Parecía que ese lunes iba a ser un día más,
sometido a la bien practicada y sosegada rutina de la normalidad, en la vida de
una reducida familia integrada por dos veteranas y bien avenidas hermanas, que se disponían a construir con
paciencia el devenir de las horas. Pero el teléfono, con su impertinencia
habitual y unos minutos antes de las diez, sonó en este domicilio ubicado en un
barrio de sociología popular, no alejado de la centralidad madrileña. Preguntaban
por Frasca de la Divinidad Cortina.
Adela, 68 años, junto a Frasca (dos años menor)
han habitado desde siempre en el 4º A, piso que heredaron de sus padres e inserto
en un bloque de viviendas sin ascensor en el que residen otras muchas familias,
mayoritariamente de edad avanzada. También hay en el inmueble un par de
viviendas donde contrasta el latido de la vitalidad juvenil, emanada de sendos
pisos compartidos por chicos y chicas que estudian en la universidad o que ya negocian,
en la competitividad sin tregua de cada día, la búsqueda de esas horas de
trabajo que den luz a las titulaciones que certifican y atesoran sus
currículos. Ambas hermanas no han llegado a pasar por la vicaría o el Registro
Civil, ostentando esa soltería existencial que tienen perfectamente asumida. En
el ámbito profesional su dedicación ha estado centrado en el mundo de la
costura, siendo habilidosas en los difíciles o complicados “arreglos” tanto
para la sección textil de un importante Centro Comercial, como también para
otras diversas empresas del mismo sector mercantil. Los ingresos económicos
derivados de estos trabajos, de naturaleza ocasional, han sabido completarlos
con el ejercicio diario de modistas, cosiendo
para una variada clientela de personas particulares.
Las dos hermanas tuvieron el acierto de comenzar a cotizar
como autónomas, lo que les ha permitido disponer en la actualidad de dos
modestas pensiones, tras la llegada de la necesaria jubilación. A pesar de la
escasa cuantía de ambas prestaciones, la suma de las mismas y los intereses de
unos depósitos bancarios, les permiten
disponer de una liquidez mensual con la que poder afrontar los gastos
cotidianos y vivir con un sencillo desahogo en la sucesión de los días.
Junto a ellas convive en la vivienda un tercer
“personaje” al que ambas deparan un emocionado y afectivo cariño por la siempre
apreciada compañía que les presta. Esa muy bien cuidada mascota atiende por el
nombre de Blenda, una gata gordinflona de pelo
blanco en la mayoría de su voluminosa anatomía, salvo el color castaño que luce
en la extremidad de su medio rabo. La recogieron un día de la calle cuando, aún
“bebé”, maullaba buscando calor y comida y desde aquel afortunado día ha
centrado sus mimos y atenciones, especialmente para un sustento alimenticio cada
vez más exigente y exquisito: muy zalamera, se siente feliz con los jurelitos y
boquerones que de forma periódica le sirven, aunque su plato o manjar preferido
es el contenido de las suculentas latitas de atún. Tampoco le falta cada día esa
ración de arroz cocido mezclado con trocitos de pollo que sus generosas amas,
con esmero y afecto, tienen a bien prepararle.
En su comportamiento diario practican una acendrada
y apasionada religiosidad, que se hace patente
por su pertenencia a la Orden del Santo Escapulario. Son tenaces cumplidoras en
la asistencia parroquial, para la mayoría de los oficios litúrgicos, dedicando
también muchas de las horas semanales a la acción pastoral, especialmente para
la catequesis de los niños y niñas del barrio en la preparación de sus
comuniones. Entre las obligaciones solidarias que también se autoimponen se
encuentran las visitas y asistencias a los feligreses enfermos, ayudándoles y
confortándoles en lo posible con su compañía, diálogo e incluso con el cuidado
de sus cuerpos enfermos. La puerta de su domicilio está presidida, bajo una
esférica y abatible mirilla protectora,
por una placa en la que se dibuja la devota imagen de un Sagrado Corazón con la
leyenda de “En Vos confío” escrita con grafía cursiva en su lateral inferior. También,
en una vitrina del salón de estar, poseen una imagen del Sagrado Corazón de
Jesús, a la que profesan gran devoción y respeto filial, pues consideran que su
padre, don Isacio, recibió continua protección de esta advocación cristiana,
durante los largos años en que ejerció el noble y ejemplar oficio de camionero
transportista de perecederos.
Volviendo a ese lunes de un sorprendente cálido
otoño, especialmente en las horas centrales del día, fue Adela quien atendió la
llamada telefónica. Una amable voz al otro lado de la línea preguntaba si podía
hablar con su hermana Frasca.
“Buenos días, apreciada Sra.
Martínez. Mi nombre es Flavio
del Morral y pertenezco
a una importante empresa privada de consulting y estudios de la opinión. Ha
tenido Vd. la suerte, estimada Sra. de ser seleccionada para responder a unas
breves preguntas sobre cuestiones electorales, cuyas respuestas no le llevarán
más de 10 minutos. Debe, ante todo, confirmarme si se encuentra en la horquilla
de edad de más de 55 años. En caso afirmativo, le plantearé unos fáciles e
importantes interrogantes, por cuya participación tendrá derecho a una
interesante compensación en forma de premio”.
Frasca, la menor de las hermanas, nunca se ha caracterizado
por la fuerza de su carácter. La influencia y preeminencia de Adela, desde la muy
lejana infancia, ha ejercido sobre ella ese tupido y excesivo manto protector
que, en no pocas ocasiones, le ha generado sometimiento, agobio y pasividad.
Sus fases depresivas, especialmente en los últimos años, son más que frecuentes
e inquietantes para su salud anímica y física. Sin embargo, hoy se siente feliz
e infantilmente importante. Ha sido ella la elegida para atender a unas
preguntas que un amable señor le va a plantear, con el premio añadido de un
regalo como compensación, dádiva que podrá “ostentar” con “infantil” orgullo ante
el protagonismo usual de Adela en la vida familiar. A causa de estas premisas,
junto a la curiosidad que le provocaba el persuasivo interlocutor, no tardó en
responder afirmativamente, aceptando atender su participación en la encuesta.
El tiempo de diálogo entre el entrevistador y la
cada vez más aturdida señora se alargó casi el doble, de
aquéllos 10 minutos inicialmente sugeridos por el sagaz profesional de la
comunicación. La naturaleza de las preguntas que sustentaban la encuesta no era
en sí misma complicada, siempre para una persona que estuviera al tanto de la
situación socioeconómica del país, que leyera habitualmente la prensa y que frecuentara
la escucha de los informativos emitidos por la radio y la televisión. Pero
Frasca, la persona hoy protagonista de la palabra, sólo ha cursado los estudios
primarios, durante su infancia y adolescencia. Tanto ella como Adela fueron
adiestradas por su madre, siendo aún muy jóvenes, en el arte del hilo, la aguja,
la tijera y la máquina de coser, siempre pendientes de las tallas, las
hechuras, las sisas y esos colores que periódicamente la moda impone, con sus
crípticos e indefinibles designios. Sus afanes, intereses y preocupaciones
estaban, inevitablemente, al margen de ese contexto sociopolítico que animaba
el latir de las preguntas que a la “madura” Sra. se le planteaban. Veamos
algunas de las “simples cuestiones” que Flavio le hacía, desde esa poderosa
empresa especializada en estudios de la opinión.
¿Cuáles
son, en su opinión, los tres principales problemas que tiene el país en la
actualidad? ¿Cuál fue el partido o agrupación política que
Vd. votó en las pasadas elecciones? ¿Volvería en este momento a repetir su
confianza a esa opción política? ¿En su consideración, cuál es el profesional
de la política más honesto en todo el espectro sociopolítico de España? ¿Cuál
es la emisora de radio que más sintoniza, dentro de sus preferencias? ¿Cuál
sería el periódico o revista que nunca compraría en los kioscos de prensa? ¿Qué opina sobre los
casos de corrupción en la administración nacional, regional y local?
Contrastemos estos interrogantes con el espíritu de
las respuestas emanadas desde la atribulada y al tiempo emocionada señora.
“Mire Vd. señor, en verdad yo no
entiendo de política. Cuando llegan las elecciones, el párroco nos dice que
debemos cumplir con nuestras obligaciones cívicas y entonces mi hermana Adela
elige las dos papeletas. No queremos revoluciones, ni guerras, ni violencias.
Queremos el bien para todos, especialmente para los que más sufren. La radio la
utilizo para escuchar mi novela preferida y en cuanto los periódicos, no los
compro. Ese dinero lo dedico para ayudar a los que menos tienen. En cuanto a
las personas que se dedican a la política, sólo les pediría que pensaran más en
los demás y menos en sí mismos. Robar es malo. Engañar no es bueno. Odiar a los
que no piensan como tú, pienso que es una sinrazón. Resulta inhumano que una
persona quiera trabajar y no pueda, porque no le dan trabajo. Es terrible que
estés enfermo y tengas que esperar semanas, meses e incluso años, para empezar
tu curación. Debería estar castigado que el dinero necesario para construir y
hacer buenos hospitales y escuelas se dediquen a satisfacer las ambiciones y
caprichos de aquéllos que todo poseen. Me gustaría creer que la justicia es
igual para todos y que todos pagan los impuestos que les corresponden …”
Tras estos sencillos planteamientos, Flavio decidió
dar por finalizada la encuesta con Frasca. Entendió que era llegado ya el
momento de compensar a la buena señora con algún incentivo que le volviera a
hacer sonreír (en los últimos minutos la había percibido con un sentimiento
abatido, triste y heterogéneo, mezcla de indignación, paciencia y bondad.
“Muy bien doña Frasca. Lo ha hecho Vd.
muy bien. Como obsequio por su generosa colaboración con nuestro trabajo y el
tiempo que le hemos arrebatado de sus obligaciones personales, podrá elegir
entre uno de estos tres regalos que le ofrezco: una plancha eléctrica para
viajes, un transistor con auriculares o un elegante pendrive para ordenador,
con una capacidad de 32 gigas. El regalo elegido le será entregado en su propio
domicilio, por uno de nuestros agentes, que previamente se pondrá en contacto
con Vd. para concertar la hora puntual de visita”.
Frasca, recuperando la sonrisa en su rostro, pidió
unos segundos al entrevistador a fin de consultar con su hermana el regalo que
debía elegir. Adela sentenció: “No tenemos ordenador y nuestra querida radio
aún funciona. Será útil tener en casa una nueva plancha, pues la nuestra a
veces falla. De todas formas, no sé por qué siempre me tienes que preguntar,
cuando has sido tu la elegida para recibir esta compensación por tus respuestas”.
Una vez concretado el obsequio, el propio Flavio fijó el jueves de esa misma
semana para la fecha de entrega, aceptando ambos interlocutores las 11 como la
hora más apropiada para hacer efectivo el encuentro.
Efectivamente el día fijado, con una castrense
puntualidad, una persona llamó al timbre de la puerta. Tras observar por la
mirilla y preguntar quién era, la propia Frasca abrió la puerta, mostrando una
preocupación miedosa difícil de disimular. Se encontraba sola en casa, pues
Adela había tenido que ir precisamente ese día al ambulatorio para una cita con
el médico de cabecera previamente concertada. Necesitaba unas recetas para
abastecer la copiosa farmacopea que a diario ambas tomaban. Para su asombro, el
sonriente comercial del regalo se presentó como Flavio, el amable joven que
días antes había protagonizado la consulta telefónica. Rogó si se le podía
conceder unos minutos, antes de hacerle entrega del obsequio, pues traía en su
cartera unos dossiers con una ofertas verdaderamente interesantes que le
gustaría poder explicar.
Fue una experiencia desagradable, para el débil
carácter de la agobiada señora que, sin la ayuda cercana de su hermana, se vio
desbordada ante ha habilidad oratoria del persuasivo comercial, con sus “irresistibles
ofertas”. Su incisiva verborrea comenzó con la temática de los seguros “para todo”. Vida, hogar, mascotas, salud, viajes,
asistencia jurídica, fueron los focos explicativos en los que Flavio se centró,
todo ello acompañado por una gran cantidad de folletos ilustrativos, esquemas y
cálculo de costes que aturdieron aún más a Frasca que no sabía como frenar la “sagaz
técnica comercial” de un especialista en hacer muy fácil y atractivo lo
complicado de esa “letra pequeña” que subyace en tantos cantos de sirena. Una
vez comprobado que con esta vía a ningún punto llegaba, sólo al “no y no” de la
acomplejada señora, el comercial continuó por la senda de las tarjetas bancarias, aunque con igual suerte, pues el
muro de la cerrazón de Frasca era realmente imposible de derribar.
Sintiendo un mucho de pena, al ver el cada vez más
enrojecido rostro de su interlocutora, patentemente sofocada, puso de inmediato
fin a sus ofertas y sacó de la bolsa deportiva que le acompañaba una pequeña
caja en cuyo interior iba la plancha de viaje, entregándola como premio a la
paciente colaboradora de la encuesta. La grafía inserta en el exterior del
embalaje revelaba que era un producto de origen oriental, probablemente
fabricado en China, con una marca desconocida en la publicidad usual de los
medios de comunicación. Se despidió de ella con la mayor cordialidad de que era
capaz, abandonando ese domicilio en el que había permanecido poco más de una
hora. Frasca dejó ese electrodoméstico, cuya posesión tanto dolor de cabeza le había
provocado, encima de la mesa. Se preguntaba, una y otra vez, como su hermana
tardaba tanto en volver de la consulta médica.
Ya por la tarde, mientras su hermana descansaba
tras el almuerzo con una infusión de tila en el cuerpo, Adela marcó un número
de móvil. En la conversación que mantuvo procuró en todo momento bajar el
volumen de voz, tratando de evitar que Frasca se despertara del profundo sueño
en el que se hallaba sumida.
“Gracias, Remigia, por tratar de
ayudarnos. Cuando me comentaste la semana pasada que uno de tus hijos trabajaba
en un grupo teatral, pensé que era la oportunidad que venía buscando para tratar
de ayudar a Frasca, cuyo estado psicológico cada vez me preocupa e inquieta
más. El médico me dice que la protección que le he dado, durante tantos años,
no ha hecho más que perjudicar su estado anímico, cada vez más inseguro y
desequilibrado. Además de las medicinas, mi hermana ha de enfrentarse a
realidades que potencien su protagonismo y autoestima si no queremos llegar a una
situación en que la degradación de su voluntad sea irreversible. La actuación
de tu hijo “Flavio” (bueno, Saúl) ha sido muy eficaz, aunque tal vez hoy se
haya pasado con los seguros y las tarjetas de crédito. Pero la intención ha
sido buena, qué duda cabe. Dale las gracias de mi parte. Le estoy muy
reconocida. Pienso, no me cabe la menor duda, que llegará a ser un excelente y
convincente actor… Sí, ahora tenemos una nueva plancha. La compré secretamente
en “el chino” por siete euros. Veremos cómo funciona”.-
José L. Casado Toro (viernes, 24
Noviembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga