 13:30, Estrella, desde su
mesa laboral de Interventora, percibe que un cliente
entra en la oficina y se queda durante unos segundos observándola, con
fijeza. Tras unos instantes de duda, ese hombre se acerca y se dirige a ella
llamándola por su nombre, con una cierta familiaridad. No cree reconocerlo como
cliente. Pero, de inmediato, su interlocutor se identifica, sacándole de dudas,
para su mayor asombro.
“Buenas tardes, Estrella. Veo por tu
rostro que no me reconoces. Yo a ti sí, perfectamente. Observo que te mantienes
muy bien. Soy Santiago. Fui uno de tus compañeros de promoción en la facultad de
Derecho. Desde hace más de veinte años no nos hemos vuelto a ver. Tengo que
hablar contigo a causa de un asunto, de especial gravedad y urgencia. Si tienes
tiempo, podemos comer juntos o, en caso contrario, vernos esta tarde para tomar
un café y poder dialogar. Te explicaré, por supuesto cómo he llegado a
localizarte, tarea que no ha sido desde luego fácil”.
La interventora bancaria no daba crédito a lo que
estaba ocurriendo. En pocos segundos se le agolparon en su mente recuerdos e
imágenes, ya muy lejanas, de los tiempos de facultad. Difícilmente podía
reconocer, en el hombre que tenía sentado delante de su mesa, a uno de sus
compañeros de promoción, muy dinámico y popular en el ambiente del campus
universitario, al que entonces todos llamaban “el Santi”. Reaccionó lo mejor
que pudo, ante una persona de modales extremadamente correctos y educados, que
le transmitía la urgencia de mantener un diálogo con su persona. Aun con la
nebulosa de esas dos décadas pasadas, que no facilitaban la identificación del
antiguo compañero Santi con este señor “cuarentón” y algo de sobrepeso que
tenía delante, tras estrechar su mano, quedaron en
verse esa misma tarde, sobre las seis, en una céntrica cafetería próxima
a la Catedral. Las horas que transcurrieron hasta ese punto de encuentro, le
ayudaron a ir conformando el puzle identificador del misterioso personaje, con
aquel dinámico Santi de la Facultad. Pero ¿qué sería
lo que con tanta urgencia necesitaba transmitirle?
“Es muy duro lo que he de confesarte,
Estrella. Pero personas muy cualificadas, por mí contratadas, avalan,
científicamente, el mensaje que debo transmitirte. Mi hijo Loren está
manteniendo una intensa relación afectiva con tu hija Iris. La gravedad del
caso es que…
… yo soy el padre de ambos. Tenemos que ir a
ese largo y desquiciado fin de semana de hace veinte años, cuando celebramos la
fiesta de nuestra promoción. Aquello se desmadró, como tu bien seguro que
recordarás. Tomamos “de todo” e hicimos muchas insensateces. Lo reconozco. Una
especie de “bacanal” en la que no supimos llegar al necesario punto de
inflexión, a fin de poner el necesario freno. Efectivamente me llegaron
noticias de que estabas embarazada. Pero yo, vergonzosamente irresponsable, no
quise ni supe reaccionar. Por qué iba a ser yo precisamente, cuando allí hubo e
hicimos camas intercambiadas… Fue una locura y una cobardía. A muchos extrañó
tu silencio. pero a muchas conciencias ese silencio tranquilizaba y facilitó
tapar nuestras vergüenzas.
Ese destino que marca nuestras vidas
hace diabluras. Sí, es diabólico. Cuando conocí a “nuestra” hija, algo me hizo
recordar aquella descontrolada aventura de la celebración. Me llamó la atención
que sus apellidos eran exactamente los tuyos. También me vi reflejado en
algunos rasgos físicos de su rostro. Contraté a una agencia especializada, muy
costosa pero con garantía en sus conclusiones, para que investigara mis
sospechas. Comparar los ADN de Iris y el mío no fue difícil, pues Loren (al que
también conoces) la trajo varias veces a casa. Por supuesto que los chicos no
saben nada aún, pero a mí, con los informes científicos (muy concluyentes) en
las manos, se me cayó el mundo a los pies. Soy el padre de Iris. La química lo
atestigua. Y ahora debo y quiero afrontar esa responsabilidad. Pero, es obvio,
la urgencia y gravedad del caso, es que dos personas, ciertamente muy jóvenes,
están entregados el uno por el otro, sin saber, sin conocer, la consanguinidad
que les une”.
La fecha de ese viernes otoñal nunca llegaría a
borrarse de la memoria de Estrella. Tampoco, en la hasta ahora acomodada
estabilidad familiar de Tiago. Iba a determinar muchas de las difíciles respuestas
para afrontar en la evolución de sus vidas. Esta dramática historia es una
muestra más del caprichoso, insólito y difícilmente explicable destino que
marca el incierto y nebuloso libro de ruta en cada persona. Todo ello a pesar
de nuestra voluntad, a pesar de nuestros errores y aciertos. Es la vida. Es la
existencia.-
José L. Casado Toro (viernes, 17
Noviembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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